Límite
Sábado por la noche. Sala Común de Gryffindor.
La sala estaba casi vacía, lo que no era nada de extrañar, ya que eran vacaciones de Navidad y muy pocos alumnos habían decidido pasar las fiestas en el castillo en vez de con sus familias. Frank y sus amigos, junto con unos pocos compañeros más, eran unos de ellos. En esos momentos, cuando era pasada la medianoche, se encontraban jugando una partida de ajedrez frente a la chimenea, sentados los cuatro en la alfombra, aunque solo dos de ellos jugaban. Los otros estaban ojeando revistas de Quidditch.
-¿Y las chicas? – preguntó Frank, mientras miraba fijamente el tablero. Le tocaba jugar.
-¿Preguntas por las chicas en general o por Alice Morgan en particular? – respondió con sorna uno de sus amigos, ganándose una colleja amistosa por parte de Frank – Para tu información te diré que están de fiesta.
-¿Fiesta? – sorprendido, levantó la mirada del tablero y la fijó en su amigo - ¿Debería preocuparme?
-Frank tío, estamos en Navidad, no te pongas en plan prefecto – le regañó uno de ellos, frunciendo el ceño, sin levantar la mirada de la revista
-¡Vale, vale, no me matéis! – levantó las manos y todos estallaron en carcajadas - ¿Y a que se debe la fiesta?
-El martes fue el cumpleaños de Lewis, y lo están celebrando.
Megan Lewis era una de las amigas de Alice. Frank asintió con la cabeza y aunque parecía que volvía a estar concentrado en la partida, lo cierto es que su cabeza funcionaba a mil revoluciones. Tenía ganas de seguir preguntando, de sonsacarles a sus amigos si Alice también estaba, o en que sala estaban para, haciendo abuso de su poder como prefecto, poder decirles algo y así verla. Qué patético buscar excusas para verla, y todo para no decirle nada cuando la viera.
-¿Piensas tirar hoy o mañana?
Frank respondió a esa pregunta socarrona con una mirada asesina. Y con las carcajadas de sus amigos, movió su caballo y volvió a pensar en Alice.
Pasó un buen rato, casi una hora y luego se escuchó cómo se abría la puerta de la Sala Común y un coro de risas femeninas inundó el lugar. Todos alzaron enseguida la cabeza y Frank se tensó de expectación ante la posibilidad de ver a Alice. Por las risas y lo comentarios, las chicas estaban bastante achispadas.
A la primera que vio a entrar, fue a la cumpleañera, que venía acompañada por otra chica, y detrás de ellas, entró Alice. El corazón se le paró en el pecho al ver la ancha sonrisa que llevaba en el rostro y la coleta medio deshecha, cayéndole unos mechones por sus sonrojadas mejillas. Los dedos le cosquillearon por apartarle esos mechones y acariciarla. Recibió un codazo de uno de sus amigos, porque seguramente se había quedado mirándola embobado, pero no le hizo ni caso y siguió sin despegar los ojos de ella.
El momento romántico se rompió cuando Alice tropezó con algo y cayó de bruces al suelo, y antes de que alguien más reaccionara, él había gritado su nombre y saltado el sofá para acercarse a ella. Le preocupaba que se hubiera hecho daño. Las amigas de ella se reían a carcajadas, pero Frank creía que era más por la borrachera que otra cosa, y sus amigos también, por aquella situación tan surrealista.
Llegó enseguida a su lado, y la vio tumbada boca abajo, sacudiéndose debido al llanto.
-Alice, ¿estás bien?
Se arrodillo a su lado y le acarició suavemente el abundante cabello castaño, sin darse cuenta de que la había llamado por su nombre y no por su apellido, como acostumbrada. La chica no respondió, y siguió llorando, aunque en silencio. La cogió con cuidado por los hombros y le dio la vuelta, tendiéndola boca arriba. Sorprendido, vio que no estaba llorando, sino que ¡se estaba riendo! Y eran aquellas silenciosas carcajadas las que la hacían sacudirse como si estuviera hecha un mar de lágrimas. Tuvo un momento de enfado, por haberse preocupado sin razón, pero las risas de la chica eran contagiosas y terminó riéndose él también.
-Anda, ven aquí.
La cogió de las manos e hizo fuerza hacia arriba para ayudarla a levantarse, pero era complicado ayudar a levantar a alguien que no paraba de reír. Dio un pequeño tirón y la chica terminó pegada a su pecho. La rodeó con sus brazos para que no se volviera a caer, quedando ambos tan juntos como en un íntimo abrazo y cuando la chica alzó la cabeza y le miró fijamente con aquellos ojazos castaños, Frank sintió como el corazón se le paraba en el pecho y luego volvía a latir a un ritmo desenfrenado.
Nunca la había tenido tan cerca, nunca la había sostenido entre sus brazos, y aunque Alice no era una chica bajita, parecía muy pequeña entre sus brazos. Todo el mundo desapareció a su alrededor, y solo fue consciente del cuerpo de ella junto al suyo, de los latidos de ambos corazones latiendo tan deprisa, que no se distinguía cual era cual, del tibio aliento de la chica junto a su pecho. Cerró un momento los ojos, respirando profundamente y sintiendo la necesidad de esconder el rostro en la curva de su cuello y aspirar su olor, que estaba seguro que sería tan dulce y embriagador como ella.
-Frank – al escuchar que le llamaba, bajó los ojos hacia ella y vio que la chica le miraba con total adoración. No atinó a reaccionar, y contuvo la respiración cuando Alice alzo una de sus brazos, y con las yemas de los dedos le acarició con suavidad su mejilla – Eres tan guapo – murmuró con el mismo tono reverencial. La chica tenía una sonrisa dulce en su rostro y Frank nunca la había visto tan guapa. - ¿Sabes qué? Llevo colada por ti desde primero, pero tú nunca te vas a enterar.
Aquello sí que fue una sorpresa y Frank no pudo más que mirarla embobado y sorprendido. ¿Alice le estaba diciendo que estaba enamorada de él? Miró a sus amigos y estos tenían la misma cara de anonadada que él. Buscó con la mirada a las amigas de ellas, y vio que todas menos una, se habían dormido en los sillones, roncando suavemente.
-¿Megan? – preguntó a la amiga de Alice, la única que parecía estar más o menos lucida. Necesitaba una confirmación para lo que la chica le acababa de decir, pero ella le rehuyó la mirada y se acercó hacia donde estaba él abrazado a Alice, quien se había adormilado con la mejilla apoyada en su pecho.
-Será mejor que la lleve arriba y la acueste – antes de que se dé cuenta de lo que ha hecho y se muera de la vergüenza, añadió por lo bajo.
Alice replicó un poco al verse separada de Frank y este, a regañadientes, la dejó ir. Una sensación de soledad y frió le invadió cuando el cuerpo tibio de la chica fue separado de él. La chica se apoyó en su amiga para subir las escaleras. Antes de desaparecer por las escaleras, Megan le dirigió una última mirada cargada de un significado que él no entendió, y se fue.
Sin decir palabra y metido profundamente en sus pensamientos, se acercó al sofá y se dejó caer en él. Sus amigos tomaron asiento a su lado, también callados. Las dos amigas de Alice estaban profundamente dormidas en los sillones, pero a Frank no podía importarle menos. Aunque borracha, porque por el brillo de sus ojos, las mejillas sonrojadas y el arrastre de las palabras cuando hablaba, Alice había cogido una buena cogorza, la chica le había dicho que estaba enamorada de él ¡desde primero! Se tapó la cara con las manos, incapaz de creerse aquello, pero al mismo tiempo, lleno de esperanza de que fuera cierto.
-¿Qué vas a hacer? – preguntó suavemente uno de ellos, rompiendo el silencio.
Frank negó con la cabeza. No tenía ni idea de qué se suponía que debía hacer. Todo aquello le había pillado por sorpresa y necesitaba pensar bien las cosas antes de hacer nada y cagarla.
Se sentía rara, con las piernas y los brazos pesados. Tenía los sentidos embotados, y cuando se removió inquieta en la cama, se le removió el estómago y sintió ganas de vomitar. La bilis le subía por la garganta, pero haciéndose un ovillo en la cama, obligó a su estómago a tranquilizarse. Escuchó un ruido por la habitación y apretó con fuerza los ojos, encogiéndose de dolor. Había sonado tan cerca que daba la sensación de que había pasado justo al lado de su oído.
Escuchó unas voces por la habitación, y por la forma rápida con la que hablaban, parecían alteradas. Alice estaba más preocupada por su dolor y en contener las ganas de vomitar, que no le prestó atención a lo que estaban diciendo.
-¡Dejad de gritar! – exclamó de mal humor, y un dolor agudo le perforó las sienes, lo que le hizo esconder la cabeza bajo la almohada. Las voces se acallaron de golpe.
-Alice, ¿estás despierta? – la voz suave de Megan sonó detrás del dosel.
Mascullando por lo bajo, giró la cabeza debajo de la almohada y se dispuso a volver a dormirse, pero le resultó imposible. Le dolía la cabeza y el estómago. No sabía cómo tumbarse en la cama porque le dolía todo el cuerpo. Enfadada, sacó la cabeza de la almohada y apartó de una patada las mantas. Abrió el dosel y se levantó de golpe. Mala idea. La habitación empezó a dar vueltas y tuvo que volver a sentarse hasta que esta dejara de moverse.
-Recordadme que nunca vuelva a beber – masculló, apoyando los codos en las rodillas y agachando la cabeza.
Un ataque de nauseas, le hizo levantarse corriendo de la cama y meterse en el baño. Cuando terminó de vomitar, se dejó caer al lado del váter, como una muñeca desmadejada y sin voluntad. Cuanto se encontró un poco mejor, se levantó y apoyó las manos en el lavabo y se miró en el espejo. La chica que le devolvió la mirada no era la misma que todas las mañanas. Aquella chica parecía estar al borde un colapso emocional, con la cara pálida y ojeras bajo los ojos y el pelo desecho. Abrió el grifo del agua helada y se lavó la cara. Se recogió el pelo en una floja coleta. Cuando salió minutos después del baño, se apoyó desfallecida en el marco de la puerta y miró a sus amigas, que la miraban de forma rara. Como si esperaran algo.
-¿Qué pasa? – preguntó con voz ronca, dirigiéndose con paso inseguro hacia su cama. Por suerte, su estómago no volvió a retorcerse.
-¿Qué recuerdas de anoche? – tardaron un poco en hacerle aquella pregunta, y se miraron las unas a las otras antes de hacerlo.
-¿De anoche? – frunció un poco el ceño, intentando recordar – Que bebimos como cosacas y que por culpa de eso, tengo una resaca de mil demonios.
-¿Y nada más?
Aquello estaba resultando muy sospechoso. Sus amigas la miraban como si esperaban que recordara algo más, y por mucho que se estrujara el cerebro, Alice no encontraba nada más. Se asustó. Tenía miedo de no recordar nada de lo que hubiera hecho la noche anterior, y por sus caras, algo debía haber hecho.
-¿Qué hice? – preguntó con miedo, y todas bajaron la mirada, sin responderle - ¿Qué hice? – repitió, esta vez con un poco de histerismo.
-Le dijiste a Frank que estabas colada por él – soltó una a bocajarro y de la sorpresa, el cuerpo de Alice se sacudió como si hubiera recibido una fuerte bofetada.
-No, eso no es cierto – negó fervientemente con la cabeza, sintiéndose invadida por el pánico.
Y Megan, que la noche anterior era la que menos borracha iba, le contó lo que había hecho. A medida que iba hablando, Alice tenía la sensación de que la sangre había abandonado ya no solo su rostro, sino todo su cuerpo, y se sintió mareada, como si estuviera dentro de una espiral y la estuviera engullendo. El corazón le latía muy fuerte dentro del pecho y empezó a respirar a bocanadas. Se sintió desfallecer.
-Está teniendo un ataque de pánico – de lejos, escuchó la voz asustada de sus amigas. Alguien le cogió la cara y le dio un vaso de agua, del cual bebió un par de sorbos. Otra persona le acariciaba la espalda en movimientos circulares, queriendo tranquilizarla. Costó, pero lo consiguió.
-¿Estás mejor?
Alice asintió, porque estaba tan conmocionada que no le salían las palabras. Le había dicho a Frank que estaba colada por él. ¡Quería morirse! ¡Se suponía que no iba a enterarse nunca! ¿Qué iba a hacer?
-¿En qué piensas?
-En si es mejor dejar que me coma el calamar gigante o tirarme por la torre de astronomía.
Aunque alguna de sus amigas soltó una risita pensando que bromeaba, lo cierto es que Alice hablaba muy enserio. Estaba metida en una de esas situaciones en las que no esperaba verse nunca y sobretodo, de la que no sabía cómo salir sin que su orgullo y su amor quedaran por los suelos.
-No bromees con eso, Alice – le regañó Megan
-No era una broma - respondió con un hilo de voz - ¿Existe alguna posibilidad de que haya tenido un ataque de amnesia esta noche y no se acuerde de lo que le dije? – preguntó esperanzada y sus amigas negaron con la cabeza, apenadas - ¿Qué voy a hacer? – se tapó la cara con las manos.
-Se que no querías que se enterara, pero ya lo sabe y no tiene sentido seguir negándolo.
-¿Tan malo es que lo sepa?
-¡Claro que es malo! – exclamó Alice levantándose de la cama y paseando como un león enjaulado por la habitación. Le dolía la cabeza, como si tuviera a alguien taladrándole insistentemente, pero el miedo y la situación en la que se encontraba, hacían que ese dolor careciera de importancia - ¡Él no siente lo mismo que yo! ¿Con que cara le voy a mirar ahora sabiendo que sabe lo que siento?
-¡No hay nada de malo en que estés enamorada de él, Alice! – exclamó Megan, yendo hacia ella y haciendo el ademán de tocarla, pero Alice se apartó antes, enfadada - ¡Eres una Gryffindor, por Merlín! Saca esa valentía que nos caracteriza y échale ovarios a la situación.
-Ya sé que no hay nada malo, pero no quería que lo supiera – el frenetismo de momentos antes, había dado paso a un abatimiento deprimente.
-¿Y qué vas a hacer? ¿Vas a quedarte aquí encerrada hasta que llegue el tren en junio para llevarnos a casa? – soltó Megan, y Alice asintió – Me largo, está visto que no se puede hablar contigo de Frank cuando estás con resaca, aunque siendo sincera, no se puede hablar de Frank en ningún estado – se acercó a ella y la señaló con dedo, de forma acusadora – Estás tan obsesionada con el hecho de que no le gustas y que no se ha fijado en ti, que no ves más allá de tus estúpidas narices.
-¿Qué quieres decir con eso?
-Como eres tan cobarde que no quieres admitir delante de él que de verdad le gustas, no creo que lo averigües nunca. Anda Morgan, quédate en esta habitación y sigue suspirando por Frank.
Y salió de la habitación dando un portazo que hizo encogerse a Alice. Su amiga estaba enfadada de verdad, y se sintió mal por aquello. Miró a las dos amigas que aún estaban con ella, y por sus miradas, opinaban lo mismo que Megan, y si no salían de la habitación era posiblemente por miedo a que cumpliera con sus palabras y se tirara por la torre.
Tragándose las lágrimas, se metió en la cama, se tapó y se encogió, abrazándose a sus rodillas. ¡Aquello era una pesadilla! Ella sabía que no había nada de malo en estar enamorada, y menos de Frank, pero lo que Alice no soportaba era la decepción de un amor no correspondido. Mientras sus sentimientos eran secretos, a ella le resultaba más fácil hablar con él y los años de práctica le habían ayudado a mirarlo a hurtadillas sin que le pillaran o resultara sospechoso. Para ella, esa situación estaba bien, o todo lo bien que se puede estar. Se le rompía el corazón cuando lo veía con alguna chica, pero era un dolor que solo sentía y sabía ella.
Ahora, aunque la relación entre los dos no es que fuera de los mejores amigos, ya no sería la misma. Cada vez que Frank la mirara, sabría que estaba colada por él, y conociéndole, se sentiría incómodo. Poco a poco irían distanciándose hasta ser poco menos que conocidos que se saludan por los pasillos, y con el tiempo, ni eso tendría de él. Ni un mísero saludo por el que suspiraba cada día.
Frank había estado hasta las tantas en la Sala Común pensando, hasta que agotado, había subido a su habitación y se había acostado. Sus sueños estuvieron repletos de imágenes de Alice repitiéndole que estaba enamorada de él. Una y otra vez. Y aunque soñó que volvía a tenerla entre los brazos como la noche anterior, la sensación no se podía comparar con la calidez y la suavidad del cuerpo de la chica abrazado al suyo. Cuando se despertó, no habían pasado ni cuatro horas desde que se había acostado. Se dio una ducha rápida y se vistió con unos vaqueros y una sudadera y bajó otra vez a la Sala, dispuesto a esperar todo el día si hacía falta hasta que Alice bajara.
Tenían cosas que hablar, y Frank no podía esperar más. Necesitaba saber si era cierto, escuchar de sus labios aquellas palabras que se repetían una y otra vez en su mente, despertando esperanzas en él.
Pero no fue Alice la que bajó, sino Morgan y por su cara, estaba furiosa. Iba mascullando por lo bajo, y no precisamente palabras amables. No pareció sorprendida cuando lo vio.
-Si esperas a Alice, puedes morirte sentado, porque no quiere bajar – le soltó.
-¿Por qué? – se levantó del sofá donde estaba sentado y dejó el libro en la mesilla.
-¿Enserio me estás preguntando eso? – lo miró como si estuviera loco – Mira Longbottom, haznos un favor al mundo y dile de una puta vez a la cabezota de Morgan lo que sientes.
-¿Cómo sabes…? – creía que solo sus amigos lo sabían.
-¡Por Merlín, pones la misma cara de cordero degollado cuando la miras, que pone ella cuando te mira a ti! – exclamó como si estuviera harta de aquella situación - ¡Malditos cabezotas y orgullosos!
Y echando pestes sobre Alice y él, la chica desapareció por la puerta de la Sala Común, y dejó al chico noqueado. Durante todas las horas que se había pasado pensando en la declaración de Alice, había intentado encontrar indicios de que aquello era cierto, pero no encontraba nada. Alice trataba a todo el mundo con amabilidad, no mostrando preferencia por ningún chico. Las pocas veces que hablaba con él, lo hacía como si lo hiciera con otro compañero. Se cogió la cabeza con las manos, frustrado y confundido. ¿Y si no era cierto lo que le había dicho? ¿Y si no había sido más que una broma planeada por ellas? No, negó con la cabeza. Las chicas, y sobretodo Alice, no sería tan cruel para hacer una broma como aquellas. Además, tenía que tener en cuenta que Megan le acababa de decir que él ponía la misma cara que ella cuando le miraba.
Estaba lleno de dudas y preguntas, y seguiría estándolo hasta que hablara con Alice. Y si la chica no quería bajar, haría lo posible para que lo hiciera, aunque fuera a la fuerza.
Aquello era una tontería. Mientras daba vueltas por su habitación, muerta de hambre, Alice pensaba que la idea de permanecer encerrada en su habitación hasta el final de los días, era una idea de lo más absurda. En un ataque de decisión, se había vestido y había abierto la puerta de su habitación, pero cuando le vino a la cabeza la posibilidad de encontrarse con Frank, soltaba un gemido lastimero y cerraba otra vez la puerta, con ella dentro.
Sus amigas se habían negado a llevarle comida, diciéndole que si tenía hambre, ya sabía lo que tenía que hacer.
-Creo que la valentía Gryffindor me ha abandonado – musitó, y gimió cuando su estómago rugía por algo de comida – No puedo quedarme siempre en la habitación, muriéndome de hambre, y por la cara enfadada de Megan, sé que no dará su brazo a torcer y me traerá alguno de esos platos tan sabrosos de los elfos.
Derrotada, y siendo el hambre más fuerte que el miedo a encontrarse con Frank, se puso las deportivas y se caló la gorra de Gryffindor bien abajo, tapándole el máximo los ojos. No quería que nadie viera la cara de zombie que traía. Bajó despacio las escaleras, y cuando llegó a la Sala se paró en seco. Frank estaba sentado en el sillón frente a las escaleras y le estaba mirando fijamente. Al ver que el chico iba a levantarse, Alice echó a correr hacia la salida de la sala.
-¡Alice!
Aún no había llegado a la puerta, cuando Frank la cogió por el brazo, y se giró de sopetón, mirándolo aterrorizada. Sentía su brazo arder allí por donde él la tenía cogida, y su respiración se aceleró. Él también tenía mala cara, pero aún y así, Alice lo encontró guapísimo.
-Tenemos que hablar.
-No hay nada de qué hablar – consiguió encontrar la voz para responderle, pero sonó tan débil e insegura como se sentía ella.
-¿Ah no? – alzó las cejas - ¿De veras pensabas que después de decirme que estás enamorada de mí, iba a hacer como si no hubiera pasado nada?
Alice se encogió ante la determinación que veía en los ojos de Frank. Él quería saber, y ella no quería decírselo, confirmárselo.
-Estaba borracha – intentó excusarse, pero cuando vio que una sombra de enfado cruzaba los ojos de Frank, supo que había sido mala idea decir eso.
-¿No sabes lo que dicen, Alice? – otra vez llamándola por su nombre. Siempre se habían llamado por apellido. Frank se acercó a ella, y ella no fue consciente de que había retrocedido hasta que se encontró con la espalda pegada a la pared y el cuerpo del chico frente a ella – Dicen que los borrachos y los niños siempre dicen lo verdad.
No me sigas presionando, por favor, rogó para ella. Estaba al borde un colapso emocional, al límite de sus fuerzas. Sus nervios ya no soportaban tanta tensión, se sentía mareada y débil, y su no estuviera pegada a la pared, habría caído. Y la insistencia de Frank no ayudaba nada, como tampoco su cercanía y su olor.
-¡Maldición Alice, no creo que sea tan difícil decir si es cierto o no que estás enamorada de mí! – exclamó Frank, perdiendo los papeles. La chica lo miró sorprendida, pues nunca le había visto tan fuera de sí, tan nervioso.
-¿Y a ti porque te importa tanto? ¿Qué más te da si estoy o no enamorada de ti? ¿Y si te dijera que no? – no se dio cuenta de que estaba gritando. Gritándole a Frank.
-Dime lo que te dé la gana, mientras sea la verdad. ¿Tan difícil te resulta? ¿De qué tienes miedo?
Aquella última pregunta fue la detonante de todo, y antes de que pudiera reaccionar, Alice estaba soltando todo aquello que llevaba callando desde hacía tantos años. Ya no podía callar más. Estaba cansada de tener que callar y tragarse su enamoramiento por él, sus lágrimas de amargura y decepción.
-¿Quieres saber si es cierto? ¡Pues lo es! ¡Llevo colada por ti desde primero! – gritó y Frank se sobresaltó por la fuerza de la aquella confesión. No fue consciente de la intensidad con la que le miraba él, porque una vez había empezado, no había forma de callarse - ¿Era eso lo que querías escuchar? ¿Estás contento ahora? Te sentirás muy satisfecho contigo mismo, ¿no? La tonta de Morgan está enamorada de ti.
-Nunca he dicho que fueras tonta – respondió el, molesto por su comentario – Y sí, me siento satisfecho, pero no por el motivo que crees – hizo el intento de acercarse a ella, pero la chica huyo yéndose por el otro lado – Alice – la llamó, pero ella seguía hablando sin parar.
-¡Por Merlín, que tonta y patética soy! No quería que lo supieras. ¡Por Merlín, no quería que lo supieras!
-¿Por qué no?
-Porque tu no sientes lo mismo. ¿Cómo voy a mirarte a la cara a partir de ahora?
-Alice
-No tenía que haberme dejado convencer para beber, o podría haberme tirado por la ventana estaba mañana cuando me he levantado ¡Ahora no estaría pasando esto!
-¡Alice! – Frank intentó acallar las palabras sin sentido que estaba empezando a soltar la chica, pero no había forma de que lo hiciera. Dando una zancada y plantándose frente a ella, le abarcó la cara con las manos, y la calló con un beso.
Cuando los labios de Frank se posaron sobre los suyos, Alice calló de golpe, totalmente anonadada. Se quedó tiesa, con los ojos abiertos por la sorpresa. No supo si el beso le gustó o no, pues estaba intentando asimilar que el chico le estaba besando.
-Bien, ya te has callado – la sonrisa de Frank no podías ser más ancha, y Alice nunca le había visto sonreír de aquella forma, como si se sintiera realmente feliz. – Ahora, ¿me vas a dejar hablar a mí? – ella asintió de forma autómata – ¿Quieres saber porque era tan importante para mí saber si era cierto o no lo que me dijiste anoche? – ella volvió a asentir. Al parecer, la capacidad de habla se había perdido entre el beso de momentos antes. Frank se negaba a soltarle el rostro, y le acariciaba con suavidad las mejillas – Porque necesitaba saber si mis sentimientos también eran correspondidos.
-¿Qué? – preguntó débilmente, sintiendo como sus piernas flaqueaban.
-Que yo también estoy enamorado de ti.
-Necesito sentarme – mareada, se separó de Frank y se dejó caer en el suelo, apoyando la espalda en la pared. Él se sentó a su lado, tan cerca de ella, que sus cuerpos estaban pegados. Alzó la cabeza y clavó la mirada en él - ¿Hablas enserio? – asintió - ¿Y porque no has dicho nada?
-¿Me estás recriminando? – se echó a reír, divertido, y muy a su pesar, Alice esbozó una sonrisa – No sé, supongo que por los mismos motivos que tu. No sabía lo que tú sentías, es decir, he estado intentando encontrar alguna ocasión en la que me hayas mirado de una forma diferente a como miras al resto de chicos, y no he podido. No quería quedar como un idiota frente a ti.
-Intentaba que no se me notara - soltó un suspiro, totalmente agotada. Inconscientemente, su cabeza se apoyó en el hombro de chico, quien se movió un poco para que estuviera más cómoda – No quería que lo supieras y terminar con el corazón roto, pero por otra parte, estaba tan cansada de callar.
-Y yo también – murmuró, apoyando la mejilla en la coronilla de la chica – Pero ya no tenemos que seguir callando, ¿verdad? – la chica negó la cabeza y al bajar la mirada, vio que se estaba durmiendo. Esbozando una sonrisa llena de dicha y dulzura, la rodeó con sus brazos y la apretó hacia él. A él también le estaba venciendo el sueño – Te quiero.
Y así se los encontraron un rato después los amigos de ambos: sentados en el suelo, apoyados en la pared y abrazados. Ambos sonreían y sus amigos suspiraron aliviados. Por fin, Alice y Frank había cruzado el límite de sus propios miedos e inseguridades, confesando en voz alta esos sentimientos que les acompañaban desde hacía años.
Fin