¿Este era el lado sudado de la almohada, o el otro?

Hermione le había dado tantas vueltas ya que la diferencia de temperatura entre uno y otro era imperceptible. Dios, y ¿por qué demonios hacía tanto calor en la habitación? Se deshizo del edredón de una patada y dejó escapar un profundo suspiro.

Tiempo que llevaba acostada: dos horas y diez minutos.

Tiempo de sueño: cero.

Cerró los ojos con fuerza, deseando que su cerebro dejara de centrifugar. ¿Por qué no podía tener un botón de apagado? Qué fácil sería. Podría cerrar los ojos y no habría nada, sólo oscuridad, sólo el rumor del viento agitando las ramas de los árboles en el exterior. Pero no. Cada vez que cerraba los ojos, volvía a verle. Volvía a oírle.

Tras revivir una y otra vez la escena en su cabeza, ahora percibía detalles que no había visto en el momento. La manera en que él se había erguido ligeramente cuando le había propuesto que se acostara con él. Su tono había sonado casual, desapasionado, como quien comenta que tiene un tío alérgico al marisco, pero sus ojos no se habían apartado del suelo, y se había hundido las manos en los bolsillos como si quisiera desaparecer en ellos.

Hermione se llevó las manos a la cara y ahogó un gemido de frustración.

¿Qué esperaba, que en diez días pasaran de ser enemigos ... a amantes? ¿Que de pronto dejara atrás todas las cosas horribles que les había dicho a ella y a sus amigos? ¿Que olvidara las vejaciones, insultos, ataques y problemas en los que les había metido a lo largo de todos esos años? ¿De todo lo que él representaba?
¡No, algo así no se podía dejar de lado tan fácilmente!

Excusas, le susurró una desagradable voz interna.

Hermione se dio la vuelta, malhumorada. No, se dijo a si misma. Había intentado explicárselo, y él no se lo había permitido.

Si realmente hubieras querido que te escuchara, habrías encontrado la manera, le replicó su cerebro. Pero no te convenía, porque tienes miedo. Sabías que él reaccionaría así, y te escudaste en su orgullo para no tener que dejar de lado el tuyo.

—Eso no es verdad—. Se defendió en voz alta, sin importarle lo que eso pudiera decir de su salud mental—¡Estaba confundida, todo sucedió muy rápido!

Sorprendida, no confundida, la corrigió su propia voz interna. Tu cuerpo lo tuvo muy claro.

Hermione hundió el rostro en la almohada para ahogar un gruñido de frustración.

Puedes negarlo todo lo que quieras, pero si te diera igual, ya estarías durmiendo.

—Para ser mi voz interna suenas sospechosamente similar a él —refunfuñó.

Es lo que pasa cuando dos personas son, en el fondo, muy parecidas.

Hermione abrió mucho los ojos. Su primer instinto era negarlo, decir que no, que no se parecían en nada, ¿cómo iban a parecerse? Él descendía de un linaje centenario de magos y se había criado entre la aristocracia del mundo mágico, rodeado de privilegios que le habían vuelto arrogante. Ella descendía de una pareja de dentistas y pertenecía a una clase media ilustrada obsesionada con la educación, algo que la había vuelto…pedante.

¿Y acaso eso no era otro tipo de arrogancia?

El corazón de Hermione dio un vuelco.

Los dos eran paradigmas de mundos opuestos, pero paradigmas, al fin y al cabo. Ambos eran hijos únicos. Ambos eran el vehículo de las ambiciones y sueños de sus padres. Ambos profesaban una fe inquebrantable en los valores que les habían transmitido. Ambos se veían a sí mismos como un bastión de esos valores, el símbolo de una causa. Ambos se habían autoimpuesto una serie de límites que no podían cruzar.

Ambos se habían equivocado.

Cerró los ojos y volvió a ver su rostro, la abrumadora vulnerabilidad que había cruzado sus ojos como un relámpago cuando se había creído rechazado.

Por qué no, se dijo, con el corazón latiéndole cada vez más aprisa. No soy un símbolo ni una causa. Soy una persona. Igual que él.

Hermione se incorporó de golpe en un fútil intento de que la habitación dejara de girar. ¿O era su cabeza? Sentía que algo en su interior había reventado, como la esclusa de una presa, y los recuerdos fluían a borbotones, arrollándolo todo a su paso, arrancando de raíz nociones que había creído esenciales para entenderse a sí misma.

Nunca había sido consciente de la miríada de cosas que había elegido olvidar por vergüenza hasta que las vio flotar ante sus ojos.

Su primer día en Hogwarts. Era septiembre, pero la calidez de las velas que iluminaban el Gran Comedor y el aroma dulce y especiado del pastel de calabaza le conferían un aire vagamente navideño.

Vio sus propias manos, las manos de una niña de once años, alisando nerviosamente la tela del uniforme sobre sus rodillas. A su lado, otro par de rodillas se movía rítmicamente, esperando con impaciencia a que Dumbledore acabara con su discurso de bienvenida para lanzarse sobre la comida. Con los años descubriría que Ron era incapaz de estarse quieto cuando tenía hambre, y que cuando estaba nervioso tenía más hambre que nunca.

De repente, el tintineo de una copa al rodar por el suelo desató un coro de carcajadas en la mesa de en frente. Todas las cabezas allí presentes se volvieron en esa dirección. Dumbledore se interrumpió durante un segundo antes de proseguir como si nada, y Minerva McGonagall les dirigió su primera mirada reprobatoria. En la mesa, Crabbe disfrutaba de sus quince segundos de dudosa gloria, sacudiéndose la túnica empapada entre las risas de sus compinches.

Ahí fue cuando le vio por primera vez, y no es que estuviera especialmente arrebatador en ese momento, rojo de la risa y flanqueado por dos chicos tan corpulentos que a su lado parecía poca cosa. Sin embargo, cuando sus ojos se posaron en ella, sintió que no había visto nunca a nadie igual; aunque tuviera una nariz, dos ojos y una boca como todo el mundo, la suma de sus rasgos obedecía a una aritmética distinta, perfecta y lejana, como la de los copos de nieve o los rayos de una tormenta.

Sus miradas sólo se cruzaron durante un segundo, pero bastó para que Hermione entendiera de manera instintiva que nunca podría permitirse aquellos rasgos. Antes siquiera de saber quién era, de qué clase de familia provenía o cuánto dinero tenía, supo con certeza que alguien con un rostro así, tan de otro mundo, nunca se interesaría por el suyo.

Para alguien menos práctico que Hermione, esto habría supuesto un golpe devastador; el origen de toda una vida de problemas de autoestima. Pero por fortuna, a los once años ya era muy práctica, y entendió perfectamente que no tenía sentido sufrir por lo imposible. Por supuesto, también ayudó que Malfoy se revelara como un sociópata engreído con creencias supremacistas. Quién sabe qué hubiera pasado si hubiera sido mínimamente normal.

Quizá se hubiera enamorado de él.

Y en esas estamos, apostilló con retintín su irritante vocecilla interna.

—¡Enamorada no! —protestó en voz alta, tapándose la boca un segundo demasiado tarde.

Aguzó el oído, preocupada por si Draco había oído su exabrupto. Sus sospechas parecieron confirmarse cuando su ventana dejó pasar la repentina claridad de la luz de la habitación contigua, y el entarimado crujió.

Está despierto, pensó, con el corazón latiéndole a mil por hora de nuevo. Quizá debería hablar con él. No porque esté enamorada, claro, sólo para decirle que no está del todo equivocado. Eso es. No es que esté buscando que suceda nada, evidentemente. Sólo voy a hablar con él y a explicarme. Todo el mundo merece una explicación.

Hermione se bajó de la cama, ignorando la repentina consistencia gelatinosa que habían adquirido sus rodillas.

Sólo voy a hacer lo que es justo y correcto, se dijo a sí misma. No es que vaya a tirarme a su cuello o a aceptar su oferta. Sólo voy a explicarle que lo nuestro sería inviable porque venimos de mundos muy diferentes. Lo mejor sería que las cosas volvieran a ser como antes, porque no es que podamos ser amigos precisamente. Quizá podríamos tener un trato cordial. Cinco minutos y estaré de vuelta en mi cuarto. Nada de besos. Nada de nada.

Hermione tomó aire y se dirigió hacia la puerta.

Quizá debería ponerme una bata.

Sí, mejor que se pusiera una bata. ¿Quién iba a tomarla en serio con su pijama de ardillas?

Sacó su bata azul del armario, procurando no hacer ruido, y se la puso.

Bien, bien. Tal como eres, sin pretensiones, se dijo, anudándose la bata a la cintura mientras se encaminaba hacia la puerta.

Aunque quizá mejor con el pelo suelto.

Se soltó el moño que siempre llevaba para dormir, y que después de dar tantas vueltas en la cama había adquirido la atractiva forma de una mofeta atropellada. Chasqueó la lengua con fastidio e intentó peinarse con los dedos delante del espejo, pero estaba demasiado oscuro. Sacó la varita del cajón de la cómoda.

—Lumos —susurró, rebajando inmediatamente el resplandor al mínimo con un gesto de la mano. Era un truco que había aprendido de Harry y que ahora le venía estupendo, porque no quería encender la luz y que Draco supiera que estaba despierta, por si cambiaba de idea en los tres pasos que la separaban de la puerta.

No era una actitud muy valiente, pero hasta ella tenía el derecho a ponerse nerviosa de vez en cuando.

Con la varita entre los dientes, primero intentó aplastarse el pelo contra el cráneo y luego intentó echárselo sobre el hombro, pero desechó la idea. Parecía que se le hubiera dormido una marmota encima.

Pero bueno, y ¿qué importa? Simplemente vas a establecer un diálogo adulto y razonable, y de todas maneras ya te ha visto al natural, se regañó a sí misma.

Por si acaso, se roció con un perfume que sus padres le habían regalado las navidades pasadas, y respiró hondo.

Había llegado la hora. La hora de hablar con sinceridad y madurez. Apagó la varita, se la metió en el bolsillo de la bata y se encaminó hacia la puerta por enésima vez.

En ese momento, unos nudillos resonaron quedamente contra ella. Hermione se detuvo en seco.

—¿Hermione? —oyó susurrar a Draco.

Presa del pánico, Hermione dio un paso atrás, golpeándose el pie con el armario en la retirada más indiscreta de la historia. Cayó en la cama como un saco de patatas, con el pie entre las manos y la cara desencajada en un aullido silencioso.

—¿Hermione? —insistió el Slytherin—¿Estás despierta?

A ti qué te parece, le espetó mentalmente sin dejar de frotarse el pie, que le palpitaba como si le hubiera crecido ahí un segundo corazón. Tenía que estar sordo para no haber oído el estrépito. Ahora sí que ya no le quedaba más remedio que enfrentarse a él.

—Sí —respondió finalmente, cuando el dolor aimainó—. Voy.

Cojeó hasta la puerta y la abrió. El pasillo estaba tan oscuro que apenas si podía distinguir su silueta frente a ella, pero bastó para que el valor la abandonara de golpe.

—Hola —musitó, sonriendo aunque él no pudiera verla—. Estaba...durmiendo.

Menos mal que tenían pararrayos en el tejado. Una mentira de ese calibre la habría calcinado hasta los huesos.

Draco no respondió. Hermione tragó saliva y se echó el pelo detrás de las orejas, sin saber qué decir. Justo en ese momento, él habló:

—Lo siento —murmuró quedamente, y en su voz pesaba un arrepentimiento tan genuino que Hermione sintió que se le encogía el corazón.

—¿Lo sientes? —repitió, confusa. Intentó escudriñar su rostro en la oscuridad, sin éxito— ¿El qué?

—Esto —respondió una voz desconocida con una risita cruel— ¡Desmaius!

Hermione no tuvo tiempo de sacar la varita. Ni siquiera pudo gritar. Su cuerpo se desplomó con un golpe sordo contra el suelo, y si algo se podía decir en defensa de los cuatro mortífagos que rodeaban a Draco, es que al menos tuvieron la delicadeza de dejarla inconsciente antes de prenderle fuego a su casa.


Aunque era vagamente consciente de unas voces en la lejanía, lo que acabó despertando a Hermione fue el frío, porque fue a taparse y advirtió que no podía mover las manos. Abrió los ojos, confusa, y se dio cuenta de que la presión que mordía sus muñecas era una cuerda.

Vale, se dijo, intentando tranquilizarse, pero al percatarse de que tampoco podía mover los pies porque los tenía atados, comenzó a sudar.

Tomó aire y miró en derredor. Ahora que sus ojos comenzaban a acostumbrarse a la penumbra, distinguió que estaba atada a los postes de una cama gigantesca. Irguió la cabeza para ver el resto de la habitación, pero el cabecero de la cama era demasiado alto. Lo único que podía ver era el techo, que estaba profusamente decorado con molduras y el marco de lo que parecía ser un espejo, junto a la puerta.

De pronto, le volvió el recuerdo de una voz desconocida respondiéndole desde la oscuridad segundos antes de perder el conocimiento, y el estómago se le encogió. "Lo siento", había dicho Draco.

Las sienes empezaron a pulsarle con el presentimiento de que algo iba muy, muy mal.

Las imágenes de las casas quemadas que había visto en las noticias comenzaron a desfilar por delante de sus ojos.

No- gimió, sintiendo el escozor de las lágrimas a punto de desbordarse. Comenzó a tironear de las cuerdas que la tenían prisionera— Nononono.

Ahora todo tenía sentido. Draco tenía que haberles guiado hasta su casa; de lo contrario nunca le habrían encontrado. La ola de ataques violentos que tan desconcertada tenía a la policía londinense no eran más que mensajes dirigidos a él. Para que fuera a ellos.

Quizá esa había sido su intención desde el principio.

Si no hubiera estado atada de pies y manos, Hermione se habría arañado la cara por estúpida. ¿Cómo podía habérsele pasado por alto? ¡Le había creído! ¡Le había creído por completo!

Y ahora era probable que toda su familia estuviera muerta. El pánico le estrechó la garganta como una tenaza helada. Empezó a respirar frenéticamente por la nariz, intentando tomar aire, pero ninguna bocanada parecía bastar para llenarle los pulmones. Los ojos se le llenaron de lágrimas.

Quizá morir asfixiada era preferible a vivir unas horas más sabiendo que había condenado a su familia. Cuanto más lo pensaba, más se odiaba. Le habían acogido en su hogar. Se había sentado a la mesa de Navidad con ellos y habían lavado sus sábanas. Su madre le había cosido un botón del abrigo y hasta le había quitado la corteza al pan porque se habían dado cuenta de que no le gustaba. Habían creído que era su amigo.

Ella había creído que le gustaba.

Hermione cerró los ojos y se arqueó contra las ataduras para exhalar un grito ensordecedor; el grito de alguien que jamás se perdonaría salir viva de aquello.

—¡CIERRA LA BOCA! —restalló de pronto una voz desconocida.

Al oír pasos acercándose, Hermione tironeó frenéticamente de las cuerdas, en vano. Se dejó caer sobre la cama y contuvo la respiración cuando los pasos se detuvieron a su derecha.

—¿Se te han pasado las ganas de gritar, zorra? —siseó de nuevo la voz.

Hermione tuvo que morderse la lengua para no chillar cuando una mano enguantada le agarró la cara y la forzó a mirar a su captor. A pesar de la penumbra, distinguió una descuidada barba pelirroja y unas marcas extrañas en la mejilla, como una quemadura. Hermione nunca le había visto antes y tampoco encajaba en ninguna descripción que hubiera oído, pero la Marca Tenebrosa que lucía en el antebrazo le dijo todo cuanto necesitaba saber.

—¿No vas a gritar ni un poquito? —insistió, casi decepcionado. Le hundió los dedos en las mejillas, y Hermione se rebatió con un gemido de dolor - Qué pena. Hace mucho que no le arranco la lengua a nadie.

Al oír aquello, la Gryffindor abrió mucho los ojos.

Arrancar lenguas. Aquello sí le sonaba.

Bacchus Frye.

—¿Sabes quién soy? —el mortífago debió de leer el reconocimiento en su rostro, porque aflojó la presión y la contempló como si acabara de hacerle un cumplido.

—Bacchus Frye —dijo Hermione con dificultad. Le dolía la mandíbula—. Edgar Bones te mandó a Azkaban hace veinte años.

Frye dejó escapar una carcajada complacida.

—Vaya, vaya, vaya —dijo, sentándose en la cama junto a ella—. Es muy reconfortante saber que le recuerdan a uno después de tantos años en Azkaban. Cómo me gustaría que Hildegarde estuviera aquí para oírlo. Siempre me reñía por lo de cortar lenguas, ¿sabes? Le parecía innecesario, pero yo sabía que se me recordaría por ello. Era mi toque personal. No puedo creerlo, después de tantos años...

El mortífago se interrumpió cuando la puerta se abrió y alguien encendió la luz.

—Te dijimos que la vigilaras, no que la mataras de aburrimiento con tus cuentos, Bacchus.

Al oír al recién llegado, Frye se puso en pie inmediatamente y se reajustó la capa. Hermione intentó sin éxito erguirse para ver algo.

—Estaba gritando —se justificó el mortífago.

—Yo también gritaría si tuviera que oír tus estupideces de nuevo —replicó la voz—. Ve a por el chico. Voy a decirle a Mulciber que la muggle está despierta. No tenemos mucho tiempo.

En el momento en que Bacchus la dejó sola, Hermione empezó a tirar de las cuerdas con todas sus fuerzas, pero sólo consiguió que se le quedaran azules las muñecas. Quienquiera que hubiera hecho los nudos, los había hecho a conciencia. Su mente comenzó a barajar rápidamente sus posibilidades y acabó muy pronto, porque tenía muy pocas. Si tuviera su varita...recordaba habérsela metido en el bolsillo de la bata, pero no cabía duda de que Malfoy se la había quitado cuando quedó inconsciente. Tampoco cabía duda de que se referían a Malfoy con lo de "el chico".

Hermione se preguntó si sería capaz de mirarlo a la cara. Pronto lo sabría, porque oía voces acercándose por el pasillo.

—...que quieras estar presente, Narcissa.

Hermione aguzó el oído. ¿Narcissa? ¿Narcissa Malfoy? Clavó la mirada en las lujosas molduras del techo.

Tenían que estar en Malfoy Manor.

—Mi lealtad al Señor Oscuro es inquebrantable —oyó decir a la madre de Draco—. Me enorgullece que Draco asuma la posición que una vez ocupó su padre.

—Si todo sale bien hoy, el propio Señor Oscuro le hará uno de los nuestros. Eres indispensable, muchacho.

Oyó a Draco contestar, pero el chirrido de la puerta al abrirse le impidió escucharle. Hermione tragó saliva y se obligó a mantener la vista fija en el techo, sin mover un sólo músculo.

Sabía que iba a morir. Ya lo había aceptado: no tenía varita, estaba atada de pies y manos y la superaban en número. Pero no se iría de este mundo llorando y pataleando. No. No pensaba darles esa satisfacción. La única libertad que le quedaba era su dignidad, y no iba a entregársela. Se lo debía a sus padres.

Se mantuvo impertérrita mientras los oía hablar de magia de sangre, medianoche y otros preparativos. Se preguntó qué demonios planeaban. Por lo que decían, parecía una invocación. Pero ¿de qué, o de quién? ¿Y para qué necesitaban a Draco?

—No perdamos más el tiempo —oyó que decía una voz nasal—. Toma esto y degüéllala ya.

Hermione tragó saliva. Su entereza comenzó a resquebrajarse.

—Sobre la cama no —protestó Narcissa—. La sangre es muy difícil de lavar.

—Es verdad—comenzó a decir alguien—. Yo tenía una túnica que...

—Bueno, pues traedla aquí. La degollaremos de pie —resopló la voz con impaciencia—. Draco, haz los honores.

Al oír aquello, la Gryffindor apretó los dientes y clavó la vista en el techo.

No le mires. No le des esa satisfacción.

Sin embargo, al notar un tirón en la muñeca derecha, no pudo evitar mirarle. Lo primero que notó es que ya no llevaba el traje muggle en el que se había acostumbrado a verle, sino una túnica de mago completamente negra que resaltaba aún más su palidez. Pero lo peor es que ni le dijo palabra ni se dignó a mirarla a la cara.

Como si no la conociera.

Como si no fuera nadie.

Hermione sintió el escozor de la rabia trepándole por la garganta.

—Mírame—le conminó entre dientes—. Mírame, cobarde de mierda.

Draco levantó la vista y sus ojos se clavaron en los de ella con una expresión que no supo descifrar, quizá porque nunca la había visto antes.

Y entonces la abofeteó. No muy fuerte, pero lo suficiente para que Hermione se quedara atónita.

Los mortífagos estallaron en risas.

—De tal palo... —rio Frye—. ¿Necesitas ayuda con las cuerdas?

—No —respondió Draco, sin apartar la vista del rostro de la Gryffindor—. Pero hay algo que me gustaría hacer antes de matarla.

Hermione le devolvió una mirada supurante de odio. La mejilla donde la había abofeteado le ardía.

—Ilústranos—dijo la voz del que parecía ser el artífice de todo aquello.

Draco se humedeció los labios y durante unos segundos se limitó a mirar a Hermione, pero sin verla.

—Mamá—dijo con la voz queda —Sal de la habitación, por favor.

Uno de los mortífagos soltó una risotada obscena. Otro silbó.

—Draco... —empezó Narcissa, pero su hijo no la dejó acabar.

Por favor.

Hermione oyó el susurro de la ropa de Narcissa al moverse y luego el sonido de la puerta cerrándose. Y aunque antes apenas si había reparado en la presencia de la madre de Draco en la habitación, su salida dejó tras de sí un vacío aterrador.

Por primera vez desde que se despertó atada de pies y manos, Hermione entendió, con brutal claridad, que había cosas peores que la muerte.

No, por favor. No no. Nononono.

Bueno, bueno, Draco —dijo una de las voces con socarronería—. Definitivamente, de tal palo, tal astilla, ¿eh? Aunque la verdad, no puedo culparte. No está mal para ser una sangresucia.

—Nada mal —concedió otra voz—. A mí no me importaría metérsela un poquito tampoco.

Hermione quiso gritar, pero no le salió nada de la garganta. Clavó los ojos en la nuca de Draco como si pudiera hallar en ella más compasión que en su rostro, como si pudiera volver atrás en el tiempo, antes de que la mirara como si no la conociera.

Pero cuando Draco se volvió hacia ella, en sus ojos no había rastro alguno del chico que la había besado en la escalera. Sólo su caparazón.

Muy a su pesar, Hermione sintió el escozor de las lágrimas incipientes.

—Me das asco —dijo, con la voz trémula. La vista se le empezó a nublar, y pronto Draco quedó reducido a un borrón negro. La ira se le hizo una bola en la garganta—. Me das asco. ME DAS ASCO. ATRÉ...

—¡Silencio! —el hechizo partió de la varita de Mulciber, que se había acercado al borde de la cama.

Hermione tomó aire y chilló, pero ni un sonido abandonó sus labios. Lívida, miró al hombre que enarbolaba la varita. Era alto y corpulento, con una desgreñada melena gris, los ojos pequeños y oscuros y una nariz bulbosa; un físico que no casaba con su extraña voz nasal.

—Draco nos había dicho que eras inteligente, pero no pareces tener muchas luces. ¿Sabes quién soy?

Hermione no se molestó en contestar. Desde dondequiera que estuviese en la habitación, Frye soltó una carcajada triunfal.

—Qué decepción—sonrió el mortífago, haciendo a un lado a Draco para sentarse en la cama junto a ella. Hermione reculó todo cuanto pudo—. Pero claro, teniendo en cuenta lo joven que eres, no me extraña. Seguramente ya estaba en Azkaban cuando tú naciste—hizo ademán de acariciarle la barbilla, pero Hermione apartó el rostro—. Soy Mulciber Prewitt y, francamente, no es por presumir, pero yo era uno de los favoritos del Señor Oscuro—se oyó una protesta a su espalda, pero Prewitt la ignoró—. Supongo que habrás oído hablar de la maldición Imperio, ¿no?

Hermione respiró hondo, intentando mantener algo similar a la calma, pero ser incapaz de proferir sonido no ayudaba.

—Cada maldición imperdonable tiene su belleza—prosiguió Mulciber en un tono casi jovial— y cada mago tiene debilidad por una u otra, algo que a mí siempre me ha parecido muy indicativo de su personalidad. Por ejemplo, Bacchus, ¿cuál es tu favorita?

—No sé, depende del momento—respondió el pelirrojo, acercándose a la cama. La luz incidió en su rostro y Hermione se dio cuenta de que lo que había tomado por una quemadura era, en realidad, un amasijo de cicatrices que le surcaban la mejilla, como si algo o alguien le hubiera roído la carne—. Me gustan todas, pero creo que Cruciatus es mi preferida.

—No sé por qué, pero me lo imaginaba— rio Prewitt—¿Balfour? — preguntó, dirigiéndose a alguien fuera del campo visual de Hermione.

—Aveda —respondió una voz huraña—. Estamos perdiendo el tiempo con estupideces. Haced lo que queráis con la sangresucia, pero hacedlo ya. No queda mucho para medianoche.

Prewitt esbozó una sonrisa cruel y se volvió hacia Hermione.

—¿Ves? Un hombre que va al grano, y por eso su favorita es Aveda Kedavra. ¿Draco? —al ver que el Slytherin desviaba la mirada, el mortífago se rio entre dientes—. No pasa nada, chico. Alguna vez tiene que ser la primera.

Draco sacó la varita y se echó parte de la capa negra sobre el hombro para poder maniobrar mejor. Hermione cerró los ojos con fuerza.

—Yo que tú usaría un Imperio. A menos que te guste que se te resistan—oyó decir a Prewitt.

—Pero quitadle el Silencio. Si no, no tiene gracia.

La cama se movió bajo el peso de Draco, pero Hermione sólo abrió los ojos cuando sintió sus dedos helados en el rostro.

—Mírame, sangresucia.

Hermione apretó los dientes y clavó la vista en los pliegues de su capa. Que no tuviera ninguna posibilidad de sobrevivir no significaba que fuera a obedecerle. Sin embargo, cuando le vio cernirse sobre ella, le pudo el pánico y se revolvió.

—Estate quieta —la conminó Draco, apoyándose en uno de sus brazos para inmovilizarlo. Los labios de Hermione se abrieron en un aullido silencioso—. Será mucho peor si no te estás quieta, créeme.

La Gryffindor se encogió como si pudiera replegar su alma y esconderla en lo más profundo de su cuerpo, muy lejos de sus manos. Haciendo un esfuerzo por ignorar el dolor del brazo que Draco le estaba aplastando, pensó en sus padres. En Harry. En Ron. En todas las personas a las que quería o había querido. Cuando sintió el calor de los labios de Draco contra su oreja, cerró los ojos y se preparó para lo peor.

—Tengo tu varita. Bolsillo izquierdo —susurró Draco.

Los ojos de Hermione se abrieron de par en par.

¿Qué?

—¡Qué quieta te has quedado, se nota que te gusta! —se jactó Draco en voz alta, pero al inclinarse sobre ella le susurró atropelladamente—. Granger, reacciona. Tengo tu varita en el bolsillo izquierdo, ¿vale? Parpadea si me entiendes.

Hermione parpadeó, más por instinto que por otra cosa. Estaba tan confusa que era un milagro que no echara humo por las orejas.

¿Está ayudándome?

Ya no entendía nada.

Draco suspiró teatralmente.

—¿Sabéis qué? Tenéis razón, muda no tiene gracia— proclamó, lo suficientemente alto como para que le oyeran los mortífagos a su espalda. Luego se volvió hacia ella y se llevó un dedo a los labios con disimulo.

Hermione asintió imperceptiblemente.

¡Elocutio! — dijo Draco, apuntándola con la varita.

—¡CERDO! —le increpó Hermione inmediatamente, para darle más credibilidad a la pantomima.

Los mortífagos se echaron a reír.

—¡Ah, esto es otra cosa! —dijo Draco alegremente. Liberó el brazo de Hermione y se sentó a horcajadas sobre ella, aprisionándole las caderas. La Gryffindor abrió la boca, pero antes de que pudiera decir nada, Draco se inclinó sobre su rostro y susurró, a pocos centímetros de sus labios: En cuanto te suelte, toma tu varita. Bolsillo izquierdo.

Hermione asintió.

—Parece que le gusta —se congratuló una de las voces, supurando lascivia.

—No le queda otra —se mofó Draco, tan convincente que Hermione tragó saliva—. De hecho, ahora la voy a soltar y se va a portar muy bien, porque es una chica lista. ¿Verdad que sí, sangresucia?

—Sí —dijo la Gryffindor con un hilo de voz. Casi se le escapó un sollozo de alivio cuando Draco le quemó las ataduras y sintió que le regresaba el riego sanguíneo a las manos.

—Bueno—dijo el Slytherin, volviéndose para mirar a su público—. Ya podéis salir.

—¿Salir? —repitió uno de los mortífagos con incredulidad, antes de que el resto se echara a reír a coro.

—No nos vamos a ninguna parte, chico —dijo Prewitt con una suavidad escalofriante—. Queremos ver cómo le das su merecido. Considéralo nuestro regalo de iniciación.

—Y disfrútalo, porque la próxima vez no te tocará el primero—añadió Frye con una risita maliciosa.

Draco palideció durante un segundo. Hermione casi podía oír los engranajes de su cerebro girando a toda prisa.

—Por supuesto, cómo no —asintió finalmente. Miró a Hermione y arqueó las cejas—. Podemos hacer esto por las buenas, o por las malas. Tú verás.

Hermione le miró a los ojos y asintió con la cabeza. Lo primero era recuperar su varita.

—Por…las buenas —respondió, lo suficientemente alto como para que la oyeran los mortífagos.

—Así me gusta —asintió él, y antes de que Hermione pudiera reaccionar, le enganchó los dedos en la cintura elástica del pantalón del pijama y tiró hacia abajo con determinación.

Hermione soltó un resuello y le agarró la mano inmediatamente.

Draco le lanzó una mirada de fastidio.

Granger, nadie se va a creer que te vaya a violar con los pantalones puestos. —siseó.

Mucho has pensado tú en esto —replicó sin soltarle la mano.

Sí. En mi carrera como violador profesional, he descubierto que sin pantalones es más fácil —insistió, tirando de ellos de nuevo.

Hermione le clavó las uñas en la mano..

Pues te quitas los tuyos, porque yo no pienso luchar desnuda.

Draco la fulminó con la mirada, pero antes de que pudiera responder, uno de los mortífagos dijo:

—Es para hoy, chico.

Hermione le lanzó una mirada alarmada al Slytherin. Por toda respuesta, este se inclinó sobre ella y aplastó sus labios contra los suyos antes de que pudiera decir nada. Entre los mortífagos se extendió un murmullo aprobatorio.

Hermione parpadeó, confusa. No estaba muy segura de entender el plan, si es que lo había. Y cuando sintió cómo la mano izquierda de Malfoy buscaba la suya, aún lo entendió menos. Despegó los labios unos milímetros para bufar:

Sí, ahora ponte románti

—¡Lafarita! —masculló él, desesperado. Al ver que ella seguía sin reaccionar, le agarró la mano y se la se la guio hacia el bolsillo izquierdo de la capa.

A Hermione por fin se le encendió la bombilla. Asintió imperceptiblemente para darle a entender que ya volvía a funcionarle el cerebro y se irguió contra él para poder revolverle en los bolsillos.

Resístete un poco —le susurró él. Hermione obedeció y le clavó un codo que le hizo toser—¡Oh sí, sangresucia! —tosió de nuevo— ¡Cuando te resistes me pones aún más! – bajó la voz—. Gracias por romperme el esternón.

Hermione le ignoró, demasiado ocupada con la búsqueda frenética de la varita.

No está—susurró, histérica— ¿Se te ha caído?

¡El otro bolsillo!

¡No llego!

Maldiciendo entre dientes, Draco apoyó todo su peso en el codo derecho y se tiró con torpeza del lado izquierdo de la capa, que tenía echada sobre el hombro. Hermione se arqueó contra él, fingiendo rebatirse, y palpó ansiosamente el bolsillo interno de la capa. Al notar la silueta de su varita, la asaltó tal alivio que casi soltó una carcajada.

La tengo –le susurró, triunfal.

Draco asintió imperceptiblemente, pero antes de que pudiera decirle nada, uno de los mortífagos habló, irritado.

—Si no sabes cómo hacerlo, ya te enseñamos nosotros.

Draco miró a Hermione con urgencia.

Son cuatro y fuera hay uno más— susurró—. No podemos con todos.

Hermione asintió, barajando las diferentes posibilidades a la velocidad del rayo.

Tenemos que tomar a uno como rehén.

¿Cómo?

Sígueme el juego.

¿Qué?

En vez de responder, Hermione echó la cabeza hacia atrás y soltó una carcajada histriónica que acabó de descolocarlo por completo.

—¿Con eso pretendes violarme?

Draco se quedó paralizado. A excepción del riego sanguíneo, que decidió agolpársele en la cara.

—La verdad, después de tanto teatro, casi estoy decepcionada.

Al oír las risas incrédulas de los mortífagos, Draco apretó la mandíbula y fantaseó con la aparición de un portal interdimensional que se lo tragara para siempre.

—…me esperaba algo más…grande —continuó implacable la Gryffindor, ignorando el Te odiaré por los siglos de los siglos de su mirada—. Más…sólido. ¿Estos problemas son comunes entre los de sangre pura, o solo entre mortífagos?

Hermione había pronunciado las palabras mágicas. Como si los hubiera conjurado, los mortífagos se acercaron inmediatamente a la cama con los ojos brillantes por la lujuria.

—Aparta, chico —dijo Frye, relamiéndose. Las manos le temblaban de la excitación—. Ya me encargo yo.

Los dedos de Hermione se cerraron con aún más fuerza en torno a la varita, que había escondido bajo el muslo. Vio a Draco liberarse los brazos de la capa con disimulo.

—¿Por qué tú, Frye? La última vez te dejamos ir a ti primero— protestó Balfour.

—¡No es lo mismo, ya estaba muerta!

—Sí, por suerte para ella— resopló el otro mortífago. — Me toca a mí.

¡Tú siempre, Algernon!

—No, siempre no. Pero hoy, sí. —repuso éste, haciendo a Draco a un lado para inclinarse sobre Hermione—Hola, bonita. Voy a hacerte gritar.

En los ojos de Hermione se encendió un brillo feroz.

Grita tú —escupió con una voz áspera que casi no parecía la suya—¡PETRIFICUS TOTALUS!

Durante unos segundos, fue como si su hechizo hubiera afectado a la habitación entera. Balfour se desplomó petrificado sobre la cama con la cara desencajada por la sorpresa y nadie reaccionó hasta que Draco apuntó a Frye con la varita…

—¡PETRIFICUS TOTALUS!

…y se desató el caos.

—¡TRAIDOR! — bramó uno de los mortífagos, apuntando a Draco con la varita— ¡AVEDA KEDAVRA!

—¡DRACO! —gritó Hermione.

El Slyhterin se tiró al suelo como si persiguiera una snitch y la maldición se estrelló contra uno de los paneles de madera de la pared, dejando una inmensa marca negra. Hermione aprovechó para deslizarse de la cama al suelo y apuntar al otro mortífago.

—¡EXPELLIARMUS!

Pero éste se percató y esquivó el hechizo.

—¿Te crees que puedes desarmarme, sucio animal? — gruñó, dando un paso hacia ella.

Hermione no se dejó amilanar.

Ventus jinx—replicó.

Los ojos del mortífago se abrieron como platos e intentó aferrarse a uno de los postes de la cama, pero la ráfaga de viento se lo llevó por delante, arrojándolo contra la pared del fondo como si fuera un muñeco de trapo.

Hermione sonrió triunfal, pero su dicha no duró mucho. Una mano se cerró en torno a su cabello y tiró de él hacia arriba con tanta violencia que la Gryffindor profirió un alarido. La varita se le escurrió entre los dedos y rodó fuera de su alcance.

—Sorpresa— se rio una voz desagradable desde la cama—¿Creías que me iban a dejar petrificado, zorra? —ignorando el aullido de dolor de la joven, retorció la muñeca para que el cabello no se le escurriera entre los dedos y tiró de él para subirla a la cama.

Hermione se revolvió como una furia. Era como si le estuvieran arrancando el cuero cabelludo de cuajo.

Si aún tuviera la varita…

Echó las manos hacia atrás e intentó arañarle los ojos, los brazos, lo que fuera, pero el mortífago se limitó a asestarle un brutal puñetazo en la sien.

Todo se volvió borroso.

Hubo un grito—no sabría decir de quién— lo suficientemente fuerte como para oírlo por encima del pitido de los oídos. Varias ráfagas iluminaron la habitación, tiñéndola de verde Imperdonable. Una de ellas claramente dio en el blanco, porque la mano que la tenía agarrada del pelo la soltó de repente y Hermione se cayó de bruces al suelo.

No voy a vomitar, se dijo a si misma, pero a su cuerpo no le había gustado ni el puñetazo ni el aterrizaje de cabeza, así que vomitó todo lo que había cenado. Las sienes le punzaban de una manera infernal. No le hacía falta ser médico para saber que tenía una conmoción y que no debería moverse, pero si no encontraba su varita, no saldría viva de allí.

Haciendo un esfuerzo sobrehumano, se incorporó sobre los codos y se deslizó hacia atrás, entre la cama y una mesilla caída. Su varita no podía estar muy lejos.

Otra ráfaga cegadora, más gritos.

Hermione cerró los ojos para no marearse e inspiró hondo. Comenzó a tantear bajo la cama en busca de la varita.

Pero no fue una varita lo que encontró, sino una mano que la agarró por la muñeca.

Hermione dejó escapar un grito que por suerte pasó desapercibido en el fragor de la batalla.

Granger —la mano tiró de ella—Rápido, ven.

La Gryffindor pestañeó, aturdida.

—¿Malfoy?

Quién si no —bufó este—Sígueme.

Hermione se dejó arrastrar a la oscuridad de debajo de la cama. Con el mareo tampoco tenía otra opción. No tenía ni energías para decirle que dejara de resoplar como si pesara una tonelada.

Con un gruñido, Draco consiguió arrastrarla hacia el otro lado de la cama y se detuvo, cuidando de que nadie le viera asomar la cabeza por debajo.

—¿Ves la puerta?

Hermione tragó con dificultad. Estaba a punto de perder el conocimiento.

—No.

Oyó a Draco maldecir entre dientes y luego decir:

—¿Crees que puedes sostenerte en pie con ayuda?

Hermione asintió débilmente. El destello de un hechizo iluminó el rostro del Slytherin durante un segundo.

—A la de tres, iremos hacia la puerta. Solo son un par de pasos, pero tenemos que ser muy rápidos. Después intentaré cerrar la puerta y tú…—se detuvo al darse cuenta de que la Gryffindor no estaba en condición de ir a ninguna parte sin él—Bueno, ya veremos luego. ¿Entendido? ¿Granger? Si me estás contestando telepáticamente, no funciona. Asiente con la cabeza. —Hermione gruñó—Eso es. Bien. —la sacó de debajo de la cama y le pasó un brazo bajo las axilas— Una, dos…¡TRES!

Hermione apenas si tuvo tiempo de aferrarse a él para no caerse cuando se abalanzaron hacia la puerta, que Draco acabó de abrir de una patada.

Pero no llegaron a cruzarla. Draco, concentrado en sostenerla, no vio por el espejo a uno de los mortífagos apuntarles con la varita.

Hermione gritó y se cubrió la cara instintivamente.

Lo último que oyó fue el estallido del espejo haciéndose añicos.


Lo primero que vio al abrir los ojos fue el rostro de Severus Snape, acuclillado a su lado.

Días después, cuando les contara a Harry y Ron lo ocurrido esa noche, admitiría que sí, que lo primero que había pensado al verle fue que se había quedado dormida en la clase de Pociones. Típico, resoplaría Ron.

Sin embargo, antes de empezar a disculparse, se dio cuenta de que no estaba sentada en su pupitre, sino tendida sobre el suelo, y de que a menos que la clase de pociones ahora estuviera en Malfoy Manor…

Malfoy.

De repente, recordó dónde estaba y la sobrecogió un terror indescriptible.

—Mmis padres—gimió, con los ojos abiertos de par en par y la voz estrangulada por el pánico. Sus manos frías se dispararon hacia delante y se cerraron en torno a la túnica del profesor, suplicantes—. Mis padres, por favor…

—Están bien—respondió Snape, soltándose. Al oír aquello, la compostura de Hermione se resquebrajó. El alivio y el cansancio afloraron en tal torrente de lágrimas que Snape, creyendo que quizá no le había entendido, se vio obligado a añadir: —Yo mismo los saqué de allí, y a su hermano también.

Hermione asintió, sollozando contra las palmas de las manos, hasta que procesó lo último y le lanzó una mirada cargada de extrañeza.

—¿Mi hermano? —preguntó, sorbiendo por la nariz.

—La casa quedó destruida en el incendio, pero no se preocupe; el Ministerio deshará el daño hecho.

—Pero si no tengo hermanos…—musitó, pero decidió dejarlo para otro momento. Había cosas más importantes—¿Dónde están mis padres?

—A salvo—respondió Snape, críptico. Hermione frunció el ceño e intentó incorporarse, pero él se lo impidió—Es preferible que no se mueva hasta que lleguen los medimagos.

Hermione le lanzó una mirada desafiante que en circunstancias normales jamás se habría atrevido a esgrimir contra un profesor y se incorporó con los codos.

—Tengo que verles—insistió, ignorando el hecho de que la habitación le daba vueltas —¿Dónde están?

Snape no se molestó en ocultar su irritación.

—Señorita Granger, quizá su juventud o la clásica arrogancia Gryffindor la hagan creer que está por encima de las conmociones cerebrales, pero le aseguro que no lograría dar dos pasos sin desmayarse. Sus padres y su hermano están a salvo en Grimmauld Place. Cuando los medimagos la examinen, podrá unirse a ellos, pero no antes.

Hermione suspiró.

—¿Cuándo llegarán los medimagos?

Snape hizo acopio de su última gota de paciencia.

—Cuando acaben con el señor Malfoy.

Hermione le miró, sobresaltada.

—¿Está bien?

—Todo lo bien que pueda estar alguien después de estallarle un espejo en la cara—respondió Snape sin acritud—. Vivirá, pero es posible que pier…—se interrumpió al ver a Narcissa Malfoy haciéndole una seña desde la puerta. —Discúlpeme—dijo, poniéndose en pie ante la mirada angustiada de Hermione—Ni se le ocurra moverse hasta que lleguen los medimagos.

—¡Espere!

Acabe la frase, quiso decirle. Pero Snape ya se había ido.

Haciendo caso omiso del atroz dolor de cabeza que sentía, se puso en pie lentamente.

Iba a encontrar a Malfoy aunque tuviera que buscarle a gatas.

El pasillo estaba a oscuras excepto por la luz que despedían dos habitaciones. El aire olía fuertemente a quemado y a algo dulzón y metálico que Hermione solo podía describir como óxido y manzanas podridas, un hedor que siempre había asociado a las Artes Oscuras. Las sienes empezaron a latirle como si alguien le hubiera hecho un torniquete en la frente.

Avanzó a tientas hacia una de las habitaciones, haciendo crujir fragmentos de vidrio y madera bajo sus zapatillas, y se detuvo ante la puerta, que estaba entreabierta. Del interior le llegaron varias voces, de las que solo reconoció a Snape y Narcissa, pero hablaban demasiado bajo para descifrar lo que decían. Un vistazo disimulado le confirmó que Draco no parecía estar allí, así que se dirigió de puntillas a la otra habitación.

Al entrar, Hermione sintió que se le caía el alma a los pies.

Draco yacía inconsciente sobre una alfombra frente a una chimenea vacía. Tenía parte de la cabeza y el ojo derecho vendados y le habían cortado la manga de la camisa hasta el hombro, revelando un brazo brutalmente mutilado. La sangre seca lucía casi negra contra la palidez de su piel.

Hermione se arrodilló junto a él, cabizbaja.

Tendido allí, sin su perpetua mueca socarrona, Malfoy parecía exactamente lo que era: un chico de diecisiete años.

Un chico que acababa de salvarle la vida.

Hermione tragó saliva y le rozó la mano.

—Muy bonito, propasarse con un hombre inconsciente.

Hermione se apartó a una velocidad que podría haber roto la barrera del sonido.

—No sabía que estabas despierto—balbuceó, arrepintiéndose de inmediato.

El ojo sano de Draco la estudió durante un segundo.

¿Qué ibas a hacer?

Buena pregunta.

—Darte las gracias por salvarme la vida—respondió con toda la naturalidad de la que fue capaz, como si no tuviera las orejas a cuatrocientos grados—. ¿Cómo…cómo te encuentras?

Se hizo un silencio sepulcral.

—¿Draco? —se inclinó hacia él para ver si seguía consciente.

—Dame un segundo, que me recupere—tosió—No sé qué es más raro: que me des las gracias, o que me preguntes cómo estoy. ¿Estamos teniendo una conversación normal? ¿Te encuentras bien tú?

Hermione no pudo evitar esbozar una pequeña sonrisa.

—Bueno, Snape cree que tengo una conmoción cerebral.

—Ah, misterio resuelto.

Hermione entrecerró los ojos.

—Te veo muy locuaz para estar tan maltrecho. Es más, me sorprende que no estés llorando hecho un ovillo, visto como tienes el brazo —no tuvo valor para mencionar el ojo—. ¿Es que no te duele?

Draco se miró el brazo y resopló.

—¿Llorar? ¿Por quién me tomas? Los Malfoy somos excepcionalmente viriles, Granger. Nuestra tolerancia al dolor es muy superior a la de una persona normal.

—Sí, y vuestra tolerancia a la morfina también—replicó ella. Quiso poner los ojos en blanco, pero la cabeza le dio una punzada asesina y solo logró a hacer una mueca —. ¿Cuánto te han dado?

Draco le sostuvo la mirada varios segundos antes de echarse a reír entre dientes.

—Muchísimo.

A pesar de las circunstancias, Hermione no pudo evitar reírse también. Sin embargo, un pensamiento amargo se filtró entre las rendijas.

No se lo han dicho, pensó. No le han dicho que podría perder un ojo. Si lo supiera, no habría suficiente morfina en este mundo para calmarle.

—No me extraña que sea ilegal— seguía Draco—Deberías probarlo. Invéntate que te duele algo.

—No hace falta— resopló ella—. Ya tengo la cabeza a punto de estallar, y siento como si me estuviera asfixiando.

Draco la miró de reojo.

—Eso no es por la conmoción. Es la casa.

—¿La casa?

—Hechizos de protección. Están por todo el perímetro—explicó él, describiendo un círculo con el dedo índice—Contra los sang…—le lanzó una mirada de soslayo—muggles.

—¿Ah, sí? Pues te alegrará saber que funcionan.

Era un chiste. Al menos, esa había sido su intención. Era la coreografía de siempre, tácitamente acordada: él decía algo horrible, y ella le señalaba lo horrible que era por decirlo.

Sin embargo, ninguno de los dos dijo nada durante lo que pareció una eternidad.

Hermione se humedeció los labios, como si el silencio hubiera alterado la composición atmosférica y no quedara ni una sola partícula de agua en el aire. O quizá era la pregunta que tenía atravesada en la garganta desde hacía días, sin atreverse a formularla.

Quizá era el momento de hacerlo. Tomó aire.

—¿Qué pasará cuando volv…

—Escuch…

Los dos se quedaron callados de nuevo.

—Adelante— dijo Draco.

—No, no, tú primero.

El Slytherin aceptó la oferta con la naturalidad de quien está acostumbrado a recibirla.

—Iba a decir que lo más fácil sería que todo siga como antes cuando volvamos, ¿no? Evidentemente, la gente sabrá que estuve en tu casa, y que hubo un ataque. Pero no tenemos por qué entrar en detalles.

Hermione pestañeó.

—Espera, espera. Cuando dices "como antes" ¿te refieres a que vas a seguir insultándome a mi y a mis amigos por los pasillos?

—No —concedió él tras una pausa —. A ti no. Potty y Weasel…no voy a prometer nada bajo los efectos de la morfina.

—Entonces… nos ignoramos el uno al otro —recapituló lentamente, sin acabar de creérselo. Al verle asentir con la cabeza, sintió que la garganta se le cerraba y que las palabras, gruesas y ásperas, apenas si cabían por ella—Tú por tu lado, y yo por el mío, como antes. Como si no hubiera pasado nada.

Nada: casi dos semanas de convivencia y un beso.

—Básicamente, sí.

—Perfecto—se oyó decir, como si hubiera dejado atrás su cuerpo—. Era justo lo que iba a proponer.

—Bueno, era la única opción. No es que podamos ser amigos precisamente.

Hermione jamás habría creído que oír sus propios pensamientos en boca de Draco Malfoy pudiera decepcionarla tanto.

Se aclaró la garganta y se obligó a sonreír con ironía.

—Pues no sé por qué, con la de recuerdos bonitos que tenemos.

Draco se rio por la nariz.

En ese momento, la puerta de la habitación se abrió de par en par y alguien encendió la luz.

—No voy a decir que me sorprenda su desobediencia, señorita Granger, porque eso y la absoluta falta de sentido común son las cualidades más emblemáticas de su casa—dijo Snape, apartándose para que entraran los medimagos.

La Gryffindor aceptó la ayuda de uno de ellos para ponerse en pie. Buscó la mirada de Draco antes de salir de la habitación, pero el enjambre de uniformes médicos se lo impidió.

—Estará bien—oyó decir a Snape, en una manifestación de empatía completamente impropia de él.

Hermione no respondió.


¿Qué decir cuando actualizas después de más de una década? Que odio este capítulo. Estoy harta de releerlo y reescribirlo. Ha pasado tanto tiempo que ni siquiera soy la misma persona que cuando lo empecé. Quería escribir algo apoteósico que justificara la espera, un capítulo digno de los mortífagos del título de este fic, pero nada de lo que escribía estaba a la altura de las expectativas, y así pasaron doce años. Al final, he decidido subirlo de una maldita vez, y seguir adelante. Si se me ocurre algo mejor, ya lo editaré retroctivamente. Si habéis llegado hasta aquí: gracias. Muchísimas gracias por vuestra paciencia después de tanto tiempo. Os prometo que vienen cosas mejores.