Bueno chicas, aquí vengo con mi primera adaptación…. Es de un libro que me encontré por casualidad en la red y me pareció que encajaba bastante bien a nuestro twightworld jajjaja….

Les deseo disfruten este primer capitulo…

Soñando una vida contigo

Cap I

Declaimer: esta es una adaptación de un libro que anunciaré su titulo al final de la historia para que no se me adelanten. Y no esta demás recordar que los personajes pertenecen a Miss Meyer.

Adaptación

Sus ojos eran como joyas, aguamarinas tan profundas y vívidas como el mar, ardiendo a través de la bruma que lo envolvía. Brillaban mientras la miraba hacia abajo, la expresión en ellos tan intensa que ella estaba asustada, y forcejeó brevemente en su abrazo. Él la apaciguó, su voz áspera de pasión mientras controlaba sus forcejeos, acariciándola y mimándola hasta que ella estuvo nuevamente temblando de deseo, estirándose hacia arriba para alcanzarlo. Sus caderas la golpeaban rítmicamente, azotándola profundamente. Su poderoso cuerpo estaba desnudo, sus músculos de acero moviéndose como seda aceitada debajo de su húmeda piel. La niebla del lago se arremolinaba tan densamente a su alrededor que ella no podía verlo claramente, solo podía sentirlo, en su interior y fuera, poseyéndola tan feroz y completamente que sabía que nunca podría ser libre de él. Sus facciones estaban perdidas en la bruma, sin importar cuanto ella forzaba sus ojos para verlo, sin importar cuanto gritara de frustración. Solo las calientes joyas esmeraldas de sus ojos ardían a través, ojos que ella había visto antes, a través de otras brumas...

Bella se despertó con una sacudida, su cuerpo temblando con el eco de la pasión... y culminación. Su piel estaba rociada de sudor, y podía oír su propia respiración, llegando fuerte y rápido primero, luego disminuyendo gradualmente mientras su pulso volvía a su ritmo normal. El sueño siempre agotaba sus fuerzas, dejándola débil y vacía de agotamiento.

Se sentía destrozada, incapaz de pensar, agobiada por ambos, pánico y pasión. Sentía ese palpitar como si recién hubiera hecho el amor; se retorcía sobre las enredadas sábanas, presionando sus muslos juntos para tratar de negar la sensación de tenerlo todavía dentro de ella. Él. Sin nombre, Sin rostro, pero siempre él.

Miró la opaca primera luz de la mañana que presionaba contra la ventana, un gris tan frágil que escasamente penetraba el vidrio. No había ninguna necesidad de mirar el reloj, el sueño siempre llegaba en la oscura, silenciosa hora antes del amanecer y terminaba a la primera señal de luz.

Es solo un sueño, se dijo a sí misma, buscando cualquier consuelo posible. Solo un sueño.

Pero no era como ningún sueño que hubiera tenido antes.

Pensaba en él como un único sueño, aunque los episodios individuales eran distintos. Ellos –él- había comenzado casi un mes antes. Al principio había pensado en él como un extraño sueño, singularmente vívido y atemorizante, pero aún así solo un sueño. Entonces el sueño había vuelto nuevamente la siguiente noche. Y la siguiente. Y cada noche desde entonces, hasta que temía irse a dormir. Había tratado poniendo la alarma para levantarse más temprano, para evitar que el sueño pasara, también hablar, pero no había funcionado. Oh, la alarma había sonado, sí; pero mientras ella había yacido en la cama gruñonamente de duelo por el tiempo de sueño perdido endureciéndose para realmente levantarse, el sueño había llegado de todas formas. Se había sentido conscientemente débil, se había sentido a sí misma deslizarse debajo de la superficie de la conciencia dentro del oscuro mundo donde las vívidas imágenes oscilaban. Había tratado de luchar, de mantenerse despierta, pero simplemente no había sido posible. Sus pesados ojos se habían cerrado a la deriva, y ella estaba allí nuevamente...

Él estaba enfadado con ella, furioso de que ella hubiera tratado de evadirlo. Su peculiar cabello cobrizo se arremolinaba alrededor de su rostro, las hebras casi vivas con la fuerza de su ira. Sus ojos... oh, Dios, sus ojos, tan vívidos como el sueño, un deslumbrante verde intenso a través de la red mosquitero que colgaba sobre su cama. Ella yacía inmóvil, agudamente consciente de las frescas sábanas de lino debajo de ella, de la pesada fragancia de la noche tropical, del calor que hacía que hasta su delgado camisón se sintiera opresivo... y más que todo de su carne temblando de atemorizada conciencia del hombre de pie en el dormitorio sombreado por la noche, mirándola fijamente a través de la franja de red.

Atemorizada, sí, pero también se sentía triunfante. Ella había sabido que esto llegaría. Ella lo había empujado, lo había desafiado, se había mofado de él para llegar a este mismo desenlace, a este diabólico trato que haría con él. Él era su enemigo. Y esta noche se convertiría en su amante.

Él fue hacia ella, su entrenamiento de guerrero evidente en la gracia de cada uno de sus movimientos. "Trataste de evadirme," dijo él, su voz tan oscura como el tronar de la noche. Su furia ondeaba a su alrededor, casi visible en su potencia. "Jugaste tus juegos, deliberadamente excitándome hacia la salvajez de un semental cubriendo a una yegua... ¿y ahora te atreves a esconderte de mí? Debería estrangularte."

Ella se alzó sobre un hombro. Su corazón estaba latiendo salvajemente en su pecho, resonando dolorosamente contra sus costillas, y se sentía como si fuera a desmayarse. Pero su carne estaba despertando a su proximidad, descartando el peligro. "Tenía miedo," dijo ella simplemente, desarmándolo con la verdad.

Él hizo una pausa, y sus ojos ardieron más vividamente que antes. "Maldita seas," susurró. "Malditos nosotros dos." Luego sus poderosas manos de guerrero estaban sobre la red, soltándola, dejándola caer sobre la parte superior su cuerpo. El etéreo material se asentó sobre ella como un sueño en sí mismo, y aún eso todavía nublaba sus facciones, impidiéndole verlo claramente. Su toque, cuando llegó, arrancó un suave, sorprendido sonido de sus labios. Sus manos eran suaves y frias, deslizándose hacia arriba por sus piernas desnudas en una lenta caricia, levantando su camisón fuera del camino. Un hambre violenta, mucho más feroz por ser renuente, emanaba de él mientras ella miraba fijamente la sombreada unión de sus muslos.

Así que tenía que ser de ese modo, entonces, pensó ella, y se abrazó a sí misma. Él se proponía tomar su virginidad sin prepararla. Que así sea. Si él pensaba hacerla gritar de dolor y sobresalto, se decepcionaría. Él era un guerrero, pero ella le mostraría que era su igual en coraje.

Él la tomó de esa manera, jalándola al borde de la cama y solo con la parte inferior de su cuerpo desnuda, y la red mosquitera entre ellos. La tomó con ira, y con ternura. La tomó con una pasión que la chamuscaba, de una forma tan total que la marcaba para siempre como suya. Y al final, ella gritó. Ese triunfo era de él, después de todo. Pero sus lamentos no eran de dolor, sino de placer y completitud, y de una gloria que no sabía que existiese.

Aquella fue la primera vez que él había hecho el amor con ella, la primera vez que se había despertado todavía estremecida con un clímax tan dulce e intenso que había llorado cuando terminó, acurrucada sola sobre su enmarañada cama y anhelando más. La primera vez, pero definitivamente no la última.

Bella salió de la cama y caminó hasta la ventana, inquietamente frotando sus manos hacia arriba y abajo sobre sus brazos mientras miraba fijamente hacia fuera al tranquilo patio de su edificio de apartamento, y esperando que el amanecer llegara verdaderamente, la alegre luz para que expulsara el prolongado, misterioso sentido de irrealidad. ¿Estaba perdiendo el juicio? ¿Así era como comenzaba la locura, esta gradual erosión de la realidad hasta que uno era incapaz de decir qué era real y que no lo era? Porque el aquí y ahora era lo que ya no se sentía real para ella, no tan real como los sueños que se introducían en el amanecer. Su trabajo estaba sufriendo, su concentración estaba destruida. Si trabajara para otro que no fuera ella misma, pensó irónicamente, estaría metida en un gran problema.

Nada en su vida la había preparado para esto. Todo había sido tan normal. Grandes padres, una segura vida hogareña, dos hermanos que habían, a pesar de todos los primeros indicios, crecido para ser buenos, interesantes hombres que ella adoraba. Nada traumático le había sucedido cuando estaba creciendo, había estado el aburrimiento de la escuela, la casi sofocante amistad que los jovenzuelos parecían necesitar, las usuales disputas y discusiones, y los largos, despreocupados días de verano pasados junto al lago. Cada verano, su alocada madre atestaría el vagón de la estación y valientemente emprendería la marcha hacia la casa de verano, donde manejaría su rebaño de tres enérgicos niños durante la mayor parte del verano. Su padre conduciría hasta allí cada fin de semana, y se tomaría unas vacaciones, también. Bella recordaba largos, calurosos días de nadar y pescar, de abejas zumbando en el césped, del cantar de los pájaros, luciérnagas parpadeando en el crepúsculo, grillos y ranas chirriando, el 'plaf' de una tortuga en el agua, el delicioso olor de hamburguesas cocinándose sobre el carbón. Recordaba estar aburrida, e irritada por volver a casa, pero para el momento en que el verano volvía nuevamente estaría apasionada por volver al lago.

Si algo en su vida era inusual, era su profesión elegida, pero ella disfrutaba pintando casas. Estaba deseosa de acometer cualquier trabajo de pintura, en el interior o en el exterior, y los clientes parecían adorar su atención por los detalles. Estaba además obteniendo más y más trabajos de murales, puesto que los clientes aprendían de ese particular talento y le pedían que transformara sus paredes. Hasta sus murales eran alegremente normales; nada místico o torturado. Entonces ¿por qué habían comenzado repentinamente esos sobrenaturales sueños, haciendo resaltar el mismo hombre sin rostro, noche tras noche tras noche?

En los sueños, su nombre variaba. Era Marcus y vestía como un centurión romano. Era Luc, un invasor normando. Era Neil, era Duncan... él era tantos hombres diferentes que ella no debería haber sido capaz de recordar los nombres, pero lo hacía. Él la llamaba de diferente forma en los sueños, también: Judith, Willa, Moira, Anice. Ella era todas aquellas mujeres, y todas aquellas mujeres eran la misma. Y él era siempre el mismo, sin importar su nombre.

Él venía a ella en los sueños, y cuando le hacía el amor, tomaba más que su cuerpo. Invadía su alma, y la llenaba con un anhelo que nunca la abandonaba realmente, la sensación de que de alguna forma estaba incompleta sin él. El placer era tan demoledor, las sensaciones tan reales, que cuando se había despertado la primera vez y yacido sollozando, había tendido temerosamente la mano hacia abajo para tocarse a sí misma, esperando sentir la humedad de su semilla. No la había encontrado, por supuesto. Él no existía, excepto en su mente.

Su treintavo cumpleaños sería en menos de una semana y en todos aquellos años nunca había sentido algo tan intenso con un hombre real como sentía por la quimera que perseguía sus sueños.

No podía mantener la mente en el trabajo. Al mural que recién había terminado para los Stanley le había faltado su acostumbrada atención al detalle, a pesar de que a la Sra. Stanley había estado feliz con él. Bella sabía que no había estado a la altura de su nivel, incluso aunque aquella mujer no lo supiera. Tenía que dejar de soñar con él. Quizás debería ver a un terapeuta, o quizás incluso a un psiquiatra. Pero todo en ella se rebelaba contra la idea, contra contarle aquellos sueños a un extraño. Sería como hacer el amor en público.

Pero tenía que hacer algo. Los sueños se estaban volviendo más intensos, más atemorizantes. Había descubierto tal miedo al agua que, ayer, casi había entrado en pánico cuando manejaba sobre el puente. Ella, que a pesar de haber nacido con dos pies izquierdos en el agua parecía una sirena. Solo se sentía libre nadando ya que no podía caer. Pero ahora tenía que endurecerse para incluso mirar un río o un lago, y el miedo se estaba volviendo peor.

En los últimos tres sueños, ellos habían estado en el lago. Su lago, donde había pasado los maravillosos veranos de su infancia. Él había invadido su hogar, y de repente ella estaba mucho más asustada de lo que recordaba haber estado nunca antes. Era como si él hubiera estado acechándola en sus sueños, moviéndose inexorablemente más y más cerca de una conclusión que ella ya conocía.

Porque, en sus sueños, solo a veces le hacía el amor. A veces la mataba.

Trataré de actualizar lo antes posible y espero me hagan saber si les gustó la historia o me merezco tomatazos….

Nos vemos en el próximo cap.

Cariños….. Nikki