Caída
Un día nuevo comenzaba, el afamado Héroe de la Luz y del Atardecer, se preparaba para otro día más en su hogar.
¡Héroe!, se mofó. Ahora sólo un simple pastorcillo, un desconocido que simplemente tuvo suerte... Suspiró cansado, no sabía exactamente cuándo había empezado a sentirse tan asfixiado por regresar a su antigua vida.
Era irónico sentirse enclaustrado en lugar tan hermoso y abierto como Ordon.
A veces tenía la sensación de que el aire le faltaba, encerrado y sin libertad, ¿cómo era posible? Un día su casa empezó a parecerse más a una jaula a la cual todos los días regresaba, la cual cada día parecía volverse cada vez más pequeña. Cuando antes, era un refugio para él. Algo se agitaba dentro suyo.
Dio un salto para terminar de bajar la escalera de su casa. Todos los días había puesto buena cara, una falsa. Por dentro en realidad se sentía dividido y disperso, como si parte de si mismo no estuviera ahí.
¿Cómo es que había llegado hasta este momento de su vida?
Sabía que si nunca hubiera tenido que embarcarse en aquel viaje, ahora estaría feliz de ser el simple pastor con sus sencillos sueño de convertirse en el alcalde de la villa. Estaría convencido de tomar a su amiga de la infancia, Ilia, como su esposa y tener un montón de niños, de formar una familia; pero no era así. Dudaba de lo que sentía en verdad por la jovencita.
Cuando todo empezó su principal objetivo era salvar y devolver a sus seres amados a su hogar. Luego todo se complicó, terminó implicado en eventos que escapaban a su imaginación. Pero ahora sentía que su vida no tenía rumbo, que estaba perdido.
¿Era eso lo que le pasaba?
–Maldita sea –murmuró, preguntándose en quién se había convertido, ¿dónde había quedado su antiguo yo? Tal vez había muerto en alguno de esos templos, o simplemente este había crecido. Volteó al cielo esperando dar con una ía que no la iba a recibir de nadie, solo de sí mismo. Frustrado siguió caminando con dirección al rancho.
Hacía algún tiempo la princesa le había pedido re entrenar a los soldados del reino, de volverlos verdaderos guerreros. A punto estuvo de decir que sí, pues ansiaba volver a sentir el peso de una espada en sus manos, el escudo, la pelea, sentirse vivo…pero no pudo hacerlo, aunque realmente deseaba lo contrario.
Para ese entonces ya se había comprometido con Ilia. No soportaba la idea de romperle el corazón a la mujer que toda su vida estuvo a su lado; al menos ella merecía vivir como si nada de la situación pasada hubiera sucedido. Aunque la realidad fuera muy distinta.
Ese compromiso era un lastre que se había echado a cuestas y que no podía dejar tirado en cualquier lado. El mismo se había puesto un candado y lo sabía pero debía lidiar con ello.
Había sido tan estúpido pensar que tal vez, sí había estado enamorado de ella en el pasado, podría encontrarse con que aún lo estaba. No ocurrió y ahora temía que no ocurriría ¿Debía resignarse a permanecer a su lado? Después de todo uno de ellos sería feliz. Además ella lo conocía muy bien... o solía hacerlo.
Cuando le preguntó si le gustaría vivir en la ciudadela, ésta se había enfadado diciendo que era una tontería alejarse de su hogar. "En Ordon estamos seguros además allá afuera no hay nada para ti, ya cumpliste con tu deber no tienes porque regresar, aquí seremos felices".
¿Cómo estaba tan segura de ello?
Después de todo ella no vivió lo que él, no vio lo que él. No vio el cielo desde las montañas, no vio la sangre y las entrañas mismas de la tierra, no vio a la muerte a los ojos y se rió de ella.
No, no lo había hecho. Ella no peleó a muerte con Ganondorf, un ser del que sólo se escuchaba en las leyendas. Ella no lo vio morir.
-¿Qué se supone debo hacer ahora? –se preguntó. Tenía miedo, pero no era claro, a qué.
Ni siquiera se dio cuenta de cuando llegó al rancho. Mecánicamente se dirigió al establo, arreó a las cabras hacia el campo y se dirigió a cepillar a Epona.
Su fiel Epona.
Parecía ser la única criatura que sabía cómo se sentía, siempre que lo veía le instaba a montarla y hacerla saltar por los obstáculos. Parecía ser la única que notaba a Link ansioso, intranquilo.
De alguna manera ella quería animarlo, pero ambos sabían que esa no era la manera.
Tenía que pensar bien las cosas, elegir un camino que seguir, tenía que hacer algo para dejar de sentirse tan perdido. Debía de tomar una decisión: seguir su propio camino o el que le habían trazado.
Tantas direcciones y no saber cual tomar lo estaban consumiendo por dentro.
Para la tarde Fado llegó corriendo, diciendo que podía irse a descansar o a pasar el tiempo con su futura esposa. Ante el último comentario esbozó una forzada sonrisa y se fue sin decir nada.
Deseaba estar solo, tenía que poner sus pensamientos en orden. Epona lo empujó con la nariz, atrayendo su atención. La yegua empezó a mover la cabeza, señalando la montura.
–Gracias bonita –le dijo y montó en ella –salgamos un momento de aquí.
Jinete y montura trotaron a través de la villa, Link para sus adentros esperando que Ilia no saliera de su casa, que no se diera cuenta de su presencia.
No quería saber de ella, no hoy al menos, no quería escuchar sus maravillosos planes, no quería saber cómo iba a morir y en donde iba a ser enterrado. No quería escuchar cuanto tiempo faltaba para que finalmente formaran una familia.
Todos los Ordonianos notaban al joven muy distante y hasta huraño. Algo raro le pasaba pero no decían nada; prefería no decir nada.
Hasta Colin, quien siempre lo había visto como un modelo a seguir, ya no solía buscarlo tanto. Sabía que Link necesitaba y quería estar solo.
Vaya modelo a seguir. Un patético infeliz que no estaba seguro de nada.
Para su buena suerte la dulce jovencita jamás apareció. Al llegar a su casa, pasó de largo y siguió el sendero que lo guiaban a las afueras de la provincia. Galoparon a toda velocidad, esquivando los árboles y con las ganas de gritar atorados en la garganta.
Estrujó las riendas tan fuerte que se le enterraron en las manos, apretó los dientes al sentir la sensación de las lágrimas que se formaban en sus ojos. Todavía no era momento para ello, no importaba cuanto se lo implorara su alma, no iba a llorar, no iba a darse ese lujo… no ahora.
Nunca notó cuando llegó a Faron. Se detuvo, si seguía adelante saldría al campo de Hyrule y de hacerlo, sabía que no iba a regresar.
–¿Va a salir de nuevo Link? –le preguntó Coro, el hombre del nido de pájaros en la cabeza.
–No, hoy no –contestó antes de regresar ,de nuevo, cabizbajo a Ordon.
¿Dónde se había quedado su valor?
Desde hacía días no se atrevía a cruzar ese límite.
Al regresar a su casa en la noche encontró una nota en su puerta con el nombre de su prometida, al parecer esta vino a buscarle. Arrancó la nota y la dejó en la mesa. Ni siquiera se molestó en leerla.
Estaba apesadumbrado, las manos le ardían y al parecer la congoja en su alma solo se había acrecentado más. Se dirigió al librero y sacó una caja donde estaba guardada la túnica verde.
"Pontela, sólo póntela"
Escuchó que decía su conciencia.
¿Quién quería ser?, ¿su viejo yo que sabía ya no estaba o éste yo temeroso de guiar su vida a su modo?
En la mañana Link se despertó viendo hacia el techo, pensando. Al voltear a ver al lado de donde estaba dormido, ahí estaban la túnica y su armamento.
Se vistió con sus ropas usuales sin quitarle la vista de encima a la prenda, quiso guardarlas, pero no tuvo la fuerza para hacerlo y terminó dejándolas encima de una silla. Hoy podía descansar.
Esperaba que un rato en las vertientes de la provincia lo calmarían.
Cuando llegó a esta se sorprendió de ver a Rusl, quien estaba bañando a uno de los nuevos caballos.
–Buen día Link, me sorprende verte levantado a esta hora y en tu día libre.
–Solo vine a…
–Estar solo un rato –guió al potro hacia a la orilla –¿No irás a saludar a Ilia?, ayer te estaba buscando.
No supo contestar, solo apretó los puños nervioso y los escondió detrás de su espalda. Rusl lo observaba con ojo crítico, desde hacía muchos días su querido amigo y pupilo venía estando raro con los demás.
Estaba así desde que regresó de aquella peligrosa y fascinante aventura. Estaba así desde que rechazó una posición en el castillo.
El espadachín se sentó a la orilla y le indicó a su amigo que hiciera lo mismo.
–Sabes hijo, todos cometemos errores, tomamos decisiones que no son las más acertadas. A veces las tomamos para hacer felices a otros. Porque creemos que así todo volverá a ser como antes.
–¿Cómo? –estaba confundido, qué le trataba de decir.
–Deberías decirle la verdad. No la arrastres a algo que sabes no te hará feliz –dicho aquello el amigo del joven se levantó, agregando antes de irse– no conviertas tu equivocación en una larga agonía. Ella no lo merece y, de los dos, tú menos.
Tenía razón, no había caso querer forzar a su corazón a estar en donde no quería estar, tampoco podía obligarlo a sentir algo que ya no estaba ahí…
En que momento ese enamoramiento joven se había ido, no estaba claro. Pero ahora era un simple recuerdo más. Ambos merecían algo mejor, a alguien que de verdad los viera como algo más. Debía dejar de usarla como salvavidas.
Tenía que hacer lo correcto y dejar de engañarse y engañar a los demás.
Si iba a romperse las piernas por algo, sería por hacerse de un camino nuevo.
Ya había pasado mucho tiempo viendo por la ventana de la jaula, temeroso. Era hora de ser libre, de dejar todo atrás; era hora de que se atreviera a salir de ahí.
Corrió a su casa y alistó sus pertenencias. Al final tomó de nuevo la túnica y se la puso. Lo más difícil venía ahora.
¿Se iba a arrepentir? No lo sabía, no le importaba un demonio ahora. El corazón le palpitaba más que nunca.
Fue a buscar a Ilia a su casa, esta salió muy contenta pero al verlo vestido con la túnica verde su sonrisa se desvaneció.
–¿Link?
La tomó de la mano, durante el rato que le explicó porque no podía quedarse con ella, jamás la soltó.
–Lo siento Ilia –exclamó finalmente, dejando ir su mano.
–Ya no eres el mismo –se le quebró la voz–…¿Qué pasó con lo que habíamos planeado?
–No puedo hacerlo, te quiero mucho pero... –paso un trago por la garganta–. No puedo ser el hombre que quieres que sea, ya no puedo seguir pretendiendo que todo está bien, porque no lo está. Tal vez, si nada de esto hubiera pasado, hoy estaría muy feliz de casarme contigo. Mereces a alguien seguro de querer estar contigo.
Después de decir aquello, Link se marchó de la villa sin voltear a ver atrás.
Le había roto el corazón. Esperaba que algún día lo perdonara. Por primera vez en meses, galopó con Epona hasta que de pronto se encontraron cruzando todo el campo de Hyrule, sin un destino exacto, no sabía a dónde iba, ni que haría mañana, pero hoy, por primera vez se sentía libre.
Era como si ambos necesitaran cansarse para dejar salir toda su tristeza y frustración.
Fue durante el atardecer que alcanzaron el Lago Hylia, ahí Link desmontó y se lanzó al agua. Mojado y casi sonámbulo alcanzó la orilla donde empezó a gritar y a llorar como no lo había hecho hacía tiempo. Agotando su garganta, hasta que no pudo más.
Por fin, después de tanto tiempo, se sentía en paz. Que todo iba a salir bien.
Solo entonces se percató que no era el único ahí, no era el único que había llegado hasta ese lugar a liberarse de si mismo.
No muy lejos y frente a él, había otra persona, una mujer. Ninguno dijo nada, solo se vieron a los ojos como reconociéndose.
Notas:
El fic puede ser acompañado con leche y con la canción de New Low.
Este fic fue escrito gracias a la canción de New Low (Nueva baja) de Midle Class Rut, la idea la tenía desde hace tiempo pero no la había podido desarrollar como quería. Un día escuché esta canción por accidente, me gustó el ritmo y lo que decía de sentirse atrapado, de tener el valor de volver a empezar.
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