¡Volví!
Sí, ya sé que me tarde un poquito, pero, ¿Qué es medio año? Casi nada. XD
Realmente lamento la tardanza y agradezco un montón a todos los que estuvieron pendientes del fic, dándome palabras de ánimos y/o torturándome para que me diera prisa – Uds. Saben quien hizo que ^^ - Agradecimientos especiales van a; 1° Athen, quien estuvo al pie del cañón conmigo, casi desde el principio, y me ayudó como beta en este último capítulo. Honestamente, sin su ayuda no habría terminado este fic - ¡Te quiero muchísimo amiga! –; 2° Gatita Bonita quien me inspiró con sus charlas intrascendentes; y 3° Megu-Chan1 (ausente, pero no olvidada), pues de no ser por ella, habría renunciado a este fic después del tercer capítulo. Sus concejos y apreciaciones, hicieron que me mantuviera optimista y no me rindiera a pesar de tener muy pocos lectores en ese entonces.
Bueno, tres años después, presento el final de Buscando Felicidad. Ha sido un viaje placentero y algunas veces frustrante, pero al final, fructífero, pues me mostró que puedo ser creativa y lo más importante, me proveyó de lindísimas amistades.
Planeo escribir un epílogo, cortito, solamente para mostrar donde estarán los personajes unos cuantos años después – de hecho, ya está en marcha – pero no será relevante para la historia. Lo que quería decir ya está dicho y me siento satisfecha con el resultado.
Los aliento a que me dejen sus impresiones, ya sean favorables o no tan favorables. Y no olviden dejar su correo electrónico, pues disfruto responder en forma personalizada cada mensaje.
Una vez más ¡Gracias!
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Inuyasha es creación de Rumiko Takahashi
Capítulo 19, 2ª parte
Desenlaces
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La luz penetraba por los altos vitrales, iluminando eficazmente cada rincón del amplio salón, haciendo que la tarea de ocultarse fuera extremadamente difícil. Sin embargo, el pequeño grupo de combatientes supo arreglárselas con facilidad, situándose contra la pared de la puerta principal. Simplemente debían estar alertas de interceptar a cualquiera que entrara al lugar y así detenerlo antes de ser notados.
Ya había pasado largo rato desde su arribo al sitio y todo seguía exactamente igual que cuando llegaron: absoluto silencio y quietud.
Eso, por supuesto, sino se contara a Inuyasha, quién no podía permanecer en la misma posición por más de cinco minutos. No era su culpa en realidad. El piso de baldosas estaba muy frío y duro. Y el silencio era muy pesado. Sólo había una forma de describir la situación.
"Aburrido", musitó el muchacho por lo que pareciera la enésima vez. A su costado derecho, Kagome contuvo una risita.
"¿De qué te ríes?"
La princesa volvió sus azules ojos al muchacho y lo encontró mirándola seriamente. Manteniendo su tono de voz lo más bajo posible, replicó "No me estoy riendo".
"A mí me parece que sí" insistió el muchacho.
"No me es. . ." Kagome se detuvo a media frase. Habían pasado largas horas desde que ella y el ojidorado intercambiaran palabras, y ahora que finalmente lo volvían a hacer, parecían a punto de iniciar una de sus acostumbradas y ridículas discusiones. Aspirando profundamente para calmar los nervios que habían amenazado con alterarse, la chica prefirió cambiar el tema "¿Por qué estás aburrido? Esto que estamos haciendo es igual a cuando estás asechando una presa en el bosque, ¿no?".
"Esto no se parece en nada a ir de caza. Estamos metidos en un armario gigante. No se siente la brisa y no se perciben ruidos. Es aburrido".
Esta vez Kagome tuvo que reír. "Eres la única persona capaz de aburrirse en el preludio de una batalla".
El muchacho se encogió de hombros a la vez que buscaba con la mirada algo con qué distraerse. Pero la habitación no había cambiado en nada desde la última vez que había hecho inventario visual de todos los artículos en el lugar hacía diez minutos.
Kagome aprovechó la pausa para estudiar el perfil de su esposo. En ese momento, él lucía muy joven. Observar a Inuyasha era algo que sólo se permitía hacer cuando él le estaba dando lecciones de arco o de cómo realizar las tareas domésticas, por lo tanto, podía decir que nunca lo había visto bien. La primera vez que lo miró a la luz del día, el chico le había parecido una pobre imitación de Sesshoumaru, y ésa fue la imagen que le quedó grabada. Por mucho tiempo, cada vez que lo veía, sólo miraba al jovencito desaliñado con facciones exageradas que no tenía ni idea de cómo vestirse adecuadamente.
Pero claro, con el tiempo comenzó a notar pequeños detalles como el brillo de sus ojos, la seguridad en sus pasos, su sensibilidad. Y cuando lo descubrió enseñándole a los niños de la aldea a zambullirse desde la alta rama de un árbol - vistiendo nada más que sus calzones -, esa imagen desgarbada que guardaba su memoria quedó hecha trizas. Ella ya lo conocía bien. No perfectamente, pero lo bastante como para saber cómo manipularlo en ciertos aspectos. No que ella disfrutara de la manipulación, por supuesto, pero había ocasiones en que emplear ese arte era lo único que lo salvaba a él de sufrir una dolorosa muerte a manos de su esposa.
¿Cuánto tiempo había pasado desde que lo conociera? Sólo unos meses, pero en su percepción, parecían años. Y no malos años. Todo lo contrario, en realidad. ¿Cómo sería pasar todo ese tiempo junto a él? ¿Lograrían sobrevivir el uno al otro? Había muchas cosas que todavía no sabía de él ni él de ella.
Apenas notando que sus pensamientos estaban tomando un rumbo con el que no se sentía cómoda, Kagome se dispuso a desviar la mirada justo en el momento que Inuyasha volvía su rostro a ella.
"¿Qué tanto me miras?" A Kagome se le subieron los colores al rostro al verse descubierta y tartamudeó al tratar de responder. Inuyasha frunció el ceño. "Y ahora, ¿qué te pasa? Pareces pez fuera del agua con ese abrir y cerrar de boca".
La mortificación de la princesa estaba a punto de convertirse en disgusto, en especial porque Inuyasha parecía aún no haber terminado de reclamar. Aunque él ni siquiera entendía por qué estaba reclamando. Las últimas horas habían sido de lo más confusas. Primero, creyó que Kagome se había ido para siempre, luego pensó que, contra todo pronóstico, ella había vuelto junto él, simplemente para enterarse poco después que no era así. Y no había vuelto sola. El tipejo – nombre de pila asignado al príncipe – había venido pegado de las faldas de ella, demandando el derecho de 'proteger a su amada'. 'Arrogante, hijo de su desgraciada madre, espero que termine con las tripas de fuera', pensó alegremente el ojidorado.
Y la peor parte, ella se lo había permitido. Y mientras que cualquiera pensaría que el haber complotado junto al máximo traidor de Irasshai el derrocamiento de su familia sería suficiente razón para mandar a volar al miserable ése, Kagome parecía pensar diferente. Y ella que se vanagloriaba de ser la inteligente de la pareja. 'Mujer sentimental. No me extrañaría que se disculpara con cada soldado que hiriera con sus flechas. Si es que logra darle a alguien, por supuesto'.
Y ése era todo otro problema. ¿Qué tenía ella que estar haciendo en medio de una batalla? Como si no se metiera en suficientes problemas de por sí. 'Mujeres'.
Más molesto de lo que se debería sentir, el muchacho se dispuso a cambiar el rumbo de sus pensamientos cuando algo pequeño hizo colisión con un costado de su cabeza. "¿Qué demonios…?", bajó la mirada a su regazo, encontrándose con el proyectil. Entrecerró los ojos, mientras miraba a su izquierda.
"¿Tú me lanzaste esto?", reclamó, mostrando la diminuta roca que no sería capaz de lastimar ni a una hormiga.
A su lado, e inmediato a la puerta principal, su hermano lucía de lo más relajado mientras jugueteaba con unas piedrecillas que sostenía en una de las manos. Sesshoumaru lo miró con desgano y en lugar de responder a la pregunta, declaró: "Estás haciendo demasiado ruido".
Irritado, el menor quiso replicar. Sin embargo, se distrajo al observar la colección de piedras que su hermano había reunido "¿De dónde sacaste las piedras? No te vi recogerlas".
Sesshoumaru contuvo un suspiro de aburrimiento. Su hermano menor resultaba un verdadero dolor de cabeza en ocasiones. "Guarda silencio, Inuyasha".
"¿Pero quién te crees?".
Percibiendo que el mal humor de su esposo comenzaba a escalar, Kagome colocó una calmante mano sobre el brazo de él y en un tono que, ella esperaba, fuera conciliador, susurró: "Tal vez no deberíamos estar hablando".
Inuyasha volteó a verla con ojos encendidos. Kagome se preparó para lo que seguro sería un ruidoso reclamo, por lo que se sorprendió cuando su esposo simplemente suspiró antes de recostar su espalda sobre la pared.
"Como sea", murmuró el muchacho cruzándose de brazos.
Kagome se recostó a su vez, tratando con todas sus fuerzas de evitar sonreír condescendientemente. No fuera a ser que Inuyasha la descubriera y todo el asunto comenzara nuevamente.
Ya no tuvo que preocuparse de alterar a su esposo, pues en ese momento una de las enormes puertas se abrió para dar paso a un despistado soldado, quien no tuvo oportunidad de comprender qué ocurría, antes de que una filosa hoja le atravesara el corazón.
Jakotsu tuvo cuidado de no dejar caer el cuerpo, en tanto Houjo cerraba de nuevo la puerta. Kagome se llevó ambas manos a la boca para evitar lanzar un grito de horror. No importaba que no fuera la primera vez, ella jamás se acostumbraría a ver un hombre matando a otro, y menos si el victorioso pareciera disfrutar de esa actividad.
La sonrisa de satisfacción en el rostro de Jakotsu desapareció cuando Sesshoumaru le dirigió la palabra.
"Imbécil. ¿Tenías que matarlo tan rápido? Podría habernos dado información valiosa".
Despreocupándose de su víctima, Jakotsu dejó caer el cuerpo para poder colocar sus brazos en jarras "¡Yo no sé de qué te quejas si ya me conoces! ¡Me dejé llevar por el momento!".
Sesshoumaru se puso en pie, colocando su amenazante figura casi por sobre el otro campesino. "Te asigné una tarea específica. A menos que sea absolutamente necesario, déjanos lo demás al resto de nosotros".
Jakotsu dejó escapar un exagerado suspiro "Sí, sí. Lo que digas".
No hubo tiempo de continuar con la bizarra discusión, pues la puerta volvió a abrirse, y en lugar de uno, cuatro guardias hicieron su aparición, lanzando un grito de alarma que dejó al descubierto a los intrusos. Los soldados no duraron mucho tiempo, pero el daño ya estaba hecho.
Sesshoumaru salió al pasillo a tiempo para ver cómo dos guardias conducían a toda velocidad a una figura ataviada de rojo. El campesino maldijo para sus adentros, comprendiendo que Naraku no se confiaba ni aun dentro de sus dominios. El primer guardia había sido enviado como explorador.
No hubo tiempo para lamentarse el haber sido descubiertos, pues un buen número de soldados se abalanzó sobre ellos en ese momento. La confrontación dio inicio. Inuyasha se aseguró de mantener a raya a cualquiera que tratara de sobrepasarlo para llegar hasta Kagome, al igual que Houjo y su compañero de milicia mantenían a sus majestades fuera del alcance del enemigo.
Sin embargo, y pese a la emergencia, Jakotsu tuvo tiempo para preguntar: "Sesshy, ¿es ahora absolutamente necesario?".
Reservándose el pensamiento de que el chico de los cuchillos era un total demente, Sesshoumaru respondió: "Haz lo que tengas que hacer".
Tomando eso como el permiso que era, Jakotsu desenfundó sus cuchillos y en un giro que parecía más bien un complicado paso de baile, logró abrir camino para sus compañeros.
Adoptando su puesto de mando, Sesshoumaru guió a su grupo en la dirección que vio a Naraku desaparecer.
Por supuesto, el trabajo no iba a ser sencillo.
A lo largo del camino, decenas de soldados corpulentos les salieron al paso, pero ayudándose de una formación en flecha, con Kyo a la cabeza, pudieron superar a la mayoría de ellos con pocas dificultades. La exagerada fuerza del hermano de Sango, similar a la de un cañón, les proporcionaba una ventaja extra, y aunado a la destreza de los ojidorados colocados a cada costado, se volvían una pared impenetrable. La extensión de la formación estaba completada por Houjo y su camarada, seguidos de Kagome y su familia y siendo cerrada por Kouga y Jakotsu.
Después de superar a cuanto atacante se les apareciera llegaron a los jardines interiores de palacio, donde una formación conteniendo un número mayor de contrincantes los esperaba.
Vencer al enemigo en los pasillos había sido relativamente sencillo, pues el espacio reducido aumentaba la capacidad de la formación de ataque de los himeshinos, pero en campo abierto, esa ventaja se desmoronaba.
Instintivamente, Inuyasha atrajo a Kagome cerca de sí. "No te alejes de mi", susurró, "y si vas a usar ese arco, que sea a matar".
La princesa tragó grueso, pero aun así asintió con determinación. Ella sabía desde un inicio que tarde o temprano tendría que poner a prueba sus habilidades y valor. El momento había llegado. No había lugar para dudas.
Su padre, por su parte, estaba teniendo pensamientos similares. Después de veinte años de reinado, por primera vez, tendría que trabajar para ganarse su corona y estaba listo. Manteniendo a su esposa lo más cerca posible, se preparó para la confrontación. Viendo la diferencia de poderes, las probabilidades de que salieran vivos de la situación eran cercanas a cero, pero era el único camino que les quedaba.
Kouga también veía de cerca su última oportunidad. El príncipe había considerado quedarse atrás en el salón del trono. Pero entonces vio a Kagome correr tras de Inuyasha sin duda alguna, y maldiciendo, se forzó a ir tras de ella. No es que tuviese miedo de pelear. Poseyendo una velocidad superior a la del promedio, resultaba un contendiente digno para la mayoría de adversarios. Simplemente, arrojarse a una batalla como la actual le parecía un suicidio y él amaba la vida. Pero su amor por Kagome era superior. 'No puedo creer que vaya a morir de esta forma', pensó con ironía.
Mientras algunos lamentaban el fatal desenlace que les esperaba, otros estaban, por decirlo así, ansiosos.
Asegurándose de mantener a Kagome fuera de la mira, Inuyasha se decidió por hacer lo que mejor le salía: retar a sus oponentes: "¡A ver, animales! ¿Quién de ustedes va a ser el primero en morir?".
Su vecino más inmediato le asestó un coscorrón disimulado mientras musitaba: "¿Podrías tratar de no ser tan impaciente?".
"Kyo, déjalo en paz. ¡Se ve tan lindo cuando se excita!", chilló Jakotsu, dando palmaditas. Inuyasha tuvo que reprimir un escalofrío al oír tal comentario, pero no evitó hacer un gesto.
"¿Por qué estoy rodeado de idiotas?" Consultó Sesshoumaru al viento para inmediatamente enfocarse en el problema frente a él. La experiencia le había enseñado que las cosas raramente resultaban en la forma en que se planean, pero algunas contingencias resultaban peores que otras. '¿Cómo voy a sacar a esta gente con vida de aquí?'.
Largos segundos de tensión en los que ninguno de los contrincantes se decidió a asestar el primer golpe se vieron interrumpidos por una conmoción proveniente del otro lado de las paredes. Estando completamente enfocados en sus enemigos, lo repentino de los gritos provenientes de afuera ocasionó que la confusión hiciera presa de los soldados fieles a Naraku, situación que, una vez más, fue aprovechada por los himeshinos, dando inicio a un nuevo combate. Jirou y su familia fueron enviados a la retaguardia, siendo flanqueados con gran habilidad por Kouga y Jakotsu.
Kouga era un hombre fuerte y ágil, pero comparado con su forzado compañero de armas no parecía nada especial. Jakotsu era tan capaz que hizo pensar al príncipe que si las cosas fueran diferentes, y el joven campesino estuviera cuerdo, bien podría contratarlo como uno de sus guardias.
La figura del campesino, demasiado grácil para ser masculina, se movía entre los montones de adversarios. A pesar de su indudable habilidad, al estar en campo abierto, las posibilidades de ser sorprendido por la espalda se multiplicaban exponencialmente, como quedó demostrado en el momento que tres hombres de Naraku aprovecharon la situación, logrando, por un segundo, superar al muchacho, quien, gracias a su entrenamiento, pudo solventar su problema. Aunque apenas. Una mirada rápida le hizo ver al afeminado campesino que él no era el único que estaba teniendo dificultades. Demasiado dispersos como para poder depender de sus camaradas, los himeshinos tenían que esforzarse en sobremanera para poder prevalecer.
Cuando parecía que los campesinos iban a ser superados, varios hombres vinieron en su rescate de la nada. En un instante, las probabilidades se tornaron a favor de los chicos buenos y la pelea se transformó en una batalla sin cuartel. Por todas partes se veían hombres vestidos de citadinos, enfundando todo tipo de armas y atacando cuanto soldado se encontraran en su camino. Poco a poco, fue posible ir distinguiendo que debajo de las desgastadas capas, varios de los rescatistas vestían casacas rojas.
Kyo aprovechó un respiro para comentar a Houjo, quien permanecía cerca de él: "Parece que tu hombre logró hacer el trabajo".
"Así parece"", concedió el comandante, sintiendo gran alivio al ver, por primera vez, la posibilidad de una victoria delante de él.
Viendo que las cosas estaban bajo control en el patio interior, Sesshoumaru indicó a sus compañeros que era momento de avanzar hacia su verdadero objetivo.
Recorriendo varios pasillos, su único alivio era que la mayoría de los guardias protegiendo el palacio, estaban ocupados combatiendo a los intrusos, lo que les dejaba el campo abierto para avanzar. Lamentablemente, ni aún así lograron obtener los resultados deseados. Finalmente, después de una infructuosa búsqueda, Inuyasha se vio en la necesidad de preguntar: "¿Cómo demonios vamos a encontrar al maldito ese en este miserable lugar?".
"¿Podrías no llamar 'miserable' al hogar de mis padres?", renegó Kagome a su lado. Durante los últimos minutos, la pobre princesa había sido arrastrada de un lugar a otro por su esposo, mientras que éste peleaba, sin que esto evitara que con una mano, mantuviera prisionero el brazo derecho de la chica.
"¡Cierren la boca de una vez!" los regañó Sesshoumaru, pasando al lado de ellos. Aun con la ayuda traída por Takeru, superar por completo a los hombres de Naraku no sería posible. La única forma de asegurar la victoria sería derrocando al general. Pero para eso, primero tendrían que encontrarlo. '¿Quizá dejó el palacio?' pensó frenéticamente. "¡Los del castillo! ¿Cuáles son los lugares más apropiados para ocultarse?".
"Las torres mayores", respondió resuelto el segundo guardia de la reina. "Tienen puertas espesas, pero su acceso reducido es arma de doble filo. Cualquiera sería fácilmente arrinconado".
"No creo que Naraku sea tan estúpido como para escoger esconderse ahí", pensó en voz alta el líder, deteniéndose en el centro de una intersección. "No podemos seguir corriendo a ciegas. Estamos desperdiciando tiempo y energía".
Largos segundos de meditación siguieron a las palabras de Sesshoumaru, que fueron interrumpidos repentinamente por Inuyasha: "Hay calabozos debajo de nosotros, ¿no?". Todas las miradas se volvieron al joven que mantenía su rostro inclinado en una pose especulativa. Ante la respuesta positiva de parte del rey, el chico lanzó otra pregunta: "¿Están en uso?".
Antes de que la segunda respuesta fuera pronunciada, Sesshoumaru alzó una ceja a la vez que decía: "Hermano, a veces me sorprendes".
Ante la falta de expresión facial de parte de su hermano mayor, Inuyasha entornó los ojos. "Se te nota", dijo en tono sarcástico, para preguntar exasperado una vez más: "Bueno, ¿están en uso, sí o no?".
Nadie parecía comprender de qué hablaban los hermanos, y así lo hizo notar Houjo al responder vacilante: "No. Cuando se construyó la cárcel dejaron de usarse. ¿Por qué pregunta?".
Entonces, Sesshoumaru tomó el control de la conversación: "El calabozo tiene habilitadas las rejas acostumbradas para dejar pasar luz y aire, ¿no es así?".
Aún sin entender, Houjo le siguió la corriente, asintiendo. "Dan hacia el patio principal. Ésa fue la razón primordial para colocar la cárcel fuera del castillo. Los ruidos producidos por los presos perturbaban a los visitantes".
"El patio principal sólo está a unos pasos de la salida", consideró el líder.
"¿Crees que lo perdimos?", consultó Kyo, rascándose la cabeza.
"¡Tanto esfuerzo para nada!", rezongó Jakotsu, cruzándose de brazos.
"No creo que sea así", habló calmadamente Sesshoumaru. "Al dejar el castillo, estaría renunciando al trono. Y a menos que cuente con un ejército de reserva afuera de la ciudad dispuesto a tomar el castillo en su nombre, él no podría regresar".
"Entonces sí está ahí abajo", habló con algo de entusiasmo Jakotsu, señalando el piso.
"Es mi suposición-"
"¡Es mí suposición!", estalló Inuyasha.
"- los calabozos le podrían proporcionar un escondite seguro y los respiraderos pueden convertirse en una rápida vía de escape", continuó Sesshoumaru sin molestarse con rebatir el quejido de su hermano.
"¡Tal como yo lo pensé!", insistió de nuevo el esposo de Kagome, siendo vilmente ignorado. Al verlo cruzar los brazos irritado, la princesa trató de consolarlo en silencio dándole unas palmaditas en el hombro. Su recompensa fue la sombra de una sonrisa que la hizo sonrojarse.
Sin embargo, cualquiera que pudiese haber sido el ambiente entre la joven pareja se vio rudamente terminado por la chillona voz de Jakotsu: "¿Pues qué esperamos? ¡Vamos por ese usurpa-coronas!".Nada como una dosis de Jakotsu para volver a la realidad.
La casi-sonrisa se borró por completo del rostro de Inuyasha, dando paso a una mueca de verdadero disgusto: "En algún momento tendrás que explicarme por qué lo trajiste", demandó a su hermano mayor.
"Es que Sesshy comienza a apreciarme", propuso animadamente Jakotsu con ojos soñadores.
Un silencio incómodo se apoderó de todos.
"Vamos de una vez", masculló Sesshoumaru.
Mientras tanto, Kagome agradecía en silencio, ya que la oportuna intervención de Jakotsu le permitió el tiempo suficiente para reponerse de la impresión que Inuyasha le produjo. '¡Perfecta hora para que sus sonrisas me causen hormigueo en el estómago!', pensó con irritación la princesa.
En poco tiempo llegaron a la solitaria puerta que daba paso a los calabozos. Antes de entrar a la relativa oscuridad, el comandante Houjo intentó sugerir que la familia real se quedara afuera, protegida por dos hombres.
El amable hombre no había terminado de hablar cuando Inuyasha ya había comenzado el descenso por la escalinata con Kagome firmemente sujeta a su lado. El comandante tuvo que olvidarse de sus protestas cuando Jirou le informó que no pensaba quedarse atrás por ninguna razón, siendo secundado por su esposa. Tratando de no mostrar su inconformidad, el fiel soldado indicó a sus majestades que bajaran con cuidado después de él.
Con Sesshoumaru a la cabeza y Jakotsu en la retaguardia, comenzaron un lento descenso con los oídos alerta a cualquier ruido. Los calabozos construidos en el sótano del castillo parecían más un mausoleo dividido en varias cámaras; cada una sin puertas, diminuta, húmeda y sucia.
Alcanzando el final de las escaleras, Sesshoumaru hizo señas a sus compañeros para que se separaran en dos grupos e iniciaran la búsqueda. Sigilosamente, como acechando una presa, los dos grupos se movieron en direcciones opuestas.
A pesar del largo viaje desde la aldea y la falta de sueño, el cansancio acumulado de los días anteriores y las dificultades afrontadas desde su llegada a palacio, la mayoría de los combatientes mantenía alto su nivel de energía. Las excepciones tendrían que ser, por supuesto, los miembros de la familia real. Kagome no estaba tan mal, después de todo, había pasado cerca de cinco meses persiguiendo a Inuyasha de una forma u otra. Pero sus padres eran una historia completamente diferente.
Jirou trataba de ofrecer una apariencia serena, pero el sudor que empapaba su frente no tenía nada que ver con lo cálido de la tarde, y su respiración resultaba forzada. Houjo mantenía su vigilante mirada sobre él, sabiendo bien que su rey estaba lejos de poseer la condición física necesaria para soportar tanto trabajo. Pero el buen comandante estaba mucho más preocupado por su reina. La dama había comenzado a arrastrar los pies hacía rato y su aspecto era terrible.
Hiromi sentía las plantas de sus pies ardiendo como si caminara sobre brazas, la cabeza le palpitaba como si estuviera a punto de explotar y el aire le faltaba. No entendía cómo había sido tan pretensiosa en pensar que podría estar a la altura de la situación. Su arrepentimiento había comenzado a mitad del viaje. La velocidad con que habían viajado había sido, por mucho, superior a lo que ella podía soportar y sólo había sido el inicio de una tortuosa aventura.
La simple tarea de hacerse a un lado para no estorbar las acciones de los valientes hombres que los acompañaban requería más esfuerzo del que cualquiera pudiera adivinar.
Pero no iba a quejarse. Ya había llegado hasta donde estaba y, siempre y cuando su débil cuerpo lo permitiera, no se iba a echar para atrás.
La parte del equipo con el que ella se encontraba incluía, por supuesto, a su esposo y sus guardias, pero además estaban con ellos Sesshoumaru y Kyo. El ojidorado no estaba muy a gusto con la idea de que Kouga hubiese permanecido en el otro grupo, pero tendría que confiar en la eficacia de Jakotsu para controlar al príncipe si éste intentara algo, además que Inuyasha era muy capaz por sí mismo.
Anduvieron por varios minutos sin que se presentara nada sospechoso. La distribución de las cámaras volvía más complicada su exploración. Parecían más una versión acortada de los pasajes ocultos del castillo. Un débil sonido proveniente de la cámara situada al final del pasillo que recorrían puso en alerta a los hombres. Sigilosamente, tres de ellos avanzaron, dejando al matrimonio un poco atrás, protegido por Houjo.
Los tres hombres recorrieron la corta distancia, armas listas y preparados para lo que fuera, cuando un grito sonó a espaldas de ellos. Comprendiendo que era una trampa se apresuraron a volver sobre sus pasos, pero ya era tarde. Faltándoles unos metros para reunirse nuevamente con las tres personas dejadas atrás, notaron una escena preocupante: El comandante Houjo apenas parado, se mantenía recargado en una pared, su túnica goteando sangre. El rey, por su parte, estaba utilizando dos espadas, tratando desesperadamente de repeler los ataques de tres enemigos. Sesshoumaru y compañía no tuvieron tiempo de registrar en sus mentes el extraño cambio de roles, la ironía de que en ese momento era el rey quien protegía a su guarda, pues cinco traidores más hicieron su aparición, imposibilitándoles el ir en rescate de su majestad y del comandante.
El rey ponía su máximo esfuerzo para salvaguardar tanto su vida como la del comandante, quien había recibido dos profundas heridas en la espalda cuando los traidores los atacaron por sorpresa. Lamentablemente, Jirou no tenía ninguna esperanza de triunfar en su cometido. Con un rápido movimiento, uno de sus adversarios le clavó su espada en una de las piernas, tirándolo al suelo, mientras que otro se preparaba para dar el golpe final. Cuando Jirou vio el filo de la espada levantarse por sobre su cabeza, se llevó los brazos a la cara en un fútil intento de protegerse y esperó su último momento.
Pero éste nunca llegó.
En su lugar, una flecha silbó cerca de la cabeza del hombre que enfilaba la espada sobre el pecho del rey, distrayéndolo. Un segundo después, el resto del grupo que se había separado se abalanzó sobre el enemigo, salvando milagrosamente la vida de Jirou.
El monarca sólo alcanzaba a oír el fuerte sonido de su corazón bombeando sangre en sus oídos, aunque con todo, le pareció escuchar que alguien decía: ¿No te digo? Tú no le pegarías al blanco aunque midiera veinte metros. No tuvo tiempo de identificar la voz, sin embargo, porque inmediatamente, sintió los brazos de su hija rodeándolo.
"¡Papá! ¿Estás bien?".
Jirou dejó escapar un gemido cuando sintió uno de los extremos del arco que Kagome llevaba en las manos presionándole el hombro. Los ojos del adolorido hombre se abrieron enormemente cuando sumó dos más dos y entendió lo que había ocurrido.
"Kagome, ¿tú lanzaste esa flecha?".
La princesa bajó la mirada, avergonzada. "Mi puntería es terrible", se disculpó.
"Hija, me salvaste la vida".
La joven se sonrojó ante el cumplido, especialmente porque la voz de su padre sonaba totalmente reverente. Nunca en su vida Kagome creyó que vería el día en que oiría a su padre refiriéndose a ella con orgullo.
"Estás sangrando mucho", habló la princesa con voz temblorosa, mirando con horror cómo la herida en la pierna de su padre emanaba sangre sin parar.
Zafándose el cinto, el rey procedió a realizar un torniquete improvisado en su pierna, a la vez que decía: "Olvídate de mí. No hay tiempo que perder".
La forma en que su padre dijo esas palabras alertó a Kagome. Inmediatamente, la princesa miró hacia todos lados. A su alrededor, yacían una docena de traidores muertos, Kyo se limpiaba la sangre de una herida recibida en el cuello y los ojidorados inspeccionaban la extensión del daño en el cuerpo del comandante.
Kagome contuvo el impulso de ir a ayudar a Houjo, pues un escalofrío le recorrió el cuerpo al darse cuenta de una omisión. "¿Dónde está mamá?", susurró temerosa.
Sus peores miedos fueron confirmados.
"Él se la llevó".
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Minutos más tarde, Kagome terminaba de vendar las terribles heridas del comandante Houjo, ayudándose de trozos de tela extraídos de su falda interior. "Esto es lo mejor que puedo hacer, por ahora", declaró la princesa con un dejo de tristeza en la voz. Habiendo perdido mucha sangre, el joven soldado mantenía la conciencia con dificultad, y el pronóstico no era nada bueno.
Ella sabía que las probabilidades de perder a alguien durante la pelea eran grandes, pero saberlo no le facilitaba aceptarlo. Tomó la fría mano del comandante entre las suyas y la apretó, dejando caer algunas lágrimas.
"¿Terminaste?", habló de repente Inuyasha, sobresaltándola un poco.
La princesa alzó la mirada, topándose con los preocupados ojos de Inuyasha. Ella no entendía por qué los hombres todavía estaban ahí y no buscando a su madre, aun así, dócilmente se hizo a un lado cuando tres de ellos procedieron a mover al comandante Houjo a la última cámara, donde su padre ya había sido ayudado a llegar.
Después de acomodar al herido lo mejor posible, Inuyasha regresó al lado de Kagome. "Recoge tu arma, debemos irnos".
"No quiero estorbarlos", susurró la princesa, sentándose al lado de su padre. "Me quedaré cuidando de papá y del comandante. Tú trae a mi madre de regreso, por favor".
"No voy a dejarte aquí sin protección", replicó el muchacho, hablando seriamente.
Kagome volvió a declinar la propuesta, pues, según su punto de vista, ella no podría contribuir en nada para ayudar a su madre. Prueba de ello era su falta de tino al querer proteger a su padre. Inuyasha, por su parte, no estaba dispuesto a aceptar la solución propuesta por ella.
"Yo me quedaré a protegerte, Kagome", terció oportunamente Kouga, acercándose a Kagome y mirándola con ojos cálidos. Un segundo después, sin dejar de mirar a la princesa, dirigió sus palabras a Inuyasha. "Tú ve a cumplir las indicaciones de la princesa".
Censurando sus pensamientos, Inuyasha le habló a Kagome mientras se dirigía a la salida. "No voy a dejarte, así que date prisa".
Los ojos de la princesa siguieron a su esposo hasta que éste salió de la cámara, para luego volverse hacia su pretendiente, que la miraba expectante. "Pero. . ." fue lo único que logró articular.
Afortunadamente para ella, su padre llegó al rescate. "Es mejor que vayas con él, hija. Nosotros nos atrincheraremos aquí, y puede volverse peligroso si alguno de nuestros enemigos nos encuentra. En nuestro estado, no podremos protegerte".
Antes de que Kouga pudiera repetir su promesa de protección, el rey se dirigió a él. "En cuanto a usted, señor, demando que resarza a nuestra familia por su falta y ayude a salvar la vida de mi esposa."
Ante tales palabras, el príncipe se quedó sin saber que decir, aunque a Kagome todavía le quedaban un par de objeciones: "¡Papá, no podemos dejarlos a ustedes dos solos! ¡El comandante Houjo está muy mal y aún no me has dejado ver tu pierna!".
Haciendo un esfuerzo por no demostrar cuánto dolor le producía la mencionada herida, Jirou tomó el rostro de su hija entre sus manos y en forma solemne habló: "Kagome, es la vida de tu madre la que debemos salvar".
La princesa contuvo las lágrimas, así como las palabras que le gustaría haber dicho. '¿Por qué tenías que esperar a un momento como éste para actuar como el padre que siempre quise tener…?'
Con un nudo en la garganta, Kagome se despidió de su padre con un abrazo, rogando que no fuera para siempre.
Ya estando una vez más en los pasillos, y no teniendo idea de por dónde comenzar la búsqueda, Sesshoumaru tuvo que tomar una rápida decisión, basado en las probabilidades. "Ahora que tiene a la reina no necesita quedarse en palacio. Debemos ir afuera".
"Genial. El trasero todavía me duele por la cabalgata de la mañana".
Inuyasha, descubrió casi instantáneamente que no había hablado tan bajo como creía cuando Jakotsu muy amablemente ofreció: "¿Necesitas un masaje?".
Tratando de no mostrar el horror que sentía, el ojidorado se alejó lo más que pudo del extraño muchacho y demandó a su hermano: "¡Sesshoumaru! ¡Terminemos con esto de una buena vez!".
"Tú eres el que está perdiendo el tiempo", declaró el mayor en forma indiferente mientras parecía llegar a una conclusión: "Tú, soldado, ¿por dónde es la salida más cercana?".
El bien entrenado soldado no tardó en dar su respuesta: "Por el camino a la izquierda salimos al patio principal, si vamos al sur llegamos a los jardines exteriores. Ambas salidas están a la misma distancia".
"No hay remedio, tendremos que separarnos", dijo el líder sombríamente. "Kyo y el príncipe, vengan conmigo al patio principal. Los demás vayan hacia los jardines".
"Ya pasó mucho tiempo. Si iba a escapar del castillo ya debe estar lejos", habló Kouga, haciendo un esfuerzo por tragarse su objeción de ser separado de Kagome. "¿De dónde sacaremos los caballos para seguirlo?".
"El caso es que no sabemos si salió del castillo. Eso es lo primero que debemos determinar. Y será mejor que nos movamos de aquí. Por los ruidos, diría que la pelea se ha movido dentro del palacio. No podemos arriesgarnos a quedar atrapados en medio de la batalla".
Momentos después, el grupo se había separado en dos una vez más, yendo en direcciones totalmente opuestas.
Kouga no pudo hacer más que ver la espalda de Kagome alejándose sin mirar atrás. Y de alguna forma, fue como si la esperanza se marchara con ella. Tratando de ahogar la tristeza que a cada segundo crecía más, el príncipe siguió a los otros en silencio.
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Entre tanto, en un indeterminado pasillo, Hiromi era llevada del brazo por uno de los guardias de Naraku, quien junto a media docena de hombres seguía el paso rápido de su amo sin vacilar. El general lucía regio en su atavío color escarlata, y la mueca de furia que adornaba su apuesto semblante le daba un aire peligroso. La reina nunca lo había visto de esa forma y no podía negar que resultaba atemorizante. Naraku era posiblemente la persona más oscura que ella conociera, pero eso no significaba que se iba a dejar llevar sin oponer resistencia.
"Naraku, su pequeña rebelión ha llegado a su fin. Déjeme ir y ahórrese más problemas".
Siguiendo su camino como si nada, el general no respondió de inmediato, haciendo creer a Hiromi que la iba a ignorar, pero cuando lo hizo, su voz sonaba calmada, casi fría: "Señora, esto está lejos de terminar".
"¿No vio a todos esos hombres que irrumpieron en palacio para derrotar a sus seguidores? El castillo está lleno de ellos ahora".
"Sólo son números, señora. Puedo darme el lujo de perder unos cuantos peones, ya que yo tengo a la reina".
"No será por mucho tiempo. Pronto vendrán a rescatarme y usted recibirá el merecido castigo por sus crímenes".
Una risa sardónica precedió a las siguientes palabras: "Yo no he cometido ningún crimen. Todo lo que he hecho ha sido pensando en el bien de la nación".
"¡El único bien que le importa es el suyo! Todas las cosas que ha hecho son propias de un sádico. Alguien como usted nunca debió recibir una posición de poder. ¡No es más que un animal que debe ser enjaulado!".
En un instante, el general detuvo el pasó y dio media vuelta, casi causando que chocaran contra él los que iban detrás: "¡Se llevan a mi esposa sin mi consentimiento y todavía tienen el descaro de recriminarme!"
La furia expresada por Naraku ocasionó que Hiromi diera un brinco involuntario debido al susto. Al parecer, algunas de sus palabras habían hecho mella en el traidor, pero él no era el único que estaba enojado: "¡Está loco! ¡Casi mata a mi hija!"
"¿Por qué habría de querer matar a la madre de mi hijo?", consultó casualmente el general, resumiendo el camino. La ira que había mostrado segundos antes se había esfumado en un cambio digno de una persona bipolar. "En cuanto esto termine, voy a traerla a casa, donde puedo mantenerla segura".
"Realmente está loco" musitó la reina, sin entender cómo el humor de Naraku podía transformarse tan rápido.
Naraku seguía en frente de ella, por lo que verle la cara resultaba imposible, sin embargo Hiromi supo que sonreía al hablar. "No, señora. Solamente soy previsor. Todo esto ha sido para asegurar mi heredad. Por mis hijos".
"¿Envenena a la madre por el bien de los hijos?", preguntó sardónicamente la reina.
"Kikyo no corría peligro. Yo sólo necesitaba una forma de mantenerla tranquila. Usted comprenderá, las mujeres entrometidas deben mantenerse a raya". Esta vez, Hiromi sí vio su sonrisa, pues Naraku giró la cabeza sólo para mostrarla. El nivel de prepotencia mostrado por el general era algo que ella nunca había visto.
La impotencia y la ira la llenaron por dentro y con todo el rencor que podía mostrar, declaró con firmeza: "Usted nunca volverá a ver a mi hija. Eso, se lo juro".
"Señora, ¿nunca le dijeron que no debe jurar en vano?". La burla del general se vio acortada cuando uno de sus hombres señaló que ya llegaban a su lugar de destino: "Su Majestad, me alegra que sus vestidos sean de viaje. Nos facilita mucho las cosas".
Hiromi se guardó su comentario, limitándose a esperar porque sus aliados llegaran pronto.
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Kagome corría a toda la velocidad que sus piernas le permitían, a penas siguiéndole el paso a Inuyasha. Un sentimiento de ansiedad crecía y crecía en su interior, tal como los ruidos de pelea a su alrededor. Daba la impresión de que habían hombres luchando en todas las direcciones: arriba, abajo, a los lados. Pero no podían detenerse. Independientemente de que esa fuera la ruta tomada por el traidor, su trabajo era confirmarlo.
Inuyasha también compartía la ansiedad. Sea como fuere, si quedaban atrapados en el fuego cruzado, proteger a Kagome no sería sencillo, y para el ojidorado, ésa era su prioridad. En más de una ocasión, quiso detenerse para preguntarle si estaba bien, si no necesitaba descansar. No habían comido nada desde la mañana y apenas si habían bebido agua y ella no estaba acostumbrada a tantos trabajos. Si hubiese dependido de él, ella estaría refugiada en las cuevas junto a sus hermanas. Pero, en cierta forma, resultaba reconfortante tenerla cerca. Al menos así sabía en dónde estaba y si estaba bien o no.
Pero esas eran cosas demasiado confusas para estarlas pensando en ese particular momento. Debía enfocarse: primero la pelea por la corona y después la pelea por ella. Y pensar que esa misma mañana él había decidido olvidarse de todo hasta que Miroku lo obligó a escuchar. '¿Quién iba a decir que uno de los consejos del pervertido se me grabaría tanto?'.
Ya estaban llegando a la salida cuando más señales de trifulca llegaron a sus oídos. Todo indicaba que la batalla ya había alcanzado los jardines exteriores.
"Si Naraku tomó este camino, ya debió haber sido capturado, ¿no?" Preguntó Kagome, entre esperanzada y temerosa. Después de todo, su madre podría estar en el medio de todo, herida.
"Nuestra tarea es averiguar si salieron por aquí o no", respondió con toda seriedad Inuyasha. "Quédate cerca", indicó a la princesa y con precaución se aproximó a las puertas que estaban abiertas de par en par. Tal como lo habían previsto, un numeroso grupo de hombres se encontraban envueltos en una sangrienta batalla. Siendo un lugar muy peligroso para permanecer, el muchacho estuvo a punto de indicar la retirada cuando un destello de color captó su atención.
Al otro lado del jardín se encontraba Naraku, resguardándose de la pelea entre los matorrales y reteniendo a la reina a su lado. Había algunos caballos esparcidos por el jardín, unos encabritados por el barullo rodeándolos, pero otros, aquellos que estaban entrenados para el combate, se mantenían al margen.
No habiendo más que hacer, y luego de ordenarle a Kagome que se quedara oculta debajo de una escalinata cercana a la puerta por donde habían salido, Inuyasha guió a sus hombres al campo de batalla. Su objetivo era atravesar el enorme jardín y llegar hasta Naraku, pero los soldados peleando en el lugar no les iban a facilitar la tarea y de inmediato los tres hombres se vieron envueltos en la acción.
Aprovechando que en la confusión todos se habían olvidado de él, Naraku tomó el caballo más cercano, en una muestra de gran fuerza, subió a la reina sobre el lomo del animal y el montó inmediatamente después. Rodeando el área de combate, se dio a la fuga.
Kagome, quien no había perdido de vista al general ni por un momento, salió de su escondite, esquivando a los luchadores lo mejor que podía hasta alcanzar a Inuyasha y darle el aviso. El muchacho se puso en movimiento de inmediato, no sin antes hacerle ver a la princesa cuán peligroso había sido que ella saliera a campo abierto, aunque claro, en su muy no-tan-sutil lenguaje.
La chica aceptó el regaño sin protestar, pues era más importante que su esposo devolviera su atención a la misión por cumplir. Asegurándose de no soltar la mano que Inuyasha le había tendido, Kagome lo siguió, descubriendo que era más fácil atravesar el campo de batalla teniendo a su esposo como escudo humano. De alguna forma, el muchacho parecía más hábil al tener que cuidar de la princesa, pues en poco tiempo, lograron salir del campo de batalla.
El joven ubicó un caballo, montó primero y luego ayudó a Kagome a subir detrás de él. "Sujétate bien", fue lo único que dijo antes de iniciar la persecución.
Atravesando atrios y saltando bardas, Inuyasha fustigaba al animal lo máximo posible, pero Naraku ya había traspasado las puertas del castillo, y cabalgaba casi sin estorbo hacia el exterior de la ciudad. Sin embargo, el rastro que el general dejaba era fácil de seguir y cuando por fin pudieron visualizarlos, ya estaban cabalgando en campo abierto.
La persecución continuó por largos minutos y aunque la distancia entre los jinetes no parecía acortarse, tampoco se agrandaba. Sin embargo, eso no significaba consuelo alguno. "No podemos seguir así. Sin refuerzos, depende de nosotros detener al traidor y recuperar a la reina. Debe haber una forma de detenerlo".
Pero no había forma. Para detenerlo, primero debía alcanzarlo y. . . una idea vino a su mente. Girando la cabeza sólo lo necesario, gritó por sobre su hombro: "Kagome, tendrás que dispararle".
La princesa, quien hasta ese momento había mantenido su rostro enterrado en el cabello del muchacho – por protección del viento, claro está – creyó haber oído mal. "¿Qué dijiste?", preguntó en voz alta, para que él pudiera escucharla.
"Tienes que dispararle con tu arco", repitió Inuyasha.
"¡No puedo!".
"Tienes que poder", insistió él.
"Aun cuando mi puntería fuera aceptable, mi mamá está con él. Podría herirla".
Inuyasha apretó los dientes. Sabía que estaba pidiendo demasiado, pero debían actuar cuanto antes. Exhalando fuertemente, volvió su rostro por sobre su hombre y en tono severo, explicó: "Kagome, este caballo no resistirá mucho más. Debemos detenerlo ahora. Puedes hacerlo. Lo sé".
La fe expresada en las últimas palabras resultaba palpable y Kagome se vio desarmada de sus objeciones. Con una confianza que no sentía, declaró. "Necesitaré que nos detengamos".
Estudiando el terreno delante de ellos, Inuyasha encontró una alternativa: "Sé desde donde tendrás la ventaja".
Mientras Naraku procuraba mantener su rumbo sobre suelo estable, Inuyasha guió su caballo hacia un escarpado más adelante, logrando altura suficiente sin perder de vista al traidor. Desmontando a toda prisa, ayudó a Kagome a ponerse en posición.
Con manos temblorosas, la princesa preparó su arco, haciendo los cálculos necesarios, pero el temor no la había dejado aún. Frustrada, bajó el arco. "La distancia es demasiada".
Tratando de ignorar las lágrimas que comenzaban a aparecer en los ojos de su esposa, el muchacho insistió: "Y sólo aumentará mientras tú sigues pensándolo".
"Tú hazlo", suplicó ella, luchando por no llorar.
"No puedo".
"Pero tú me enseñaste"
Inuyasha se llevó una mano a la cabeza, en un intento por mantener la calma. Cada vez que veía lágrimas, su cerebro colapsaba. "Conozco toda la teoría para disparar una flecha, pero nunca logré hacerlo bien. Combate a distancia no es lo mío", habló él a forma de disculpa. Y era cierto. Él podía usar espadas y lanzas - ésta última su arma para cazar – pero nunca había logrado disparar efectivamente una flecha. Meditando al respecto, se sentía mal de haberse burlado tanto de la joven cuando ésta estaba aprendiendo. Pero no era el momento para gastarlo pensando. Con un suspiro, él suplicó a su vez.
"Kagome, se está alejando".
Volviendo su vista al blanco en movimiento, Kagome se enjugó las lágrimas y diciendo una oración silenciosa, volvió a calcular y dejó volar su proyectil. 'Por favor, da en el blanco…'
Con el corazón pendiendo de un hilo, la pareja observó como la grácil flecha partía el aire, viajando a gran velocidad y distancia hasta detenerse sobre lo que parecía el punto deseado.
"¿Le di?", consultó Kagome, sintiendo que se desmayaba. A simple vista, ella había acertado, pero la pregunta era, ¿a qué? Su madre iba prisionera de Naraku. No había garantías de que ella hubiese resultado ilesa, y además, el caballo seguía su marcha.
"¡Vamos, de prisa!", llamó Inuyasha, montando de nuevo.
Los siguientes momentos fueron una tortura gigante para la princesa, quien contenía la respiración no queriendo pensar que podría ser su madre la herida en lugar del traidor. Avanzaron un largo tramo hasta que por fin avistaron al otro caballo. El animal se movía a paso de trote, lo que avivó la esperanza en los dos jóvenes.
Antes de que el otro caballo se detuviera por completo, un cuerpo cayó del lomo del animal, para reincorporarse momentos después con dificultad. Inuyasha apenas tuvo tiempo de detener al suyo cuando Kagome ya había bajado y corría hacia la persona que cojeaba al caminar.
"¡Mamá!".
La reina, con cortaduras y raspones producidos cuando se arrojó de la montura al suelo, rompió en llanto al ser envuelta en los brazos de su hija.
Inuyasha las pasó de largo, dando alcance al otro animal que llevaba desplomado sobre sus lomos a Naraku. A primera vista fue obvio, para molestia del ojidorado, que el tipo aún vivía. Olvidándose de todo sentido de compasión, el muchacho tiró de la capa del traidor, arrojándolo al suelo y provocando que la flecha enterrada en su hombro le produjera mucho más dolor.
Tumbado sobre el suelo rocoso, Naraku apenas logró abrir los ojos, encontrándose con la mirada burlona del hombre que estuvo a punto de ejecutar: "Hola, ¿me recuerdas?", saludó Inuyasha con demasiada alegría. Sus brillantes ojos dorados se posaron sobre la punta de la flecha que sobresalía por el frente de la capa del general, la cual había adoptado un tono más profundo, gracias a la sangre derramada. Fingiendo preocupación, el chico continuó hablando: "Mira, tienes algo en el hombro, ¿te lo quito?". Naraku gritó aún antes de que la mano del muchacho se posara sobre la punta de la saeta.
"Inuyasha, creo que es suficiente", reprendió pacíficamente la princesa, llegando al lado de su esposo. Miró con desdén al traidor por un segundo para luego volver su angelical sonrisa a su esposo. "Dejemos que mamá y papá decidan qué hacer con él".
Inuyasha consideró las palabras de la princesa por un momento, luego se encogió de hombros diciendo: "Está bien", y lanzando un puñetazo, dejó inconsciente al traidor. "Apenas comenzaba a divertirme", se quejó.
Kagome volvió a sonreír, sintiéndose repentinamente feliz. Su madre estaba a salvo finalmente y ni ella ni Inuyasha habían sufrido daño alguno. Pero la felicidad sólo le duró hasta que recordó que su padre estaba herido, Houjo posiblemente muerto y el resto de sus amigos y vecinos seguramente aún batallaban en palacio y quizá en la aldea. Con determinación renovada, habló "Debemos llevar a Naraku a palacio para terminar con todo esto de una vez".
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Luego de detener a todos los traidores que quedaran con vida, la guardia de la reina liberó a los sirvientes que habían sido encerrados en las torres. Entre los prisioneros se encontraba el doctor Aoi, quién demandó desde el primer momento de su liberación que lo dejaran encargarse del castigo de su hijo Sui. Después de que terminara con él, el anciano estaba seguro de que el joven médico nunca más volvería, ni siquiera, a alzarle la voz a nadie.
Inmediatamente, el médico fue llevado con los heridos más importantes. Detallando órdenes para que todos los que estuvieran relativamente bien le ayudaran como enfermeros curando a los heridos de mayor gravedad, el médico procedió a atender al rey. Jirou cedió su derecho, ordenando que Houjo fuera atendido primero. Luego de muchas horas en la sala de operaciones, el comandante fue declarado fuera de peligro y puesto a descansar en un cuarto aislado.
Naraku fue lanzado, apenas con una vendita para su herida, en el último calabozo de los sótanos del castillo, donde no había ventanas y donde fue instalada una puerta reforzada con tres aldabas. Dos guardias vigilaban el lugar constantemente.
Sesshoumaru y compañía decidieron volver a la aldea una vez que fue seguro que ninguno de los traidores quedara en pie. Una cuadrilla de soldados fue enviado junto con ellos para apoyar en combate, por si fuese necesario, y sobre todo, para traer de vuelta a las dos princesas. Para todos los que tuvieran ojos, fue obvio que Inuyasha estaba renuente a irse, en especial porque Kouga iba a quedarse en el castillo hasta que sus hombres se reunieran con él. Pero el ojidorado realmente no tenía opción. Debía volver para asegurarse que su familia y amigos estuvieran bien.
Kagome no fue con él.
Unas semanas más tarde, en el interior de palacio, las cosas volvían a la normalidad. Houjo ya podía al menos sentarse para comer y las huellas del derramamiento de sangre casi habían desaparecido por completo. Naraku y los rebeldes sobrevivientes aún estaban encerrados en los calabozos, esperando su juicio, pero afuera, las cosas eran diferentes.
La desestabilización, que ya era palpable antes de que el ex general llevara a cabo el levantamiento, había empeorado con las persecuciones de todos aquellos que habían apoyado al traidor. La nobleza se culpaba entre sí y se resistían a los arrestos, creando pequeñas batallas contra los soldados en las que con frecuencia incluían a sus inocentes sirvientes.
Los levantamientos en la ciudad estaban a la orden del día y el vulgo no comprendía nada. La liberación de sus familiares encarcelados injustamente por causas del fingido secuestro de una de las princesas no sirvió de nada para calmar las aguas.
Y por si fuera poco, el consejo de ancianos estaba a punto de apoyar los levantamientos. Las vergüenzas sufridas dentro de la familia real superaban por mucho a cualquier locura cometida por los gobernantes previos, básicamente, porque quienes habían provocado los problemas eran mujeres.
La reina había puesto en marcha su decisión de participar activamente en la vida política del país y a causa de eso las peleas dentro del consejo rivalizaban a las que sacudían las calles. Ni siquiera sus majestades se ponían de acuerdo en cómo lidiar con los desastres creados por sus hijas.
Que una de las princesas fuera legalmente esposa de un campesino sin riquezas ni educación lucía terriblemente mal sin importar desde qué ángulo se viera y sus padres continuaban debatiendo cuál sería el camino prudente a seguir con esa situación. Pero lo que tenía a todo mundo de cabeza era la impúdica noticia que la princesa Kikyo les había dado una vez que se había recuperado lo suficiente: Después que su esposo fuera ejecutado, la heredera de la corona no volvería a casarse, sino que criaría a su hijo por nacer, ella sola.
De todos los problemas que debían enfrentar, ése era el único en que Jirou y Hiromi estaban de acuerdo. Ambos estaban convencidos de que ése no era el mejor proceder, no sólo por las dificultades y señalamientos que la princesa afrontaría siendo madre soltera, sino también por el delicado estado de la situación política. Aun cuando Hiromi estaba dispuesta a realizar cambios en la forma de gobierno, ella estaba consciente de que pasarían muchísimos años antes de que el pueblo aceptara a una mujer en el puesto de mando. Y menos aún a una madre soltera. La forma más segura de encarar ese desafío era que la mujer contara con un compañero que pudiera apoyarla y de alguna forma, desviar la atención del radical cambio.
Pero dado que ambos padres se culpaban a sí mismos por los abusos cometidos por Naraku, ninguno de ellos tenía el valor de contradecir los deseos de su hija. Para este caso, el consejo señalaba dos únicas opciones: una, que la Princesa aceptara su obligación como la futura reina y se casara de nuevo, independientemente de sus sentimientos, y la segunda, que la heredera al trono renunciara a su derecho de sucesión y le cediera el puesto a la mayor de sus hermanas.
Y esto llevaba a un problema totalmente diferente. El consenso general indicaba que sería necesario un divorcio. Hiromi no podía estar de acuerdo con la idea. Desde su punto de vista, la gente de Himeshi había sido la pieza clave en la victoria de su familia. En realidad, de no ser por ellos toda la familia real, con excepción de Kagome, habría muerto. Por lo tanto, para ella resultaba deshonroso dejar de lado tanta valentía. A Inuyasha y su hermano bien podría dárseles un nombramiento de nobleza y algunas tierras para compensar por su pobreza. En realidad, ella había ofrecido los beneficios, una vez que pudo calmarse lo suficiente como para hablar. Lamentablemente, ninguno de los hermanos estaba interesado en recibir pago alguno. Aunque no por completo. Sesshoumaru sí exigió algo, o más bien, alguien.
El jefe de la aldea demandó que Ibuki, la niña que Jinenji y compañía habían descubierto prisionera en un prostíbulo, fuera liberada bajo su custodia de inmediato. Sus majestades no tuvieron reparo en cumplir la petición en el momento y ordenaron que junto a Ibuki, fueran liberadas todas las mujeres que trabajaran en ese lugar en particular.
Satisfechos con tener a la jovencita bajo su protección, los himeshinos partieron sin considerar más las generosas ofertas que la reina les hacía. Por lo tanto, con la negativa de los jóvenes, no había forma de convencer al consejo -y al parecer a Jirou-, de que la mejor opción era aceptar a uno de los ojidorados como esposo de la princesa.
Muchas de estas discusiones se habían realizado en la presencia de Kagome, pero la chica no había participado de ellas, ni para objetar ni para aceptar los señalamientos. Esto extrañaba a Hiromi. Ella había esperado algún tipo de opinión de parte de su hija, pero la princesa estaba actuando en la exacta forma que su padre y el consejo habían demandado de ella siempre: con total reserva y sumisión.
Hiromi había querido hablar con ella al respecto, pero sus ocupaciones habían aumentado exponencialmente. Entre sus obligaciones generales y las peleas con su esposo y el consejo, apenas tenía tiempo de respirar. Y claro, también tenía que agregar a su apretada agenda, entre otras cosas, ser enfermera del rey. El corte en su pierna derecha resultó ser mucho peor de lo que se había anticipado. Jirou no podía caminar por su cuenta y por las noches se despertaba con profundos dolores en su extremidad.
En resumen, la vida en Ciudad Real era un caos completo. Tanto así, que hasta Rin se estaba comportando como un angelito con el fin de no perturbar a ninguno de los afligidos adultos.
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Unos días después, Kagome deambulaba por los pasillos de palacio, cavilando en las ironías de la vida. Hacía unos minutos, una cuadrilla había vuelto, luego de disipar una revuelta en la zona roja de la ciudad. Al parecer, las féminas que laboraban por propia voluntad en los prostíbulos, se oponían al cierre de los establecimientos que por mandato legal debía efectuarse en los días subsiguientes. Las mujeres habían optado por realizar una marcha reclamando su derecho de escoger en dónde y de qué trabajar y lo que había empezado como una manifestación pacífica, se había transformado en una batalla campal cuando la guardia real hizo su aparición.
Para Kagome, la ironía no consistía en que hubiese mujeres que se prestaran a ese tipo de labores voluntariamente. Lo que la sorprendía, era que los soldados habían vuelto de esa revuelta en peor estado que de cualquier otro desorden. Esas mujeres no eran fáciles de dominar.
Sin darse cuenta, sus pies la guiaron a las habitaciones de su hermana mayor.
La heredera se encontraba sentada junto a los amplios ventanales por donde penetraban los cálidos rayos de sol, tejiendo tranquilamente. Kikyo había mejorado notablemente en el transcurso de pocos días, mayormente gracias al acertado diagnóstico emitido por Kaede. El doctor Aoi no salía de su asombro después de enterarse que la anciana nunca había recibido un entrenamiento formal, sino que lo que sabía lo había aprendido gracias a la experiencia. El buen anciano estaba tan intrigado que había hecho una petición formal, solicitando que la próxima vez que alguien viajara a Himeshi, se le permitiera ir de visita para conocer a tan extraordinaria dama.
Al sonido de la puerta abriéndose, Kikyo alzó la vista con una sonrisa ya puesta en su semblante. Cada vez que la veía, a Kagome se le llenaban de lágrimas los ojos, pues en su mente estaba claro lo cerca que estuvo de perder a su hermana para siempre.
"¿Cómo te sientes?" Kagome se llevó las manos a la boca, mortificada. Sin importar la hora del día, cada vez que veía a su hermana mayor, lo primero que hacía era inquirir sobre su salud. Kikyo no reprochaba abiertamente ese proceder, aunque Kagome sabía bien que a su hermana la incomodaba ser el centro de tanta preocupación.
Pero independientemente de su sentir, la futura madre no era capaz de reprochar la lógica preocupación de su familia. Sonriendo aún más, respondió: "¡Excelente! Las nauseas ya son historia. Ni siquiera me he mareado". Suspirando, bajó la vista a la prenda que descansaba en su regazo. Su mirada reflejaba un brillo que Kagome reconocía, lo había visto en otras mujeres, pero tenía problemas aceptando que su hermana se sintiera de esa manera. Sus dudas fueron aclaradas por el siguiente comentario de Kikyo: "El doctor Aoi me revisó esta mañana y dijo que tiene plena confianza en que mi bebé nacerá sano a pesar de las circunstancias".
Siendo la primera vez que tocaran el tema, Kagome dejó que su lengua trabajara por sí sola, mostrando toda la incredulidad que la llenaba: "¿Realmente quieres tenerlo?".
La princesa mayor en lugar de ofenderse por lo indiscreto de la pregunta, rió abiertamente, divertida por la expresión de bochorno que se formó en el rostro de la menor, una vez que esta se diera cuenta de su imprudencia, "¿Por qué no?".
Kagome se atoraba con sus propias palabras, pero finalmente logró articular el punto que la hacía dudar de la aparente conformidad de Kikyo: "Es hijo de ese hombre", declaró con un dejo de desprecio.
Ante esto, Kikyo adoptó una expresión comprensiva. "Cierto", comenzó diciendo con calma. Llevándose la pieza que estaba tejiendo al pecho, sonrió con verdadera dicha: "pero también es mi hijo". Ignorando la incredulidad de su hermana, la princesa miró hacia afuera. El día era hermoso. Los árboles comenzaban a cambiar de colores y las flores de temporada vibraban con vida propia. Con un suspiro soñador, Kikyo finalizó sus pensamientos: "O hija".
Decidiendo que toda esa alegría no era simplemente un acto para calmar las preocupaciones de su familia, Kagome caminó hasta el sillón donde su hermana descansaba. Haciendo señas de que le hiciera espacio, tomó asiento y con gran curiosidad, la encaró: "¿Preferirías una niña?".
Con una nueva sonrisa - parecía que era lo único que Kikyo sabía hacer últimamente era sonreír, lo que había creado mayor preocupación por su estado de salud mental –, la princesa respondió en forma juguetona. "Aquí entre nos, cuento con eso. He comenzado a ensayar todos los peinados que podría hacerle, y éste es uno de los camisones que le he tejido", dijo mostrando a su hermana la diminuta pieza, y Kagome pudo apreciar el patrón de flores que adornaban el frente. "He hecho de varios colores".
¿Era normal estar tan contenta bajo las circunstancias? Kagome se preocupaba. La situación vivida por su hermana iba más allá de lo que ella podía comprender, pero lo que sí entendía era que estar esperando el hijo de un abusivo como Naraku debía ser una pesadilla. Pero Kikyo actuaba como si fuera exactamente lo contrario. ¿No debería Kikyo estar llorando? ¿Reclamando a los cielos esa increíble injusticia? Cualquier otra mujer, al enterarse de su estado, habría buscado la forma de deshacerse del bebé.
El último pensamiento apenas había terminado de formarse cuando Kagome se dio cuenta de su contenido, y tuvo que contenerse de mostrar el horror que le había provocado. ¿Acababa ella de desear la muerte de una criatura inocente? Peor aún, ¿la muerte de su propio sobrino o sobrina? No. De ninguna manera. Solamente estaba proyectando su resentimiento hacia Naraku en la última persona que debería. Esforzándose por desvanecer aquellos desagradables pensamientos, trató de enfocarse en la diminuta pieza de ropa que su hermana le mostraba. "Es precioso", dijo en voz apenas audible.
"No me crees que realmente quiero este bebé", aseveró Kikyo serenamente.
Kagome alzó su azul mirada para conectarla con la de su hermana y sintió algo parecido a la vergüenza al toparse con una expresión llena de simpatía. Era como si Kikyo estuviera tratando de consolarla, siendo ella quien estaba en la situación difícil.
Antes de que Kagome pudiera exteriorizar estos pensamientos, la mayor de las chicas continuó: "Estoy consciente de lo que Naraku hizo y sé que a los ojos de todos, él es una persona cruel, sin el más mínimo sentido de lealtad y respeto, capaz de realizar las acciones más bajas con tal de lograr sus objetivos y sin que le importe quién y cómo sale herido".
"Te aseguro que esa es la descripción más suave que he escuchado", dijo con resentimiento contenido la menor.
"No lo dudo", sonrió Kikyo. "Sin embargo, aún cuando para la gran mayoría él sea solamente un monstruo, lo cierto es que conmigo no fue tan malo".
"¡¿Qué?!". Incredulidad no era lo único que el semblante de Kagome mostraba. En sus bellas facciones también se veía el temor de que su hermana hubiera perdido la razón por completo. "Pero, ¿qué es lo que dices? El tipo ése te trataba de forma desdeñosa, como si fueras menos que su criada. Y por si fuera poco, ¡se pasó todo un año envenenándote! Ni siquiera tuvo consideración por el bebé que esperas".
"No estoy diciendo que no hizo cosas horrorosas y nunca lo disculparé por haber puesto en peligro a nuestra familia y mucho menos a este bebé. Solamente digo que, durante el tiempo que estuvimos juntos, nunca hizo nada que me diera motivos para odiarlo. Y por el bien de este pequeñín que viene en camino, voy a enfocarme en los buenos aspectos de mi vida junto a Naraku, para así, tener recuerdos agradables que compartir con mi hijo. Bueno, hija, espero".
"Supongo que entiendo lo que quieres decir", dijo Kagome, pensativa. "De una u otra forma, los hijos siempre cargan la culpa de sus padres y eso no es justo", comentó con el ceño fruncido. Kikyo sonrió contenta de que su hermana comprendiera su sentir. La menor de las muchachas guardó silencio un momento, observando con interés el abdomen de Kikyo, que apenas se veía hinchado, y como un pensamiento al aire, agregó: "Pues si es niña le esperan muchos problemas".
Por unos instantes, la alegría de Kikyo se esfumó. "Sé que no va a ser fácil. Las protestas ya son demasiadas de por sí, pero, aún cuando este embarazo llegó en el peor de los momentos, quiero hacer todo lo que esté a mi alcance para evitar que esta criatura pase por lo mismo que yo, si es mujer". Mientras hablaba, la princesa se llevó una mano al vientre abultado, acariciándolo con movimientos circulares. "Estoy al tanto de que nuestros padres concuerdan con el consejo en cuanto a que yo debería casarme nuevamente, una vez que Naraku sea ejecutado, pero si quiero que cualquier niña que nazca en esta familia de ahora en adelante tenga mejores opciones que las que yo tuve, me es necesario sentar un precedente cuanto antes. Es por eso que no pienso ceder a lo que el concejo exige".
"Creo que ni papá ni mamá harán nada para contradecir tus deseos. Ya pasaste por demasiado. Por una vez, al menos, mereces hacer lo que tú quieras", dijo con convicción la ojiazul.
Kikyo rió divertida. "Voy a seguir a mi corazón".
"Ya era hora", suspiró Kagome.
Guardaron silencio por un rato mirando hacia el jardín, cada una sumida en sus pensamientos. Repentinamente, Kikyo rompió la quietud al inquirir, "¿Qué hay de ti, Kagome?" La ojiazul miró a su hermana mayor con confusión, por lo que Kikyo elaboró: "Quiero saber si tú seguirás a tu corazón".
Kagome sintió claramente cómo el color dejaba sus mejillas. Se levantó del sillón, nerviosa y caminó unos pasos hasta colocarse tras el respaldo del mueble. Luego de considerar detenidamente lo que iba a decir, habló: "La situación política está cada día peor".
Kikyo, quien había girado su cabeza y hombros siguiendo a Kagome con la mirada, notó fácilmente el efecto que su inocente consulta había provocado. Ella ya lo había notado. Su hermana menor no estaba combatiendo los dictámenes del consejo, no estaba protestando a favor de sí misma y cada día su semblante iba adquiriendo una permanente expresión de seriedad. Kagome estaba renunciando a sus sueños de felicidad. Y eso era algo que Kikyo no estaba dispuesta a permitir. Tal como lo había mencionado en alguna ocasión, Kikyo había aceptado el destino impuesto sobre ella por las normas de la sociedad con el fin de que sus hermanitas no tuvieran que vivir vidas vacías. Si Kagome cedía a las presiones, el año de sacrificios que la princesa mayor vivió sería en vano.
Además, Kagome ni había contestado la pregunta.
Kikyo no quería que el ambiente entre ellas se tornara más pesado, pero no iba a dejar que su hermana menor se escapara sin dar una explicación razonable de sus acciones, así que insistió. "Pregunté por ti, Kagome, por lo que tú quieres, no por la situación política".
"Lo que yo quiero no importa", sonrió con tristeza la chica. "Ya una vez seguí los designios de mi corazón y mira a dónde me llevó. Gente inocente resultó herida por mi culpa".
"Supongo que por 'gente inocente' te refieres a Inuyasha".
Kagome bajó la mirada. "No sólo él. Aunque principalmente, sí".
"Kagome, mamá ya habló contigo de esto. Si hubieses hecho las cosas diferentes, más de una persona en nuestra familia estaría muerta. Tal vez suene egoísta, pero tus errores al final sirvieron para beneficio de todos nosotros", presionó cariñosamente la mayor.
"Eso lo entiendo. En serio que sí", suspiró. "Pero, afuera he visto que en la vida rara vez se obtiene lo que se anhela. En el mundo real, la felicidad no es más que una utopía. Y cuando logras algo de felicidad, es sólo porque antes has derramado muchísimas lágrimas. Y lo más seguro es que después de un tiempo, aún ese poquito de felicidad se esfumará".
La angustia en la voz de su hermanita provocó una opresión en el corazón de Kikyo. "Kagome, no puedes haberte vuelto tan pesimista".
"No es que sea pesimista. Soy realista" insistió testarudamente la muchacha "La felicidad, por sí sola, no existe. La pena viene amarrada a ella. Fui muy tonta al pensar que podría alcanzar mis sueños sin pagar precio alguno". Hizo una corta pausa, como considerando qué decir, para luego agregar en un murmullo: "si sólo fuera yo la que debe de pagar, haría lo que fuera por conseguir mi deseo, pero las consecuencias pueden ser peores para cualquiera que se vea involucrado conmigo".
"Entonces, ¿qué harás?".
"Lo que debo hacer", respondió con firmeza la muchacha. "Cederte el turno de ser feliz. El concejo ha pensado en una solución que te dé la libertad que quieres y a la vez provea una semblanza de estabilidad en el mando del país".
Kikyo frunció el ceño, preocupada. "Darme libertad y fortalecer el país. . . esa solución del concejo, ¿acaso incluye al príncipe Kouga?".
"El rey de Tarus envió un comunicado en el que pide perdón por las cosas que su primo hizo, e informa que está dispuesto a firmar una alianza de común protección con nuestra familia y nuestro país, independientemente de si quien se siente en el trono sea un hombre o una mujer. Sin embargo, el consejo piensa que los tratados escritos pueden deshacerse fácilmente, por tanto, lo más conveniente es realizar una alianza más sólida".
"¿Cuánto tiempo te llevó memorizar ese discurso?".
"No te burles", reprochó la menor de las dos.
"No es burla. Kagome, ¿realmente piensas casarte con el príncipe Kouga?".
"Una vez que me divorcie", murmuró cabizbaja la princesa.
"¿Estás segura?", insistió Kikyo.
"Los sentimientos me llevaron a cometer imprudencia tras imprudencia. Es hora de que comience a usar la cabeza. Se lo debo a mi familia y a mi país".
"Entonces los sentimientos no tienen nada que ver en tu decisión esta vez", comentó Kikyo con la sombra de una sonrisa en los labios.
Kagome notó el gesto y se sintió obligada a preguntar: "¿Qué es lo que te parece gracioso?".
"Sólo pensaba en las ironías de la vida", habló serenamente la mayor. "Hace cinco meses, el sólo pensar en el príncipe te hacía feliz, y ahora que tienes toda la libertad para estar con él, no quieres".
"Kouga es alguien importante para mí", habló defensiva la menor.
"No lo dudo", aseveró Kikyo. "Pero cinco meses es tiempo suficiente para cambiar de opinión, ¿no crees? Especialmente porque en todo ese tiempo no tuviste ningún contacto con él".
"¿Insinúas que soy de esas mujeres frívolas que cambian sus afectos conforme cambian las estaciones?".
"De ninguna manera, hermana. Sólo señalo lo que he visto. Además, tú misma lo dijiste: me estás cediendo el derecho de ser feliz. ¿Qué otra cosa puedo pensar más que tus sentimientos han cambiado?". Kagome prefirió no responder a las palabras de su hermana, por lo que, pasados unos minutos, Kikyo llenó el silencio con otra pregunta: "¿Qué hace tan especial al chico del cabello plateado?"
"¿De qué hablas?"
"Tú sabes de que hablo. Cuando conociste al príncipe Kouga, me hablaste de cuan valiente, gentil y apuesto era. Te parecía el hombre perfecto. Sólo quiero saber qué tiene este muchacho Inuyasha de especial".
Kagome rodeó el sofá mientras hablaba. "Lo especial de Inuyasha tendría que ser", suspiró dejándose caer sobre el sillón, "que no es perfecto".
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En otra sección de palacio las cosas no estaban tan pacíficas como en las habitaciones de Kikyo. Frente a las puertas de la biblioteca, Hiromi permanecía de pie retorciéndose las manos. Ella no sabía de qué forma aproximarse a la persona que, encerrada adentro, seguramente continuaba maldiciendo todos los designios del destino.
Ella supo desde el inicio que, a pesar de la victoria lograda contra el traidor, las cosas empeorarían antes de mejorar. Esto se había visto cumplido en la forma de levantamientos, protestas y trabas puestas por el consejo. Sin embargo, queriendo ser optimista, ella había mantenido la fe de que todo lo malo, eventualmente, pasaría. Sin embargo, el arrebato de su esposo momentos antes en el salón del trono le estaba haciendo pensar que tal vez esperaba en vano.
Lo que había encendido la ira del rey, era sólo un cambio más de todos los que se estaban dando en el protocolo de palacio. El anhelo de Hiromi era establecer un balance en el manejo de los asuntos oficiales, pero siendo la primera vez en la historia del país que un hombre y una mujer compartían el mando, era de esperarse que los súbditos se confundieran y eso, precisamente, era lo que había ocurrido.
Un soldado de la compañía del comandante Houjo que no tenia problema alguno en aceptar a una mujer al mando, había venido a reportar nuevos saqueos en las aldeas situadas más al norte del país. Estos pequeños asentamientos, demasiado alejados de los pueblos grandes, se volvían el blanco perfecto para los insurgentes que veían en el abuso a gente indefensa su medio idóneo para mostrar su descontento con la corona. El soldado ni siquiera lo pensó dos veces antes de dirigirse directamente a la reina para rendir su informe, dejando a Jirou de lado. El joven se dio cuenta de su falta de juicio casi de inmediato, pues su majestad no pudo disimular su bochorno al ser ignorado.
Sin perder un segundo, Hiromi había despachado al afligido joven, queriendo enfocarse en hacer o decir algo para menguar el daño al orgullo de su esposo, pues ella misma se había sentido apenada. Pero Jirou no tenía ánimo de ser consolado. Con el rostro encendido por la furia, ordenó a los dos guardias que siempre permanecían en el interior del gran salón que los dejaran solos y procedió inmediatamente a ventilar su cólera sobre su esposa. Todo lo que había estado guardándose dentro de sí desde que descubrieran la traición de Naraku salió a la luz en una explosión de gritos violentos, tanto así que en un determinado momento, Hiromi estuvo segura de que su esposo recurriría a los golpes. Pero, a diferencia de lo que la mayoría pensaba, Jirou poseía autocontrol y antes de hacer algo de lo que seguramente se arrepentiría, decidió dejar el salón cuan rápido su pierna convaleciente se lo permitió.
Hiromi fue tras de él, porque si algo había aprendido, era que el quedarse callada e ignorar los problemas, sólo contribuía a aumentarlos.
Armándose de valor, llamó a la puerta, una, dos, tres veces, sin recibir respuesta. Podría haber llamado al ama de llaves o a Jaken para que abrieran la puerta para ella, pero, prudentemente, optó por llamar una cuarta vez; "Jirou, por favor, déjame entrar".
Por varios segundos, no se escuchó nada, y la reina ya estaba considerando dejar a su marido solo, pero entonces, ella percibió unos sonidos y después de ciertos momentos, la puerta se abrió.
Hiromi esperó a que su esposo la invitara a entrar antes de moverse de su sitio y una vez adentro, esperó a que él pusiera seguro a la puerta y se acercara a ella
"¿Qué deseas?", espetó el rey.
El valor que había reunido, se evaporó al escucharlo hablar tan fríamente y volvió a retorcerse las manos – algo que se estaba convirtiendo en hábito, últimamente – Por la mente se le pasaron muchas cosas que podría decir. Peticiones, sugerencias y hasta reclamos. Buscó en su cabeza todos los consejos que había recibido en el transcurso de los años y que le podrían ser útiles en su situación actual. Pero siendo mujer, la mayoría de esos consejos se reducían a ser sumisa y obediente con su marido.
Aunque, esos no eran malos consejos, si se meditaba en ello. Su esposo era un hombre dominante, al cual se le dificultaba mucho aceptar sus errores. No acostumbraba pedir ayuda y perdonar las faltas ajenas era un arte desconocido para él. Por supuesto que las situaciones que estaban ocurriendo lo afectaban más de lo que él era capaz de soportar. Y ella no estaba facilitando las cosas al confrontarlo ante el consejo y al incentivar a sus súbditos a avocarse a ella con sus necesidades.
Ella sabía muy bien que necesitaba a Jirou para gobernar el país y nunca fue su intención hacerlo sola. Ser independiente y autoritaria no le serviría. ¿Ser sumisa? Tal vez. Dependiendo del contexto.
Una tímida sonrisa se abrió paso en sus labios, en contraste con la grave expresión de su esposo. Sus ojos, se posaron sobre una de las manos de él, la cual estaba cerrada en un puño, demostrando la tensión que Jirou mantenía dentro de sí.
Perdiendo todo temor, Hiromi acortó la distancia entre ellos y tomó la mano de su esposo, cubriendo con las suyas el puño de él. "Lamento lo ocurrido", dijo sin levantar la mirada. "Y me refiero a todo: Naraku, Kagome, yo", alzó los ojos para mirarlo de frente. "No he sido una buena esposa y me disculpo por eso".
El desconcierto de Jirou se manifestó en el relajamiento automático del puño encerrado entre las manos de Hiromi. "¿De qué hablas?".
"Nunca quise ser reina. Te dejé cargar con toda la responsabilidad y cuando las cosas salieron mal no hice más que culparte. Y ahora, en mi torpe intento de corregir los problemas, estoy fallándote nuevamente. Lo siento mucho. ¿Podrás perdonarme?"
A pesar de que la confusión seguía pintada en su rostro, las facciones de Jirou se suavizaron exponencialmente y el resto de su cuerpo se relajó por completo. Hiromi sonrió para sus adentros y se comprometió a valorar todo consejo que recibiera de ahora en adelante.
"No es tu culpa", dijo Jirou una vez que logró encontrar su voz, pero resultaba obvio que hablar le requería muchísimo esfuerzo. "Yo me equivoqué. Es lógico que aquellos que conocen todos los detalles de lo ocurrido ya no me quieran como rey".
"Eso no es así", aseguró la reina, notando complacida como la mano de su esposo comenzaba a amoldarse a las de ella. "Todos nos equivocamos. Y si comparamos nuestros errores con los que mis antepasados cometieron, salimos ganando. Ellos hicieron cosas en verdad atroces. Y a diferencia de ellos, nosotros no sólo tenemos la increíble oportunidad de corregir nuestras faltas, sino que estamos dispuestos a aprovecharla".
"¿Nosotros?" repitió Jirou en voz apenas audible mirando con atención cómo las pequeñas manos de su esposa envolvían la de él.
"Sí, nosotros. Tú y yo", se apresuró a aseverar la dama. "Yo no puedo hacer el trabajo sola. No sabría por dónde empezar. Tú cuentas con los conocimientos y la experiencia. Y después de pelear por tu reino con espada en mano, te ganaste el derecho a portar tu corona y hacerla valer".
Jirou rió con ironía. "Lo único que gané fue una herida en la pierna".
Hiromi suspiró, comprendiendo que la amargura de su esposo se basaba en más que pura humillación. La culpa era una carga demasiado pesada y la sensación de impotencia al tener que depender de un grupo de extraños habían mermado grandemente la seguridad del rey en sí mismo. Hiromi apretó la mano de su esposo. Procurando que su voz denotara su sinceridad, la dama habló: "Jirou, no quiero quitarte protagonismo en el gobierno del país. Lo único que quiero es… quiero ser tu mano derecha. La persona con la que consultes y discutas los quehaceres de la nación. Quiero que sientas que puedes depender de mí. Confiar en mí".
Jirou se soltó de su esposa y caminó hacia los ventanales, hablando con amargura. "¿Cómo puedes tú confiar en mí? No pude ni protegerte cuando más me necesitaste".
"Siempre habrán situaciones que se saldrán de nuestro control. No pudiste protegerme pero eso no significa que no lo intentaste", dijo Hiromi, acercándose a él nuevamente. De ninguna manera le iba a permitir que la hiciera a un lado como en el pasado. Ella decía la verdad al declarar que quería que trabajaran juntos.
Hubo un lapso de silencio, durante el cual, Hiromi meditaba qué más decir que pudiera hacer que Jirou olvidara su depresión. Eventualmente, el rey habló: "No puedo creer que un muchachito campesino me haya superado tan fácilmente".
Preocupada como estaba con los temas que pasaban por su cabeza, Hiromi apenas pudo entender lo que su esposo decía, pero suponiendo que un cambio de conversación no caería mal, decidió seguirle la corriente: "¿Sesshoumaru? No es tan difícil de creer. El chico creció dirigiendo su aldea. En cierta forma, nos lleva ventaja".
"No", dijo Jirou, guiando a su esposa a los sillones más cercanos. Su voz ya no sonaba forzada y su cuerpo parecía haber perdido toda la rigidez que tenía antes. "Me refería a su hermano. ¿Viste a Kagome, cuando todo hubo terminado? Ella no tenía ni un solo rasguño".
Hiromi sonrió. Era la primera vez que hablaban de su hijo político fuera de la sala de consejo y Jirou no parecía resentido en lo absoluto. Recordando toda la odisea en la que Kagome y su esposo los persiguieron a ella y a su secuestrador a campo abierto, la reina reparó en que ella había notado lo mismo y sonriendo más abiertamente, miró a su marido sentado al lado suyo. "¿Sabes? En medio de todo el frenesí, no temí por la seguridad de nuestra hija. Siempre supe que él la protegería".
"¿Qué te hizo estar tan segura?", preguntó curioso su majestad.
"Kagome", respondió segura la dama. "Ella no dudó de él ni un momento".
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Unos días después, Kagome disfrutaba de la apacibilidad de los jardines interiores. La belleza de las flores, los suaves aromas que se mezclaban en el aire, la calidez del sol vespertino. Estando sola, no pudo evitar que viejos recuerdos llegaran a su mente, en especial, memorias de su última tarde en palacio antes de su huída. Resultaba increíble cuánto podían cambiar las cosas en menos de un año. Al menos en su ser interior, pues el resto del mundo parecía dispuesto a demostrar qué tanto podían empeorar.
Al menos contaba con el consuelo de que a sus hermanas les iba medianamente mejor. Kikyo, a pesar del peso extra provocado por su creciente abdomen, parecía tener más energías que nunca en su vida – posiblemente, gracias a las enormes cantidades de comida que ingería a diario - y andaba de un lado a otro del castillo buscando en qué ser útil. Como era de esperarse, sus padres estaban escandalizados, pues creían que en su condición, la princesa debería limitarse a reposar.
Kagome por supuesto los había corregido, diciéndoles que el ejercicio les resultaría beneficioso tanto a madre como a hijo. El resultado era una agenda de trabajo que incluía clasificar libros en la biblioteca, escoger qué cortinas cambiar cada día, decidir el menú a servir, cocinar, y demás. La rutina comenzaba poco después del amanecer, haciendo recesos cada tres horas para comer algún bocadillo, y terminaba al ocultarse el sol.
Lo más interesante era que la servidumbre parecía disfrutar de las intervenciones de la princesa e incluso solicitaban su asistencia y consejo.
Rin, por su parte, estaba disfrutando de mayor libertad de la que creía podía recibir. Habiendo perdido la ventaja que los túneles le proveían – los cuales seguían siendo un secreto conocido únicamente por aquellos que estuvieron dentro y que habían jurado no revelarlo a nadie pues era un medio perfecto para poner a la familia real a salvo en caso que otra situación similar se suscitara en el futuro – había sido recompensada con cuatro horas diarias para hacer lo que quisiera. Lamentablemente, por motivos de la violencia, las salidas a la ciudad estaban vetadas, pero sus amigos podían venir a visitarla, por lo que, últimamente, era habitual ver niños corriendo en medio de los pasillos recientemente encerados por la servidumbre.
En resumidas cuentas, la vida parecía ir mejorando para los miembros de la familia real. Incluso sus majestades estaban acoplándose a la situación. Jirou era quien mayormente hablaba en las reuniones y parecía tener el voto final en cualquier decisión, pero para cualquier buen observador, resultaba obvio que los temas habían sido discutidos en pareja de antemano.
Esto último era lo que hacía más feliz a Kagome, pues no había forma de que el reino funcionara adecuadamente si las dos personas que estaban en el centro de todo no se ponían de acuerdo. Incluso, parecía que Hiromi y Jirou estaban más cercanos, sentimentalmente hablando, lo que en general había producido un cambio notorio en la actitud del rey. Jirou hasta parecía haber olvidado los atropellos producidos a su ego, al menos en su mayoría, pues apenas se notaban rastros de resentimiento contra las personas que, en su momento, el rey consideró que lo estaban tratando injustamente.
Pero con ella, la situación era diferente. El castillo era enorme, limpio y hermoso y sin embargo, había comenzado a sentirse encerrada. Adonde fuera siempre había alguien listo para atenderla y ayudarla y aun así, se sentía sola.
El día anterior le fue informado que el rey de Tarus vendría a palacio en los próximos días con una comitiva que incluiría a su primo, el príncipe Kouga. Y eso la hacía sentirse miserable. Ver de nuevo a Kouga no le molestaba. Lo que le molestaba era que el príncipe, fiel a su palabra, no había cedido en su intención de reconquistarla y casi a diario le llegaban cartas de amor escritas por él. Nunca creyó que leer dulces palabras de un hombre semejante le podría causar tanta mortificación.
Kagome fijó su azul mirada en la figura del gigantesco pez adornando la fuente. 'Kikyo tiene razón. Sin importar cuánto quiera negarlo, mis sentimientos por Kouga cambiaron. Y tengo que reconocer que el tiempo que pasamos separados no tiene nada que ver con que haya dejado de amarlo'. Se llevó las manos al rostro de tal forma que cualquiera que la viera, pensaría que estaba llorando y con voz derrotada dijo en alto: "¿Qué voy a hacer?".
"¿Ya hablas sola? Deberías consultar con el doctor Aoi".
Sobresaltada, Kagome se puso de pie para confrontar a quien había interrumpido su momento privado, pero tuvo que morderse la lengua al reconocer a la persona. Bajando la mirada trató de hablar sin que se notara su disgusto: "Padre, me ha causado usted un sobresalto".
"Cuando Rin mencionó el otro día que tú te perdías dentro de tu cabeza, creí que exageraba. Me equivoqué", contestó el rey con un brillo particular en los ojos.
Kagome no pudo ocultar su desconcierto. ¿Su padre acababa de hacer una broma? Cuando la idea se asentó en su mente, no pudo evitar sonreír. Las nuevas actitudes de Jirou era uno más de los beneficios del acercamiento de sus padres.
"Rin es muy observadora", dijo la princesa finalmente, para luego agregar: "tengo muchas cosas en qué pensar estos días".
"¿Como la comitiva de Tarus?", cuestionó el rey, tomando asiento en la banca en que su hija había estado meditando segundos antes. La respuesta de Kagome fue un asentimiento con la cabeza, antes de tomar lugar junto a su padre. "El mensajero que llegó hoy trajo la confirmación de que estarán aquí en tres días", comentó el rey, estudiando la reacción de su hija al decir lo siguiente: "y también trajo otra de esas cartas de amor del príncipe. Una doncella la llevó a tu habitación".
La expresión de Kagome no varió en nada. "Kouga es muy bueno con las palabras", fue lo único que dijo.
Hubo un rato de silencio y a Kagome le dio la impresión de que su padre quería decir algo más, pero cuando ella se disponía a consultárselo, él habló: "Otro mensajero llegó esta tarde. Trajo correspondencia de Himeshi".
Automáticamente, Kagome puso atención. No había tenido noticias de la aldea desde que la guardia regresara con sus hermanas y trajera prisioneros a toda la cuadrilla que Naraku había enviado para invadir Himeshi. Ella sabía que no tenía nada de qué preocuparse. Himeshi fue el primer lugar al que las nuevas tropas de Irasshai habían puesto bajo resguardo - no que los aldeanos necesitaran guardaespaldas - así que todos sus amigos estaban a salvo de cualquiera que viera en ellos un blanco fácil. Pero, dado que todo contacto con su buenos amigos y vecinos había sido cortado, cualquier misiva proveniente de allí le resultaba importante.
Jirou, quien no había dejado de observar a la chica, sintió tristeza, pues sabía que aunque lo que la misiva comunicaba para algunos serían buenas noticias, él no estaba seguro de cómo las tomaría Kagome. Antes de que la chica pudiera inquirir sobre el contenido de la carta, Jirou le extendió una hoja de papel. La princesa la tomó con manos trémulas y lentamente leyó su contenido.
Jirou no se equivocaba al pensar que los ojos de su hija se habían vuelto cristalinos repentinamente. Kagome mantuvo su mirada fija sobre las palabras largo rato después de terminar de leer. Mientras tanto, Jirou maldecía para sus adentros el haber escuchado el consejo de su esposa. Un momento después que el mensajero de Himeshi entregara la carta, el rey la leyó y dispuso que su hija fuera informada inmediatamente, pero antes de que él pudiera girar la orden para que alguien fuera en busca de la princesa, Hiromi lo detuvo, sugiriendo que sería mejor para Kagome enterarse en privado. La reina de hecho se ofreció a llevar la carta personalmente, sin embargo, siendo obvio que el contenido de la carta había afectado a Hiromi, en un instante de locura, Jirou decidió que sería él quien daría la noticia a su hija.
Notando que el silencio se extendía por demasiado tiempo, Jirou rompió el hielo: "Al parecer, los himeshinos nos ahorraron el trabajo de convocar a una audiencia". Kagome no dio muestras de estar escuchando y con cada segundo que pasaba, resultaba más obvio que la princesa no estaba a gusto con las decisiones tomadas por el consejo, concernientes a ella. Comprendiendo que de nada serviría irse por las ramas, Jirou habló en forma directa: "Tú dijiste que los himeshinos no aceptaban el divorcio".
Entrecortadamente, Kagome respondió: "No lo aceptan. Debieron pensar que sería injusto para Inuyasha mantener las cosas como estaban". La princesa apenas pudo terminar de hablar, pues sentía que el aire le faltaba. Aun cuando era de esperarse, el contenido de la carta le causaba mucho más pesar del que ella creyera posible.
Allí, en clara caligrafía y firmado por Mushin, Miroku y por cada miembro del consejo de Himeshi, estaba la anulación de su matrimonio con Inuyasha.
"No cabe duda que son personas justas", Habló una vez más Jirou, sólo por decir algo.
Las palabras de su padre removieron la espinita de rencor que aún no desaparecía por completo de su corazón. "Por supuesto. Ellos no castigarían a Inuyasha por algo que yo hice".
Jirou comprendió fácilmente a qué se refería su hija. Ésta era una discusión que él había estado esperando, simplemente porque tarde o temprano tendrían que tratar el tema. Pensando que una disculpa estaba en orden, comenzó a decir, "Kagome…"
"Ibas a matarlo", lo interrumpió ella.
Negar lo que saltaba a la vista sería una tontería, así que Jirou respondió lo único que podía decir: "Sí".
Kagome rió con ironía, levantándose de la banca. "Así de simple, ¿no? Él estorbaba tus planes y tenías que quitarlo del camino".
Jirou la observó por un momento. Lágrimas resbalaban por las pálidas mejillas de su hija y sus ojos lucían sin vida y no pudo evitar preguntarse si realmente las cosas habrían sido más fáciles teniendo hijos varones. Adoptando su viejo aire de impasividad, el rey habló honestamente: "Nunca es simple, hija. Cuando tienes que tomar ese tipo de decisiones en forma casi diaria, corres el riesgo de acostumbrarte, de terminar desvalorizando la vida de las personas. Yo nunca quise acostumbrarme y por eso, cobardemente, le dejé la responsabilidad a Naraku. Aun cuando yo debía firmar las condenas a muerte, el que Naraku escogiera quién vivía y quién moría me proporcionaba cierta ilusión de inocencia. Sin embargo, eventualmente aparecían casos especiales en los que no podía evadir mi responsabilidad y el de Inuyasha fue uno de esos".
"No estoy tratando de justificarme, pero lo cierto es que después de estar desaparecida por tanto tiempo y que de repente aparecieras casada con alguien muy por debajo de tu posición, era algo inaceptable. Y tú misma has comprobado que digo la verdad. A diario decenas de personas se avocan a las puertas de palacio para exigir que tú y tus hermanas sean dadas en matrimonio a hombres prominentes. Los humanos somos egoístas y envidiosos por naturaleza y es por eso que una persona pobre no quiere a otra persona pobre como superior. Y un rico, mucho menos".
Jirou hizo una pausa para aspirar profundamente, pues había hablado de corrido, casi sin respirar. Con un poco de remordimiento en la voz, declaró cuál había sido la base de su decisión: "Dejar con vida a Inuyasha habría ocasionado inestabilidad en la sociedad". Hizo otra pausa, mientras se decidía a decir lo siguiente: "Supongo que eso es lo único que podemos agradecerle a Naraku. Lo que él hizo opacó por completo cualquier suceso anterior".
Kagome había escuchado atentamente la explicación de su padre, comprendiendo el razonamiento que lo llevó a sentenciar a muerte a un inocente, mientras que su parte sensible reprochaba por completo ese tipo de accionar. "Sacrificar unos pocos por el bien común. ¿Es así como funciona?".
"Lamentablemente", respondió pensativo el rey. "Me preocupa la reacción de tu madre cuando le llegue el momento de afrontar una de esas decisiones".
Kagome asintió lentamente. "No será fácil, pero, ella está decidida a hacer lo necesario".
"¿Tú lo estás?".
Y ésa era la gran pregunta. Kagome clavó su mirada sobre la fuente una vez más. "Quiero creer que sí".
"Kouga no me agrada", dijo Jirou con cierto dejo de aversión. "Tiene carisma y parece un buen líder, pero su forma de proceder me demuestra que todavía le falta crecer".
"No te ofendas, padre, pero, a todos los hombres que he conocido, salvo un par de excepciones, les falta crecer", sonrió Kagome, juguetonamente. A pesar de la seriedad del tema que estaban tratando, la princesa sentía su corazón elevarse al darse cuenta de cuánto se había acercado ella misma al que, alguna vez, detestó llamar padre.
Jirou rió francamente ante las palabras de su hija: "Eso es porque no han encontrado la mujer adecuada que los ayude en el proceso". Una vez que la risa cedió, el rey miró a la princesa a los ojos. "Tú serás una buena esposa".
La sonrisa alegre de Kagome se transformó en una mueca que ella trató, infructuosamente, de disimular al decir en son de broma: "Claro, cuento con la experiencia".
Jirou no se dejó engañar por la falsa sonrisa de su hija, pero no había mucho que él pudiera decir o hacer para animarla. Tomó la carta de entre las manos de Kagome – siendo un documento oficial, debía ser resguardado – quien no opuso resistencia, y ocupó un momento para estudiar las firmas. El primer nombre correspondía al ministro que realizó la ceremonia, seguida por la del ministro en funciones y luego una lista de nombres que pertenecían a los miembros del consejo. Justo al final de la hoja, con una letra mucho más elaborada que sus predecesoras, se leía claramente el nombre del jefe de la aldea.
Como un pensamiento al aire, el rey habló pausadamente: "Los documentos que harán oficial el traspaso de las tierras de Himeshi a sus habitantes están casi listos. En un par de días más, los aldeanos serán los dueños oficiales".
"Eso es bueno", habló quedamente Kagome. "Sesshoumaru estará complacido de que al menos uno de nosotros sea honorable y cumpla su palabra".
Jirou pretendió no escuchar la decepción en la voz de su hija y en su lugar, trató de desviar la plática comentando ligeramente: "Ese muchacho actúa más regiamente que yo".
Kagome se encogió de hombros al explicar: "El conde de Himeshi era un héroe, al igual que sus hijos que murieron en la guerra. Y también el señor Touga quién dio su vida por su familia. Sesshoumaru sólo quiere vivir a la altura de ellos".
Jirou mostró que comprendía y encausó la conversación a su idea previa: "Según la petición formal que nos hicieron llegar, él y su hermano recibirán las porciones de tierras más grandes. El mayor quiere la sección aledaña al bosque, partiendo de la casa de su madre".
"Oh, sí. Debe querer asegurar la casa grande. Ése es el patrimonio más querido de la familia", comentó un poco más animada la princesa. Ella dejó pasar unos segundos, y tratando de no mostrar demasiado interés, inquirió: "Inuyasha pidió la colina, ¿verdad?".
"Sí".
"Lo sabía. Él siempre quiso construir allí".
Jirou adoptó su expresión de negocios al decir: "Himeshi, como un todo, tiene un valor exorbitante. Sin embargo, las secciones que cada hermano poseerá, valen una fortuna por sí solas".
"A ellos no les importa el dinero".
"Pues, deberían", aseguró el rey, como si estuviera dando una orden. "Las propiedades más el título heredado de su abuelo los convierte técnicamente en nobles".
Kagome se encogió de hombros, sabiendo que los títulos no tenían ningún significado para los hermanos. Para muestra, sólo había que recordar cómo ambos actuaron en presencia de sus majestades. "No esperes verlos en las reuniones haciendo reverencia".
"Eso me recuerda", consideró Jirou, "no hacer reverencia a Sus Majestades puede considerarse traición".
"Si es así, ellos serán los primeros en declararse culpables", aseguró la muchacha, sonriendo de nuevo.
"Bueno, bueno", cedió el rey, "de todas formas, sería bueno tenerlos de visita, una vez que las propiedades sean pasadas a sus nombres. Esos dos muchachos podrían dar lecciones a la nobleza acerca del verdadero significado de esa palabra". Esto último, el rey lo dijo con una mueca de rencor, al recordar cómo las personas, a las que él más había beneficiado durante su gestión como rey, lo habían traicionado al apoyar a Naraku. Un momento después su expresión se suavizó, adoptando un aire de aceptación. "Esos jóvenes me enseñaron una gran lección en humildad. Lo que resulta paradójico, pues ellos no actuaron muy humildes que se diga".
"Tú lo dijiste: Sesshoumaru disfruta actuar regiamente".
Después de unos momentos de disfrutar de la mutua compañía en medio de un silencio agradable, las obligaciones reales demandaron la presencia de Jirou. Con una sonrisa melancólica en los labios, Kagome observó a su padre alejarse cojeando. Su pierna no sanaría por completo, lo que serviría como un recuerdo perpetuo de los sucesos de ese día, cuando un pequeño grupo de valientes recuperó el trono para la familia Higurashi.
La chica aspiró profundo el aroma de las flores y miró al cielo, con una sensación agridulce en el pecho. Su divorcio ya era definitivo y no volvería a ver a ninguno de sus amigos. No volvería a ver a la servicial Kaede, ni a la muy valiente Sango, ni al polifacético de Miroku, o al siempre travieso Shippo. Más importante aún. No volvería a ver a Inuyasha. Su único consuelo residía en que el chico había obtenido su libertad y con ello la posibilidad de formar una verdadera familia en el futuro. Eventualmente, él construiría la casa que quería, junto al árbol gigante. Y también el puente, para que los niños no tuvieran que arriesgarse cruzando el río en época de lluvia.
A pesar de la sonrisa provocada por su último pensamiento, lágrimas de tristeza hicieron su aparición. Lo que ella quisiera, ya no importaba. Debía vivir para su familia y para el pueblo. Sus días de libertad compartiendo una casita con un malhumorado, infantil y absolutamente excepcional hombre quedarían en el recuerdo. Como un sueño. Y ya había llegado la hora de despertar.
Tratando de no deprimirse más, optó por volver a sus quehaceres. Había mucho que preparar para la llegada del rey de Tarus, y siendo ella uno de los motivos principales de la visita, debía poner manos a la obra para que todo estuviera perfecto. Ésa era su obligación. Antes de volver, dio un último vistazo al pez sobre la fuente. "Me habría gustado ver esa casa de la colina construida", dijo, como si esperara que la escultura respondiera. De pronto, Kagome se paralizó al ser atacada por una revelación.
Instantes después, la princesa ojiazul corría por los pasillos, sintiendo que el corazón le estallaba dentro del pecho.
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Decir que las cosas habían sido difíciles, sería poco. Lo que menos le gustaba, eran las miradas de lástima que sus vecinos le dedicaban cuando lo veían pasar. No importaba cuántas veces les había repetido que él estaba bien y que su matrimonio sólo había sido una farsa de la cual él había formado parte consciente, sus conocidos no le creían. Los más valientes incluso se habían atrevido a llamarlo mentiroso, pues a su forma de ver, era obvio que Kagome se había convertido en parte importante de su vida. Y todos estaban convencidos que la extrañaba.
Como si fuera posible extrañar a esa irritante, escandalosa e impertinente mujer.
Y el constante acoso de Shippo demandándole que fuera a buscar a Kagome y la trajera de vuelta a Himeshi sólo empeoraba la situación.
El pequeño no comprendía por qué su amiga se había vuelto a casa de sus padres y mucho menos entendía por qué Inuyasha se lo había permitido. El lugar de una esposa es junto a su esposo. Tan simple como eso. Cuando Izayoi trató de calmarlo diciéndole que algunas cosas eran demasiado complicadas para que él las comprendiera, el chiquillo respondió 'eso es porque los adultos las complican'.
Y en eso, Inuyasha le daba la razón a Shippo. Antes de Kagome, él sólo era un muchacho más disfrutando de su día a día. Apenas ella apareció, las obligaciones y responsabilidades se hicieron presentes. Las tomas de decisiones se hicieron más difíciles y en fin, todo se complicó.
'Qué daría porque las cosas volvieran a ser como antes de que ella llegara', pensó para sí el muchacho… pero, ¿cómo eran las cosas antes de que ella llegara? Su vida consistía en trabajar, comer y pasear por la aldea buscando algo con qué distraerse. ¿Y después de Kagome? Básicamente era lo mismo. Con la diferencia de que ya no tenía que pasear por la aldea para distraerse. La muchacha le daba suficientes dificultades para mantenerlo ocupado en sus ratos libres. Pero no todo eran conflictos –, como cuando cenaban conversando tranquilamente de los eventos del día -. Y aún los conflictos resultaban divertidos.
'Bueno, tal vez sí la extraño… un poco', concedió internamente, mirando a la distancia. Recordó la primera vez que ayudó a Kagome a subir la roca sobre la cual él estaba de pie, admirando la vista. Para ser su primera vez escalando, la muchacha lo había hecho bastante bien. Cuando había llegado el momento de bajar, ella había estado aterrorizada, y sin embargo, tragándose el miedo, había seguido cada una de sus indicaciones y habían llegado a tierra firme sin un solo rasguño.
La muchacha era valiente. Eso no se podía negar. 'Y también muy bonita'. Inuyasha se llevó las manos a la cabeza y gruñó. "Es una princesa. Pensar en ella sólo es una pérdida de tiempo".
Furioso consigo mismo, se dispuso a bajar del peñasco, tratando de no pensar más en su ex esposa y los cambios que su ausencia había generado en el quehacer diario de la aldea.
En primera instancia, Kaede había tenido grandes dificultades para encontrar alguien que pudiera sustituir a Kagome eficazmente. Al parecer, la combinación de encanto, interés y esfuerzo que la princesa mostraba en su diario vivir no era algo común de encontrar en los demás. Cinco, era la cantidad de muchachas que Kaede había reclutado desde el día de la batalla, y todas habían tratado de dar lo mejor de sí. Sin embargo, las exigencias del trabajo, de por sí, probaban ser demasiado duras para las aspirantes. Pero Kaede, capaz de siempre encontrar solución a los problemas, había optado al final por dos de las chicas, entre las cuales había repartido las diferentes obligaciones.
Luego, Susume, convertida en madre de tres después de su boda con Taka, se había visto en aprietos, teniendo que preparar sus lecciones sin la asesoría de Kagome, la cual se había vuelto vital para ella.
Y finalmente Shippo, quien en acto de protesta por la ausencia de su amiga, se había dado a la tarea de hostigar a todos los adultos con sus rabietas. Pero nadie reprendía al pequeño. Shippo extrañaba a Kagome y molestar a todo el mundo era su forma de descargar sus sentimientos. Hasta Inuyasha se había reprimido de golpearlo cada vez que el chiquillo comenzaba con su incesante '¡ve a traerla!'.
Pero, en opinión de Inuyasha, todos los problemas palidecían cuando se les comparaba con un suceso que nada tenía que ver con Kagome. Excepto, tal vez, que era algo que ella deseaba que sucediera. Como fuera, encima de la lástima, las murmuraciones y los berrinches de Shippo, Inuyasha se veía obligado a lidiar con la noción de que Miroku estaba cerca de convertirse en ciudadano permanente de Himeshi.
Y todo porque Sango ya no lo odiaba.
De alguna forma, el pervertido parecía haberse ganado, al menos, la tolerancia de la muchacha, pues se podía ver al ministro partiendo de la casa de Ryu casi todas las noches. Y los rumores de que faltaba poco para que la alta morena le diera el sí eran cada vez más frecuentes.
Y tal como dice el dicho, 'si el río suena es porque piedras lleva', los rumores contenían buena parte de verdad.
Desde el día del intento de invasión, Sango había comenzado a ver a Miroku con ojos diferentes. Ella aún no se fiaba por completo de las intenciones del ministro, pero una vez que bajó un poco sus defensas, la muchacha pudo descubrir qué era lo que les atraía a las personas de él. Miroku era un erudito, capaz de conversar de cualquier tema, desde la crianza de pollos hasta la formación de las estrellas. También era muy amable y servicial, listo a ayudar en cualquier necesidad. Sango ya había notado esto último; sin embargo, le había dado la impresión de que el predicador sólo actuaba de semejante manera con las mujeres jóvenes de la aldea, aunque lo cierto era que el joven mostraba la misma deferencia con cualquiera que requiriera ayuda.
También resultaba gracioso. Sabía hacer bromas y no tenía dificultad para encontrarle el lado divertido a las cosas. Muy sabio, también, dando los consejos más acertados, los cuales en algunos casos, resultaban ser mucho mejores que los de Kaede o Izayoi. Y sobre todo, muy sereno. Su accionar en el preludio de la batalla mostró su capacidad de mantener la cabeza fría en las situaciones más tensas.
Pero, sobre todo, lo que más agradó a la campesina, fue el respeto que el ministro era capaz de mostrarle. Después de su acelerada proposición, el muchacho le había dado su espacio, sin presiones, diciéndole que él esperaría la respuesta de ella el tiempo que fuera necesario. Lo único que le pidió fue la oportunidad de poder pasar un poco de tiempo con ella a diario. El primer impulso de Sango fue rechazar la petición. Como de costumbre.
Para fortuna de Miroku, uno de los vecinos que oyera la conversación, corrió a contarle a Ryu, y el padre de Sango no dudó en extender una invitación abierta para cuantas veces el ministro quisiera acompañarlos a cenar. Luego, Ryu tuvo que darse a la tarea de convencer a su hija de que ése era el mejor arreglo, pues departiendo con Miroku, ella podría conocerlo realmente y así tomar una decisión bien fundamentada, ya fuera que le diera el sí o lo rechazara.
Para sorpresa del campesino, la muchacha no opuso verdadera resistencia.
Pero Sango aún no estaba lista. El temor arraigado en ella desde muy joven no la dejaba abrazar la esperanza de un futuro con el predicador. Ella entendía que su temor resultaba ilógico, pero no podía deshacerse de él. Y sin embargo, con frecuencia se encontraba a sí misma imaginándose un pequeñito idéntico a Miroku. Al confiarle a Kaede estos nuevos y confusos sentimientos, la anciana le había dicho que esos sueños estando despierta eran el primer paso a la cura de su miedo.
Al consultar Sango acerca de cuál sería el segundo paso en ese camino de recuperación, casi se desmaya cuando la anciana, juguetonamente respondió: 'tienes que embarazarte'.
Una vez pasado el susto, Sango comenzó a considerar seriamente las palabras de Kaede. Sus padres habían deseado que ella tuviera hijos y todas las mujeres que conocía – salvo un par de excepciones – estaban convencidas que el mayor privilegio de su sexo, era convertirse en madre.
Y así, el proceso de sanación comenzó en ella. Sango sabía que tomaría tiempo – ella rogaba que no fuera mucho – pero había comenzado a reconocer tener sentimientos por Miroku y esos sentimientos la asustaban casi tanto como el convertirse en madre. Sin embargo, ella no era ninguna cobarde y encontraría la forma de vencer sus temores. Cosa extraña, el amor. Tal como Miroku había predicado una vez, 'el amor todo lo puede'.
Aunque Inuyasha estuviera en desacuerdo con esa noción.
Inuyasha terminó de bajar el peñasco. Dándose cuenta de que no tenía a donde ir. En los últimos días, presentarse a trabajar resultaba muy difícil. Su humor no era el mejor y tendía a enfadarse por las cosas más insignificantes, ocasionando peleas con su hermano mayor. Esa tarde no había sido excepción, por lo que Sesshoumaru lo había relevado de sus obligaciones temprano por la mañana. Desde esa hora, el muchacho se había dedicado a vagar por los alrededores de la aldea en busca de un lugar solitario en el cual pudiera sentarse a pensar sin que uno de sus vecinos lo viera con lástima. Así fue como había terminado escalando la roca.
Pero siendo que no podría quedarse a vivir allí y la hora del almuerzo había pasado hacía rato sin que él ingiriera nada, decidió que lo mejor sería volver a su casa.
Su vacía y aburrida casa.
Cuando Izayoi le ofreció que volviera a vivir con ella y Sesshoumaru, el muchacho declinó la invitación, diciendo que él ya se había acostumbrado a vivir aparte y regresar a su antigua habitación le resultaría muy incómodo. Su madre se había preocupado, pues ella no creía que vivir solo resultara saludable, emocionalmente hablando, para su hijo.
Pero Inuyasha lo prefería así. Era mejor estar solo en su pequeña casita, que observar a diario la culpa que parecía pintada permanentemente en el rostro de su madre. Por eso, ni siquiera iba a comer con ella, pues no importaba cuántas veces se le repitiera que Izayoi no tenía nada de qué sentirse culpable, la señora estaba convencida de lo contrario.
A pesar de tener hambre, Inuyasha no estaba ilusionado con ir y comer algo preparado por él mismo. Se había acostumbrado a la comida de Kagome y era otra cosa que extrañaba. Rara vez él había demostrado apreciación por la cocina de la muchacha, pero lo cierto era que lo poco que ella había aprendido, lo había aprendido bien.
Evitando pasar por la aldea, para no toparse con ninguno de sus preocupados vecinos, caminaba por un sendero alterno, mientras meditaba en las reducidas posibilidades que su alacena presentaba. 'Espero tener todavía algo de tocino', pensó el muchacho, cuando escuchó a su estómago protestar una vez más.
Tan concentrado en sus cavilaciones estaba, que no notó a la persona que esperaba en el umbral de su puerta hasta que estuvo lo bastante cerca como para alcanzarla si extendía sus manos.
Por varios segundos, se quedó paralizado, su mente tratando de encontrarle sentido a lo que sus ojos veían. Como para demostrar que no era un producto de la imaginación de nadie, la persona articuló un nervioso 'hola'.
Inuyasha finalmente pudo encontrar su voz y dijo lo primero que le vino a la mente: "¿Qué diablos haces aquí?".
Sentada en el pórtico de la vivienda, luciendo un liviano pero hermoso vestido de viaje, Kagome lo miraba aprensiva. Había pasado las últimas tres horas esperando a que Inuyasha apareciera, pues quedarse en un solo lugar resultaría más eficiente que ir por toda la aldea buscándolo. Al menos eso era lo que le había dicho a sus guardias. Lo cierto era que ella temía que si el chico se enteraba de que ella estaba de vuelta, él decidiera esconderse para no verla.
"Kagome, ¿qué. . .?" él no sabía cómo continuar. ¿Qué estaba haciendo ella en Himeshi? El consejo de la aldea accedió a conceder el divorcio de la pareja y el documento ya había sido entregado en palacio. Kagome no tenía ningún motivo para volver. ¿Tal vez su presencia se debía a algún asunto oficial concerniente al traslado de las tierras? No. El reino contaba con funcionarios que se encargaban de esas tareas. ¿Entonces? La conmoción era tanta, que hasta olvidó que tenía hambre.
Kagome sabía que su reencuentro con Inuyasha no sería sencillo. Cuando vivían juntos, solían pelear aún cuando no había motivos. Ambos eran impulsivos y si hacían una competencia de terquedad, seguro y empataban. Además, nunca hablaron propiamente desde que todo el asunto se descubriera. No. No sería nada fácil, pero ella había tomado una decisión y debía dársela a conocer a Inuyasha, pues no podría proceder sin el consentimiento de él.
La princesa se puso de pie e Inuyasha recordó la impresión que recibió la tarde en que la vio con su vestido de fiesta. Kagome era hermosa en verdad, por fin él podía reconocerlo. Y las prendas que llevaba sólo resaltaban sus atributos. Cualquiera que conociera del tema, sabría que el vestido que Kagome usaba era muy sencillo en comparación con los que estaban a disposición de ella en palacio, pero el color de la tela era de un tono idéntico al de los ojos de la chica y producía un efecto muy halagador a sus facciones y la confección de la prenda acentuaba todas las áreas adecuadas. A los ojos de Inuyasha, Kagome nunca lució como una princesa hasta ese momento.
Mientras que el ojidorado trataba de no ser demasiado obvio en su apreciación por Kagome, a unos metros de la pareja, unos arbustos cuchicheaban sin parar.
"No logro escuchar lo que están diciendo", murmuró con pesar una voz masculina tras las verdes hojas.
"Tal vez sea lo mejor", respondió aprehensiva una segunda y melodiosa voz. "No deberíamos estarlos espiando".
"No estamos espiando", arguyó la primera, "simplemente nos informamos de las novedades que la princesa trae".
"Algo me dice que 'las novedades' son un asunto privado entre esos dos", protestó la segunda voz. Su dueña se puso de pie en claro ademán de retirarse. "Volvamos a la reunión".
La primera voz hizo una pausa antes de razonar. "Pero, querida mía, sólo los jefes de familia están obligados a permanecer allá y ahora que ya firmé por mi parte, la reunión no contiene asuntos de interés para mí".
"Usted es el ministro. Debe interesarse en todo lo que concierna a la aldea", regañó la fémina.
"Esto", el ministro señaló a la pareja que a unos metros de ellos no hacían más que estar inmóviles mirándose uno al otro, "concierne a la aldea", terminó de decir como si fuera un asunto obvio.
Un bufido de indignación acompañó a las siguientes palabras de la muchacha: "Usted es increíble".
"¿Ya podrían callarse? ¡No me dejan oír!", terció otra voz, más aguda y mandona que cualquiera de las otras dos.
Sango se sorprendió ante el tono utilizado por el más pequeño de sus acompañantes. "¡Shippo! Tú menos que nadie deberías estar aquí".
"No es saludable reprimir la curiosidad natural de un niño", sentenció el ministro, sabiamente.
"Usted no sabe cómo dar un buen ejemplo, predicador", rebatió la morena.
"Luz de mi vida", habló el ministro, tomándole las manos, "llámame Miroku". Por la posición en la que el predicador estaba, daba la impresión de estar arrodillado a los pies de Sango.
Shippo entornó los ojos ante el comportamiento cursi de la pareja y su disgustó aumentó cuando notó cuan sonrojada se habían puesto las mejillas de Sango. Olvidando por un momento su verdadero objetivo, Shippo se volvió por completo hacia ellos y con incredulidad cuestionó "¿De verdad vas a casarte con éste? Yo no te lo recomiendo".
Miroku escondió una mueca y extendiendo su mano hacia la cabeza del niño, le dio unas palmaditas que dolieron más de lo que se suponía: "Oh, Shippo. No me canso de decirte cuan simpático eres".
"Dejen las boberías y vámonos, ahora".
"Pero Sango. Tenemos que quedarnos cerca en caso que Inuyasha meta la pata. ¿O quieres que Kagome se vaya otra vez?".
"Shippo, si Kagome ha regresado para quedarse, se quedará sin importar lo que Inuyasha haga o diga. Y si no ha vuelto para quedarse, la misma regla se aplica", explicó Sango en la forma más serena que podía. Ella también estaba nerviosa y tenía mucha curiosidad, pues a pesar de haber conversado con Kagome unas horas antes, no tenía idea de cuáles eran las intenciones de la princesa. Kagome se había limitado a decirle que era con Inuyasha con quien debía hablar primero de sus planes. Lo que Sango no sabía, era que Kagome había conversado en privado con Izayoi y Sesshoumaru antes de que éstos últimos partieran a la asamblea.
"Pero. . .", se alistó a protestar una vez más el pequeño, a la vez que con la mirada buscaba la ayuda de Miroku. Por un momento, creyó que el ministro iba a apoyarlo cuando lo vio ponerse de pie con una expresión pensativa, pero entonces Miroku habló, tirando al suelo sus esperanzas.
"Sango es tan sabia como es hermosa. Debemos escucharla". Mientras decía esto, el predicador se movió hasta quedar de pie junto a la muchacha, casi hombro con hombro. Sango le sonrió agradecida de que por fin el ministro mostrara señales de sentido común, y no notó como la mano del predicador se movía en dirección sur por la espalda de ella.
El sonido producido por la bofetada de Sango a Miroku fue lo bastante fuerte como para sacar a Inuyasha de su estupor. Tanto él como Kagome, volvieron sus miradas hacia los arbustos desde donde se había producido la distracción y pudieron distinguir el sonido acallado de unas voces alejándose. El muchacho pareció dispuesto a ir a investigar el origen del ruido, no queriendo que nadie metiera su nariz donde no debía.
Sabiendo cuál, o mejor dicho, quiénes eran los responsables tras los arbustos, Kagome dispuso que no les permitiría distraerlos y en un impulsó extendió sus manos en ademán de detenerlo a Inuyasha. Ella no llegó a tocarlo, pero sus movimientos fueron suficientes para que Inuyasha volviera a concentrarse en ella, olvidando a los posibles fisgones. Entre tanto, Kagome parecía no saber qué hacer con sus manos y finalmente decidió colocarlas tras su espalda para evitar cualquier tentación. Quiso acercarse unos pasos más a él, en un intento de disminuir la sensación de incomodidad, pero se sentía insegura aún de mirarlo. Finalmente, cansada de su propio titubeo, habló "Vine a hablar contigo sobre esto
Inuyasha tomó el trozo de papel de las manos de la chica y sólo necesito una hojeada para saber qué decía el documento. "¿Cuál es el problema? ¿Está mal redactado?", cuestionó defensivo, apretando la hoja de papel. Mostrar disgusto era mejor que mostrar decepción. La hoja era el acta de anulación de su matrimonio y Kagome había vuelto porque estaba mal hecha. Y él que estuvo a punto alimentar la esperanza. Una inútil e idiota esperanza.
Kagome pudo ver el tumulto de emociones reflejadas en el semblante del muchacho en sólo unos segundos, maravillándose de lo bien que había aprendido a leer sus expresiones.
"No. El acta está correcta." Habló ella con cautela, dejando colar un poco de resentimiento en su siguiente comentario "Aunque me sorprendió recibirla. Creí que sería necesario que los funcionarios de palacio hicieran varias visitas a Himeshi antes de que ustedes aceptaran anular el matrimonio"
"Entonces, ¿viniste a dar las gracias?", retó sospechoso el ojidorado.
La rudeza de Inuyasha no era nada nuevo para Kagome, y con todo, no pudo evitar sentir su corazón sobrecogerse. Dada la situación actual, era simplemente imposible no cohibirse ante el ojidorado. "No. Tampoco es eso", logró articular.
"¿Y qué es?"
"Yo. . ." Titubeó. ¿Cómo decir algo tan importante? Con Inuyasha sólo había una forma. Directamente. La princesa aspiró profundo. "Yo vengo a pedirte que la recibas de vuelta"
"¿Qué?" Perplejidad, sorpresa, incredulidad, desconcierto. Ni todas esas palabras juntas podrían describir lo que Inuyasha sintió en ese instante.
"No quiero divorciarme", susurró ella, temiendo que la reacción de Inuyasha se debiera a que rechazaba la idea. "Y esperaba que tú tampoco" dijo un poco más fuerte para luego añadir de corrido: "es cierto que nuestra relación no ha sido fácil y no soy la mejor ama de casa del mundo, y también soy muy enojona, pero tengo la esperanza de que tal vez esos detalles no te importen. . . mucho".
Largos minutos pasaron, sin que Inuyasha emitiera ni un sonido y con cada segundo, Kagome iba poniéndose más y más nerviosa. El sonido de su corazón en sus oídos competía con el de sus inseguridades. ¿Qué estaría él pensando? El silencio era algo totalmente contrario a la personalidad de él. En realidad, a pesar de que creía conocerlo bien, ella realmente no sabía lo que él sentía en cuanto a ella. ¿Tal vez no debió estar tan confiada cuando pensó que Inuyasha estaría de acuerdo con su decisión? Que él tuviera paciencia para tolerarla no significaba que sus sentimientos fueran más allá de la responsabilidad… ¿o sí?
"No lo entiendo", dijo él finalmente, cortando la tortura mental que la chica se estaba infligiendo. La miró extrañado al continuar: "Esto", mostró el acta de divorcio, "es lo mejor para ti y lo que todos llaman política. Dijiste que iban a enviar funcionarios para tramitar la separación".
"Políticamente hablando, un divorcio es la mejor decisión. O era la mejor decisión. Si en lugar de mujeres hubiésemos sido hombres, mis hermanas y yo, no habría habido mucho problema en tener por consorte a alguien de bajo estrato social, pues siempre sería el príncipe quien llevara el mando. Pero somos mujeres y las únicas herederas por el momento y nuestras leyes antiguas prohíben que una mujer gobierne sola, por eso necesitamos consortes que sean nobles para que el vulgo no recienta su mandato".
"Esas leyes son estúpidas", declaró el chico.
"Estoy totalmente de acuerdo", dijo con convicción la princesa.
"¿Van a cambiarlas?".
"Cambiar una ley tan vieja como esa no es una tarea sencilla, pues habría que cambiar la mentalidad de la gente primero para que pudieran aceptar el cambio". Kagome se aseguró que su inconformidad con las leyes de su país se reflejara claramente en su voz, en el modo en que fruncía el ceño y en su mirada directa.
"Pero no quieres divorciarte". La duda era palpable en la voz del muchacho. "Y no puedes cambiar la ley, ¿entonces?".
"Yo vine hace varias horas con la comitiva oficial que hará el traspaso de las tierras a nombre de todos ustedes. En este momento, la gente de la aldea está reunida en la casa grande realizando los trámites necesarios".
"¿Sí?"
"Ajá. Rin vino también. Se moría de ganas por volver a ver a los amigos que hizo aquí. En especial a ti y a tu hermano. Está obsesionada con el cabello de ustedes dos, y yo-"
Inuyasha la interrumpió. No era momento de conversaciones banales. "Tu hermana me agrada pero no estamos hablando de ella".
"Lo sé. Perdón", dijo la chica, abochornada. Los nervios la estaban haciendo divagar y era un lujo que no se podía permitir "Volviendo al tema, las tierras pasarán legalmente a nombre de ustedes y según los documentos, tú y Sesshoumaru poseerán la mayor parte. Eso es mucho dinero y sumado a que Sesshoumaru heredó el título de tu abuelo, él es ahora un conde con riquezas".
"¿Qué con eso?".
"Siendo su hermano, la corte puede nombrarte conde, también". Tal como ella lo imaginara, Inuyasha no parecía nada emocionado con ese ofrecimiento, así que se apresuró a continuar: "Siendo noble, con una propiedad grande, no hay motivos para que me exijan divorciarme de ti".
Con el ceño fruncido, Inuyasha estudió el rostro de la muchacha por largos momentos. "¿Por qué?", preguntó lleno de confusión.
"¿Por qué, qué?"
"¿Por qué no quieres divorciarte?"
Kagome lo miró a los ojos. Sabiendo que el momento de derramar su corazón había llegado, no se echó para atrás: "Yo hice todo mal desde el principio. Nunca debí escapar de palacio. Nunca debí mentir. Ocasioné mucho sufrimiento a mi alrededor con mi actitud egoísta y sin embargo, si tuviera la oportunidad de volver el tiempo atrás y cambiar mis acciones, no lo haría", hizo una pausa y dio un paso hacia él. "Cada una de mis tontas decisiones me trajo aquí, contigo, y eso es algo que nunca querría cambiar."
El significado de las palabras dichas con mucho sentimiento por Kagome cayó con todo su peso sobre Inuyasha. Él entendía las implicaciones y era algo que deseaba, pero no era suficiente. "Te fuiste", acusó, desconfiando más de sí mismo y de sus emociones que de las intenciones de la que, aparentemente, aún era su esposa.
"Lo sé", gimió ella, temiendo no poder convencerlo. "Pero, ¿nunca has deseado algo con tanto fervor que has estado dispuesto a hacer lo que fuera por conseguirlo, y que cuando al fin lo obtienes, te das cuenta de que no era tan importante como pensabas? Inuyasha, me equivoqué, ahora lo entiendo."
"¿Y si después de un tiempo te das cuenta de que te equivocaste de nuevo? ¿También te irás? ¿Buscarás una mejor opción?".
"¡No! Esto es diferente" protestó ella con vehemencia.
"¿En qué forma?", demandó él, a punto de perder la paciencia. No quería arriesgar más.
"Soy tu esposa", dijo ella sin siquiera pensarlo.
Normalmente, esas palabras bastarían, pero ellos no estaban en una situación normal. "Eso no significó nada antes", sentenció Inuyasha duramente.
Un nuevo silencio. Kagome miró al piso mientras trataba de controlar su respiración. Ella sentía que en cualquier momento comenzaría a sollozar, pero no podía permitírselo. Era imperante dominar sus emociones, así que alzó la vista, topándose con la mirada expectante de su esposo. Él era fuerte y rudo. Mucho más grande que ella y sin embargo, era totalmente incapaz de lastimarla y esa noción le dio las fuerzas para continuar.
Dio un paso más hacia él, convencida de sus siguientes palabras: "Cuando me enamoré de Kouga, fue porque él era la encarnación de lo que, me habían dicho, era un hombre perfecto. Y yo no tenía punto de comparación. Pero cuando llegué aquí me topé con un puñado de hombres tan alejados de ese ideal, pero que eran capaces de criar solos a media docena de hijos y…", su voz comenzó a quebrarse, pero se obligó a continuar: "Y yo no soy una princesa de cuento. No quiero un hombre de fantasía, quiero uno de verdad que sea lo bastante fuerte y responsable para cuidar de mí y de nuestros hijos, que me haga enfadar porque no está de acuerdo conmigo en todo y que se coma mi comida aún cuando le queme la lengua. . ."
Kagome no pudo continuar hablando, no sólo porque su garganta se había cerrado con un nudo, mientras lágrimas corrían libremente sobre sus mejillas, sino y sobre todo, porque Inuyasha se lo impidió al abrazarla fuertemente.
"También te quiero" confesó él en una forma tan sencilla que iba en contra de todo ideal romántico, y sin embargo, esas simples palabras provocaron que el corazón de Kagome se elevara hasta las nubes.
Con el rostro hundido en su hombro, Kagome logró esbozar una sonrisa sintiendo frescas lágrimas derramarse abundantemente. Pero esta vez, eran de alegría.
Después de largos momentos, Inuyasha la separó de sí para verla directo a los ojos: "No va a ser fácil, ¿verdad? Con toda esa gente que le gusta meterse en lo que no le importa".
Entendiendo a qué se refería su esposo, la princesa habló con seriedad – lo que resultó una faena imposible de entender, siendo que la sonrisa nunca dejó su rostro – "No. Con esto del nombramiento, sólo conseguimos que el consejo deje de oponerse, pero eso no significa que les agrade. En realidad, se espera que haya más protestas".
"Eso significa más peligro para ti", Inuyasha frunció el ceño, preocupado.
"Teniéndote a ti para protegerme, no me preocupa", habló ella a forma de consuelo. Cuando vio que el semblante de Inuyasha se ponía más grave, ella le tomó el rostro entre las manos y sabiamente dijo: "Nada que valga la pena es fácil".
Él asintió, pensativo, tomando las manos de su esposa y estudiándolas detenidamente. Eran tan pequeñas y frágiles, pero sólo en apariencia. Él había sido testigo de lo que esas diminutas manos eran capaces de lograr en medio de situaciones extremas. Eran manos fuertes y firmes, a la vez que suaves y cariñosas. Exactamente igual que su dueña. Kagome no se dejaría derrumbar sin importar lo que la vida les lanzara. La miró de nuevo a los ojos y sentenció: "De ninguna forma voy a ponerme esos ridículos trajes que los nobles usan".
La sonrisa que había menguado, volvió con toda su energía. "No soñaría con pedirte que lo hicieras".
"Y quiero vivir aquí".
"Igual yo".
"¿Y tus lujos? ¿No los extrañarás?".
"Ya una vez viví como una mujer común y corriente. Puedo volver a hacerlo", Inuyasha alzó una ceja y ella apretó los labios. "Bueno, sí querré algunas cosas".
"¿Como cuáles?"
"Tú construirás la casa en la colina, ¿no?" Él asintió. "Naturalmente será más grande que esta cabaña", señaló a la diminuta vivienda. "Y bueno, planeo volver a ayudar a Kaede, entonces tendré mucho trabajo. . ."
"Ve al grano" ordenó Inuyasha gentilmente, apretando un poco las manos de ella.
Kagome aspiró con fuerza. "Quiero una doncella. Dos a lo sumo. Dependiendo de cuánto crezca nuestra familia".
"Nuestra familia", repitió él quedamente, la petición original de la muchacha quedando ignorada completamente. "Eso suena. . . bonito".
"Lo sé", aseguró ella, sintiendo como sus manos comenzaban a sudar.
"Entonces, ¿es oficial?, ¿definitivo?", aventuró Inuyasha.
"Oficial y definitivo. Hasta que la muerte nos separe", aseveró ella, acercándose un poco más. "Y creo que he demostrado ser muy resistente, así que no podrás deshacerte de mí con facilidad".
Ante el recordatorio de las palabras que él mismo dijo en el pasado, la primera sonrisa real apareció en el rostro del muchacho. "Lo tendré en cuenta", dijo, mientras con calma soltaba las manos de Kagome, rodeándola por la cintura y atrayéndola hacia sí.
Sus rostros se acercaron lentamente. Kagome cerró los ojos, sabiendo lo que seguía, no podía esperar más. Había escuchado cientos de veces lo que un besador experto era capaz de producir en su compañera: escalofríos de pies a cabeza, sensación de mareo, piernas tambaleantes. Sin embargo, cuando finalmente sus labios se unieron a los de Inuyasha en un primer beso, lo último en la cabeza de la princesa eran las opiniones ajenas.
Suave, tierno y lleno de inexperiencia, su primer beso superaba cualquier expectativa.
Todo lo que había escuchado en el pasado respecto a las muestras de afecto entre un hombre y una mujer habían sido cuentos y fantasías ajenos. Su primer beso era real y le sucedía a ella, y aunque duró sólo unos segundos, era una experiencia que quedaría grabada en su mente y corazón por siempre.
Cuando finalmente se separaron, ambos estaban sonrojados y un poco cortos de oxígeno, pero radiantes, pues en las mentes de ambos estaba claro que ese era sólo el principio de un mundo de experiencias que explorarían juntos.
Inuyasha la miró con un nuevo brillo en los ojos que ella nunca había visto antes y nuevamente le tomó las manos. Había muchas cosas más que debían discutir, pero él sabía que por el momento, lo más relevante ya se había tratado. Y siendo así, sólo le quedaba una cosa más por decir: "Tengo hambre".
Ella abrió los ojos como platos e inmediatamente dejó escapar una carcajada no propia de una princesa. "No cabe duda de que tú sabes poner en orden tus prioridades", rió. Entrelazando brazos con él, guió los pocos pasos que los separaban de la vivienda. "Veamos qué puedo prepararte".
"Haz la salsa. La que no lleva picante", solicitó el chico, cerrando la puerta tras de sí y preparándose para disfrutar una apacible tarde junto a su mujer.
FIN