¿Qué creen? Que ayer se cumplió un año desde la última actualización de esta historia. Perdón, perdón, perdón. No tenía planeado tardar tanto pero la vida me arrolló, espero sepan disculpar. Lamentablemente no puedo prometer un pronto regreso, pero espero les guste mucho mucho este capítulos, hay escenas de momentos que han pedido MUCHO.
Por otro lado, sepan disculpar que posiblemente la calidad de redacción y ortografía de este cap no sea el mejor y es que es el primero que publico sin beta. Después de un año comprenderán que me dio mucha vergüenza pedirle que continuemos con esto, así que están leyendo a la Stefanía pura. Seguramente iré corrigiendo un poco mientras pasa el tiempo, pero por ahora creo que la trama está ok.
Muchas gracias si deciden continuar con esto, saben que me tardo pero siempre vuelvo c:
Un beso enorme,
¡Disfruta!
Capítulo XIV.
«Acepta los cambios, hijo, cambiar es crecer» repetía su padre durante la infancia, pese a ello, había crecido con la simplicidad de una rutina, planteándose metas a corto y mediano plazo que podría lograr con el tiempo y repeticiones suficientes.
A los trece años debía dominar ciertas técnicas para convertirse en un escudero. No era demasiado alto, le costaba ganar masa corporal y era apodado dedos de mantequilla por su propio padre, pero tenía una meta fija que podría alcanzar sucumbiendo a la rutina. Se presionó para consumir las proteínas establecidas en su dieta, pasó horas sobre el caballo practicando el ataque con lanzas y corrió por los prados todas las mañanas, aunque el cielo augurara una tormenta.
El esfuerzo rindió fruto, y así se nombró escudero el día de su decimocuarto cumpleaños. Con ello aparecieron nuevos de retos que iban aumentando de dificultad, pero podían ser resueltos con la simplicidad de la rutina, la costumbre, al trabajo al día a día.
Siempre le había costado cambiar de opinión, retractarse, pedir perdón, se adaptaba lo más que podía, nunca enteramente; pues, dentro de su cabeza, la renuencia al cambio, el mal humor y la apatía permanecían latentes. Para él, los cambios contradecían la naturaleza de su ser, había crecido ejerciendo lo contrario pese a lo que su padre había tratado de instruirle.
Por eso, todavía se cuestionaba por qué aceptó abordar la Orden del Fénix. Tal vez fue el dolor intenso en su pierna, la mirada cansada de Remus, los llantos de la población de Driaq, el hema desgarrado de Lily o el propio dolor de su corazón al fallar una vez más. Tal vez solo fue un intento desesperado por tocar superficie en el océano de miseria en el que se había sumergido después del ataque en Godric. No consideró que aquello fuera una posibilidad real, demasiado abrumado por lo que había pasado, demasiado adolorido para pensar.
Después fue demasiado tarde, ya se encontraba revelando información delicada a desconocidos, motivado por una confiada pelirroja. Él también quería hacerlo, pero su naturaleza era desconfiada, no podría dejar en manos de alguien más la responsabilidad que habían inquirido en él. No importó la decisión en los ojos de Moody o la voz segura e inteligente de Bones, James se negaba a decir más de lo estrictamente necesario.
El señor Dumbledore había abierto una puerta mucho más amplía de la que se atrevía a decir en voz alta, y aquella era su carga. Dudaba que el viejo hubiera hablado con alguien sobre aquello en su vida, parecía ansioso, dudoso y avergonzado. ¿Por cuánto tiempo lo habría sabido?
James no tenía duda que el hombre había sido querido por muchas personas. El funeral había sido emotivo y triste, todos compartiendo sobre la vida y memorias de Albus Dumbledore, lloraban por la pérdida de un gran hombre. Sin embargo, él no podía dejar de pensar en la arrogancia del viejo.
Había conocido a Lord Voldemort por cuánto tiempo, ¿veinte años? Parecía imposible suponer que la información que poseía la hubiera recolectado en la última época. No. El viejo sabía aquello desde antes y aun así se había guardado todo para él. ¡Cuán egoísta era!
Entre más lo conocía, más lo detestaba. Era un maldito Gryffindor desertor, un cobarde que había abandonado el entrenamiento solo por ver a unos cuántos morir. Huyó al mar por años, solo para regresar cuando ya era muy tarde.
Todos expresaban la moral inquebrantable del viejo, su lucha vitalicia por la paz, y lo único que él veía era arrogancia, egoísmo, cobardía y mentiras. Unos minutos antes de morir se había atrevido a despotricar contra su padre, el mejor hombre que había conocido. ¿Había que tener tal descaro? Expresar todo aquello de quien le había ayudado a huir, quién le permitió tener aquella miserable vida de mentiras.
Su padre era una eminencia, la historia lo respaldaba:
Durante la edad oscura habían sido los años más sangrientos, la guerra consumía al reino por completo mientras Glador avanzaba en el territorio de Uthor perdiendo varios pueblos y aldeas del norte. Gran cantidad de soldados habían muertos en los combates, el frente se encontraba en una delicada situación con tantas bajas en un periodo de tiempo corto. Su padre sabía que no podía ganar, había pocos soldados experimentados y el resto eran jóvenes escuderos que, aunque tenían el alma puesto en la batalla, no tenían muchas posibilidades de salir triunfadores.
Ante la situación, el Conde de Godric fue de armas tomar, convocó a la población de todos los lugares del reino para unirse a la batalla y defender Uthor. Su llamado fue respondido, cientos de hombres se presentaron a la convocatoria, el campamento se cuadruplicó y, apenas con un arma y determinación, lucharon ferozmente en el frente.
El hecho llegó a conocerse como la Batalla de los Peones, uno de los triunfos más importantes en la historia de la guerra con Glador. Hicieron retroceder al enemigo en apenas cuatro días y pese a que pereció más de la mitad de los combatientes, el líder del combate, Fleamont Potter, se distinguió como uno de los hombres más importantes de la época, ganando, como recompensa, la mano de la Duquesa de Uthor.
Era cierto que ese hecho pautó el inicio de los plebeyos convirtiéndose en caballeros. Se cambiaron las leyes, aceptaron a todo niño que quisiera recibir una formación militar y su familia tuviera el dinero suficiente para convertirlo en caballero. Se reclutó de forma masiva en cada uno de los rincones del reino, graduando caballeros cada año que se sumaban al frente reforzando las fronteras. La edad oscura terminó cuando recuperaron el territorio perdido que coincidió con el año de nacimiento de James.
Repetía la historia memorizada en su cabeza de forma obsesiva, buscando algún error, un detalle que se le haya escapado. James tenía excelente memoria y podía recordar con sumo detalle los puntos más importantes de su educación. La Batalla de los Peones le hacía sentir muy orgulloso de su descendencia y familia, desde pequeño admiró a su progenitor, pero después de tener la madurez para entender el significado de ese hecho, lo había idolatrado. Creció pensando que algún día sería como su padre.
No había sido así, como bien había señalado el detestable viejo.
«No eres como tu padre, ni como la familia de tu madre y no tienes ni una pizca del hombre que se hace llamar nuestro Rey» Aquello lo había expresado como un halago, pero había sido como un puñetazo en el estómago para James. Deseaba con todas sus fuerzas igualarse al respeto que tuvo su padre, y no porque estuviera destinado a convertirse en rey, sino porque se lo mereciera. No quería que el pueblo lo amara por ser el siguiente en la línea de sucesión, quería que el pueblo lo respetara por sus hazañas, por haber restaurado la paz en el reino, por haber seguido los pasos de su padre.
Lamentablemente para eso debía plantearse si seguir en la Orden del Fénix era la mejor decisión, no tenía duda que sus amigos lo seguirían al fin del mundo si era necesario, pero ¿alguien más lo haría? ¿Los hechiceros darían la espalda al Rey para luchar bajo su mandato? Lo dudaba, su formación había sido leal a la corona, tan leal como él lo era.
Con eso, reafirmaba que los cambios no se le daban bien. ¿Su postura contra la situación actual había cambiado honestamente? ¿Realmente cambiar era crecer? ¿Era válido que él, el futuro Rey, cuestionara las decisiones de la corona? ¿No había sido criado precisamente para lo contrario?
El berenjenal que se había montado en la cabeza no le permitía descansar, se la pasaba a sol y a sombra tratando de resolver si lo que estaba haciendo era lo correcto o no. Su misma indecisión, le impedía decidirse si debía abandonar la nave. Podría haberlo hecho en Bisis, cuando atracaron un día y medio para cargar provisiones y sustituir a la tripulación que había desertado. Pero no lo hizo, en cambio permaneció, incluso cuando una tormenta los hizo perder un día de navegación a Odrad.
El trayecto era solitario, James divagaba mucho, sumido en sus pensamientos y dividido entre el mal humor de las actividades diarias y la falta de un mensaje de sus amigos. Solía repasar el camino que Phil debía seguir para regresar a Godric, el tiempo que le llevaría aun con los obstáculos que podría encontrarse. No podía ser mayor a cinco días y si agregaba el día de trayecto que le llevaría a la tormenta llegar hasta él, solo le quedaba ese día antes de perder la calma.
Debía confiar, Phil era el mejor escudero, el más hábil e inteligente, debía llegar, debía hacerlo.
—El capitán solicita tu presencia en la cabina de mando —espetó Bones, evitando su mirada mientras James cepillaba el suelo de la cubierta.
Era la primera vez que cualquiera de los oficiales se dirigía a él desde el día que abordaron, la solicitud debía ser un indicativo de que la llegada a Odrad se aproximaba.
Siguió al pelirrojo hasta la cabina de mando donde lo esperaba el capitán, estudiando las cartas sobre la mesa junto a Dorcas Meadowes, la piloto principal. No entendía la presencia de la mujer ahí, tampoco le importaba especialmente.
—¿Sí? —preguntó con desgano, esperando que la reunión fuera lo más breve posible.
—Gracias, Meadowes, puedes retirarte —despidió Moody a la mujer, quien salió de la cabina sin mirarlo.
En el pasado aquella falta de respeto lo hubiera sacado de sus casillas, si Sirius lo hubiera presenciado tal vez la hubiera mandado al calabozo como castigo, pero ahí no era así. Nadie profesaba ningún tipo de respeto por él, los tratamientos formales no existían.
El sonido de la puerta cerrándose con delicadeza le indicó que solo estaban los tres en la cabina y era momento para hablar con libertad:
—¿Me llamó, Capitán? —preguntó impaciente James, quién no podía deshacerse de la formalidad.
—Tuvimos un retraso —aclaró Moody, reclinándose en la silla mientras les indicaba que se acercaran.
James lo había sospechado, debieron arribar ese mismo día por la mañana.
—Perdimos el rumbo ayer por la noche, Meadowes asegura que nos pondremos en ruta hoy por la tarde si el viento lo permite.
No sabía que tenía que ver eso con él, así que permaneció en silencio.
—Tenemos tiempo para trazar el plan —continuó el capitán, en tono confidencial.
—¿Qué plan? —cuestionó, confundido.
—¿Cómo encontraremos al mayor sumo sacerdote? —aclaró Bones, mirándolo expectante por primera vez.
Se acercó a paso lento y se apoyó en la mesa, observando el mapa bajo sus manos. Odrad era una isla con un puerto al sur, rodeados de acantilados. Solo había una forma de tocar tierra y era entrando por un rio natural que llevaba hasta una laguna, donde se asentaba el pueblo de Odrad. James había estado ahí en el pasado, durante su primera búsqueda del Mayor Sumo Sacerdote, aunque solo había tocado puerto y ahora sabía que ese había sido su error.
—Debemos rodeador la isla —dijo, pensativo, recordando la altura imposible de escalar.
—Por mar, supongo —tanteó Bones.
Asintió con la cabeza, convencido de la respuesta. Aunque para el capitán no era suficiente:
—¿Y eso por qué? —cuestionó, dubitativo.
A James le había quedado claro que Moody y Bones confiaban nada en él, aunque no los podía culpar ya que él tampoco lo hacía. No tenía certeza en casi nada, pero de lo que sí estaba seguro era que intentarían en cualquier oportunidad sacarle la mayor información. James no había dicho todo y ellos lo sabían.
—El mayor sumo sacerdote está en compañía de dragones —aclaró.
—¿Y…?
—Los dragones podrían ser fácil detectables por un hechicero, ¿cierto? —cuestionó Bones, sacando a relucir una vez más su inteligencia.
Si estuvieran en otra situación, sin duda reclutaría a Bones dentro de sus filas, era mucho más inteligente que cualquiera que se hubiera encontrado en un largo tiempo; podía equipararlo con Remus, si tuviera la oportunidad.
—Así es.
Edgar asintió, convencido. Moody todavía no lo estaba.
—¿Eso qué significa? —gruñó con impaciencia.
—El hema de los dragones es poderoso, Alastor, lo suficiente para que un buen hechicero sea capaz de sentirlo a la distancia —explicó el pelirrojo.
El rostro de Moody no mostró ningún cambio, todavía escéptico.
—¿Qué distancia?
—Un par de kilómetros —aclaró James, aburrido.
Los dos hombres intercambiaron miradas.
—No es suficiente —repuso Bones, negando con la cabeza.
—Lo es. Según el señor Dumbledore se encuentra en los peñascos y la última información de su paradero indicaba que estaba en la costa —explicó, tratando de no perder la paciencia.
—¿Y quién te dijo que estaba en la costa? —cuestionó Moody, dejando de sobar su pierna para mirarlo a la cara por primera vez.
En un esfuerzo por no poner los ojos en blanco, respondió:
—Los sumo sacerdotes de la corte lo comentan, son dignos de fiar.
La declaración no parecía tranquilizar a los hombres, que parecían impacientes y esforzándose sobremanera de no perder la calma enfrente de él. James no sentía la necesidad de convencerlos, habían aceptado la misión, estaban ahí, dirigiéndose al lugar que él había dicho.
—Mira, muchacho —comenzó Moody, en ese tono despectivo que a James le molestó tanto la última vez—, necesitamos más que simples suposiciones de unos viejos chiflados…
—Alastor —advirtió Bones en tono bajo. El capitán lo ignoró.
—Estamos dirigiendo toda una tripulación a un lugar que podría significar una pérdida de tiempo. Debes darme algo más que tu palabra.
Se esperaba eso, aun así no flaquearía, tenía un temple fuerte, inquebrantable.
—Con todo respeto, capitán —masculló exagerando la palabra—, el señor Dumbledore es parte de ese grupo de viejos chiflados de quién habla y la persona que respaldará esas palabras será la señorita Lily. Esas declaraciones no me constan y no pondría las manos al fuego por ellas, quién sabe dónde pudo escuchar eso el señor Dumbledore y si fue una persona de fiar. Por otro lado, los sumo sacerdotes sin lugar a dudas trataron a ese hombre, él expresó que iría a las costas y de eso hay registros oficiales.
Pese a ello, los hombres seguían escépticos, los registros oficiales no debían significar nada para ellos.
—Bien —dijo simplemente Moody.
—Te informaremos al llegar —lo despidió Edgar señalando la puerta.
James asintió, avanzando de mala gana hasta la salida.
—Por cierto —lo detuvo la voz impertinente de Moody—, tienes un aspecto espantoso. Come algo y duerme.
Ni siquiera giró a verlo, siguió su camino hasta que llegó a la cubierta donde el sol de media mañana le golpeó el rostro.
Eran las horas donde la tripulación estaba más enérgica, durante la primavera se disfrutaba de un rico viento frío contrastando con la intensidad del sol, mientras que en la noche se volvía mucho más frío. Era un clima agradable, se disfrutaba más estando en altamar, pero James deseó ver el osage crecer ese año en Godric.
Se lamentó porque no tendría oportunidad, si en Odrad no encontraban nada el camino hacia Osmela duraría varios meses, irían en contraviento y las agua del océano serene eran complicadas. Si tenía suerte, regresaría a Godric para el otoño. Otoño… era demasiado tiempo, no podría mantener suficiente tiempo la farsa con el Rey.
Antes de su partida, sus amigos y él habían ideado un plan. James, debido a su posición, tenía la responsabilidad de informar cada uno de sus movimientos al Rey. No solo era para mostrar respeto, sino porque era el único heredero Pendragon a la corona. Si James decidía arriesgar su vida, debía ser con la autorización explicita del Rey.
Debido a esto, su viaje a Driaq había sido un secreto. Si en la corte se enteraban que James estaba llevando a cabo un viaje para reunirse con uno de los corsarios, dictando un plan para luchar contra Lord Voldemort, se consideraría alta traición. Podría morir por aquello si el Rey o alguno de sus allegados se enteraba. Dudaba que su posición de heredero lo salvara de esto y por ese motivo, habían decidido fingir que James estaba enfermo.
El plan era mantenerlo durante algunas semanas, debido a que con la información que el señor Dumbledore les diera, tenía pensado volver a Godric y planear una estrategia con Sirius.
Nunca pensó subir a un navío y desaparecer por meses, lo de la enfermedad solo le daría tiempo, algunas semanas cuando mucho. Rezaba por encontrar al mayor sumo sacerdote en Odrad, si no, no sabría qué hacer.
—Moody te busca —alguien le dijo cuando había vuelto a sus labores.
Su hema se sacudió suavemente indicando de quién se trataba. Era la primera vez que le dedicaba unas palabras desde el día que abordaron. Estaba curioso, pero esperó que se alejara para echarle un vistazo:
Lily había cambiado su saya por el mismo tipo de indumentaria que llevaba cuando la encontró aquella noche en Godric: calzas varoniles, botas y una camisa que se acomodaba desprolijamente en el cinturón que sujetaba en su cintura. Contrario a otras féminas de la tripulación ella no usaba jubón, lo que le daba un vistazo agradable de las curvas naturales de su cuerpo.
No la miraba demasiado, en realidad la evitaba lo más que podía, pero en ese momento decidió echarle un vistazo cuando sabía que ella no podía verlo. El abundante cabello pelirrojo ondeaba en cada paso mientras se dirigía a la cabina de mando, lanzando tirones a su estómago que él había interpretado como culpa.
Una vez que había visto la situación fríamente se arrepintió de haberse comportado como un patán el día que abordaron. Lily no había tenido la culpa, su actitud era natural, pero él estaba mal por toda la situación y se había desquitado con ella. Había sido insensible y duro, se reprimió a sí mismo su forma de comportarse, podía ser muchas cosas pero no un imbécil.
Sin embargo, el orgullo era otra de sus características más notables. Podía acercarse a ella y disculparse como un caballero, solo que no era lo que acostumbraba, James, el duque de Uthor, no echaba marcha atrás.
Entró a la cabina desconcertado, apenas habían pasado un par de horas desde que había salido de ahí. Pensó que no volvería a tener noticias del capitán y el primer oficial hasta que estuvieran en la cercanía de Odrad, evidentemente se había equivocado.
—Dices ser un hechicero —lo abordó Moody con brusquedad—, ¿qué sabes hacer?
James alzó una ceja, encontrando la situación, por alguna razón, hilarante. Sospechaba que estaban por pedir algo.
—Soy un lord —aclaró, susceptible.
—¿Puedes hacer volar cosas? —preguntó de nuevo el capitán.
Una media sonrisa se le escapó, notando la mirada de la pelirroja en él, que trataba de evitarla lo más posible.
—Tal vez.
—Al grano, Moody —exigió Bones, con los brazos cruzados sobre su pecho, evidentemente disgustado.
—El palo de mesana está dañado, los carpinteros no pueden trabajar en él sin el riesgo de que se derrumbe. Podría causar un gran daño a la rueda de timón…
—Pensamos que podrías sostenerlo mientras es reparado —interrumpió Lily, también con brusquedad, sosteniendo las pupilas con amplias flamas doradas.
La idea, obviamente, venía de la pelirroja, la única que sabía cuáles eran los poderes de un hechicero. Ella también podría hacerlo, tal vez no con tanta maestría como él, pero sostenerlo mientras era reparado no requería de mucho trabajo.
—De acuerdo —aceptó, sin demasiados ánimos.
Lo único rescatable era que dejaría las labores de limpieza el resto del día, si tenía suerte.
Moody y Bones parecieron aliviados, James se preguntó si se esforzarían por convencerlo si se hubiera negado.
—Sígueme —indicó Lily, pasando a su lado para abrir la puerta y salir de la cabina.
Sin mucho ánimo fue detrás de ella, recorrió el pasillo y salió a la cubierta donde Lily ya subía la escala a la toldilla. Desperdigados en el suelo había un grupo de personas en espera de seguir instrucciones, los notó escépticos, pero ya se había acostumbrado a esa mirada.
Durante los días pasados, poco había hablado con alguien que no fuera él mismo. La tripulación lo evitaba, algunos le temían y otros lo detestaban. La mayoría huía cuando él entraba a alguna habitación, o dejaban de hablar a su alrededor. Noto a un par que se puso de pie con el fin de escapar, pero la visión de Lily pareció tranquilizarlos. Ella, aparentemente, era mucho más confiable que él.
—James nos ayudará a sostener la mesana —anunció Lily con alegría, un contraste con el tono de voz con que se había dirigido a él antes—, ella es Arabella Figg, la jefa de carpinteros.
Una mujer de extrema delgadez y apariencia nerviosa se acercó para tenderle la mano.
—¿Figg? —preguntó James confundido, reconociendo el apellido.
—Sir Robert Figg fue mi padre —aclaró ella, sin darle mayor importancia. Giró sobre sus talones y dando unos aplausos ánimo al resto a ponerse a trabajar.
El grupo que había permanecido sentado se puso manos a la obra, el hombre grande que había llorado como un niño la muerte del señor Dumbledore llevaba enormes piezas de madera desde la bodega hasta la cubierta, donde los demás las aseguraban en su lugar.
Se notaba que los días anteriores se habían estado preparando para ese momento, las piezas de madera ya estaban debidamente cortadas y todos se movilizaban con rapidez y agilidad.
—Ahora —murmuró Lily, unos minutos después cuando la mayoría del equipo estaba en la tordilla.
James tomó una pizca de hema de la tripulación y la concentró alrededor del palo de mesana que antes provocaba un grujido en la base debido al movimiento del mar, de inmediato se hizo el silencio. Sostener algo en su lugar no representaba un mayor esfuerzo, pero debía mantenerse alerta, era una pieza pesada que requería su concentración, sobre todo porque el grupo de carpinteros estaba por arrodillarse a su alrededor.
—¿Ya? —preguntó uno.
—Sí —respondió la pelirroja, siendo capaz de sentirlo, el resto no parecían confiados.
—¿Cómo sé que así es? —cuestionó hostilmente una mujer de flequillo desgreñado.
Le tomó el mismo esfuerzo alzarla solo unos centímetros del suelo, ella se llevó las manos al rostro, tratando de cubrir su expresión de asombro. Contrario a la rápida aceptación en Godric, los rostros del resto de la tripulación no parecían maravillados sino aterrados.
—La mesana está segura —confirmó tratando de transmitir esa solemnidad que lo representaba en Godric, pero ni siquiera Arabella Figg parecía creerle.
—Hagrid sostén el palo, solo por precaución —indicó la mujer, sombríamente.
El hombre grande de inmediato hizo lo que le pedían.
Aquello le bajó los ánimos a James, la desconfianza de la tripulación era algo que esperaba, pero si tristeza se veía más enfocada en la confirmación de que se encontraba muy lejos de casa. El pensamiento lo condujo de regreso a Godric y en por qué no había recibido una tormenta de Canuto. ¿Phil habría muerto? ¿Godric había sido atacado? Le temblaba el corazón solo de pensar en alguna de esas posibilidades; debería ser remota, pero en medio de una guerra no había garantía.
Los carpinteros trabajaron de prisa reforzando el palo de mesana, James suponía que por miedo a que les cayera encima. En cualquier día afirmaría que no había posibilidad que eso pasara, pero en ese momento se esforzaba por mantenerse lo más sereno que sus nervios le permitían. Había evitado a Lily por una razón… el hema cálido lo estaba atormentando, la sensación lo recorría de los pies a la cabeza sin parar y en esta ocasión no podía hacer nada para tomar distancia.
Reconocía esa sensación, lo había acompañado por varios meses en convivencia con la pelirroja, en un inicio había sido incontrolable pero después, con la ayuda de Rosmerta, había logrado dominarlo. Las noches en sus cámaras también se servía para liberar otro tipo de tensiones y ahora, más que nunca, se encontró deseando la compañía de una mujer. Recorría la mirada entre la tripulación en búsqueda de alguien que ayudara con su pequeño problema, pero en la única en quién podía pensar era en Lily. Por supuesto eso sería contraproducente, ya que precisamente la sensación que ella provocaba era la que quería apaciguar.
Por las noches era aún más difícil, todos dormían en la segunda batería en hamacas, y él tenía que escaparse a algún recoveco vacío. En esos momentos, cuando cerraba sus ojos y su mano se afianzaba alrededor de él mismo en lo único en lo que podía pensar era el día de su cumpleaños, cuando sus labios se tocaron por primera y única vez. La calidez de su boca y su cuerpo seguían presentes en su memoria, la sensación del cuerpo femenino ajustándose al suyo más grande, sus manos sujetándola de la cintura y entonces su imaginación se disparaba: se veía arrinconándola, presionándose duro contra ella y palpando por primera vez esos senos generosos.
Y después, la sensación de culpa volvía. No solo por su traicionera imaginación sino por los eventos que estaban por suceder, y él llenando su mente con situaciones imposibles. Entonces volvía a pensar en Godric, Sirius, Remus y Phil sin poder transmitir su mensaje.
—¡Muy bien, señores! ¡Gran trabajo! —exclamó Arabella Figg, sacándolo de sus cavilaciones.
Las voces de los carpinteros recogiendo sus cosas y felicitándose unos a otros por el trabajo lo distrajeron unos segundos de sus pensamientos, hasta que detectó unos ojos verdes fijos en él desde la borda. En esta ocasión Lily no se apartó de inmediato, dejó que las llamas aparecieran en sus pupilas. Deseó leerle el pensamiento, ¿era aquella una mirada de desprecio? ¿agradecimiento? ¿confusión? Sintió su propia hema desestabilizarse, como le había ocurrido frecuentemente en los últimos días, detectó los cabos más cercanos a él alzarse y se concentró en regresarlos a su lugar.
Lily se dio cuenta, convirtiéndose en una mirada de reconocimiento. Inclinó la cabeza; «gracias» casi pudo escuchar dentro de su cabeza y se retiró con todos los demás.
Por la tarde Moody anunció que habían recuperado el rumbo y que arribarían al siguiente día. Esa noche James no pude dormir, nervioso por todo lo que estaba pasando y por lo que estaba por ocurrir, Odrad era una isla difícil: no le preocupaba el ingreso, si no la salida, la ruta de escape era imposible de tomar en caso de un ataque.
Estaban en el norte y Lord Voldemort reclamaba su dominio sobre ese territorio. ¿Y si decidía que en la misma fecha quería tomar Odrad? Lily decía que la Orden del Fénix sabía combatir contra mortífagos, eso no lo volvía menos inseguro, ¿sería la primera vez que lucharía sin sus caballeros, Remus o Sirius?
El vacío en el estómago no le permitió seguir más tiempo acostado, la escasa alimentación le provocaba acidez, pero estaba vez estaba seguro que era por otra causa.
Subió la escala hacia la cubierta, la brisa marina refrescó su cara dándole un momento de alivio, él estaba acostumbrado, pero debía saber que alguien que había crecido en el sur le pareciera desagradable. Hecha un ovillo encontró a Lily, apoyada contra un barril, cubriendo su cuerpo con el sobretodo y observando con atención un objeto entre los únicos dedos que salían del abrigo.
Ella fue consciente de él aunque no lo había visto, escondió su mano y giró el rostro hacia el mar. El vacío en el estómago creció aún más, era la primera vez que se encontraban solos y la oportunidad perfecta para disculparse.
—Curioso que alguien tan friolento decida estar fuera de la batería durante la noche —dijo, tratando de sonar amistoso, pero hasta él mismo encontraba su tono forzado.
Lily encogió el cuello, tratando de esconder la cabeza dentro del abrigo, como si quisiera desaparecer por completo de su visión.
—Una capa invisible sería absolutamente útil —murmuró con sarcasmo, recuperando su forma habitual de hablar. Funcionó, la pelirroja se relajó notablemente, su hema tranquilo corriendo fuera de su cuerpo como solía hacerlo.
Viendo la oportunidad se acercó unos pasos hacia ella dudoso, al no ver que su hema parecía calentarse aun más decidió que tal vez era una buena señal y se detuvo hasta que estuvo a solo unos pasos de distancia, sentándose frente a ella, cuidando, como siempre, no tocarse.
Por fin, a esa distancia pudo distinguir los ojos verdes brillando en suaves flamas doradas, pero no solo eso, también estaban húmedos, como si unos momentos antes hubiera estado llorando. La idea de Lily sintiéndose triste le desgarró el alma, también le hizo preguntarse por qué se sentiría así, era evidente que quería a esa gente, que se alegraba de regresar a la Orden del Fénix, aunque el señor Dumbledore ya no estuviera ahí.
—¿Estás bien? —se le ocurrió preguntar imprudentemente.
Ella frunció el ceño y se acomodó mejor en su posición, todavía en silencio. El malestar de Lily no parecía compararse con el enojo que sentía por él, tal vez odio, y ese pensamiento, por algún motivo, lo desgarró aún más.
—Verás… —empezó, un tanto nervioso pero, acostumbrado a la diplomacia, sabía cómo hacerlo— Yo quiero ofrecerte una disculpa.
Ninguna reacción.
—No espero que lo entiendas, ni que lo justifiques pero me porté detestable ese día. Lo reconozco —confesó—. De alguna forma la frustración, el odio, el coraje me hicieron desquitarlo con la única persona que estaba ahí para mí…
—Mentira —interrumpió bruscamente Lily, ahora con sus ojos fijos en él.
—¿Por qué lo haría? —gruñó molesto por la interrupción y cruzó los brazos sobre su pecho.
—Tenías días portándote diferente —explicó sin dejar los tintes molestos—, antes de abordar la Orden, incluso antes de marchar a Driaq… tú estabas diferente —soltó lo último con un suspiro triste.
James parpadeó sorprendido, más por la tristeza en su voz que por sus palabras. No creyó que ella se daría cuenta.
—Acababan de atacar Godric, sí, estaba mal —aclaró.
La pelirroja negó con la cabeza:
—Un día antes… en tu cumpleaños… —calló de repente, no parecía capaz de decir lo siguiente.
James sabía a qué se refería, a ese beso, el beso silencioso que lo había atormentado por semanas. No habían hablado al respecto ni una sola vez, quiso pensar que no había sido nada, él podría fingir que no lo recordaba por su estado de ebriedad, pero Lily tampoco lo había mencionado. Aunque ¿para qué hacerlo en ese momento?
—Y antes del ataque —continuó temblorosa— tú eras el mismo que había conocido durante los meses de entrenamiento en Godric. Luego, de repente, cambiaste. Con todos, pero especialmente conmigo. Creí que habías superado esa fase de insultarme, o portarte tan frío y distante. Mi maestro hablaba pacientemente, apasionado por enseñar y después…
La voz se le quebró, la mirada bajó, y juró que Lily daba todo de sí para no soltar una lágrima, pero no hacía falta. Las palabras no dichas se ahogaban en la humedad de sus ojos dorados.
Y también lo ahogaban a él, la decepción después de aquel beso que lo carcomía.
—Fue Sirius quien me lo dijo —soltó de repente, sin diplomacia, sin preparación, solo honestidad pura. No quiso verla, pese a la sorpresa que notó en su hema, si lo hiciera perdería el empuje—, que después de Driaq volverías con el señor Dumbledore.
Ojos arriba, Lily estaba tan sorprendida de escucharlo como él de decirlo. No acostumbraba ser tan vulnerable, expresar con tanta libertad lo que le molestaba. Su educación le había enseñado la solemnidad, no expresar sus sentimientos y emociones. Incluso ahí mismo, diciendo algo tan íntimo se las arreglaba para que sonara como una conversación sobre el clima.
—¿Cómo se atrevió? —se escandalizó Lily, moviendo las manos tan frenéticamente que el sobretodo se abrió—. Jamás dije eso, yo… lo pensé, pero no podía hacerlo. Las cosas ya no son como antes.
—¿Qué quieres decir? —se extrañó, sorprendido por el arrebato.
—¡Me enamoré de Godric! ¡De t… las tierras! No me di cuenta que siempre estuve buscando un hogar y lo encontré en Godric, a tu lado… como hechicera —exclamó con las mejillas sonrosadas, debido al calor que aumentaba cada vez más.
El hema cálido lo rodeaba por completo, consumiéndolo de esa forma en que jamás podría acostumbrarse. Le gustaba eso de Lily, la intensidad con la que expresaba sus opiniones, la transparencia en su mirada, la libertad de ser ella misma. La simple idea de que abandonara Godric lo había tenido de mal humor, no quería involucrarse, no quería pensar, solo evitarla hasta cierto punto. Su frialdad le había servido como arma, porque no importaba el beso compartido, aun así ella tenía planes de irse. Y ahora estaba en ese lugar, y ella parecía adaptarse tan bien… mucho mejor de lo que lo había hecho en Godric.
—Entonces, ¿no era cierto? —preguntó confundido, por fin poniendo en orden sus ideas.
Lily negó vigorosamente con la cabeza.
—Quiero volver a Godric en algún momento, si tú me lo permites.
La solicitud no era extraña, debía tener el permiso del Conde para residir en el fuerte, aun así, le provocó una sacudida interna.
—Si me perdonas por haberme portado como un imbécil.
—Solo si prometes no volver a serlo —respondió ella, juguetona, mordisqueando el rosado labio inferior.
Su mirada se fueron directo a ese lugar, y lo sintió, como pocas veces le pasaba, sus ojos tomar una tonalidad dorada y las puntas de su cabello apuntar en todas direcciones.
—No puedo prometer no serlo, solo intentarlo —dijo.
—Es suficiente.
Intercambiaron unas pequeñas sonrisas silenciosas, y el calor que recorría su cuerpo entero le dijo que debía cambiar la conversación.
—¿Por qué estabas aquí de todos modos? —preguntó, recuperando la seriedad y recordando los ojos llorosos del inicio de la conversación.
Lily suspiró y comenzó a buscar algo entre sus ropas mientras hablaba.
—Pensaba en Albus, en su… deceso.
Los recuerdos volvieron a su mente, él y Remus teniendo una conversación dura cuando inició el ataque con cañones. No pudieron evitar la primera oleada, pero en la segunda él ya estaba ahí para proteger a Lily y el señor Dumbledore que resultaron heridos. Ojalá hubiera hecho más, si bien estaba molesto con el viejo, no era suficiente para alegrarse por su partida.
—Tampoco te agradecí por ello. Salvaste mi vida.
De nuevo ese suspiro y un sonrojo atravesando sus mejillas.
—Hice lo que debía hacer, eres quién restaurará la paz en el reino.
—Otra vez con eso —gruñó James, incomodo—. Soy la cabeza de la casa Gryffindor y el Conde de Godric, y no tengo la fuerza suficiente para lograr un cambio. No soy mi padre.
Los ojos verdes lo miraron con tanta atención que lograron aumentar su incomodidad, pero permaneció atento y desafiante.
—Sabes más y puedes más que él. Te convertirás en Rey…
—¡A ver! —exclamó, fuera de sí— ¡Basta! Deja de decir eso. No me convertiré en rey ¿de acuerdo? Moriré mucho antes de que pueda hacerlo, la sangre Pendragón morirá con mi tío y después deberán bajar los Dragones Legendarios para elegir un nuevo rey. Eso es lo que tiene que ser. Mi destino es luchar esta batalla, encontrar la forma de derrotar a Lord Voldemort y que alguien superior a mí tome la corona —murmuró lo último con mucha menos energía, descolocado por su actitud.
Lily, también sorprendida por el arrebato, murmuró:
—¿Y si ese eres tú?
—No lo soy.
Una carcajada irónica salió de la garganta de la pelirroja.
—¿Y quién si no? No hay nadie más capaz.
—Basta, ya, por favor. Dije que trataría de no portarme como un imbécil, pero lo estás haciendo extremadamente difícil.
Por una vez, obedeció y permanecieron en silencio por varios minutos dándole la oportunidad de tranquilizar su hema que estaba ocasionando movimientos bruscos en el casco del barco. También puro ralentizar su respiración aunque esto solo pareció hacerlo hipersensible a los movimientos de la pelirroja frente a ella.
Lily estiró la piernas, ahora con cada pie al lado de sus propias rodillas, también sujetaba en el puño aquel objeto que había estado buscando antes entre sus ropajes. Un destello rojo le hizo saber qué era.
—¿Un anillo de Gryffindor? —preguntó curioso.
—Era de Albus, la tripulación me lo obsequió —dijo y abrió el puño.
La joya estaba sujeta de un cordón alrededor del cuello, y el diseño, mucho más sencillo que el suyo, reflejaba la humildad de la familia Dumbledore. Pero no era eso lo que llamaba su atención sino el brillo intenso que irradiaba.
Impresionado se inclinó hacia adelante para poder tomarlo con dos dedos.
—Es realmente significativo que ahora poseas uno, como médium era imposible que lo hicieras —murmuró distraídamente, girando la pieza para poder apreciar mejor el brillo desde otro ángulo.
—¿Por qué? —notó la voz de Lily ligeramente temblorosa y su aliento golpeó en su frente, aunque él todavía estaba absorto.
—Los anillos se van heredando de generación en generación, siempre quise pensar que el brillo que irradia es el reflejo de antiguos propietarios, pero los sumo sacerdotes lo atribuyen al reflejo del hema de otros hechiceros o médiums —explicó—. Supongo que es verdad, esto es lo que me avisó que habías irrumpido en Godric aquella noche.
—¿Es por eso que no ha dejado de brillar? —preguntó Lily decepcionada— ¿Es tu hema reflejado en el anillo? También pensé que se trataba de Albus…
James buscó entre sus ropajes el suyo propio, elevándolo a la misma altura que el de Lily, también brillando intensamente.
—Nunca brilló tanto como ese día… —murmuró recordando su sorpresa.
Ambos observaron las dos piezas por unos segundos, pensativos.
—Tal vez sea porque nuestros hemas se atraen —dijo Lily después de un rato, su aliento todavía haciendo cosquillas en su frente.
Estuvo por replicar, pero se calló al instante. A veces la respuesta más simple era la correcta. Tal vez tenía razón. Tal vez el hematismo le había advertido que Lily sería una pieza importante en su vida.
—Es posible… —murmuró aun distraído.
De repente, como si de un balde de agua helada se tratase, fue consciente de lo cerca que había estado todo ese tiempo de la pelirroja. Inclinado para observar mejor el anillo que todavía colgaba de un lazo del cuello femenino, su frente rosaba los labios rosados y él pudo mover un poco la mano y hubiera tenido oportunidad de sentir el borde de sus pechos.
Entonces ya no veía el anillo, sino la camisa que subía y bajaba el compas de la respiración de Lily. El hema cálido lo rodeaba por completo, reconociendo esa sensación que lo embargaba continuamente, con la que casi salía corriendo a un lugar más privado. Estaba vez era consciente que no podría moverse, a no ser que quisiera dejarse en evidencia.
Le sorprendió sentir unos cálidos dedos rodear un rizo que se formaba en la patilla, rosando la zona donde la barba sin afeitar reclamaba su territorio.
—¿Somos amigos, verdad? —preguntó suavemente Lily, acariciando ese mechón de su negro cabello.
La pregunta le trajo el recuerdo de esa misma pregunta que él había hecho la noche de su cumpleaños. Tenía miedo de alzar la vista, encontrarse con los ojos dorados y dejarse llevar como pocas veces en su vida se lo había permitido.
Se limitó a responder con la misma suavidad:
—Sí.
—Sobre el día de tu cumpleaños…
—Sí…
—Yo hice algo que tal vez tú no recuerdas.
—Lo recuerdo.
Y levantó la cabeza, Lily lo observaba sonrojada deslizando el dedo por una pequeña porción de su fuerte mandíbula. Ahora con las cabezas igualadas podía decir que era evidente la vergüenza de la pelirroja, los ojos dorados y las mejillas casi del mismo color que su cabello.
—Después nunca pudimos hablar al respecto —dijo Lily, flaqueando por primera vez en la intensidad de su mirada.
—Después pasó todo —concordó James.
—Yo te pedí disculpas, pero… no estaba segura que lo recordaras. Yo solo quiero decir que… lo siento. Supongo que me sentí confundida, tú estabas borracho y besabas mi mejilla y…
—Está bien —interrumpió James, incómodo—. No es para tanto —aclaró alzando los hombros con despreocupación.
La respuesta tajante sorprendió a Lily, quien se notó afectada. Escondió de nuevo el anillo entre su ropa y se puso de pie rápidamente.
—Bien. Yo… me voy a dormir.
Y sin esperar respuesta trotó hasta la escala para descender a la segunda batería donde su hamaca la aguardara.
Le tomó aproximadamente tres segundos darse cuenta de lo que había dicho. Había permanecido obsesionado con ese beso por semanas y ahora ¿no era para tanto? Había sido su oportunidad descubrir por qué había ocurrido. Era cierto, no recordaba aquellas disculpas, para él había sido algo parecido a un regalo de cumpleaños con una mujer que encontraba atractiva.
¿No era para tanto? ¡Qué idiota!
Durante la mañana del día siguiente la tripulación se preparó para arribar a Odrad y James había permanecido dentro de la cabina de mando varias horas. Bones insistía en trazar una ruta para rodear la isla sin contratiempos, él estaba de acuerdo, porque le gustaba más trabajar bajo un plan. Dorcas Meadowes, la piloto, les había ayudado a elaborarlo y cuando Moody lo aprobó por fin regresaron a sus labores en la cubierta.
Era solo cuestión de tiempo para arribar en Odrad y cuando el vigía grito «Tierra a la vista». Las espadas fueron repartidas entre la tripulación, los cañones preparados y su propia espada colgaba de su cinturón, en espera de lo que se avecinaba.
Le alegró de comprobar que Moody y Bones consideraban altas las probabilidades de ser víctimas de un ataque, por lo tanto habían decidido no atracar en el puerto a menos que detectaran dragones; por el contrario volverían por el mismo camino, tenían suficientes provisiones para el viaje de regreso a Bisis donde se abastecerían nuevamente antes de partir a Osmela.
—¿Preparado? —se acercó Bones por su izquierda, también apoyándose en la borda, donde James había estado observando la isla que aumentaba de tamaño debido a la cercanía.
—Lo estoy —articuló, reflejando más confianza de la que realmente sentía.
Bones esbozó la primera sonrisa en su presencia que le daba una apariencia más juvenil.
—Moody es escéptico de las artes hemásticas, le costará un poco comprender qué realmente no harás más que sentir.
Asintió sin muchos ánimos de mantener una conversación, quería concentrarse en la sensación. Cerró los ojos y repitió en su cabeza «Adimplebis me hema» una y otra vez, la meditación sin osage era posible pero complicada.
—¿Cómo lo identificas? —interrumpió Bones, sin apartarse de su lugar y aparentemente sin comprender que quería estar solo.
Abrió los ojos.
—Es difícil de explicar.
—Si tuvieras que hacerlo, ¿cómo sería? —insistió, muy interesado.
Los grandes ojos rogaban por respuestas y James se dio cuenta que no se atrevía a hacer ese tipo de preguntas frente a Moody. El capitán estaba ocupado en la toldilla junto a la piloto, dirigiéndola.
—Como humo o una neblina rodeando a cada ser —respondió Lily, llegando a la proa— aunque no puedes verla, solo sentirla.
—¿Es diferente para cada ser? Es decir, ¿puedes sentir la diferencia entre una persona y otra?
«Adimplebis me hema, adimplebis me hema, adimplebis me hema» —repetía James en su cabeza, una y otra vez, sin querer ser partícipe de la conversación.
—Hasta ahora solo he notado la diferencia del mío y otro más, el resto me siguen pareciendo iguales. No sé si con el entrenamiento la situación cambie.
—Siempre me pregunté si nuestros hemas tenían características personales como la voz o el aroma, irrepetibles, incorregibles, intrasmisibles.
—Esa es una buena pregunta, Edgar —concordó Lily, pero James no estaba ahí. Había vuelto a cerrar los ojos, insistiendo en llegar a la profundidad de la meditación.
Poco a poco cada uno de los mechones de su cabeza se erizaron, dirigiendo una sensación poderosa hasta cada folículo de su cuero cabelludo, después bajó por su rostro, cuello y se deslizó por el resto de su cuerpo. La sensación que describía Lily como humo alrededor de cada ser se hizo muy clara, pequeños movimientos debajo del casco le indicaron la fauna que aleteaba debajo de la superficie del mar, había cientos de pequeños seres desprendiendo hema en reducidas cantidades.
—Adimplebis me hema —susurró.
La sensación se expandió llegando hasta la costa que todavía estaba a cierta distancia, un campesino viajaba a caballo cerca de los acantilados, estaba seguro que pastoreaba porque partículas de otras especies de animales se arremolinaban alrededor de él.
Lo estaba logrando solo necesitaba estar lo bastante cerca.
Abrió los ojos y se sorprendió de encontrar a Bones y Lily que lo miraban atónitos. No le había tomado importancia que ellos estaban a solo un metro de distancia, tal vez su cabello se veía muy desastroso, o quizá todos los objetos a su alrededor habían levitado.
—¿Qué pasa? —preguntó, desconcertado.
—¿Te diste cuenta que te elevaste del suelo? —cuestionó Lily, que le tomó unos segundos formular la pregunta.
Se alzó de hombros, no era la gran cosa. Podía hacerlo con los demás, sin lugar a dudas, aunque no le gustaba especialmente hacerlo consigo mismo.
—¿Y qué? —gruñó, despreocupado.
—¿Y qué? —exclamó escandalizada— te elevaste casi tres metros. Llegaste a la altura de las velas.
Una sacudida lo recorrió, tenía la sensación de que alguien lo miraba y cuando se giró hacia la popa, toda la tripulación a cubierta lo observaba con la boca abierta. Observó sus manos, de repente abochornado, algo que no solía ocurrirle con frecuencia.
—Busqué una meditación profunda, la necesito para localizar a los dragones a tan larga distancia —explicó, al mismo tiempo que la tripulación poco a poco regresaba a sus labores.
—Es increíble —murmuró Bones maravillado—, si tus habilidades en combate son tan impresionantes definitivamente nos conviene mantenerte de nuestro lado.
No respondió, ¿qué debía decir? ¿gracias? O sí, soy bueno en combate. No creía que despliegues de arrogancia le sirvieran mucho para el caso, el resultado sería lo opuesto.
Afortunadamente su falta de respuesta pareció por fin hacerle llegar el mensaje a Bones, que quería estar solo, porque mantuvo una corta conversación con Lily haciéndole más preguntas acerca del hematismo y después desapareció de su vista.
James se mantuvo en su lugar, repitiendo la mantra cada vez que lo creía necesario aunque esta vez se esforzó por evitar la levitación que no había hecho más que asustar a la tripulación. La meditación profunda le ayudó a identificó todo tipo de fauna en la costa, algunos individuos paseando, pero nada lo suficiente relevante para llamar su atención.
El Capitán había cumplido su palabra rodeaban la isla a una distancia segura, alerta y en guardia a la espera de cualquier peligro, pero las horas pasaban y la situación cada vez se volvía más frustrante.
—¿Nada? —preguntó Lily, que había permanecido a su lado, meditando, tratando de ser de ayuda.
Negó con la cabeza. Incapaz de hablar se sentó en un balde vuelto al revés, tratando de liberar la tensión con tirones en su cabello. La búsqueda era inútil, los dragones legendarios no estaban en Odrad. Había dos opciones: estos se encontraban en Osmela o el señor Dumbledore mintió.
¿Qué era más probable? Lo pensó poco y llegó a la conclusión de que no importaba lo que dijera, la Orden del Fénix nunca aceptaría la mentira de su antiguo capitán. ¿Quién era él para que le creyeran? Nadie. No conseguía siquiera ganarse el respeto de unos cuantos en la tripulación.
—¿Qué haremos? —lo sacó de sus pensamientos Lily, apoyando la bota en el balde, provocando una sacudida que si hubiera estado desprevenido habría terminado en el suelo.
—Trazar un nuevo plan —concluyó.
—Perfecto. Tal vez podrías empezar diciéndome qué es el artefacto.
Sabía que era cuestión de tiempo para que Lily hiciera esa pregunta.
El artefacto.
Una forma sutil a la que habían llamado al objeto más valioso del reino con el fin de no levantar sospechas. Descendientes de las casas de Merlín conocían de su existencia, o deberían saberlo, tal vez Bones conocía del tema. Lily podría ser de confianza, pero no el resto de la tripulación, era información delicada para andar divulgando por ahí.
—No me parece relevante que lo sepas —masculló, alejándose, tratando de concentrar toda su atención en los riscos altos que estaban a unos cinco metros de distancia.
Lily no se lo permitió, se acercó unos pasos distrayendo su hema y su concentración en aquello que detectaba en lo alto de los acantilados.
—Las cosas no van a funcionar de esta manera, James —habló pausadamente, apoyando la espalda en el pasamanos de la borda, mirándolo de frente severamente—. Sé que ayer hablamos y… aclaramos algunas cosas, pero algo que debes entender es que tu única aliada en este lugar soy yo.
Frunció el ceño, sabía a dónde se dirigía esta conversación.
—Escucha —interrumpió bruscamente y contra sí mismo, se acercó la distancia que los separaba. Necesitaba que solo ella lo escuchara y la única forma que se le ocurrió fue apoyando las manos en el pasamanos a cada lado de su cuerpo, tan cerca como para susurrarle al oído—: lo que preguntas es probablemente uno de los secretos más importantes del reino. Lo sabrás, eventualmente, lo prometo. Cuando el lugar y el momento sea propicio te lo diré, aquí no lo es.
—¿Por qué? —cuestionó Lily apenas en un susurro, también al lado de su oído, provocándole cosquillas.
—Nunca se sabe dónde puede haber un traidor.
Y con eso se alejó, echando de menos al instante el calor de la pelirroja. La expresión de ella era incrédula y al mismo tiempo abochornada, tal vez por su cercanía.
—¿Tú crees que…?
—Es probable.
—Pero la Orden siempre fue…
Lo que sea que Lily estuvo por decir fue acallado por el sonido sordo de un cañón.
De repente todo permaneció en silencio, ni siquiera las gaviotas sonaban su cantar. El instinto de James le hizo mirar hacia todos lados, en búsqueda del navío que había soltado la descarga de cañones, pero no se veía nada.
—¡Fenwick! ¿Qué está pasando? —gritó el capitán, bajando la escalera de la toldilla, dirigiéndose a la proa el lugar donde James y Lily habían permanecido todo ese tiempo.
—¡No se ve nada, Capitán! —gritó el vigía desde la cofa.
Otra sucesión de cañones llenó el silencio. La tripulación se arremolino en la borda, buscando el origen del ataque. No era contra ellos, evidentemente, pero estaba ocurriendo en algún lugar muy cercano detrás de los altos riscos.
—Debe ser en el pueblo de Odrad, la entrada está a menos de un kilometro —espetó Bones, que se había acercado con las cartas desordenadas en sus manos—, debemos decidir si lo dejaremos pasar o nos involucraremos en el ataque.
Y esa fue la pregunta de oro.
Entre más tiempo tardaran en decidir más difícil sería huir, pero ¿por qué lo harían? La misión era encontrar al mayor sumo sacerdote, pero el propósito era defender al reino de Lord Voldemort. James lo tenía claro, el resto de la tripulación parecía dividido. Aunque aquello no importaba porque el que tomaría la decisión sería el capitán, que se había tomado esos segundos para deliberar.
—No cambies el rumbo —espetó James secamente.
Moody lo ignoró, giró a ver a Bones que parecía tan consternado como él.
—Tenemos una misión —dijo el oficial simplemente.
—No cambies el rumbo —repitió James echando chispas.
Por fin Moody le prestó atención.
—¡Meadowes! —llamó a la piloto, que estaba atenta a instrucciones, mientras James y él intercambiaban miradas.
—No cambies el rumbo —dijo una vez más, entre dientes.
No era un petición, sino una orden. Moody parecía ser consciente de ello y se mantuvo en silencio. Los segundos seguían pasando, hasta que llegaron al canal natural que conducía al lago donde estaba asentado el pueblo de Odrad.
Si Moody quería escapar ya era demasiado tarde. A lo lejos se divisaban dos barcos que había visto la última vez en Driaq con una bandera con una calavera escupiendo una serpiente. No eran la marca tenebrosa, pero evidentemente eran navíos mortífagos, uno de ellos luchaba contra el único barco que parecía listo para el combate mientras que el otro lanzaba cañones a los edificios del pequeño pueblo.
—¡Todos en guardia! —gritó James por instinto, pero sus palabras se empalmaron con las de Moody que gritó:
—A sus puestos. Carguen los cañones.
La tripulación ya se movía mientras Moody gritaba instrucciones, arriaban las velas, sujetaban los cabos, cargaban cañones y se preparaban con las espadas en guardia. Ver la dinámica la hizo comprobar lo que Lily había mencionado numerosas veces, estaban preparados y sabían luchar contra mortífagos.
La navegación descuidada de Meadowes parecía dar resultado pues el navío que los había detectado ya había apuntado un par de cañones en su dirección, pero si bien habían pasado muy cerca no habían dado en el blanco. La Orden del Fenix se estremeció con hizo el primer descargo de cañones, el sonido agudo golpeó fuerte contra sus sensibles oídos y le tomó solo unos segundos adaptarse.
Los cañones golpearon un costado del navío mortífago con excelente puntería. Los aplausos de la tripulación animaron a aquellos que permanecían en la segunda batería preparando el resto de los cañones.
—¡Carguen cañones! —gritó la voz de uno de los pelirrojos que había identificado como los gemelos Prewett.
—¡Apunten! —anunció el otro gemelo.
—¡Fuego! —espetó Moody con los ojos negros casi saliendo de sus cuencas.
El corazón de James latía fuerte contra su pecho, la batalla entre los mortífagos y el navío civil no parecía tomar un buen rumbo, mientras que el que atacaba el pueblo se dirigía directamente hacia ellos. Los dedos le picaban por descargar su espada contra todos los seguidores de Lord Voldemort que pudiera, pero todavía estaban lejos y aquello que convirtió en una batalla naval. ¿Qué podía hacer él? Su experiencia se reducía a combates en tierra, caballería e infantería, luchas con armadura, lanzas, escudo y una espalda. Ahí, en medio del mar, se dio cuenta que esto no era lo que conocía, estaba completamente fuera de su zona de confort.
¿Qué hacer? ¿Qué sugerir? La Orden del Fénix estaba mucho más cualificada que él, habían luchado contra mortífagos por años. Su experiencia se limitaba a magos gladorianos, aunque no estaba seguro de que hubiera alguna diferencia ya que todos hacían uso de la Antigua Religión.
James observó con atención la dinámica, como la tripulación hacían las maniobras con las velas para ganar menos o más velocidad, mientras la piloto evadía casi por un pelo los cañones que pasaban zumbando muy cerca de ellos. La punta de un mástil se había derrumbado pero bien podría haber caído una lluvia de banderines sobre ellos, no se inmutaron y siguieron luchando.
Por primera vez, James sintió algo parecido a la admiración. Se había concentrado tanto en los fallos del señor Dumbledore que había ignorado por completo a todos los individuos que formaban ese equipo. Ellos no estaban ahí por el viejo, estaban ahí porque creían que Lord Voldemort estaba equivocado. Cada uno de ellos tendrían su propia historia, su versión de los hechos y sus motivos completamente válidos para unirse a ese equipo. Por que eso era lo que eran: un equipo. No un ejercito al comando de quien hubiera nacido en alta cuna o tuviera una familia más poderosa. No. Moody era el capitán por la cualidad de ser un líder, por buscar el bien común y por entender con tanta precisión las habilidades de la tripulación. Sus ordenes eran seguidas, pero tenía la sospecha de que incluso sin haber sido pronunciadas, cada uno entendía su rol, cada uno desempeñaba las actividades para las que había sido designado. Todos funcionaban como un solo sistema, en sincronía perfecta que podía ser no hemas individuales, no, un conjunto de hemas. El hema de la Orden del Fenix.
—Cuando estemos lo suficiente cerca empezará el combate de espadas, si tienes oportunidad ataca, sino ejerce como defensa —dijo Lily agitada, que ya tenía la espada firmemente en su mano preparada.
Meadowes se había acercado de frente, haciendo casi imposible que los cañones de los mortífagos golpearan el casco, pero sí que seguían atacando los pocos edificios del pueblo que alcanzaba.
—Nuestra prioridad es detener los cañones —siguió la pelirroja—, evitar que la masacre continue.
Dio una cabezada, poco acostumbrado a recibir órdenes, pero consciente de que por primera vez en su vida quería pertenecer a ese sistema. Porque aunque no lo había visto en un inicio, tenían mucho en común, él también quería derrocar a Lord Voldemort y no para gobernar, sino porque quería parar la muerte de inocentes, porque le importaba su pueblo y todas las personas que habitaban el reino.
—¿Preparado? —preguntó ella, y la mirada que compartieron fue breve.
A su lado, Lily corrió a su misma velocidad, y ambos dieron un salto para caer, con ayuda del hema, firmemente sobre la cubierta del enemigo.
La situación era un caos, hombres heridos corrían de un lado a otro, pero James no sintió compasión. Golpeó la espada contra el primer individuo que se acercó, parecía ser víctima de un incendio con la piel del pecho expuesta en un rojo intenso. Ni siquiera se inmutó cuando el primer corte atravesó la piel de su brazo, entonces entendió que sus suposiciones eran ciertas: estaban luchando contra magos manipuladores de la Antigua Religión.
Recolectó los hemas débiles que recorrían la tripulación y entonces, con la espada firme atravesó la extremidad de un solo tajo. Aquello fue suficiente para que otros lo vieran como una amenaza y se acercaran a él, James por su parte golpeaba la espada con la mano derecha mientras que con la izquierda iba dando puñetazos a diestra y siniestra. Le hacía falta el escudo sin duda, pero siempre se había manejado bien con las luchas cuerpo a cuerpo.
Cuando caían los cuerpos el suelo sabía que no estaban muertos, él no era un asesino, pero se aseguraba de dejarlos lo suficiente malheridos para que no continuaran en el combate. Hacía falta un corte duro o deshacerse de alguna extremidad, sabía que muchos de ellos habían pagado a la bruja entregando la posibilidad de sentir. Aquellos eran los más difíciles, luchaban incluso mientras se arrastraban, así que debían morir indudablemente; lo único que agradecía era que no sintieran el golpe final.
A veces deseaba estar en esa situación, así no podría sentir los nudillos pelados por los golpes dados, los brazos adoloridos por la constante presión de cada estocada y los cortes finos a lo largo del cuerpo de aquellas espadas que lo habían alcanzado. El sudor resbalaba por su frente combinado con rastros de sangre que no sabía si eran propios o de otros.
Aquellos miembros de la Orden del Fénix que pudieran llegar al navío enemigo luchaban con valor, pero no era suficiente. James había derribado algunos cuando notaban que eran demasiados, eso solo servía para dar un poco de tiempo porque los mortífagos daban un salto y nuevamente estaban en combate.
—¡Retirada! —escuchó la voz de Moody gritar desde la Orden del Fénix mientras atravesaba a un mortífago con su espada, pero este se reponía casi de inmediato.
—¡Retirada! —repitió Bones desde otro punto del barco.
—¡Retirada! — gritó Lily a unos metros de él.
Y en poco tiempo, al unísono repetían las palabras del Capitán.
¿Por qué se retiraban? No entendía, todavía había muchos mortífagos que combatir y ellos ya los superaban en número. No se detuvo a analizar, saltó de regreso a la cubierta de la Orden del Fenix mientras Meadowes se alejaba. Para su sorpresa, no los siguieron. Entonces la distancia le hizo ver la perspectiva completa: el navío que luchaba contra el otro buque mercante naufragaba y el segundo, contra el que ellos luchaban, tenía los tres mástiles derrumbados y un agujero enorme en el casco, entonces fue claro: la navegación era imposible. Habían ganado.
Contrario a lo esperado la tripulación no festejó de inmediato, se reunieron cerca de la toldilla donde Dedalus Diggle el curandero del navío atendía a los heridos de gravedad. Uno de los gemelos detenía un paño que goteaba sangre sobre un ojo mientras Elphias Doge apenas podía mover lo que parecía un brazo roto. No se habían reportado bajas hasta el momento, lo que James podía considerar un milagro dado el estado actual de la tripulación.
—Déjame ver tu brazo, Elphias —pidió Lily al viejo, mientras Dedalus Diggle permanecía ocupado con Fabian Prewett.
A James le llamó la atención lo que Lily pretendía hacer, así que se mantuvo a una distancia prudente fingiendo ayudar a recoger el desastre de barriles que se habían derribado a lo largo de la cubierta.
—¿Qué vas a hacer? —preguntó el viejecillo entrecortadamente, el dolor se reflejaban en todo su rostro.
—Intentar curarlo.
Elphias Doge no parecía convencido, incluso cubrió mejor el brazo herido con el otro mirando atónito a la pelirroja.
—Déjala intentarlo —dijo Benjy Fenwick que sostenía a Fabian Prewett para que dejara de patalear cada vez que Dedalus Diggle intentaba evaluar el daño en su ojo—, la vi curar su pierna y lucía mucho peor.
Sintió las miradas en su espalda, pero fingió no darse cuenta continuando con sus labores. Escuchó a Elphias Doge aceptar, pero se perdió en lo que pasó a continuación porque mientras la Orden del Fénix abandonaba el canal que los llevaba hasta mar abierto, el sol se ocultaba en el horizonte y creyó ver un destello plateado sobre una alas.
¡Una tormenta!
Enfocó mejor la vista y no había duda, por fin, la tormenta de Sirius lo había encontrado. La pequeña ave se posó sobre la barandilla destruida frente a él alzando la pata. El animal llamó la atención de la tripulación, pero a él lo único que le importaba era leer el mensaje por el que no había podido conciliar el sueño.
Lo abrió con el alma en vilo:
Cornamenta,
Su majestad sabe de tu partida, has sido declarado traidor a la corona. Ten cuidado, tenemos un soplón entre nosotros.
Canuto