› Los personajes no me pertenecen, sino a la gran Rumiko Takahashi.

› Universo Alterno —Long!Fic. Inuyasha/Kagome, principalmente. Romance/Aventura, Humor/Drama.
› Lenguaje obsceno, alusión a temas adultos, violencia, muerte de personaje.


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ATRÁPAИOS

SI PUEDES

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Capítulo I | Unfortunate son


Aquel era, probablemente, el peor día de la vida de Inuyasha Taishō.

El peor por mucho, y sin siquiera saber exactamente si lo merecía.


—Ya cierra la boca, imbécil.

Su voz había sido lo más parecido a un trueno. Repercutió en el cerebro de Inuyasha y lo dejó atontado un rato. O tal vez, eso había sido el golpe.

Inuyasha no pudo ver su rostro en ningún momento. Después de que le dieran un palazo en la cabeza, consiguió, aún a pesar de sus desesperados intentos de ser fuerte, desmayarse. Cuando se despertó, notó que sus ojos estaban vendados. A pesar de que había hecho muchas preguntas al respecto y no sabía absolutamente nada de lo que estaban hablando, los tipos seguían insistiendo en que largara todo o lo molerían a golpes. Cosa que no estaba muy lejos de lo que ya estaban haciendo.

Por algunos momentos creyó que todo era una broma muy pesada de Miroku, pero después de que le hicieran un corte en la garganta y sintiera su sangre caer lentamente hasta su remera, empezó a comprender que la cosa iba en serio y él estaba metido, aparentemente y sin tener mucha culpa (según él), en un problema muy grande. Un malentendido enorme que le estaba costando caro.

Estaba intentando controlarse, mantenerse en calma. Iba más o menos bien en eso, más menos que más.

—¡Pero les digo que yo no soy a quien buscan!

—¿Crees que eso nunca nos lo dijeron antes?

—Te metiste con la gente equivocado, amigo —habló otra voz. Por lo visto era más joven o más afeminado; su voz era afinada, sonaba divertida. Parecía disfrutar enormemente de dirigirse a él.

—Escuchen, no sé qué quieren, pero…

¡Zas! Otro golpe. Si seguían en ese plan no tardaría en perder todos los dientes. Escupió al suelo. Sangre, su boca estaba llena; sentía el sabor metálico. Decidió callar; apretó los dientes. Terminarían matándolo, y él no podía hacer mucho para evitarlo.

—El tipo sólo quiere que le devuelvas lo que es suyo —siguió el de la voz divertida—, no lo tienes contigo. Dinos dónde está y te dejaremos libre, ¿qué tal?

«Y me matan a tiros luego. Sí, pero no, gracias.»

—¡Ni siquiera sé qué…!

Correctivo. ¡No hables así a la gente que te tiene atada de manos, y que encima tiene un arma! Si andan buscando algo y dicen que el que lo tiene eres tú, pues te callas y verás cómo te las arreglas.

«Excelente, conciencia, muchas gracias por la información.»

¿Qué había hecho mal para que la mañana resultara tan terriblemente mala? Se venía portando bien hacía un largo tiempo, no se metía en problemas con nadie. ¡Y todavía no había logrado ligar, ni siquiera charlar, con la chica del tren! Ni con la secretaria del tercer piso. Ni con nadie… no podía morir aún.

—Debemos irnos, hermano. —Otro tipo, la voz era más grave. Inuyasha se imaginó a un tipo gordo y enano. Era increíble que aún le funcionara la imaginación después de tantos golpes.

—Ya te dije que no me digas así. —La voz que habló en primer lugar. A Inuyasha le dolía la cabeza—. ¿Y eso por qué?

—Lo siento —resopló el de la voz grave—. Gente equivocada. ¿Me deshago de ellos?

El silencio se extendió unos pocos segundos por el lugar. Inuyasha intentaba pensar desesperadamente qué decir. Si tal sólo no se hubiera levantado esa mañana, no estaría ahí en ese momento. Pero qué lógico lo que decía, resulta asombroso que pensara tan bien con tanto golpecito.

—No, suficiente tenemos con este imbécil —respondió el líder—. Lo llevaremos donde están las chicas. ¿Siguen ahí?

—Sí, her…

El de la voz grave calló de inmediato. Inuyasha se imaginó que el líder lo había fulminado con la mirada antes de que pudiera terminar la oración. No estaría mal que decidieran matarse entre ellos, y él lograra escapar del lugar arrastrándose cual oruga. A que le iría bien y todo.

—Como sea, iremos allí entonces —rugió—. Encárgate, Jakotsu.

—Con gusto, hermano —casi rió el de la voz divertida. Inuyasha sintió cómo tiraban de sus brazos, atados a la espalda, y le susurraban al oído—. Ahora estás a cargo de Jakotsu y todo irá bien, ¿entiendes?

A Inuyasha se le erizaron los pelos de los brazos y lo recorrió un escalofrío. Estaba a cargo de un jodido sociópata. Ya la voz le decía todo. ¡¿Por qué un afeminado?! ¿Por qué?

Lo llevó a la rastra (y a ciegas, claro), hasta lo que, según la orientación de Inuyasha, parecía ser otra habitación. Recorrieron así como tres puertas, aunque sea guiándose por los sonidos de los golpes. En ningún momento sintió la brisa del viento ni el ruido de ciudad; y parecían adentrarse cada vez más al centro de la tierra. El calor allí era más que insoportable.

Cuando por fin se detuvieron y lo enviaron derecho con la cara al piso, escuchó unos murmullos ahogados y excitados.

—Cállense —dijo a modo de saludo la voz de Jakotsu. Los murmullos se detuvieron al instante—. Mujeres, ¿eh? Insoportables.

Pateó a Inuyasha en las costillas, y él no ahogó el grito. El dolor no era insoportable, pero la sorpresa fue mucha, y la falta de aire, instantánea. Comenzó a tomar grandes bocanadas en cuento volvió a sentir los pulmones en el cuerpo y pudo suponer que no estaban todos astillados por sus costillas rotas. Buena manera de comenzar la semana.

—¡Déjalo! —El grito de una mujer. La voz era suave.

—No te metas, querida. —El susurro de Jakotsu era como el siseo de una serpiente peligrosa. La mujer enmudeció, pero el rostro mantenía una expresión dura y rebelde. El hombre hizo caso omiso. Inuyasha aún respiraba, y su visión era un negro con pequeños destellos de luz que se colaban entre la tela que cubría sus ojos—. Escucha, voy a tener que matarte si no nos dices donde está —siguió Jakotsu, pero esta vez dirigiéndose a él—, y realmente no quiero hacerlo. No aún —agregó—. Sé buen chico, ¿quieres?

Inuyasha escupió un poco más de sangre. Sentía la mandíbula floja. Decidió permanecer en silencio, aunque tenía dos o tres cosas para decirle a ese tipo, una tenía que ver con su madre y ninguna era un cumplido.

El murmullo volvió a repetirse e Inuyasha escuchó dos o tres palabras sueltas antes de que Jakotsu lograra el silencio mediante una abofeteada. La mujer profirió un pequeño suspiro de sorpresa.

—Te dije que te calles.

Ey, esto es conmigo, ¿no? —comenzó Inuyasha. Sentía el pelo negro pegarse en su rostro por la transpiración. El lugar era sofocante—. Aquí estoy. Hijo de puta.

Jakotsu dejó escapar una leve risa y se acercó a él dando dos pasos. Lo tomó de la camisa, cerca del hombro, y se agachó un poco para quedar a la altura de su rostro.

Un héroe. Sí, le había tocado un jodido héroe.

—Sí, lo estás —susurró. El aliento cálido golpeó el rostro de Inuyasha provocándole arcadas. Se las guardó para no morir. Pero la voz afeminada y la jodida cercanía le ponía los pelos de punta, y no lo hacía mucho más feliz. Al final, la luz lo cegó. Jakotsu le había quitado la venda que cubría sus ojos y por unos pocos segundos, sólo podía distinguir una sombra oscura sobre un fondo blanco.

La pared era blanca. Y el rostro de Jakotsu era agraciado y tan afeminado como lo era su voz. El pelo oscuro lo tenía largo y atado con una cola desprolija, y mechones de cabello negro caían sobre su rostro como un flequillo mal hecho. Estaba empezando a dudar que realmente fuera un hombre como creyó desde el principio; bien podría ser una mujer. Pero su torso estaba semi desnudo, y los músculos y (principalmente) la falta de pechos, era un indicio claro de su sexo.

«Oh, genial, ahora sí va a matarme.»

Un coro de mujeres soltó un grito ahogado cuando Jakotsu volvió a empujarlo hacia atrás, e Inuyasha cayó de espalda sobre sus pobres manos atadas. Cerró los ojos por el dolor y rogó que pudiera moverlas todavía. Realmente podían ser útiles si se libraba de las ligaduras. Cuando abrió los ojos, lo primero que vio fue una fila de pies femeninos, cinco pares en total. Y cuando subió la vista, a cinco mujeres sentadas en sus sillas. Todas tenían la mano derecha atada al brazo de la silla, y todas mantenían una expresión de sorpresa en el rostro. Para consternación de Inuyasha (y de los tipos que las tenían atadas) todas allí eran jodidamente iguales.

Una de las chicas le hizo una seña con el pie, eso lo llegó a notar; también notó el guiño que le dedicó, de trampa, y el codazo de la chica de al lado… la conocía, conocía a la chica,… ¿dónde?... ya luego no notó nada, Jakotsu volvió a pegarle y sus ojos se cerraron por inercia mientras apretaba los dientes.

Se preguntó qué quería decir esa chica con ese guiño rápido y en qué tipo de problemas se iba a meter ahora. ¿Sería la misma que pidió que lo dejaran?

La puerta volvió a abrirse otra vez, cuando entró un hombre alto, al que Inuyasha había apodado «el jefe» (pues su voz se correspondía), y otro detrás que tenía cara de haber chupado un limón (o así pensó Inuyasha en su mejor estado de lucidez).

—Sí, Renkotsu, pero… —Era el líder, y su conversación dio un giro cuando observó a Inuyasha enroscado en el suelo—, ¿y qué hace éste aquí todavía? Creí que ya habías acabado con él, Jakotsu.

—No aún —sonrió el aludido. El tipo llamado Renkotsu observó a Inuyasha con interés. Era un pelado amargo; eso pensaba Inuyasha y un par de chicas que estaban allí.

—¿Es él?

—Sí.

—No es gran cosa.

Inuyasha se guardó un insulto.

«…y su madre.»

El líder tomó un mechón de cabello de Inuyasha, que aún esperaba liberarse del amarre de sus manos (solamente para darle una buena paliza), y tiró de él. Y ahí fue cuando Inuyasha vislumbró el rostro del líder con serenidad (y cierto odio, porqué no decirlo). Su piel tenía un tostado que resultaba muy natural, y su sonrisa era macabra. Resultaba apuesto incluso con el pelo largo y negro atado en una trenza.

«Niñata.»

—Creo que hoy vas a morir, Taishō.

Inuyasha sintió como si toda la fuerza de gravedad que nunca había sentido, tirara ahora de su ombligo hacia el suelo; como si hubiera tragado una roca pesada.

«¿Ta-taishō?»

¿Cómo diablos?... Entonces, ¿era realmente a él a quién buscaban? Su problema era incluso un poco más grande de lo que había pensado, porque sinceramente no recordaba nada que involucrara a esos tíos y sus deseos de que les diga «donde está» váyase a saber qué cosa.

Renkotsu sacó su arma y sonrió; Jakotsu frunció el ceño y un par de chicas soltaron suspiros atemorizados. («¿Qué hacen ellas aquí de todos modos?»)

—Ay, no te metas, Renkotsu. Es mío.

Inuyasha sintió asco. Se estaba peleando por él. Eso no era necesario, para nada. Miró a la chica que le había guiñado el ojo. Su vista vagaba por todos los presentes y se detuvo un segundo de más en el arma que cargaba Renkotsu.

Le resultaba demasiado conocida, si tan sólo pudiera recordar de dónde…

—No pienso tocarlo más de lo necesario, Jakotsu —murmuró el de la cara de limón—. Todo tuyo.

Inuyasha temió más por esa chica que por su infortunio. Observó el rostro de todas ellas ahí. Eran muy parecidas (¡incluso estaban todas vestidas igual!). Cabello negro y relativamente largo, cara agraciada y ojos color marrón oscuro. La que le había guiñado el ojo tenía las mejillas sonrojadas, la de al lado de ella parecía muy seria y las otras tres tenía una cara de susto infernal.

«¿En qué se habrán metido?... ¿las secuestraron como a mí? ¿Las estarán…?»

—Resulta que mi chico es un puto héroe, ¿verdad? —agregó de pronto Jakotsu, pateándolo de nuevo. Inuyasha soltó un gruñido de sorpresa mezclado con dolor. El líder sonrió y se paró detrás de Jakotsu, con Renkotsu a su lado—. Resulta que lo es, ¿o no?

—¿De qué hablas? —murmuró Inuyasha. Controlar el tono de su voz le resultaba difícil. La chica frunció el ceño.

—De que, como eres un héroe, nos dirás todo lo que sabes.

«¿De qué putas habla?, en serio.»

Inuyasha lo miró, ahí tirado en el suelo, con expresión confundida. Jakotsu sonrió, mostrando sus blancos dientes, tomó una de las chicas de un brazo y tiró hacia él, haciendo que las esposas que la ataban a la silla le lastimaran la muñeca y soltara un gemido de miedo. El rostro de Inuyasha se descompuso. No sabía quién era, pero no podía cargar con el daño de una mujer así en su conciencia.

—Suéltala, no seas imbécil —gruñó. Apenas podía moverse, su cabeza le estaba estallando del dolor, estaba en una pose muy incómoda, aún tenía los brazos atados a la espalda y tenía el tupé de hablarle así a su secuestrador. Jakotsu soltó una risa divertida, mientras Renkotsu soltaba a la jovencita de su atadura a la silla.

—Eres valiente —le sonrió, pero su sonrisa se transformó en una mueca de odio cuando la mujer que sujetaba le propinó una patada en la pierna y exigió que la soltara a los gritos. Inuyasha embozó una sonrisa, aunque sabía que la chica sólo se metía en problemas.

—¡Suéltame, estúpido! ¡Déjame! ¡Déjame!

—Calla a esa mujer, ¿quieres? —La voz del líder.

—¡Suéltame!

Lo siguiente pasó demasiado deprisa. Inuyasha se perdió la mitad de las cosas, y la razón fue que recibió un disparo en el hombro que lo dejó desorientado como dos minutos. Había muchos gritos, bastante sangre y el dolor que sentía era insoportable, o tal vez fue el miedo a que pasara a mayores. Las mujeres gritaban, y la chica a la que Jakotsu había sostenido era la que más chillaba, pero al mismo tiempo le estaba dando unos buenos golpes.

Al final, y de alguna manera desconocida para Inuyasha, la joven se hizo del arma de Renkotsu.

—Oh, por Dios… —suspiraba, apuntando directamente a Jakotsu—. Oh, no…

Inuyasha abrió los ojos entre el dolor y divisó la espalda de la chica. El rostro de Jakotsu estaba desencajado, desfigurado por una mueca de odio. Debía sentirse bastante incómodo de rodillas ante ella. El líder estaba detrás, con un cigarrillo prendido a medio camino de su boca y con una expresión de sorpresa. Renkotsu estaba en el piso sosteniéndose el estómago. Fluía mucha sangre.

La chica seguía susurrando, en llorosos casi desesperados. Inuyasha cerró los ojos dos segundos más, e intentó recordar la cantidad de tiros. El arma se disparó tres veces.

—¿Kikyō? —murmuró la chica—. Por favor, responde… ¿hermana?

Los sollozos de intensificaron.

—¡Quédate quieto, idiota! —gritó a continuación, apuntando a la cabeza de Jakotsu. El hombro le dirigió una mirada furibunda.

Increíble que sólo tuvieran un arma. Increíble y una suerte. Su día comenzaba a mejorar.

Inuyasha miró a las chicas que estaban atadas a sus sillas. Tres de ellas sollozaban en silencio, y la otra parecía dormida. Una mancha roja se extendía por su camisa blanca, amoldándose a su cuerpo. El joven supuso que aquella era Kikyō; y era la misma chica que había permanecido serena durante todo el tiempo, con semblante serio.

Sintió una repentina oleada de lástima por la chica que apuntaba el arma, y un nudo se le formó en la garganta. La joven dio un paso hacia atrás, todavía apuntando primero a Jakotsu, luego al líder y a continuación a Renkotsu, y la ronda volvía a empezar.

—Quédense quietos —ordenó. Volvió atrás, pasó por arriba de Inuyasha y se colocó a sus espaldas, mientras intentaba desatarlo con una mano. Inuyasha sentía su respiración agitada—. ¿Estás bien?

—Sí —respondió quedamente, mientras intentaba semi incorporarse con pobres resultados. El hombro se quejaba mucho.

Pasó un rato hasta que la chica pudo desatarlo. Lo ayudó a pararse, aunque le costó más eso que desamarrarlo, y en ningún momento dejó de apuntar a la amenaza. Para ese momento, el líder ya fumaba su cigarrillo sin ningún problema. Jakotsu parecía fuera de sí, y Renkotsu se estaba poniendo muy pálido. Las mujeres lloraban.

Inuyasha hizo un par de movimientos con sus manos, para comprobar que todavía podía usarlas. A pesar de que le dolían, estaba conforme. Pasó a apretar la herida del hombro. La cantidad de sangre que emanaba era impresionante.

La chica dirigió una mirada a las mujeres, luego a la que había llamado «hermana», y volvió a prestar atención a los secuestradores.

—Escuchen —murmuró. Luego, su voz aumentó de volumen—. Yo soy la que buscaban.

El líder prestó más atención. Jakotsu resopló.

Inuyasha frunció el ceño y observó a la chica. El pelo negro le llegaba hasta la cintura en mechones rebeldes. Su voz titubeaba a momentos, parecía como si toda ella estuviera nerviosa o con miedo. Apuntaba a los tres frente a ellos sin parar en alguno más de dos segundos. Estaba empezando a incomodarse, porque si bien tenía las manos libres, estaba rodeado y en un lugar desconocido.

—Yo soy la... la espía —agregó. Suspiró pesadamente—. Están en problemas, porque en cuanto logre comunicarme, todos ustedes... todos morirán.

«Disculpen, ¿la qué?»

—¿Eres…? Así que sí… eres tú. —El líder parecía desconcertado; después rió—. Eres poca cosa, mujer.

La chica no respondió.

¿Una espía? ¿Ella era una clase de espía internacional que cayó en las manos equivocadas? ¿Ahora iba a salir de allí subiéndose a un helicóptero que la esperaba en la azotea, e iba a darle de patadas a estos condenados?

Ey, buen día para ser secuestrado.

Entonces Inuyasha enfocó la vista y observó a su salvadora, esta vez de verdad. Un rayo de esperanza le recorrió el cuerpo, calando hondo. Confiaba en ella, a pesar de la tez pálida y el nerviosismo que le hacía temblar las manos. Y cuando creyó que estaba salvado, a la chica se le cayó el arma.

Si ella era la encargada de salvarle las bolas, estaba en serios problemas.

—¡Corre!

Inuyasha pudo recordar poco de eso cuando pudo volver a respirar con normalidad. Poco de eso es decir mucho.