Cuando llegase, iba a llevarse una buena sorpresa. Porque ese gran pervertido sabría esa misma noche que no estaba bien espiar a las niñas cuando dormían. Esa noche aprendería la lección.

Ella nunca, en su vida, había visto sonrojado a Ikuto. Nunca. Era una persona fría, distante y dura (aunque no lo fuese con ella). Una persona que casi nunca dejaba mostrar sus sentimientos o estados de ánimo (bueno, solo mostraba su estado de perversión, y eso no contaba), no solo para hacerse el chulito o el interesante, sino para que la gente no viese si estaba asustado o dolorido, si se sentía contento o triste. Si era débil. Amu sabía que eso era solo una fachada. Una cara más de las pocas que tenía. Que solo quería protegerse de la gente para no hacerlas daño, para no involucrar a las personas que le importaban. O al menos eso era así antes. Ahora él era libre y podría haber mostrado su verdadero yo, pero aun así no lo hace.

Pero esa misma noche, ella le haría mostrar sus sentimientos. Dos en concreto. Los que el produce en ella cada vez que la ve y le hace una de sus muchas bromas. Nervios y, sobre todo, vergüenza. Esta vez, seria ella la que le produjera esos sentimientos y quizá alguno más.

Sobre las cuatro de la madrugada, Amu espero a que el mayor pervertido de la historia se colara por el balcón, cosa que hacía muy a menudo últimamente, desde que había vuelto de la búsqueda de su padre. Un ruido se escucho en la oscuridad y Amu, rápidamente, se levanto de su cama, corrió las cortinas y abrió el corredor de cristal de su balcón. Allí se encontró a un Ikuto sorprendido que, de no ser porque Amu lo agarro de la camiseta que llevaba, se abría caído del balcón del susto que le había dado la pequeña.

-¿Qué haces tú aquí?-dijo rápidamente Ikuto cuando se hubo sentado en el suelo del pequeño balcón.

-Esta es mi casa-respondió tajante Amu. Parecía enfadada.

-No me refería a eso…-se defendió el joven. Nunca se abría imaginado que Amu lo pillaría en sus visitas nocturnas a su cuarto.

-¿Pensabas que no me daría cuenta de que me espiabas desde el balcón mientras duermo?-le pregunto divertida Amu. Esa noche se había prometido no sonrojarse por nada del mundo y, con suerte, hacer que Ikuto se muriera de la vergüenza. Y por el leve color rosado de las mejillas de este, diría que lo estaba haciendo muy bien.

-¿Espiarte? Tú deliras. Estas demasiado plana para que alguien quisiera espiarte por la noche, enana-respondió Ikuto a la defensiva. No debía notar su nerviosismo o, de lo contrario, estaría perdido.

Amu se sentó al lado de Ikuto, para sorpresa de él. Lo miro burlona y luego se acerco más a la cara del peliazul, hasta quedar a centímetros de sus desafiantes ojos oscuros. Esto iba a estar muy bien.

-¿Sabes porque supe que me espiabas por las noche, pervertido?-le susurro Amu con voz juguetona. Ikuto se quedo perplejo. Estaba tan cerca de él y no se había sonrojado para nada.

-¿Por qué?-Ikuto estaba tan asustado por ese cambio de personalidad de Amu que casi no podía ni hablar. El tono con el que Amu le hablaba le erizaba el bello de la nuca. Se veía demasiado provocativa. Demasiado sensual.

-Porque te ponías tan cachondo al verme en pijama sobre mi cama que tus gemidos de placer al imaginarte lo que podrías hacerme se escuchaban demasiado en el silencio de la noche-le dijo sensualmente en su oído. Se separo poco a poco de su oreja y lo miro a los ojos, provocándole. Ikuto estaba tan rojo que cualquiera lo abría confundido con un farolillo. La joven sonrió de lado. Había caído.

-Tu… Pequeña insolente…-logro decir Ikuto. Se sentía tan avergonzado que no era capaz de mirar a Amu a los ojos. Escondió la cara entre su flequillo.

-¿Por qué te sonrojas?-pregunto la pelirosa. Nunca se había sentido más segura de sí misma en toda su vida. Porque ver a Ikuto sonrojado la hacía ver que el también era débil.

-Yo no me sonrojo…Niña-su voz sonaba ronca. Se estaba poniendo caliente.

-¿No?-Amu le levanto la cara agarrándolo con cuidado por su mentón, para que la mirara a los ojos. Ikuto los cerró. Prefería quedar como un autentico idiota a que Amu viese la vergüenza en sus ojos.

-No serias capaz de ponerme cachondo aunque lo intentaras-la desafío Ikuto. Aun tenía los ojos cerrados.

-No me retes, gato callejero-dijo.

Ikuto abrió los ojos. La vergüenza había desaparecido. En su lugar estaban esos destellos de picardía que siempre adornaban sus orbes azules.

-Inténtalo- la desafío de nuevo. Su sonrisa burlona se asomo por la comisura de sus labios cuando Amu se levantó del suelo del balcón. Pensaba que había ganado, aunque al principio le hubiesen pillado. No sabía hasta qué punto se equivocaba.

Su sonrisa se borro en el instante en el que Amu, entrando en su habitación oscura por la noche, se quedaba de pie, de espaldas a él y, sin vergüenza alguna reflejada en su blanco rostro, se iba quitando poco a poco la camiseta del pijama que llevaba. Cuando se la hubo quitado del todo, giro la cabeza hacia la cara de nuevo sonrojada a más no poder de Ikuto y le sonrió arrogante. Llevaba puesto un sostén negro. Sabía de antemano que el orgullo dañado de Ikuto haría que la desafiara a algo como eso para hacerla sonrojar.

-Cierra la boca, pervertido. Me acabo de quitar la camiseta y te ha faltado poco para ponerte caliente-Amu miro a la entrepierna de Ikuto. Este siguió su mirada y se dio la vuelta en cuanto vio el bulto que quería salir de sus pantalones.

Nunca. Nunca lo habían abochornado tanto como en aquel momento. Deseaba tirarse encima de Amu como un tigre hambriento que atrapa a su presa. Quería besarla, tocarla, rozarla contra todo su cuerpo caliente y hacerla gemir de placer.

-¡Madre de Dios! Ikuto nervioso y avergonzado por mi… ¿será esto un sueño?- se burlo la ojiambar. Sabía que la fiera sobre-hormonada que escondía Ikuto en su interior no tardaría en salir. A aquel gato se le estaba acabando la poca paciencia que tenia.

Amu se le acerco por detrás y lo abrazo por la espalda. Pego su pecho a su cuerpo y puso sus manos en la musculosa tripa de él.

-No sabía que te pondría tan caliente en cuestión de minutos, gatito-le dijo Amu- Ni tampoco que tu orgullo fuera crecer tanto…-bajo poco a poco las manos hasta el bulto que se escondía en los pantalones de Ikuto. Lo rozo con los dedos y el bulto creció más.

Ikuto gimió al sentir el contacto. No podía creer que la pequeña pervertida lo estuviera provocando de esa manera. Rápidamente se dio la vuelta y llevó sus manos al trasero de Amu. Esta se sobresalto tanto que se pego mucho más que antes al pecho de Ikuto. Este sintió de golpe el pecho de Amu y sintió un escalofrió de placer que le recorrió todo el cuerpo.

Amu se separo de él. Su mirada reflejaba seguridad. Sabía lo que estaba haciendo.

-Si quieres tenerme, tendrás que decir la verdad-le advirtió.

Ikuto asintió con la cabeza rápidamente.

-Ikuto ¿estás caliente por mi?- pregunto sensual la joven.

-Sí, mucho-Ikuto tenía la voz ronca. Le costaba hablar- Muchísimo…

-¿Te gustaría tocarme?- volvió a preguntar.

-Si…-no podría aguantar mucho más.

-¿Me quieres?-la voz de Amu había cambiado. Quería saberlo de verdad, porque ella sí que le quería a él.

-No sabes cuánto te amo-dejo escapar el neko-hentai.

Amu se volvió a acercar a él lentamente. Le fue quitando la camiseta poco a poco.

-No podre aguantar más esta situación… ¿lo sabes, no?-Ikuto tenía la voz aun mas ronca-Si me provocas, vas a acabar muy mal. Sobre todo cuando en menos de un minuto podría tenerte.

-No me tendrás esta noche, Ikuto-le aviso-No me tocaras, ni me besaras. No me podrás ni rozar siquiera. Porque sé cuál es tu punto débil, y a ti ya no te sirve saber el mío.

Amu tiro la camiseta de Ikuto al suelo y lo jalo del cuello con ambas manos. Lo beso por el cuello lentamente, mientras el volvía a gemía de placer. Amu se dirigió a la oreja derecha del gato que tenía delante y empezó a lamer su lóbulo. Mientras Ikuto estaba en la Luna, Amu lo empujaba poco a poco hacia la puerta del balcón. En un visto y no visto, lo empujo de un tirón a fuera.

-¿Pero que te crees que estás haciendo?-grito enfadado el peliazul.

-Llámalo venganza, llámalo karma-Amu sonreía victoriosa, mirando el resultado de su plan- Vuelve a espiarme de nuevo y volveré a dejarte con las ganas de tocarme, pervertido.

Amu cerro la puesta del balcón, le puso el pestillo y cerro las cortinas. Se metió en la cama y toda la vergüenza de aquella situación la abarco de lleno. Se sonrojo a más no poder e intento dormir. Nunca se había sentido tan orgullosa de sí misma.

Mientras, un Ikuto cabreado y rabioso saltaba de tejado en tejado, sin camisa. La próxima vez, no caería.