19: Volver.

"Quédate quieto." Susurro. Apuntándole con aquella arma de fuego directo a su cuello.

"Nunca has disparado un arma."

"Lo se."

"¡Me mataras!" Dijo apretando los dientes de un puro y frio miedo.

"Solo de este modo podre quitarte esa pesada cadena de hierro. No hay opción. Es esto o que mueras de una posible infección por el tétano." El arma en su mano tembló ante la insoportable idea de verlo morir de forma tan ruin.

Naraku agacho la mirada, por primera vez doblegado ante Sara. Se quedo un momento pensativo analizando las circunstancias en las que se encontraba. El estaba arrodillado, con la insoportable sensación de nausea en su estomago, con el dolor aun latente en su rostro, con la punzada de migraña en su cabeza y, sobretodo, con un ojo completamente ciego. Que ella lo matara seria la estocada final a una racha de mala suerte.

"Solo… no te muevas." Dijo ella susurrando. Se inclino y le dio un beso profundo.

A Naraku, eso le supo a muerte.

Sara acerco un poco más el arma a la garganta. Acomodo el collarín para que la bala no tocara ni un centímetro de piel, y sin darle una advertencia a su amado, disparo.

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Sesshomaru estaba mas que irritado, estaba completamente fuera de si.

Penetro al bosque, donde nadie podía verlo, donde podía liberar su ira. La furia corría por sus venas como nunca antes. El asesino potencial que había sido escondido en esa guerra luchaba por salir, llenando cada poro de su perfecta piel.

Sesshomaru respiro tratando de controlar aquella bestia que pedía salir.

Todo estaba saliendo mal. Kagome se había ido, Naraku había escapado y asesinado a Bankotsu, todo eso en menos de un año.

"Bankotsu." Susurro. Tranquilizándose un momento.

Su más leal servidor. Su amigo. El futuro esposo de Yura. El amor prohibido de la pequeña Shiori. Ahora, solo era un cadáver.

Sesshomaru se pasó una mano por la cara, y sintió las lágrimas corriendo por su mejilla. Deseando que tal vez nada de eso hubiese pasado.

"¡Juro que cuando te encuentre te matare, Naraku!" grito.

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Higurashi se encontraba mirando el jardín.

Era de madrugada, como cuando encontró a su esposa por primera vez. El sol comenzaba a florecer por las montañas al horizonte, la hierba lograba despedir ese increíble aroma a fresco a pesar de que la nieve cubría cada centímetro de la tierra, el lago se encontraba ligeramente congelado; y él, desde la pagoda donde se encontraba admirando todo ese bello amanecer, se despidió silenciosamente del lugar.

Amaba esos terrenos. Había conocido al amor de su vida en ese lugar y la vio morir también. Todos sus recuerdos estaban ahí, pero ahora, tenía que dejarlos por lo que más amaba… sus hijos.

Kagome, la pequeña traviesa, testaruda, y sobre todo, enojona hija había llorado a sus pies hasta que las lágrimas se secaron de sus ojos, pidiendo de rodillas que huyeran a Francia, que la guerra estaba cerca. Y él, por todo el amor que le tenía a su pequeña… dijo que si.

"Qué lindo clima, ¿Verdad, Higurashi?"

Él volteo sorprendido ante la voz femenina. Al mismo tiempo que hacia una reverencia "Señora Taisho."

"Porque tanta formalidad, cuando éramos mas jóvenes solías llamarme Izayoi." Susurro ella con una sonrisa caminando hacia él.

Higurashi le respondió la sonrisa, haciendo que su cara mostrara los cincuenta años que ya portaba, y los pocos años que era mayor que la hermosa mujer frente a él. "Eso fue cuando usted aun era una niña. Recuerdo que solía correr desde aquí hasta la mansión en menos tiempo que lo hubiese hecho un ciervo."

Izayoi soltó una risa, cubriendo su boca de forma elegante. "Que rápido ha pasado el tiempo." Hizo una pausa. "Escuche que hoy se irán al medio día." Con sus ojos oscuros miro los negros de Higurashi.

"Si. Mi hija me pidió que lo hiciera, y, sobre la autorización de su parte, se lo agradezco."

Ella volteo su mirada a la pagoda, donde solía rezar por su difunto esposo. "Me encanta caminar por las mañanas." Dijo después de unos minutos en silencio. "Oler la nieve y la hierba provocan que me sientan como si tuviese diecisiete años de nuevo. ¿Se imagina que haríamos si pudiésemos viajar con el tiempo."

Higurashi asintió.

"No deseo que te vayas." Sus palabras fueron dichas en un susurro. Tan bajo y suave, que el creyó que lo habían imaginado.

Él volvió la cara hacia ella y la observo fijamente como sí no diera crédito a sus oídos. "Disculpe, señora. Pero…"

Ella con elegancia, detuvo su pregunta. "Desde que murió Toga, eres el único hombre que se interesa un poco por mí." Higurashi se mantuvo callado. "A lo que me refiero es que eres el único amigo confiable que tengo en este enorme lugar."

Él la miro. Sonrosada con el frio calándole la cara, con el grueso abrigo de piel puesto sobre los hombros, y pensó que si fuese un hombre más joven habría sido afortunado en tener una mujer como Izayoi.

Con prudencia se acerco más a ella y dio la mano. Ella con esa sonrisa de princesa se la acepto. Era una imagen conmovedora, la gran señora adinerada al lado de un simple sirviente.

"¿Te quedas conmigo?" Pregunto sintiéndose egoísta.

Él la observo con sus ojos negros. "Sabes que si, Izayoi."

El silencio reino entre ellos. No hacía falta ni una palabra más.

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La bala había pasado rosando su oreja , dejando a Naraku aturdido durante horas; Sara lo habían drogado para que pudiera soporta el inmenso dolor que seguro sentiría al despertarse por completo.

Naraku abrió sus ojos e intento levantarse, tratando de estabilizar sus movimientos torpes.

"Cálmate." Escucho que decía una mujer. "Es mejor que estés sentado por mientras que el efecto del opio pasa."

Naraku asintió quedando anonadado ante su belleza. Ella era increíblemente hermosa, con su cabello negro y ojos oscuros, con su piel blanca como la fina porcelana y con un porte digno de una princesa.

"Yo te conozco." Pensó. Al tiempo que ella lo ayudaba a colocarse de nuevo sobre el futon. Su cara tierna estaba tan cerca de él que incluso podía sentir su aliento. Él acaricio su mejilla, tratando de recordar su nombre. Se acerco a su rostro y vio todas las pecas que se acumulaban cerca de su nariz, dándole un toque tierno ante todo su porte. "Eres Kikyo."

La tomo con una fuerza que no sentía y la beso de sorpresa, con pasión desenfrenada, pero la droga hizo mella en sus sentidos y cayo inconsciente nuevamente sobre el futon.

Sara abrió los ojos ante el nombre mencionado por Naraku. Jamás en todo el tiempo que llevaban juntos la había besado como en ese momento. Fue un beso lleno de esperanzas y anhelo, algo que no tenían los que ha ella le daba.

Celosa y completamente molesta se puso de pie. Todo lo que hacía era por él. Ella no tenía necesidad de esconderse en esa casa abandonada en el bosque, como tampoco tenía que soportar el ir hasta el pueblo y comprar provisiones y opio para él. Todo era para Naraku, ¿Y ella? En que plano quedaba si él susurraba el nombre de Kikyo.

"Imbécil." Susurro. Harta de todo.

Salió de la casa y subió a su caballo. Ser hija del mayor terrateniente del sur traía muchas ventajas, como el hecho de tener préstamos monetarios importantes a nombre de su padre.

Cabalgo directo al mercado, solo para conseguir más opio.

Solo para él.

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"¿Cómo que no irás con nosotros?" Pregunto Kagome.

Higurashi miro a su hija. "Decidí quedarme."

Sota miro a su padre y luego a su hermana. Ambos con caracteres parecidos, ambos tercos, y si uno decía que no, el otro estaba más que dispuesto a darle pelea.

"¡Pero no puedes! ¿Qué no sabes que la guerra ya está cerca?"

Verlos reñir era a veces divertido; pero ver a su hermana con las lagrimas a punto de ser desbordadas de sus ojos, y a su padre sin su porte serio, no era nada gracioso.

"Lo sé, pero… No hay nada para mi fuera de este lugar."

Kagome se llevo una mano a la frente y se golpeo con fuerza. "¡No importa! ¡Podemos trabajar en otro lugar!" hizo una pausa y miro a su hermano. "Sota, tu puedes ser empleado en alguna fabrica, y tú, con la experiencia que tienes puedes ser el mismísimo jardinero de algún duque."

Higurashi negó tranquilamente, camino hacia su hija y beso tiernamente su frente. "Puedes irte con Sota, pero yo me quedo."

Y finalizo la discusión con esas palabras.

Kagome lo abrazo. Sintiéndose terriblemente mal por no poder huir con él de ese lugar que solo traía dolor a su corazón.

"Sota, ¿Vendrás conmigo?" pregunto soltándose un poco del agarre de su padre y mirando con suplica a su pequeño hermano.

El negó. "¿Qué haría yo allá?" pregunto teniendo que soportar los ojos tristes de Kagome. "Nada. No quiero estar en un país extraño si puedo estar en donde nací y donde seguro moriré."

Kagome corrió a abrazarlo y le deposito infinidad de besos. Aquella presión de poder huir junto con ellos se había esfumado de repente al sentirse cansada y fastidiada. Había luchado tanto en conseguir la libertad de su familia, para que al final, ellos mismos decidiesen no escapar.

"¡No me quedare aquí!" dijo ella. "¡Me iré y no volveré!"

Higurashi abrazo a sus dos hijos y deposito un suave beso en la frente de su hija. "Te echaré de menos, mi pequeña."

Ante aquella triste despedida, los tres rompieron en llanto.

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Por fin volvían a casa. Por fin después de un par de meses combatiendo en la nieve mortal del frio invierno, podían regresar con una victoria.

Sesshomaru se sentía derrotado.

Cabalgaba delante de todos sus hombres, a su lado viajaba Inuyasha. Ambos con la mirada vacía hacia la nada, tan solo unos días antes habían perdido a Bankotsu, un buen amigo. Y regresaban a casa sin él, sin nada que celebrar.

"Debemos estar felices." Dijo Inuyasha fingiendo una sonrisa. "Ganamos por fin esta maldita guerra."

Sesshomaru volteo su atención a su hermano. No le quedaba nada de ganas que lo estuviesen mirando de esa manera.

"Cuando lleguemos a casa, te quitaras esa armadura y dejaras de jugar a los samurái. tu futuro está en la diplomacia o en el comercio, no en la combate."

Inuyasha bufó. "¿A qué te refieres, Sesshomaru? ¿Qué te has vuelto ciego? ¿No viste como es que te ayude? Negarlo no te sirve de nada. ¡Soy un guerrero!" dijo adelantando su caballo y bloqueándole el camino. "¡Acéptalo!"

Las docenas de hombres que aun estaban con vida giraron los ojos. Parecía que cada kilometro que avanzaban de nuevo hacia Tokio, los hermanos decidían detenerse a pelear. Así que cansados como estaban se detuvieron a reposar.

"Jamás. No puedes volver a una guerra. No eres el hombre indicado para eso." La ira en Sesshomaru creció al ser bloqueado por Inuyasha. Su frustración por perder también a su hermano creció en el pecho.

"¿Sabes? No sé porque tengo que pedirte permiso para hacer las cosas. Siempre terminas traicionándome. ¡Nunca volveré a confiarte nada!" grito molesto.

Sesshomaru abrió los ojos, sorprendido. "¿A qué te refieres?" hizo una pausa e Inuyasha lo reto con esa mirada arrogante. "¡Contesta!"

"Siempre confié en ti. Eres mi hermano. Y siempre que te cuento algo de importancia me tienes que dar la contra. No eres mi padre." Se limpio el sudor frio que escurría por su rostro. "Es como con Kikyo y Kagome…"

"No seas imbécil, ¿Qué tiene que ver eso?"

"Me prometiste con Kikyo cuando yo no lo deseaba."

Sesshomaru soltó una carcajada hostil. "Pero si ahora juras amarla."

"Si. Y no lo niego. Pero cuando llego a Kagome te pedí que la cuidaras para mí. Y lo único que pudiste hacer es enamorarla. Y ahora, te pido que me dejes seguir mi camino como un guerrero, me has visto luchar, y aun así te niegas."

Sesshomaru desvió la mirada.

"Sigue destrozándole los sueños a los seres que amas. Continúa huyendo de tu propio temor. Sigue mintiendo que no te has enamorado, que no necesitas a tu hija, finge que Izayoi nunca te ha importado. Y sobre todo, arruina mi vida." Inuyasha no grito, ni bufo.

Ese no era un capricho, era un deseo real. Todo lo que Inuyasha había dicho era verdad. Trataba de arruinarles a todos la vida para hacerlas mejor, y en cambio, lo único que recibía era saber que les había roto sus ilusiones.

"¡Andando!" grito Inuyasha siguiendo su camino en su caballo. "¡Bola de holgazanes nadie dijo que podían descansar!" Todos los hombres se pusieron en pie de nuevo siguieron al hermano de su comandante como si este no estuviese allí.

Sesshomaru quedo pasmado. Mirando a sus guerreros obedecer una orden que no era la suya. Con los ojos demostrando algo más que frialdad siguió a su hermano.

S:S:S:S:S:S:S:S:S:S:S

"Señorita Kikyo." Susurro, llamándola atreves de la puerta fina que daba a sus aposentos. "Necesito hablar con usted."

Llevaba parada ahí algunos minutos, pero la puerta no se habría. Sabia por boca de Izayoi, cuando fue a despedirse de ella, que Kikyo estaba en su habitación. Pero por más que había intentado abrirla, la puerta no cedió.

"Me quiero despedir de usted."

La puerta corrediza golpeo con agresividad el otro extremo. Kagome supo porque había sido azotada así, la cara de Kikyo se lo confirmo, estaba molesta.

Suspiro antes de hablar. "¿Qué necesita, señorita Higurashi."

Kagome rodo los ojos. Desde que había decidido marcharse Kikyo se portaba fría y distante con ella. "Necesito despedirme de ti, Kikyo."

Ella desvió su mirada, no quería que Kagome viese debilidad en sus ojos. "Está bien. Espero que te vaya muy bien en Francia." Hiso el ademan de querer cerrar la puerta. "¿Si eso es todo…?"

"¡No!" exclamo Kagome y por impulso se abrazo a ella.

Kikyo estaba asombrada, Kagome la abrazaba como si fuesen hermanas, y se sintió imbécil. Ninguna amiga le había hecho un gesto como aquel. Con una sonrisa de culpabilidad correspondió el abrazo de su amiga.

"No me quiero ir sabiendo que estas enojada conmigo." Susurro pegando su cara en el hombro delgado de Kikyo.

Kagome era más baja que ella por lo tanto, acarició suavemente sus cabellos negros. "Discúlpame… es que no soporto las despedidas." Su voz ya no era tan golpeada.

Se separaron y ambas se sonrieron. Kagome le tomo las manos, y Kikyo la metió a la habitación.

"¿Te acordaras de mi? ¿Me escribirás?" pregunto con una sonrisa.

"Claro. Al menos una vez cada semana."

"Entonces…. Quiero que tengas algo mío." la soltó y se volteo hacia su lujoso armario.

Kagome quedo muda de la impresión al ver el enorme armario repleto de kimonos, cada uno de ellos perfectamente acomodado uno al lado del otro.

"Este es para ti. Te lo regalo." Dijo dándole una caja de madera en las manos. Kagome la miro, y no supo si era broma o no. "Mi padre me lo regalo en un viaje que hiso a los pueblos del norte. Jamás me lo puse, pero estos colores te quedaran perfectos a ti." Y con una sonrisa de radiante le dio un beso en la mejilla.

"No sé qué decir." Menciono sonrojada e impresionada.

"¡Póntelo!".

Kagome asintió, y fue hacia detrás del vestidor. Tenía tantos años de no usar un kimono que la forma torpe en la que acomodo la prenda azul obligo a Kikyo a ponérselo correctamente.

"Te ves…" Kikyo hiso una pausa.

"Bella. Radiante. Hermosa." Dijo riendo Kagome.

Kikyo soltó una carcajada. "Iba a decir que casi tan perfecta como yo."

Ambas rieron sintiéndose cómplices de una broma.

S:S:S:S:S:S:S:S:S:S

Naraku despertó bañado en sudor, con la ropa húmeda y la cara roja.

Valoro sus daños: Estaba ciego de un ojo, sordo de un oído, tenía la oreja carcomida por una bala, Sara estaba con él, había sido derrotado… y todo por la maldita culpa de Sesshomaru.

Era temprano, lo podía notar por lo fresco que se filtraba por la ventana. Con sus dedos toco el suelo de madera donde la luz del sol se colaba para poderle brindar un poco de calidez al frio amanecer.

Pensó en la mujer de sus sueños. "Kikyo." Susurro llevándose una mano al pecho. Su beso se había sentido tan real "Mi amada Kikyo." Enseguida se puso en pie, como si no tuviese ninguna dolencia, y se arreglo con la primera prenda limpia que encontró.

Tenía que buscarla, ese sueño había sido una premonición, ella había acudido a sus sueños para que él supiera que la necesitaba, que ella era suya. ante esas circunstancias no la dejaría ir nunca más.

Trastabillo, aun seguía un poco drogado.

Con las pocas fuerzas que tenia, salió de la casa, y subió al caballo que Sara le había comprado. Y se alejo, directo a la boca del lobo… a la mansión Taisho.

S:S:S:S:S:S:S:S:S

Ahí estaba sentada. Sintiéndose valiente al quedarse sola en el carruaje, mientras el chofer iba por una rueda. Debido a que no solo había perdido una rueda, sino también a el sirviente que había subido al caballo y fue por ayuda, dejándola en medio de la nada, con una pequeña daga para defenderse de algún ladronzuelo.

Suspiro cansada. "Esta es la fresa que decora el pastel de un grandioso día." Dijo con claro sarcasmo a la nada.

Miro el sol que estaba en lo alto del cielo, estaba segura que llevaba más de una hora esperando, y a pesar que no estar lejos del ferrocarril, dejar sus maletas en el suelo le causaba dolor.

Se quito las sandalias tradicionales, obsequio de Kikyo, y puso sus pies descalzos sobre la nieve. Y rio.

"Tranquila Kagome. Este día lo recordaras después y reirás como en este momento" siguió riendo por el fastidio agobiante de sentir el frio calándole los pies.

Pero dejo de hacerlo al escuchar el galopar de un caballo.

Asombrada de que por fin el sirviente regresara, se puso de nuevo las sandalias y se levanto de un brinco.

"¡Aquí!" grito agitando el brazo arriba de su cabeza.

Las herraduras del caballo hicieron eco en todo el lugar. Kagome sintió un extraño malestar en su estomago. El bosque pareció volverse negro cuando vio la vestimenta militar del jinete y su melena espesa de color oscura volar con el viento. Ese no era su sirviente, ese era…

"Naraku".

Ella seguía con su mano levantada al aire, cuando él la miro.

"¡Kikyo!" Su grito retumbo en todo el bosque.

Kagome ante la voz conocida, corrió a infiltrarse entre los árboles, esconderse en ese momento era de vida o muerte. Cualquier intensión que tuviese Naraku no era buena.

Naraku obligo a su caballo a internarse al bosque. "¡No te escondas!" grito haciendo eco de su siniestra voz. "¡Sabes que no te hare daño!"

Kagome corrió sobre la nieve con aquellas incomodas sandalias, y odio en ese momento todo lo que tuviese que ver con la moda japonesa. Se agacho ocultándose entre varios arbustos frondosos.

"¡Sal de donde sea que estés!" grito ordenando. Su caballo giro de un lado al otro, Naraku no pudo ver a nadie. "¡Kikyo, solo quiero hablar."

Kagome sintió trabajar de mas sus pulmones, estaba asustada y sudada, sino se cubría del frio en algún lugar caliente seguramente se enfermaría. Agachada como estaba trato de seguir oculta, pero sin querer piso una rama seca.

Naraku giro en su dirección sin saber exactamente su ubicación.

Ella miro entre el follaje como se acercaba el caballo negro. Poco a poco, cazándola.

Una corpulencia superior la levanto por la ropa con un impulso sobrenatural, y la subió al caballo de un solo movimiento.

"Aquí estas mi princesa." Susurro en su odio mientras la tomaba con fuerza de la cintura.

"¡Suéltame!" Grito golpeándolo con su codo entre las costillas.

Naraku le tomo las manos con una sola y la estrujo: "¡Compórtate!" grito molesto. La abrazo con fuerza.

Kagome, temerosa de cómo era tocada, dio una patada al caballo; el animal con sus poderosas patas delanteras se levanto dejando su peso completo en las traseras, relincho solo una vez, ocultando el grito de pánico de Kagome al no haberse sujetado.

Ambos cayeron al suelo con potencia. Kagome vio borroso como Naraku se arrastraba como podía hacia ella, como el caballo regresaba hacia donde se encontraban tirados, como una urgencia crecía en su pecho. Rogo a Dios que enviase una señal a alguien que la rescatara. Quiso hacer entender a Naraku que ella no era Kikyo, pero la voz ya no le salió de la garganta. Todo se veía tan borroso.

Se llevo una mano a la frente y lo último que vio fue una gran cantidad de sangre escurriendo por sus dedos.

S:S:S:S:S:S:S:S:S

Sesshomaru no estaba tan contento como esperaba al ver a toda su familia reunida para recibirlos con bandejas llenas de comida y sirvientes corriendo emocionados de un lado para el otro. Había tenido que dar la mala noticia de la gran cantidad de bajas que habían tenido, había visto llorar a Shiori al decirle que Bankotsu había muerto, y había mandado una carta a su prometida Dándole sus condolencias.

El colmo había sido la forma en que Kikyo corrió a los brazos de Inuyasha y ambos se habían besado sin importarles la etiqueta social.

Después del banquete se había retirado a su despacho, y se encontraba bebiendo junto a Miroku e Inuyasha. Se suponía que Kagome se había marchado tan solo unas horas antes, pero él no había querido buscarla, Eso pondría en evidencia sus sentimientos, y no podía hacerlo. Su orgullo era mayor. Él era un hombre de familia, de su país, Kagome no merecía una vida como la que había tenido Izayoi.

Él estaba contento con tener una madre, hermano e hija. Pero una mujer… era diferente. Su hija crecería y crearía su propia vida lejos, pero una mujer era una compañera de por vida. Lo entendió de mala manera después de su ausentismo por la guerra.

El soleado medio día brillaba reflejado en la nieve blanca de su amplio jardín privado. Le habría gustado preguntar a su madrastra que noticias traía Kagome, pero no lo hizo. Solo callo estúpidamente tragándose sus palabras.

"Sesshomaru, ¿Por qué estas tan preocupado?" pregunto Miroku bebiendo sake.

Su mirada dorada se fijo en Miroku. "Fui yo quien ordeno a Naraku que se desasiera de Kagome" Bebió de su vaso antes de continuar."Temía arruinar su vida."

Inuyasha no supo de lo que hablaba, hasta que se dio cuenta de la mirada triste que veía en su hermano. "¡Feh! ¡Eres un tarado!"

Él acepto el insulto.

"Iras directamente a Francia y le pedirás una disculpa." La forma en que Inuyasha lo dictaminó fue cómica. "¡Es una orden!" Concluyo sonriendo de lado.

"¿En verdad quieres ser un samurái?" Pregunto Sesshomaru conociendo ya la respuesta.

Miroku rio. "Es la primera vez que me siento orgulloso de ti, Inuyasha. Cuando Sango llegue te dirá lo mismo."

"Claro. Siempre lo quise ser. Ponía atención a sus estrategias y a sus reuniones secretas en la casa." Y rio. "Solo porque la gente piense que soy demasiado estúpido como para entender, no significa que en verdad lo sea. Incluso, supe que Sara era tu espía secreta. Eh escuchado a Sara y a Naraku hablando en ingles por los rincones de la mansión."

Los pensamientos de Sesshomaru se rompieron. "¿Qué?" pregunto sin haber puesto demasiada atención. Solo el nombre de Sara había retumbado en la oración.

Inuyasha levanto sus hombros. "Una vez los vi besándose en uno de los rincones."

"Ella lo mato."

Ahora todo encajaba

"Ella lo mato."

Eso fue lo que habían dicho Naraku. La muy maldita era una traicionera como su padre.

Con rabia corriendo en sus venas en lugar de sangre se puso de pie y camino hacia su repisa, tomo su espada, y decidió que era hora de ser desenvainada de nuevo. La buscaría y la mataría. ¡Nadie lo engañaba de esa forma!

"¿Adónde vas?" pregunto Miroku siguiéndole los pasos.

Sesshomaru ignoro su pregunta. Siguió su camino y con gritos ordeno a Jaken que le llevase su caballo.

"¡Voy contigo!" grito Inuyasha corriendo tras de él.

Con la mirada más asesina que tenía lo miro de hito en hito. "¡La matare!" afirmo seguro de sí mismo. "¡Es algo personal y no los quiero inmiscuidos en esto!"

"Ni siquiera sabes dónde está." Miroku trato de calmarlo.

Sesshomaru quiso golpearlo fuertemente. "Puedo comenzar matando a su padre." Dijo cuando su caballo era puesto ante él.

Estaba a punto de subirse, cuando a lo lejos vio tres caballos siendo llevados por un sirviente. él hombre temblaba de pies a cabeza. Sesshomaru lo podía predecir a miles de kilómetros, algo malo le había ocurrido.

"¡Lord Taisho!" grito temblando de miedo al ver a su amo. Con rapidez se bajo del caballo y le hiso una enorme reverencia. "No lo esperábamos…"

"¿Qué ha sucedido?" pregunto de forma mezquina.

El sirviente arrodillado y con la cara en el suelo hablo con voz entrecortada. "Llevaba a la señorita Higurashi a la estación. Cuando perdimos una rueda y tuve que volver por ayuda"

Sesshomaru levanto una ceja, no dejaría que cualquiera viese su debilidad. "¿Por qué cree que eso me importa?"

El hombre comenzó a temblar. "La señorita Kagome… ¡no se encontraba donde la deje!"

"¿Qué?" preguntó Miroku mirando el asombro de su amigo.

Sesshomaru pensó que no había escuchado bien. "¿Qué dijiste?" pregunto de forma muy peligrosa.

"Regrese por dos caballos mas, pero cuando volví… vi a su capitán llevándosela."

Furioso y colérico, sin nadie con que desquitarse, se subió deprisa al caballo con el corazón latiéndole mil veces por segundo. Una vez más la locura desenfrenada y caprichosa se adueño de él. Ignorando las voces de su amigo y hermano, partió hacia la dirección que daba directo al ferrocarril.

Tenía que encontrarla. Tenía que rescatarla… ¡Naraku la tenía en su poder!

El sudor se pego en su frente, y el frio le lastimo la garganta.

Juro que si la podía encontrar, la respetaría como se merecía, que todo lo que ella le pidiese él se lo conseguiría. La haría feliz; y él rogaba que todo lo que pedía se volviese realidad.

"¡Ella es mia!" grito.

S:S:S:S:S:S:S:S:S:S:S

"¿Qué hace ella aquí?" pregunto Sara confundida. Acababa de regresar de pueblo. Sólo para encontrarse a Naraku admirando a una mujer inconsciente, acomodada en el futón sutilmente.

Naraku se quedo de piedra al verla, pero no se inmuto.

La observo caminar con la elegancia de una dama; y con la mayor tranquilidad que pudo pregunto: "¿Por qué trajiste a Higurashi?"

"Estaba drogado. ¡Tú tienes la culpa! Pensé que era Kikyo." Dijo tratando de aguantar la ira.

Sara soltó una risa colérica. "¿Porque querrías traer aquí a Kikyo? ¡Eres un completo tonto! ¡TE ODIO!" grito sin importarle nada. Solo corrio con fuerza la puerta y se dirigió a la fogata improvisada que tenían solo para aventar dos troncos mas a la casi extinta llama en medio de la amplia sala oscura.

"Nunca me des la espalda." Susurro. Era una advertencia.

Sara dio un brinco al verlo parado, en el marco de la puerta, con una cara llena de malicia.

Ignorando su comentario, se puso de cuclillas y con un atizador comenzó a mover los troncos en el fuego.

"¿Qué hace ella aquí?" pregunto tratando de tranquilizarse. Solo lo vio poner sobre Kagome una frazada de forma sutil, y eso basto para ponerle los nervios de punta. Aquella mujer, la cual Naraku trataba de manera tan suave era la misma que le había robado a su amado Sesshomaru, y ella la detestaba.

"La conservaré." Sentencio como si su decisión fuese lo más común.

"¡Que!" Se puso en pie. El dolor que sintió en ese momento hizo mella en su voz y su visión se volvió borrosa de la rabia. "Tu decías que… ella era una simple criada. ¡Que jamás podrías interesarte en ella!" El grito de total desaprobación salió de su garganta lastimándola en el acto. "¡No soportare a esa mujer! ¡Déjala donde la encontraste!"

La perversa sonrisa de él se fijo en sus labios. "Jamás me compartirás." Ella relajo sus hombros. "Prefiero tenerla a ella que a ti."

Sus ojos azules se abrieron. Las palabras expuestas amedrentaron su mente. "¿Qué…?"

"Vete." Pidió dándole la espalda. Como si ella no fuese digna ni siquiera de mirarlo.

La inquietud creció en su pecho acompañada de unas increíbles ganas de matar a alguien. Y la locura se apodero de ella. "¿Piensas ocupar el lugar de la perra de Kikyo, con el de ella?"

Naraku se giro lentamente. Fulminándola con la mirada. Aterrándola con sus ojos violentos y fríos. Y ella tembló. "¿Sabes? Hay algo que aborrezco, y es que hablen mal de Kikyo…"

Sara trago en seco, sintiendo su cuerpo petrificado cuando él se acerco.

Con sus cejas oscuras torcidas en un gesto osco arremetió contra ella. La empujo con fuerza contra el suelo. Con ímpetu la tomo de los cabellos, estirando aquella melena castaña y sedosa, mientras la golpeaba con el puño cerrado en la boca.

Sara no pudo gritar, Naraku aun no quería despertar a su rehén, y levanto a Sara por el cuello. Mientras sacudía su otra mano para quitar los cabellos que habían sido arrancados del cuero cabelludo de su amante. La arrastro a la otra habitación.

Sara se retorcía, clavándole las uñas en los brazos y las manos, intentando liberarse de su agresor. Dio patadas al aire mientras Naraku la llevaba a rastras. Y cuando se sintió libre del dolor, y pudo respirar, de un brinco se puso en pie.

"¡No he terminado contigo!" La forma tan suave, solo advertía el peligro.

Con violencia, acorralo a Sara contra la pared de un sólido golpe. Su hermosa cara choco contra la fría madera haciendo que astillas duras se clavaran en sus mejillas.

"¡LO SIENTO!" grito. "¡PERDONAME!"

Él ignoro su llanto lastimero. Con firmeza, la sujeto del cuello y la aventó boca abajo contra el frio suelo de madera. Se coloco detrás de ella. Con una paciencia infinita, saco una daga de entre sus ropas, y la coloco en la espalda femenina.

Sara al sentir el filo picándole las costillas dejo de gritar.

"¡Dejaras de lloriquear todo el tiempo!" corto sin piedad el kimono de un solo tajo. Sara movió su cuerpo, y el volvió a tomar su cabello con su fuerte mano. "No te muevas."

Sara lloriqueo en silencio. Asintió, sin tener una oportunidad de quejarse.

Naraku recorrió con la daga la suave y delicada espalda femenina. Con deseo, lamio cada pedazo por donde pasaba el filo dejando un caminito de sangre.

Estaba exhausta. Pero cuando sintió las poderosas manos de él rompiendo su vestimenta, la vitalidad regreso a su cansado cuerpo. Forcejeo intentando soltarse. Entonces, un fuerte grito salió de su garganta pidiendo clemencia. Pero Naraku le cubrió la boca con su mano. Con la otra termino de romper por completo la vestimenta, y luego abrió sus ropas varoniles con rapidez.

Y sin que nadie pudiese hacer algo la penetro con brutalidad por un orificio cerrado. Someter de esa forma a las mujeres se le estaba haciendo costumbre, como con Hitomiko, la cual no soporto la vergüenza y huyó.

Ella ahogo un potente grito de tormento. El miembro eréctil de él le ardió, y entre mas ella intentaba zafarse, él más fuerza usaba para humillarla. Igual que su otro opresor, solo que aquel no la había rebajado a una cualquiera.

"Por ese lugar, nadie te había tocado. ¿Cierto?" pregunto soltando una ligera carcajada que retumbo como un huracán en su oído. "Es tan apretado."

Sus ojos azules se volvieron oscuros, y todo rastro de bondad o pureza escaparon de su corazón atreves de su lastimada garganta. La risa perversa de Naraku era algo imposible de escuchar mientras la envestía una y otra vez.

Lloro y mordió su brazo para mitigar el dolor que sentía. él gruño mordiéndole el hombro con potencia, dejándole una marca duradera, y termino dentro de ella. Sara dio un último grito sintiéndose completamente sucia.

"Es lo mejor que has logrado satisfacerme." Tras sus palabras de despedida con firmeza introdujo la daga en su costado.

Sus ojos se abrieron sintiendo el peor dolor que jamás había sentido… el de la muerte.

"No quiero volver a verte." La saco arrastras de la casa y la aventó a su suerte a la fría nieve.

S:S:S:S:S:S:S:S:S

Había pasado un dia, un solo día, y se estaba volviendo loco.

La búsqueda por encontrarla se había extendido por todos los alrededores del ferrocarril, y nadie había podido encontrar siquiera una pista, y todo por la culpa de la maldita nieve que cubrió cualquier rastro de huella.

"Deberíamos irnos a casa. Esta anocheciendo." Sugirió Miroku abrazándose más a su ropaje debido a la ventisca.

Sesshomaru lo desprecio por su comentario. Ignorándolo por completo dio vuelta en su caballo y emprendió de nuevo la búsqueda.

Miroku fastidiado, dio una bocanada de aire, y salió cabalgando detrás de él. Quería hacerlo entrar en razón, desde que el sirviente le había dado la mala y espeluznante noticia de que a Kagome la habían secuestrado, nadie de los habitantes de la mansión habían podido dormir.

"¡Sesshomaru!" lo llamo.

El no detuvo su caballo, siguió como si el mismísimo aire hubiese sido el que había llevado las palabras a sus oídos.

Estaba cansado, tenía frio, no había comido, no había hecho absolutamente nada con tal de encontrarla. Estaba harto que todo le saliera mal, estaba histérico por que ella no estaba segura, y sobretodo estaba enojado porque se sentía tremendamente impotente ante semejante situación.

"¡Sesshomaru!"

Ignoro la voz de Inuyasha llamándolo.

. "Vamos. Es peligroso para ti si te quedas en esta tormenta tu solo."

Sesshomaru quiso matarlo por decir ridiculeces. "No." Dijo simplemente siguiendo su camino entre las veredas de los bosques.

Poco a poco, podía ver a los animales salvajes acechando a su puñado de hombres y a los perros que se encontraban en la búsqueda. Se detuvo; Inuyasha tenía razón, la noche avanzaba cada vez más y continuar era peligroso.

"Piénsalo hermano. Mañana a primera hora volveremos a buscarla. No podemos quedarnos mas en el bosque debido al frio." Susurro Inuyasha con lastima. Si, por primera vez su hermano le tenía lastima.

Y ante su arrogancia arrugo el entrecejo y le dio la más imponente y colérica de sus miradas. Logrando intimidar a su hermano.

"¡La encontrare!" no era una posibilidad. "Ella es mía."

.

Por primera vez en meses se sentía libre de aquella información retenida. Tanto tiempo mintiéndose a sí mismo no le había servido de nada. Era un claro ejemplo de libertad espiritual después de tantas mentiras a su conciencia.

Miroku le sonrió. "Amigo, quien más que nosotros quisiéramos verte con la mujer que amas en los brazos. Pero tenemos que parar la búsqueda, tienes que dormir, tus hombres necesitan descanso."

El mayor de los Taisho negó una sola vez con la cabeza. "No." Fue su respuesta. "Regresa con los hombres a la mansión, yo me quedo."

Miroku sabía que esa era una orden, así que hizo girar a su caballo y expuso el deseo del comandante a sus hombres, quienes felices de volver al tibio hogar no protestaron.

Inuyasha sintió pena por su hermano, pero si quería estar solo… era mejor dejarlo así. Giro siguiendo a Miroku y a los demás por el sendero congelado, no sin antes echarle un último vistazo al perfil distraído de Sesshomaru.

Sesshomaru se sintió completamente solo. Simplemente acompañado por el frio, la nieve y el boque, y su lámpara de alcohol. Jamás había tenido necesidad de tener a Kagome a su lado.

"Simplemente si no hubiese sido tan terco." Se recrimino.

Siguió avanzando sin importarle el aire helado golpeándole el rostro, haciéndole pequeñas cortadas en las mejillas, trozándole el aliento. La luz del día poco a poco se iba doblegando ante el ocaso; habría sido mejor regresar, pero no lo haría, su orgullo le exigía seguir buscando hasta encontrarla.

No sabía exactamente cuánto tiempo había pasado desde que había dejado a sus acompañantes, ni le importaba. Fijo su vista solo al frente, donde solo seguía viendo el clima extremo. No había nada. Absolutamente nada.

Su búsqueda era en vano.

Dispuesto a renunciar por el día de hoy, golpeo a su caballo suavemente para que diese vuelta, pero se detuvo.

"Ayuda."

Una voz. Había escuchado una voz femenina en el viento. Confundido y creyendo que había alucinado, siguió el camino de regreso a casa.

"Ayuda."

"La misma voz." Susurro frunciendo el ceño.

Emprendió el camino hacia la alarido que pedía auxilio. Podría ser Kagome. Y por tercera ocasión la escucho. Se escuchaba desgarrada y dolida.

Detectando de donde provenía la voz, se bajo del caballo e hizo que caminara a su lado, por si era una trampa de Naraku, y con rapidez intento caminar entre la nieve.

"Espérame, Kagome."

Lo que vio delante de él lo impresiono tanto que no le importo soltar a su caballo, lo único en lo que pensó fue en el bulto negro que acababa de caer estrepitosamente sobre la nieve y que se agarraba el costado.

Sesshomaru corrió gritando el nombre de Kagome.

Se agacho a sujetarla, pero cuando la tuvo entre sus brazos y levanto con cuidado su rostro… vio a Sara.

"Sesshomaru." Murmuro, sintiendo sus piernas flaquear de nuevo, pero Sesshomaru la sujeto con firmeza sobre su regazo. No teína fuerzas para ponerse de pie, ni siquiera para sentir dolor.

Él habría querido repudiarla, habría querido dejarla morir ante sus heridas, habría querido que los lobos la devoraran aun viva; pero no lo hizo. Ella se encontraba moribunda, claramente la persona que la había golpeado no había tenido compasión hacia su sexo.

"¿Me veo tan mal?" Preguntó ella.

"No." Mintió. "Te vez igual de hermosa que siempre." Otra mentira.

Aquel rostro perfecto y ovalado era sustituido por uno lleno de moretones junto con un nariz rota y con sangre aun escurriéndole por ella. Su cabello castaño y sedoso estaba completamente enmarañado y había sido arrancado en ciertas zonas de su cabeza. Su ropa estaba hecha añicos, al igual que su vida.

Solo una pequeña parte de él, admitió la fuera que tenia aquella mujer de no morir tan fácil.

"¿Él te lo hizo?" pregunto.

Sara asintió. "Lo siento." Dijo.

Sesshomaru la acomodo poniéndole su abrigo como cojín, para que ella pudiese estar esos últimos momentos de su vida en paz. Porque él sabía muy bien que ella iba a morir, no por nada había estado dejando un camino lleno de sangre por todo aquel blanco paisaje.

"Supe que tu mataste a mi enemigo." Menciono.

Sara asistió, levanto una mano tratando de tocar el rostro de Sesshomaru, pero él se lo impidió sujetándola con gentileza. "Mi tarea era seducirte."

"Y lo lograste." Quiso decir, pero dejo que ella continuase.

"Me enamore de ti. No fue fácil tener una doble vida." hiso una pausa, pues el dolor se había hecho insoportable. "Naraku tenía contactos con el comandante, así que sabíamos que el plan era traicionarte y pasar información."

Se detuvo nuevamente debido a la sangre que se metía directo a su boca. Sesshomaru la ayudo a limpiarse con la fina tela de su abrigo.

"Mi plan era que tu matases a Ryuukotsusei y así librarme de él. Pero no lo hiciste, y él me poseía siempre que tenia oportunidad… y,"

Sesshomaru apretó sus manos, no queriendo escuchar eso. Ella lo entendió.

"lo mate porque me había hecho insoportable la vida."

"Me traicionaste por Naraku, eso no te lo perdonare." Sentencio de forma mezquina.

Ella lloro. "Pensé que me amaba… ¡Perdóname!" dijo utilizando todas las fuerzas que tenia.

Él la miro intentando decir algo, pero no lo hizo.

"Perdóname." Lo miro. Lamentando todo. Solo hasta el final, cuando vio solo los dorados ojos como ultima luz. Cuando todo se volvía negro… y aquellos ojos desaparecieron. Lo último que sintió, fue la mano de Sesshomaru cernirse fuertemente con la suya, y su ultimo pensamiento fue: "lo hizo."

Sesshomaru no supo que sentir. Había querido a esa mujer hecha de mentiras y engaños que aquella desconocida no provocaba ningún ápice de angustia o dolor. Solo sintió pena de aquella muerte tan miserable que tuvo.

Con el máximo de los cuidados, cerró los ojos ausentes de Sara, y como último gesto beso su mejilla. La tendió con cuidado sobre la fría nieve, acomodo su cabello castaño y la cubrió con su abrigo. Al volver haría una última cosa por ella, no exactamente por su persona, más bien por su dignidad de guerrero. Cavaria un pozo, solo para darle un entierro decente. Un símbolo de que alguna vez hubo alguien que se apiado de ella.

Fijo sus ojos en aquel camino de sangre que Sara le había obsequiado.

Un camino que lo llevaría hacia Kagome… su amada Kagome.

S:S:S:S:S:S::S:S:S:S:S

Kagome despertó llevándose en automático una mano a la cabeza.

Veía todo borroso y oscuro, en si solo pudo apreciar una pequeña luz al otro lado de la habitación, que fue tomando mayor tamaño al quitarse ese bulto enorme y oscuro de en medio de su visión.

"Ya estás bien."

Kagome distinguió la voz de Naraku, y enseguida guio sus ojos hacia él.

"¡Tu!" exclamo asustada agazapándose en el rincón que le daba un poco de protección.

Naraku soltó una risotada.

"Pequeña tonta, no me interesa nada de ti. Solo eres un objeto en este lugar, solo eres mi presa para un pez más gordo."

Kagome no se confió. En anteriores ocasiones, ese hombre la había golpeado y humillado más que nadie, y ahora fingía que su presencia no le incomodaba en nada.

"Él vendrá por ti, estoy seguro." Dijo sentándose de forma elegante cerca de ella.

"Nadie vendrá por mí. Estoy sola." Ella misma se sintió triste ante sus palabras.

Naraku la miro con sus perversos ojos. "Con esas ropas te pareces tanto a Kikyo." Murmuro bajo con desprecio. "Solo saber que perteneces a la servidumbre me da asco hasta de tocarte."

Kagome odio sus palabras. "¿Por qué quieres que Sesshomaru aparezca?"

"Lo matare." Juro con una sonrisa.

Ella tembló rogándole a alguna deidad que Sesshomaru no apareciera. Por más que él le hubiese roto el corazón, no le deseaba la muerte. Pero una voz siniestra dentro de su cabeza, hablo: "¿Y si no me rescata?" Kagome se abrazo a sí misma, intentando pensar que eso fuese cierto.

Se nego a creer en la posibilidad de que Sesshomaru la amase y que podía arriesgar su vida por ella, como en los cuentos de hadas, donde al final el príncipe y la princesa viven felices para siempre. Ella quiso reír ante sus ilusiones.

Naraku se levanto repentinamente. Estaba alerta. Había escuchado la herradura de un caballo acercarse al lugar. El reconocía ese sonido… era Sesshomaru.

Con una velocidad sorprendente, se acerco a Kagome y la levanto del brazo de un solo jalón.

Kagome soltó un grito de terror y en automático se cubrió el rostro.

"Maldita asquerosa. Veras lo impresionante que es matar a un hombre tan importante."

Los ojos chocolates se abrieron de sorpresa ante las crueles palabras.

Y de un solo empujón, golpeo a Kagome contra la pared, haciendo que su frente volviese a sangrar.

Provocaría a Sesshomaru para que perdiera rápidamente el control.

Kagome aguanto, si era real que Sesshomaru se acercaba, no quería que la escuchase sufriendo. Con todo el orgullo que tenia soporto como Naraku la arrojaba de un lado a otro.

Decidió que era momento de temer por su vida.

Allí en el suelo, lleno de moretones en su cuerpo, con el kimono torcido, con el labio partido, con un pómulo sangrante, Kagome aguanto las ganas de llorar, y lo miro de forma desafiante.

"Te atreves a mirarme a los ojos." Susurro apretando los dientes, y le dio una última bofetada en pleno rostro, tan fuerte, que ella creyó que volvería a desmayarse.

S:S:S:S:S:S:S:S:S:S

Sesshomaru escucho un golpe seco dentro de esa casucha abandonada.

La luz que se filtraba del fuego cálido dejaba claro que había habitantes dentro del lugar.

Con cuidado subió uno a uno los escalones crujientes de madera, torcidos y viejos por el tiempo. Si Naraku tenía a Kagome allí dentro, seguramente no esperaba su visita. Atacaría de sorpresa, Naraku no tendría poder contra su poderosa espada.

Abrió despacio la puerta principal, corriéndola con lentitud, pero de nada sirvió ante el ruido tétrico que se escucho en la estancia.

"Maldición." Susurró a sabiendas que aquel ruido lo había delatado por completo.

Con rapidez, abrió la puerta por donde el hilo de luz escapaba, y lo único que vio, fue a una Kagome golpeada en el suelo.

Ambos se miraron. Fue un momento indescriptible, algo difícil de descifrar, pues el choque de las pupilas doradas con las chocolates fueron lo suficientemente potente como para que Sesshomaru corriera a su lado, soltando su espada en el acto, se arrodillase a su altura, y sin que ella se lo esperara, la abrazara con ternura.

Kagome se sujeto fuertemente ante aquella espalda varonil. Diablos, lo había extrañado como nunca lo habría imaginado. Todos aquellos recuerdos tristes se esfumaron en el instante en que sintió su cabello plateado entre sus manos.

"Él vino por mí." Se dijo a si misma intentando aguantar las lagrimas de felicidad.

"Lo siento tanto." Susurro en su oído, aspirando la fragancia de Kagome; Limón, canela y… un ingrediente que había olvidado por completo, y que en ese momento no le importaba recordar.

Kagome asintió. Jurando olvidar todo.

Él le beso la mejilla y desesperado busco sus labios. Un beso profundo, ansioso, hermoso. Lleno de pasión y amor.

Pero Kagome vio la sobra de Naraku avanzar con su katana dispuesto a matar a Sesshomaru por la espalda.

"¡Cuidado!" grito empujando con ímpetu el cuerpo de su amado hacia un lado.

El filo paso rosando su cabeza. Sesshomaru se puso de pie de un solo brinco, sintiendo el odio ardiente e intenso cubriéndole el cuerpo. Y se llevo la mano a la funda listo para tomar su espada.

Y lo recordó… había soltado la espada cuando corrió hacia Kagome.

Naraku vio la poderosa Tokijin tirada en el suelo y sonrió. "Pobre Sesshomaru, tan indefenso, tantas perras a punto de morir y no puedes salvar a ninguna." La burla hizo brillar sus ojos.

Sesshomaru bramo de coraje: "¡Mataste a Sara!"

Kagome, irguiéndose, abrió sus ojos como platos debido a la amarga noticia. Sesshomaru por instinto la puso detrás de su espalda.

"Una escena enternecedora. Doy gracias a que el amor te ha vuelto loco. Te olvidaste de los principios de prudencia que me enseñaste." Y con la firme intención de atacar hizo un corte en el aire para asustar a Sesshomaru. "Tranquilízate. Solo quiero jugar." Y volvió a dar otra estocada ante los gritos de pánico de Kagome.

"Cálmate." Murmuro con los dientes apretados sin quitarle la mirada de encima. "Te daré todo el dinero que quieras, pero deja que ella se marche."

Naraku soltó una carcajada. El fuego le pego directo en la cara, asiendo notar su ceguera en un ojo.

"Pero si ella es encantadora. Me encanto su dulce compañía, su boca es tan… jugosa."

Sesshomaru apretó los puños dispuesto a atacar. Pero no era idiota. No lo haría sin su espada.

"No saldrá de aquí. Y tú no vivirás."

Sesshomaru no tenía ninguna ventaja, solo la coleta que embargaba a Naraku y su ceguera.

"Te arruinaste tu mismo. Nadie te hizo daño. Tú fuiste quien traiciono a todos al final. Vendiste tu alma por dinero y poder. Mírate ahora, escondido como una vil rata."

"¡Como capitán! ¡Nunca reconociste mi inteligencia!" recrimino irritado.

Sesshomaru levanto la voz, intentando mantener la calma. "¿Cuál inteligencia? ¿Meterte con mi prometida? ¿Traicionarme? ¿Traicionar a Ryuukotsusei? ¡Mírate! ¡Eres solo un pobre idiota el cual no tiene nada!"

Naraku harto de escuchar la verdad, corrió hacia Sesshomaru con su espada en horizontal dispuesto a darle la estocada final.

Los movimientos lentos de su enemigo, le brincaron ventajas a Sesshomaru, quien ágilmente corrió hasta Tokijin; y aun en el suelo, y con elegancia, detuvo con precisión la segunda estacada dirigido a su presencia.

Naraku volvió a chocar su espada contra Tokijin, sin siquiera hacer que retrocediera un poco sobre el arrodillado Sesshomaru.

Sesshomaru con esfuerzo, se impulso de un brinco y se puso en pie, haciendo que Naraku se tambaleara, soltara su espada y cayera de espaldas sobre el suelo.

Entre los dos hombres había un ardiente deseo de venganza pura e intensa.

"Aquí me tienes." Dijo Naraku extendiendo sus brazos. "Mátame, cobarde."

Sesshomaru levanto a Tokijin dispuesto a cortarle la cabeza de un solo movimiento. Kagome tenía los nervios de punta, y solo cerro sus ojos.

Escucho el metal de la espada crujiendo sobre la madera del suelo.

Al abrirlos, vio la espada de Sesshomaru aventada a su dirección. Un segundo después, él se había abalanzado sobre Naraku con todo su peso. Ambos rodaron por el suelo. Acabarían esa pelea no como samuráis, sino como guerreros que habían sido amigos.

Sesshomaru le aplasto el puño en la boca, la sangre le chorreo la vestimenta. Con un aullido potente, Naraku le soltó un puñetazo en la frente. El dolor exploto en Sesshomaru, y la cólera, en su orgullo.

Naraku, más pequeño que Taisho, rodo por el suelo y se coloco encima de él, al tiempo que comenzaba a golpearlo. Una y otra vez, mientras Sesshomaru paraba los golpes y se movía, con el único deseo de ganar y llevar a su antiguo amigo hasta el borde de la muerte; por haberse atrevido a acostase con Sara, por haber aniquilado a sus hombres, y por encima de todo, por haber golpeado a Kagome.

Con un ágil movimiento. Golpeo con sendas palmadas en las orejas a Naraku, quien ante aquella agresión, aturdido, puso los ojos en blanco. De un rodillazo, lo lanzo a un lado y le dio un fuerte puñetazo en la barbilla.

La cabeza de Naraku choco contra la madera. Sesshomaru tomo la cabellera oscura y golpeo la cabeza una y otra vez con fuerza vehemente contra el suelo. La sangre comenzaba a correr del cuero cabelludo hasta la fina madera, Sesshomaru no paraba, estaba encolerizado.

"¡Basta!" grito Kagome arrodillándose junto a él, le sujeto las manos y lo miro directo a los ojos.

Sesshomaru se dio cuenta que no era la primera vez que se lo decía. Había escuchado la voz de Kagome lloriqueando durante toda la pelea, pero no había captado su suplica.

"Quiero ir con mi padre." Dijo pasándole con cuidado a Tokijin.

Él miro a Naraku, moribundo y asintió, y con esfuerzo se puso en pie. La miro, tan bella, viva, y a salvo. Y en un impulso la abrazo. Solo la abrazo. Estaba viva, respiraba, hablaba, y aunque su cara estaba llena de moretones, el la veía como la mujer mas bella de todas. Estaba entre sus brazos con ese perfume siendo solo suya.

Un ruido. Detrás de él. Sin acabar de dar crédito a sus oídos, aparto de un empujón a Kagome, giro en redondo y vio a un maltrecho, violento, y desesperado Naraku aferrándose a una espada… y en pie.

En un arranque le velocidad y fuerza, Naraku levanto la espada tan alto sobre su cabeza, solo para darle la ultima estocada a Sesshomaru.

Pero él, más fuerte y más ágil. Le partió el abdomen en dos.

El cuerpo se separo. Una imagen siniestra y horrenda.

Sesshomaru dejo caer a Tokijin, y Kagome grito y el corrió hacia ella, abrazándola, cubriendo con su cuerpo la imagen horrenda del que fue un traidor. Ambos cayeron al suelo; así, abrazados.

"Todo ha terminado." Murmuro ella recargada contra su pecho ensangrentado. Una pequeña herida provocada por Naraku.

"Volvamos a casa." Dijo él.

La ayudo a ponerse en pie, sujeto a Tokijin a la funda colgada en su cintura, y como un caballero rescatando a su dama, cargo a Kagome hasta subirla al caballo.

Ambos cabalgaron en la fría noche hacia la mansión Taisho.

20. EPILOGO

Nunca supo porque había ido a buscarlo a su habitación. Sobre todo cuando los músicos tocaban los milenarios instrumentos e Inuyasha hacia todo por ver feliz a la que ahora era su esposa. Por fin, después de tanto tiempo, la ansiada boda se había llevado a cabo esa noche.

Todo rastro de guerra había sido olvidado por los invitados, junto con aquel horrible episodio de secuestro.

Pero ahí se encontraba.

Sesshomaru había escuchado el susurro de la tela chocar contra el suelo de madera. Estaba sentado con una botella de sake en sus manos, en la misma posición de siempre, con la puerta de su habitación abierta y contemplando el brillo de la luna. Fingió no escucharla. Y todo indicaba que ella lo creyó.

Kagome portaba una palmatoria que deposito en la mesa de té que estaba cerca de Sesshomaru. Toda la habitación estaba a oscuras, solo el resplandor de la luna hacían ver el bien formado cuerpo del amo y señor de esas tierras. La luz no era la suficiente para alumbrar todo el lugar, y en silencio dio gracias a eso.

Sesshomaru fingió no verla. Así que no hablo hasta que ella estuvo detrás de su hombro.

"¿Kagome?"

Ella pego un gritito, como si la voz profunda y fría de Sesshomaru la hubiesen asustado.

"¿Cómo supiste que era yo?"

"Solo lo sé." Sin siquiera mirarla siguió bebiendo sake.

"Acaso, ¿Tu cuerpo sabe cuando estoy cerca?"

Sesshomaru entendió el sentido oculto que tenían esas palabras. Así que levanto su vista hacia ella. Kagome se había hecho un peinado desenfadado en lo alto de la cabeza del que ya se le habían desprendido varios mechones. Lejos de parecer desalineada, su aspecto parecía tentador, como una mujer que estuviese a punto de ser llevada a la futon.

El negro kimono delineaba perfectamente su cuerpo, no era voluptuoso comparada con muchas mujeres, pero era realmente bello. Su piel se veía blanquísima casi como la de él, pero tersa y suave. Tentadora. Su bonito rostro, ya sin rastro de moretones, se veía realmente hermoso debido al maquillaje que esa noche portaba. Y sus ojos, eran especiales, de ser chocolate pasaron a verse del más sublime color avellana que jamás hubiese visto.

Dio un trago a la botella de sake, y volvió a mirar hacia el jardín.

Kagome agacho su mirada. "Pensé que tal vez fuera eso." Se sentó a su lado, y su perfume llego hasta su fina nariz. "Es que mi cuerpo reacciona al tuyo."

Una carcajada salió de su boca.

Ella no le quito la vista de encima a Sesshomaru, quien se veía extremadamente guapo; su ropa tradicional fue cambiada por una vestimenta de ceremonia, digna de un comandante; y su pelo estaba más liso y brilloso.

"Hoy, al ver a tu hermano celebrando su boda, he tenido una revelación. Siempre las evito, pero esta vez fue algo diferente." Dijo ella con una sonrisa radiante.

Sesshomaru la miro con cuestionamiento. Y sintió algo raro en el pecho. Obviamente, algo indescriptible había arrasado la inteligencia que le quedaba después de aquellos asquerosos meses. Ahora, deseaba más que nunca el cuerpo de una mujer. El de esa mujer.

Ella sonrió de forma seductora.

Sesshomaru frunció el entrecejo. No sabía que traía entre manos, pero esa semana lo había convencido de que ella era de las criaturas más raras que podría encontrar… una persona honrada y sincera.

"¿Por qué no estás en la boda?" le espeto.

"¿Y tú?"

"Ve." Una orden.

"Si tu vas conmigo." Desafío.

Kagome siguió observando a su amado. No podía dejar de contemplar esa hermosa y perfecta cara que nunca antes se había dado permiso de percibir.

"Inuyasha puede hacerse cargo de sus propios asuntos."

Kagome se sobresalto al darse cuenta que Sesshomaru por primera vez dejaba que su hermano se dedicara a su propia vida.

"Si." Kagome se inclinó un poco, solo para alcanzar a rosarle el brazo con su mano derecha. "Sesshomaru…"

Él la observo infinitamente.

Kagome se deslizo hasta quedar a centímetros de él. Entonces, tomo su cara entre sus manos.

"Tiene demasiadas responsabilidades." La voz de Kagome sonó demasiado cálida. "Permítame quitarle todas tus… inquietudes."

Sus grandes ojos hablaron con la misma calidez que su voz. Kagome llevo su delgada mano hasta aquel torso lleno de músculos, y deslizo su mano hasta su virilidad.

Sesshomaru la miro. Relajada ante el silencio su silencio, volvió a sonreír. "Usted es Sesshomaru Taisho, dueño de todas estas tierras y comandante del emperador; y yo soy solo Kagome Higurashi, hija del jardinero. Pero…Quiero que me complazca."

Sesshomaru se excitó al momento de escuchar aquella voz sensual.

"Le daré mi virginidad a cambio." Kagome le obsequio una sonrisa encantadora.

"¿Y Por qué quieres eso de mi?" jugó con el deseo de ella, mientras ella presionaba su virilidad con suavidad.

"Porque te amo, Sesshomaru."

Kagome se inclinó hacia él, dejando que el sintiera el pecho pegarse a su brazo izquierdo.

Su mano se levanto por propia iniciativa. Acerco su cara a la de ella y por encima de la ropa acaricio los redondos pechos.

"Te deseo." alcanzo a decir. "Si no te marchas en este momento no podre contenerme." Advirtió con una mirada lujuriosa.

Ella era hermosa, inocente y diez años menor.

"Hazme tuya."

Sesshomaru cerró los ojos. La violencia de su respiración hizo que su pecho subiera y bajara.

Kagome casi podía percibir la lucha interna entre el caballero ilustrado y el macho primitivo.

El había reconocido su cansancio y la debilidad de su resistencia. Sujeto ambas manos de la joven y las retiro. Se puso de pie, y a ella junto con el, dejando que ella notara la diferencia de estatura se alejo para mirarla. Lo hizo con frialdad. Su boca era una línea recta y tenía las cejas arqueadas.

Kagome sonrió con timidez.

"sé que no lo he hecho antes, pero sospecho que la mayoría de los hombres no se muestran tan huraños cuando se les presenta la ocasión de acostarse con una mujer."

Un violento estremecimiento recorrió el cuerpo de Sesshomaru, que volvió a cerrar los ojos. Pero solo un instante. Cuando los abrió, había desaparecido cualquier rastro de severidad en sus dorados ojos, pero no aquella barrera de inquebrantable seriedad.

"Soy un hombre Egoísta."

Le sonrió con una intención tan sensual que el miedo hizo que Kagome deseara retroceder. No esperaba aquello, que se transformara en un abrir y cerrar de ojos de un cansando y precavido caballero en un amante decidido y apasionado.

"Eres lo opuesto a mí. Oscuridad y luz. Perversidad e Inocencia." La recorrió con la mirada de pies a cabeza. "¿Has venido a salvarme, Kagome? ¿Me conducirás a la fuerza hacia la felicidad?" Pregunto con un tono más que sarcástico y burlón.

Al alcanzar aquel grado máximo de seriedad, irradió una sensualidad tenebrosa. Y al iniciar su seducción, su atractivo tiñó la luz, perfumó el aire, y sazonó las pasiones de Kagome, envolviéndola en la alegría primitiva de estar con él.

Cuándo la tocó... y levantó las manos de ambos entrelazadas... ella cerró los dedos para unirlos a los de él, saboreando el placer sensual de cada caricia de las yemas y de los pulpejos de las palmas.

"¿Es eso lo que sientes cuando me miras?" Kagome se puso las manos de Sesshomaru en los hombros y, coloco las suyas por debajo del haori, subió audazmente los dedos hasta el pecho. "¿Felicidad, dices, Sesshomaru? ¿Ahora te sientes feliz? ¿Con una mujer como yo?"

Él bajó la vista hacia su kosode blanca, visible ya, tras la manera en que la joven comenzó a desvestirlo.

"Antes de que te tomes semejantes libertades, haz el favor de recordar quién eres." Dijo y Kagome tuvo la impresión de que Sesshomaru habían hablado con los dientes muy apretados.

Los dedos de Kagome se detuvieron, alzo su vista con enfado y con irritación lo soltó. "¡Se que soy la hija de tu sirviente, pero no era necesario que me digas eso solo con el afán de insultarme!"

Él le cogió la barbilla entre los dedos y se la sujetó con tanta fuerza que Kagome no pudo apartar la mirada.

"¿Que nunca guardas silencio?" Kagome tuvo ganas de golpearlo. "Lo que quería decirte es que para mí no eres ni la hija de mi sirviente ni la institutriz." Sesshomaru empleó el tono enojado y desabrido del señor Taisho, que le exigía que lo escuchara y comprendiera. "Para mí, eres Kagome, mi mujer."

Kagome no supo que decir. Cuando él dijo su nombre con su voz seductora, Había olvidado su enfado.

El acerco su rostro, poco a poco, la hipnotizo con esas profundas orbes doradas… y sin que ella se diese cuenta atrapo sus carnosos labios en un apasionado y feroz beso.

El pecho de Sesshomaru subió y descendió con la misma dificultad que un fuelle acartonado. Con una mano la agarraba del hombro, con la otra de la barbilla, temblando de tensión.

Se separo con dificultad. Y una pequeña sonrisa se registro en sus labios al ver a Kagome aun con los ojos cerrados esperando de nuevo un beso. Ella al darse cuenta se avergonzó y solo atino a seguir mirándolo con dulzura.

Sesshomaru bajó la mano y se quito su hakama con la rapidez de un rayo, y con ayuda de las manos de la joven logro quitarse las demás prendas, quedando completamente desnudo.

El estremecimiento que le provocaba la excitación reñía con el temor a la intimidad, a la desnudez, a los movimientos desconocidos y a la dolorosa invasión. Pero, en contraposición, era bueno saber que Sesshomaru luchaba a su vez por refrenar el deseo. Aquella desesperación lo humanizaba; lo acercaba a ella.

Sesshomaru se alejo. Camino hacia su futon, y con un ademán exagerado, le indicó a Kagome que se acercara con solo una inclinación de cabeza.

El pecho desnudo de Sesshomaru la sobresaltó por su perfección. Vestido daba la apariencia de un volumen y una fuerza extraordinarios, pero expuesto a la escasa luz, Sesshomaru se revelaba como una masa de músculos grandes y tersos cubiertos de piel pálida. Una mata de pelo plateado y rizado que se extendía de hombro a hombro y bajaba hasta el vientre liso.

Se dirigió hacia él. Kagome no había visto nunca nada tan vivo y lo tocó con asombro y curiosidad, acariciándole primero los brazos y bajándole a continuación las manos por los costados.

Sesshomaru la atrajo entre sus brazos. Al ser mucho más alto que ella y llegarle Kagome mas bajo de la barbilla, esta podía apoyarle la mejilla en el pecho... y eso fue lo que hizo. Sesshomaru la acunó contra su pecho un buen rato, durante el cual le acarició la clavícula y le enredó los dedos en el pelo plateado del hombre. Su aliento era un rumor contra la frente de Kagome. Eran dos personas unidas por una prolongada relación, por una circunstancia inesperada, el amor, y antes de dar el paso definitivo, irrevocable y ardiente, compartían la calidez de pertenecerse.

Sesshomaru le ahuecó las manos en las mejillas y la miró a los ojos. Él le acarició las mejillas con los pulgares y la miró fijamente a la cara, como queriendo absorber la visión.

Júbilo y temor pugnaban por imponerse en el ánimo de Kagome. ¿Cómo podía sentirse así y no reventar de alegría o hacer el ridículo? Pero era mejor hacer el ridículo por aceptar una ocasión ideal que hacerlo por pasarse la vida anhelando algo sin atreverse jamás a cogerlo.

Kagome deslizó las manos hacia abajo, sintiendo la tremenda erección de Sesshomaru pegado a su vientre, mas se detuvo antes de tocar su miembro.

Y entonces fue cuando se percató...

Sí, sí, de acuerdo, ella sabía de antemano que el pene de Sesshomaru estaba allí, y la curiosidad le había sugerido aquel procedimiento para conseguir un examen más minucioso. Pero el miembro estaba en ese momento tan cerca y... esto... era tan grande. Divino, pero grande. Sobre todo a la altura de la vista; sobre todo... Kagome se inclinó hacia atrás y vio la figura completa.

El pelo del pecho se extendía por el fruncido abdomen y se unía al matojo de pelo plateado del pubis. Las caderas no eran estrechas, ni hechas para meterse entre las piernas de una mujer, aunque sí macizas, de huesos pesados, potentes, y con su peso grabarían en una mujer la exigencia de su dueño. Y, al igual que su miembro: una superficie de piel suave y blanca, venas y sutiles gradaciones de color… la dominarían.

"Eres hermoso." Susurro sin poder evitarlo.

"Los hombres no somos hermosos."

"Tú sí." Trazó un círculo arrastrándole un dedo por el abdomen y siguiendo por la espalda. La espalda de Sesshomaru mostraba la misma complexión maciza. "Tienes todo lo que cualquier comandante querría tener. Incluso unas piernas poderosas."

Sesshomaru no dijo nada. Ella le subía la mano por el perfil de la columna. Sesshomaru se quedó inmóvil cuando ella se apretó contra su espalda e intentó abarcarle el cuello con los dedos. Después de que Kagome se apartara, sintió como si el fuego hubiese quemado su piel.

Kagome se rió entre dientes y le acarició los largos músculos que se extendían desde los hombros a la columna.

Se volvió y la agarró por las muñecas. "Kagome..."

Ella le sonrió con insolencia.

Sesshomaru pareció momentáneamente desconcertado, como si no supiera qué estaba a punto de decir.

Kagome se soltó las manos y las subió por los brazos con mucha suavidad; luego, se puso de puntillas y le susurró al oído: "Me ibas a contar cómo desarrollaste una musculatura tan maravillosa, y lo cierto es que me encantaría oírlo."

"Haré que pagues por esto" dijo Sesshomaru con un tono de voz amenazadora. "Cuento con ello."

El descubrir que lo amaba no le había hecho perder de vista las ventajas de que fuera él quien la iniciara. Sesshomaru era un perfeccionista, el hombre preciso para instruirla. No pararía hasta que gozaran los dos. Hasta que gozara ella. Y era aquella confianza la que le inspiraba la audacia para tomarle el pelo mientras Sesshomaru la miraba lujuriosamente con los puños cerrados.

Kagome apoyó la cabeza contra el hombro de Sesshomaru para disimular una sonrisa.

"¿Y qué más me platicaba señor Taisho?"

Sesshomaru intento ignorarla, cosa que era imposible.

"Ahora no."

Aceptó. Satisfecha por la pequeña cuota de venganza obtenida, volvió a deslizarle la palma de la mano justo antes de tocar su virilidad. No había disminuido; más bien todo lo contrario.

Kagome tragó saliva y lo acarició. Sesshomaru la cogió de los hombros mientras lo hacía, y ella no supo si la intención era sujetarla o sujetarse.

Él la miro fijamente, con la vehemencia escrita en sus ojos dorados parcialmente ocultos por los párpados. Aun así sus ojos no dejaban traslucir nada más que deseo. El miembro de Sesshomaru se estremeció. La respiración se convirtió en un bufido.

Se le hizo extraño pensar que aquel placer pudiera resultar casi insoportable. Extraño, también, fue descubrir que la excitación de Sesshomaru podía excitarla, pero así era. Mientras mantenía ahuecada la mano alrededor de él, mientras le rozaba el sombrerete y las protuberancias con los dedos, mientras descubría la fuerza de la base y oía los profundos y débiles gruñidos que su exploración conjuraba... Fue entonces cuando descubrió que tenía las mejillas encendidas, que la necesidad laceraba sus pechos y que entre sus piernas era cada vez más patente la calidez de cierta humedad. Lo deseaba sexualmente.

Se agarró a los muslos de Sesshomaru y frotó la mejilla contra aquel pelo suave; se maravilló. Fuertes y macizos, como todas las partes de su cuerpo. Delineados y varoniles, todos los músculos evocaban la fuerza del hombre.

Por encima de ella la respiración de Sesshomaru se tornó áspera; él le tocó el pelo con una ligera caricia. Y como le pareció correcto, y porque le pareció osado, Kagome se inclinó hacia adelante y le besó el miembro, sintiéndose cada vez más audaz hasta que lo recorrió en toda su extensión con la lengua.

Sesshomaru perdió la paciencia de repente. La levantó de un tirón la giro para poderle quitar las cintas que sujetaban el Kimono.

"¡Sesshomaru!" dijo Kagome asustada.

Ni siquiera pareció oírla. Estaba concentrado exclusivamente en despojarla de la ropa, tan concentrado que el terror y la excitación hicieron que el corazón de ella iniciara una lenta y ruidosa carrera.

"Sesshomaru." Cuando él le apartó las manos para quitarle las prendas, Kagome estaba temblando.

Poco a poco cada prenda del Kimono iban cayeron al suelo con un susurro al aterrizar sobre el montón de ropa almidonada. La rodeó con los brazos y la levantó para acostarla sobre el futon.

Cuando los cuerpos se encontraron, los dos se quedaron inmóviles. Kagome solo traía puesto las dos partes que compartían la ropa interior.

Bien podría no haber habido nada entre sus cuerpos calientes. Los fruncidos pezones de Kagome se apretaban contra el pecho de Sesshomaru; el pene de este se le clavaba a ella en el vientre.

El mundo se desplomó cuando, dejándose caer de espaldas, Sesshomaru aterrizó sobre los cojines para que ella pudiera hacerlo sobre él. Kagome ni siquiera perdió el resuello antes de que él se diera la vuelta sobre el costado y se pusiera encima de ella. Entonces, ella gritó, no precisamente de miedo, sino por la sorpresa y la perplejidad cuando tiró de su interior de seda y la rompió. Tanto la prenda inferior como la superior.

Empujó con la rodilla para abrirle las piernas y se colocó entre ella, presionándola, caderas con caderas, pecho con pecho. El ataque, el rápido movimiento, la dominante acometida despertaron en ella un tardío conato de prudencia. E intentó apartarlo con un empujón.

Sesshomaru hizo una pausa para cogerle las manos e hizo que le rodeara los hombros con ellas.

"Agárrate." Le deslizó la mano por debajo del cuello y le levantó la cara para besarla.

El beso era profundo y sabia a gloria. Kagome se perdió en el, escapando de la realidad. Pero el se la recordó cuando la tocó...abajo. Al principio solo una suave caricia, nada más que el roce de los dedos. Un reconocimiento, se diría, porque su siguiente movimiento fue abrirla con habilidad.

Kagome le estrujó los hombros y los brazos. La alarma le obstruyó la garganta e hizo que su piel se acalorara. La alarma era normal la primera vez que una mujer estaba con un hombre. Y la primera vez desnudos...

¿Cómo podía ser que un hombre con una prisa tan abrasadora la tratara con tanta delicadeza? El pulgar de Sesshomaru la rozó ligeramente, pero con tanta precisión que ella volvió a gritar. Pero en esta ocasión el grito no contenía nada de protesta, era el placer puro. Sus piernas... Kagome no sabía qué hacer con sus piernas; movía los pies sin sosiego sobre el suelo... Los dos habían caído solo parcialmente sobre el futon...

Sesshomaru encontró la entrada del cuerpo de Kagome, trazó un ligero círculo alrededor con el dedo y entró. No mucho, solo lo suficiente para hacer que ella empujara con los pies y levantara las caderas.

"Eso es." Sesshomaru se apartó.

"No sigas." Pidió y se aferró entonces a él.

"Es demasiado tarde para eso." Cambió de posición, le puso las manos debajo de las caderas, la levantó y volvió a tocarla.

Entonces, la presión se hizo mayor y el peso de Sesshomaru cayó sobre Kagome.

Estaba encima de ella; estaba dentro de ella.

Aquello quemaba. Kagome forcejeó. Logrando que Sesshomaru se detuviera, pero no retrocedió. Su pelo lacio, plateado y brillante caía sobre la frente y el cabello negro de Kagome y la tensión le ahuecaba las mejillas. Una gota de sudor le resbaló por la sien. El pecho subía y bajaba con cada violenta respiración.

"Prometiste encantarme" dijo, y la indignación ardió en su voz.

La sonrisa malvada de Sesshomaru reveló la jugarreta.

"Me has mentido." Lo había hecho. Y Sesshomaru también lo sabía.

"No te dije... toda la verdad." "La levantó de las caderas, ajustó los cuerpos de ambos y se salió un poco, concediéndole un pequeño descanso. Pero antes de que Kagome pudiera siquiera suspirar de alivio, Sesshomaru se impulsó hacía adelante, y la presión volvió a empezar. Aun así, tuvo la audacia de decir: "¿Te gusta?"

Esa vez fue peor. Al encontrar cierta resistencia interior, el escozor se hizo más intenso e hizo que las lágrimas acudieran a los ojos de chocolates de Kagome, quien como pudo, golpeo la espalda blanca de Sesshomaru

El no hizo caso.

Así que decidió distraerlo y tiró de él para besarlo, le mordisqueó el labio como él le había hecho a ella y le introdujo la lengua en la boca. Sesshomaru inclinó la cabeza y la beso con demasiada pasión, luchando con ella por recuperar el mando.

Bien hundido en ella, el himen de Kagome cedió, aunque no así ella. El beso se hizo más profundo, se inflamó, se enfrió y volvió a llamear.

Y Sesshomaru no se detuvo ni un momento.

Kagome no supo cuándo él había empezado a impulsarse adentro y afuera y lo único que supo fue que, cuando dejó de besarlo para respirar, el dolor se había convertido en incomodidad. Todo aquello le resultaba extraño, sin embargo... su cuerpo sabía cómo responder. Sesshomaru se tranquilizó, y con un movimiento pausado, se deslizó hasta el fondo, presionando su pelvis contra la de ella, poniéndose justo en el lugar en que Kagome más sentía su presencia. Luego retrocedió, un movimiento deliberado que la forzó a reconocer cada centímetro de él. Volvió a entrar con una cadencia decidida hasta lo más profundo de ella, y entonces retrocedió. Adentro y afuera... adentro y afuera...

Kagome se moría por el momento en el que él se metía hasta el fondo, en el que su miembro le rozaba el útero, los dos cuerpos tan pegados que ya no podían estarlo más. Entonces, él se salió, y el placer cambió, se convirtió en una impaciencia solo soportable por la promesa de que iba a haber más.

Kagome lo observaba, queriendo atrapar en la memoria su decisión y vehemencia. Sesshomaru estaba caliente como una estufa y le introducía aquel calor con cada empujón. Lo tenía agarrado por la cadera con las piernas levantadas y los pies le resbalaban por la cara posterior de los muslos de Sesshomaru. Aferrada a él, sus manos vagaban por su cuello, sus hombros y sus brazos.

Con la espalda arqueada, Kagome balanceaba las caderas.

Y mientras Sesshomaru mantenía aquel ritmo lento, acompasado y calculado, los empujones se iban haciendo poco a poco más intensos, y a cada instante que transcurría ella se iba acercando un poco más al clímax. Adentro y afuera...

Sesshomaru era implacable. Cuando el placer se hizo demasiado intenso, Kagome empezó a asustarse. La sangre le golpeaba en las venas, se dio cuenta de que le costaba mantener los ojos abiertos y, cada vez que se le cerraban con un aleteo, podía oír su cuerpo con mucha más nitidez.

Jadeaba, y alguien... ¡vaya, si era ella!... empezó a gemir ante el aviso del apremiante e intenso deseo. Quiso moverse más deprisa para poner fin a aquello a su manera, pero Sesshomaru la controló; con las manos en las nalgas de Kagome, hizo que se balanceara hacia él, obligándola a mantener su ritmo abriendo y cerrando los dedos con una cadencia que resonaba en el pulso interior de Kagome.

Sesshomaru cambió su peso inclinando el pecho contra el de ella, obligándola a hundirse más en los cojines. Le puso la boca junto a la oreja y le habló con aquella voz aterciopelada y oscura con inexorable lentitud:

"Kagome, déjame verte. Permite que te vea. Muéstrame tu placer."

Ella no supo dónde encontró la fuerza para desafiarlo, ni siquiera por qué, pero fue lo que hizo.

"No" Dijo con los ojos cerrados y evitando soltar un potente gemido.

Hundido en ella, la presión aumentó, aunque Kagome se esforzó en mantenerse abrazada a él para evitar que Sesshomaru la viera desprotegida, desesperada, anhelante.

"Por dentro eres cálida y oscura. Y te ciñes tanto a mí." Sesshomaru alargó las palabras, conviniéndolas en un contrapunto de su avance sobre el cuerpo y las emociones de Kagome, haciéndola más consciente del movimiento, del calor y de la pura sexualidad de aquella unión.

Kagome gimoteó.

"Sujétame bien dentro de ti." Las palabras de Sesshomaru la acariciaron; su cuerpo la abrumó

Kagome lo intentó. Tensó aquellos músculos de su cuerpo que lo envolvían... Y el clímax la golpeó como un maremoto, que le arrasó rugiente todos los nervios y que la levantó contra Sesshomaru con fuerza. Convulsa, ahogada en el placer, la agonía y el éxtasis la atontaron. Y gritó. Y se colgó de Sesshomaru con las uñas y con su amor. Y, olvidándose de él en el éxtasis, lo memorizó por siempre.

El terminar. Después de que la ola muriera y la dejara exhausta y jadeante, abrió los ojos y vio que Sesshomaru la observaba, que seguía sujetándola... sin dejar de moverse dentro de ella.

"Me encanta observarte." le susurró sensualmente en su odio. Con ternura lamio su cuello. "Muéstrate de nuevo para mí."

Kagome gimió tan fuerte que no la habría sorprendido si la escuchaban.

Se habían entregado en cuerpo y alma.

Fin… ahora sí.