Títere

Una muñeca eso se sentía, aburrida, harta, cansada de todo y de todos. Con el reino levantándose poco a poco y regresando a una gloria perdida, los visitantes no se hicieron esperar. Sobre todo aquellas familias que buscaban encumbrarse mediante un contrato matrimonial. Podría decirse que ella lo tenía todo, belleza, inteligencia y, lo mejor de todo, poder. Una presa que no podían dejar pasar tan fácilmente.

Ahora estaba sentada en el gran comedor, siendo observada por los morbosos ojos de sus cortesanos, escuchando sus conversaciones banales y sin sentido. Así como soportando la compañía del visitante de un reino vecino. Tan pronto como este llegó fue claro que no iba con intenciones diplomáticas. No exactamente. Sólo era un viejo rabo verde en busca de una joven esposa.

Aquel hombre era casi treinta años mayor que ella, bien podría haber sido su padre. El sólo pensar que podría compartir el lecho con aquel viejo, le daba asco. Mil veces prefería arrojarse al desperdicio y estiércol de el establo.

Apretó el tenedor que tenía en la mano, al sentir como el anciano se acercaba a ella a querer entablar una conversación. No cesaba de llenarla de halagos y palabras rebuscadas, resaltando su apariencia, esperando que riera como una adolescente. Detestaba el hecho de que buscaba hacer contacto físico con ella, por sutil que fuera. No tenía otra opción que sonreírle agradecida, cuando por dentro quería clavarle el tenedor en los ojos y retorcerlo sólo para oír sus gritos de agonía y quitarle de una vez esa horrible y lasciva mirada.

Quería salir corriendo de ahí, quería voltear la mesa y huir, maldecirlos a todos. Pero no podía hacerlo, tenía que controlar su ira. Tenía que seguir aparentando un frío exterior.

Volteó a ver a los cortesanos, algunas mujeres cuchicheaban entre ellas, los varones hacían lo mismo, ninguno quitaba sus despreciables ojos de encima suyo. La juzgaban en todo momento, sin cansancio. Algo debía compensar sus aburridas vidas.

¡Malditas arpías!, algunos se atrevían a llamarse "amigos" de La Reina, cuando en realidad ninguno de ellos la conocía. Sólo querían alimentar sus inflados y vacíos egos. Ninguno la conocía de verdad, ninguno sabía que en las noches no dormía bien, que se sentía amenazada por lo que pudiera salir de entre las sombras, de sus más profundos miedos, de sus más profundos sueños. Eso era ella para ellos, una desconocida, una mocosa malcriada que sólo tenía suerte de ser hija del rey. Una muñeca y nada más.

¿Acaso les había importado cuando fue prisionera en La Invasión del Crepúsculo?

¡Por supuesto que no!, a ninguno le importó. Es más, le habían echado en cara que fue débil al rendirse, que no mostró fortaleza, que su inmadurez los había llevado a la derrota. Un hazmerreír para los países vecinos.

"Mártires majestad, eso serían, antorchas inspiradoras para el pueblo..."

¿Cómo se atrevieron a decirle tal cosa? Era obvio que si esos muertos hubieran sido ellos, entonces el discurso sería distinto: "Cómo se pudo haber derramado la sangre más noble del reino"

"Si un hombre estuviera a su lado su decisión..."

"Seguiría siendo la misma"

Interrumpió ella en esa ocasión, dejando ver su ira como pocas veces lo hacía, su voz firme y rígida, sus dedos sin querer invocando el fuego de Dín, carbonizando la mesa, dejando marcada la huella de sus dedos.

Los miembros del consejo que se habían atrevido a criticarla, esparcieron el chisme de que su alteza parecía estar poseída por algún espíritu venido de los más oscuros a vernos... o tal vez sólo tenía alguna dolencia femenina que le impedía pensar con claridad ¡La audacia de semejantes palabras!

Les escupiría a la cara si pudiera. Seguían creyendo que aún era una niña sin experiencia, manipulable y estúpida.

No pasaba momento en el que no estuviera a punto de perder la cabeza. Si no fuera por Kadyn, su fiel amiga y protectora, tal vez ya se hubiera aventado desde la torre más alta del castillo. Aquella mujer era una de las únicas personas que la habían visto llorar de rabia y culpa. Era la única que tenía conocimiento de ella como lo que era: un ser de carne y hueso, con debilidades… y también fortalezas.

Realmente era su única amiga en aquella guarida de monstruos. A los cuales debía encarar y soportar todos los días, aparentando perfección absoluta en cada uno de sus gestos.

Ella no había escogido vivir esa vida, ella no había escogido iniciar la invasión, no había escogido quedar huérfana a sus quince años.

¡¿Por qué no podían verlo?!

Habían veces que se veía al espejo y veía una muñeca, un mero títere.

De repente el tacto de un pesado anillo sobre uno de sus dedos la sacó de sus pensamientos. Era aquél despreciable hombre que le sonreía, de manera disimulada retiró la mano de su alcance.

Creyó ver como los gestos de aquel libidinoso hombre se volvían más grotescos, como los comensales de la mesa revelaban lo que eran en realidad dentro, un montón de seres deformes y horribles.

Suspiró y cerró los ojos. Sólo estaba cansada eso era todo. Nada de lo que su mente le hacía ver era real, debía guardar la compostura.

De nuevo sintió a aquel sujeto tratar de tomarle la mano. Ya no podía comer bocado, el estómago se le estaba revolviendo. Apuró un sorbo de vino para tratar de calmar su malestar.

¿Qué creía ese hombre, que era una mocosa ingenua que podría arrastrar a su lecho como a una mujer cualquiera?

Kadyn que estuvo observando todo el rato, se percató de que su Reina se había puesto pálida y se revolvía incómoda en la silla. Era mejor que la sacara de ahí o vomitaría encima de aquel anciano, aunque este se lo mereciera, no podía permitir a Zelda pasar una vergüenza semejante.

–¿Está usted bien majestad? –preguntó en voz baja.

–No Kadyn, ayúdame a retirarme… Por favor –aquel "por favor" sonó más a una súplica por su parte. Era una manera de pedir a gritos un respiro.

La joven mujer se disculpó ante todos sus invitados, mostrando una resplandeciente sonrisa, las de siempre, las falsas. Daba igual, ellos no lo notaban.

La guardiana, sintió como le apretaron la mano. Sabía que aquella muchacha estaba a punto de quebrarse y que luchaba por no hacerlo. Era como ver a una muñeca de porcelana sujetar sus propios trozos resquebrajados, intentando evitar que se estrellaran contra el suelo.

Los buitres ya le habían quitado suficientes pedazos y ahora la dejaban en carne viva. Hoy habia sido suficiente, mañana volvería a encararlos.

Caminaron en silencio hasta la alcoba de ella, cerrando con llave. Kadyn la ayudó a quitarse el vestido que llevaba puesto y le preparó el baño. Se le veía muy agotada casi enferma.

El resto del día no salió de su habitación, casi inmediatamente después de lavarse el cansancio y estrés se quedó dormida. No volvió a abrir los ojos hasta la mañana siguiente.

Al despertarse lo primero que vio fue el perchero al lado de su cama. Ahí estaba el vestido que usaría para los eventos de hoy y no debía faltar puesto que tenía un invitado especial, eso de alguna manera le impedía poner un pretexto para ausentarse.

Era irrelevante si su huésped le desagradaba, eso nunca importaba, debía ser diplomática.

Un día más en el que tenía que hacer uso de las fuerzas que aún tenía, pero en realidad sentía que se le estaban acabando. No sabía cuánto tiempo más iba a aguantar.

Se levantó y tomó la tela de aquel ropaje entra las manos, apretándolo como si con eso lograra hacer desaparecer la prenda. Quería romperlo en pedazos, destrozarlo y deshacerse de él…

¡Quería gritar con todas sus fuerzas y mandar a todos al diablo!

Unos golpes en la puerta la distrajeron, se enjugó las lágrimas antes de dejar entrar a las doncellas que venían a arreglar su cuarto. Mientras tanto Kadyn la ayudaría a vestirse para empezar su nuevo día.

–¿Está segura de salir hoy? –preguntó en voz baja.

–No tengo alternativa.

–Puedo decirles que estás indispuesta

–Estaré bien, lo prometo –contestó, mientras le sonreía a su fiel guardiana.

La joven Sheikah suspiró resignada, no había modo de convencerla de lo contrario. Si algo conocía muy bien en Zelda era su terquedad, un rasgo heredado de sus padres y sus ancestros. Afortunadamente también tenía su fuerza, pero no era invencible. Estaba a punto de flaquear.

Antes de entrar al gran salón suspiró muy hondo, invocando toda su fortaleza y paciencia internas.

¿Qué diferencia podía haber con los días anteriores?

En aquel mismo momento se preguntó si realmente estaba hecha para ser la suprema gobernante de Hyrule. Podía abdicar y sabía que una parte del consejo estaría más que contenta.

Acalló las preguntas en su mente y se dispuso arrojarse a los cuervos.

Ahí estaban, algunos haciendo exageradas reverencias, todos vestidos para tratar de ocultar su plumaje negro, sus picos y afiladas garras. Todos esperando que diera un paso en falso para poder arrancarle los ojos.

–"No hoy"– pensó.

¿Qué se sentía ser como ellos, vacíos, aburridos y altaneros?

Salvo por unos cuantos la mayoría, estaban más enfrascados en su mundos hechos de ilusiones vanas.

Era el blanco de aquellas siniestras y oportunistas aves, blanco de chismes y de ambiciosos deseos.

Aquellas criaturas eran guiadas por sus ambiciones; ella no era diferente, pero poseía corazón. El mismo que le impedía ser igual a ellos, el mismo que la atormentaba con miedo, tristeza y soledad.

Estaba fuera de su mundo. Siempre estuvo fuera de él por eso, desde la muerte de su madre, se sintió sola.

Qué más daba, ahora no podía flaquear. Debía seguir mostrando que aún tenía fuerzas para levantarse en dos piernas, no importaba cuanto le dolieran. Ahí iba de nuevo el títere a tratar de no perder pedazos del rostro, sólo para que no le arrancaran trozos a su alma.

Algunas veces sentía que se perdía así misma entre ellos, era como si la tuvieran atada de una correa y cada vez que intentaba soltarse volvían a jalarla hacia dentro para ahogarla.

Mientras estaba entre la multitud de la corte y escuchaba las vacías palabras de su huésped,aquellas risas ensayadas y comentarios vacíos; vio como sus rostros se deformaban y se mofaban de ella. No pudo resistir más y, empujando a varios, salió presurosa del salón.

Le faltaba aire, se estaba sofocando, necesitaba escapar, necesitaba sacarse todo su enojo y frustración de adentro… se estaba muriendo en vida. Y algo dentro le rogaba pelear y seguir viva.

Entró tan abruptamente a su cuarto que casi parecía que echaría las puertas abajo; Kadyn dándose cuenta de su huida la siguió, al entrar se encontró con una mujer llena de furia, arrancándose el vestido a pedazos y arrojándolos al suelo.

Volteó a ver su reflejo en el espejo, su imagen le provocó tanta rabia que lo aventó al suelo donde se hizo añicos.

–¡Zelda basta! –gritó la sheikah.

-¡Ya no puedo seguir así –dijo mientras se agachaba y comenzaba a sollozar–, estoy cansada Kadyn, de ellos… de mí; soy su maldita muñeca!

La joven sheikah se acercó a ella, ayudándola a levantarse.

–¡Vete! –sugirió firmemente.

Ella la miró dudosa.

–¡Hazlo o yo misma te sacaré de este lugar!

Su guardaespaldas le ayudó a cambiarse de ropa. Se colocó una túnica y se cubrió el rostro. Kadyn la esperaría en los establos. Sabía que al regresar escucharía miles de rumores, pero ahora no le importaba. Ya no le importaba.

Su guardiana la ayudó a montar y ordenó que abrieran las puertas; observó como su protegida se alejaba a todo galope. Esperaba que fuera suficiente para aliviar sus penas y si no le ayudaría a encontrar la manera.

La reina cruzó el mercado tan rápido que de repente se dio cuenta que ya estaba en el campo de Hyrule, hizo que su caballo corriera hacia el lago Hylia. Ahí nadie la escucharía gritar, ahí podría llorar su rabia.

Una vez ahí, contempló un rato las azules aguas del lago y entonces gritó tan fuerte como su garganta se lo permitió, ya no quería sentir que estaba dormida viviendo la misma pesadilla todos los días. Necesitaba despertar.

Cerró los ojos con fuerza, dejando que sus lágrimas brotaran con libertad. Sólo así se quitaría esa frustración que se la comía por dentro, sólo necesitaba librarse de ese miedo y todo estaría bien.

¡Que se pudrieran todos, le importaba un carajo!

Hasta ese momento no se había percatado que no estaba sola, alguien más había llegado a liberarse de sus propias cadenas.

No muy lejos de ella, había una persona, un hombre. Ninguno de los dos dijo nada sólo se vieron a los ojos, reconociéndose.


Pues aquí esta la historia hermana de Caída. Ambos están basados en letras de canciones, en este caso con "Little Know it all" (Pequeña Sabelotod) de Iggy Pop, al principio esta iba a ser el fic sólo para Link pero la letra le quedaba más a Zelda sobre todo por la parte que dice "Soy el niño que nadie conoce, vivo una vida que no escogí..." y pues por sugerencia de Zilia lo hice con Zelda. Por cierto le agradezco a Zilia-k porque le hizo de mi beta reader para checar errores y contenido.

¡Saz, se cuidan sus personitas, coman bien, duerman bien, hagan cosas sexys y sigan sexys!