Para.

—Qué.

—Que me estás poniendo nerviosa con tus paseos —restalló Ginny.

Ignorando por completo a su hermana, Ron Weasley soltó un bufido.

—A ver, ¿a vosotros os parece normal? —extendió un dedo acusador hacia la puerta del aula de pociones —. ¡Lleva ya dos horas ahí dentro! ¿Se puede saber qué está haciendo?

—Escribir en los márgenes— dijo Harry —. Ya sabes cómo es Hermione.

Ron se dejó resbalar por la pared hasta caer sentado junto a él.

—O hacerle a Snape un anexo con las referencias bibliográficas que ha usado para el examen —se sumó Ginny.

Ron se pasó las manos por la cara.

—Ahora en serio: todos habéis visto que el examen SOLO tenía una hoja, ¿verdad? —esperó a que los demás asintieran —. Vamos, que no estoy loco: no había preguntas en tinta invisible, ni un portal a otra dimensión. Nada que justifique el tiempo que lleva ahí dentro, ¿no?

—Bueno, a lo mejor no se sabe alguna de las preguntas —aventuró Neville.

Se hizo el silencio.

—Neville, por Dios —Harry se erigió en portavoz de la incredulidad general —. Que estamos hablando de Hermione.

—Qué os apostáis a que sale diciendo que le ha ido fatal —predijo Ron, poniendo los ojos en blanco. Se peinó el pelo detrás de las orejas y dijo, con voz aflautada—: Esta vez sí que me ha ido fatal, de verdad, tendría que haber citado a Gladiolus Finnigan y no a Septimius Aldritch, esa décima era crucial y me va a costar el exa

—¡Yo no sueno así, Ronald! —le interrumpió Hermione, que en ese preciso instante acababa de salir del examen.

Ron bajó la vista.

—Un poco —refunfuñó.

Hermione se acercó a sus compañeros a paso vivo y dejó caer la cartera junto a Ginny.

—¿Por qué habéis salido todos tan pronto del examen? —preguntó.

Silencio.

—¿Cómo que 'tan pronto'? —saltó Ron —. ¡Dirás que cómo has salido tú tan tarde! ¡Luego encima te sorprendes cuando te decimos que no tienes vida! ¿Qué preguntas secretas tenías tú que no tuviéramos los demás?

—Preguntas…— repitió Hermione abstraídamente, antes de abrir mucho los ojos como si acabara de acordarse de algo vital —. Harry ¿qué has puesto en la tres, la de los efectos del óxido en la mandrágora?

Ron suspiró y asió a Hermione por los hombros para que le mirara a los ojos.

—Ha puesto que hoy es el último día antes de vacaciones y que finjas estar contenta como una persona medio normal.

Hermione se soltó de un tirón y frunció el ceño.

—Para tu información, es de persona normal preocuparse por un examen que ha ido estrepitosamente mal.

—¡OH, NO! —Ron se llevó las manos a la cabeza—. Hermione, ¡no irás a sacar un nueve!

—Con Snape es probable —sonrió Ginny, abrazándose las rodillas. —Ya sabemos todos para quién será la matrícula en Pociones.

—Totalmente inmerecida — gruñó Hermione.

—Me estáis deprimiendo —suspiró Ron. Se puso en pie y abrió los brazos—Mañana nos dan las vacaciones de Navidad. ¿Es que soy el único que está deseándolas?

—Llevas deseándolas desde septiembre, Ron —se rio Ginny.

—Llamadme rara, pero a mí me encantan las clases —dijo Hermione, ignorando el "no, si ya" de Ron—. Aunque este año las vacaciones van a ser geniales—. Sonrió, mirando a Harry—. Me alegro de que vayas a pasar las Navidades con nosotros. Mi madre se muere de ganas de conocerte.

—También podría haberse quedado en mi casa —dijo Ron, sin poder ocultar la envidia—. Tenemos sitio para invitados.

Una carcajada desagradable resonó a su espalda.

—¡Sitio para invitados, dice! ¿He oído bien? —canturreó una voz conocida.

Ron se volvió lentamente para encontrarse cara a cara con Draco Malfoy, flanqueado, como siempre, por Crabbe y Goyle.

—¿Desde cuándo tenéis espacio libre en tu casa, Weasel? Por enésima vez: en la jaula del hámster no cabéis los dos.

Ron cerró los puños, pero la firme mirada disuasoria de Hermione le detuvo.

—¿Qué tripa se te ha roto ahora, Malfoy? — preguntó Harry, glacial.

Draco le dedicó una sonrisa venenosa.

—De momento ninguna, pero tanto contacto visual con Weasel no puede ser bueno. ¿Qué hacéis tirados por el suelo? Si estáis ensayando para una fiesta de pijamas en su casa, vais a tener que amontonaros más. Es lo que tiene la correlación entre pobreza y entusiasmo reproductivo.

Hermione agarró rápidamente a Ron antes de que saltara y le lanzó una mirada de desprecio a Draco.

—Qué curioso, porque justamente estábamos hablando de la correlación entre dinero y amistad, y de lo triste que tiene que ser que ni todo el oro del mundo te compre un par de amigos normales. Las mascotas no cuentan —dijo, haciendo un gesto con la cabeza hacia Crabbe y Goyle, que se miraron mutuamente, confusos—. Un caso hipotético, claro, no eres tú.

—Yo no le tendría pena —siseó Ron. Sus ojos castaños llameaban—. Está de suerte. Con lo que valora el espacio, estas Navidades sin su padre serán las mejores de su vida.

—¡RON! —se escandalizó Hermione. No es que fuera a ponerse de parte de Malfoy, pero usar la muerte de su padre como arma arrojadiza le parecía de mal gusto.

Draco ni pestañeó. Sin borrar la sonrisita sardónica, se sacó un reloj (de oro) del bolsillo de la capa y soltó un silbido de admiración.

—Nada mal, Weasley, y solo te ha llevado cinco segundos—. Se volvió hacia Crabbe y Goyle—. Mucho más rápido que la última vez, ¿no? Casi ha sonado como una persona normal —. Meneó la cabeza y suspiró con deleite—. Me encantan las historias de autosuperación.

Crabbe y Goyle hicieron uso de su única neurona para reírse obedientemente, como buenos esbirros. Ron estaba incandescente.

—Supongo que lo de autosuperarse lo dices por ti mismo, porque ahora que tu padre está muerto, vas a tener que dar el doble de asco para que no se note su ausencia —regurgitó.

Draco palideció.

—¡RON! ¡Eso no es justo! —insistió Hermione, pegándole en el brazo—. ¡Era su padre!

—Pero bueno, ¿tú de qué parte estás? —replicó Ron, atónito. Apuntó a Draco con un dedo acusador—. ¡Su padre era un mortífago!

—¡Sí, pero era su padre! ¡No te rebajes a su nivel!

—Gracias, Granger—musitó Draco con un hilo de voz.

Había tal aflicción en su tono que todos se quedaron en silencio. Ron abrió la boca, desconcertado. Harry y Hermione intercambiaron una rápida mirada de estupor.

Draco aguantó cinco, seis…siete segundos. Hasta que fue incapaz de soportarlo y se echó a reír a carcajada limpia.

—Estás enfermo —murmuró Harry, mirándole con repugnancia.

Draco se enjugó las lágrimas de risa y se volvió hacia Hermione.

—Conmovedor, Granger— dijo, llevándose una mano al pecho—. ¡Dame un abrazo!

Esta vez fue Ron quien tuvo que impedir que Hermione se abalanzara sobre el Slytherin.

—¿Y esa agresividad? No puedo creer que me niegues un abrazo cuando más lo necesito—dijo Draco, soltando una carcajada—. Aunque bueno, menos mal que no lo necesito. Entre un padre muerto y un padre sangresucia no hay color. Casi tendría que abrazarte yo a ti. Hipotéticamente.

Hermione se revolvió, pero Ron no aflojó. Clavó sus ojos ardientes en los grises de Malfoy.

—Estoy deseando que llegue el día en que te conviertas en mortífago —siseó, rabiosa—. Al menos ya no tendremos que andarnos con miramientos.

Draco ladeó la cabeza, sin borrar la expresión divertida de su rostro.

—Oh, también lo estoy deseando. Será un alivio hacer limpieza de una vez por todas—se humedeció los labios con deleite al ver a Hermione palidecer—. Y no te preocupes, te pondré en cabeza de la lista. Para que no se diga que no me acuerdo de mis amigos.

Con un rugido de furia, Harry se levantó de un salto, varita en ristre y con los ojos destilando odio. Crabbe y Goyle le imitaron inmediatamente. Draco redujo la sonrisa a una mueca de fastidio y sacó la suya también.

—¿Celoso, Potter? —sus ojos grises titilaron—. No tienes por qué. Cuando ese día llegue, tú tendrás toda mi atención.

—¡Nunca llegarás a verlo! —juró Ron, temblando de ira. Apuntó con su varita el insolente rostro de Draco e hizo una mueca—. ¿Por qué dejar para mañana lo que puedas hacer hoy?

Un brillo peligroso iluminó los ojos de Draco. Los nudillos de la mano con la que asía la varita se le pusieron blancos.

—¿Sabes cuál es el problema, Weasel? Que sois demasiados. Demasiados Weasel pobretones. Alguien debería haberles enseñado a tus padres a deshacerse del exceso de natalidad, ya que es evidente que no saben cómo cerrar el grifo— dio un paso amenazador hacia Ron— Es fácil. Es como con los gatos. Se meten en un saco, se cierra, y se tira al agua.

Ron palideció. Instintivamente, Harry trató de agarrarle del brazo, temiendo que matara a Malfoy allí mismo.

—O a lo mejor sí saben cómo cerrar el grifo—prosiguió Draco con voz suave, disfrutando del efecto que sus palabras tenían en el pelirrojo—. ¡Quién sabe cuántos hermanitos has perdido ya! ¡Cuántos hermanitos Weasel! Pero ya sabes lo duro que es mantener a un montón de bocas hambrientas…

—¡Hijo de puta! —bramó Ron, abalanzándosele encima. Todo el mundo gritó de consternación al ver al pelirrojo derribar a Draco con un golpe sordo. Ginny se llevó las manos a la boca. Hermione se lanzó a intentar separarlos, pero Ron se la sacudió de encima como si no pesara nada.

—¡Sepáralos, Harry! —suplicó Hermione, sacudiéndole el brazo—. ¡Rápido!

Durante un segundo, pareció que Draco iba a poder deshacerse de Ron. Un codazo estratégico le dio la oportunidad de levantarse, pero no pudo aprovecharla. Ron pesaba más que él, tenía más hermanos mayores y estaba más furioso. Con un bramido ensordecedor, le agarró del pie y volvió a tumbarlo.

—¡HARRY! —gritó Hermione, acuciante—. ¡Por favor!

Con un giro de cadera digno del mejor judoka, Ron logró sentarse encima del Slytherin y empezó a despachar puñetazos con más rabia que puntería.

—Se lo merece, Hermione —dijo Seamus, sin apartar la mirada de la contienda—. ¡Mira lo que ha dicho de ti! ¡Y de Ron!

En ese momento, Ron soltó un alarido y se llevó las manos a la nariz. Malfoy le había asestado un cabezazo.

—¡RON! —exclamó Ginny, corriendo a su lado.

Malfoy, con la cara roja por el esfuerzo, sonrió triunfal y alzó su varita, listo para asestar el golpe de gracia. Pero Hermione ya había tenido bastante.

—¡Expelliarmus!

La varita salió despedida y fue a parar a los pies de Ron. Los ojos del Weasley se iluminaron. Sin embargo, antes de que pudiera blandir la suya propia, Hermione intervino de nuevo, esta vez con un Petrificus Totalus sobre Ron.

Harry, Seamus, Ginny y Dean contemplaron la escena como si no pudieran creérselo. Draco, estupefacto, miraba a Ron, que se había quedado congelado apuntándole con la varita.

—¡Sois…unos críos! —gritó Hermione, harta de las miradas de estupor que le dirigían sus compañeros.

Draco arqueó las cejas y se llevó una mano a la mandíbula, dolorida por la andanada de golpes. Crabbe y Goyle habían corrido a su lado rápidamente, quizá intentando que se le olvidara que en ningún momento habían saltado a defenderle.

—Malfoy —Hermione se había vuelto hacia él y le apuntaba con la varita—. Lárgate.

—Por supuesto —respondió Draco, dedicándole una sonrisa insolente—. Con Weasel petrificado, esto ya no tiene gracia.

Harry hizo rechinar los dientes, pero Hermione le lanzó una mirada de advertencia. Lo último que le faltaba era tener que petrificar a Harry también. La prioridad era mandar a Malfoy lejos lo antes posible.

No obstante, antes de perderse por el último recodo del pasillo, Draco se volvió y se puso la mano junt o a la oreja, como si percibiera algo.

—¿Oyes eso, Potter?

Harry le miró, impasible.

—¿Qué se supone que tengo que oír, Malfoy?

—¡El sonido de veinte puntos menos para Gryffindor! —gritó antes de desaparecer por la esquina.

Hermione miró a Harry, desconcertada.

—¿Qué…?

—Oh, no… —gimió Neville, pegándose a la pared en un fútil intento de desaparecer.

—McGonagall aproximándose en estado de furia asesina a las doce en punto—murmuró Seamus.

Hermione cerró los ojos, sintiendo como el rostro se le ponía incandescente por la vergüenza. Lentamente, Harry y ella se dieron la vuelta para encararla, conscientes de que, aunque no hubiera visto nada, la estampa de Ron ensangrentado y petrificado hablaría por si sola.

—¡No puedo creerlo! —estalló la bruja. Sus ojos recorrieron rápidamente a la concurrencia y tomaron nota del estado de Ron, las caras de culpabilidad de Finnigan y Thomas y la presencia de Hermione Granger—. Señorita Granger, jamás hubiera creído que usted participara en este tipo de actividades.

Todos se encogieron visiblemente. Neville era prácticamente un ovillo humano. Hermione tragó saliva, profundamente avergonzada.

—Solo pretendía detener la pelea —musitó, bajando la vista—. No se me ocurrió nada mejor.

Los ojos de Minerva MacGonagall centellearon.

—¿Pelea?

—Malfoy nos insultó —intervino Neville débilmente.

—Me lo he imaginado —sus ojos estaban fijos en Hermione. — Le he visto escabullirse nada más entrar yo en el pasillo. ¿Puedo saber qué ha pasado exactamente?

Harry se aclaró la garganta.

—Provocó a Ron burlándose de su familia y luego se ensañó con Hermione—respondió—. La llamó sangresucia.

La expresión del rostro de la profesora permaneció inmutable, pero al oír aquello palideció.

—Comprendo—dijo lentamente—. Sin embargo, la culpa es suya. Un Gryffindor no cae en provocaciones, por repugnantes que sean. Veinte puntos menos.

Hermione se quedó blanca.

—¡P…pero!

McGonagall frunció el ceño.

—¿Quiere que sean treinta, señorita Granger? Me decepciona usted. Me pregunto qué ha sido de su buen sentido de la disciplina.

Esta última observación acabó por hundir a Hermione en la más absoluta miseria. Pálida como la ceniza, se mordió el labio inferior y asintió sin decir palabra.

—Por cierto —añadió la profesora antes de darse media vuelta—. Hagan el favor de devolver al señor Weasley al mundo de los vivos. Que visite a Madame Pomfrey para que le cure ese estropicio.

Todos volvieron a asentir con desmayo y contuvieron la respiración hasta que la punta de su traje verde desapareció por el recodo.

—Veinte puntos menos —repitió Hermione sombríamente.

—No es culpa tuya —intentó consolarla Harry—. Si no hubieras detenido a Ron, se habría comido a Malfoy.

Los ojos castaños de Hermione se estrecharon hasta convertirse en dos rendijas.

—Maldito Malfoy—siseó—. Maldito psicópata engreído y racista. No le entiendo, de veras. No entiendo qué saca de comportarse así, por qué disfruta humillando a los demás. Si hubiera tenido una vida difícil, aún tendría cierto sentido. ¡Pero lo ha tenido todo! ¡Todo!

—Quizá sea ese el problema, precisamente —dijo Harry con suavidad. Suspiró y se subió las gafas—. En fin. No dejemos que nos eche a perder el día. Piensa que nosotros al menos podemos perderle de vista. Su familia, desgraciadamente, se lo tiene que comer con patatas cada día.

—Y en Navidad —se sumó Dean, con la mirada perdida en el infinito.

—Malfoy por la mañana, por la tarde, y por la noche —apostilló Seamus en tono lúgubre.

—Antes me tiraría por la ventana —murmuró Hermione, reprimiendo un escalofrío.

—Y yo—aseguró Dean.

—Y Ron también, si alguien le despetrificara —intervino Ginny, señalando a su hermano.

—Lo siento, Ginny— se disculpó Hermione, arremangándose y apuntando con la varita a Ron—. Me había olvidado totalmente de él.

Tras pronunciar el contrahechizo, Ron cayó al suelo con un golpe sordo, completamente aturdido. Lo primero que hizo fue llevarse las manos a la nariz y mirar enfadado a Hermione.

—Se puede saber… —se interrumpió e hizo una mueca de dolor—. Maldito Malf…creo que me la ha roto.

—Lo siento, Ron —dijo, apesadumbrada—. Ibas a meterte en problemas si le lanzabas un hechizo.

Ron suspiró y se puso en pie con ayuda de Harry. Los ojos le lagrimeaban, y se le estaba hinchando el tabique nasal.

—¿Me he perdido algo?

—Tú, nada; Gryffindor, veinte puntos —contestó Dean.

—¿McGonagall?

—Quién si no.

—Pero no ha castigado a nadie, ¿no? —y con 'nadie', Ron se refería a sí mismo. La idea de perder días de vacaciones lo aterraba.

—No —respondió Seamus—. Técnicamente, McGonagall está de nuestra parte- movió los dedos en el aire, entrecomillando la frase—. Si hubiera sido Snape, mañana estaríamos limpiando las mazmorras de Slytherin en vez de en el tren de vuelta a casa.

—Bueno, eso es lo más importante —suspiró Ron con alivio. Se sacó un pañuelo de la capa y se lo aplicó cuidadosamente contra la nariz para limpiarse la sangre—. Veinte puntos no son nada, los recuperaremos —aseguró, ignorando la expresión escandalizada de Hermione.

—En fin. Me voy a la torre, que tengo que hacer la maleta aún y no sé dónde están mis calcetines— dijo Dean.

—¿Cuáles? —preguntó Seamus.

—Pues ninguno, porque los he perdido todos.

—¿Quién me acompaña a la enfermería? —intervino Ron, antes de que el misterio de los calcetines fuera a más—. ¿Hermione?

—No puedo, tengo que escribirle a mi madre inmediatamente para confirmarle que Harry pasará las Navidades con nosotros —se disculpó—. Hoy iban a hacer las compras para la cena y tiene que saber cuántos seremos.

Ron la miró con incredulidad.

—¿Encima de que me petrificas no me acompañas a la enfermería? Gracias por tu amistad —bufó—. ¿Harry?

—Yo te acompaño—se ofreció Neville, antes de que Harry pudiera responder. Miró de soslayo hacia donde estaban Seamus y Dean y dijo, en voz baja—: Tengo tres pares de calcetines suyos. Se los iba a devolver, en serio, pero he perdido los míos y la semana pasada llegaba tarde a clase, y…

—Yo creo que también tengo un par suyo—confesó Harry, también en voz baja—Son muy suaves.

—Y no te estrangulan el tobillo—añadió Ron, sorbiendo con cuidado por la nariz—. Además, ¿quién tiene veinticinco pares de calcetines? No es normal.

—Bueno, chicos, nos vemos luego en la cena —se despidió Hermione, no sin antes darle una palmadita en el brazo a Ron.

Este la siguió con la mirada hasta que desapareció por el pasillo y suspiró de nuevo. Harry le lanzó una mirada significativa.

—No te preocupes. Nos veremos a menudo. Todos los días, si hace falta.

Ron dobló el pañuelo sin decir nada y se lo guardó en el bolsillo.

—¿Me ayudáis a buscar mis calcetines? —preguntó Dean.

—Creo que voy a ir con Ron a la enfermería yo también — se disculpó Seamus.

—Por si se marea —añadió Harry, solícito.

—Eso es —dijo Ron—. Pero tú busca, Dean, que en alguna parte estarán.

Snape llenó una copa de agua y se la tendió a Dumbledore.

—Despacio, Albus —murmuró, serio.

El anciano mago asintió y sorbió el contenido lentamente. Tenía mucha sed, pero dar un trago más largo de lo normal significaría echar por tierra los esfuerzos curativos de Madame Pomfrey. A raíz de la batalla contra Voldemort, sus pulmones habían resultado gravemente heridos y sabía que ya no iba a recuperarse del todo. No a su edad. Sin embargo, una sonrisa apareció en su arrugado rostro.

—Siempre te has…preocupado demasiado, Severus —murmuró—. Estoy bien.

Era mentira. Ambos lo sabían. Snape hizo una mueca y se llevó las manos a la espalda, iniciando un lento deambular por el cuarto.

—¿Qué vamos a hacer con Malfoy? —preguntó finalmente, con su característica voz de bajo—. No puede volver a casa con Narcissa. Será el primer sitio donde le buscarán.

El viejo mago no dijo nada. Ladeó levemente la cabeza sobre la almohada y dejó que sus ojos recorrieran la tapicería del techo mientras sopesaba las diferentes posibilidades.

—Evidentemente, mandarle a casa de Crabbe o Goyle tampoco sería buena idea — murmuró el maestro de pociones—. Quizá con los Parkinson…

Dumbledore agitó débilmente la mano, descartando aquella idea.

—En estos momentos, ninguna casa Slytherin es segura. Muchos tienen o han tenido relación con los Mortífagos.

Silencio. Durante varios minutos, sólo se oyó el quedo tic tac del reloj de pared.

—Podría quedarme yo con él aquí —propuso Snape, tras meditarlo unos segundos—. Por poco que me entusiasme compartir mis vacaciones con un adolescente malencarado.

—No, Hogwarts está descartado también —Dumbledore se irguió y bebió trabajosamente un sorbo de agua de la copa situada en su mesilla de noche. Tosió. — Por los mismos motivos que las casas Slytherin. Además—prosiguió débilmente—necesito que sigas desempeñando tus funciones.

Snape se cruzó de brazos y miró al viejo mago con expresión sombría.

—Entonces, ¿a dónde sugieres que le enviemos? ¿A casa de los Weasley? —ah, el sarcasmo.

Dumbledore le miró de hito en hito, con una extraña expresión en el rostro.

—Era broma —se apresuró a aclarar, sin creerse que pudiera estar considerando aquella idea.

—Brillante, Severus —se regocijó Dumbledore, sin mirarle.