Opción

Capítulo 1
La opción

Hermione se sentía como generalmente se sentía: satisfecha. Satisfecha porque otra vez había sacado un Extraordinario, esta vez en su, nuevamente perfecta –aunque ella no lo pensase así-, redacción de Transformaciones; satisfecha porque el día, aunque no odiaba el frío o el calor, era agradable en su temperatura, incluso a esas horas de la tarde, poco después de terminar su cena en el Gran Comedor; satisfecha porque había ganado puntos en todas sus clases, incluso muchos extras en la clase del profesor Flitwick; y satisfecha porque, después de la cena en el Gran Comedor, habían servido ese pastel imperial que tanto le gustaba, lleno de sus frutas favoritas.

Y, como esperaba terminar ese viernes de la mejor manera posible, fue a la biblioteca, un lugar donde podía ser ella misma, donde lo podía ser ya que no llamaba la atención –nadie estaba a esas horas en la biblioteca, no luego de los exámenes finales, e incluso los Ravenclaws se alejaban de ella-, y donde, además de que el silencio era un bálsamo para el bullicio diario, se sentía cómoda.

Uno de sus libros favoritos –ya leído hace algunos meses, y que le había encantado-, le esperaba en la estantería, estaba totalmente segura aunque no lo había comprobado, es decir, el día anterior estaba allí, y lo más obvio era que siguiera allí. No lo había podido pedir, porque ya había pedido los libros en su cantidad límite, y la señora Pince era muy estricta en cuanto a eso. Pero el libro era muggle, y además de que a) nadie estaba en la biblioteca, b) se había encargado de esconderlo entre los demás, solo por si acaso, y c) estaba completa y absolutamente segura de que a nadie se le ocurriría ir a su recinto.

Su recinto era una mesa amplia, con varias sillas, de madera clara y junto a una ventana, escondida por ella, y estratégicamente para que ningún otro estudiante se le ocurriera poner los pies en aquel lugar. Bien, no estaba exactamente escondida, solo que no llamaba la atención, estaba oculta. Eso era, oculto. Entre el estante de Literatura Muggle y el de Revoluciones de Duendes. Ambos grandes, oscuros y con poco material que ofrecer, casi al final del lugar, y con un aspecto poco atractivo. Pero perfecto para lo que buscaba. Y lo que ella buscaba eran muchas cosas: quería un lugar apacible y tranquilo para leer, quería un lugar iluminado, claro y desocupado para estudiar y hacer los deberes, quería un lugar para poder practicar hechizos con su varita, y que nadie se diese cuenta de que lo hacia. Quería ocupar el mayor tiempo posible en él, ya que estaba casi a los finales de su sexto año en Hogwarts, y el próximo sería el último.

Estaba totalmente segura de que sería premio anual. Es decir, ¿a quién más le darían el puesto de su generación? Ella era la más talentosa en el arte de la varita, era la más inteligente entre todos, era la que sacaba mejores calificaciones, y era la mejor maestra y pupila. No era que le enorgulleciese o le avergonzase esas cosas, sino que no las tomaba en cuenta más de lo necesario. A excepción de los Extraordinarios. Eso si que le interesaba. Pues, gracias a su pequeño rincón, ese año había pasado sus exámenes con honores. Cada mañana repetía los hechizos y cada tarde estudiaba los encantamientos. Tenía sus manías, igual que todo el mundo. Sin embargo, no creía en que algunas cábalas, trucos o pociones ayudaban a hacer que fueses más inteligente o que recordaras más, sino que tenía métodos. Sabía a qué hora ella aprendería y absorbería más, sabía a que hora debía estudiar, como debía estudiar y como debía ahorrar tiempo para estudiar. Era simple.

Tan solo debías pasar del mundo. Era difícil, pero lo conseguía en aquellas fechas. Y por sobre todo, se le hacía algo difícil y algo fácil. Era fácil, ya que no podía hablar con muchos, pues sus conocidos estudiaban todo lo que no en el año, y era difícil porque todos le pedían ayuda en los deberes y los estudios. Lo cual, a veces sacaba de su quicio a la joven bruja.

-¡¿Es que nunca han abierto un libro?! –Exclamaba ella cuando veía que no sabían nada de nada y necesitaban de su atención como un perro un trozo de carne.- No podré ayudarles si no poner esfuerzo y de su parte para poder avanzar. –les advertía al ver que creían que ella lo haría todo, como si fuera magia. Lo cual, por sobre todo, ella no hacia en esos casos.

Hermione suspiró. Ya había pasado dos estantes idénticos sobre las pociones de los de cuarto año, y le faltaba poco menos de quince pasos para llegar a su preciado refugio. No le gustaba mucho ser de tutora –no, al menos, cuando se lo pedían de una manera imperativa o demandante-, y tampoco tenía unos alumnos muy fáciles de moldear. Pero al final, todos pasaban, aunque algunos al filo de la navaja. Pero al fin y al cabo, pasaban, y volvían a olvidarse de ella hasta el próximo año.

En efecto, si debía nombrar a la gente que le prestaba atención verídica, esos eran Harry Potter, Ronald Weasley… a veces Ginny, Luna, Neville, y remotamente, los demás de su curso. Corrió hacia un lado un par de sillas para poder llegar a su refugio, tropezando sin ruido con las mesas, golpeándolas con su cadera. Se escurrió entre dos estantes silenciosa, pero la punta de su suéter se enganchó con un clavo más clavado. Resopló para sus adentros –no quería que nadie le escuchara maldecir en nombre de Merlín en contra de la magia y de los clavos descuidados-.

Bueno, sus amigos actualmente le prestaban atención. Muy remotamente. Eran prácticamente ellos y, ah…

-¡MALFOY! –exclamó ella cuando vio a cierto rubio oxigenado, sentado perezosamente, leyendo. En su rincón favorito. En su refugio.- ¡¿QUE ESTAS HACIENDO AQUÍ?!

-Leo, ¿no es acaso obvio? –respondió él, sin verle, demasiado ocupado en su libro. Ni siquiera necesitaba verla para saber quién era. Su aura de "atrévete a decir una sola palabra en contra mía y le diré a McGonagall" lograba exasperarle mucho, además de reventarle los oídos sus "¡Malfoy! ¡Deja de molestarnos! ¡Malfoy! ¡McGonagall dijo que eso estaba prohibido! ¡Malfoy! ¡Ni el poder de Snape podrá librarte de mi furia si me enojas, hurón oxigenado!".

-Me refiero a que haces en este lugar físico, Malfoy. –Dijo ella, con irritación cansada en su voz y algo de oculta incredulidad.- Se supone que nadie, repito, NADIE, debe de estar aquí, mucho menos a estas horas. Cerrarán dentro de un par de minutos, y Pince sabe donde está cada uno de los estudiantes.

-¿Por qué? Dime, Granger, ¿por qué no debería estar aquí? –preguntó él, con aires de niño pequeño, viéndole por primera vez en esa noche, con esos ojos grises que tenía. Esta vez, estaban lejos de tener frialdad o crueldad, pero si burla y un punto de diversión ante el enojo creciente de la chica. Secretamente, disfrutaba mucho al hacerla enojar. Además de que no le gritaba, aunque le dejara algo dolorido luego.

-Pues… -empezó a decir ella, insegura sacar el tema de su refugio. Estaba muy segura de poder dar convincentes argumentos sobre sus derechos, pero que le valdría burlas por parte de él.- pues…

-Hasta donde yo sé, la biblioteca es de acceso libre para todos, toda ella, que cualquiera puede pasearse por ella si se le da la real gana, y, aunque es hora límite para ir a las salas comunes, según veo en mi pecho, la placa dice que soy prefecto, por lo cual puedo estar un rato más tarde que los demás.

-Pero…

-La placa ha hablado, así que si no quieres seguir una discusión que a mí no me interesa –dando un giro a sus ojos, los volvió hacia ella con renovada burla, y algo de exasperación- y que no vas a ganar, te aconsejo que o te sientas y yo te ignoro, o te vas por donde viniste y punto.

Hermione no tenía mucho que rebatir. No quería dejar a ese niño caprichoso y mimado en ese lugar, pero tampoco le agradaba la idea de pasar su "momento feliz" en su compañía, ni darle referencias acerca de su rincón, así que optó por lo fácil y seguro: se quedaría, pero tendría que pasar de largo de su momento feliz, y echar ojo a que Malfoy no hiciera nada malo. Tragándose un suspiro, se dirigió a la sección de Literatura Muggle, dispuesta a sacar su libro y hacer frente a la media hora que le costaría el seguro de que su rincón estaría bien, y no sería hecho un lugar de maquinación mortífaga, con sangre muggle en las paredes, libros de magia oscura, marcas tenebrosas tatuadas en la mesa y las sillas. Está bien, tal vez era un poco paranoica, pero aún así no confiaba en Malfoy, ni tampoco pensaba confiar en él.

Y, por segunda vez en la noche, algo le arruino la velada. Sueño de una noche de verano, de Shakeaspeare, no estaba. Y estaba totalmente segura de haberlo dejado la noche anterior en aquel mismo lugar, escondido entre la enciclopedia de Newton y las leyes de la física de Einstein. Perfecto repelente para que nadie lo encontrara.

-"Genial" –pensaba mascullando Hermione en su interior- "absolutamente genial"

Se tendría que conformar con algo de epopeyas de Homero, el poeta ciego, quien aunque era muggle, había tenido amoríos con una bruja, quien le enseñó la magia en su más primitivo estado. Y así, tomando el libro que se le ofrecía por delante, se sentó frente a Draco Malfoy, su mayor enemigo escolar.

Aunque pasaba su mirada, de color miel, por las palabras y frases, no las leía de verdad, sino que más bien pensaba porque algo le resultaba diferente en su conversación con Malfoy. No sabía exactamente qué, pero sí que había notado lo diferente que había sido. Quizás era ella, más cansada y con menos ánimo de pelear. Quizás fue que él estaba muy interesado en su libro, demasiado. Quizás había madurado de sus ideas de sangre pura e impura… no, eso no era. No podía ser. Y eso cavilaba, en que cada vez menos se peleaba con él, cuando se veían no se atacaban como dos gatos alborotados, ni nada parecido. Se eran indiferentes. Y, pensando en eso, vio el titulo que tanto le llamaba la atención entre los níveos dedos de su compañero Slytherin.

-Mi libro… -murmuró Hermione, sin creer lo que veía.

"Sueño de una noche de verano" por W. Shakeaspeare, estaba en las manos del hurón albino de una sola neurona que era Malfoy. De él. Un libro muggle. Su favorito. Lo leía él.

Si que se había confundido. Le hacían una mala broma, el rubio se había vuelto loco o definitivamente, ella se había vuelto loca, pues no era posible que él leyese con tanto énfasis ese libro muggle. No le cabía en la cabeza que un adorador de la sangre pura estuviese leyendo algo muggle. Por que sí, y estaba segura, de que William Shakeaspeare, al igual que Homero, había tenido amoríos con una bruja, él no era mago, y por supuesto que había inventado sus libros a base de su imaginación y no del antiguo mundo mágico.

-Mi libro… -repitió. No podía hablar. Ni sabía que decir. "¿Malfoy, dame mi libro?" Sonaría mal, y él no se lo daría. Incorrecto. "¿Malfoy, que haces con ese libro?" Tampoco, ni se lo daría. Otra vez incorrecto. "¿Malfoy, me podrías explicar como es que a ti, racista superficial, te interesa la literatura muggle de algún retorcido modo?" Aunque Malfoy se lo merecía, era sumamente ofensivo, y ella no era así por las puras ganas que tenía.

-¿Qué tanto me miras? –le preguntó hosco cuando ella, sin darse cuenta, le veía de manera ausente, todavía reordenando sus pensamientos.

-¿Te gusta la literatura muggle? –soltó de repente. No lo quería decir, tan solo había ordenado la frase anterior de una manera más convencional y normal, pero definitivamente no la quería decir. Y al parecer, Draco Malfoy tampoco.

-¿Qué?

-Nada. Solo… vi que leías algo muggle… y se me ocurrió que a ti… que tú… que te gusta la literatura muggle. –logro decir. Tartamudeaba sí, pero era que la mirada de él se hacia más y más rígida, oscura y fría, lo cual la asustaba y preocupaba a partes iguales. Antes, cuando eso sucedía, ella siempre terminaba llorando.

Hermione nunca fue mentalmente fuerte todo el tiempo. Tan solo cuando realmente lo necesitaba, sacaba agallas y enfrentaba todo, hasta el mismo Voldemort. Pero luego se largaba a llorar como una cría, ofendida y enfadada a partes iguales cuando alguien la insultaba, como Malfoy, o la ofendía, como Snape, o la hería, como a veces lo hacía Ron.

-Que yo lea algo de alguien indigno a mí, no es de tu incumbencia, sangre sucia, ni tampoco lo que haga. Además, me sorprende que alguien como tú sepa remotamente lo que debería gustarme o no. No negaré que este escritor es bueno, hay mejores, pero es muggle, sin ni siquiera ser un mago de sangre impura. Eso echa a perder todo lo bueno que ha escrito. Ahora, si me disculpas, me alejaré de tu impureza para poder llegar, no sé… -se detuvo, como si cavilara- a algún lugar.

-No tienes derecho Malfoy. ¿Quieres que siga tu juego? Lo haré. Eres la peor persona, además de Voldemort y tu inmundo y horrible padre, que ha llegado al mundo. No me sorprende, de todos modos. Tu asesina y loca tía Bellatrix Lestrange, tu mayordomo y diligente padre Lucius, a todas las ordenes de el otro loco que es Voldemort, a quien no dudó en venderte al lado oscuro. Tu madre, quien a mi parecer no hizo nada por detenerle ni por defenderte…

-¡No hables así de mi madre, Granger, o será lo último que hagas!

-Hablaré mal de Narcissa Malfoy si se me da la real gana, pues tiene razones muy definidas para poder hacerlo. Y tú, hurón cobarde, sé que no serás capaz de ser lo que esperan que seas. Eres demasiado mimado y poca cosa como para ser lo peor que hay en esta tierra: un mortífago. Subordinado de otro, incapaz de brillar por si mismo.

-Mejor mortífago que sangre sucia y rata de biblioteca, Granger, mejor eso a ser lo que tú eres. Todos, me escuchas, todos ustedes merecen la muerte. Merecen limpiar el suelo de nosotros, sangre pura y limpia. Merecen que les den la muerte a todos ustedes. Y aunque tú eres una aberración, una muggle que sabe hacer magia, no mereces más piedad que los demás.

Esas palabras dejaron a Hermione helada. Sabía que algún día, Malfoy sería un mortífago, lo sabía tanto como sabía que Harry acabaría pronto con Voldemort, y mientras tanto debían sobrevivir y mantener. Pero lo creía inofensivo. Sabía que odiaba y aborrecía a personas como ella, de orígenes muggles, mas no que sería hasta tal punto de querer asesinarla a ella, a ella y a toda su familia, a todas las personas, a casi todo el mundo, tan solo por ser lo que eran por nacimiento. Y el saberlo, fue como que la despertaran de sus sueños, después de hacerla atravesar una pesadilla.

-Muy bien. Destruye tu alma, Malfoy, destrúyela, mata gente y ve a esconderte detrás de la capa de Voldy. –Hermione, muy turbada por todo a lo que Malfoy se iba a enfrentar, casi se sentía mareada.

Ella le vió a los ojos, aún buscando un pequeño pedazo de alguna esperanza que le dijera si en realidad Draco Malfoy quería ser un mortífago. Toda la escuela decía eso, que iba a seguir los pasos de su padre, decían que iba a asesinar muggles igual que los demás, que se iba a casar con alguien igual a él, que iba a hacer su vida al lado de Lord Voldemort. Pero ella le habia dado el beneficio de la duda, igual que a todos. Siempre le iba a dar a quien fuera una oportunidad, o dos, incluso tres si se la merecían. Y con Malfoy no iba a ser la excepción.

Y en esos orbes grises, que siempre le veían fríamente, que la hacían sufrir hacia ya mucho tiempo, vio pena, dolor, angustia, y rendición. Lo cual no le hizo ver que fuese a ser un mortífago. Pero tampoco le hizo ver que fuese lo contrario. Era un punto del cual no podía avanzar, y por su bien no podía forzar. Por lo que hizo lo mejor que pudo hacer, intentando mantener la esperanza y oportunidad que guardaba para él.

-Piensas que todo esto va a ser miel sobre hojuelas, pero estoy segura, y sé que tú también lo estas, de que no puedes ser lo que ellos son, se que no podrás matar a nadie, pero lo harás porque te obligaran, sé que te odiaras desde le mismo momento en que te marquen con magia oscura ese horrible símbolo. –le dijo, segura en sus palabras. Y ante esas palabras, los ojos de Draco se abrieron, un poco, pero lo suficiente como para que Hermione lo notara-. Sé que te arrepentirás, y se que querrás echarte atrás, pero no podrás, pues la muerte te lo impide. Eres solo un niño, Malfoy, y te estas afrentando en juegos de adultos. Eres solo un niño, igual que yo. ¡Maldita sea, sé que eres, debajo de toda tu facha de hombre malo, un niño, igual que yo! –su voz, que se había alzado, al igual que sus pensamientos alcanzaron un pequeño punto de ebullición, se suavizó en ese punto, haciendo que trasluciera lo que sentía en se instante- Sé… que estas asustado, quién no. Sé que no tienes elección entre lo que puedes hacer, que tu padre te vendió siendo un bebé. Pero aún tienes la oportunidad de elegir. Aún puedes pedir ayuda. Aún puedes alejarte de todo de lo que te quiere arruinar, corromper… y matar.

Y, después de dicho eso, se alejó. Sabía que lo había dicho tan solo por el impulso de hacerlo. El impulso de creer en él. El impulso de querer hacerlo cambiar. El impulso de que, de algún modo, hacerle cambiar, de que ella podía lograrlo. Impulsiva. Otra palabra que la podía definir perfectamente.

Como si un rayo lúcido la volviera a despertar, supo un porqué a su impulso: Malfoy, además de ser odioso, racista y creyente en la superioridad de los magos, era tan solo un adolescente, un niño, un niño que tenía derecho a estar asustado y a negarse, que podía equivocarse y empezar de nuevo, que podía ser él mismo y a poder tener seguridad, y cariño, al igual que todos. Pero sus padres y su destino lo encaminaban a un final sangriento y horrible. Podía bien transformarse en mortífago, podía irse al lado del señor oscuro y ser igual que los demás: personas inhumanas que tan solo servían a las ambiciones de una persona con más poder que ellos.

O bien podía ir al lado de Dumbledore. Podía ir al lado de la luz, del amor, y podía ser protegido, podía alejarse de todo lo que significaba el servir al loco de Riddle. Y, si bien quería, podía ayudarles a terminar lo que James y Lily Potter, al igual que muchos otros, empezaron a hacer: terminar de una vez por todas con la vida de Lord Voldemort.

Eran esas dos posibilidades, y él podía elegir cual era la que más le convenía más. Y cual quería más. Pero eso era decisión de él, y solo le incumbía a él. Ella, Hermione Jean Granger, ya había hecho lo suficiente para que tomase razón y todas las probabilidades que le daba la vida. Y aunque quisiera que cambiara, al igual que todos los Slytherins mortífagos de la escuela, no podía hacer nada más que eso, además de que no podía largar un discurso a los que pretendían ser mortífagos, porque no lo querían, y ella no se encontraba tan dispuesta a hacerlo tan filantrópicamente.

Y no tenía porqué preocuparse por ello, después de todo, a ella no le incumbía el futuro de Draco Malfoy. Ni debía preocuparle. Pero, lo peor que podía hacer Hermione Granger, era evitar preocuparse de algo que sí podía cambiar. Podía hacer la redención de un posible inocente. Se alejó del recóndito lugar que tenía apropiado de la biblioteca, y se despidió de Madame Pince, quien ya la conocía y apreciaba. Saliendo, se detuvo un instante ante una ventana que le dejaba ver hacia los jardines, y a lo lejos, la cancha de quiddich, donde los Gryffindor practicaban, donde podría ver un rato a Ron y Harry apasionados por lo que les gustaba, felices ambos aún por verla allí. Un lugar donde podría ser feliz durante un rato, sin preocuparse por el futuro.

Una lechuza, de plumas totalmente oscuras, y de ojos muy claros, la veía a través del cristal, de manera atenta, y sabiendo perfectamente quien era ella. Voló hacia otra ventana, posándose en la orilla de la ventana abierta, donde vió al chico rubio, sentado en la misma silla, con la cabeza entre las manos y tironeándose mechones de su rubio cabello. Ululeó, reconociendo a su dueño. Y el dueño, Draco Malfoy, también le reconoció.

-Ébano –musitó el chico, desganado.- encantado de verte, amigo.

Y la lechuza se acercó a él. Parecía contenta, y con sus grandes ojos le transmitió lo que sentía por él: un gran cariño y sentimiento de lealtad. Al aterrizar, tuvo algo de torpeza, cosa que al joven Malfoy no le paso desapercibida.

-¿Qué has estado haciendo, Ébano?


05/08/12

Ok, he empezado una etapa de edición de este fic. No me convencía el como quedaba antes, pues le faltaba detalles -¡e incluso hasta a mi me costaba entender todo!-, así que los nuevos capítulos van a salir mejorados, así que... ya sabrán si están editados o no. Mil besos, Casey.