Imagine me & you


Capítulo III: Acercamiento inocuo

(como esperar debajo de un árbol a que caiga una manzana)


-Por fin en casa-suspira, dejando la maleta al lado de la puerta. Sonrío un poco, antes de cerrarla.

No me molesta para nada su comentario; yo habría soltado algo por el estilo de no habérseme adelantado. Porque aquellas últimas tres semanas habían sido… aburridas. Es decir, no; habíamos ido a un hotel (de Tailandia, país favorito de Jeanne) y habíamos estado por allí, haciendo lo que siempre hacíamos… No, no podía decir que habían sido aburridas. Me había divertido; disfrutaba realmente en su compañía. Era mi amiga.

En realidad, nuestra relación conveniente funcionaba, en gran parte, por nuestro trabajo; nos absorbía tanto que no teníamos tiempo para nosotros. Yo tenía tiempo para mí, y ella para ella. No para nosotros.

Vi cómo se dejaba caer en el sofá, como un peso muerto (esa clase de cosas sólo las hacía delante de mí; las señoritas no se comportan así), sin poder evitar pensar que, en realidad, no había un nosotros. Estábamos los dos, juntos, pero no unidos. Jamás podríamos llegar a formar un algo cualquiera.

-Cariño…

-¿Qué quieres, Jeanne?-suspiré, a sabiendas de que me pediría algo, entrando en la cocina. Oí cómo se reía.

-Un poco de zumo.

Le serví y tomé una botella de leche. Me acerqué a ella y me senté en un sillón.

-Oye, Ren, recuerda que tienes que llamar a tu hermana-habló, antes de abrir una revista sobre sus piernas. Asentí.

-¿Por lo del viaje? Le dije que lo pagaríamos nosotros.

Ella se encogió de hombros.

-Sabes como es-cerró la revista de pronto-. Hablando de eso, he llamado a Horo-Horo.

Horokeu, quise corregirle.

Sabía muy bien de quién hablaba; aquel chico de la boda, de cabello azul, ojos negros, piel pálida y voz perfecta. Porque no pensaba decírselo, pero había estado esperando el momento en el que el tema de tu persona, amante de los tamales, saliese de su boca desde que te marchaste de nuestra boda.

Y, lo peor de todo, es que no entendía por qué.

-¿Horo-Horo?-inquirí, haciéndome el tonto.

Ella entrecerró un poco los ojos, y sonrió antes de volver a abrir la revista. Odiaba cuando sabía, creía o pensaba cosas que no me decía, tomando ese aire misterioso que me hacía sentir cual conejillo de indias.

-Aquel chico de la boda, ¿recuerdas?, el de las flores, el que se hizo amigo de Jun e hizo el brindis. Mi amigo, de pelo azulito…

-Ah, Horokeu-asentí, antes de ponerme de pie, dispuesto a ponerme en mi escritorio a trabajar un poco.

-Pues le he llamado-repitió, alzando sólo un poco la voz, para que aún estando en una habitación diferente pudiese oírla; la mayoría de nuestras conversaciones transcurrían de ese modo. De haber pasado por mi cabeza la remota idea de que, al levantarme, dejaríamos de hablar de este tema y, por consiguiente, de ti, me habría pegado con cola al sillón. Cosa que, sí, me molesta.

-¿Y?-le insté a continuar, sentándome en la silla, para luego soltar un suspiro.

Habría sido exagerado decir que había echado de menos todas aquellas facturas, hojas repletas de números y nombres de empresas y mi escritorio de caoba, pero era la verdad.

-No me contestó. Le dejé un mensaje, para que me llamase luego. ¿Te comenté que le invité a cenar con nosotros algún día?

Oí sus pasos acercarse hasta donde yo estaba.

-No, pero él lo hizo.

-… Bueno. Es probable que llame, ¿vale?, era sólo para avisarte. Yo me voy a duchar y dormir, que estoy muy cansada.

-Claro-comenté, sin prestarle mucha atención; había perdido el interés. Ella me besó la mejilla, antes de volver a alejarse.

-¡Oye!-asomó la cabeza por el marco de la puerta. La miré, en señal de que también la escuchaba-, ¿qué te parece si invitamos también a Hao? ¿No crees que harían una gran pareja?

Estuve a punto de retorcerme cual poseído por Lucifer encima de mi escritorio. ¿Qué por qué? A saber. Pero no, es que en serio que no. No me gustaba Hao contigo. No me gustaba nada.

-Claro-repetí, volviendo a mi mesa.

No era sólo que no me gustase. Es que se me retorcían las entrañas ante la idea.

Horokeu no podía ser de nadie.

Desde hacía dos días, me encontraba de vuelta en la calidez (no calidez, más bien conocimiento) que me proporcionaba mi casa. Por fin, habíamos dejado todas las cosas de la boda en paz, aunque todavía había quien nos llamaba para darnos las felicitaciones -las típicas personas que tenían que ordenar a su secretaria que se lo recuerde (para quedar bien, claro), y de las que nosotros (al menos yo) no nos acordábamos jamás-, y podíamos centrarnos en continuar con aquella vida de hipócritas farsantes que habíamos decidido llevar. Y estaba cabreado.

¿Qué por qué? Porque, desde que Jeanne me había dicho que llamarías por lo de la cena, no podía pasar más de cinco minutos despegado del maldito teléfono. Y eso, en serio, conseguía molestarme muchísimo.

En fin, estaba de un humor de perros.

-Bueno, Ren, me marcho al trabajo. ¿Me prometes no comerte al cartero cuando llegue, y abrirle la puerta de manera educada?-inquirió, abriendo la misma, con una sonrisa.

-No me causa la menor gracia, Jeanne.

-Es divertido cuando estás de malhumor, en serio-se rió-. Cuídate. En un rato nos vemos.

Asentí, sin separar la vista de las facturas. Me puse de pie, emocionado y rápido, al oír el teléfono sonar. Pensaba en que sería mejor esperar a que sonasen un par de pitidos más, porque sino, te pensarías que soy un desesperado o algo así, cuando divisé las llaves de Jeanne colgadas del llavero.

Me cagué en la puta madre de todo dios, adivinando que me pediría que se las alcance luego, o algo así; no sería la primera vez.

Lo descolgué, sin importarme cuántas veces había sonado, sentándome en el sillón que ella había elegido para nuestra nueva casa.

-¿Qué?-gruñí, volviendo la vista al papel que había traído conmigo para entretenerme mientras tanto.

-Eh… ¿Hola?

Me quedé en blanco.

-¿Horokeu?

-Sí- te quedas callado un momento-. Perdona… ¿tu nombre era…?

Me quedo aún más en blanco. Me siento como un maldito idiota. ¿Por qué demonios había creído que, porque yo no hubiese dejado de pensar en ti, tú habías pasado igual? Me sentí realmente estafado. ¡Jamás me había pasado algo así! ¡Tenías que haber pensado en mí, al menos, una vez!

-Ren-contesté, además de molesto (y mucho más malhumorado), sintiéndome un real idiota.

-Ay, mierda, claro-te reíste-. Lo siento, en serio…

-Ajá-contesto, fingiendo indiferencia, aunque eso demuestra todavía más que estoy molesto. Y tú pareces saberlo.

Te quedas callado un momento.

-¿Está Jeanne?

Y eso me molesta aún más. El hecho de que hayas llamado para saber de Jeanne, y no de mí, me jode. Aunque era lo más probable, y eso hace que me sienta aún más cabreado y gilipollas.

-Acaba de salir-contesto, soltando un bufido luego, como para que tengas claro que sí, estoy molesto.

-Oh… Pues… ¿podrías decirle que me vuelva a llamar cuando regrese?

-Claro-contesto, bufando otra vez.

Guardas silencio otro momento.

-Yo…-vacilas un momento. Me pareció ver, el día de la boda, que, cuando eso ocurría, te rascabas la parte trasera de la cabeza con una insistencia preocupante, como si allí se hallasen todas las respuestas-Ren… no sé si debería decirte esto…

-¿El qué?-al notar el tono desesperado en mi voz, me reprendo a mí mismo mentalmente. ¡Gilipollas!, o algo así.

Te vuelves a reír, como si tú también te hubieses dado cuenta y te gustase.

-Tenía ganas de hablar contigo-explicas.

Cuando me doy cuenta de que sonrío como el idiota que últimamente me siento, me pongo serio. No era una maldita adolescente, demonios. Encima, ¿por qué demonios debía creer en tus palabras, quien ni siquiera recordaba mi maldito nombre? Y, por sobre todo eso, ¿sonreír por unas palabritas tuyas? Demonios, eras el amigo de mi esposa.

-Espera un momento, Ren, ¿vale?

Me fastidia el hecho de que te quedes a la espera de una respuesta me agrade.

-Claro-repito una vez más, intentando sonar molesto. Es decir, por mucho que ahora lo repitas, habías olvidado mi nombre.

-Genial-sé que sonríes. Apartas el teléfono de tu oído pero, aún así, oigo lo que dices-. Claro, señor. ¿De rosas?

-Son las favoritas de mi mujer; mañana es nuestro trigésimo aniversario-explica un tercero, de voz maltratada por el tabaco.

-Oh, felicidades-te ríes un poco-. Prometo hacerle un ramo precioso… Los quiere para mañana, ¿cierto?

Escucho un pequeño golpe, y supongo que es porque dejas el teléfono en la mesa.

-Sí, bien. Yo mismo me encargaré de llevarlos. Muchas gracias. Felicidades.

El hombre suelta un 'gracias a ti, hijo', y vuelves a ponerte el teléfono en el oído.

-¿Ren?

-Prometo hacerle un ramo precioso-repito, en tono burlón.

Y, en serio, me encanta que te rías.

-Treinta años son muchos, y más aún si es al lado de una persona-comentas, en un suspiro-. Bueno, me tengo que ir.

-… ¿Tienes mucho trabajo?

-No demasiado, pero…-te callas de golpe, y noto otro pequeño golpecito, como el de un bolígrafo contra un cuaderno- Oye, Ren, ¿estás ocupado?

Me pilla por sorpresa.

-No te creas que te libras, Horokeu. Sigo cabreado.

Cómo no, te ríes.

-Realmente lo siento, Ren. Eran muchos allí, ¿sabes?

-Sí, lo sé; yo estaba allí. Y, ¿sabes?, me acuerdo de tu nombre.

Bien… ¿Era yo el que hablaba como una novia celosa? Y, encima, ¿era yo el que se había dado cuenta, tras repasar la conversación mentalmente por enésima vez, cinco minutos después de colgar, cual colegiala?

-Reeen-me llamas, y, casi, distingo un tinte de diversión en tu voz.

-¿Qué?

-Si me perdonas, renuncio a los tamales para invitarte a un chino.

Por tercera vez, me quedo sin saber qué decir. ¿Cómo demonios sabías que me gustaba la comida china?

Antes de dejarme hablar, te explicas, como si adivinases mi estado de confusión:

-Tu hermana Jun-genial, de ella sí recuerdas el nombre (sigo creyendo, por muy gay que se supone que seas, que te la quieres tirar)- me comentó que sois de China, y que tú, en especial, prefieres vuestra comida.

Me quedo en silencio, sin saber cómo contestar.

-Por favor-insistes.

Suspiro. Realmente (y no sé por qué) deseo perdonarte.

-Te perdono. Pero también quiero duraznos.

Me encanta que te rías por algo tan idiota.

-Hecho.

Sonrío.

-Bien, quiero verte ahora-vuelves a hablar.

-¿Qué?-inquiero, incrédulo.

-Sí. ¿Sabes dónde está la floristería donde trabajo?

Bien. Aún no estaba seguro de por qué estaba ahí. Sólo porque así lo habías pedido. Porque, demonios, era idiota, pero querías verme ahora.

Tragué con fuerza, antes de avanzar un par de pasos hacia aquella tienda. Me gustaba; tenía un aire hogareño, que yo no alcanzaba comprender, pero que, tal vez por eso, apreciaba en sobremanera. Por fuera, las paredes eran blancas, por las que trepaban largas enredaderas (pero sin tapar los cristales de los escaparates, cosa que me hizo pensar que estaban muy cuidadas y que eran podadas y guiadas en la dirección deseada a menudo) en una eterna carrera hacia el cartel de color marrón oscuro, donde se leía, simplemente, 'Damukko' en un color azul un poco oscuro. Qué nombre más feo.

Abrí la puerta, y una campana sonó. Me puse algo nervioso, en realidad. Miré a mis lados, encontrándome con una tienda bastante pequeña. Había un par de estanterías con unas cuantas plantas, y una placa con sobres de semillas y sus precios. Al lado del mostrador, había muchas flores, la mayoría de muestra, y, por el suelo, pero colocadas de manera que incluso resultaba elegante, más macetas, muy cuidadas.

-¡Voy!-oí tu voz, un par de segundos después. Saliste, secándote las manos en un delantal de color pastel- Disculpe por… ¡Ren!

-Yo…-me apresuré a hablar, sin saber en realidad qué decir, ante tu rostro sorprendido. ¿No se suponía que querías verme?

-Pensé que no vendrías-explicaste, sonriendo. Saliste de detrás del mostrador, acercándote a mí y me diste un corto abrazo. Como por instinto, aspiré de tu olor, del mismo modo que tú lo hiciste, casi con necesidad. Al darme cuenta, la situación me resultó violenta pero, antes de poder hacer nada, te separaste, mirándome, como si nada hubiese ocurrido.

-Te dije que vendría-contesté, separándome de ti un poco, pero aún con nuestros brazos pegados.

-Ya… pero me he dado cuenta de que te gusta el sarcasmo…

Sonreí un poco, ante tu tono de voz caviloso, que me resultó extrañamente infantil. No me había esperado algo así de ti, pero tampoco me sorprendía. Es más, me agradaba.

-Bien, ven-me pediste, soltándote de mí, pero tomando mi antebrazo para guiarme hacia la parte de atrás del mostrador, donde habías aparecido.

Obedecí, encontrándome, en la parte trasera, una habitación que era más grande incluso que la parte de delante en sí. Había una larga mesa, donde, al parecer, esperaba un ramo de lirios blancos a medio hacer. Al lado de ella, unas cuantas cajas, con flores recién podadas y algunos ramos ya hechos. Me sorprendí cuando, sentada delante de otra mesa, me encontré a una chica de cabello castaño, que trabajaba en tallar y decorar una maceta, de manera bastante profesional, he de decir.

-Damu, este es Ren-hablaste, soltándome entonces, para pasar de largo por al lado de la chica en dirección a un perchero.

Ella separó la mirada de su trabajo, me estudió un momento, y sonrió.

-¿Eres ese Ren del que Horo-Horo no para de hablar?-inquirió, poniéndose de pie- De ser así, encantada. Si no lo es, también.

No sé por qué demonios, pero sonreí. Escuche el alarido, entre avergonzado y dolido, pronunciando algo así como 'Damukko' que soltaste, y tu cara algo ruborizada.

-Ah, entonces sí eres tú-ella sonrió, me tendió una mano, la cual estreché.

-Encantado-dudé un poco, pero le correspondí, medio sonriente.

-Eres una cotilla mentirosa-te quejaste, volviendo a mi lado.

Entonces, ¿eso significaba que yo te gustaba, o algo así? Es decir, no conocía a aquella chica, y, tal vez, se estuviese inventando todo aquello, pero, ¿y si no?

Había dos cosas que me confundían. La primera, era que, la posibilidad de que te sintieses atraído por mí no sólo no me desagradaba, sino que, incluso, me gustaba. Y lo extraño era que, siempre que yo me había enterado de que alguien de mi mismo sexo (porque, por experiencia, parecía resultar popular entre los míos) se sentía atraído por mí, me ocupaba en alejarme o dejar claro mi más que obvio rechazo. En cambio, ahora, en realidad, quería sonreír como un idiota por aquella confesión/mentira soltada por aquella chica.

Y lo segundo que me resultaba confuso era aquello, precisamente. ¿No parar de hablar de cierto sujeto, es síntoma de atracción o algo así? Porque, de ser así, tenía que preocuparme. No, no lo había hecho. Pero no lo había hecho porque no tenía con quién; ¿qué iba a hacer?, ¿asaltar a Jeanne a preguntas de un chico cualquiera, que sólo había visto una vez en la vida? En realidad, no lo había hecho por cobarde. Y, ahora, tras pensar en aquella duda, me asaltaba una tercera: ¿por qué la idea de que tú hubieses hablado de mí sin sentir nada especial hacia mi persona, me daba retortijones que nunca, pero NUNCA, había sufrido?

-Ya, cállate-habló la chica, negando con la cabeza, antes de tomar tu brazo y tirar de él hacia su lado, colgándose de tu cuello-. Pero, ten sabido, Ren, que Horo-Horo es mío.

Sin poder evitarlo, alcé una ceja. ¿Suyo? ¿Qué tú pertenecías a alguien? ¡NO! Y menos a esa puerca entrometida, de voz chillona. Maldita ignorante. Ya me caía mal, ya.

-En serio, Damukko, eres una entrometida-negaste con la cabeza un par de veces, antes de volver a colocarte a mi lado-. Oye, me voy, ¿vale? Nos vemos mañana.

Ah, genial. ¿Cómo no te habías dado cuenta, Ren? El asqueroso nombre del negocio, era suyo.

-¡Vale! ¡Qué os lo paséis bien!-nos despidió, como si no te hubiese reclamado suyo, recibiendo un evidente rechazo como respuesta, sonriente. Su reacción tan natural me hizo pensar que aquello se repetía con frecuencia.

Soltaste un suspiro, en el tiempo que aproveché a observar el ramo de lirios, incompleto.

-¿Lo has hecho tú?-inquirí, señalándolo.

Me miraste, sin entender, por un momento.

-Ah, sí. No está acabado, ya ves. Esta vez no han dado buenas flores, pero, aún así, las utilizamos para decorar-sonríes, rascándote un poco la nuca.

-A mí me gustan-contesté, casi inconscientemente-. Es decir, no me gustan mucho las flores, ni nada, pero… los lirios violetas son mis favoritas.

¡Cállate, Ren!, me obligué. ¿A quién le interesaba aquello?

-¡Me alegra saberlo!-comentaste, sonriente.

A ti, claro, te interesaba.

-Eha, eha-Damukko nos empujó un poco, para que nos fuésemos- ¡Iros ya, hombre!

En otro suspiro, me tomaste del brazo y tiraste de mí. Una vez fuera, me soltaste.

-¿No has dejado de hablar de mí, Horo-Horo?-inquirí, sonriendo.

Me miraste con rencor, pero sonriente.

-Bah, tú calla, picudo.

-¿Picudo?-repetí, sin entender.

-Tu pelo-explicaste, encogiéndote de hombros.

-¿Y tú te quejas? ¡Si pareces un puercoespín!

-¿Yo un puercoespín? ¡Venga ya! ¡Tú eres un tiburón!

Y así, con cerca de treinta años, acabamos discutiendo toda la tarde a base de motes estúpidos, como si tuviésemos trece.


People carry roses,
Make promises by the hours,
My love he laughs like the flowers.

-Love minus zero (The Turtles)


¡Hola, gente! Sí, aquí yo, bajo el aliento húmedo de mi linda Marlene, subo el tercer capítulo. (¡POR FIN!)

¡Gracias por leer!