Ella se fue. Es difícil saber a dónde, sólo sé que está detrás de un umbral y que si voy tras ella, sólo regresaría para morir, esta vez para siempre. Sabía que llegaría ese momento en el que ya no se encontraría a mi lado y yo debiera perecer tal vez de tristeza. ¿Cómo es que puede morir un demonio como yo?
La lluvia caía torrencialmente, los árboles se agitaban con el huracanado aire y los calzones del tendedero se volvieron a mojar. Todo esto estaba siendo observado por una joven universitaria harta de tener que lavar una y otra vez todo lo que tendía en el patio sentada frente a su ventana en la sala de su casa.
"Si tan solo no lloviera tanto" pensaba pegada a la ventana mientras veía con coraje su ropa interior ondeándose como banderas gracias a la tormenta.
Se alejó de lo que tenía frente a su vista y caminó hacia la cocina en donde se encontraba su padre frente a la estufa. No se había percatado de que su hija se encontraba observándolo sentada frente al desayunador. El olor era exquisito, Eiko supuso que lo que estaba preparando era un postre pero no sabía cuál.
-¿Qué es lo que preparas, papá?-
Ante la sorpresa de escuchar la voz de alguien se sobresaltó disparando la cuchara para cocinar hacia su propia cabeza.
-No sabía que estabas aquí, hija- comentó sobándose la cabeza -Preparo unas crepas. Tu madre sigue enferma y voy a llevarle esto para levantarle un poco el ánimo-finalizó dándose la vuelta para seguir pendiente del platillo.
El ruido de la tormenta seguía filtrándose por las delgadas paredes de la casa, siendo lo suficientemente ruidoso como para poder ignorarse. Caminaba desganada por los pasillos de su hogar, sin encontrar en qué dedicar su atención. La luz se había ido y no había ni un libro que le interesara leer por el momento.
"Tal vez sólo estoy buscando excusas para sentirme miserable" pensó deteniéndose un momento frente a la habitación de su madre quien yacía en su cama dormitando. "Pobre mamá". Siguió caminando hasta llegar a su cuarto. Estando allí se recostó sobre su cama dejándose envolver por la oscuridad del anochecer hasta que amaneció.
-Eiko, despiértate que tienes que ir a tus clases- escuchó la voz de su padre entre sueños.
Con la torpeza de un elefante se incorporó rápidamente sobre su cama sin controlar la fuerza con la que lo hizo y cayó de bruces sobre el tapete de su cuarto.
-Me lleva la...- sin poder finalizar la frase se encontró de nuevo, sentada sobre su cama gracias a la fuerza de su padre quien la levantó del suelo.
-Tienes que calmarte Eiko. Que sea la última vez que te levanto para ir a la escuela, eres un adulto y tienes que responsabilizarte de tus cosas-
-La última vez que quise ser un adulto me regresaron aquí, a casa, ¿te acuerdas papá?- respondió retadora mientras se tapaba la nariz por el golpe que se había hecho al caer secamente sobre su cara.
-Deja de seguir con esas cosas, hija. La situación se puso grave con tu madre, te necesitábamos en la casa aparte que estudiar y trabajar no te iba a resultar conveniente en una situación así. Entiendo que desearas despejarte de toda la conmoción proponiéndote actividades pero de ser así, prefiero que estés en casa, con tu familia-. Dicho esto, se marchó de la habitación dejando a una adolorida, despeinada y adormecida joven sola.
Después de su ritual matutino bajo las escaleras para dirigirse a la cocina donde haría la última parada e irse a su escuela. Al llegar vio a su débil madre sentada en una silla tejiendo mientras que su padre escribía sobre unos papeles que tenía sobre la mesa. Se acercó a darle un beso en la mejilla para después dirigirse hacia el refrigerador.
-¿Hoy es tu primer día, verdad?- cuestionó con una débil voz la mujer.
Eiko sostenía con su boca un jamón y afirmó doblando su dedo índice varias veces. Su madre sonrió divertida al gracioso gesto y prosiguió con su actividad.
-Empezar prácticamente desde cero. Si tan sólo esos perros del archivo me hubieran revalidado mis materias...- dijo Eiko hoscamente.
Desde los lentes de luneta, su padre le dirigía una mirada acusadora pero Eiko decidió ignorarlo por completo sirviéndose un vaso de jugo de naranja mientras deglutía el trozo de jamón. Al terminar se despidió de ambos y salió de su casa.
El suelo estaba aún húmedo por la lluvia tan caudalosa que había caído la tarde/noche anterior y sus zapatos efectuaban ruidos graciosos al tocar sus suelas el piso. Portando un pequeño paraguas negro caminaba en medio de un barrio tranquilo donde las losas de las paredes eran tan altas que los gatos del área la observaban desde arriba. Varios minutos pasaron sin ver a una sola alma hasta que fue acercándose al edificio universitario donde varias caras entusiastas entraban parloteando sin parar y otras portaban un gesto apático, posiblemente cercando al suyo. No conocía a nadie así que rápidamente entró sin entretenerse en pláticas matutinas.
Había elegido que su primera clase fuera Inglés. Como había viajado a Inglaterra y otros países de habla anglosajona optó porque así se acomodara su horario, de tal forma que, si no había dormido bien la noche anterior, pudiera dormirse sin preocupaciones y que no repercutiera en su calificación, pensaba. Al entrar al salón de clases, los bancos de estudiante se encontraban vacíos, sólo la mesa del profesor estaba ocupada por un hombre bastante joven, de oscura cabellera y facciones finas pero severas, lo cual hizo que Eiko no pudiera pronunciar palabra alguna de inicio, sintiéndose intimidada por él. Caminó hacia la fila frontal despacio, como si el maestro fuera una especie de bestia que al menor ruido fuera atacarla o algo por el estilo y cuidar no molestarlo no se dio cuenta de haber llegado a uno de los bancos y casi cae al suelo con todo y escritorio. El maestro levantó la mirada sin sobresalto alguno y se percató de la presencia de la torpe estudiante que empujaba de su cuerpo.
-Disculpe profesor, no quería distraerlo- dijo la joven con orejas al rojo vivo mientras acomodaba sus cosas y se sentaba detrás del banco. El maestro no hizo gesto alguno, simplemente regresó a su lectura dejando a la joven todavía más apenada.
Pasaban los minutos y por la puerta no pasaba ninguna alma. Eiko revisó en su reloj y se dio cuenta de que faltaban unos minutos más, así que no hizo tanto escándalo al respecto y sacó de su mochila un cuaderno de dibujo. Los bocetos y estudios de flores resaltaban por sobre todos los demás dibujos; pasaba mucho tiempo afuera y lo que más le gustaba era dibujarlas, gracias a eso, su técnica había mejorado bastante.
Al poco rato, el salón fue llenándose de alumnos visiblemente más jóvenes que ella. Tener 22 años entre muchachos de 17 y 18 era algo extraño para ella. El bullicio que llenaba el salón cesó al llegar la manecilla a las ocho en punto cuando el silencioso maestro se puso de pie. La clase comenzó con la rígida figura parándose al frente y centro de todos, hablando con una profunda y fuerte voz.
-Primero que nada, Miyamoto Hiroshi, es mi nombre, anoten el nombre para que no lo olviden porque no pienso repetirlo. Segundo, no quiero enterarme de su patética vida social dentro y fuera de este salón, así que, al momento de entrar a la clase, espero con toda honestidad que sea para disponerse a escuchar la clase y será guardando silencio-.
Los alumnos mantenían la vista fija. De reojo Eiko podía observar que la mayoría se encontraban con la boca bastante abierta, especialmente las mujeres. Después dirigió su vista al maestro quien comenzó a escribir con tiza algunos verbos irregulares y otras cosas hasta que fue interrumpido por una alumna que se encontraba a su lado levantando la mano.
-Maestro Miyamoto- decía con insistencia -¿No va a pasar lista?- cuestionó.
-Hasta el final de la clase- concluyó.
Muchos suspiros se escucharon. Seguramente varios intentarían de emplear la famosa huída después del pase de lista al inicio de la clase pero en esa clase sería prácticamente imposible. La negra y larga cabellera del maestro se contenía en una cola de caballo que reposaba sobre la ancha espalda de éste. Era más amigable esa vista que la de su poderosa y temible mirada.
La clase pasó lenta y extraña así como las demás. Eiko se sintió curiosa rodeada de personas desconocidas, ni siquiera amigos de la infancia. La mayoría ya había terminado sus estudios o estaban por hacerlo, lo cual era bastante molesto para ella en ocasiones pero no había qué hacer.
"Qué día tan raro" pensaba con cada paso que daba.
Al dirigirse a su última clase vio que Miyamoto entraba al mismo salón al que ella se dirigía. "Maravilloso, seguramente que este tipo también me va a dar clases" pero cuál sería su sorpresa al ver que en lugar de sentarse en el banco de maestro se sentó en uno de alumno. Al pasar frente a él, Eiko le dirigió una leve sonrisa, pero Miyamoto ni siquiera levantó la vista, así que la joven sólo frunció el ceño y se sentó a unos cuántos bancos de distancia de él. La profesora entró unos minutos después junto con un grupo pequeño de alumnos, en su mayoría hombres, sólo una mujer quien se sentó a su lado.
-Hola- dijo susurrando -me llamo Cho, ¿tú?- preguntó sonriéndole mientras acomodaba sus útiles en la paleta del escritorio.
-Eiko- respondió sin despegar la vista del frente.
-No te pongas tan tensa, esta maestra es buena- le dijo dándole palmadas en la espalda.
Sonrió débilmente ante los ánimos casi frustrados de Cho, sin embargo, notó que en efecto, tenía razón. La joven profesora aún conversaba con el grupo de jóvenes aún siendo las dos con seis. Después de varias risas, los alumnos fueron a sentarse y la maestra dio un suspiro y comenzó con la sesión.
-Bueno, supongo que esta es su última clase. No mucha gente se mete a esta carrera en estos días pero me da gusto tener un grupo tan íntimo de alumnos, varios, de primer semestre me supongo y otros que desean tomar el curso para complementar sus estudios. Bien, bien- indicó con fuerte y alegre voz. Era evidente que le producía emoción exponer clase o era de esos entusiastas en el primer día de clases.
-Y bueno, mi nombre es Katherine McAllister. Como notarán pues mi nombre para nada japonés, ¿cierto? Tengo ascendencia pero mi padre es irlandés. Digo esto para evitarnos más preguntas y bueno, aquí presente tenemos al profesor Miyamoto quien será el maestro asesor de esta clase. Las preguntas que tengan pueden hacérselas a él también quien tiene una especialización en la clase que estamos a punto de ver. Los curiosos rostros de los jóvenes abordaron a Miyamoto quien se puso de pie y se colocó al frente con la misma expresión de hace varias horas.
-Seguramente se preguntarán ¿por qué no doy yo esta clase si tanto conocimiento tengo sobre el tema?, simplemente fue un cambio de último momento y siendo esta una clase tan entretenida para la maestra McAllister opté por dejarle el titular a ella, yo seré algo como su asistente. Debido a que se trata de la primera sesión lo único que se tratará serán las nomenclaturas para sus trabajos así como las regulaciones de comportamiento y otros. Mi presencia no será necesaria por hoy, ¿cierto profesora?- dijo dirigiendo de reojo la vista hacia la bajita profesora quien agitó su corta y risada cabellera en aprobación.
-Así es, maestro Miyamoto, sólo quería hacerle una merecida introducción-
-Ah... pensé que sería eso la próxima clase. Bueno.- y dicho este arrogante comentario el maestro salió del salón de clases con serenidad dejando una estela de elevadas cejas detrás de sí.
-Bueno, ese es el maestro Miyamoto. Han de comprender que su personalidad es algo diferente pero es excelente en lo que hace y sus conocimientos son verdaderamente vastos, es increíble. Les recomiendo ampliamente que dejen a un lado el juicio que se vayan a crear sobre él en las siguientes clases para que puedan absorber todo el conocimiento que puedan, en serio. Bien, prosigamos entonces con los porcentajes, las reglas y los exámenes-.
El asunto terminó en menos de veinte minutos, al día siguiente comenzarían las clases normalmente así que Eiko tomó sus cosas y salió rápidamente del salón. No estuvo mucho tiempo sola ya que segundos después, Cho, la joven que conoció en clase se incorporó a su caminata.
-Ese maestro es un presumido- dijo conversando casualmente con Eiko quien sólo se encogió de hombros mientras bajaban las escaleras -Es bastante guapo pero esa personalidad no me parece nada atractiva-
-Es un maestro de todas formas, Cho, además, seguramente que es una manera de no meterse en problemas, tal vez no debamos juzgarlo-
-¿Con que tomando el consejo de la maestra?- preguntó dándole un guiño a Eiko quien respondió con una leve sonrisa -Es sabio, a mí me cuesta algo de trabajo ver a través de ese aspecto gruñón-
Llegaron al centro de información donde alumnos caminaban rápidamente pegando posters en la pared. Las dos caminaron entre el tumulto. Cho estaba embelesada con tanto movimiento mientras que Eiko no esperaba más que pasar entre toda la gente para irse casi corriendo a su casa.
-¡Un baile!- exclamó Cho.
Eiko no pudo evitar pasear sus ojos de lado a lado totalmente fastidiada de la idea, ver a la entusiasmada comunidad estudiantil por algo tan tonto, según Eiko, era de lo más irritante y no le producía la menor curiosidad.
-Es como, en la televisión. Será divertido, ¿no crees?-
-La verdad es que no me interesan esas cosas-
-¿Nunca fuiste a uno?- preguntó sorprendida deteniéndole el paso en medio del salón.
-Sí y ya pasó esa etapa para mí, ahora sólo quiero dedicarme a estudiar, cosa que debí haber hecho hace años- contestó Eiko reincorporando su camino. Cho la siguió silenciosamente observándola con cuidado mientras salían del edificio y caminaban hacia la salida del lugar. Eiko se percató de que la joven se encontraba reprimida ante sus comentarios amargos y se detuvo.
-Escucha, no quiero que pienses que me molesta lo que dices. No he tenido un buen día, discúlpame, seguramente tienes una pésima impresión sobre mí- Cho asintió levemente. Sonrió y se despidió de Eiko agitando su mano mientras corría hacia la salida.
"Se adelantó a lo que esperaba" pensó y cuando continuó con su paso chocó con uno de los costados de quien parecía ser el maestro Miyamoto. Varias hojas y libros cayeron provocando que Eiko se abalanzara a recogerlos sin pensarlo. El arrogante joven observaba desde arriba a la atolondrada y ruborizada joven quien se incorporó para entregarle los documentos en las manos.
-Disculpe maestro- respondió con las mejillas sonrojadas pero aún así mirándolo a los ojos.
Sin decir palabra alguna, sólo miró a la joven y avanzó. Sintiéndose totalmente ridiculizada apretó la mandíbula y se dirigió a su casa.