HOLA ESTA ES UNA ADAPTACIÓN DEL CUENTO EL TUNEL DE ERNESTO SÁBATO ESPERO QUEDE BIEN TIENE 39 CAPITULOS, ESPERO LES GUSTE SI LES GUSTA DEJEN UN REVIEW PLIS

SHUGO CHARA NI EL CUENTO EL TUNEL ME PERTENECE, SI NO A SUS RESPECTIVOS AUTORES


Resumen con adaptación: El pintor Ikuto Tsukiyomi, nos hace partícipes con un tono existencialista del crimen que cometió. Ikuto conoce a Amu Hinamori por quien se obsesiona y mantiene una extraña relación. Amu está casada con Tadase, un hombre ciego mayor que ella y según sospechas de Ikuto, Amu también mantiene relaciones con Kukai, primo de Tadase, que vive en una estancia fuera de Buenos Aires que Amu visita frecuentemente. Atormentado por sus dudas y por el misterio que envuelve a Amu, Ikuto la mata. Confiesa a Tadase sus sospechas de infidelidad que según él lo justifican de haberle dado muerte a su esposa. Tadase se suicida e Ikuto Tsukiyomi se entrega a las autoridades.


Todos saben que maté a Amu Hinamori. Pero nadie sabe cómo la conocí, qué

relaciones hubo exactamente entre nosotros y cómo fui haciéndome a la idea de matarla. Trataré de

relatar todo imparcialmente porque, aunque sufrí mucho por su culpa, no tengo la necia pretensión de

ser perfecto.

En el Salón de Primavera de 1946 presenté un cuadro llamado

Maternidad. Era por el estilo de

muchos otros anteriores : como dicen los críticos en su insoportable dialecto, era sólido, estaba bien

arquitecturado. Tenía, en fin, los atributos que esos charlatanes encontraban siempre en mis telas,

incluyendo "cierta cosa profundamente intelectual". Pero arriba, a la izquierda, a través de una

ventanita, se veía una escena pequeña y remota: una playa solitaria y una mujer que miraba el mar.

Era una mujer que miraba como esperando algo, quizá algún llamado apagado y distante. La escena

sugería, en mi opinión, una soledad ansiosa y absoluta.

Nadie se fijó en esta escena; pasaban la mirada por encima, como por algo secundario,

probablemente decorativo. Con excepción de una sola persona, nadie pareció comprender que esa

escena constituía algo esencial. Fue el día de la inauguración. Una muchacha desconocida estuvo

mucho tiempo delante de mi cuadro sin dar importancia, en apariencia, a la gran mujer en primer

plano, la mujer que miraba jugar al niño. En cambio, miró fijamente la escena de la ventana y

mientras lo hacía tuve la seguridad de que estaba aislada del mundo entero; no vio ni oyó a la gente

que pasaba o se detenía frente a mi tela.

La observé todo el tiempo con ansiedad. Después desapareció en la multitud, mientras yo

vacilaba entre un miedo invencible y un angustioso deseo de llamarla. ¿Miedo de qué? Quizá, algo

así como miedo de jugar todo el dinero de que se dispone en la vida a un solo número. Sin embargo,

cuando desapareció, me sentí irritado, infeliz, pensando que podría no verla más, perdida entre los

millones de habitantes anónimos de Buenos Aires.

Esa noche volví a casa nervioso, descontento, triste.

Hasta que se clausuró el salón, fui todos los días y me colocaba suficientemente cerca para

reconocer a las personas que se detenían frente a mi cuadro. Pero no volvió a aparecer.

Durante los meses que siguieron, sólo pensé en ella, en la posibilidad de volver a verla. Y, en

cierto modo, sólo pinté para ella. Fue como si la pequeña escena de la ventana empezara a crecer y

a invadir toda la tela y toda mi obra.