¡NO LEAS ESTO!

Buenas buenas, mi gente bella de Internetz (?), wow... verdaderamente tengo siglos sin pasar por aqui, ¿en que momento me convertí en adulta y dejé de pensar que leer y escribir es lo mejor de este mundo?

Sé que muchos no me reconocerán xD hace siglos que no actualizo y peor aun siendo esta mi primera historia en esta grandiosa página, pero no crean que no he visto sus reviews y como han seguido escribiéndome y pidiendo actualización AÚN después de tanto tiempo fuera de esta burbuja.

Vengo aquí hoy, 13/06/2017, 8:30 en mi país, (cabe agregar que me compré lentes para cerciorarme de cada detalle xD) para finalmente hacerle justicia a este fic, que se que ha tocado los corazones de muchos y no puedo estar mas agradecida por eso. Gracias, gracias, gracias y triple gracias a los que han seguido insistiendo después de tantos años (duele decir que han pasado casi 5 años xD, pero gracias a ustedes estoy aquí).

Hice algunas modificaciones para hacer un poco mas entendible algunos huecos durante la historia, espero que la disfruten leyéndola al igual que disfruté escribiéndola x3, seguiré actualizando lo mas pronto que pueda (lo juro por Contabilidad xD y créanme que no lo haré en vano porque ni por carrizo repruebo esa materia jajaj).

En fin, sin mas preámbulos, re disfruten (?) la función, my friends :3...

Advertencia: Inuyasha y sus personajes no me pertenecen, solo los tomo prestados para satisfacer la ansiedad de una buena historia :3.


1.

NIGHTMARE.

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Respiró profundo. Detuvo el aire en sus pulmones, mientras esperaba que una buena oxigenación le llegara a la cabeza, tal vez para poder aceptar, o fingir que aceptaba, que había algo bueno detrás de todo esto. Cerró los ojos y exhaló sin reserva, esperando así que toda su furia e impotencia se fueran con el aliento.

No sintió nada, todo seguía igual, no podía fingir, claro estaba que no había nada bueno en esto. Todo era un error, un muy grande y estúpido error. Amaba a su padre, pero definitivamente ésta era la idea más ridícula que pudo haber tenido.

Abrió los ojos al sentir como se detenían y los caballos relinchaban, supo entonces que ya habían llegado a su destino, y con aquella fría mirada que acogió desde que emprendieron camino, se bajó del carruaje antes de que su padre lo hiciera.

No pudo disimular su asombro al observar aquel imponente palacio, el cual definitivamente era muy diferente al que habían dejado atrás. Se sintió nerviosa, su corazón palpitaba con fuerza, sus manos le sudaban dentro de los blancos guantes de seda y las piernas le temblaban. Agradeció a Dios de que el corsé estuviera lo suficientemente apretado para mantenerla firme y que el elegante vestido que traía fuera lo suficientemente amplio como para que no notaran el temblor en sus piernas.

Luego de que los condujeran al interior del palacio, pasó de sentirse nerviosa a jodidamenteaterrada, pero aún así mantuvo siempre su semblante frío e indiferente, no podía permitir que la vieran exaltada. Tal vez, solo tal vez, odiaba a muerte la idea de tener que casarse con aquél hombre, pero lamentablemente ella era una princesa… y lamentablemente ese era su deber.

- ¿Y esa cara? – Preguntó su padre, el rey de Goshimboku, quien de manera interrogante veía como su hija apartaba uno de sus rizos azabaches de su rostro.

- ¿De qué habla? ¿Qué cara? – Preguntó ella a la defensiva, mirando hacia el frente, mientras eran trasladados al salón principal del palacio.

- Esa que traes, Kagome. – La señaló.

- No sé de qué habla, Padre. – Fingió indiferencia. – Esta es mi cara de siempre. –

- Por favor, Kagome, te conozco. Ese semblante que traes es el que menos me gusta. Se que esta decisión fué apresurada y algo desesperada, pero por la situación que tenemos con el reino ya no sabía en que mas pensar. – Expresó él, en un tono melancólico. Kagome al oírlo volteó para verlo a los ojos. – Tenemos un deber con nuestro pueblo, hija, pero si tú no eres feliz con este acuerdo te juro que soy capaz de dejar todo y regresar… no soportaría que me odiaras. -

Kagome sintió como su corazón se destrozaba, su padre también estaba sufriendo con todo esto, y no había reparado en él por estar pensando en ella. Jamás odiaría a su padre lo quería demasiado, y por ese afecto que le tenía era que estaba ahí parada. – Estoy bien, Padre, de verdad. Sé perfectamente lo que tengo que hacer. – Respondió, brindándole una de sus sonrisas, intentando apaciguar su angustia.

No pudo evitar asombrarse al ver lo majestuoso y extremadamente lujoso que era aquel gran salón principal, si por fuera era tan solo imponente, por dentro era monumental. El piso, cubierto de un porcelanato impecable y bien pulido, vestía una gran alfombra roja que conducía a los grandes tronos, pertenecientes a los reyes; las paredes estaban decoradas exquisitamente con colores pasteles de primera calidad y las ventanas cubiertas con telas extremadamente finas y delicadas.

Si tan solo el salón principal era así, no imaginaba el resto del palacio. Extrañamente sintió emoción al pensar que ése sería su nuevo hogar, pero todo júbilo desapareció cuando vio que el rey Inuno Taisho se adentraba al salón y se dirigía hacia ellos. Rápidamente volvió a su fría postura, pero sin poder evitar sentir su corazón encogerse.

Sintió algo de indiferencia al ver como su padre y el rey Taisho se saludaban con demasiada alegría, sabía perfectamente cuan grandes amigos eran, pero no podía evitar pensar que ahí lamentablemente radicaba el problema. Cuando su padre la presentó ante él, regresaron a su mente dos palabras que venía pensando en todo el viaje pero que sólo hasta ahora las sentía en carne viva: Estaba condenada.

- Seguro te debes de acordar de mi hija, Kagome. – Presentó su padre al rey Taisho, y éste último le dedicó una estusiasmante sonrisa.

- Por supuesto, ¿Cómo olvidarla? – Respondió Inuno.

- Es un placer estar aquí, Majestad. – Comentó Kagome con una de sus mejores sonrisas, mientras hacía una reverencia.

- Es un honor para mí, querida. – Dijo Taisho, dedicándole una mirada alegre mientras besaba una de sus manos, Kagome supuso que aun siendo rey era una persona muy feliz… y no entendía porque eso le molestaba. – La última vez que te vi eras un bebe, y recuerdo que siendo tan joven eras una excelente arquera. – Río. – Al igual que tu hermana. -

Kagome sintió la sangre helarse y sus músculos tensarse al instante que la mencionó. Hacía ya un gran tiempo que nadie mencionaba a su hermana, y su comparación con ella la descolocó sin duda.

Su padre, al ver que Kagome no pensaba responder, intentó apaciguar el ambiente comentando: – Si, pero sin duda heredó el carácter de su madre. – Bromeó, a lo que Taisho no reprimió una carcajada.

- Si, la verdad es que eres idéntica a ella. – Siguió el rey Inuno, y Kagome de repente sintió deseos de apartarse de ese lugar. – Supongo que Midoriko estaría orgullosa, has crecido bien, ya eres toda una dama… Perdón, toda una princesa. -

- Gracias, Majestad. – Fué lo único que pudo decir, mientras se esforzaba en ensanchar una sonrisa.

- Me temo informar que mi hijo menor, Inuyasha, no ha podido regresar de un asunto pendiente por el cual salió muy temprano en la mañana. – Informó el rey Taisho con un deje de molestia en su voz. – Pero me gustaría que nos acompañaran al gran comedor, pronto se servirá la cena y quisiera presentarles a unas personas.

- Por supuesto, estaremos encantados. – Respondió su padre para luego ser trasladados hacia el lugar.

Kagome tomaba grandes bocanadas de aire para tranquilizarse un poco, el que mencionara a su hermana y a su madre fué algo que la tomó completamente por sorpresa, pensaba en ellas todo el tiempo, pero… cuando la vida sigue, a veces simplemente debes seguir con ella.

El salón donde yacía el gran comedor era mucho más distinguido que las demás áreas recorridas anteriormente, las paredes estaban decoradas de un tenue dorado de manera perfecta, los grandes ventanales adornados con sus respectivas cortinas de seda, el piso perfectamente pulido; pequeños detalles que hacían que aquel comedor se viera majestuoso. Al entrar pudo notar a cuatro personas hablando, las cuales se levantaron inmediatamente al verlos llegar.

- Kagome, permíteme presentarte a mi esposa, la Reina Izayoi. – Presentó Inuno, a lo que Kagome ensanchó una sonrisa a la susodicha, mientras hacía una reverencia. Sin duda era una mujer muy hermosa, vestía un elegantísimo vestido manga larga de un color champagne, su cabello negro como la noche perfectamente recogido en un moño alto dejando algunos rizos escaparse sobre su rostro, y su piel parecía la mas delicada porcelana que hacia perfectamente juego con su atuendo.

- Es un gusto verte, querida, has crecido bastante. – Comentó la reina, mientras le dedicaba una sonrisa maternal, a lo que Kagome se sintió extrañamente familiar.

- Es un verdadero placer, Reina Izayoi. – Sonrió, esta vez de corazón.

- Él, es mi hijo mayor, Sesshomaru Taisho. – Continuó, Inuno. – Y ella su esposa, Lin. – Kagome hizo su reverencia ante ellos, Sesshomaru Taisho por supuesto que lo recordaba, a él y a su impertinente hermano, no había cambiado en nada el Taisho mayor, seguía con su fría y calculadora mirada siempre en aquellos ojos dorados que le recordaban al invaluable oro, había crecido considerablemente y seguía conservando su larga melena oscura como solían llevar todos los del mismo apellido. Pasó su vista a su esposa Lin y se sorprendió lo excesivamente feliz que la hacía su sonrisa, tanto que se sintió contagiada de repente, se dió cuenta que su porte la hacía ver jovial y llena de vida. Esta pareja era algo… peculiar.

- Es un gran honor conocerla al fin, Alteza, nos han contado mucho sobre usted. – Comentó Lin, aun con su sonrisa radiante, mientras le hacía una reverencia a Kagome, a lo que ella respondió igual. Kagome no pudo evitar sonreír ante el entusiasmo de la joven princesa, era muy hermosa y verdaderamente agradable… lamentablemente todo lo opuesto a su esposo.

- Y ella, la duquesa Sango, mí querida sobrina. – Kagome rápidamente ensanchó una amplia sonrisa al verla, mientras hacia su reverencia. ¿Cómo olvidarla? Era la persona con uno de los corazones más grandes que conocía. La había extrañado bastante, y cuanto había cambiado, su cuerpo bien desarrollado vestía un refinado vestido color turquesa, su cabello castaño siempre perfectamente recogido como lo recordaba, y seguía conservando sus expresivos ojos cafés. Nunca dejó de contactarse con Sango, siempre se mandaban cartas aún después de tantos años separadas.

- Que gusto, Alteza, verla de nuevo. – Respondió una Sango muy alegre, lanzándole una mirada que Kagome captó como "Te he echado de menos, amiga". Al rato los sirvientes anunciaron que servirían la mesa.

Después de que el rey la presentara todo transcurrió normal y hasta muy agradable para Kagome, en toda la cena no dejó de hablar con Sango y Lin contando anécdotas ya lejanas y recuerdos muy agradables, Sesshomaru se mostró oyente a su conversación, pero no habló salvo para lo necesario, mientas que del otro lado del comedor se hallaban Inuno, Izayoi y su padre hablando amenamente y riéndose de sus ocurrencias.

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Ya era algo entrada la noche cuando un joven de tez blanca, cabello negro como la noche y ojos grises, salía de una lujosa mansión montando su blanco caballo con algo de mucha prisa.

No había porque negarlo estaba completa y rotundamente frito.

Su padre le había repetido incontables veces que si no llegaba antes del atardecer se las vería con él, y él le había repetido a su padre, incontables veces, que llegaría justo a tiempo. Era curioso saber que su familia lo conocía mejor que él mismo.

Había ido a visitar a su mejor amigo, el conde Miroku, intentando justificar su ansiedad y nerviosismo, pasó gran parte de la tarde compartiendo buenas conversaciones, según él, y para cuando se dió cuenta ya eran las cinco de la tarde y llovía a cántaros. Aunque protestó muchas veces contra su amigo, éste no dejó que él se fuera con un tiempo así.

Sabía que era hombre muerto pero la verdad poco le importaba, ¿Que más daba? no es como si no lo hubieran reprendido antes, además de que no halló razón por la cual animarse a llegar temprano… o simplemente llegar.

Técnicamente lo obligaron a aceptar el compromiso, a ir en contra de su voluntad, todo por el bien de ambos reinos. Obviamente a él no le convenía decidir, porque era su deber como príncipe de Sengoku. Sin embargo, nadie tomó en cuenta sus sentimientos y mucho menos preguntaron si todo esto estaría bien.

Buscó en uno de sus bolsillos de su fino traje y sacó una reluciente joya de un color rosado pálido. La perla de Shikon, tan solo codiciada en gran parte por su nombre, tenía poderes ocultos aquella invaluable joya, era curioso que después de tanto tiempo ahora la tuviera justo en sus manos. Tal vez las cosas podrían ser diferentes, tal vez no tenía que ser obligado a algo que simplemente no quería hacer, tal vez todo podía acabar bien.

Suspiró pesadamente al notar que ya se hallaba en los confines del palacio, guardó la joya rápidamente y observó que se encontraban varias habitaciones con las luces prendidas a lo que dedujo que sus padres lo estaban esperando.

No sentía ganas de lidiar con ellos justo ahora, había tenido un largo día, así que por supuesto no entraría por la puerta principal para que aquellos soldados idiotas anunciaran su llegada y así prácticamente lo condenaran a muerte.

Ágilmente rodeo el castillo hasta llegar a un viejo y gran árbol, el cual una de sus ramas conducía directamente a una de las grandes habitaciones. Guardó rápidamente a Tessaiga, su caballo, en el stud perteneciente y se dispuso velozmente a trepar aquel macizo.

Abrió el gran ventanal de aquella habitación oscura, y entró sin dificultad en ella, ahora le tocaba pensar que buena/patética excusa le diría a sus padres para no parecer tan irresponsable.

Movió su cabeza, algo desconcertado, al creer oír las fuertes respiraciones de alguien, y confuso se volteó completamente mirando hacia la cama para hallar a una joven sentada al borde de ella con una expresión de perfecto espanto.

Su asombro no logró caber nunca dentro de él, al contemplarla mejor, la conocía, por supuesto que si ¿Cómo podría olvidarla?, había cambiado bastante, pero sin duda la reconocería en donde fuera y aún bajo la penumbra en la que estaban rodeados. Por supuesto se había desarrollado y crecido muy bien, pero seguía teniendo su piel perfectamente tersa, su cabello azabache seguía conservando sus naturales rulos, y sus intensos y expresivos ojos cafés seguían poblados de extensas pestañas justo como él recordaba, su rostro seguía siendo angelical.

Aun cuando pensó que quizás no hacía falta volver a verla, después de todo lo que estuvo planeando toda la tarde, definitivamente así no era la forma en que quería volver a encontrarse con ella.

Bajó sus hombros después de darse cuenta de lo tenso que estaba, y solo alcanzó a susurrar:

- Kagome… -

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Salió del baño ya trayendo puesta su pijama y guardó su vestido en el armario con molestia. Suspiró pesadamente, no debería importarle que el engreído de Inuyasha no hubiera aparecido en toda la estúpida tarde, debió haberlo imaginado. Pero eso no disipaba su furia, fué humillante el haber esperado a que apareciera.

Se sentó en la silla que hacía juego con su mesa de noche, donde yacía un espejo. Se miró fijamente por varios segundos, la verdad los recuerdos que tenía de su madre y su hermana se hacían cada vez más lejanos, y aunque se esforzara en recordar los detalles de sus facciones no podía hacerlo con claridad y eso la frustraba, si ellas estuvieran, las cosas serían seguramente más fáciles.

Sintió las traicioneras lágrimas acumularse en sus ojos, y aunque estaba en toda su libertad de largarse a llorar en la privacidad de su cuarto, no lo haría, porque así no era ella y tampoco quería ser así.

- Soy Kagome Higurashi, Princesa de Goshimboku… y, puedo hacer esto. – Se dijo a si misma, mientras se miraba al espejo. – Todo por el bien de mi nación. – Sin poderlo evitar una fina lágrima corrió rápidamente por su mejilla y muchas otras más la siguieron, a lo que Kagome pasó a secarlas antes de que mojaran todo su rostro. Se dedicó a cepillar su cabello, mientras esperaba tranquilizarse un poco.

Ya sin ánimos de seguir pensando mas, prosiguió a apagar la luz de su habitación, y dirigirse a su cama para conciliar el sueño, ya mañana seria otro día, y tal vez las cosas no tenían porque ser tan malas, tal vez podría sonreír y sonreír hasta que ya no doliera tanto.

Se exaltó al sentir un sonido extraño proveniente de su ventana y rápidamente se levantó de la cama para ver. Quedó absorta de confusión al ver como un hombre alto entraba sin ningún tipo de recato a su habitación, se estremeció al pensar que podría ser un ladrón o peor aún que pudiera ser un asesino.

El hombre se encontraba de espaldas, arreglando su atuendo, y ella rápidamente buscó algo a su alcance para defenderse. No veía nada en esa oscuridad, lo que la alteró de sobremanera, haciendo que agarrara una gran bocanada de aire… y definitivamente no contó con que el extraño individuo reparara en su presencia.

Si antes estaba asustada, ahora estaba muerta de terror, no le quedó de otra que quedarse mirando fijamente. Una princesa no gritaba, pero tan solo esperaba a que el intruso intentara propasarse para pegar el grito más desesperado de su vida.

Pudo notar que él también estaba sorprendido al verla, y como no decía nada paso a detallarlo a él y a sus movimientos cuidadosamente. Por supuesto que era alto, le debía llevar como una cabeza por lo menos. Se podía apreciar a simple vista que era de cuerpo robusto, y su tez era blanca, pudo notar su oscuro cabello y también sus oscuros ojos, extrañamente le pareció familiar pero no pudo reconocerlo de ninguna manera.

- Kagome… - Lo alcanzó a oír, quedando paralizada al instante, ¿El asesino la conocía?

- ¿Qué? – Musitó apenas, intentando salir de su impresión.

- ¿Eres… tu Kagome? – Preguntó Inuyasha, dudoso de seguir hablando. Kagome no reconoció su timbre de voz, pero la forma suave en que pronunciaba las palabras la hicieron relajarse por unos segundos

- Perdone, pero me encuentro en desventaja, no tengo idea de quien es usted… - Respondió ella, viéndolo inquisitivamente. Inuyasha entró en pánico por un breve momento, no esperaba que su reacción al verla fuera tan humillante.

- Oh, es que tú eres… es decir, luces… - No sabiendo como ordenar las palabras, Inuyasha sonrío torpemente mientras daba un paso hacia ella. – Lo lamento, no sabía que se encontraba aquí. No fue mi intención entrar de esa forma. – Kagome intentó apreciarlo mejor con la poca iluminación que le brindaba apenas ese cuarto, y agradeció que estuviera sentada ya que las piernas le temblaban. No pudo evitar pensar que ese joven era extremadamente atractivo, sus facciones eran elegantes y a la vez masculinas, no supo porque de repente deseó tener un poco más de luz.

Inuyasha también la contempló por varios segundos, todavía no seguro del todo de lo que pasaba, ¿Era aquello una clase de sueño o qué?, hacía tiempo que no se sentía así… así como el viejo Inuyasha.

¿Y si la ponía a prueba?

- No es por ser maleducado, señorita, pero es un poco tétrico que esté en esta habitación tan a oscuras y completamente sola. – Dijo, reprimiendo una risita. Debía asegurarse que era ella.

- ¿Y usted me lo dice a mí? Perdone, pero yo no fui la que entró por esa ventana como si fuera a hurtar algo, eso es todavía más tétrico. No sé quién es usted, podría pensar que es un homicida. – Respondió Kagome, a la defensiva. – Sin contar que aun no me ha dicho su nombre.

- Debería tener más respeto, niñita. – Dijo Inuyasha entre dientes, comenzando a exasperarse. Odiaba que le hablaran así.

- No, usted debería tener mas respeto, ¿acaso no sabe quién soy? -

- ¿Que no sabes tú quién soy? – Contraatacó.

Inuyasha no tenía intención de decir quién era, al fin y al cabo, de nada servía si ya había decidido llevar a cabo su plan, pero sabía perfectamente que Kagome no era de esas personas que se quedaban conformes con saber nada. Notó como la pelinegra desvió la mirada, lo cual le hizo musitar algo así como un "Lo siento, por gritar". La miró sin disimulo, todavía confundido, ¿de verdad era ella?

- Exijo saber quién es y qué hace aquí. – Requirió Kagome, regresando a su postura de siempre. Inuyasha entrecerró los ojos, si era ella.

- Eso a usted no le incumbe, además un buen asesino no da nunca su nombre. – Contraatacó de nuevo, en su más amplio sarcasmo.

Kagome se sintió terriblemente indignada. – ¡Que cínico! ¿No tiene la más mínima delicadeza? -

- Pues si algo debe saber, señorita, es que tengo grandes influencias en este palacio. – La miró con un aire burlón en sus ojos. Kagome por su parte no se inmutó, al contrario, su fría expresión era cada vez mas gélida.

- ¿Se supone que debo sentirme atemorizada por eso? -

- Debería. -

- Pues lamento desilusionarlo. –

Inuyasha se sintió descolocado, extrañamente esa situación era muy familiar para él, así era exactamente como ella solía responderle, sin miedo.

Tanteando bien sus palabras, decidió ceder ante ellas – Esta bien… - Respondió, mirándola fijamente. – Yo… eh, escapo de alguien… – Habló, algo inseguro.

Kagome, sorprendida de que decidiera empezar a hablar, también se tomó unos segundos para entender sus palabras y pensar en las suyas. Lo miro dudosa. – Yo… - Pausó, nerviosa. – Tengo un compromiso en este lugar. -

- ¿Sobre qué?... si se permite preguntar. - Siguió Inuyasha, haciendo un ademán con las manos, intentando parecer despreocupado. No supo porque tenía curiosidad de saber que diría ella sobre él. Kagome dudó por unos momentos en seguir con esa conversación, pero luego pensó que no habría problema en contarle tal vez una pequeña parte. De poder desahogarse de sus problemas… por alguna vez.

- Solo puedo decir que se trata de la vida, y el futuro. – Respondió, desviando unos segundos su mirada para luego volver a encararlo. – Al parecer ya tengo todo eso planeado. -

- Y… ¿Eso no es lo que quieres? – Inuyasha no supo porque preguntó eso.

- N-no, yo… - Suspiró. – Es complicado... ¿existe alguien seguro de lo que en realidad quiere? -

- Pues, yo pienso que todos siempre deseamos algo en común. – Musitó, mientras se atrevía a acercarse un poco más a ella. – Tú quieres lo que todos queremos. -

Kagome se limitó a sonreír abiertamente, lo cual era curioso ya que desde que había llegado a ese lugar no había podido reír con tantas ganas como ahora. No conocía, ni mucho menos sabía quién era ese sujeto ¿Qué rayos le pasaba? ¿Acaso ya estaba tocando fondo? – Déjame adivinar, supongo que todos queremos un extraño entrometido que entra por la ventana y dice tener todas las respuestas. –

Inuyasha se permitió echar una carcajada ante el comentario, a lo que respondió con una picara sonrisa. – Solo digamos que he vivido muchas experiencias y he aprendido algunas cosas. -

Kagome se sintió extraña al sentir su corazón bombear con fuerza, por lo que se apresuró en no desviarse de la conversación. - Entonces extraño… dime, ¿Qué es aquello que todos queremos? –

Inuyasha la miró en silencio por pequeños segundos, que parecieron una eternidad para la pelinegra.

- Quieres un amor que no solo te haga mejor persona, sino que te haga sentir querida hasta el punto de consumirte. Quieres pasión, por supuesto. Que te reten, que te hagan pensar. Quieres aventura y ¿para que negarlo? también un poco de riesgos… -

Hubo un silencio sepulcral por un momento, quedando las palabras de Inuyasha en el aire, las cuales empezaron a crear un lenguaje visual entre aquellos dos jóvenes en esa oscura habitación. Kagome lo miraba sorprendida después de haber oído semejante descripción, e Inuyasha simplemente no pudo apartar su mirada de la de ella, sintiendo como se perdía en sus ojos chocolates.

Se sobresaltaron al oír que golpeaban la puerta de la habitación, Kagome se paró de la cama al escuchar la voz de su padre del otro lado "Hija, ¿me permites entrar?" e Inuyasha reconoció aquella voz perfectamente, era el Rey de Goshimboku, el amigo de su padre… Se volteó rápidamente hacia a Kagome y la miró asustado, esta situación no estaba bien, ¿cómo había permitido que fuera tan lejos?

- Es un poco frustrante que después de tantas cosas, no me reconozcas. – Kagome escuchó lo último, pero no atinó a poder responder ya que no pudo digerir esa información, no pudo asimilar esa información… Ahora que lo podía ver un poco mejor, nunca imaginó eso. Ese desgraciado

Los insistentes llamados de su padre hicieron que Kagome le gritara que esperara por un momento, y al volverse hacia Inuyasha notó lo muy cerca de su cara que estaba, pero él no se inmutó. Se dedicó a verla profundamente. Ella no dijo nada, pero su fría postura lo decía todo.

Se sorprendió al ver como sus ojos grises adoptaban un brillo extraño, pero no fue hasta que habló que se sintió como en una especie de trance.

- Kagome, me divertí al hablar contigo y espero que tu estadía aquí sea lo más amena posible. Quiero que no dejes de sonreír, aunque sea difícil. No quiero tener problemas y tampoco quiero causártelos… por lo que olvidarás lo que acaba de pasar entre nosotros. Estabas durmiendo y tu padre te despertó, eso es todo lo que recordarás. – Inuyasha se dedicó unos segundos para poder contemplarla mejor, y con una triste sonrisa culminó: – Buenas noches, Kag. – Para después salir por el gran ventanal, por el cual había entrado.

Kagome pestañeó, y miro a su alrededor confundida.

¿En qué momento se había levantado de la cama?

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