"Tántalo, el siempre deseante, el condenado a tocar la manzana con la punta de los labios y, sin embargo, no poder devorarla."

(Las violetas son flores del deseo, Ana Clavel)

Tántalo

Otro día finalizaba y todos los soldados regresaban a sus casas para reunirse con sus familias o sus novias, mientras otros se quedaban para cubrir turno de guardia en el castillo. Para el General también terminaba la jornada pero a diferencia de los demás a él nadie lo esperaba

Se había mudado al castillo de Hyrule hacía ya seis años. Empezó por dejar Ordon periódicamente, convirtiéndose en un lugar de descanso más que su hogar. Viajó por todo Hyrule, recorrió lugares que había visitado con su vieja y querida amiga, Midna. Incluso regresando a aquel anfiteatro en el desierto, donde la princesa de otro mundo se despidió del suyo.

Pasó un mes antes de que visitara el Pueblo del Castillo, pero tal visita, sin querer, terminó con ver otra vez a la Princesa de su reino. El pensar en estar frente a la regente del reino, lo ponía nervioso, sin embargo, momentos después ambos se encontraban hablando con más confianza que la primera vez. Y así se quedó otro mes, fuera del lugar que lo había visto crecer hasta ese entonces.

Después, una serie de eventos comenzó a suceder, el consejo, por sugerencia de Zelda, decidió declararlo caballero y, al cabo de dos años más, General del ejército del reino. Fue ahí que decidió quedarse definitivamente en el Castillo.

Su familia Ordon le deseó buena suerte y aunque prometió visitarlos tan seguido como su nuevo cargo se lo permitiera, estaban tristes que se fuera. Para ellos Link, era siempre el hijo y el hermano de todos. Siempre lo sería para ellos. Aunque también entendían que había decidido seguir su propio camino.

Ilia, su amiga de la infancia, había sido muy afectada por tal noticia. Al principio no lo entendía y le costó aceptarlo. Finalmente sabía que debía dejarlo ir. Lo que alguna vez fue no sería ahora. Link era su amigo y no iba a perderlo por algo que no podía controlar.

Pero ahora, aunque se encontraba recordando todos esos hechos, había algo que no lograba entender ¿Cómo es que había terminado enamorándose de La Princesa?

No lograba encontrar ese preciso momento en que esos sentimientos de cariño y aprecio, se transformaron en algo más. Se asustó, no negaba que desde un principio la consideraba atractiva. Pero esto no era simple atracción física.

Habían comenzado a pasar ciertos momentos libres junto y ese tiempo llegó a ser muy preciado y deseado. De repente se encontró queriendo algo más que un simple roce de manos, de pláticas triviales sentados uno frente al otro, tomando el té, jugando ajedrez o barajas.

Cada vez que la veía pasar no podía evitar seguirla con la mirada, asustado de sus propios sentimientos, y al mismo tiempo, maravillado de verla.

Se sorprendió así mismo, observándola atentamente, cuando se encontraba leyendo en el jardín del castillo, antes de por fin acercársele para pasar un rato en su compañía. Eso bien podría pasar por acoso y tal vez lo era, uno en el que solo atrevía a mirarla.

Hasta que un día sucedió algo que era inevitable para los dos.

–Una vez– susurró cabizbajo, jugando con un abre cartas.

Recordaba aquella única que vez que logró robarle un beso, sentir la piel desnuda de su escote y oler de cerca el aroma de su cabello. Haberla tenido tan cerca de él…

¿Cómo es que se había atrevido a tanto? No sólo había sido una confesión de simples palabras. Había sobrepasado sus límites.

Había sido un encuentro como cualquier otro, sólo estaban hablando. La conversación entonces giró hacia el pasado, amigos, familia, viejos romances… algunos nuevos. Y entonces pasó…

La besó, lo besó. Y de no haberse detenido al darse cuenta del acto, tal vez… ellos…

Después de eso se habían visto muy pocas veces y nunca solos; el pánico de saber que tendrían que enfrentar lo sucedido y el miedo de aún tener ese deseo de continuar. Se habían estado evitando pero eso tenía que arreglarse pronto.

Link dejó caer el abre cartas sobre el escritorio, levantándose bruscamente de su asiento y caminando hacia las puertas de su estudio. Tenía que hablarle, así eso significara despertar otra vez el hambre que tenía de ella.

No lo sabía, pero Zelda también sufría de la misma afección que él.

Se encontraba en la antesala contigua a su estudio, viendo por la ventana, recordando la vez que sin pensarlo terminó en brazos de su General en ese preciso lugar.

En algún momento estaban hablando como otras veces y de repente, ella estaba apoyada contra la pared, sintiendo como las manos de Link recorrían su cuerpo, buscando la piel oculta bajo su ropa, buscando sus labios...

Se estremeció, inclusive una simple remembranza le provocaba escalofríos. Sensación que empeoraba cada vez que lo veía en los campos de entrenamiento, cuantas veces no quiso apartarlo de todos y tenerlo solo para ella. Era algo parecido a tener hambre, y no poder saciarla a pesar de tener los alimentos frente a ti.

Suspiró y alzó la vista y vio un cielo nublado, una tormenta se acercaba. Cerró la ventana y dio media vuelta, sintió que era hora de dirigirse a su recámara a descansar o al menos a tratar... Pero al abrir la puerta se topó con alguien a quien no esperaba ver ese día.

- ¡Link! – exclamó asustada, pues el hombre de sus pensamientos estaba, ahora, precisamente frente a ella.

– Alteza, yo quería…– dijo nervioso

– Estamos solos – le interrumpió Zelda al mismo tiempo que se hacía un lado de la puerta, indicándole que pasara– a menos que ya no me considere su amiga.

El tono que había usado era frío y demandante. Un tono que no le había oído utilizar hacia él.

Eso hizo que al joven General le doliera el pecho, sintiéndose afligido, como si el aire le faltara. Volteó a verla y sintió que esa angustia se acrecentaba con cada segundo que pasaba. Si tan solo verla no fueran tan doloroso; si tan solo saberse cerca no fuera tan tentador.

Durante un momento que pareció eterno, se vieron uno al otro esperando que alguno dijera algo, una palabra, lo que fuera. Pero al parecer ninguno de los dos sabía como expresar lo que pensaban, sus dudas y emociones.

Link no lo resistió más y la tomó de la muñeca atrayéndola hacia sí, hundiendo su rostro en ese cabello castaño, que había añorado con oler otra vez, rodeándola con sus brazos como si no quisiera dejarla ir.

–Ese es el problema, no quiero que sólo seas mi amiga–susurró con voz quebrada, apretándola, aún más, contra su pecho.

Todo sucedió tan rápido, que la pobre mujer no alcanzaba a entender del todo lo que acababa de escuchar.

-Link…- no pudo continuar.

Como la última vez, se encontró siendo empujada hacia la pared donde fue besada con carencia. No se resistió, el hacerlo hubiera sido mentirse. Ella deseaba tanto esto cómo él.

-Tardaste mucho- le dijo cuando pudo separarse un breve instante. Quien solo sonrió, dejando que ella quitara los broches de su capa.

No tardaron en volver a unir sus labios, cada vez que ella se separaba la volvía a besar, no la iba a dejar irse; no esta vez. Pero como la última vez el joven buscó recorrer la piel escondida de su cuello, tanteando con las manos los muslos de la mujer que se encontraba abrazada a él, primero por encima de la tela y luego aventurándose debajo de ella, subiendo lentamente hasta el límite de sus piernas, al centro de ellas; ahí se detuvo esperando que ella se alejara y dijera que era suficiente. En cambio, Zelda tomó sus manos, lo miró a los ojos y con la respiración entrecortada le dijo:

-Continúa -Link, no hizo más que obedecer lo que se le pedía, escuchando como ella tomaba una bocanada de aire.

Afuera comenzó a llover, los rayos de vez en cuando iluminaban la habitación donde dos amantes confesaban su afecto no solo con palabras, si no prodigándose caricias y besos, uniendo sus propias voces con el sonido incesante de la lluvia.


Auru observaba en silencio a un par de jóvenes en el jardín, cuando uno de los concejales lo interrumpió, sacándolo de su ensimismamiento.

–¿Qué es lo que te tiene tan concentrado amigo mío? –El viejo maestro de la Princesa, sonrió al concejal, antes de señalarle con la mirada la causa de su atenta observación.

–¡Vaya! –dijo contento.– Eso es una grata noticia.

Ambos hombres se retiraron, dándole privacidad a los nuevos amantes.

"Tántalo contemplaba la clemencia de los dioses en la mano de la sacerdotisa que ha de prodigar la expiación y el término de la condena…"

(Las violetas son flores del deseo, Ana Clavel)


Mucho tiempo sin escribir algo, pues ya ven regresé con Tántalo gracias otra vez al libro de Ana clavel que una vez más me ha inspirado para escribir algo de género semierótico.

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lagenerala