Olvidé decirles el capítulo anterior que la canción es de la Cuca, un grupo de rock mexicano, se llama La balada, es algo vieja la canción ... pero tiene ese dolorcillo amargo del primer amor destrozado... por si la quieren escuchar aquí el link en youTube .. . ( /watch?v=_OY3GYoetTw ) ... En fin, sin más por el momento les dejo el capítulo XXIX.
Capítulo XXIX
Parece un no, pero es un sí.
Ryuichi encontró a Tatsuha y se sintió feliz de verlo. No sabía muy bien la razón, pero entendía que si "la pareja de oro" se molestaba, él tenía las de perder, porque seguramente el loco escritor lo sacaría de su casa o haría uno de los berrinches que hombres como él suelen realizar. No se preguntó la razón de su preocupación por el muchacho.
Saludó al monje con alegría y le comentó las mil historias que rondaban en su cabeza en ese momento, lo triste que se encontraba minutos antes y el cómo de la nada se sintió con el aura renovada, también le comentó que sabía lo de Shuichi y que le parecía muy maduro de su parte abandonar a su novio pero a la vez no hacerlo.
—Debe estar muy contento. Ahora es su oportunidad para ligar con Shindou —soltó de pronto Tatsuha.
—Pues, la verdad, no es algo que vaya a hacer —contestó Ryuichi con seriedad. El muchacho lo miró largamente, como deseando preguntarle algo, pero las palabras no salieron. El cantante fue el que lo sacó de su duda—. Un animal que roba la presa de otro animal no es un cazador, es solo un carroñero. Y que quede claro que no quiero cosificar a Shu-chan —añadió.
Tatsuha lo miró de nuevo por largo tiempo, todavía le costaba trabajo acostumbrarse a ese Ryuichi desenvuelto y casi cuerdo. Si hace un par de años su yo del futuro le hubiera contado sobre estas pláticas, seguramente no creería una pizca de sus palabras.
—Me sorprende que utilice palabras rimbombantes, de hecho no me acostumbro. Acepto sus cambios de humor, pero cuando se escucha como adulto, francamente, me hace pensar que es otra persona…
—Tengo un título de economista que me acredita como capacitado para decir cuantas frases ostentosas requiera sin verme pretencioso —le sonrío Ryuichi de buena gana, se había acostumbrado a escuchar a Tatsuha recriminarlo de vez en cuando—. Además, cosificar ni siquiera califica como arrogante…
—La pregunta aquí es por qué no está trabajando y anda perdiendo el tiempo hablando de Shuichi —repuso el joven monje—. Anda, vaya a trabajar, que según lo que tiene en su agenda le faltan un par de canciones que grabar, una sesión de fotos y revisar un guión, y eso debe realizarse antes de que me vaya a la escuela, así que muévase —terminó su oración en un tono que casi sonaba profesional. Desde que Seguchi le encargara la productividad de Ryuichi, el muchacho no le daba tregua, y aunque el cantante no lo notara, realizaba más actividades de las acostumbradas. Algo que agradecía el presidente de la empresa.
El muchacho presionaba más cada vez, porque el sádico de su cuñado le daba metas, un número de sesiones de fotos, una cantidad exacta de entrevistas sin que Kumagoroh saliera en escena, y cada día se ponía más difícil el juego. Lo peor es que Tatsuha no tenía el tiempo que tenía Sakano o Rage, no, él debía repartir su tiempo en las clases de idiomas y sus estudios para entrar a la universidad, y el examen sería en un par de semanas.
Eiri Uesugi se alistó para ver a su editora. Después del día cero, una semana ya, se había puesto tan borracho que olvidó escribir las cuartillas faltantes de su capítulo. Misuki no le gritó, solo un aura oscura apareció y con sus modales siniestros le dio a entender que urgía ese manuscrito y que no quería más problemas porque la gala del premio Empitsu se acercaba. No mencionó nada sobre la ausencia de Shuichi.
Así que el escritor apuró el paso, y como una terapia milagrosa, terminó el final de su historia como la había planeado, a pesar de sentirse tentado a cambiarla y hacer sufrir a la protagonista.
Eiri se estaba poniendo el saco cuando escuchó una voz en la sala, la de Shuichi. Salió del cuarto y se decepcionó al mirar que era la televisión. Siempre programaba la televisión para las entrevistas del cantante. Una costumbre que se le quedó desde aquella vez cuando lo declararon como el nuevo compositor de Bad Luck. Ahora, en la pantalla, estaban los mismos hombres hablando sobre su nuevo disco. ¿Desde cuándo había comenzado a crear nuevo material? Se dio cuenta de que el idiota dejó de contar cosas como esa. La mujer en la pantalla soltó una pregunta que lo hizo reaccionar: "¿Cómo está su relación con Yuki Eiri?". Respiró profundo, esperando con ansias lo que contestaría.
Pasaron algunos segundos que se le hicieron eternos, y entonces el cantante sonrió y contestó: "Pues mi relación con Yuki no está en tela de juicio, en realidad, estamos aquí para promocionar nuestro disco. Sin embargo, les diré que nuestra relación actual es consecuencia de todo lo que hemos construido en estos cuatro años. Gracias por el interés".
Las palabras parecieron ser suficiente para la mujer, que chilló emocionada. Pero él sabía la verdad, él sabía que lo estaría viendo y que lo escucharía, era la forma de decirle "es tu culpa". O tal vez era la forma en la que le pedía que fuera por él, que mostrara una vez más su interés en su relación desmoronada y construir una nueva.
Llamó a Kana Mizuki y le dijo que mañana la vería, que si deseaba el manuscrito, estaba sobre la mesa de la sala, él no podía recibirla, pero mañana estaría puntual en la junta. Tomó las llaves de su auto y se fue a NG Records.
—¿Dónde está Suguru? —preguntó Hiro, miraba a todas partes y el pequeño tecladista había desaparecido de su campo visual desde hace un buen rato, terminada la entrevista el hombre simplemente se fue.
—Se adelantó al café, dijo que tenía que hablar con Maiko sobre algunas cosas, pero no le puse atención. Voy a preguntar a Tatsuha si nos acompaña —comentó distraído Shuichi, mientras metía algunas partituras dentro de su mochila.
—¿No te preocupa que algo surja entre ellos? —atacó el guitarrista, al parecer, a él si le interesaba las vueltas que daba la ruleta.
—No, ninguna. A mi hermana siempre le van los ñoños, no me extrañaría. Aunque temería por Fujisaki, ella es capaz de violarlo. —Shuichi caminó rumbo a donde creyó estaría su cuñado, sin siquiera notar que Eiri estaba camino al ascensor y se cruzaban sin verse siquiera.
Tatsuha intentaba comprender algo sobre La crítica de la razón pura. Le faltaban por lo menos cuatro libros más. Mamoru le había asegurado que en la parte de estudios sociales, Kant era fundamental, y aunque la mayoría de las veces le mentía para hacerlo sufrir, confiaba en que esta vez realmente le daba consejos útiles. Faltaban semanas para tomar el examen para la universidad y Chiba le aseguraba que entraría, pero él no tenía esa seguridad.
—¿Quieres ir a comer? —le preguntó el cantante pelirrosa, el cual tenía la habilidad ninja de aparecer de la nada. El muchacho movió la cabeza en forma negativa, y le señaló los libros.
—No te preocupes, has quemado tus pestañas a tal grado que ya ni te reconozco —se talló los ojos —creo tener una visión…
Del otro lado llegó Ryuichi Sakuma, que apareció gritando "Tatsuha, vamos a jugar", de forma insistente. El treintañero saludó animosamente a Shuichi y le contó que su amigo el monje ya no solía jugar con él, y aunque entendía su deber por estudiar, no comprendía la frialdad.
—No puedo, Sakuma-san, más ahora… No es que lo ignore, es que… estudio sobre el criticismo…
—Racionalizar el procedimiento al conocimiento… superponer la investigación al ser… qué se yo… o lo que sea, no lo recuerdo, ¿ahora podemos comer helado? —preguntó el mayor. El pequeño Uesugi lo hacía trabajar, incluso más que sus otros managers, solía ser algo duro con los deberes y para sorpresa de muchos, bastante estricto, pero también era el más divertido y curioso personaje que se había topado Ryuichi. Es más, adoraba molestarlo en su tiempo libre. Incluso sobre ir a acosar al vocalista de Bad Luck.
—Yo no tengo la menor idea de lo que hablan, pero no me importa porque tengo a Hiro que me lo dirá si logro recordar el concepto —dijo el pelirrosa divertido—. Por la cara de angustia del muchacho, Shindou decidió jalar a Sakuma para que Tatsuha pudiera seguir estudiando. Lo convenció tan rápido, solo lo invitó a una comida con su hermana.
Eiri llegó a la oficina de su cuñado, era un día malo para las visitas porque, por la sonrisa de Seguchi, solo se podía deducir que este estaba estresado. Le preguntó qué tanto miraba en su tableta. No es que el escritor estuviera chapado a la antigua, era que no entendía la razón para tener aparatejos como esos. Eiri tenía una fantasía recurrente en sepia en donde escribía sus novelas en una vieja Remington mientras Orson Welles le decía que sus escritos no emocionaban a nadie.
Sabía de la utilidad de esos dispositivos, él tenía uno porque Shuichi amaba regalarle gadgets que le facilitaran la vida. Pero no los necesitaba, contaba con su lap top, su móvil y una buena conexión, con eso podía vencer dragones (y era cierto, porque tenía a varios para matar en un juego).
Tohma habló sobre un problema con los insumos de quién sabe qué lugar, y es que su vista recayó en la pantalla, el presidente de NG revisaba cada una de las áreas de la empresa.
—Vigilas a todos con esa cosa —murmuró.
—No los vigilo —dijo Tohma, con ese tono que no implicaba excusa sino solo ese poder innato de ser el jodido amo del universo, sí, él no los vigilaba porque no era su culpa ser omnisciente, ¿cierto?—. Es pura seguridad. Como te dije, parece que se están descomponiendo consolas de la nada, y no es que nuestros cantantes sean muy cuerdos y cuiden el material. Pero más que nada creo que se trata de un fraude: al principio lo dejé pasar porque las facturas provenían de una empresa técnica de renombre, por lo que le achaqué el caso al tarado de Shindou o a los berrinches de Ryuichi, que son quienes presentan los mayores problemas. Sin embargo, desde que contraté este sistema de vigilancia remoto, parece ser que nos han estado mintiendo, ahora necesito saber quién es el culpable—hizo una pausa y acarició los botones invisibles en la pantalla—. Me encanta este sistema, puedo ver desde cualquier punto del mundo —explicó.
—Espero que solo sean medidas de seguridad de la empresa, no quiero que invadas mi intimidad para protegerme —espetó Eiri.
—Yo no invadiría tu intimidad, al menos que me lo pidas —asestó Tohma.
—Espero que sigamos hablando de cámaras…
Eiri no tenía el humor para emocionarse con las nimiedades de su cuñado, así que decidió no decirle nada y esperar a que despegara el ojo de esa cosa. Pero el móvil de Seguchi sonó y este le pidió disculpas y se retiró un poco para hablar con el tipo del otro lado. Así que Eiri echó un vistazo a la tablet, dos segundos tardó para que supiera que con esto podría encontrar al idiota sin tener que preguntarle a Tohma.
Revisó primero la sala destinada al grupo. Nada. Buscó en las cabinas. Tampoco. Buscó en los pasillos del último piso en donde recordó solía ir a inspirarse, pero a quien encontró no fue a Shuichi, sino a su hermano leyendo un libro, mejor dicho, tenía toda una pila mientras que tomaba notas. ¿Estudiaba? ¿Para qué?
Entonces lo vio. El pelirrosa apareció corriendo y gesticulaba de forma exagerada, como siempre.
Eiri buscó si habría una función para tener sonido, y sí, ahí había una en la que se habilitaba el audio, agradeció a la madre tecnología pero cuando le pidió que ingresara el código de seguridad odió a la estúpida cosa. Y detestó más al estúpido de Shuichi cuando tomó la mano de Sakuma Ryuichi, que había aparecido mientras él buscaba menús para autorizar funciones.
Cuando Seguchi se desocupó, notó que su cuñado lucía algo molesto, pero supuso que era por no haberle puesto la atención suficiente.
—Lamento la tardanza, pero, aunque no lo creas, llevar una empresa no es tan fácil, no me la paso jugando, tengo cosas que realizar como administrativo y como creativo… En fin… ¿A qué debo tu presencia, mi querido Eiri-kun? —habló meloso, y el otro hombre sintió un escalofrío por esa zalamera forma de ser.
—Nada, solo no quiero que la prensa se me acerque con preguntas tontas, tampoco quiero tener cerca al idiota. Haz lo que tengas que hacer, pero que no me ronde a mí. —Deslizó la tableta hacia su dueño. No era lo que originalmente pensaba realizar a su arribo a NG Records, era lo contrario, pero Yuki Eiri no era muy razonable cuando se molestaba.
—Llegas tarde, Eiri-chan —Tohma arrastró las palabras—. Shindou me lo pidió hace como una semana, y como es un empleado admirable no podía decirle que no. Lamento no habértelo dicho, pero como me tengo que enterar de tu vida por otros… —dejó que las palabras desaparecieran.
Ese día, Yuki Eiri resurgió de su miseria. Se acostó con tres mujeres, con cabellos y modales distintos, con sonrisas hipócritas y odiosas. No sabía cuáles eran sus apariencias, no recordó si sus ojos eran bellos o si sus dientes formaban una sonrisa o una mueca tenebrosa, no lo supo en ese momento ni lo haría nunca, porque simplemente sabía que tuvo sexo con ellas, pero ni siquiera recordaba el tacto o el cómo las conoció.
Cuando llegó a su casa no sentía nada, ni odio, ni arrepentimiento, ni capricho. Su ego no le susurraba nada, como si de pronto hubiese recibido una anestesia para elefantes. Su cerebro ahora estaba muerto, acabado, vacío, al igual que su alma.
Entonces Eiri solo atinó a sentarse en el sillón para descansar de su romántica jornada.
Su hermano llegó y se prendió una llamita en sus conexiones neuronales. Pero a pesar de que luchó, no tuvo la fuerza necesaria para arder y durar lo suficiente para que pudiera elaborar alguna pregunta interesante, sobre lo que leía, o siquiera interesada en su vida, qué estudiaba, si tenía amigos, si le gustaba vivir con su hermano mayor. Lo dejó pasar con sus ojos tristones y su caminar de perro apaleado.
Eiri se acostó, sus piernas colgando de la parte lateral del carísimo mueble importado de algún punto desconocido de Europa, manufacturado por asiáticos y comprado y traído por Seguchi para que su cuñado gozara de un lujo verdadero. Pensó en quitarse los zapatos, pero no lo hizo por la misma razón por la cual no pudo hablar con su hermano.
Su cerebro se enfrío (¿o calentó?) en la madrugada. El reloj en su muñeca marcaba exactamente las tres de la mañana con treinta y tres minutos, cuando despertó de ese letargo y se dio cuenta de que el premio se lo entregarían pasado mañana y hoy tendría una junta con su editora para arreglar detalles. Fue a su habitación a dormir, tenía que lucir bien.
I remember tears streaming down your face
When I said, I'll never let you go
When all those shadows almost killed your light
Eiri escuchó una canción y creyó por unos momentos que se trataba del soundtrack de su vida. Anunciaba a sus sentimientos resquebrajados, hasta que su cerebro cayó en cuenta y abrió los ojos, las manecillas del reloj marcaban las seis de la mañana. No se trataba de un capítulo de una serie adolescente norteamericana donde él era el protagonista que sufre por sus idioteces.
I remember you said
Don't leave me here alone
But all that's dead and gone and passed tonight
Escuchó lo siguiente de la canción que parecía martillarle las sienes, el corazón o algún otro órgano importante. Pero ya no era la muchacha la que llevaba la primera voz, sino su hermano que cantaba tan desafinado que quiso matarlo por despertarlo.
—¡Maldita sea, Tatsuha! —se levantó lo más rápido que pudo y corrió a la habitación de su hermano, este hacia un performance con su peine cantando su dolor al espejo—. ¡Qué demonios haces tan temprano!
—Como si fuera madrugada, son cuarto para las nueve y tengo que ir a trabajar, ¿cuál es el problema? Y por cierto… no sabía que durmieras en boxers, y en boxers tan sexys —le guiñó un ojo.
—¡Vete al diablo, mocoso! —salió del baño de su hermano, molesto, no sin antes darle una patada que lo hizo rebotar en el espejo de cuerpo entero.
Escuchó decirle algo sobre su editora, pero lo ignoró. Su horror aumentó cuando vio a Mizuki sentada en su sala tomando té. Sin inmutarse, le dio los buenos días. El rubio caminó a su habitación, más rápido de lo habitual pero sin perder la dignidad.
Mientras se cambiaba, recordó que el reloj era de cuerda, una baratija que Shuichi había comprado y se encargaba de girar para estar siempre a tiempo. Le preguntó varias veces el motivo de su compra, estando en Japón, existían relojes tan ridículamente eficientes que estaban a un paso de servir el desayuno si se programaban. Pero Shuichi prefería ese aparatejo. "Apuesto que ni siquiera te percatarás cuando se pare, es la forma de decirte que sigo con vida, pero eres tan amargado que no ves lo bonito qué es, ¿esto es vintage?" Eiri tomó el reloj y lo tiró a la basura.
Habló con Mizuki cerca de cuarenta y cinco minutos sobre la gala, el protocolo a seguir, los otros nominados, a quién llevaría. La editora le sugirió no ser acompañado por una nueva pareja, el escritor no tuvo las fuerzas para preguntar cómo se enteraba de su vida. Él había pensado en ir solo, o incluso con alguna de sus antiguas conquistas, pero recapacitó la idea.
—Llevaré a mi hermano —soltó. Después de todo eran idénticos, no es como si lo fueran a acusar de infiel—, no quiero problemas con la prensa —dijo seco. Entonces Mizuki le informó el código de vestimenta que tendría que llevar el muchacho y le hizo algunas recomendaciones sobre su comportamiento—. ¿Escuchaste, Tatsuha? ¡Intenta comportarte como un ser humano normal! —exclamó Eiri al final, y su hermano salió de su improvisado escondite de detrás de la puerta de la cocina.
La prensa en realidad le valía un cacahuate. Sentía un desgaste real, un cansancio metido en sus pulmones, unas ganas de querer mandar todo a la mierda. Un horrible pedazo de lógica estorbando a la comodidad de la negación. Su hermano podría ser un total pinchazo en el culo, pero—a pesar de todo— era un apoyo incondicional. Una piedra, solo con rondar por ahí le daba tranquilidad, recuerdos de un tiempo mejor.
—No entiendo. La mayoría del tiempo no me quieres cerca ¿y ahora me vas a llevar? No tengo nada en contra, aclaro, de hecho estoy emocionado. Pero debes admitir la rara naturaleza de la situación —repuso Tatsuha todavía cerca a la cocina.
—Si es tan extraño te puedes quedar aquí a rascar tu trasero mientras yo estoy por ahí en la misma habitación con ese autor a quien amas con fervor premenopausico —le dijo Eiri de mala gana, y se fue a su estudio a encerrarse hasta ver la luna en el cielo sin importarle dejar a Mizuki y a su hermano solos en su departamento.
Y los dos mencionados parecían tan acostumbrados a la actitud de Eiri que cuando Tatsuha le ofreció una taza de café a Mizuki, esta le dijo dónde estaba metido el café de grano elegante que el escritor guardaba con recelo para que los bestias de su exnovio y hermano no lo tomaran con leche o helado.
La noche de la premiación el monje vio todo en cámara lenta. Se vistió con un traje prestado y una vez más se sintió Cenicienta viviendo la vida de otro, sólo que esta vez la pesadilla no estaba destinada para él, sino para su hermano, quien estaba más parco de lo usual.
Aquella noche, cuando lo vio en la sala con las piernas al aire y un dejo de estupidez en el rostro, pero con un extraño vacío en la mirada, le pareció ver al chiquillo de dieciséis años ajeno a la bomba recién explotada, acostado en una cómoda habitación de un hospital sin nombre en Nueva York.
Tatsuha recordó justo cuando lo fue a ver a la sala de hospital —después de lo de Kitazawa—, era como si todas esas palabras sobre violación y asesinato coladas a sus oídos por espiar a hurtadillas, en verdad no existieran, eran solo rumores. No sabía exactamente qué implicaba cada una, en su cabeza se formaban cosas horribles por lo que leyó en el diccionario, pero eran estúpidas, eso no le podía pasar a su hermano.
Se recordó acercándose vacilante a la camilla, las sábanas blancas le quemaban las retinas. No había cambiado en nada. Todo era mentira. Seguía siendo rubio, con ojos amarillos, como los del gato gordo y viejo de Mika. ¿Por qué tanto llanto entonces? Le dijo hola. No habló. Repitió el saludo, frunció el ceño como respuesta.
—Eiri, casi pierdo el lapicero que me regalaste antes de venir aquí. Supuse que te enojarías, por eso lo busque por todos lados y ¿sabes qué?, lo encontré debajo de mi cama, pegado justo en la pared, escondido como el ratón de la otra vez. ¿Te acuerdas de la otra vez? Sí, el ratón gordo que Mika pidió que matáramos y no lo hicimos, dijiste que sería nuestra mascota, pero se fugó…
El hermano mayor, aquel siempre atento a sus tontas pláticas, dispuesto a realizar planes surreales para conquistar al mundo, cuya sonrisa le hacía olvidar que su padre no se aparecía en días y que su madre-hermana los perseguía para castigarlos, lo miró con frialdad, con unos ojos muertos o quizá llenos de ira y rencor. El niño se asustó, sintió hundirse en lodo y creyó estar tragando la misma porquería que su hermano. Solo reaccionó cuando Eiri le contestó por primera vez:
"No me interesa."
¿A qué venía el recuerdo? Movió la cabeza, era uno de los peores momentos de su vida. Esas palabras de indiferencia le mostraron una terrible realidad: su hermano se había ido, tal como lo conocía. Y solo tenía dos caminos: ignorar el hecho y fingir que nada había pasado, o amar los trozos que había dejado el imbécil de Kitazawa. Tatsuha no había sido muy inteligente, optó por el sendero masoquista, por lo menos no era tan retorcido como la otra opción.
—Como si estar muerto fuera suficiente castigo —exteriorizó con todo el odio acumulado en tantos años y pateó una pila de libros en el piso ubicados a un lado cerca del espejo en el cual se miraba para terminar de arreglarse para la gala.
El dueño de la historia era Eiri, cierto. Pero Tatsuha fue un daño colateral, a él le habían robado también un pedazo de su vida, y aunque nunca ha hablado sobre "el tema" con su hermano, siempre quiso abrazarlo y decirle "No importa nada, yo te amaré. Aunque seas un pedazo de idiota". Pero eso es algo que no hacen los Uesugi, ellos reprimen. No hablan de lo importante, esconden sus sentimientos con unos cuantos insultos. Fingen indiferencia. El hermano menor no es la excepción, salvo que escogió el camino de seguir a su destructivo congénere como muestra clara de apoyo. Una decisión estúpida, tal vez, pero tenía ocho años, no se puede pedir a un niño de esa edad ser una lumbrera.
—Deja de hacer escándalo y vámonos que llegamos tarde.
Apareció en escena el escritor, por sus ojos sin expresión no había escuchado nada, al parecer había sido atraído por el ruido de los libros al caer. El monje se sintió aliviado. Acomodó su cabello y lo fijó con uno de tantos productos, cuando terminó puso su mano en el hombro de su hermano.
—En verdad espero que ganes… —su hermano lo miró con fastidio—. …Dudo que lo hagas, pero la esperanza muere al último, ¿no? Después de todo, estás compitiendo contra el cuasi amor de mi vida literaria… Venga, ¿qué posibilidad existe de que…?
—Cállate, si no quieres que me arrepienta en último momento y decida ir solo. —Quitó la mano que Tatsuha había colocado como si estuviera sacudiendo el polvo de la estación.
—¡Al auto entonces! —gritó el joven monje y salió disparado. Yuki, visiblemente cansado, se masajeó el puente de la nariz.
No le gustaban esos eventos. No los odiaba, a veces era posible encontrar personas interesantes, pero ahora solo quería subir a recibir su premio y demostrarle a Shuichi lo que había dejado ir. Sonreír, coquetear frente a una reportera, dar las gracias y enseñarle a ese estúpido cantante que Yuki Eiri no había muerto y seguía siendo tan hijo de puta como aquella vez en el parque, cuando le rompió sus sueños de compositor.
El premio era un pretexto más, no le interesaba ganarle a una sarta de viejos quienes realizaban novelitas baratas —igual que él, debía admitir en su profundo ser— como si fueran a marcar la historia con tramas sobre osos y princesas o amantes destrozados. Todas, al final del día, hablaban de lo mismo.
—¿Por qué quieres ser escritor?
—Aún no estoy muy seguro, me gusta leer, y me gustaría hacer relatos así, ¿te imaginas? El gran Eiri Uesugi, todos lo odian mientras vive, pero cuando muere todo mundo se da cuenta del maravilloso escritor que es. Un sueño, un excelente sueño.
—Eso suena tonto. ¡Te vas a morir de hambre! ¿Sirve ser amado cuando ya estés muerto? ¿Y el dinero? ¿Y las casas? ¿Y mi edición especial de Doraemon que me prometiste? Eso se compra con dinero, no me sirves muerto —el pequeño niño cruzó los brazos molesto, estaban frente al estanque de la casa.
—¡Oh vamos Tat-chan! Te compraré todos los Doraemon que quieras….
Estaba frente a la puerta del gran salón, sintió como si estuviera sumergido en el agua y de pronto el aire otra vez entrara a sus pulmones. Su hermano lo miraba preocupado, estuvo hablando durante el camino, él no contestó como de costumbre, por eso ignoró su comportamiento ausente, hasta que estuvieron frente al lugar asignado para la premiación y tardó al parecer varios minutos en poner atención al valet parking quien estaba pidiéndole las llaves.
—¿Estás nervioso? —se aventuró a preguntar Tatsuha.
—No, solo recordaba tonterías…
—Pues ya somos dos —le guiñó el ojo y el otro arqueó una ceja.
El lugar estaba repleto de pirañas editoriales, quienes creen saber de todo, o los que aceptan ser unos inútiles pero no quitan el dedo del renglón y se acercan a quienes sí tienen los reflectores. Eiri se sintió cansado, ya ni siquiera tenía ganas de subir por su premio. Su hermano —para su sorpresa— supo comportarse, incluso envidió la naturalidad en su rostro y su sonrisa. Y no es como si él anduviera con una mueca de disgusto, porque después de todo el escritor siempre había sabido cómo conquistar a la cámara, sin embargo, eso no le daba la medalla de honor como mejor actor. Le costaba, y mucho, evitar rodar los ojos o mirar con indiferencia.
Miró a lo lejos a un anciano conocido. Sonrió involuntariamente. Cuando asistía a la universidad era el jefe de departamento de Literatura, había escuchado que ya era rector. Siempre había querido su aprobación. Una vez lo llamó a su oficina y le habló sobre su trabajo final. Para entonces ya era un tipo peleonero a quien en realidad no le interesaban los comentarios de un vejete idiota, pero al escucharlo decir "Eres destacado, pero no increíble", le había dolido.
Tatsuha murmuró algo y luego caminó rumbo al maestro. Sintió a su corazón bombear sangre y fue tras el monje, no quería que hiciera alguna tontería, no frente al hombre al que siempre quiso impresionar. Le sorprendió su sonrisa cuando estuvieron cerca de él.
De ancha espalda, canas y anteojos, bebía una copa de vino. Levantó la mirada y sonrió ampliamente al reconocer al muchacho. Le agradaba coincidir con alguien no hipócrita en este evento. Ya habían deliberado, había dado su opinión ¿y todavía querían su presencia en este circo?
—¡Tatsuha-kun, qué maravilla encontrarte aquí! —saludó al joven—. Es una lástima que no estés en casa estudiando para el examen —exclamó mientras un mesero le ofrecía otra copa, este declinó la oferta.
—¡Acompaño a mi hermano! —señaló a Eiri, quién yacía congelado a su lado—. Es como servicio social, no puedo negarme venir a una fiesta en donde sirvan comida gratis —bromeó.
El hombre se acomodó las gafas. Miró al escritor y luego al amigo de su hijo. ¡Sí que se parecían! Sabía de su parentesco, cómo no hacerlo cuando tu hijo emocionado te lo grita en lugar de contártelo como persona de bien. Su lucha por los buenos modales, la había perdido desde su partida a Europa. Algo curioso pasó por su cabeza, cuando el moreno estaba en su casa nunca le había parecido que su apariencia fuera idéntica a la de su hermano, incluso estuvo tentado enumerar muchas diferencias, sin embargo, ahora que los veía juntos, sin duda era gotas de agua de diferente color. Masami Chiba recordaba al mayor Uesugi, detestó que gracias a los medios, la fama lo abrazara y los escándalos sobre su vida sexual lo impulsaran a una zona de confort. Siempre quiso verlo realmente como un escritor y no como un best seller. Porque el talento lo tenía.
—Buenas noches, Uesugi-san, tanto tiempo sin vernos —saludó, y el rubio pudo salir de su ensimismamiento.
—Buenas noches —contestó, odiando ese "san" que sabía no merecía oír de parte de ese hombre, y no supo si debía preguntar por qué el rector de la universidad de Tokyo y uno de los hombres más admirables de la sociedad actual hablaba con familiaridad a Tatsuha—. Escuché que ya no es más el jefe de departamento de Literatura. Felicidades por su asenso —sonrió.
—Oh, sí, ya no doy clases, tal vez una o dos en el ciclo escolar. Aunque si este jovencito logra ingresar me gustaría darle una buena clase —palmeó al monje en la espalda. Como respuesta obtuvo una señal de la victoria de parte del muchacho—. Pues me retiro, tengo que ser uno de los primeros en ingresar al salón. Mucha suerte la próxima semana en tu examen, Tatsuha-kun. Hasta luego, Uesugi-san —se despidió y se alejó sin mirar hacia atrás.
Eiri sintió celos. Revisó en su interior otra vez. Sí, eran celos hacia su hermano, como de pequeños cuando el gran monje le ponía más atención a Tatsuha que a él. ¡Hace cuánto no había sentido este arranque de sentimientos! Esas ganas de gritar ¡mírame a mí! ¿Todavía vivía su madre? Se contestó afirmativamente, y el ahora pervertido apenas podía hablar en aquella época. Le dio un tic en el ojo. Sus recuerdos —se suponía— estaban bien guardados en el bosque de la represión. Pero alguien había dejado la puerta abierta y todos estaban corriendo, tendría que detenerlos.
— ¿Cómo lo conoces? —le dio un golpe en el pecho. El monje se sobó y maldijo no tener una cámara cerca para captar el momento exacto de su maltrato.
—Es Chiba… ¡duh! —se burló como si esas palabras fueran la respuesta. Eiri no entendió, lo volvió a golpear y una vez más el joven pensó que los reporteros no eran muy hábiles para oler las exclusivas—. Es el padre de Mamoru… —pero el rostro de su hermano no cambió—. Mi amigo… con quien fui a la Comiket… al que le gusta el soccer…
—¿Te acuestas con el hijo del rector de Tokyo? —le dijo en voz baja mientras arqueaba una ceja escéptico.
—¡Qué no me meto con él! —gritó, y ahora sí las miradas se posaron en el menor—. Es un gran escritor de la época… clásica… medieval… no digo que sea malo… es solo que no es de mi gusto… eso… no significa que me meta con su hijo —intentó reparar, y aunque a la mayoría solo le molestó el grito hubo gente con miradas de sospecha.
Eiri miró alrededor por si alguien se atrevía a decir algo, pero no hubo una respuesta negativa, todos estaban en sus propios egos presumiendo sus proezas. Le hizo gracia la tonta respuesta del moreno, siempre tendía a querer arreglar lo incorregible, desde sus estúpidos juguetes hasta… y ahí detuvo su mente. ¿Acaso era otra clase de regresión sensiblera? Shuichi tenía la magia para mantener a sus demonios a raya, ¿había sido capaz, antes de marcharse, de aventarles la llave para que estos lo molestaran en pasajes de su vida? Otra duda surgió en su cabeza.
—¿Desde cuándo te preparas para el ingreso a la universidad? ¿Para qué estás aplicando? —No imaginaba a su hermano ni como un científico, ni como un literato, ni como nada, salvo como monje… como Tatsuha.
—Ah eso... —contestó de mala gana—. La licenciatura de traducción, pero ¡mira ya podemos entrar! —se apresuró para no obtener el comentario de su hermano.
El salón era enorme. Una señorita le indicó el lugar correcto para sentarse. Un escenario central y cuatro secciones con sillas apiladas a la perfección. El menor parpadeó, ¿no se suponía que serían unas mesas donde podrían comer o algo así?, ¿como en el Oscar? ¡Carajo! Se sentía algo decepcionado! Se lo hizo saber a su hermano. Este le explicó con cuatro sencillos movimientos aunados a unas palabras "prensa, empresarios, socialité e industria editorial. La recepción viene después".
El premio Empitsu estaba siendo un gran asco, los ganadores eran tan jodidamente previsibles que Eiri pensó que solo era un pretexto para lamer las bolas a los autores. El monje volvió a preguntar el porqué de la presencia de los empresarios, si se supone se trataba de un evento meramente cultural. Casi le da una palmada en la nuca, pero se contuvo. Esos hombrecillos con trajes caros y dinero para limpiarse el culo, siempre están metidos en cualquier parte. Sobre todo en esos lugares donde no deberían. Decenas de empresarios van a eventos de caridad por la construcción de casas baratas, cuando ellos mismos son quienes expropiaron y reubicaron (¡desalojaron!) a las personas. Esa plaga, ni con otro tsunami se acaba. Y lo peor de todos es que por más indeseables, son necesarios en esta sociedad moderna en donde la economía de los países se sustenta en las empresas.
La socialité era otra peste. Gente con una negación insuperable, se creen críticos, creadores, promotores, pero son solo una montón de monos cilindreros nacidos en cuna de oro, sin esfuerzo alguno se meten al campo de las artes, los espectáculos o al deporte y siempre esparcen su porquería aderezada con el dinero para motivar, ayudar y subyugar al verdadero talento. Así es la vida en todo el puto mundo.
Tatsuha le recordó que ellos no pertenecían a la clase trabajadora. Su padre era casi tan poderoso en Kioto como cualquiera ahí sentado. Pero Yuki ignoró el comentario, por supuesto que él no formaba parte de esas alimañas. Él se había ganado todo a pulso, con sudor, con esfuerzo. No admitió, ni para sí mismo la "posibilidad de que Seguchi Tohma tuviera que ver con el impulso a su carrera".
Cuando tocó anunciar el premio en donde estaba Eiri nominado, el encargado de dar el discurso previo agradeció al jurado, a los participantes y alargó más que pudo. Sabía que era el momento de la noche.
Eiri saboreó el instante, estaría realmente encantado si Shuichi estuviera viéndolo. Le demostraría que no iba a rogarle, no era un perdedor. Así como él podía ir y tomarle la mano animosamente a Sakuma, él podría tomar su premio. Porque no estaba acabado.
—Es un honor reconocer esta noche a ¡Usami Akihiko! —declaró el presentador ante el monólogo interno de Yuki.
La canción es sólo para despertar a Eiri y creo que Taylor Swift y su Safe and Sound ( /watch?v=hyDm4ZjXhPI ) tiene el tono perfecto para sacarlo de quicio. No pretende significar algo. Además, ¿se imaginan a Tat escuchándola? no lo sé, quizá Maiko le roló la canción y como placer culposo la escucha sólo en la ducha, ¿Qué sigue pequeño monje? ¡Lady Gaga!... Lo imagino rockero, amante de Freddie Mercury, ( ¡Te amamos Freddie, te amamos! ) cantando Living on My Own y alejado del pop, en ese caso, imagino a Tohma con su colección de discos de Madonna y a ambos haciendo sacrificios de animales y humanos para mantenerse jóvenes... super amigos.
En otros temas, creo firmemente que los hermanos tuvieron una infancia feliz, después de todo, cuando Eiri habla de Tat con Shuichi dice que fue el único que lo trato bien y sin diferencias por el color de su cabello. Tal vez no en la manera tradicional o ídilica, pero por lo menos casi normal, son unos hermanos que se quieren bastante.
Me pareció injusto poner a competir sus novelas con autores japoneses reales y contemporáneos. Además, no sería tan terrible que le ganara Banana. Y habiendo tanto escritor en el mundo del anime, pues habría que aprovecharlos. No, esto no es un crossover, es un cameo extendido, (ya veo a mis amigos de cine diciéndome que utilizo el término mal), es una aparición especial. Donde al final del capítulo los productores de "Las desventuras del monje vividor" le damos las gracias por su participación. Y todos aplaudimos, mientras, Eiri tiene preparado un balde de sangre para que el drama se convierta en Carrie...
¿Hablara Usami Akihiko con Eiri en el próximo capítulo ? Tal vez, si no toma la silla y se la revienta en la cabeza. ¿Aparecerá Mizaki? No, porque lo odioooooo. ...
Gracias superPet por betear esta historia y gracias a ustedes lectores por su atención y por sus comentarios, sobre todo por esperar a esta autora cuyo mundo está al revés y no sabe como administrar su tiempo.
Besos y abrazos a todos. Aunque creo que son todas mujeres... si hay un niño ¡manifiéstate! así no me sentiré mal si me dirijo sólo en femenino. Saludos