Titulo: Dance of Death.

Renuncia: Esta historia está basada en los personajes creados y es propiedad de JK Rowling, de varias editoriales pero no limitada solo a los libros de Bloomsbury, Scholastic Books y los Raincoat Books, y Warner Bros,. Inc. No se está tomando dinero de aquí, y no se pretende tomar los derechos de la autora.


Capítulo cuatro: Adiós para siempre.

Fue como si de un momento a otro, hubiera despertado de una gran pesadilla. Con su pecho agitado, con el sudor recorriendo su rostro y escalofríos viajando por su piel. En aquel momento, daría media vuelta para poder seguir conciliando el sueño, pero esto no era una pesadilla, el no había despertado de un mal sueño: había despertado en el suelo, con frío y sus orejas tan tapadas como si alguien hubiera puesto tapones invisibles alrededor de sus oídos.

Había intentado levantarse pero su cuerpo no le respondía en absoluto, había abierto sus ojos pero los había cerrado con fuerza al notar como el mareo se apoderaba de él haciéndole sentir como si hubiera estuviera girando sobre sí mismo. Lo cual era bastante alejado a la realidad, puesto que su pequeño cuerpo se encontraba aplastado contra una pared de concreto. Queriendo evaluar su condición, arrastró una de sus manos hasta su frente que lejos de dolerle (ya se había acostumbrado lo suficiente) le ardía, le ardía como el infierno.

Interesante comparación, justo ahora. . .

El infierno. . . bastante parecido, ya que aun sentía la sensación del calor de las explosiones sobre su piel, su nariz aun no se acostumbraba al olor a carne chamuscada que había en el ambiente, sus oídos todavía resonaban con los gritos de mujeres y hombres a pesar de encontrarse en aquel momento con las orejas tapadas por el exceso de sonido que estas habían registrado. ¡Y risas! ¿Dónde estaban aquellas risas? ¿Ya se habían marchado? Aquellos hombres, suponía que eran hombres, vestidos de pies a cabeza con tétricas túnicas negras y una sobresaliente máscara gris, de color mercurio, cubriendo su rostro. Cubrían sus facciones, no el brillo desquiciado de sus ojos.

¿Terroristas? Terroristas con tecnología demasiado fuera de lo normal. Juraba haber visto rayos de colores crear explosiones, crear sonido, pánico y muerte. . .

Su respiración se aceleró cuando las imágenes del por qué llegó allí comenzaron a volver lentamente a él:

Había comenzado con aquellos hombres encapuchados, el se había escondido detrás de un lote de basura para evitar que le vieran, veía los demás civiles correr de un sitio a otro y ser atrapados. Ese hombre había aparecido de la nada, entre medio de sombras negras que se esfumaron en el aire luego de aparecer, estaba vestido de pies a cabeza con una túnica tal y como los demás. Tom por un iluso segundo había pensando en que iba a pasar desapercibido de la inspección del hombre, pero se equivocó cuando los ojos grises metálicos se enfrentaron a su mirada.

Tom había sentido una corriente fluir por todo su cuerpo, aquella humana sensación, aquel instinto de supervivencia que te gritaba que huyeras sin mirar atrás para salvar tu vida. Solo pudo despegarse de la pared de donde se había apoyado, dar pasos lentos y torpes hacía atrás mientras enfrentaba la mirada - a leguas de maldad – del extraño hombre cubierto. Le observaba como si fuera un animal, como una presa más y él un depredador ansioso. El encapuchado, terrorista, hombre, o lo que sea que fuera, levantó su mano donde entre sus dedos tenía encerrada una delgada vara de color oscuro.

Tom se acordaba de haber levantado su mano con tal de detener la sangre que emanaba de su dolorosa cicatriz, mientras retrocedía pasos lentos y torpes tratando de alejarse de aquella figura.

― ¡No!― había gritado agitando su mano en el aire como si quisiera afirmarse a algo cuando perdió el equilibrio, cayendo de espaldas y golpeándose la nuca contra el suelo de concreto. Un gemido había escapado de sus labios al sentir el dolor, había abierto los ojos con susto buscando a su atacante, pero solo lo vio allí, inmóvil en el suelo. Ojos desquiciados observándole con curiosidad, un matiz diferente esta vez. El terrorista alargó su mano, no sabía si para ahorcarle o para recogerle del suelo pero no pudo llegar a él. . .

Recordó un grito, quizás el de él mismo, una explosión tan fuerte que casi hace estallar sus tímpanos, el sonido de un fuerte objeto pesado golpear el suelo y luego la oscuridad envolviendo sus sentidos.

._._._._._.

Fue el típico sonido de una sirena de ambulancia lo que resonó sacándole de sus recuerdos. Harry o Tom, cualquiera de los dos, quería gritarle a los hombres que él se encontraba allí, pero su garganta no pudo emitir sonido gracias a que la sentía áspera y seca, las palabras no podían salir de sus labios. Luego de enviar la orden a su cerebro, los dedos de su mano izquierda comenzaron a moverse y luego flexionarse para ver si podía tocar el resto de su cuerpo en busca de una herida, buscaba el control que había perdido desde un rato atrás.

― ¡Hay un niño atrapado aquí!― gritaron a lo lejos pero Tom solo escuchó el sonido ahogado de un grito.

Un escuadrón de policía y unos bomberos se aproximaron corriendo hasta el sitio que les señalaba un oficial. Tom sentía el sudor húmedo escurrirse de su frente hasta su camisa, había una gruesa capa de polvo que cubría su ropaje pero de eso no era consciente por el momento. Sus oídos se sentían pesados, producto de la fuerte explosión que había experimentado, la sensibilidad de su aparato auditivo había sido dañada por el momento.

Sintió los pasos, escuchó voces: no las pudo entender. ¿Has estado bajo el agua por el suficiente tiempo mientras los demás conversan fuera? Parcialmente, así era como se sentía. Quiso apretar los ojos con fuerza cuando una mano intrusa le obligó a abrirlos con fuerza mientras una luz brillante pasaba por sus ojos repetidamente.

― ¿Puedes hablar? ¿Sabes tu nombre?― preguntó una voz de hombre joven, cuando las voces finalmente dejaron de ser confusas y se escucharon con mayor claridad.

― Harry― susurró sin pensarlo, el nombre se deslizó de sus labios antes de que pensara el error que cometió.

― Está bien Harry ¿Puedes ver cuántos dedos tengo enfrente de ti?― Que amargo sonaba aquel nombre tan vago, tan común en los labios de un enfermero. Estaba mal, sonaba a podredumbre, sonaba grosero. . .

― No. . .― se negó el niño moviendo su cabeza de un lado a otro, queriendo enmendar su error. ― No Harry. Tom―

― Posiblemente esté sufriendo una concusión severa― indicó otra voz, ni siquiera sabía a quién pertenecía. ― Harry necesito que. . . ―

― No Harry. Es Tom― corrigió interrumpiéndole con una voz seca y ronca. Sintió como levantaban su cabeza unos momentos y luego envolvían una especie de cuello en esa zona para inmovilizarlo. ― Lentes. Uso lentes― les notificó el pequeño.

― Allí en la esquina, si, si Davis tráelos. Aquí los tengo T―, digo Harry. No te preocupes, pronto buscaremos a tu papá y mamá. Estás siendo muy valiente― alentó un hombre mientras colocaba los anteojos sobre el rostro el niño para devolverse su visión.

Ahora sí, veía mucho mejor. Parpadeó, pero ahora si observaba bien. Se encontraba tendido en el suelo, a su derecha tenía un hombre de bata blanca tomando sus manos y muñecas mientras las inspeccionaba, a sus pies un oficial de policía removía una gran piedra que aplastaba su pie de manera que el dolor se volvía insoportable cuando movía la herida. Se aseguraron de que no estuviera ningún hueso fracturado o una herida preocupante para darle el alta y trasladarlo posteriormente.

Un hombre regordete vestido de azul y una casaca negra con espantosas letras amarillas se acercó a él pasando sus brazos por las piernas adoloridas de Tom y lo alzó para llevarlo a la ambulancia. Por efecto del movimiento, su rostro se ladeó hacia la esquina donde había estado pero deseó no haberlo hecho;

Fue como si todo el aire que tenía dentro de su cuerpo se hubiera esfumado dejando un dolor en su pecho, la sangre de su rostro se drenó al caer sobre él, como un balde de agua fría, lo que estaba contemplando.

No. . . .

Allí en una esquina, a menos de un metro de donde había estado, su mochila se encontraba aplastada por un pesado escombro y según lo que veía solo las esquinas de ella se podían apreciar bajo el volumen de la roca. Sintió un retorcijón en su estómago al notar como un pequeño hilo de cierto líquido negro emanaba desde una esquina y se perdía por la acumulación de polvo a su alrededor.

― ¡No!― gritó de la nada agitándose en los brazos del hombre que le sostenía, queriendo verificar el estado de aquella que le había acompañado. ― ¡No, no, no!― espetó retorciéndose bajo el fuerte agarre del policía que continuaba caminando, a pesar de la dificultad, alejándose de la escena.

― ¡No me toques!― amenazó el niño con ira mientras pataleaba, ignorando el dolor de sus piernas y de brazos cuando golpeaba el rostro y pecho de aquella figura para que le soltara. ― ¡Quítate de encima!― ordenó con frialdad mientras continuaba con su histérica pataleta.

El policía había escuchado las murmuraciones del niño en sus brazos pero las ignoró en cuanto comenzó a llamar al enfermero para que trajera un tranquilizante. A la última orden, algo extraño que jamás pudo explicar, sucedió: su cuerpo comenzó a emanar cierta frialdad desde sus piernas y comenzaba a subir por sus pantorrillas rápidamente hasta alcanzar su cintura. Cuanto intentó moverse, no podía ¡No podía moverse! El hombre comenzó a ser presa de la desesperación al saberse inmóvil, de la nada. Sintió como su agarre iba cediendo hasta que sus brazos se alargaron dejando al niño irse.

Tom no se molestó en saber que había sucedido, solo tenía ojos para aquella esquina donde veía su raída mochila descansar apacible. ― ¿Dónde estás? ¿Dónde estás estúpida serpiente? ¡Respóndeme ya o te juro qué. . .― Sus manos débiles y temblorosas trataron de mover la pesada piedra debajo del bolso mientras le siseaba, pero no pudo.

En su desesperación, no sintió los pasos de un enfermero aproximarse a él. Simplemente el ardor de un pinchazo en su costado y el mundo volviéndose negro.

._._._._.

― Para iniciar el traslado, Ainsley, primero debemos obtener los detalles del paciente, ya se la han brindado los primeros auxilios y se encuentra estable― murmuró una voz de carácter duro, luego una puerta ser cerrada y un ligero silencio.

Tom movió su cabeza de un lado a otro tratando de quitar las nauseas que se encontraba sintiendo. Sentía como si cuerpo entero estaba flotando en el aire. ¿Estoy muerto?

Escuchó como alguien se aclaraba la garganta y decía: ― Bienvenido de vuelta. . . Oh, creo que necesitas esto― sintió como unas manos de tacto extraño tocaban su rostro, quiso alejarse pero luego notó que le estaban colocando sus lentes.

Cuando trató de hablar, su lengua se sintió pesada y pastosa pero aún así fue capaz de decir algo. ― ¿Dónde estoy?―

― Estás en una ambulancia. Te encontramos aproximadamente hace cuatro horas bajo escombros y has recibido los primeros auxilios. Iniciaremos tu traslado al Hospital de Londres en poco tiempo― explicó el hombre de bata blanca mientras le sonreía como si esa mueca que tenía en su cara le tranquilizaría.

― No el hospital; estoy bien― se negó Tom intentando incorporarse de la camilla donde estaba acostado.

Siempre le desagradaron los hospitales y cualquier centro de atención de salud. Cuando aún vivía con los Dursley visitaba con mayor frecuencia de lo normal las salas de emergencia. Que por una quebradura de pie, de mano, una fractura de costillas, heridas que requerían puntos y comenzaban a infectarse por el mal cuidado. Siempre odió al personal de salud, nunca se preguntaron por qué un pequeño niño llegaría con tantos moretones o con tantas cicatrices. Mientras que el tenía estrictamente hablar con el personal que le atendía. Tía Petunia le amenazaba lo suficiente para tener miedo siquiera de estornudar en su presencia. Se zafaba de las preguntas alegando que el niño tenía un desorden mental y escapaba de su habitación entre medios de ataques de histeria y se provocaba aquellos golpes y caídas el mismo.

No, detestaba aquellos salones de la salud. No quería poner un solo pie dentro de ellos.

― Eres un niño muy valiente, casi como nadie que he conocido. Estás levantado por ti solito― replicó el doctor, enfermero, lo que sea que fuera mirándole mientras se colocaba unos guantes para examinarle. ― Ahora, te pediré que cierres los ojos y descanses. Ha sido una tarde muy difícil y necesito terminar de examinar tu――

― Cállate― interrumpió el niño de cabellos negros desordenados, elevando su voz un poco más de lo normal.

El hombre pareció sorprendido por lo que dijo Tom, sus cejas se alzaron con sorpresa ― ¿Cómo?―

― Dije que te callaras― volvió a decir Tom abriendo sus ojos y pestañeando confundido mientras por su mente comenzaban a surcar todas las imágenes del día. Cuando enfocó su vista, notó que según la placa médica su común nombre correspondía a David. ― ¿Nadie se lo ha dicho doctor? Habla mucho― suspiró el pequeño realizando una mueca mientras le observaba con aquel par de brillantes ojos verdes.

El doctor no parecía reaccionar ante las palabras desagradables del niño. Solo actuó cuando observó que el niño se quería incorporar de la camilla para bajarse. Extendió una mano para frenarle, pero recibió un manotazo en su palma apartándole con desagrado.

― ¿Qué hora es? ¿En qué calle estoy?― demandó saber mientras observaba que sus brazos se encontraban vendados.

― Faltan cinco para las cuatro de la mañana. En la esquina que colida junto a Charing Cross― replicó mecánicamente el doctor sin ser dueño de lo que decía, sentía que una presión en sus labios le incitaba a decir la verdad. . .

Contrario a lo que se creía de un niño, Harry/Tom estaba bastante acostumbrado a verse en aquellos estados y obligado a recuperarse inmediatamente. Siempre había que levantarse rápidamente de sus caídas, de sus palizas. Agachó su cabeza lo suficiente para ver que debajo de su sucio pantalón habían vendas en ambos tobillos y otra en su pierna izquierda que llegaba hasta su rodilla.

― ¿Hay alguien afuera vigilando David?― consultó el pequeño antes de llegar a la puerta, girando su pálido rostro hacia el inmóvil doctor.

― Se encuentra Hartwell, el jefe encargado de esta cuadra esperando por tu historial―

Una sonrisa se asomó en los labios del niño. ― Gracias David―

._._._._._.

El oficial Hartwell se encontraba atorado de trabajo y cansancio, había sido llamado de emergencia aquella tarde por los ataques repentinos ocurridos en el centro de Londres y llevaba toda la tarde trabajando, observando heridos y trasladando enfermos a sus casas. Dio un suspiro fuerte de cansancio cuando notó una pequeña figura parada frente a él. Inmediatamente levantó su mirada de unos papeles y observó un pequeño niño enfrente de él observándole de par en par.

― Disculpe, ¿Es usted el señor Hartwell?― preguntó con un hilo de voz.

Su primer pensamiento fue el bien mirar del niño a pesar de estar completamente sucio y vendado. Ojos brillantes le observaban tras unas gafas de montura descuadrada y rotas, esperando su respuesta.

― Sí, soy yo niño― replicó el hombre quitando una caja de donas vacía de una silla. Al instante, el niño se movió para sentarse en la silla despejada.

― Doctor David dijo que me reuniera con usted― interrumpió el pequeño levantando una ceja, como si quisiera confirmar las palabras que le habían dicho.

― Ah sí, si― replicó distraído el oficial mientras sacaba de una carpeta una tableta para sostener papeles, del bolsillo de su chaqueta sacó un bolígrafo azul. Finalmente sujetó el montón de papeles que parecían querer volar del clip que les mantenía atado y observó al niño que le observaba con una expresión divertida.

Justo en aquel momento, una helada ventisca de invierno sopló, y jugó con los cabellos del niño revelando una larga herida que le llamó la atención.

― Una bastante cicatriz bastante peculiar la que tienes allí― indicó el oficial ignorando como la sonrisa divertida decayó al oír su pregunta. ― ¿Cómo te la has hecho? ¿Recuerdas?―

― Un accidente de carro― contestó Tom, sin mentir.

― Vaya. . . ¿Cuál es tu nombre?― preguntó el oficial asomando de entre sus dientes la punta de su lengua, mientras escribía en el papel en blanco que tenía.

― Tom Ryddle― contestó con voz ronca el pequeño, gracias al polvo del cemento que había aspirado.

― ¿Sabes donde están tus padres Tom? ¿Estaban. . . aquí contigo?― inquirió extrañado el hombre, puesto que el pequeño frente a él no aparentaba tener más de ocho o nueve años, quizás con suerte diez por verse tan maduro, pero no era una actitud normal para un niño de familia estar tan tranquilo.

― No señor, soy huérfano― fue la contestación que recibió.

― ¿Y vives en una casa-hogar entonces?― un asentimiento fue lo que respondió esta vez. El policía cuyo chaleco recitaba en letras amarillas Hartwell, continuó escribiendo casi por cinco minutos más los datos básicos del pequeño en una boleta blanca. Cuando Tom realmente comenzaba a desesperarse, el regordete hombre sacó de un bolsillo un sello y lo presionó contra las hojas. ― Eso sería todo, Tom. No estés asustado, ya lo peor ha pasado y los malos serán apresados―

― ¿Qué sucedió aquí señor? ¿Por qué. . ?―

― Terroristas― cortó el hombre enfureciéndose. ― Al parecer ha sido un ataque dirigido a la familia real, niño. Pero no te preocupes, las autoridades ya han apresado a un grupo de extranjeros y están siendo interrogados. Espérame aquí, vuelvo en unos minutos. No te muevas. . . Tom― dijo el hombre consultando el nombre de él en la papeleta. ― Te llevaremos de vuelta a tu residencia―

Tom se quedó allí, sentado en una silla metálica fría esperando a que llegara de vuelta el regordete Hartwell. De haber podido, hubiera llegado al orfanato por sus propios medios, pero según observaba era una misión imposible. Habían oficiales, enfermeros, civiles heridos por todos lados. Que caos. Y quizás un pequeño niño, hubiera pasado desapercibido, pero no deseaba tentar su suerte.

Sentía cierta pesadez en su cuerpo, pero era aquella cálida e ilusa sensación de las anestesias que bien conocía. Cerró los ojos unos momentos intentando descansar mientras apoyaba su liviano peso contra el respaldar. Trataba de olvidar lo que le había sucedido a su serpiente, esa horrible muerte que había sufrido.

Tom se mordió su labio con fuerza, intentando que ningún sonido traidor escapara de sus labios. Ni amargura ni tristeza, ni risa ni alegría debían salir de ellos.

Era tan injusto. . . Ella había sido - paradójicamente - lo más humano que jamás había tenido el privilegio de conocer. Generalmente, todos le trataban de una forma despectiva: tanto por su ropa, por su estatus de huérfano, por ser un niño sin dinero, por ser silencioso; ya no quedaban más excusas para justificar por qué todos le trataban de aquella forma. Incluso sus profesores, incluso ellos a veces eran hipócritas en su modo, eran corteses solo por sus calificaciones. ¿Pero quien de verdad le había querido? Nadie.

Tom se levantó de su asiento, cansado de estar sentado descansando como un inválido. Cuando caminó unos pasos para aliviar el dolor de sus piernas, sintió como si un pequeño calor estuviera emanando desde su estómago. Se llevó una mano a su estómago preocupado de la sensación que acababa de sentir, pero ahora sentía como si una corriente eléctrica estuviera danzando alrededor de sus pies. ¿Qué sucedía?

Dio otro paso más al frente y esta vez fueron los latidos de su corazón que se aceleraron. Sentía un cosquilleo en su piel, un enorme cosquilleo desde la base de su cráneo hasta la punta de sus pies. Se sentía casi como. . . prendido.

Inmediatamente retrocedió de la sorpresa y para su decepción (o alivio) el cosquilleo fue disminuyendo, pero no había desaparecido completamente aun estaba allí.

Pero qué. . .

Tom buscó con su mirada cualquier cosa, algo que le explicara lo que acababa de experimentar. Sus ojos verdes chocaron contra el edificio más feo, y extraño que jamás había visto en sus cortos años. Era una pared alta, sólida y sucia de ladrillos añejos y descoloridos. En toda su extensión, no había ni una sola ventana que permitiera ver el interior. Había una única placa de metal que se mecía por el viento, la cual estaba colgada encima de una gruesa y negra puerta de madera donde finalmente le rodeaban dos columnas blancas de aspecto sucio. Tom entrecerró la mirada para poder leer lo que decía el letrero metálico: El caldero chorreante.

Qué nombre tan ridículo. . .

Pensó que se había equivocado al leer, pero luego supo que había leído correctamente al notar que encima de la placa de metal había un dibujo de un caldero y una especie de mujer revolviendo su interior. Se veía tan muerto el edificio en el exterior, pero se sentía, no sabía cómo, repleto de vida.

Como si estuviera hipnotizado, avanzó hacia el edificio. El cosquilleo sobre su piel se intensificó nuevamente al aproximarse. Vio una manija plateada sobresalir de la puerta y supo que debía de tocarla para entrar a aquel llamativo sitio. No tuvo tiempo para preguntarse por que los demás transeúntes no prestaban atención al edificio, parecía intoxicado. . .

― Niño, ¿Dónde vas? Ven tenemos que irnos― interrumpió una voz y luego sintió el peso de una mano sobre su hombro sacándole sus pensamientos y de su momentánea ensoñación.

Tom pestañeó varias veces. Y otra vez más. Observó el oficial Hartwell frente a él totalmente inmune a aquel maravilloso cosquilleo que el continuaba sintiendo sobre su piel y luego observó el edificio frente a él.

― ¿Estás bien?― inquirió el oficial sacudiéndole al verle tan distraído.

Tom se mordió la lengua al notar su actitud tan estúpida y retrocedió unos pasos alejándose (para su pesar) de la sensación que había experimentado. Respiró profundamente tratando de sentir el aire frío penetrar en sus pulmones y así despejar sus pensamientos.

― Te ves muy desabrigado niño. Probablemente el trauma que estás sufriendo aun. . ―

¿Qué había experimentado? ¿Qué era aquella sensación? ¿Por qué lo había llamado un. . . edificio? ¿Qué sucedía detrás de esas altas paredes?

― . . . créeme cuando hablo de eso, me pasó unos años atrás― concluyó el oficial mientras abría la puerta del asiento de conductor y le señalaba al niño el asiento trasero para que se ubicara. Totalmente desinteresado de la historia que contaba el oficial, abrió la puerta del coche y se sentó en el confortable asiento de pasajero.

El policía después de una eternidad, se sentó en el asiento del conductor y le tendió un paquete negro. ― No pude encontrar una talla más pequeña, pero servirá de abrigo―

Tom aceptó el paquete y lo desenvolvió encontrándose con un suéter azul oscuro y con fosforescentes letras amarillas que indicaban la patrulla policial a la que pertenecía. Inmediatamente con sumo cuidado lo pasó por encima de sus brazos vendados y se lo colocó encima de su camisa sucia para cubrirse del frío de aquella mañana.

Tom no supo cuanto tiempo estuvo en el carro policial, solo recordaba lo difícil que fue salir de la mar de ambulancias, carros bomberos, periodistas y cámaras televisas que estorbaban el paso hacia las salidas. Cuando se alejaron de aquel peculiar y extraño edificio, se prometió volver algún día para revisar cual era el misterio tras ello.

No supo cuantos minutos pasaron, pero cuando atisbó desde una esquina la grande casa de tres pisos que pertenecía al Orfanato Público de Londres, una sensación de alivio y melancolía lo envolvió. Tom estiró uno de sus dedos hacia el empañado vidrio del coche y dibujó en él un rayo, recordando la forma de la cicatriz en su frente. Cuando el coche se estacionó frente a la acera, se bajó del asiento y sintió el frío de la mañana golpear contra sus mejillas. Se despidió del oficial luego de asegurarle que esa era la residencia donde vivía y atravesó la verja metálica para poder entrar a la casa.

El tétrico rechinar de la verja lo despertó un poco de su somnolencia y cuando entró al pórtico de la casa supo que estaba en un problema, ya que presentía que la puerta estaba cerrada con llave. Lo confirmó al sentir el chasquido de metal luego de intentar abrirla.

― Maldición― suspiró en voz alta dándose media vuelta para ver si el coche policial ya se había ido, lo cual así era.

Iba a darse media vuelta para sentarse en el alfeizar de la ventana, que al menos le cubriría del viento, cuando descubrió que dos ojos azules le observaban desde la esquina de una ventana.

― Richard.― reconoció a los segundos de estar mirándole. ― Ábreme la puerta― ordenó mientras caminó hasta la ventana donde el niño le seguía observando con un matiz asustado. El pequeño rubio desde el otro lado de la ventana negó con su rostro agitando sus cabellos. ― ¿Qué te suce―?― comenzó a decir con cansancio pero sus palabras quedaron a mitad de camino.

Se escuchó un chasquido metálico y la puerta de enfrente se abrió revelando un hombre de grasiento rostro y dientes amarillentos. El encargado del centro agitó su cabeza indicándole que entrara en la residencia. Stanovich. Tom titubeó de entrar, pero no podía hacer nada más. No tenía ningún otro sitio adonde ir y el castigo sería peor si no entraba.

― Vamos pequeño, entra a tu casa― susurró con malicia el encargado.

._._._._.

Escuchó el grito ahogado de Richard cuando dos manos se posaron sobre sus hombros con fuerza y le enviaron al suelo haciéndole perder el equilibrio en el acto. Como si fuera un saco de plumas, fue arrojado sobre la alfombra vieja de la estancia. El olor a alcohol y el tufo a cigarro era más que evidente. No supo diferenciar entre su propia voz o la de Richard pidiéndole al hombre que no lo golpeara.

La bofetada que había recibido aun quemaba sobre su mejilla. ― ¡Tú no te mandas pequeño bastardo!― gritó colérico, con sus ojos cafés brillantes por el alcohol y su demencia apareciendo en las facciones de su rostro. Cuando se pudo levantar, no gracias a él sino gracias a los brazos que le levantaron con fuerza, sintió como le sacudían mientras le gritaban exigiéndole disculpas por su desaparición.

Al no contestar, otra bofetada surcó su otra mejilla dejándole aturdido. ― Dilo niño estúpido, dilo― alentó Stanovich poseído por sus propios demonios.

Tom abrió los labios para responder, y la victoria danzó sobre los brillantes ojos del cuidador. Pero la rabia bulló cuando sintió que el bastardo había tomado solo impulso para escupirle en su rostro. Ojos esmeraldas brillando con diversión al observar la mueca de ira que se formó en su mirada.

― ¡Deja a Tom!― gritaba Richard desde su sitio en el suelo mientras veía que el cuidador lo había enviado al suelo jalándole del cabello y golpeando con la punta de sus pies sus costillas.

Esto le quitará esa petulancia, los niños son sumisos, se quiebran, lloran. . .

Levantó su pie derecho y golpeó nuevamente el costado del niño. Era su misión. Su misión era hacerlos niños. Era imponer aquella inocencia en ellos. No podía detenerse a escuchar los gemidos del bastardo que le había escupido en el rostro gracias a los golpes que recibía. Todo era por su bien, por su propio bien.

― ¡Tom!― chilló Richard aferrado a la escalera mientras observaba como su amigo apretaba sus ojos con fuerza por el dolor. El niño se agarró los mechones de su cabello con desesperación mientras veía como las patadas del celador caían y golpeaban a Tom. ― ¡Ayúdanos, ayuda oscuridad!― gritó mientras se dejaba caer desesperado.

Por su parte, Tom se sentía al borde de la inconsciencia. Sus brazos se encontraban envueltos alrededor de su cabeza para protegerla, el dolor de su pecho no le permitía respirar cada vez se intensificaba más por cada golpe. Era imposible detener los gemidos que escapaban de sus labios.

Ayúdanos, ayuda oscuridad. . . . Escuchó el grito del rubio niño, y como si hubiera comandado una orden el rubio (o invocado), una punzada en su cicatriz comenzó a latir. Su cuerpo se sacudió una vez más gracias a los golpes y sintió como las heridas que le habían cuidado en la enfermería comenzaban a abrirse.

Abrió los ojos pero solo captó sombras borrosas. Su visión comenzaba a oscurecerse bajo el intenso dolor de su frente que le ardía como jamás lo había hecho. Sentía como si alguien estuviera aplastado su cráneo contra la pared, gritó sintiéndose al borde la locura. Se curvó en el suelo gritando mientras se tapaba los oídos para evitar escuchar los zumbidos que sentía. Cuando todo a su alrededor desapareció, también lo fueron los sonidos extraños que percibía. Pero una punzada de miedo recorrió su cuerpo cuando una voz metálica entrecortada y rasposa apareció en su mente.

Dón...de... es..tás―

Sabía que solo tenía que contestar, era una sensación extraña por la cual estaba atravesando, sentía como si estuviera flotando en una dimensión desconocida y su cuerpo estuviera desconectado de su cuerpo.

Porfavor. . . duele. Dile que pare. . .duele― suplicó el niño desde el suelo, pero no pudo mantenerse más, su rostro se ladeó y sus ojos se cerraron completamente desmayado quebrando la comunicación.

._._._._._.

No sabía cómo había llegado a su cama ni tampoco recordaba los hechos de ese día. Veía las sombras de una habitación, veía el color blanco borroso de una sabana que cubría su cuerpo. Solo adivinó que había alguien más en la habitación por que notó un movimiento borroso en lo que suponía era la esquina de su cuarto.

― Tengo tus lentes Tom― susurró una vocecita tímida, rompiendo el silencio en el que se habían sumergido.

― Richard, dame mis lentes― ordenó luego de oírle, trató de hacer la fuerza necesaria para poder enderezarse y alargar su brazo para recibirlos pero el dolor a sus costados le impidió moverse.

― ¡No te muevas!― chilló el huérfano de cabellos amarillentos. ― No te muevas Tom, no te muevas― terminó con un hilo de voz mientras levantaba su brazo en el aire como indicándole que no realizara ningún movimiento.

― Quiero mis lentes― dijo, siendo más consciente del dolor que sentía.

Esta vez, cuando recuperó su visión, notó como el vidrio izquierdo estaba completamente quebrajado. Respiró lentamente, tratando de acompasar los latidos furiosos de su corazón. Richard estaba a su lado, en el suelo, con sus rodillas sujetas a su pecho lo más cerca que podía como si eso le brindara algún consuelo.

― Stanovich, ¿dónde está?― murmuró luego de unos segundos, tratando de componer sus pensamientos.

― Oí a Martinica que no volvería hasta dentro de dos días― respondió el huérfano luego de oírle. ― Te traje con la ayuda de un amigo, no hiso preguntas, y se marchó sin revolver nada en tu cuarto― agregó el niño.

Tom cerró los ojos sintiendo enormes ganas de gritar gracias a la impotencia que sentía. Trató de buscar paz mental en su mente, imaginando que se encontraba en el parque de Privet Drive donde gustaba escaparse acostado en el suelo y contemplar las nubes del cielo esperando a que pasara la hora para devolverse a casa. Su pensamiento se vio interrumpido gracias a un llanto irritante.

― Richard. . . cállate― espetó en voz baja, no queriendo tentar ni provocar su suerte ni su salud en aquel momento.

― Es tan injusto. . . nadie se preocupa, nadie se―― murmuró el niño pero fue interrumpido fríamente por Tom.

― Si lo que quieres es compasión, búscala en el diccionario, está entre cólico y colitis― replicó con hastío el niño, recitando una frase que había leído en un libro unos días atrás, le había gustado lo suficiente como para invocarla ahora.

Los ojos azules apagados del pequeño bastardo sin padres, se enfocaron en el suelo luego de oírle. Asintió. ― ¿Duele mucho?― preguntó al cabo de unos minutos, notando la respiración pesada de Tom.

El pelinegro se abstuvo de rodar los ojos ante la pregunta. Richard se encontraba en el modo parlanchín hoy día ― He pasado por peores― aseguró.

Luego de un rato, que parecía eternidad, el bastardo rubio se despidió asegurándole que le guardaría de su cena si no se presentaba. Cuando finalmente el niño cerró la puerta de madera de su habitación, Tom dejó escapar todo el aire contenido sobre sus pulmones y sus manitos se cerraron en torno a la áspera fábrica de la sábana que cubría su cuerpo. Las apretó con la mayor fuerza posible arrugándolas.

Hace tanto tiempo que no lo hacía a plena consciencia, sentir el picor de su nariz, el ardor de sus ojos que le pedían derramar aquellas lágrimas acumuladas, el dolor punzante y detestable de su cuerpo. Quiso secarse las lágrimas para evitar sentirlas en su piel, pero el dolor y el esfuerzo al levantar sus brazos parecía inhumano. Quería arrancarse los ojos. Quería escapar. Quería irse. ¡Quería. . . ser feliz! Pero la línea de realidad entre ese querer y serlo parecía imposible, una tarea que no se realizaría.

El estaba solo, tan solo, solo y solo que era doloroso cuando pensaba en ello. ¿Cómo esperas que un niño que pronto cumpliría diez años acepte el hecho de que toda su vida ha sido sufrimiento y malas experiencias?

Cerró los ojos olvidándose del rumbo que sus pensamientos habían tomado, no importaba la soledad ¿no? El llorar por algo no lo iba a solucionar, no lo iba a mejorar ni ciertamente le beneficiaría. ¿Por qué llorar sobre leche derramada? No tenía lógica.

Cuando logró componerse, una ligera sonrisa asomó de sus labios al evocar su recuerdo más feliz de aquellos días: una sensación placentera, cosquillosa viajando a través de su cuerpo cuando se acercó a aquel extraño edificio en la esquina de Charing Cross. El Caldero chorreante se llamaba.

Todo dolor en aquel momento se había esfumado, era una sensación como. . . mágica.

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Tom se secó el sudor de su frente mientras dejaba de lado la escobilla y la cubeta con detergente para limpiar el suelo. Llevaba aproximadamente una hora trabajando en limpiar el suelo de la biblioteca como una de las tareas del día, pero ya la última asignación había sido lo suficientemente pesada como para dejarle agotado con sus piernas repantigadas sobre el nítido suelo.

Gateó hasta un estante que se encontraba a su derecha y apoyó su espalda sobre la pared para respirar y descansar adecuadamente unos minutos antes de volver a su trabajo, puesto que según sus cálculos, Martinica volvería en media hora para asegurarse que cumplía y aun le faltaba un tercio de suelo. Su cabeza se recostó contra la pared echándola hacia atrás, sus manos húmedas y resecas se dirigieron hacia el inicio de su camisa y lentamente con los ojos cerrados comenzó a levantarla para evaluar sus hematomas.

Se veía como si el mismo infierno realizara una fiesta allí.

Suspiró cuando notó las manchas sobre su pálida piel, y resignado a que aún no desaparecían, bajó su camisa ocultándolas nuevamente a la vista de intrusos. Martinica había pensado que su ausencia se debía a que había salido fuertemente maltratado por los terroristas - ya apresados - que atacaron Londres hace una semana atrás. Según las noticias nacionales, era un ataque libanés dirigido a la Reina y su familia real. Los tractores y obreros, policías y hombres bomberos ya habían comenzado los trabajos necesarios para reinstaurar los monumentos de Londres que habían sido destruidos.

Escuchó desde su sitio, ciertos gritos y llantos de varios niños más pequeños que él. Había escuchado que tres niños habían desaparecido desde el día del ataque y el día anterior un agente del gobierno se había presentado en el Orfanato para contarle a Martinica del lamento suceso de los tres niños. Como era de esperar, la noticia causó un gran revuelo entre los niños que habían sido amigos de los fallecidos y llantos se escuchaban por doquier en la casa.

Tom no pudo evitar preguntarse si habrían niños que llorarían por el si él hubiera sido uno de los desafortunados.

― Todos dejen sus tareas, las realizarán el día de mañana a partir de las nueve― gritó a coro una mujer desde los pasillos visiblemente irritada al levantar la voz para que las risas, llantos y jugueteos cesaran. ― Les daremos a todos exactamente treinta minutos para vestirse y lucir presentable para una última despedida a sus compañeros― finalizó la mujer.

Tom inmediatamente levantó su rostro sorprendido, luego se incorporó de su sitio y salió de la habitación tomando la cubeta de agua por un extremo mientras que en sus hombros posaba el trapo con el que había secaba el suelo para ir a dejarlo junto a la pileta y prepararse para la nueva. . . expedición que tendrían.

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El niño abrió la puerta de su metálico guardarropa con una disgustada mirada. Una toalla de tercera mano envuelta alrededor de su delgada cintura. Acababa de tomar una pequeña fría ducha junto con los demás niños para limpiarse el sudor de aquella mañana de trabajos. Generalmente, los días sábado eran de limpieza y los días domingo visitas organizadas para padres que quisieran adoptar. Aquel fin de semana se habían cancelado las visitas.

En el fondo de su guardarropa encontró unos libros que había tomado prestados sin devolución, una mirada de malicia se posó en su rostro al saberse conocedor de aquellos infantiles tomos. No sabía bien la razón por la cual los había tomado prestados. Aquellos extraños cuentos ridículos típicos para niños le aburrían pero aun así le atraían; la Caperucita Roja, Cenicienta, Hansel & Gretel, Pulgarcito y el Gato con Botas. Eran. . . inocentes, le gustaban.

Escuchó pasos al otro lado de la puerta, y sacudiendo la cabeza por perder tiempo en nimiedades, sustrajo de sus pertenencias un pantalón negro descolorido que tenía y una de las camisas deslavadas blancas que utilizaba para asistir al colegio. No tenía ninguna clase de abrigo para protegerse del frío, por lo que optó por enrollarse en su cuello una bufanda negra que le había quitado a una de las niñas semanas atrás.

Y así fue como lo vio la señora Martinica rodeada de un grupo de adultos cuando el bajó las escaleras para alistarse al grupo de ruidosos niños que esperaban en el patio. Para su suerte, Stanovich el celador, no se encontraba entre el montón excusándose aquella tarde de sus obligaciones según había escuchado.

Cuando Tom agachó su cabeza para pasar desapercibido y caminar hacia la salida, hubo algo en la conversación de los adultos que lo dejó congelado en su sitio. ― . . . severas presiones para encontrar a un niño desaparecido, Gary Potter si no me equivoco― replicó una mujer con apariencia de buitre encorvado.

― Oh si, recuerdo ese caso, unos meses atrás un hombre anónimo también exigía información sobre si habíamos recibido un niño bajo ese nombre― replicó Martinica mientras bebía de una taza de café y llevaba una de sus manos ajustando su apretado moño.

Tom se congeló en su sitio sintiendo como si la sangre de su rostro se había esfumado. Llevaba tanto tiempo de no escuchar ese apellido en voz alta que la simple mención de él aceleró su corazón. No podía ser posible. . . ¿Cómo? ¿Quién lo buscaba. . .? Tenía que referirse a él, la coincidencia era muy alta para pasar desapercibida.

Sintió como sus manos comenzaban a temblar producto de lo que escuchó. ¿Acaso los Dursley estarían buscándolo luego de desaparecer? ¿Por qué?

― Tom, lindo, ¿Estás bien?― le interrumpió una voz asquerosamente dulce sacándolo de sus pensamientos. ― Te ves muy pálido― comentó su cuidadora mientras acariciaba su cabello húmedo.

El niño evitó mostrar la repulsión que sentía por el tacto de la mujer y asintió únicamente con su cabeza para luego desaparecer de allí lo más rápido que podía, lejos de la inquisitiva mirada de los demás adultos. Su corazón parecía querer arrancarse de su pecho, al imaginarse a Vernon Dursley parado frente a la puerta inquiriendo acerca de su sobrino, Harry Potter.

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Tom se había alejado del grupo de niños y adultos que le daban un último adiós a los tres niños. Se había alejado lo suficiente para dejar de escuchar aquellos murmullos, que en realidad eran rezos, y aquellas falsas lágrimas y chillidos de dolor de los niños.

En aquel momento, el se encontraba parado frente a una tumba de una señora que murió hace casi cuarenta años atrás. Observaba el paisaje de frondosos pinos y largas enredaderas que le añadían un aspecto tétrico al sitio donde se encontraba. El niño luego de unos minutos perdidos en contemplar el horizonte, se agachó para recoger una piedra que estaba a un lado en la grama y luego de agarrarla firmemente en sus manos la envió con fuerza hacia un pequeño pájaro negro que estaba encima de otra lápida. El animal emprendió vuelo al verse atacado.

― ¡Estúpida serpiente!― gritó cuando dejó escapar la piedra de su mano y veía como esta rebotaba en la grama y caía cuesta abajo. ― ¡Ni siquiera me dejaste el tiempo para ponerte un nombre decente!― añadió en un susurro más bajo mientras rechinaba los dientes con rabia al acordarse aquel episodio.

Aun recordaba el momento en el que había posado sus ojos en el escombro que aplastaba a lo más cercano a una amiga que él había tenido. Sintió el picor de su nariz y al ardor de su mirada que encerraba ciertas cristalinas lágrimas para poder desahogarse de lo que sentía aplastado en su pecho. Recordaba los siseos de aquel animal, que le decían cada ciertos momentos que fuera paciente, que él debía/merecía estar en un sitio mejor y con su esfuerzo lo lograría. Recordaba cómo se retorcía bajo las sabanas buscando el calor de su cuerpo en las noches de invierno y le despertaba por los siseos de que tenía hambre.

Tom ajustó su bufanda negra en torno a su cuello al sentir la congelada brisa pasar por su cuerpo y luego escuchó una voz débil llamándole a lo lejos.

― Tu muerte no fue en vano― susurró en voz alta el niño mientras se daba media vuelta retomando el sendero que había seguido momentos antes.

Llegó hasta una pequeña bifurcación luego de girar una pared circular y encontró a un niño rubio sentado en el suelo mirándole. ― La señora Martinica ha dado por finalizado el funeral, nos vamos ya― informó tal y como se le había ordenado.

Tom asintió satisfecho mientras regresaba al autobús que estaba estacionado con un pelotón de niños llorones vestidos con sus únicas ropas negras.

― También, se nos ha dado la tarde libre debido a lo que sucedió― añadió el pequeño rubio que iba a su espalda.

Tom se detuvo unos segundos en su caminar, sus brillantes ojos esmeralda parecían resplandecer gracias a la nueva idea que había tomado forma en su mente. Su cabello negro y liso se meció con el viento cuando uno de sus pies se movió en dirección al huérfano que le observaba.

― Hay un lugar al que quiero que vengas― comenzó a decir mientras con una señal de su cabeza le indicaba que continuara avanzando. ― Está en la calle Charing Cross, se llama. . . ― Tom se detuvo pensativo mientras contemplaba los ojos azules vivaces del huérfano devastado que le observaba ― Olvídalo. Vendrás conmigo de todas formas― añadió mientras le daba una última mirada al cementerio antes de subir al bus que los llevaría de vuelta al centro de Londres.

Al poner un pie sobre el bus un dolor en sus costillas, producto de los golpes que había recibido, le hiso perder un poco el impulso pero nadie lo notó. No podía detenerse. Un hematoma más o no, no era algo nuevo.

― Está bien Tom― aceptó Richard desde atrás pero el no se molestó en voltear.

Visitaría nuevamente aquel extraño sitio, eso era todo lo necesario para mantenerle con un humor bueno y una incontrolable necesidad de saciar su curiosidad.


Notas de Autora: Espero que aun tengan ansias por ver el próximo capítulo, para mi juzgar, desde allí comienza lo bueno (; *Sonrisa diabólica*

Muchísimas gracias por sus reviews a los autores, tales como Rous Black, Altea B, ka13ms, Meredith Black Vampire, Satella, El chozo15, amynaoko, Kizuxx, Twlight, Sele Kiev, Lena Hale Black, Dissaor Black, Hikari Higurashi Aruno, Marianitacullen y caariiciiaazs, y por supuesto a DarkCarolineRiddle.

No tienen idea de cómo hacen brillar mi día, Kirtash R.