Disclaimer: Los personajes pertenecen a S.M.
Summary: Secuela. Las mentiras son un arte que no cualquiera puede dominar. La universidad parecía ser una buena idea y lo fue hasta que éstas los separaron. ¿Podrán volver a estar juntos años después? E/B, A/J, Em/R.
Atención: Esto es una secuela del Fanfic Todo Comenzó en una Fiesta de Cumpleaños pero no es absolutamente necesario haberlo leído para entenderla. Cualquier pregunta no duden en consultarme.
We almost never speak, I don't feel welcome anymore...
~Taylor Swift
Capitulo 1: Hogar, dulce hogar
Dejó caer su taza de café sobre la mesa de la cocina. Los rayos de sol entraban a través de las viejas y amarillentas cortinas. Debía recordarse comprar unas nuevas.
El aroma a cafeína que inundaba el ambiente le daba un aire acogedor. Aunque ella sabía que el último adjetivo que describiría su apartamento era acogedor. No era muy grande pero tampoco muy chico. Tenía el tamaño perfecto para una mujer soltera en Seattle.
Había atado su cabello en un moño poco elegante; su pantalonera gris y su camiseta no eran exactamente el atuendo para una gala. No le importaba. Planeaba pasar el resto del día deshaciéndose de esas molestas cajas que ocupaban su sala. Esas cajas que contenían cada fragmento de su vida que ahora se desarrollaría en Washington.
Otra vez.
Era como si Nueva Jersey hubiera ocupado únicamente una corta etapa de su vida, aunque decisiva. Un capítulo cerrado que había insistido en dejar su huella. Su hogar siempre habían sido las húmedas calles de Washington. Haber nacido en Phoenix no cambiaba nada. Aunque se negara a reconocerlo había anhelado por mucho tiempo aquella claustrofóbica ciudad que la había visto crecer.
Había echado de menos Forks.
Tenía todo el fin de semana para desempacar para que el lunes comenzara su nueva vida. Sin embargo, poco después de tomar el desayuno se dio cuenta de que el orden jamás había sido una parte muy rigurosa en su vida.
Tomó la pequeña maleta que había llevado consigo en el avión, metiendo en ella sus objetos personales. Antes de que pudiera cambiar de opinión bajó al estacionamiento del bien ubicado edificio y se apresuró a su auto ajustándose la chaqueta.
Condujo hasta la primera salida para tomar la carretera, ignorando un par de luces rojas. Se llamó idiota a si misma por tomar decisiones tan precipitadas. Últimamente no hacía más que eso, llevando su ya complicada vida a caer en picada.
Sus emociones eran un caos.
Respiró profundo, dándose el lujo de cerrar los ojos un segundo. Se permitió pensar que no iba tan mal. Volver a Forks, tal vez le reconfortara; o quizá le trajera tantos recuerdos que la hiciera querer volver a encerrarse en sí misma para soportar el dolor, que tan difícilmente había estado evadiendo. Trataba de pensar positivo. Si bien no llevaba mucho dinero, estaba segura de que en alguna parte de su billetera estaba su tarjeta de crédito.
No necesitaba ver los anuncios esparcidos por las orillas del camino, el espesor de la vegetación iba aumentando, indicándole que se acercaba a cada segundo. Se descubrió a sí misma apretando el acelerador más de lo usual; incluso había superado sus estándares personales.
Rebuscó en su bolso, el cual descansaba sobre el asiento del pasajero, su teléfono móvil. No retiró la vista del camino ni un instante. Tecleó los números que conocía de memoria para luego sostener el móvil con el hombro y cerrar la cremallera de su bolso.
Contó los timbrazos, ansiosa.
Uno.
Dos.
Tres.
Al cuarto, iba a colgar, pensando que su llamada no sería atendida. La detuvo la voz cantarina que, aunque con pesar, decía:
— ¿Hola?
— ¿Mamá? —llamó, con un sonrisa dibujándosele en los labios.
— ¿Bella? No esperaba tu llamada, hija —explicó. Su humor pareció animarse de inmediato.
—Solo quería saber si estabas bien —suspiró, esperando que a Renée se le escapara un sollozo y entonces comenzara a faltarle la respiración también.
—Lo estoy —contestó compungida. —Me siento bien.
— ¿En serio?
—Me siento algo sola, sí, pero estaré bien —trató de tranquilizarla. Ambas sabían que su intento había sido en vano. Un auto pasó a su izquierda, demasiado rápido. Bella se distrajo un momento, mirándolo. Era un Volvo. Éste hizo sonar el claxon, como si ella no estuviera conduciendo ya sobre el límite. — ¿Estás en la calle?
—En realidad, estoy en la carretera pero eso no me importa ahora. Siento no haber estado ahí para ti la semana pasada. Te juro que traté pero yo… —quería desesperadamente explicarle por qué no había estado en Forks antes pero las palabras se atoraban unas con otras, inclusive antes de salir de su boca.
—Lo sé —la interrumpió —. Estabas trabajando—había un deje de reproche en su voz que no había dejado pasar, haciéndola sentir la peor hija sobre la Tierra. —Debo colgar.
—¡No! —exclamó. No quería sentirse de esa forma el resto de camino, tenía dos horas por delante para darle vueltas al asunto. —Mamá, de verdad traté. Quisiera arreglarlo.
—No discutiré contigo mientras estás en la carretera. ¿Qué clase de madre crees que soy? —murmuró con un poco de humor. —Hablaremos después, Bella.
—Te quiero, mamá —se despidió, agradecida. —Adiós.
Hablarían; hablarían todo el tiempo necesario sin pensar en la cuenta del teléfono; hablarían en menos tiempo del que Renée podía imaginarse. Divisó el Volvo maniático, como había nombrado internamente, delante de ella. No moriría si, por una vez, desobedecía las leyes de tránsito.
— ¿Quieres jugar? —preguntó al aire. —Juguemos.
Piso el acelerador una vez más, haciendo que la aguja de su velocímetro alcanzara una altitud alarmante. Quizá tardaría menos de dos horas…
No se deshizo del Volvo hasta hubieron entrado en Forks. Ella viró en la tercera calle sobre la avenida y éste siguió adelante. Tal vez se volvieran a encontrar.
No había absolutamente nada distinto. Sustancialmente, todo seguía siendo verde.
Reconoció un par de tiendas y casas que, si su memoria no le fallaba, eran exactamente iguales. Se sintió una adolescente de nuevo, recorriendo esas calles que bien podrían coincidir con el camino hacia el instituto. Se miró en el espejo retrovisor y se rió de sí misma. Forks podía no haber cambiado en lo absoluto, pero ella sí lo había hecho.
Ya no era la niña con sueños imposibles que había viajado a una universidad al otro lado del país, en pos del deseo de una vida utópica. Ya no era la chiquilla asustada porque había un clan italiano siguiéndole la pista para asesinarla. Todo eso era pasado, en su cabeza ya no entraban los cuentos de hadas. Conservaba su torpeza, aunque había logrado moderarla. Pero sobretodo, ya no era la ingenua que creía en el amor eterno. Incluso, en ocasiones, se preguntaba a sí misma si creía en el amor.
Su respuesta la obtenía cuando, después de una tormentosa ola de recuerdos, pensaba en cuánto había amado ella y entendía que, aunque no estuviera destinado para sí, existía. Existía en un lugar muy lejano a ella.
El asfalto estaba húmedo y el cielo de ese gris tan único. La nostalgia la invadió cuando aparcó afuera de la casa de los Swan. Detestaba tener esas memorias tan vívidas. Era como si volviera a tener cinco años y viera esa casa por primera vez.
Caminó a paso lento, sin importarle que sus zapatos viejos se mojaran en el lodo. Se detuvo un segundo a pensar si debía entrar sin avisar o llamar al timbre. Nunca había tocado el timbre, apenas podía recordar la forma en que repiqueteaba por toda la planta baja.
Tocó el timbre con timidez. Escuchaba las insistentes voces de la televisión, diciendo tanto y tan poco a la vez. Los pasos de su madre eran tranquilos y ligeros, casi imperceptibles.
—Volviste a perder tu llave, A… Bella —se sorprendió Renée. —Oh, por Dios. ¡Bella!
Arrojó sus delgados brazos alrededor de su cuello. Las estaturas de ambas oscilaban entre el uno sesenta y el uno sesenta y cinco, lo que le permitía a su madre enterrar su cara en el hueco de su cuello sin ninguna dificultad. La jaló por la cintura, haciéndola entrar en la casa, cálida e iluminada.
—No puedo creer que estés aquí —musitaba más para sí misma que para Bella. Negaba con la cabeza esbozando una media sonrisa.
La hizo pasar de inmediato, guiándola por los conocidos pasillos hasta la cocina donde le pidió que se sentara en la mesa y le ofreció una taza de té.
—Gracias.
—Sé que no es tan bueno como el de Charlotte…
La oleada de sentimientos fúnebres la abrumaron. Había sido todo tan rápido… No había logrado dejar de llorar por la pérdida de su esposo, añorarlo cada noche y soñar con él cuando Charlotte había seguido su mismo camino.
¡Ella se veía tan saludable! Tal vez había sido su experiencia la que le había permitido ocultar cualquier clase de malestar, pero era esa misma actitud que extrañaría por mucho tiempo, al menos hasta que pudiera dejar el egoísmo a un lado y aceptar que ahora estaría mejor.
—Mamá, —dijo Bella con dulzura —estamos juntas. Sé que te duele pero es irremediable. Charlie no hubiera querido que sufrieras por él —la instó a regalarle una sonrisa, pero no lo consiguió.
—Empiezas a hablar como tu padre —suspiró; sus ojos se había perdido en algún punto de la pared reluciente, reviviendo algún recuerdo. Ese aspecto soñador que Renée parecía haber perdido renació, volvió a tener esa mirada chispeante por un par de segundos.
—De verdad lamento no haber estado cuando Charlotte se fue—se disculpó, entrelazando sus dedos con los de su madre. Éstos estaban helados y, aunque aparentemente ella no estuviera prestándole atención, se ciñeron alrededor de los delgados dedos de Bella. —Era necesario—agregó— y por eso estoy aquí. Pedí que me transfirieran.
—¿Qué? —olvidó su llanto por un segundo y la miró. Sus arrugas eran más notorias ahora que hace semanas atrás, en el funeral de Charlie. — ¿Por qué hiciste eso? ¡Te encanta tu trabajo! Debes volver… —comenzó a darle todo un discurso acerca de que debía hacer lo que más le gustara donde más le gustara, sin sentirse atada a esa vieja casa en la que había crecido, eso era pasado.
—Mamá, está bien —sonrió mostrando ligeramente sus dientes blancos. —Te extrañaba. A ti, a Esme, a Lilian; extrañaba mi casa.
—No puedo permitirlo —reafirmó con terquedad —. Tenías un buen puesto, ni se diga de tu sueldo. Irás a otro lado, sabrá Dios qué te encontrarás ahí y empezar de nuevo no es fácil, lo sabes.
—De hecho, —la miró, complacida de lo que iba a decir —me ascendieron. Pedí que me transfirieran lo más cerca posible de Washington. Viviré en Seattle.
—¿Seattle, de verdad?
Bella asintió, contenta de que pudiera estar más cerca de su madre. La necesitaba. Ella era independiente y tenía la esperanza de que las cosas en Seattle fueran bien. Una parte postergada de su mente le gritaba que era ella quien necesitaba a Renée; necesitaba volver a ser simplemente Bella Swan, la pequeña hija de Renée Swan, quien la protegía de cualquier peligro, por poco evidente que pareciera. Pero Bella nunca lo reconocería en voz alta.
—Quería estar cerca de ti, mamá —expuso, tratando de no hacer una escena lacrimógena —. Créeme, no es un sacrificio.
Se puso de pie con cuidado de no tropezar y besó la mejilla de su madre. Ésta estaba húmeda por las lágrimas que no había podido contener, fría y suave; el roce le brindó exactamente la sensación que anhelaba, su hogar.
El aroma que se arremolinaba en la cocina era uno que no había tenido el placer de aspirar en largos meses que, demasiado pronto, se habían convertido en años. Canela, limón y lavanda. Se preguntó si su antigua habitación aún tendría ese olor a fresas. Ella aún lo conservaba.
—Me quedaré todo el fin de semana —dijo Bella, tan seria que Renée podía asegurar que estaba tratando de convencerse a sí misma.
—Renée, volviste a dejar la puerta abierta —regañó Alice quitándose su impermeable. Caminó hasta la cocina, que había sido el refugio de ésta desde la muerte de su esposo. — ¿Renée? —el aire se atoró en su garganta, observándolas —. Dios…
Bella la miró, reconociendo su voz. Esbozó la sonrisa más grande que había dibujado en sus labios en mucho tiempo. Creyó que volvía a tener diez años, compartiendo esas miradas que decían mucho más que las palabras con su mejor amiga.
— ¡Estás aquí! —chilló. No cabía en su asombro, y vaya sorprenderla era algo muy difícil de lograr. —Oh, por Dios, ¡de verdad estás aquí! —repitió con lentitud. Su corazón se había acelerado y sus labios se habían abierto tan sólo un poco. No se había sentido tan feliz en mucho tiempo. La distancia jamás había ido un obstáculo para seguir con su amistad, había sido la forma en que Bella se había exiliado a sí misma por los últimos años. —Es increíble.
—Estoy aquí —rió. —Y no me voy a ir de nuevo.
Alice besó las mejillas de Bella. En su mente creía que en cualquier momento despertaría y descubriría con decepción que no había sido más que un sueño. Sin embargo, no quería despertar de éste. La había extrañado tanto… El sentimiento de fraternidad no se había deteriorado ni un ápice. Ella siempre había sido su compañera de travesuras, paño de lágrimas, su confidente y su hermana.
—Por favor, —contestó a su afirmación —nunca vuelvas a dejarme por tanto tiempo.
Arrancó de los cabellos cafés de Bella la cinta que lo sostenía recogido. Cayó por ambos lados de su cabeza, completamente despeinado, con cada rizo en una dirección diferente.
—Oye, no hagas eso—dijo Bella inconforme, aunque no lucía enfadada sólo divertida. Si antes se veía desaliñada, ahora tenía el aspecto de una vagabunda.
— ¡Tu cabello! —gimió—. Está tan corto…
—Ha crecido bastante desde la última vez que lo corté —aseguró. Cerró los ojos recordando el día en que había despertado con la resolución de cambiar de estilo de vida. Había comenzado con su imagen, cortando su cabello por arriba del hombro. El súbito brío que había surgido en ella se desvaneció en un par de días, a diferencia de su cabello, que jamás volvería a ser el mismo.
Habían pasado meses después de su muestra de gallardía y agradecía al cielo que hubiera crecido de nuevo. Lo llevaba aproximadamente quince centímetros bajo el hombro. Se veía diferente, pero iba acorde a su personalidad. Le daba una presencia mucho más madura. Aunque ella seguía extrañando su antigua larga cabellera.
—Me encanta —.Alice pasó sus dedos por el cráneo de Bella, comprobando que conservara la misma suavidad. Lo alborotó disfrutando de la frustración impresa en la expresión de su amiga. —Lo hiciste bien sin mí —aceptó. Se sentía sedoso entre sus dedos. Escudriñó su vestimenta y, entornando sus ojos verdes, agregó—: Pero hay que seguir trabajando, querida.
—Siempre tan Alice —soltó una risilla tan dulce que parecía flotar en el aire. La envolvió en sus brazos, constatando que su cuerpecito era tan fino como antes.
—Subiste de peso —criticó con tanta gracia y de una forma tan educada que era imposible sentirse ofendido. —Estás diferente, ¿qué te pasó? —inquirió con verdadera curiosidad.
—Crecí —confirmó lo evidente. —Ya no tengo trece años.
—Puedo apreciarlo —juzgó, mirándola de pies a cabeza —. ¡Qué bueno que estás aquí!
Bella pudo observar que ella no había cambiado en nada. Cada gesto, cada mirada, cada risa era exactamente igual a sus recuerdos, aunque éstos no le habían hecho justicia.
—Renée, —dijo Alice, con cierta nota de enfado — ¿por qué no me dijiste que vendría?
Alice había formado uno de sus adorables gestos, frunciendo los labios y juntando el entrecejo; su mirada suplicante era sólo un truco más para que cayeras a sus pies. Y todos lo hacían.
—Yo tampoco lo sabía —juró —.Creí que no la vería hasta mi cumpleaños.
—Lo dicen como si no nos hubiéramos visto en años —resopló por la forma en que su madre y Alice se unía y exageraban las cosas hasta un punto increíble.
—Bella, —atrajo su atención —la última vez que estuviste aquí, sin un motivo aparente, fue en Navidad de hace tres años —. Nunca se había detenido a pensar en eso. Si Charlie no hubiera muerto no habría estado ahí un par de semanas atrás. Alice tenía razón, apenas podía recordarlo—. Viniste con mi hermano. Jamás te vi tan enamorada como ese día.
—Lo recuerdo —la interrumpió con brusquedad —.Lamento haberme ausentado tanto tiempo.
Alice denotó las emociones en los ojos de Bella. Oscilaban entre la decepción, la furia y el sufrimiento. No lo dejó pasar, pero era claro que ella no hablaría sobre eso, así como que su cúmulo de sentimientos no se debían al tiempo que había estado lejos.
— ¡Esme estará feliz de que estés aquí! —exclamó Alice —. No puedo esperar a llevarte con ella.
—Bueno, yo… —vaciló un segundo, ansiaba ver a Esme pero no estaba segura de si era lo correcto. No sabía qué pensaría Esme después de todo lo ocurrido en su vida, relacionado con su hijo. —No quiero dejar a mi mamá sola y…
—Estarás aquí todo el fin de semana —excusó Renée haciendo cálculos, ya que aquél día era miércoles. —Si estás fuera unas horas no hará daño. A Esme le encantará.
—¡Vamos, Bella! —suplicó —. Mi madre te adora…
—Solo un momento, ¿de acuerdo? —accedió, temiendo lo que se le vendría encima si Esme sabía más de lo esperado.
A través del tiempo había aprendido a vivir con el dolor latente en su alma; el deseo de lo que no fue se había apaciguado, pero no significaba que no tuviera esos días terribles en los que no hacía más que anhelar el pasado. Pero el pasado se había quedado atrás y con sus interminables sueños no lo traería de vuelta. Sabía lo que era vivir con recuerdos amargos y con la eterna pregunta de por qué habían sucedido tantas cosas en tan poco tiempo y por qué precisamente a ella. Pero lo que no podría soportar, aún con años de entrenamiento para resistir el dolor, era ver a Esme decepcionada. Quizá le sería indiferente o, peor aún, estaría asqueada. Era perfectamente consciente de que Edward Cullen no era cualquier niñato; Edward era, en cierta forma, el hijo favorito de Esme.
Alice besó la mejilla de Renée para luego arrastrar a Bella hacia afuera. No se sorprendió al observar el auto de Alice; no era el mismo, por supuesto, pero era muy similar. Llamaba la atención, era poco común y no por eso menos sofisticado, igual que Alice.
Suspiró mirando el camino. Era tan conocido y olvidado al mismo tiempo. Podría recorrerlo con los ojos cerrados sin problema alguno; el problema estaba en sus dudas acerca de si quería hacerlo o no. No volver a ver las calles húmedas, rodeadas de árboles y arbustos permanentemente verdes, podría ayudarle a olvidar; regresar era como caminar hacia atrás.
La sensación de inquietud que se había instalado en su estómago le anticipaba que nada bueno saldría de aquella decisión, pero ya no había marcha atrás. Alice parloteaba acerca de lo mucho que la había extrañado y de todo lo que harían ese fin de semana.
—En serio —dijo segura de sí misma —no me iré. Viviré en Seattle.
—Será fabuloso —asintió, con una sonrisa pícara formándose en sus labios.
—Estás maquinando algo macabro en esa cabecita peluda tuya —aseveró —y ten por seguro que cualquier idea corrompida que tengas no se hará realidad.
Ella negó con la cabeza, escondiendo sus mejillas ruborizadas aunque parecía no importarle que la hubieran descubierto.
—Emmett está en casa —mencionó, llevando el tema de conversación a uno completamente diferente. —Hará un escándalo cuando sepa que llegaste.
El trayecto se le antojó demasiado corto. La casa de los Cullen era incluso más imponente ahora que la última vez que había pisado las costosas baldosas adornando el suelo de ésta. Imaginó que se sentiría muy vacía viviendo ahí únicamente el matrimonio.
Los pasos de Alice eran veloces y demasiado largos para una persona de su tamaño. Conservaba esa energía imparable que la caracterizaba; Bella no encontró nada para compararla más que un niño después de haber comido cientos de dulces.
Atravesó el umbral, presurosa de encontrar a su madre y decirle las buenas nuevas; como si tuviera un juguete nuevo y estuviera ansiosa por mostrarle al mundo cuán increíble era.
— ¡Mamá! —gritó repetidas veces. No tardó demasiado en averiguar en qué habitación se encontraba y, como un huracán, cruzó el pasillo que la llevaba al comedor. —Mira quién vino conmigo.
—Alice, estoy ocupada —protestó en un gruñido irritado. Levantó la mirada del cuaderno sobre la mesa en el que garabateaba un par de notas. —Bella —murmuró soltando el aire contenido en sus pulmones. Se puso de pie en un lento y cauteloso movimiento para acercarse a ellas. Una tímida sonrisa se asomaba por los labios de Bella, la cual Esme correspondió con alegría. —Has vuelto.
Bella pudo afirmar que los verdísimos ojos de Esme estaban humedecidos.
Estar entre los brazos de Esme era similar a estar con Renée. Ella había sido su madre también desde que tenía memoria; siempre tan preocupada por ella, se inmiscuía en su vida tanto como en la de sus hijos. Era una sensación agradable.
—Te lo dije —susurró Alice, complacida de que pasara lo que había predicho.
—¡Me alegra tanto que estés aquí! —murmuró Esme contra su oído. —Ha pasado demasiado tiempo…
—Lo sé —admitió avergonzada. —Pero no pasará nunca más, lo prometo.
Localizó detrás de Esme una joven que no podría identificar; ella era ajena a la imagen que tenía sobre la casa de los Cullen. La chica la miraba con interés, reconociendo cada una de sus facciones, con cierta calidez dibujada en los ojos.
La muchacha definitivamente era alguien desconocido para ella. No pasaría de los quince o dieciséis; tenía una mirada azul penetrante aunque con la dulzura de su inocencia implícita.
—¿Recuerdas a Bree, Bella? —dijo Alice, a modo de presentación. El torrente de recuerdos hizo mella en su memoria. La persona que tenía frente a ella no era en absoluto la niña que habitaba su memoria.
Bree no era la pequeña niña con cáncer, de cabello corto y rostro demacrado; por el contrario, parecía emanar vida por los poros. Cualquier parecido con Alice había desaparecido. Su rostro se había alargado y había dado un estirón tremendo.
Su cuerpo tampoco era parecido al de una niña. Era una adolescente como cualquier otra, esbelta y una figura envidiable.
La chica que se hacía llamar Bree, de pie frente a ella, era la auténtica antítesis de la chiquilla en sus pensamientos. Ella era bastante más voluptuosa de lo que Bella había sido a su edad.
—Estás de broma —objetó Bella, sin creer aún lo que decía. —Ella no puede ser Bree.
Bree soltó una risilla traviesa, haciendo eco en las paredes. Incluso su voz había cambiado.
—Edward ha dicho lo mismo cuando me vio —dijo Bree, mirándola a los ojos como si tratara de convencerla.
—¿Edward —trató de disimular la forma en el nombre se atoró en su garganta al pronunciarlo—está aquí?
—Oh, sí —dijo Esme, complacida de que todos los niños que había visto crecer se hubieran reunido en su casa por casualidad. —Llegó hace un rato. ¡Emmett apenas lo vio y lo arrastró al jardín trasero! —Su última oración la dijo con cariño, aunque enfadada. Era comprensible, hacía mucho que no veía a su hijo predilecto, como decía Alice.
Esme no se había dado cuenta de lo que pasaba a su alrededor hasta que observó la expresión angustiada de Bella. A pesar de que su hijo vivía en Seattle desde hacía bastante tiempo no era usual verlo por ahí; sus llamadas era tan frecuentes como le era posible, a diferencia de sus visitas. No estaba muy segura de la situación en la que pudieran encontrarse él y Bella.
—Edward vaciló en decirle la verdad—susurró Alice. —Bueno, en realidad nunca nos ha dicho toda la verdad a nadie, pero no estaba seguro de cómo decirle a mamá.
—Un día vino, sin que lo esperáramos —explicó Esme, ignorando los intentos de Alice porque no escuchara su conversación. —«Rompimos, mamá» fue lo único que dijo antes de ir a reunirse con Carlisle; irónicamente, tenía miedo de romperme el corazón.
Bella tuvo que reprimir un bufido. ¡No quería romper el corazón de Esme! Pero jamás le importó si rompía el de ella. Agradecía que Edward fuera lo suficientemente valiente de enfrentar a su madre, pues ella no lo hubiera sido. Pero hubiera sido injusto estar engañando a una mujer de tan buenos sentimientos como Esme. Tenía el presentimiento de que había sido la última en saberlo.
—Esme, —vaciló un segundo antes de continuar—no sé qué más te habrá dicho Edward pero creo…
—No dijo nada más, Bella —la interrumpió; su mirada conservaba el aire maternal que siempre había tenido. Tontamente, había creído que Edward habría hablado mal de ella a sus espaldas. Sin embargo, él no lo hizo.
Abrió la boca para contestar pero volvió a cerrarla, sin saber exactamente qué decir. Tomó una bocanada de aire para relajarse, pero no lo logró. La voz aterciopelada y recriminatoria de Edward irrumpió en la habitación haciéndola estremecer.
— ¿Qué estás haciendo aquí? —exigió, borrando la sonrisa que había adornado su rostro un segundo atrás. Sus cejas fruncidas enmarcaban su rostro enfadado y, aún así, sereno.
Él era capaz de mostrar sus sentimientos, dibujarlos en su rostro, sin perder la compostura. Sus ojos esmeralda brillaron con rencor, hiriéndola mucho más de lo que ya estaba.
—Edward —saludó con frialdad. —Cuánto tiempo.
—Respóndeme —demandó con desdén, mirándola por entre sus espesas pestañas. — ¿Cómo te atreves a venir aquí?
Detrás de él estaba Emmett, seguido por Jasper. Sus rostros desencajados no eran más que un mohín comparados con la sorpresa esbozada en Esme.
—¿Cómo te atreves tú a hablarme así? —desafió. Alzó el mentón, con el orgullo emergiendo desde lo más profundo. No permitiría que le faltara al respeto. —¿Cómo te atreves siquiera a mirarme?
—¿Qué haces en mi casa? —repitió con severidad, ignorándola olímpicamente.
—Te aseguro que no vine a verte a ti —dijo Bella con un gesto agrio.
Edward escudriñó su rostro; su mirada hostil pesaba como si tratara de inculparla de algo. Ella, sin embargo, no bajó la mirada en ningún momento. No intento romper su contacto visual en ningún momento. Ambos sabían que ella solamente estaba tratando de salvar su orgullo y de demostrar que no cabía la debilidad en ella.
No pudo evitar sentirse humillada de cierta forma. La mayoría de las mujeres no estarían cómodas si se reencontraran con su ex después de un largo tiempo mientras que usaban una vieja pantalonera, zapatillas de deporte cubiertas de lodo y una camiseta holgada. Y, sólo para acrecentar su vergüenza, recordó que Alice había deshecho su improvisado peinado.
Sus labios eran una línea tensa, en una lucha interna por no sacar a relucir el inquietante miedo que la envolvía y morder sus labios, como lo hacía cuando era menor. Había dejado ese hábito hacía mucho tiempo y no lo retomaría; no frente a él.
Dentro de su análisis, Edward pudo darse cuenta de muchos detalles. Ella estaba tan desarreglada como siempre había preferido estarlo.
— ¿Por qué debería peinarme? —solía decir por las mañanas. —A mí me gusta cómo se ve —agregaba señalando su cabello. — ¿Y a ti?
Si volviera a preguntárselo le diría, una vez más, que era parte de su encanto. Podía ver que las manos de Bella picaban por retorcer sus largos cabellos castaños como signo de nerviosismo. Y aún cuando podía ver cómo ella moría por salir corriendo de ahí, no se movió ni un centímetro, acusándolo con la mirada, haciéndole frente a la imputación no dicha. Entre el torrente de emociones que podía denotar en ella, extrañamente, no encontró el arrepentimiento.
—Bella, ¡qué alegría verte! —intervino Rosalie rompiendo el mutismo denso. Ella había estado en el piso superior, ajena a su discusión. No se dio cuenta de su intromisión hasta que observó su posición defensiva.
Bella le dedicó una sonrisa radiante, rompiendo el contacto visual con Edward por primera vez. Recibió gustosa el cálido abrazo de Rosalie. Edward relajó sus hombros y sus manos, que había convertido en puños en medio de la tensión.
En algún momento, muchos meses atrás, había decidido no hablar con nadie respecto a Bella; la había enterrado en sus recuerdos, reservándolos para los momentos en que se sintiera profundamente miserable. Había comenzado a creer que todo lo que había pasado no era más que producto de su desagradablemente creativa imaginación.
Pero ella estaba ahí.
Estaba de pie a escasos metros de él, obteniendo aparatosas ovaciones por parte de su familia; recibía abrazos fuertes, besos en las mejillas y palabras alentadoras que, tiempo atrás, le hubiera enorgullecido fuera merecedora. Ahora, sólo era una intrusa inmiscuyéndose en su vida que, poco a poco, había tratado de reconstruir. Eventualmente, lo haría. Pero el tiempo no había sido suficientemente benévolo con él.
Ella, Bella Swan, estaba mucho más cerca de él de lo que había estado en dos larguísimos años. Estaba ahí como prueba de lo tangible que era cada suceso en su vida; y cada uno era tan palpable como ella. Ella había vuelto como un recordatorio de que hay cosas que uno simplemente no puede olvidar. Hay cosas que ni el tiempo puede borrar.
Emmett había rodeado a Bella con sus brazos. Ella siempre había sido menuda, pero al lado de Emmett era infinitamente minúscula. Parecía que si él ejercía solo un poco más de fuerza, podría romperla. Era como una muñeca de cristal en sus traviesas manos.
Por su parte, Jasper, no dejaba de mirarla, emitiendo una paz infinita. Era introvertido, pero eso no significaba que Bella no lo conociera lo suficiente para no sentir la alegría que le daba verla. Aun conociendo los estándares de Jasper, ella se lanzó a sus brazos, olvidándose de la timidez de él. Lo estrechó entre sus diminutos brazos y él se lo devolvió con la misma fuerza. Estaba abrazando por primera vez en mucho tiempo a su amigo, a su pequeño hermano Jasper.
—Debo irme —le susurró Edward a Esme. Si bien no soportaría ridículas y amorosas escenas de reencuentro, tampoco sería él quien les diera fin. Podía entender que sus hermanos, sus amigos e incluso sus padres la hubieran extrañado. ¡Maldición! Él la había extrañado mucho más que ellos. Pero no estaba dispuesto a presenciarlo; mucho menos a aceptarlo.
—Cariño, acabas de llegar —suplicó Esme, también a susurros.
—Volveré más tarde, madre —afirmó sonriéndole torcidamente. —Te lo prometo.
Prefería desaparecer en el anonimato y, cuando pudieran notar su ausencia, él ya estaría de regreso. Ya inventaría una excusa. Aunque no pudo permanecer en la incógnita mucho tiempo. Bella había escuchado su corta conversación con Esme y sabía que era tiempo de partir. Se sentía ella misma por primera vez en mucho tiempo, sí, pero respetaría la casa de Edward. Después de todo era su casa.
—Estoy tan feliz de verlos —admitió. Repasó cada una de sus caras, demorándose unos segundos en cada una, tratando de memorizar cada rasgo de cada uno de ellos. Volvió su mirada a Esme y añadió: —Pero debo irme. Le prometí a Renée estar en casa pronto.
Súbitamente, sintió que tenía diecisiete años, tratando de disculparse con Esme por no poder quedarse a cenar. Algo le decía que esos momentos en los que volvía a su adolescencia se repetirían cada vez más.
—Vendré mañana —prometió. Sus ojos no se habían despegado de la figura de Esme; ella asentía ligeramente, comprendiendo la forma en que se sentía. —O podrían ir a casa de mi madre, estoy segura de que le encantaría la idea.
—Bueno, bueno —interrumpió Alice el repentino murmullo que se había alzado a su alrededor. —No atosiguen a Bella. Vamos, —dijo, asiendo su mano como cuando eran pequeñas —te llevaré a casa.
Bella estaba aliviada de que tanto ella como Edward hubieran tenido la madurez para evitar un enfrentamiento más dramático del que habían tenido. Tenía que habituarse a sus constantes encuentros si quería vivir ahí.
Se dirigió al auto de Alice, despejando su mente. Imaginaría que no lo había visto; no había tenido tiempo de prepararse mentalmente para verlo una vez más; no estaba lista para enfrentar su imponente presencia. No estaba preparada para que viera cómo se le iba el aliento con sólo tenerlo cerca. No se había puesto a pensar que, si no había vuelto antes, era para no estar cerca de él. Ni de él ni de nadie que se le relacionara. Maldita sea, era sólo cuestión de tiempo para que ella hiciera acto de presencia.
No pudo evitar preguntarse la razón de su ausencia.
Miró sus pies, concentrándose en el sendero por el que caminaba. Alice había quedado un par de pasos atrás, pero de todas maneras sabía que no entablarían conversación. Alzó la mirada y fue entonces que se dio cuenta de que Edward estaba de pie a un lado de su propio auto. Milagrosamente, no fue él quien llamó su atención, sino su auto. Era un Volvo plateado.
—Fuiste tú —susurró tan bajo que sólo ella pudo escucharlo. — ¡Fuiste tú! —repitió alzando su voz. —Sigues siendo tan estúpido como la última vez que te vi—gritó acelerando sus paso hacia él. Demasiado pronto, estuvo a escaso medio metro de distancia. — ¡Siempre has sido tú!
—¿De qué demonios me estás hablando? —inquirió confundido. Apenas habían intercambiado palabras en las que habían dejado muy claro que no les era grata la presencia del otro y ahora ella venía a gritarle por algo que no comprendía.
—Eras tú el maniático de la carretera —le echo en cara. —¿Eres idiota? ¡Pudimos habernos matado!
—Si mal no recuerdo fuiste tú la que inició todo ese estúpido juego —dijo con amargura. A ella no le pasó inadvertido que su oración tenía un trasfondo.
—¿Por qué siempre intentas culparme, Edward? —.Su respiración se había acelerado y su rostro de había teñido de rojo, desde la base de su cuello hasta el final de su frente. — ¿Qué es lo que hice para parecer culpable todo el tiempo?
—Me parece que la respuesta es muy evidente —contestó fríamente. Se había acercado un par de pasos a ella y ahora hablaban con sus rostros con solo un palmo de distancia.
—Eres tan cobarde —resopló Bella. Sus manos se habían convertido en puños y sus uñas se enterraban en la suave piel de sus palmas tan fuerte que estaba segura que empezaría a sangrar de un momento a otro, pero era la única forma de contenerse de golpearlo. —Lo que me recuerda, ¿dónde está Heidi? —pronunció su nombre con asco y rencor. Instintivamente llevó su mirada a las manos de Edward, pero no encontró en ella lo que hubiera esperado. —No la veo por ningún lado.
El rostro de Edward se desencajó. Dentro de sus expectativas, esa era la última pregunta que creyó posible.
—No he visto a Heidi desde hace mucho —explicó; su semblante se había suavizado ostensiblemente. Bella no estaba segura de la razón. Quizá el recuerdo de ella le parecía grato, tal vez la sorpresa había sido desmedida. —Tuvimos un malentendido que nunca arreglamos pero supongo que… ¿Por qué te estoy diciendo esto?
— ¿Un malentendido? —rió secamente. —No parece la clase de persona que se diera por vencida por un malentendido. Evidentemente, me equivoqué; así como lo hice contigo.
— ¿Por qué nunca sé de lo que hablas? —bufó exasperado. Sus cejas estaban fruncidas, formando una pequeña arruga en su entrecejo. Ella ignoró la urgencia de pasar sus dedos dulcemente y deshacerla. —Ni siquiera llegaste a conocerla.
—Sé de ella mucho más de lo que piensas—dijo bajo su aliento.
Se alejó de él pisando con furia el pasto bajo sus pies hasta llegar al refugio que le brindaba el Porschede Alice. Ahí, entonces, regularizó su respiración y pidió a Alice tan amablemente como pudo ir a casa lo más rápido que fuera posible.
Un par de lágrimas de rabia se escaparon de sus ojos. Él era tan estúpido… Pero ella lo era aún más. Era la tercera vez que se humillaba a sí misma frente a él.
—Bella, tranquila —pidió Alice, preocupada. —No estoy segura de qué fue lo que pasó hace unos minutos pero sé que tiene solución. Sólo relájate.
—No, no tiene solución —gimió. Abrazó sus rodillas sin importarle que pudiera ensuciar la reluciente piel del asiento del coche de Alice.
—Vamos, Bella, anímate. Estoy segura de que es una confusión —le sonrió palmeando su hombro. —Heidi es una chica agradable.
En ese momento, Bella se convenció por completo de que no había una solución.
Buenas noches.
Whoa, es raro actualizar en una historia diferente. A todos aquellas hermosas personas que han decidido leerme quiero decirles: Bienvenidos. Tengo el presentimiento de que esta sera nuestra nueva gran aventura. Antes que nada quisiera agradecer y dedicar absolutamente cada letra de este capitulo como de los que vienen a nevermissme, mi mejor amiga. Sé que me matarás por tomar tu penname, pero no importa, esto es para ti, cielo. Compartir cuatro años de una vida con alguien como yo se dice fácil, ¿uh? Bueno, en realidad no se dice ni lo es, pero tengo que agradecerle a ella por ser mi inspiración para escribir e idear esta historia. Tú inspiraste, creaste Heidi, corazón, y creo que lo sabes.
Bien, basta de sentimentalismos. Este es mi nuevo (no tan nuevo...) proyecto y estoy muy contenta de volver a Fanfiction. Tuve un apoyo extraordinario con la primera parte de esta historia y me gustaría obtener el mismo o superarlo. Dos largos años y más de 1250 reviews... ¿Podemos? Yo pienso que sí...
Sobre la historia, creo que lo habrán adivinado. Ellos realmente arruinaron todo en el pasado y es mi trabajo hacer que vuelvan a estar juntos (aunque yo los separé pero ignoraremos ese detalle). No se quieren cerca el uno al otro, sí, blah, blah, blah. Tienen dos años separados o un poco más. Y, vamos, quiero oír sus conjeturas. Ya me han dicho varias ideas que bueno, están bastante alejadas de la realidad. Quisiera resaltar la de mi amiga Kitzia. Lo siento, cariño, Edward no va a cambiar a Bella por una despampanante chica muchos años menor que él (entiendase Kitz).
Forever and Always es una historia que tiene todo mi corazón y realmente espero que lo disfruten. No saben cuan reconfortante es volver a decir:
¿Reviews?
LizBrandon
30.07.11