Los personajes de Detective Conan y de Magic Kaito no me pertenecen, al igual que las canciones citadas.
Me he inspirado en este capitulo con la canción Ghost of a rose – Blackmore's nightmore.
Las letras en cursiva pertenecen del mismo modo a la canción y al grupo citado
CAPITULO 1
Amargo San Valentín
"Promise me when you see a White Rose you'll think of me.
I love you so, never let go.
I will be your ghost of a white rose."
Y ahí iba otro año. Catorce de febrero. Suspiró. Miró hacia su escritorio. Ayer se había molestado en cocinar unos bombones de chocolate caseros. Y estaba segura de que este año acabarían en el mismo lugar donde acababan siempre: en su estómago ¿Valía la pena cogerlos y llevarlos al instituto? Cada año se hacía la misma pregunta y acababa por cogerlos. Se dirigió hacia la mesa y envolvió el paquete con un papel rojo para después meterlo en su cartera. La esperanza era lo último que se perdía. Se miró en el espejo por última vez, arrugó el entrecejo y sacó su lengua. Realmente no parecía una mujer. Era aún una niña, a pesar de sus dieciocho años recién cumplidos. No tenía ni pecho, ni trasero ni curvas. Su cara era infantil y su pelo alborotado y espeso no parecía tener ningún atractivo. No le extrañaba que Kaito no se interesara por tener sus bombones…
Sacudió la cabeza y se dio unas palmaditas en su mejilla. Confianza. Tenía que tener confianza en sí misma. Eso es lo que Keiko le repetía siempre. Sonrió a su reflejo para obtener optimismo y salió de su habitación para dirigirse hacia el instituto. El día prometía ser, como mínimo, interesante.
Como cada año, se enfurruñó interiormente cuando vio entrar en el aula a Kaito con una sonrisa de oreja a oreja y con las manos llenas de paquetes de chocolate de diferentes tamaños y de diferentes dueñas. Vio que se dirigía hacia ella y le giró la cara, queriendo aparentar que no le importaba la magnitud de éxito que tenía entre las chicas que cada año quedaba representado por una cantidad, cada vez más creciente, de quilos de chocolate. Esa era la razón por la cual no le regalaba sus bombones ¿Qué sentido tendría hacerlo? Si lo hacía, se rebajaría a esas chicas que le iban detrás y tan solo sería una más. Nada de eso. Y menos cuando él nunca había dicho o hecho nada significativo por lo cual pudiera pensar que ella era especial. Ella tan solo era su mejor amiga. Era su papel.
- ¡Aoko! – Le saludó él con una sonrisa deslumbrante - ¿No has traído chocolate?
- Sí – le respondió ella sentada en su mesa y sacando la lengua - ¡Pero no es para ti!
- ¿Y para quién es?
- ¿A ti que te importa? – le espetó ella, lanzándole una mirada furibunda sin poder ocultar su enfado por la cantidad de chocolate que llevaba su amigo entre los brazos.
- No hagas esa cara – le advirtió él, divertido - ¡Pareces un ogro!
- ¡¿Un ogro? – Se levantó de la mesa - ¿Cómo te atreves, idiota?
Kaito aprovechó que su amiga estaba levantada para ocasionar con un juego de manos un viento que vino del suelo, haciendo que las faldas de Aoko se alzaran y él, agachándose, vio lo qué había debajo de ellas.
- ¡Oh, esas son nuevas! – Rió divertido - ¡Azules me gust…!
No pudo ni terminar la frase pues una fregona ya descansaba contra su cabeza. Alzó la cabeza segundos después del impacto y vio el rostro rojo y desfigurado de su mejor amiga. Ésa era la Aoko Nakamori que conocía. No a la chica que no había parado de suspirar toda la mañana, entre triste y melancólica. No tenía ni idea de lo que le pasaba pero tampoco iba a preguntarlo. No lo había hecho nunca. Por lo general, era ella quién se lo explicaba pues ella tenía el carácter muy alegre y despreocupado y no era de esas chicas las cuales tienes que perseguir para saber qué les ocurre. Y eso le gustaba. Él tan solo tenía que enfadarla con algunos trucos y entonces ella se desfogaba con él para después contarle qué le ocurría.
- ¡Eres un pervertido, Kaito!
- ¡Y tú una bestia! – Él vio como ella alzaba la fregona con intención de atizarle otra vez - ¡Hay que ver lo poco femenina que eres!
Cerró los ojos esperando el golpe siguiente. Pero nada llegó. Los abrió y vio la fregona a medio camino de su cabeza, estática. Ladeó la cabeza para ver el rostro de ella la cual lo miraba con el ceño fruncido y los labios apretados. Pero no parecía enfadada. Parecía triste. Muy triste.
- ¿Aoko? – le llamó él, confundido por la expresión de ella.
En este momento el profesor llegó al aula y todos se volvieron a sus respectivas mesas, incluida Aoko quién no le dirigió ninguna palabra al mago. Ningún insulto, ninguna mirada, ningún gesto. Tan solo miró hacia adelante, intentando concentrarse en la clase. Kaito se quedó de pie, contemplándola confundido, aún agarrando los paquetes de chocolate entre sus brazos ¿Qué era lo que le ocurría?
- ¡Kuroba! – Le avisó el profesor tirándole un borrador a la cabeza - ¿No ves que la clase ya ha comenzado? ¡Haz el favor de sentarte!
Kaito obedeció sin rechistar. Se sentó en su sitio, al lado de Aoko, sin dejar de contemplarla con expresión confusa.
Al acabar la clase, observó que Aoko se levantaba de su lado e iba a hablar con sus amigas. Frunció el cejo ¿Qué le pasaba? Aoko nunca le tuvo en ascuas. ¿Sería por el chocolate? ¿Estaría celosa? Poco probable. Todos los años pasaba lo mismo y ella no se ponía de esa manera. Se enfadaba un poco, sí, pero no triste. Además, ella nunca le había regalado chocolate… ¡Con lo que a él le gustaba el suyo! Una de las cosas que Aoko hacía bien era cocinar, ya le había cocinado alguna vez chocolate casero y hasta había lamido la cacerola. Frunció el cejo aún más, sin dejar de mirarla mientras ella reía con sus amigas ¿Por qué nunca le había regalado chocolate? Cada año le decía que había llevado chocolate pero no se lo daba a él ¿A quién se lo daba, entonces? ¿Estaba enamorada de un chico del instituto? No. Sino ya se hubiese enterado. El instituto no se guardaba un secreto como aquello, y menos a él cuando todos sabían de antemano la relación que tenía con Aoko.
¿Qué relación tenía él con Aoko? Ninguna, ciertamente. Pero no podía negarse a sí mismo que Aoko era especial para él. Que era más que las otras, mucho más. Para él, la sensación de la amistad había quedado atrás y un nuevo sentimiento invadía sus pensamientos y sentidos. Pero no podía seguir el curso normal de ese sentimiento, no hasta que la misión de Kid finalizara. Aunque se daba cuenta de que el último curso terminaría en pocos meses y entonces ella…
- ¡Kuroba!
Una voz femenina lo llamó y tuvo que apartar los pensamientos y la vista de Aoko. Se giró y vio la hermosa faz de Akako delante de él, la cual sonreía con seducción. Kaito sintió un escalofrió recorrer por su espina dorsal. Realmente, no le gustaba.
- ¿Qué quieres?
Ella le plantó en su mesa un paquete de bombones, sonriéndole de forma victoriosa a lo que Kaito la miró con suspicacia.
- ¿Qué es eso?
- Bombones – dijo ella – Es San Valentín.
- Eso ya lo sé – continuó él, aún mirándola desconfiado - Pero pensaba que este año no regalabas chocolate a nadie.
- Este año tan solo te regalo chocolate a ti – contestó mientras se aproximaba a su rostro – Por que eres el más importante.
Él se apartó de su cara, cada vez más cerca. Miró a su alrededor y, efectivamente, Akako tan solo le había regalado chocolate a él, pues todas las miradas masculinas de el aula estaban puestas en ellos y su expresión no era muy amigable que digamos. Dirigió su vista hacia Aoko quién ahora estaba con Hakuba ¿Qué hacia con él? ¿Por qué últimamente eran tan amigos? Los dos lo estaban mirando, Hakuba con el ceño fruncido y molesto. Miró hacia Aoko y sus miradas se encontraron. Ella, al contrario que el resto, le sonreía. Pero nunca vio sus ojos tan tristes como aquella vez. Al parecer, ella no soportó más ese juego de miradas y le desvió los ojos. Se obligó a centrarse otra vez en la chica que tenía delante.
- Que sepas que no pienso tirar ningún chocolate – le contestó recordando los sucesos del año pasado.
- No hace falta – le contestó ella – Este año me conformo con que te comes mi chocolate.
Ella intentó hacer una sonrisa dulce pero, en vez de eso, le salió una bastante maquiavélica. Kaito sospechó ante tal extraña actitud por parte de la joven bruja, pero al final cogió los bombones y los dejó con el montón de paquetes que tenía en una bolsa. Ella lo miró con severidad y con gesto impaciente.
- ¿Es que no te lo piensas comer ahora?
- Ahora no me apetece – contestó él tajante.
Akako tuvo que morderse la lengua ante tal respuesta ¿Cómo se atrevía? Ella, que hacía el sacrificio de centrar todas sus atenciones en él en un día tan especial como hoy, que había rechazado el hecho de que todos la miraran con una admiración desbordante, rechazado ser el centro de atención de todo el instituto… ¡Y la trataba de esa forma! Tan frívolamente y desechando su chocolate con los otros, aparcado en un montón, rebajándola a esas niñatas tontas sin ningún sentido del glamour y de la belleza. Pero tenía que tener paciencia. Ese chocolate contenía la poción que le había facilitado el señor de las tinieblas y que le había costado tanto elaborar…Él sería suyo.
Aoko desvió la mirada hacia Kaito. Había intentado sonreírle, dándole apoyo a su amigo por ser el afortunado de haber conseguido el interés de Akako. Pero le había salido una mueca. Se desesperó. ¿Qué le pasaba? Era su amiga, su mejor amiga ¿no? Si él se interesaba por otras chicas ella no podía hacer nada al respecto. Debía apoyarle y resignarse. Alegrarse por él. Pero no podía. Cada vez que lo intentaba, su corazón le dolía.
- ¿Es que no le piensas regalar tu chocolate a ese mago de cuarta?
Aoko miró a su lado para encontrarse con Hakuba y su porte atractivo e inglés. Siempre había considerado al detective un joven muy atractivo y guapo. Rubio y alto. Como el típico príncipe encantador de los cuentos de hadas. Y por eso y por sus dotes detectivescas tenía a medio instituto prendado de él. Pero le era imposible interesarse por él. Tan solo sentía amistad, pues lamentablemente su corazón ya estaba ocupado. Él ya lo sabía pero no se decepcionó ni se enojo. Ella sospechaba que ahora tenía algún tipo de interés por Akako. No le extrañaba. Ella era la chica más guapa de todo el colegio y todos iban tras ella. Pero a Akako le gustaba Kaito, se lo había dicho cuando fueron a esquiar en la nieve con el instituto. Y ella no podía evitarlo. Si Akako le gustaba Kaito, ella no tenía ninguna posibilidad. Y Kaito se lo había dicho, ella no era para nada femenina.
- No he traído chocolate – mintió para zanjar el tema.
- No me mientas, Aoko – le advirtió él – Estoy seguro que has traído bombones.
- ¿Cómo estás tan seguro? – le preguntó inquisitiva.
- Fácil – contestó con simpleza – Existen tres indicios. El primero son tus uñas – señaló los dedos de Aoko – Tienen restos de cacao, por lo que también deduzco que el chocolate es casero. En segundo lugar es tu pelo. Huele a chocolate. Seguramente porque, cuando cocinabas, el vapor del chocolate al derretirse se impregnó en tu pelo. Y tercero: Tu cartera.
- ¿Mi cartera?
- No la has soltado desde que has llegado al aula. Incluso cuando has ido a hablar con tus amigas te lo has llevado. Eso quiere decir que tienes algo en ella que es importante en ocultar. Y siendo hoy San Valentín…
- ¡Esta bien, esta bien! – Rió Aoko - ¡Me rindo, gran rey de las deducciones!
- Pero pensé que le regalarías a Kuroba…
- Nunca le he regalado chocolate.
- ¿Y eso? – se extrañó.
- ¿No lo ves? Él no necesita que le regalen chocolate, va sobrado.
Hakuba estuvo a punto de decirle que estaba convencido que a Kaito tan solo le importaba el chocolate que le regalara ella, pero se contuvo. Aunque así fuese, ese mago era tan tonto que haría ver que no le importaba. Tan solo tuvo que ver su comportamiento esa mañana. Fue directamente hacia Aoko con los paquetes de chocolate de otras chicas, refregándole que era admirado por muchas. Qué poco caballeroso de su parte. Parecía mentira que en realidad fuera Kaito Kid, el cual era famoso por su porte educado y galante. Con Aoko nunca era así. Y sabía el porqué. Pero Aoko no se merecía eso. Era la chica más dulce y amable que había conocido.
- Si no quieres darle a él – sonrió – Me lo puedes dar a mí.
Aoko contempló esa posibilidad. En verdad, no había nada de malo. Hakuba era su amigo y si no se lo daba a alguien, el chocolate no iría a parar a otro lugar que no fuera su estómago. Y después de pasarse toda la tarde cocinándolo… Pero por otra parte, era bien sabido que Hakuba había recibido una enorme cantidad de chocolate. Decían que era el chico que había obtenido más regalos de ese dulce. Miró a su alrededor. Todos sus compañeros habían recibido, unos más que otros, chocolate por parte de alguna amiga o compañera. Observó en un rincón. Fujie. Estaba en su mesa, agachado como un ovillo, sin recibir ninguna chocolatina. Como este año Akako no repartía su chocolate a todos los chicos, él se había quedado sin ninguno. Recordó cuando fueron a esquiar y él se sentía ignorado por Akako… Se lamentó por él. Miró su cartera pensativa. Si ella no iba a darle sus bombones al chico que le gustaba ¿Por qué no podían servir para alegrar a otro alguien? Fujie era un chico lleno de complejos que necesitaba alguna especie de apoyo. Decido. Lo haría. Cogió su cartera y sacó de allí su paquete rojo con templanza.
- Lo siento, Hakuba – se disculpó con una sonrisa – Pero tú no necesitas más chocolate.
Aoko se dirigió con paso firme hacia el asiento donde se encontraba Fujie. Sintió que docenas de miradas se clavaban en su nuca. Realmente, la gente podía llegar a ser muy cotilla. Fujie la miró entre confundido y retraído al ver que se dirigía hacia ella con el paquete rojo entre sus manos. Ella sonrió dulcemente. Fujie era un chico que sufría de sobrepeso, tímido e introvertido. Enamorado perdidamente de Akako, aunque ella apenas se había dado cuenta de que existía. No tenía mucho éxito con las chicas, por no decir que era nulo, aunque Aoko siempre supo que era un chico de lo más amable y atento.
- ¡Hola, Fujie! – Le saludó – Te he traído bombones ¡Feliz día de San Valentín!
- ¡Nakamori…! – Contestó sorprendido - ¿Es para mí?
- Sí - asintió enérgicamente – Creo que eres un gran chico y te los mereces.
- ¿No le darás eso a Kuroba?
- No – contestó secamente – Él ya tiene bastantes chocolatinas – Ahora sonrió – Tú, en cambio, te faltan ¡Y creo que te los mereces más que él! – Le entregó el paquete – Creo que eres una persona buena y amable y estoy segura que encontraras a una chica que te valore por eso.
Él aceptó el paquete con las mejillas algo sonrosadas y le agradeció el gesto.
- Muchas gracias, Nakamori – Aoko le sonrió y se volteó para dirigirse hacia su puesto - ¡Eh, Nakamori! – Ella se volvió hacia él – No te preocupes por Kaito, yo sé que le importas.
Ella se quedó sorprendida por unos momentos, pero después sonrió tiernamente, algo ruborizada. No se había equivocado. Fujie era un chico estupendo y considerado, y cuando los prejuicios superficiales y superfluos hayan menguado en sus compañeros adolescentes, alguien se daría cuenta de su valía. Musitó un gracias y regresó con Hakuba quién le sonreía orgulloso.
- Muy noble de tu parte.
- Creo que he sido justa – le explicó – Fujie tiene un corazón de oro, se lo merece.
- Tienes razón – convino el inglés – Aunque yo sé de otra persona que también tiene un grande corazón.
Ella se sonrojó por el halago. Definitivamente, Hakuba era todo un caballero. Y muy amable con ella ¿Por qué Kaito no la trataba igual? ¿Por qué siempre la ridiculizaba, enojaba y entristecía? Notó que Hakuba le revolvía el pelo y le sonría de forma dulce y encantadora. Fantástico. Ya notaba las miradas que clavaban como cuchillos en su espalda. Ahora se tendría que ver con las fans de Hakuba. No podía decirse que hoy fuera el mejor día de su vida.
Kaito y Aoko se fueron hacia sus respectivas casas juntos, como solían hacer desde pequeños. Vivían relativamente cerca, en el mismo barrio. Aoko había recobrado un poco de su característica alegría, pues sentía que había hecho un bonito gesto dándole sus bombones a Fujie y por lo menos este año su chocolate no había acabado dentro de su barriga. Además, el hecho de que un chico tan guapo y popular como Hakuba la adulara le había subido la autoestima. Kaito, en cambio, había ido adquiriendo malhumor durante todo el día a pesar de haber empezado con una alegría deslumbrante. Si bien era cierto que Aoko ya le dirigía la palabra, la escena que había visto con Fujie no le había a gustado demasiado. Sí que era verdad que el gesto era muy bonito por parte de ella, pero eso no quitaba el hecho de que él se había quedado sin SUS bombones y Aoko parecía más feliz desde que le dio el chocolate a Fujie….
- Kaito – le llamó ella.
- ¿Qué? – respondió algo enfurruñado, a la defensiva.
- Cuando el curso se termine… ¿Tú qué harás?
- ¿A qué te refieres?
- Me refiero al futuro…- Aclaró ella pensativa – Supongo que seguirás practicando magia ¿verdad? Quizás algún curso para convertirte en profesional…
- No necesito ningún curso – dijo alzando las manos para hacer aparecer confeti, palomas y globos de colores – Yo ya soy un profesional.
- ¡Eres un presumido! – dijo dándole un coscorrón con el puño.
- ¡Pero es verdad! – Replicó sobándose la cabeza – Todo lo que he aprendido es a través de los escritos y notas de mi padre… Tan solo me bastara en encontrar un puesto de trabajo y listos – Sus ojos brillaron de emoción - ¡Y cuando gane dinero, me dedicaré a ir viaje por todo el mundo para aprender más!
Ella le sonrió un poco triste. Vio como una paloma que había hecho aparecer se posó en el hombro de Aoko y esta le acarició el cuello, haciendo que el pájaro graznara ante el mimo. Ella volvió a sonreír, aunque su semblante tampoco resultó alegre. Y ahora Kaito podía empezar a entrever la razón de su tristeza.
- ¿Y tú? – Le preguntó él serio - ¿Qué harás?
- Yo… - siguió mirando a la paloma, porque no se atrevía a verle - …No estoy segura. Pensaba en ir a hacer una carrera, en la Universidad, ya sabes que me gustan mucho los niños y… Había pensado en estudiar magisterio.
- Ummm… Ya veo – Reflexionó Kaito - Pero irás a la Universidad de Tokio ¿verdad? – Sonrió – Así tan solo estarás a unas paradas de tu casa en metro.
- La verdad… - esta vez miró al suelo - ... Me he informado y la mejor Universidad que hay para estudiar magisterio es Kyoto. Además, también hay la opción de pedagogía y…
- ¡¿Y tienes que irte tan lejos? – Exclamó él de repente, sorprendiéndola - ¿Qué hay de malo en la Universidad de Tokio, eh?
- ¡Nada! – Exclamó – Solo digo que… Hay más ventajas… A parte, tampoco estoy segura de querer cursarlo. Quizá me hago policía, como mi padre… No lo sé.
- ¿Y para qué quieres hacerte policía? – preguntó con una mueca.
- ¡Para atrapar a Kid, esta claro! – Contestó ella con evidencia – Ya sabes cómo lo odio.
- Lo sé – Murmuró un poco dolido – Aunque no me gustaría que lo fueras.
- ¿Eh? – Preguntó ella perpleja - ¿Por qué?
Kaito se inquietó un poco. Había respondido sin pensar. Claro que no le gustaría que fuera policía ¡Y menos si la razón era para atraparle a él! Pero claro, eso Aoko no lo podía saber.
- ¡Por que seguro que serías tan inútil como tu padre! – se burló riéndose a grandes carcajadas.
- ¿QUÉ? – Gritó ella enfurecida, intentando darle con la cartera - ¡Retira eso, imbécil!
Él saltó hacia atrás y la esquivó. Le sonrió socarronamente. Ella se enfureció más. Se impulsó hacia atrás, respiró hondo, apuntó bien y lanzó la cartera. Bingo. Contra su cabeza. Una cosa que sí tenía era puntería. Sonrió victoriosa cuando oyó el improperio de su amigo dirigido hacia ella.
- ¡Eres una bruta, Aoko! – Exclamó Kaito - ¿No ves que podrías haberme abierto la cabeza?
- No lo creo – Respondió ella, riéndose – Tienes la cabeza muy dura. Y hueca.
Kaito refunfuñó por lo bajo. Aunque se alegró de haber animado a su amiga. Sin embargo, ahora el preocupado era él. En verdad, no quería que se fuera. Quería tenerla cerca. Quería verla cada día, cuando él quisiese. Si se iba… Todo cambiaría. Nada sería igual. La distancia los separaría. Ella se centraría en sus estudios, saldría por las noches, conocería a gente nueva, conocería a chicos. Sintió sus dientes crispar. No quería perderla. Pero si se quedaba, sería policía. Y eso tampoco quería que pasara, por que estaba seguro que esa profesión no salía de Aoko, sino del odio que despertaba Kid. La única solución que encontraba era… Declararle sus sentimientos. Se puso rojo ante esto. Pero si se arriesgaba y ella le correspondía, por lo menos tendría la certeza de que no se olvidaría de él si se iba.
- Aoko – la llamó – En verdad no quiero que seas policía.
Ella lo miró con una ceja arqueada, intentando ver algo de mofa en su rostro, pero tan solo vio su mirada seria.
- ¿Por qué no quieres que lo sea?
- Porque sé que no es lo que te gusta.
Ella bajó un poco la mirada ¿Por qué siempre adivinaba lo que se le pasaba por la cabeza? Era como si le leyese el pensamiento. Sonrió con ironía. No podía esconderle nada. Bueno, casi nada. Pues tenía la esperanza que no se había dado cuenta de sus sentimientos hacia él.
- Bueno – balbuceó ella – No es que me atraiga mucho, pero… Si consiguiera atrapar a Kid… A lo mejor, puede ser que mi padre…
- ¡Aoko! – Le rechistó él - ¡Estamos hablando de tu futuro, no el de tu padre!
- ¡Lo sé! – Replicó ella – Pero ya hace muchos años que ese ladrón roba y no logra detenerlo y yo… - su mirada se entristeció - Esta sufriendo mucho. No puedo verlo así… Y si me voy, si se queda solo…
Una rosa blanca apareció delante de sus narices. La chica se sorprendió y le miró algo sonrojada. Él le sonrió de forma dulce y encantadora.
- Prométeme que pensarás antes en ti que en tu padre – a pesar de su sonrisa su tono severo.
- Esta bien – aceptó ella - ¿Por qué me das una rosa blanca?
- Por que sé que son tus preferidas – sonrió alegre.
Ella cogió la rosa con delicadeza y le sonrió tiernamente. Maldito tonto. Sabía cómo apaciguar su tristeza. Él siempre tuvo la costumbre de regalar rosas, pero tan solo le dedicaba rosas blancas cuando estaba triste y, lo más importante, tan solo a ella. Y todo por que una vez, cuando eran pequeños, le explicó que su madre tenía un rosal de rosas blancas y siempre decoraba la casa con las flores que daba esa planta. Las rosas blancas le recordaban a su madre y, por consecuencia, eran sus preferidas. Cada vez que Kaito le regalaba una rosa blanca su corazón se llenaba de paz y conseguía sonreír. Pero, lo que no sabía Kaito, era que su sonrisa no era ocasionada por la rosa en sí ni por el recuerdo de su madre, sino por el hecho de que su amigo se acordara de lo que significaba para ella después de tanto tiempo.
- Muchas gracias, Kaito.
- No es nada, tonta – contestó él con simpleza – Tan solo es una rosa.
Aoko quiso contestarle que no era por la rosa, que era mucho más, que era por todo. Pero, como siempre, sus sentimientos y pensamientos no lograban salir. Se quedaban adentro, bien cerrados, con llave y candado. Por miedo. Miedo a que todo se estropeara y acabara de un momento a otro. Miedo a que se apartara de ella. Le agradecía en silencio. Le quería en silencio. Su deseo, su único deseo era tenerlo siempre junto a ella. Poder disfrutar de él. Aunque tan solo sea su compañía, aunque no correspondiese a sus sentimientos. Se conformaba con ese pedazo de él. Por eso estaba triste… ¿Qué pasaba si se marchaba uno de los dos? ¿Se acabaría todo? Tenían deseos y esperanzas diferentes sobre sus futuros ¿Tendrían que separarse?
Le miró tiernamente y notó como él hacia gestos nerviosos y ¿se estaba sonrojando? Rió por lo bajo. Eran contadas las veces que el chico se sonrojaba ¿Qué pretendía?
- Aoko yo… - empezó él, desviando su mirada – Mañana tengo que decirte algo.
- ¿Algo? – Preguntó inocente - ¿De qué se trata? ¿No me lo puedes decir ahora?
- No – contestó el tajante y aún sonrojado – Tiene que ser mañana. Y es importante… ¿Me prometes que me escucharás?
- Claro.
- De acuerdo, entonces – declaró sin mirarla – Me voy ¡Hasta mañana!
Aoko apenas tuvo tiempo de despedirse pues él se alejó de ella más rápido que el viento y ella se quedó perpleja en medio de la calle ¿Qué había sido eso? Actuaba demasiado extraño. Si no le conociera juraría que… Notó que toda la sangre se amontonaba en su cabeza. ¿Qué querría decirle Kaito que fuera tan importante? ¿Sentiría algo por ella? Sacudió la cabeza, intentando desechar esa idea. Él no la veía de esa forma. Pero, a pesar de que su cerebro no paraba de repetirle en que esa idea era absurda y remota, su corazón no paraba de palpitar, con el ruido metiéndose en sus tímpanos, sin dejar razonar… Y esa esperanza y ese deseo se hacían presentes en todo momento. Se quedó allí, estática, intentando recuperar su autocontrol. No fue hasta que una ráfaga de viento helado la despertó de su ensoñación y decidió reemprender su viaje a casa. Aunque con una enorme sonrisa de boba plasmada en su cara.
Akako contempló la escena entre los dos amigos con cara de malas pulgas. Les había seguido desde el aire, con su escoba y con un encantamiento de invisibilidad, porque quería asegurarse de que Kuroba se comía su chocolate. Pero, en vez de eso, había contemplado el peligro de que su esclavo personal cayera en las redes de esa estúpida Aoko Nakamori. Nakamori. Siempre Nakamori. Se sentía inferior y celosa. Y eso no lo podía permitir. Esa niña era muy inferior a ella en todos los aspectos. No podía ser que esa niña consiguiera lo que ella no lograba. Era imposible ¡Nadie trataba así a la gran bruja Akako! Sus dientes crisparon. Se las pagaría. Se quedaría sin Kuroba. La ganaría.
Hizo un movimiento sutil con las manos y la escoba empezó a moverse en dirección hacia la casa de Kaito. Le alcanzaría y le convencería que se comiera su chocolate. Cuanto más tiempo pasaba, el hechizo disminuía, pues los ingredientes perdían sus propiedades al estar expuestas al paso del tiempo.
Al fin, divisó a Kaito desde lejos, el cual estaba delante de la puerta de su casa, a punto de entrar. Ella descendió rápidamente para colocarse detrás del chico y llamarle la atención. Estaba decidida en que se comiese el dichoso chocolate.
- ¡Kuroba! - exclamó ella.
Él se giró confundido y se sorprendió al ver a la bruja delante de su casa cuando no la había visto en todo el trayecto de llegada. Vio la escoba que tenía a un lado y entonces comprendió su aparición. La miró con desconfianza y se volvió hacia la puerta de su casa para acabar de girar la llave en la cerradura. No le gustaba para nada ese interés tan obsesivo con él. Le daba grima.
- ¿Qué quieres ahora, Akako?
- ¿Por qué no te has comido mi chocolate? – le replicó enojada.
- Sí que me lo he comido.
- Mentira – contestó ella achicando los ojos peligrosamente – Me hubiese dado cuenta.
Él no se dio cuenta del verdadero significado de sus palabras, pero sí que tenía que admitir que le había mentido. Pero ya se estaba cansando de la actitud tan superflua y pesada de la bruja. Se giró para encárale.
- Mira, Akako – comenzó lo más paciente que pudo, aunque le sonó exasperado – Hoy no me apetece chocolate. Ya he tenido suficiente. Ya me lo comeré otro día…
Cualquiera que conociese a Kaito aunque fuese un poco, sabría perfectamente que era prácticamente imposible que no le apeteciera chocolate. Así que o bien estaba mintiendo o debía estar enfermo. Pero esta vez, no era ni una cosa ni la otra, la razón era muy anómala. No le apetecía en absoluto, pues los bombones que realmente quería no estaban entre sus posesiones. Los tenía otro chico. Y él era de ese tipo de persona que siempre conseguía lo que quería, a veces con esfuerzo y otras con menos, pero esta vez no fue así. Ella no había dejado que fuese así. Y, si ella no le correspondía mañana, cuando le dijese lo que sentía, se sentiría desmoronado y desesperado. Y aunque él estaba más que seguro que le correspondería, ese punto de incertidumbre le daba un mal sabor de boca que tan solo lo podía calificar como amargura. Estaba cansado y tan solo quería meterse en la cama y dejar de pensar. Akako tan solo le estaba retrasando ese momento tan deseado.
- ¡No! – Insistió ella - ¡Tiene que ser hoy!
Él miró con una ceja arqueada, extrañado por la gran insistencia de ella.
- Lo siento, pero hoy no…
- ¡Por favor! – Dijo agitando sus pestañas, en modo de súplica - ¡Hazme ése favor! Tú no sabes…- Hizo ver que ahogaba un sollozo - Tú no sabes el sacrificio que he hecho por ti… He negado todas las atenciones de todos los chicos del instituto por ti ¡Para demostrarte cuánto me importas! Y así me lo agradeces…- Lo miró apenada –…Yo tan solo quiero ver como te comes mis bombones… ¡Me harías tan feliz!
- Esta bien, esta bien – aceptó el, rindiéndose - ¡Me comeré tu condenado chocolate! – La miró con recelo - ¿Pero me prometes que me dejarás en paz?
Ella asintió enérgicamente. Él suspiró con pesar. Lo que tenía que hacer por estar tranquilo… Buscó entre la bolsa llena de chocolatinas y encontró el paquete de Akako, que estaba identificado con una etiqueta que llevaba su nombre. Abrió la caja y cogió un bombón. Lo miró con recelo, abrió la boca y se lo comió. Vio que hizo mal hecho cuando alzó la mirada hacia el rostro de la chica. Nunca había visto una sonrisa tan llena de maldad y triunfo. Parecía una reina que acababa de ganar una dura y ardua batalla impúdicamente. Abrió los ojos al notar que su garganta se cerraba y el estómago le escocía ¿Qué había hecho esa maldita bruja? ¿Le había envenenado? El dolor aumentaba por segundos y notó que todo su cuerpo ardía. Cayó de rodillas al suelo. Su mente se nublaba y se bloqueó de tal manera que tan solo podía oír las escandalosas carcajadas despechadas que proliferaba la bruja. En ese momento la odió. Un odio profundo y gélido que nació dentro de su pecho, pero que, poco a poco, fue cubierto por un grande velo, oprimiendo y asfixiando, tanto que dolía. El odio y la indiferencia se transformaron. Se confundió, se mezcló y se intercambió con otro sentimiento hacia otra persona. Los papeles cambiaron. Aoko. Akako. Aoko. Akako. Aoko. Aoko. Akako…
Akako.
Notó que algo de su ser moría. Sus expectativas, sus aspiraciones, sus metas, sus esperanzas morían… Ella moría. Sintió su cuerpo vacío y hueco. Nada había dentro. Y era imposible de llenar. Flotaba. Nada importaba. Blanco. Sueño. Cayó desmayado al suelo.
- Por fin – dijo la bruja sin parar de reír – Eres mío.
Aoko se cepilló el pelo delante del espejo con una sonrisa encantadora en su rostro. Se sentía en una nube. Sus ojos brillaban y sus mejillas habían adquirido un tono sonrosado. Hoy Kaito tenía que decirle algo importante… Rió sin motivo alguno. Se ató bien el lazo del uniforme y fue hacia su escritorio donde estaba su cartera dando graciosos brinquitos, risueña. Cogió la cartera y se dirigió hacia la puerta de la habitación bailando una danza llena de piruetas con una sonrisa soñadora, lamentablemente, no se dio cuenta por donde pisaba y su pie izquierdo recibió las consecuencias al toparse contra el marco de su puerta. Ahogó un chillido, sacándola de su ensoñación. Pero qué torpe. Se sobó el pie y se recordó a sí misma que debía tranquilizarse.
Bajó por las escaleras y se encontró a su padre bebiéndose una taza de café y leyendo el diario en la mesa de la cocina. Llegó hacia él de un brinco y le plasmó un beso en la mejilla.
- ¡Buenos días, papá! – canturreó ella.
- Buenos días… - contestó Ginzo, observándola extrañado mientras la veía sentarse en la mesa con una gran sonrisa - ¡Te ves muy alegre hoy, hija! ¿Ha pasado algo?
- No – contestó ella radiante y misteriosa – Aún no.
El inspector la miró extrañado pero no preguntó nada. Se encogió de hombros. Mujeres. Quién las entienda.
- ¿Qué tal el trabajo, papá?
- Kid envió un nuevo aviso hace dos días – le explicó – Aparecerá el sábado. Tendré bastante trabajo estos siguientes días, así que no creo que venga a cenar.
- Ah, bueno.
En otras circunstancias, Aoko se hubiese sentido mal por esa noticia. Pero hoy nada podía hacerla enojar o entristecer. Presentía que algo cambiaría su vida para siempre.
"Her spirit wild, heart of a child, yet gentle still and quiet and mild and he loved her..."
Fin capitulo 1
Umm...¿Qué os parece? ¿Os ha gustado? :):)
Aviso que haré sufrir un poquitín...bastante a Aoko... ¡Lo siento!
Muchas gracias a: Saori Kudo, Lady Paper, Miina Kudo y Shraryl21!
¡Me alegro que os haya gustado el prólogo! Gracias por dar una nueva oportunidad!
Besos!