Técnicamente, tener roto el corazón resumía la vida de Amu en dos únicas cosas: comer helado y llorar cubierta por dos mantas (a veces tres). El dolor que sentía correr por sus venas no parecía querer marcharse de su pequeño cuerpo, y eso tenía una serie de consecuencias. ¿Sinceramente? Ninguna buena. Su humor había cambiado por completo y su aspecto dejaba mucho que desear. Uñas mordidas, pintadas de esmalte negro. Cuerpo escuálido y débil. Pelo rosa corto alborotado, sobre todo en las puntas.
A veces se levantaba, dejaba la cuchara y se miraba en el espejo de su tocador. Las preguntas iban y venían, pero una resaltaba sobre las demás en un rojo intenso. "¿Cuándo he dejado que lo que siento por Ikuto me haga esto?"
El chico en cuestión llevaba mes y medio sin dar señales de vida y eso la aliviaba. En parte. Por otro lado, debía admitir que estaba preocupada por ese traidor. Porque, en serio. Recapitulemos. No solo la había engañado para llegar a sus oscuros objetivos cuando formaba parte de Easter, sino que además había ido tan lejos como para seguir manipulándola hasta hace poco más de dos meses. ¿La razón? No tenía ni la más remota idea. Pero la verdad, tampoco le interesaba lo mas mínimo. El no lo había negado. Lo había admitido sin pudor mientras ella rompía a llorar por la mayor mentira en la que se había visto envuelta jamás.
Antes tampoco era una chica muy atrevida. Pero era fuerte. Sabia defenderse de lo que le hacía daño y mantenerlo a ralla el tiempo suficiente para que dejase de importarle.
Es irónico, ¿verdad? Cómo tu mundo de adolescente incomprendida se desmorona delante de tus ojos, incapaz de mover un dedo para evitarlo. Incapaz de destruir lo que te hace daño, porque por desgracia también es lo que más quieres. Ikuto era su primer amor. El único. El de verdad. Y sin embargo lo había perdido tan rápido como se había perdido a ella misma.
Los parpados de Amu se abrieron y un oscuro color miel reflejó las suaves luces que atravesaban la puerta de cristal del balcón. Era bastante tarde y el cielo era tan negro como el alma de la joven.
A Amu siempre le había gustado el color negro. Era el más poderoso de todos. El negro puede acabar con cualquier color, bañarlo con su oscuridad y hacerlo pedazos, romperlo, resquebrajarlo hasta que no quede nada. Solo oscuridad. Solo el recuerdo del color que antes estaba ahí y del cual no queda nada.
La chica dio un brinco de su cama. Eso es. Esa era la llave, la clave para sentirse mejor, para hacer desaparecer todos los colores que le hacían daño. Todos los sentimientos que se quedaban con ella para oírla llorar.
Sonrió por primera vez en semanas y lo decidió, así, sin más. Lo pintaría todo de negro. Todo. Utilizaría su oscuridad para no sentir nada que no fuese odio y rencor. Para reparar el corazón que una vez fue suyo, de él. El órgano que se agrietó poco a poco, con cada lágrima.
Amu cogió las llaves y salió de casa, sus pasos suspiros en la negrura de la noche. Se sabía el camino de memoria y por ello la poca luz que brillaba en la calle no le preocupaba. Sabía que era tarde, que no era apropiado ir a casa de nadie a estas horas. Pero en esos momentos, todo le daba igual. Vestida con sus pantalones negros ajustados, su chaqueta de cuero negro con varias tachuelas en cada hombro y sus botas altas negras, con hebillas plateadas, se adentró en el pequeño jardín que daba a la entrada de la lujosa casa.
Cuando estuvo parada de pie ante la puerta, la duda la asaltó por un segundo. El segundo antes de llamar al timbre.
Lo primero que oyó fueron las luces encendiéndose y a alguien maldiciéndola. Soltó una pequeña sonrisa. Quien le iba a decir que, en medio de la noche y tras haber tomado una firme decisión, seria a él a quien acudiría. Los actos de cada uno cambiaban según sus circunstancias.
Tadase abrió la puerta con un ojo cerrado. Al principio le costó creer que fuese Amu la que estuviese ahí, en su puerta, vestida completamente de negro. Pero si algo había aprendido es que sus planes siempre parecían ir a mejor.
-Quiero entrar.
El rubio parpadeó dos veces seguidas y se rascó la nuca.
-Perdón por mis modales. Pasa, por favor.
Amu negó ligeramente con la cabeza. Cuando lo hizo, el pelo se movía de un lado a otro, desperdigándose sobre sus ojos. El color miel era ahora más oscuro que nunca.
-No lo has entendido. Quiero entrar. Quiero unirme a ti para lo que sea que tengas planeado para él.
Ahora sí, Tadase abrió completamente los ojos. ¿Demasiado bueno para ser real? Puede. O puede que no. Después de todo, una chica enamorada era fácil de manipular. Pero, ¿una chica con el corazón destrozado? Hambrienta de venganza, de destruir todo lo que se le ponga por delante. Era un arma que realmente necesitaba. Y, por destino o por azar, ahí la tenía. Espalda recta, cabeza alta y firme. Ojos oscuros como el azúcar ardiendo y una sonrisa que le hizo estremecerse.
-Esto no es un juego, Amu. Esto es real y peligroso. No son sueños de niños. Son pesadillas, las más oscuras y aterradoras que puedas imaginar. Y habrá dolor, habrá armas y sangre. Este no es el bando de los buenos, y quiero que lo sepas antes de decidir nada.
Ella lo sabía. La mente de Tadase era perversa, y sus intenciones no eran precisamente buenas, y ella lo sabía y sabía que haría daño a gente. Sabía que tendría que hacerlo.
Pero también sabía que así le haría daño a él. Le destruiría, haría que suplicase, que pidiese perdón. Pagaría por sus mentiras, por sus trampas. Pagaría por todo, y ella lo vería. Porque ahora, Tadase era el color negro, y ella lo necesitaba para dejar de sangrar.
Abrió la boca y se humedeció los labios. Tadase la miraba con intensidad, sus ojos rojos. Como la sangre.
-Prepárame para lo que sea.
Levantó su pequeña y blanca mano y la unió con la de Tadase. El pacto quedó sellado, y los blancos dientes del rubio brillaron.
En general, su vida era una mierda. No tenía mucho que perder, ni nada que ganar, y ello lo llevaba a intentar no perder nada más. Como su madre. Como Utau. Por eso Easter le tenía, literalmente, cogido por los huevos. Su vida era un completo y enredado desastre, pero entonces se chocó con esa chica de pelo rosa y sutil arrogancia, y lo que era malvado se convirtió en bueno en su interior.
¿Fortuna? Quién sabe. Quizás en realidad todo fue un error. Un error que lo acompañaba. Que no le dejaba dormir. Quizás se lo merecía. No era un héroe. Era el villano, el malvado desastre que debería acabar, junto con Easter, con ella.
Todos sabemos la historia, pero en realidad pocos la analizan con calma. ¿Quién pudo creer en realidad que el chico malo y solitario cambiaria por el amor de una pequeña e inmadura niña? Estaban condenados al desastre.
Ikuto se apartó el pelo de los ojos. Quizás todo era mejor así. Ella se habría enterado tarde o temprano. Lo sabía. Pero por una vez, pensaba que la suerte estaría de su parte, y no en su contra.
Una vez más se equivocaba. Su vida era una mierda, pero ahora lo era aun más. Sumido en la más absoluta tristeza, ni el alcohol le ayudaba a salir de allí.
El sonido del disparo le ensordeció los oídos por lo cerca que había estado de volarle la cabeza. Se giró con una rapidez propia de un felino y prefirió no haberlo hecho. Amu estaba allí, estaba delante suya. Llevaba un ajustado vestido negro con los brazos cubiertos por encaje y unas botas de piel, también negras. Era como una pieza más del cielo oscuro. La capa le tapaba el rostro, pero él sabía que era ella.
Amu levantó la vista y dejó caer la capucha de su cabeza. Su pelo rosado era lo único que resaltaba en la oscuridad. No estaba sola. Tadase estaba detrás de ella, vestido de traje, todo negro. Todo era negro y oscuro.
Cuando pensaba que nada podía ir peor, Amu lo miró. Lo miró como si fuese la primera vez que lo veía, como si lo odiase al instante. Clavó su mirada en él, y sonrió.
-Hola, gato negro de la mala suerte