Okey, no tengo perdón, lo sé T_T Pero sinceramente las ideas para continuar esta historia van y viene, y me cuesta unir las ideas para hacer que todo tenga sentido. Pero en fin, realmente voy como puedo, sin presión y dejando que fluya cuando tenga que fluir. Espero que se acuerden de que va esto y le guste el capítulo, corto, pero creo que lo dejo en buen punto para darle forma a todo. Gracias c:


Maldita
[Sesshomaru&Kagome]

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Capítulo 7. Un pequeño cambio.

InuYasha estaba realmente confundido.

Su estómago era un revoltillo de emociones y su cabeza un mar de confusiones. El hecho de tener a Kagome sobre sus labios y él correspondiéndole hacia que sus confusiones y nervios aumentaran con cada latido que su corazón daba. Los carnosos y suaves labios de la azabache le incitaban a seguir con el tímido tacto, tan precioso como la Luna que yacía en el cielo nocturno sobre sus cabezas.

Pero la magia acabó tan rápido como empezó.

Se separaron tan abruptamente como si sus roces quemaran, como si la calidez se convirtiera en fuego; una corriente eléctrica que separó sus labios. Sus ojos se encontraron, destellos de confusión iluminaron las pupilas de ambos.

—Yo… —Quiso hablar InuYasha, romper un poco la tensión en la que estaba envuelto ese momento, pero se encontró si nada que decir, estaba en blanco.

—No digas nada, InuYasha, no digas nada —su voz afligida mostraba que, internamente, Kagome estaba pasando un mal momento.

Y era así; Kagome, internamente, se estaba quebrando. Una pequeña luz en medio de la oscuridad en donde se encontraba, un destello que le hizo dudar de lo que hacía, que la hizo caer en la realidad. Oh Dios, había besado a InuYasha. Y era algo que desde hace mucho tiempo quería hacer, no era un secreto para nadie los sentimientos que el hanyou despertó en ella, pero así no era como se imaginaba su primer beso con él. No sintió nada, era como si sus verdaderas emociones y sentimientos hubiesen sido encarcelados, lejos de su alcance.

Kagome se sintió como una marioneta.

Su pecho ardía como otras veces, y el aire empezaba a faltarle provocando que Higurashi diera grandes bocados de aire, buscando llenar sus pulmones. InuYasha le miraba lleno de confusión, una mueca de preocupación atravesó su rostro.

—Kagome… ¿Estás bien?

¡No, no lo estoy, InuYasha! ¡Algo me pasa, ayúdame por favor!

Quiso decir e incluso tuvo la fuerte sensación de que eso fue lo salió de sus labios, pero estaba lejos de eso. Dentro de ella, sentía que una mano apretaba su garganta, impidiéndole pronunciar como se sentía realmente.

—Sí, estoy bien, InuYasha. No te preocupes —Involuntariamente las comisuras de sus labios se alzaron en una sonrisa, tan falsa como sus palabras.

Y se estremeció al decir eso, estaba siendo dominada.

—¿Segura? —Preguntó dudoso el hanyou al no creer del todo en sus palabras, algo pasaba, pero el saber qué era estaba lejos de su comprensión.

—Sí. ¿Y sabes qué? Necesito pensar un poco, daré una vuelta si no te molesta.

Perplejo, InuYasha asintió.


Kagome llevaba par de minutos vagando por el inmenso bosque, sin saber exactamente en qué pensar o tan siquiera cómo sentirse. Su mundo simplemente empezaba a desplomarse y ella se sentía incapaz de hacer algo para evitar tal caída en picada, estaba devastada. ¿En qué estaba pensando exactamente? No, realmente no tenía control de lo que hacía, de lo que pasaba por su mente, se desconocía a sí misma.

No era ella, se sentía como un títere, controlado por largos hilos invisibles e irrompibles. Se dejó caer en las gruesas raíces de un árbol con el que tropezó torpemente y cuando de sus labios salió un gran suspiro, como si liberara un gran peso que llevara consigo, comenzó a llorar.

Abrazó sus rodillas y dejó caer su cabeza en el medio de las mismas, dejando que las gruesas lágrimas recorrieran sus mejillas y se perdieran en su nuca y el nacimiento de sus senos. No entendía porque lloraba exactamente, pero sentía esa inmensa necesidad de desahogarse, de permitirse sentir un minuto. Algo estaba mal en ella, ¿besar a InuYasha así de repente? Esa no era una acción propia de su persona, esa no era la Kagome que pensaba que conocía.

Ella sabía que la estaban controlando, ¿quién? lo desconocía, pero alguien lo hacía. Y sabía que había un plan oscuro detrás de todo eso, uno que involucraba a InuYasha e implicaba lastimarlo emocionalmente, así como a ella misma. Kagome se estremeció como cuando una hoja de papel es agitada, como si un fuerte frío recorriera todo su cuerpo y le quemara internamente, una gran punzada en su pecho.

Rápidamente se puso de pie y corrió con fuerzas, como si el infierno mismo le persiguiera. Necesitaba calor, necesitaba sudar, necesitaba que la brisa golpeara contra su rostro y le susurra promesas que no podía cumplir, mentiras que calmarían su dolor. Necesitaba, sólo por un momento, sentir que todo estaba bien y que lo que vivía era sólo un mal sueño que, al salir el Sol, despertaría y todo estaría normal.

Pero una voz en su mente, en lo más profundo de su mente quebró sus esperanzas.

Ilusa.

Y Kagome se dejó caer al suelo, derrotada y gimiendo como cachorro pequeño que es lastimado. La azabache se sintió vacía, con un gran miedo floreciendo en su interior. Aquella misma voz dentro de su mente volvió a susurrarle, una suave siseo que le caló hasta los huesos.

Duermete, ahora.

Los párpados de Higurashi se sintieron pesados, tan pesados que se vio incapaz de mantenerlos abiertos y enfocar su atención en el lugar donde se encontraba, donde estaba tirada. O tan siquiera gritar y pedir ayuda, pero aquello estaba fuera de su alcance. Y la brisa meció sus hebras negras, como una caricia que le incitaba a sumergirse en la oscuridad.

Duermete, Kagome. Siseó nuevamente aquella voz, raspando su mente.

El iris de sus pupilas quedó bajó sus párpados, las pestañas rozando sus pómulos y su pecho subiendo y bajando en suaves movimientos. Quiso pararse y buscar a InuYasha, pero sentía fuera de sí, como si alguien hubiese tomado control total de su cuerpo, de sus intenciones, de su alma misma.

Y Kagome se sumió en la oscuridad, al vacío, siendo arrastrada a los brazos de Morfeo sin poder evitarlo, totalmente destrozada.


Sesshomaru recorría el inmenso bosque como de costumbre, buscando algún olor que le llevara hasta Naraku, pero ciertamente el aire estaba tan puro que daban a entender que Naraku no había hecho acto de presencia desde aquella vez, cuando huyó e InuYasha había sido un completo estorbo.

Pasó de un árbol, con la brisa meciendo su cabello y la Luna iluminando su camino por la espesura del bosque. Y entonces su visión captó un pequeño bulto a escasos pasos de él, contra el piso y totalmente inmóvil. Sesshomaru movido por la curiosidad, se acercó hasta el cuerpo y una sombra de sorpresa pasó por su cara, sólo un segundo, para luego volver a su fría imagen imperturbable.

Se preguntó mentalmente que hacia la sacerdotisa en ese lugar e inconsciente, pero la respuesta ciertamente no era de su interés. Y Kagome tampoco lo era. La rodeó queriendo marcharse de ahí cuando algo, un pequeño destello proveniente de ella, le clavó en su lugar.

Era como una pequeña chispa que descansaba encima de la cabeza de Kagome, pequeñas chispas de un color negro que lograba distinguirse a pesar de que el Sol no estaba presente. Una energía que Sesshomaru estaba seguro que no era propio de una sacerdotisa. El youkai se acercó hasta Kagome, colocándose en cuclillas y viendo con más atención los pequeños destellos que emanaban de su cabeza, extendiéndose sobre su espalda y llegando a sus pies, como si la estuviera envolviendo.

Sesshomaru se colocó de pie, mirando como poco a poco las pequeñas chispas empezaban a extinguirse, fusionándose con ella. Y entendió que estaba en lo correcto cuando pensó que algo no andaba bien con la sacerdotisa, que algo extraño andaba ocurriendo con ella, pero realmente aquello no era de sus interés, no era él quien debía preocuparse por ello. Estuvo por abandonar el lugar, cuando la imagen de Naraku con ella en brazos chocó en su mente. ¿Y si lo que le estaba ocurriendo era obra de Naraku? Entonces sí le interesaba, sí cuando sea lo que sea que pasaba con Kagome, ésta podía llevarla hasta el miserable hanyou.

Ahogó un suspiro, volviendo su vista hasta la azabache tendida en el piso. Se fijó en su rostro tan pálido como la nieve y sus mejillas sonrojadas por la fría brisa que recorría el lugar, y Sesshomaru sin poder evitarlo se preguntó cuanto tiempo llevaría la humana tendida en el suelo, pero rápidamente descartó ese destello de preocupación por ella.

Pero la necesitaba. Si la energía extraña que le envolvía tendría algo que ver con Naraku, entonces sí se preocuparía por ella un poco, hasta que Naraku estuviera entre sus garras.

Bajó hasta ella, colocándola entre sus brazos y haciendo que su cabeza descansara contra su armadura. Una vocecita dentro de él gritaba que esta no era una buena idea, que era una estupidez lo que estaba cometiendo, pero otra dictaba todo lo contrario. Y que nada perdía por intentar averiguar si la sacerdotisa tenía alguna conexión con el hanyou.

Usó su Mokomoko para envolver a Kagome y la llevó consigo a su grupo. Junto a él.