Chicas hemos llegado al final. Espero les guste.

Los personajes son de S. Meyer y la historia de A. Mather.


Capitulo 20

Cuando Jacob fue a visitarme algunos días des pués, había conseguido, con mucho esfuer zo, olvidar aquella desagradable intrusión de mi ma dre. Sin embargo, las palabras de René me asal taban en las noches de insomnio; mi palidez se había acentuado y unas profundas ojeras me ribe teaban los ojos. Mi extrema delgadez empezaba ya a ser alarmante y me daba un aspecto frágil y enfermizo. No cesaba de repetirme que me recupe raría si me ponía a trabajar, y sin embargo mi capacidad creadora brillaba por su ausencia.

La primera reacción de Jacob al verme fue de sincera preocupación.

— ¿Qué diablos has estado haciendo? —excla mó inmediatamente.

No hice caso a su pregunta y le pregunte por qué había ido a verme.

—Pero, ¿necesito un motivo? Te llamaba y no tomabas el teléfono. Dime qué otra cosa podía hacer.

— ¿Eras tú quien llamaba? —pregunte avergonzada—. Yo tenía miedo de que fuera mi madre. Vino hace algunos días y no quería volver a ha blar con ella.

—Ah, ¿sí? No entiendo cómo no se da cuenta de que no tiene nada que hacer contigo y te deja en paz.

No quería hablar más del tema, así que me senté en el sofá y adopte una expresión fingi damente alegre.

—Bueno —dije—. No puedo creerme que no tengas otra cosa mejor que hacer que venir a verme. ¿Qué es lo que ocurre?

—He venido a devolverte la partitura.

—Ah, la música. Dime, ¿le gustó a tu amigo Quil?

Jacob se recostó en su asiento y cruzó las piernas.

—Sí, de hecho le ha gustado mucho. Le inte resa saber si Cullen ha escrito algo más.

— ¿Por qué me lo preguntas a mí?-le dije poniéndome de pie

—Bueno, se me ocurrió que tú podrías saberlo.

Negué con la cabeza.

—Pregúntaselo a él —dije evasivamente—. Ese asunto no tiene nada que ver conmigo.

—De acuerdo —asintió Jacob en tono conci liador—. Yo le dije a Quil que me parecía que tú no ibas a querer mezclarte en este asunto. Además, la cosa es complicada; Quil conoce a un grupo que quizás estaría dispuesto a interpretar la canción.

—Pero, ¿cómo? ¿Un grupo de música mo derna?

—Exactamente. Por supuesto, el sonido sería bastante diferente al del piano, pero Quil está seguro de que podemos tener un éxito entre manos.

—No creo que sea tan fácil.

—Mira, Bella, hay muchas cosas en las que la suerte juega un papel primordial, y quien te diga lo contrario, se equivoca. Y además muchas veces no cuenta lo que sepas, sino a quien conozcas.

— ¿A quién conozcas?

—Hemos tenido suerte. Quil Ateara es amigo mío, y el Concertó le ha gustado mucho.

Lo mire perpleja. El sello de discos Ateara era uno de los más importantes del momento.

— ¡Quil Ateara!

—Sabía que te gustaría la idea. Entonces, ¿qué dices? ¿Vas a dar luz verde al proyecto?

— ¿Yo? —exclame alarmada—. Jacob, ¡pero esto no tiene nada que ver conmigo! La composición es de Edward, no mía.

—Pero él te la envió.

—Ya.

— ¿Significa eso que te vas a negar?

Apreté la partitura contra mi pecho.

—Yo... no me siento con derecho a tomar esa decisión.

Jacob no podía ocultar su impaciencia; no obs tante, cedió:

—De acuerdo, entonces tendremos que poner nos en contacto con Cullen personalmente, ¿no? Como tú dices, la composición es suya. Se guramente no pondrá tantas objeciones como tú. ¿Te das cuenta de lo que esto puede significar, Bella? Si llega a las listas de éxitos...

—No, Jacob —dije sin poder reprimir un estremecimiento—. Creo que no has comprendi do. René... René vino para decirme que Edward va a volver a trabajar con ella. Ha encontrado un médico en Suiza que podrá ayudarle a recuperar la habilidad perdida en las manos. En cuestión de meses, quizás un año o así, se espera que pueda volver a dedicarse a la interpretación. En tonces no creo que le interese componer ese tipo de música, ¿te das cuenta?

Jacob, que me había escuchado perplejo, se levantó.

— ¿Quieres decir que después de lo ocurrido todavía...?

—Sí —conteste, me ponía enferma sólo con pensarlo.

—Debe de estar loco.

—Quizás sólo sea ambición —dije en voz baja—. Y ahora, ¿te importaría hablar de otra cosa?

Los sábados por la tarde la calle se convertía en un lugar muy bullicioso. No me gustaba salir esos días. Sin embargo, en aquella ocasión no tenía más remedio, ya que me había quedado sin comida y necesitaba comprar la en el supermercado; así que me puse unos va queros, una blusa y baje.

Cuando me aproximaba a la verja del jardín del edificio, vi el coche aparcado al otro lado de la calzada. Era un Volvo plateado. Dentro estaba él.

Mi primera reacción hubiera sido salir corrien do; pero luego lo pensé mejor. No tenía nada que temer de él, pensé indignada. Además, ¿con qué derecho aparecía allí?

—Bella.

Al mismo tiempo que pronunciaba mi nombre Edward abrió la puerta y salió del coche. Note inmediatamente que se movía con mucha más facilidad que antes. Nadie hubiera dicho que sólo seis meses atrás no podía dar un paso sin muletas.

—Edward, ¿qué estás haciendo aquí? —le pregunte.

Edward apretó los labios.

—Ya lo descubrirás. O sea, que ésta es tu casa, ¿no? ¿En qué piso vives?

—En el primero. La casa tiene ocho aparta mentos: dos en el bajo, dos en el primer piso...

—Ya me hago una idea —dijo Edward avanzando hacia la verja—. ¿Entramos?

—No. No sé por qué has venido aquí, Edward, pero preferiría que no entraras. Tú y yo no tene mos nada más que decirnos, y la verdad...

— ¡Bella! —exclamó respirando fatigosamente—. ¡No puedes hacerme esto! Cuando tú viniste a mi casa yo te dejé entrar. ¿No crees que me debes el mismo trato?

—Aquello fue diferente, porque me desmayé en tu puerta y no tuviste más remedio.

— ¿Es que te gustaría que yo repitiera la esce na? No me sería difícil. El viaje hasta Phoenix me ha dejado agotado. La pierna me está doliendo mucho.

Lance una mirada de impotencia y des pués me volví hacia él.

—Edward, ¿por qué me haces esto? ¿Por qué quie res verme? Yo... René me ha contado lo que piensas hacer. Si vienes a darme alguna explica ción, prefiero no oírte. Todo ha terminado entre nosotros. Me alegro de que a ti te hayan salido tan bien las cosas al final.

—Por favor, ¿entramos? —me dijo con rude za; pero su voz sonaba débil.

Una vez arriba, apenas podía dominar mis nervios.

— ¿Te apetece una copa? —pregunte—. Sólo puedo ofrecerte jerez o café.

—No, gracias. Ven y siéntate —dijo señalando el sitio junto a él—. Quiero hablar contigo.

Me humedecí los labios ansiosamente.

—Mira, Edward...

—He dicho que vengas a sentarte —repitió él con fría solemnidad—. Parece que te vas a caer de un momento a otro. Me doy cuenta de que quizás yo sea el responsable de tu mal aspecto; por eso quiero hablar contigo.

— ¿Qué? —pregunte horrorizada—. ¿Qué me dices? ¿Que... que quizás tú seas el responsa ble de mi mal aspecto? ¿Quién te ha dicho eso? ¿Mi madre? ¡Dios mío! Hace falta tener sangre fría...

— ¡Tranquilízate, Bella! —Me dijo poniéndose de pie e inclinándose sobre mí—. Sé que lo estoy haciendo mal...

— ¡Sí! ¡Sí!

Mi cuerpo temblaba de pies a cabeza, con una mez cla de cólera y desesperación; cólera, porque él se había creído en el derecho de ir a verme para ofrecerme unas palabras de disculpa; y desespera ción porque, hasta aquel momento, había mante nido la secreta esperanza de que René me hubiera mentido a pesar de todo.

— ¡Vete! Tu... tu amante ya me ha explicado la situación con pelos y señales, así que...

— ¡Ella no es mi amante! —Exclamó Edward tomándome por los brazos y atrayéndome hacia él con fuerza—. Por el amor de Dios, Bella, eso ya lo solucionamos —me pasó la mano por el cuello para obligarme a volver el rostro hacia él—. Quería decirte lo que pasa en realidad antes de que lle gásemos a este extremo, pero no me dejas otra elección.

Entonces, aprovechándose del momento de confusión, me besó. Me debatí desesperada mente y le mordí los labios hasta que sentí el sabor de su sangre. Pero él continuó insistiendo, con furia, abriéndose paso con la lengua, hasta que la debilidad y el deseo que latía en mi convirtieron mi pánico en pasión. Deje de arañar le y hundí las uñas en sus hombros, abandonán dome entre sus brazos.

Como si hubiera sentido mi rendición, Edward aflojó la presión de su boca, y el beso se hizo suave y sensual. Deslizó entonces las manos desde mis hombros hasta la cintura, buscando bajo la blusa el contacto de mi piel. Después tocó mis labios con infinita suavidad, rodeándolos primero con pequeños besos antes de apoderarse con avi dez de mi boca. Comprendí de pronto con desesperación que me estaba dejando seducir.

— ¡Eres un bastardo! —grite cuando pude se parar mi boca de la suya, volviendo la cabeza.

Pero Edward no estaba dispuesto a dejarme escapar tan fácilmente.

— ¿Por qué soy un bastardo? —inquirió agarrándome con una mano por la nuca, mientras con la otra me sujetaba el puño con el que intentaba golpearlo—. ¿No me decías tú a mí que no creyera las mentiras de René? ¡Pues ahora eres tú quien las toma al pie de la letra!

— ¡No intentes cambiar de tema! —Grite retorciéndome con todas mis fuerzas—. ¿Qué quie res de mí, Edward? ¿Qué tipo de hombre eres tú? No me quieres; me echaste de tu casa. ¿Por qué vuel ves ahora, cuando todo ha terminado entre no sotros?

—Tú no crees eso, ni yo tampoco —replicó él con voz dura—. Si me dejaras explicarte...

— ¿Explicarte? —Le interrumpí—. ¿Ex plicar qué? ¿Tus razones para aceptar la oferta de René? ¿Que te vas a marchar a vivir a Suiza...?

— ¡Yo no me voy a Suiza!- grito pero yo no lo escuchaba.

— ¿Qué te pasa, Edward? ¿Es que te remuerde la conciencia? Pues no, no te preocupes; ¡ha sido culpa mía! ¡Debí darme cuenta de que estaba mi madre antes que yo!

Edward me liberó de pronto y yo que no lo esperaba, estuve a punto de perder el equilibrio y caer. Lo vi dirigirse hacia el sofá con paso vacilante, arrastrando la pierna. Cuando llegó, se dejó caer con tal cansancio que me deje convencer.

— ¿Qué estás haciendo? —Exclame a la defen siva, dándome cuenta de que estaba a punto de rendirme otra vez—. No puedes quedarte aquí. Tengo... tengo que trabajar. Oh, Edward, ¿por qué me atormentas de esta manera? ¿Qué quieres que diga? ¿Qué quieres que haga?

—Cásate conmigo —me dijo con firmeza.

— ¿Que... qué has dicho? —exclame, in capaz de creer lo que acababa de oír.

—Que te cases conmigo —repitió él como si estuviera hablando del tiempo.

—Pero... ¿no te das cuenta de que es una cruel dad burlarte así de las personas? ¡Márchate in mediatamente! Si esto es una treta que has urdido con mi madre...

— ¡Por el amor de Dios olvídate de tu madre! Me has preguntado qué quería y te lo he dicho. Y ahora te aconsejo que pienses cuidadosamente tu respuesta antes de dármela, porque no te lo voy a volver a pedir nunca más.

No pude sostenerle la mirada.

—Edward, por favor...

—Te lo voy a repetir una vez más: quiero casarme contigo. ¿Te convences ahora?

Sentía un nudo en la garganta.

—Pero... no entiendo. ¿Y René?

— ¿Qué pasa con René?

—Me ha dicho que va a arreglar las cosas para que puedas volver a tocar. Me habló de un espe cialista suizo que es capaz de hacer milagros. ¿Es que no es verdad?

—Sí, no dudo que exista tal médico, pero si te hubieras molestado en escucharme sabrías que no pienso ir a Suiza. Seguramente René te dijo muchas cosas, la mayoría de ellas, falsas.

No podía dar crédito a mis oídos.

— ¿Quieres decir... que ella no te ha visto?

—Sí —asintió Edward—, vino a verme; es más, yo mismo la invité.

— ¿Que tú la invitaste? —pregunte sor prendida.

—Sí. Siéntate aquí conmigo y te lo contaré.

— ¿A tu lado? —pregunte con cierta aprensión.

— ¿Por qué no? —me dijo con una sonrisa irónica—. ¿O es que todavía me tienes miedo?

—No, yo... bueno, ¿por qué no?

Me senté procurando mantener una pru dente distancia en previsión de lo que pudiera ocurrir. Pero Edward fue más rápido y se pegó a mí tranquilamente.

—Bien, Bella. Empecemos por el principio. ¿Te acuerdas de la carta de René que viste?

Pensé que aquella pregunta era estúpida; ¡cómo la iba a olvidar! Asentí y espere con ansiedad a que él continuara.

—Supongo que René ya te habrá contado lo que me decía en aquella carta.- volví a asentir. —Bien —agregó Edward—. Entonces podrás ima ginar cómo me sentí yo al leerla... Enterarme así de que habías venido a Forks sólo porque tu madre te lo pidió.

— ¿Qué? —exclame fuera de mí. Edward lanzó un suspiro.

—Me acabas de decir que sabías qué decía aquella carta.

Pero no podía articular palabra, me limi taba a mover la cabeza de un lado a otro.

— ¡No lo comprendo! —exclame—. Eso no fue lo que René me contó. Ella me dijo que tú estabas furioso conmigo porque yo te había ocultado que mi padre la incitó a... cometer aquella locura.

— ¿Tu padre?

—Sí, estarás enterado de que papá fue a ver a mi madre aquella noche, en cuanto René volvió de Italia. Él... le contó que habíamos estado juntos, que la estabas engañando. Quería separarnos a toda costa.

— ¿Te refieres a la noche del accidente? —me pre guntó.

—Sí.

—Pero si yo ya lo sabía —dijo entonces Edward perplejo—. Me lo dijo tu madre un par de días después del accidente. Entró a la fuerza en mi habitación del hospital, aun sabiendo que yo no quería verla. Parecía pesarosa... y era cierto, estoy convencido. Tu madre se arrepintió de lo que había hecho un segundo después de que ocurrie ra, pero ya era tarde.

— ¿Entonces...? —pregunte, aun no salía de mi asombro.

—Es lo que te estoy diciendo —repuso Edward retirándome el pelo de la frente con un gesto ines peradamente tierno—. Bella, necesito que me di gas si viniste a Forks porque te lo pidió René.

— ¡No! —exclame vehementemente—. Pero si ella no quería que fuera contigo; intentó convencerme de que perdía el tiempo.

La expresión de Edward se suavizó al momento.

— ¡Aja! Entonces, ¿por qué viniste?

—Lo sabes perfectamente. Edward, si esto es...

—No saques conclusiones todavía —me dijo, había estado acariciándome el pelo casi dis traídamente y deslizó la mano hasta mi nuca—. Déjame contarte cómo fue.

—Si quieres... —-murmure.

—Necesito decírtelo. Aunque en realidad pre feriría hacer algo más placentero.

— ¡Edward!

Lo mire entre el temblor y la protesta, incapaz de resistirme, mientras Edward me introducía un dedo entre los labios, acariciando su húmedo interior.

—Bien —continúo—. Cuando llegaste a la Casa del Mar aquel día, yo ya te quería, pero no te lo dije porque no me pareció justo para ti. Estaba prácticamente inválido y pensaba... inclu so pienso ahora que tú estabas motivada por la compasión.

— ¡No!

Edward me apretó fuertemente la rodilla, como si quisiera tranquilizarme.

—No hace falta que me lo digas; ahora ya sé que no se trataba de eso, entonces estaba tan apenado por mí mismo que me resultaba más fácil creer en tu compasión que en tu amor.

—Pero no me dijiste que me marchara —mur mure sin querer.

Él sonrió.

— ¿Cómo iba a echarte? Cada vez que te mar chabas a Phoenix a ver a ese Black, yo me quedaba enfermo de celos.

—Por eso intentabas presionarme para que me marchara por mi propia voluntad, ¿no?

—Bueno, pensé que si lograba que te cansaras de mí, siempre me quedaría el consuelo de creer que tú realmente no me querías... ¿comprendes?

Moví la cabeza lentamente.

—No puedo.

— ¿Por qué? ¿No me crees? ¿Se te ocurre alguna otra razón para que te dejara quedarte? Sobre todo después de que mi abuelo se metiera por medio.

—Yo... llegué a pensar que me odiabas y que me culpabas de lo ocurrido.

— ¿Odiarte? —Me dijo Edward elevando la mirada—. Pero, amor mío, tú no sabes lo difícil que era para mí no tocarte...

Me estremecí.

— ¿Y la carta?

—Ah, sí, la carta. Llegó en el momento crucial; de haberlo sabido, René no lo podría haber hecho mejor. Aquella tarde, antes de que Ángela llegara, yo había decidido declararme. ¡Demonios! Si no nos hubiera interrumpido, habría dejado a un lado todas mis cautelas... Acababas de descubrir que yo había vuelto a tocar el piano... no te lo dije antes porque quería hacerlo lo mejor posible para darte una sorpresa, y necesitaba tiempo. Después... ya sabes lo que pasó: llegó la carta de René y yo no estaba en condiciones de leerla con serenidad y distinguir lo verdadero de lo falso... Me comporté como un loco y tú te marchaste.

— ¡Pero si me marché es porque tú me dijiste que me fuera!

—No era la primera vez que te lo pedía —me dijo suavemente—. ¿Por qué las otras veces no me obedeciste y entonces sí?

—Supongo... que porque en esa ocasión te ha bía escrito René. Pero dime, ¿por qué luego le pediste que fuera a verte?

—Porque tenía que dejar claro de una vez para siempre que nuestra asociación de intereses había terminado.

—Pero ella vino a mi casa…

—Después de haber hablado conmigo, claro. No me extraña, tu madre es una mujer rencorosa. Como había fracasado conmigo, tenía que hacerte daño a ti a cambio.

—Pero... —dije en tono vacilante—. ¿Le contaste que yo me quedé en Forks en contra de tu voluntad?

—Sí. Cuando me contó la historia de que había sido ella quien te había convencido para que fue ras conmigo, yo le dije que no lo creía. La prueba era que tú no te habías querido marchar aun a pesar mío. Eso le dije.

— ¡Ah! ¿Y qué pasó entonces?

Edward suspiró.

—Se marchó; no sin antes lanzar imprecacio nes y amenazas, pero los dos sabíamos que no tenían ya razón de ser. En nuestra relación los sentimientos nunca habían contado para nada. No te creas lo que pueda haberte dicho.

—Lo sé. Te creo a ti. Pero Edward, ¿por qué has tardado tanto en venir?

Edward me miraba insistentemente, mientras me acariciaba el muslo con ternura.

—Porque antes tenía que demostrarme a mí mismo ciertas cosas. Te envié mi pieza de música para que fueras comprendiendo que te quería, pero como no recibía contestación...

— ¿Es que la esperabas?

—Sí, tenía que empezar a saber algo de ti. Sin embargo, tu ausencia me obligó a llevar a cabo una idea que tú misma me habías dado.

-¿Yo?

—Sí, tú —replicó con una mirada ardien te—. La música... ¿no te acuerdas?

-¿Intentaste publicarla?

—Sí, no exactamente la pieza que te había enviado, sino otras.

— ¿Y qué te dijeron? —pregunte ex pectante.

—Bueno... no es tan fácil, pero al menos me he puesto en contacto con ese mundillo y he hecho amigos.

— ¡No acudirías a Quil Ateara!

—No. Hablé con Erick Yorkie. Nos habíamos visto en Italia. Vino al club una noche, poco después de que yo conociera a René, y me escuchó tocar algunas canciones mías. Me dijo que si alguna vez me quería dedicar a componer en serio, me pusiera en contacto con él. Pero ya sabes cómo es la gente... Te prometen cosas. Yo no tenía muchas esperanzas, pero resulta que le han gustado las dos canciones que le envié y está dispuesto a grabar él mismo una de ellas.

— ¡Oh, Edward!

Estaba maravillada. Erick Yorkie era uno de los cantantes más famosos del momento

—Qué bien, ¿verdad? —exclamó Edward. Y en tono suplicante, añadió—: Entonces, ¿qué dices? ¿Me perdonas por todo?

— ¡Pero Edward! Si siempre has sabido que te amo. Por favor, bésame. Te prometo que esta vez no te detendré.

.

.

.

.

.

—Así que este es tu dormitorio —murmuró Edward, incorporándose sobre la almohada—. Es muy bonito. Al entrar no lo he apreciado, porque estaba demasiado ocupado mirándote a ti...

Esboce una sonrisa, y me acurruque contra él por debajo de las sábanas. Me resultaba difícil creer tanta felicidad.

Edward me retiró el pelo empapado de sudor de la frente.

—Estás muy pálida, Bella. Tenemos que hacer algo. ¿A ti te gusta Miami? He pensado que po dríamos pasar parte de nuestra luna de miel en Jacksonville. Después Erick nos ha invitado a su casa de California.

Edward besaba mi cuello y yo lo deje con delicia.

— ¡Con tal de estar contigo me da igual cual quier parte!

—Lo mismo pienso yo. Oye, Bella... ese Quil Ateara que has mencionado antes, ¿quién es?

—El mismo de los discos Ateara.

—Ah, ¿sí? ¿Y cómo es que le conoces?

—Jacob es amigo suyo, y le enseñó la canción que me mandaste. Y, bueno... Ateara quiere pro ducirla. Jacob vino el otro día a proponérmelo, pero me negué.

— ¿Por qué?

—Porque era tuya, no mía. Le dije a Jacob que hablara directamente contigo.

—Pero si yo te la había dado —repuso —. ¿Sabes? Creía que quizás el título te persuadiría para volver.

—Concertó... ¿por qué?

—Porque es una pieza en tres movimientos —murmuró Edward apoyando la cabeza sobre mis senos—. Tú y yo habíamos compartido los dos primeros... Faltaba el tercero.

Me estremecí de placer al sentir su boca hú meda en mi pecho.

— ¡Oh, Edward! Ámame—dije apenas sin aliento.

Y mis movimientos fueron una invitación vo luptuosa que Edward no pudo resistir.


Bueno espero les haya gustado.

Dejen Reviews

Saludos.

Pd. Si quieren epilogo dejen muchos reviews. jejeje