NOTAS

Este es mi primer fanfic, así que espero que no sean demasiado exigentes conmigo, ya que el nivel de autoras es muy alto.

Me decidí por orgullo y prejuicio porque la película me encantó, me quedé con ganas de saber que pasaba después.

Quiero decir que me divertí mucho escribiendo esta historia, y me apetecía compartirla. No la voy a dejar a mitad, ya que está totalmente escrita, eso era algo primordial para mí, ya que en otro caso no podía asegurar las actualizaciones. Eso no quiere decir que no se me puedan dar ideas para que sea mucho más interesante, siempre se pueden retocar los capítulos.

Por último decir que acepto sugerencias y críticas, siempre que sean constructivas.

CAPITULO 1

POV DARSY

El carruaje trotaba sin parar, tenía unas ganas locas de llegar a mi destino, ese verano lo Íbamos a pasar en Nederfield, una casona que mi padre poseía cerca de Meryton.

William mira ahí, por fin llegamos, -dijo mi madre mientras sostenía a mi hermana que se había quedado dormida en sus brazos.

Miré a través del cristal, y vi unos extensos campos en los que se erguían numerosos árboles, todo era verde, el paisaje distaba bastante de Londres, en el que abundaba mas el asfalto. A lo lejos se distinguía un solemne caserío, de unas dimensiones adecuadas para ser una casa de verano.

Al bajar del carruaje nos esperaban los múltiples criados para darnos la bienvenida. Una señora de una edad madura se acerco a nosotros.

—Bienvenidos a Nederfield sres Darsy, soy el ama de llaves, la Sra Smith— al tiempo que hacía una leve reverencia.

—Gracias sra Smith— contestó mi padre subiendo el tono de voz para que todos pudieran oírle — les presento a mi familia, esta es la Sra Darsy, y estos son mis hijos, el señorito William y la señorita Georgiana.

Levanté mis ojos al cielo haciendo una mueca de resignación, no me gustaba la titulación antes del nombre.

No nos costó mucho instalarnos en Nederfield, yo casi me sentía como en mi casa. Por las mañanas iba a las caballerizas a montar a caballo, mi padre, el duque de Pemberly me regaló un caballo, Thunder, ese fue el nombre que elegí para el por su energía.

Un día en una de mis cabalgatas, vislumbré a lo lejos un paraje hermosísimo, se trataba de una pequeña cascada que surtía un lago a sus pies, estaba protegida por unos grandes árboles que le proporcionaban una sombra envidiable por las fechas en las que estábamos, se respiraba una tranquilidad inmensa, decidí que volvería con mis artilugios de pintura, ya que era una de mis mayores aficiones y estampar en papel dicha belleza.

Yo era un niño bastante travieso, y eso llevaba de calle a la servidumbre, ya que les gastaba bromas sin cesar. Un día puse un cubo lleno de agua encima de la puerta entreabierta de mi habitación, cuando vi pasar a Emilly una de las doncellas grite...

—¡Emilly ven corre! me he torcido el pie al bajar de la cama

Emilly con la cara descompuesta entro como un vendaval en el cuarto, y automáticamente le cayó el cubo de agua por encima de la cabeza. Comencé a reírme sin parar, tenía que sujetarme la tripa, hasta que esta se quitó el cubo de encima y me miró con cara de enfado, en ese momento comprendí que era mejor huir, corría desesperadamente sintiendo como estaba a punto de cazarme , cuando llegué al jardín choqué contra mi madre, y automáticamente Emilly contra mí.

—¡Dios mío Emilly! ¿qué le ha sucedido?— Dijo mi madre asombrada

—Disculpe sra Darsy, estaba regando las flores, y por un descuido terminé echándome el agua encima.

—Está bien Emilly, cámbiese de ropa no sea que se coja un resfriado— dijo mi madre entrando en casa.

Estaba perplejo, no me había acusado ante mi madre, eso me salvaba de un buen castigo. Me giré para mirarla, y con cara de pena dije.

—Gracias por no delatarme Emilly— tiré de su brazo un poco para que se agachara y le di un sonoro beso.

—Ohhhh señorito William— me miró y en su mirada pude ver que me perdonaba— pero no me lo haga más.

—LLámeme William, simplemente William.

Me fui ganando a todos, deje de ser el señorito, no era extraño verme por la cocina, para martirio de la sra Philips, a la cual le quitaba las galletas que acababa de hornear, haciendo que al principio tuviera que hacerlas de nuevo, luego optó por hacer el doble, imaginando que pasaría la mala nube, era si como me llamaba. Todos resaltaban lo cariñoso que era, travieso pero encantador.

Iban pasando los días, y aunque me lo estaba pasando muy bien, a veces echaba de menos alguien más acorde a mi edad con quien jugar, mi hermana Georgiana contaba solamente con 2 años, de repente me acordé del lago que había descubierto y decidí que aquella tarde iría allí.

Descargué mi caballete y mis utensilios de pintura, comencé a pintar el paisaje, poco a poco la tranquilidad me produjo una sensación muy placentera de somnolencia, me tumbé en la hierba decidido a tomar una siesta muy reconfortante, cuando de repente sentí un golpe en la pierna abrí mis ojos y vi que se me acerba corriendo a toda prisa un perro que se plantó encima de mi buscando algo.

—Thooorrrrr

—A lo lejos vi como se acercaba una niña, remangándose la falda, era un poco flacucha pero muy bonita, tenía los cabellos largos y morenos, de su cara resaltaban sus ojos negros y vivarachos.

—Discúlpeme usted— decía azorada— no le hará nada el perro.

—El perro no— dije incorporándome y sacudiendo mi ropa— pero de usted no estoy tan seguro, tiene una puntería increíble.

—No imaginé que pudiese haber alguien, hubiera sido más cuidadosa tirando el palo, pero este es un lugar que frecuento muy a menudo y nunca viene nadie— decía roja de vergüenza.

—Mi nombre es william— dije mientras estiraba mi mano en forma de saludo— vivo temporalmente en Nederfield y tengo 13 años.

—Mucho gusto, yo soy Elizabeth— dijo ella estrechándome la mano— yo resido en Loungbourn, y tengo ya 8 años.

Aquella tarde fue la primera de las múltiples veces que estuvimos juntos, nos caímos muy bien. Todos los días acudíamos a nuestra cita en el lago, para mí era algo imprescindible, ya que aunque no fuera de mi edad, podía considerarla una gran compañera de juegos. Era distinta de las niñas de la sociedad con las que yo estaba acostumbrado a tratar, que casi no respiraban por miedo a hacer algo inadecuado. Ella no dudaba un momento en subirse a un árbol, correr tras su perro, en mojarse los zapatos intentando coger cucharetas.

Nos pasábamos el día jugando, o sentados sobre la hierba hablando de cualquier tema, había momentos que estábamos en silencio, pero no resultaba incomodo.

—Sabes?— dijo ella mirando hacia el cielo— esta noche ha venido la cigüeña a mi casa, y nos ha dejado una niña.

—¿Si?, ¡qué bien!— dije sonriendo— todavía recuerdo cuando nació mi hermana hace 2 años, mis padres estaban dichosos y llenos de alegría

—Uff mis padres solo se lamentaban— dijo extrañada— decían que ellos querían un niño, que iban a dejar de intentarlo.

—Intentar... el qué?.

—Pienso que se referirían a dejar de mandar cartas a la cigüeña. Opino que en sus cartas no especificarían bien el sexo que querían, por eso solo les han traído niñas.

—Ohh Elizabeh— dije estallando en carcajadas— siento decirte yo esto, pero las cigüeñas de ese tipo no existen.

—¿Cómo que no?— preguntó la pequeña, haciendo aspavientos con las manos.

—Voy a contarte como viene los niños al mundo, ya que esa historia de la cigüeña era la versión antigua que yo también tenía, pero tienes que prometerme que no se lo dirás a nadie.

Comencé a relatar la manera en la que yo me había enterado al nacer mi hermana, ya que con 10 años ya no se me podía engañar tan fácilmente.

—Los niños nacen del vientre de sus mamas, están formándose durante 9 meses por eso tu mama tendría mucha tripa.

—William— dijo ella desconcertada— lo que no entiendo es cómo se meten ahí.

—Yo también hice esa misma pregunta, y la respuesta de mi madre fue que eso pasaba cuando dos personas que se querían se daban besos y dormían juntas, que el resto lo sabría cuando fuese más mayor.

—¡Qué horror!, la próxima vez que venga mi primo Andrew, me negaré a dormir con el por mucho que falten camas, y por supuesto nada de besos de bienvenida —dijo ella muy enfadada.

El verano llegaba a su fin, y aquella era mi última tarde, sentía dejar todo aquello, la gente, la casa, los caballos, pero en especial echaría de menos a esa niña que había alegrado mis tardes. Todo volvería a la rutina, la escuela, los horarios y los modales de la sociedad.

Esa tarde los dos estábamos muy silenciosos, decidí que la dibujaría y ella accedió gustosa, pero el ambiente se notaba cargado. Logré hacerle un retrato a carboncillo, y hasta yo me sorprendí del parecido que realmente tenia con ella, por lo que le pedí quedarme con él y así le recordaría. Ella cogió el carboncillo y a un lado del retrato puso... amigos por siempre. Miss Elizabeh Bennet.

La hora de la despedida había llegado, y con ella el momento más agrio de mi estancia allí.

—Es hora de que me vaya a casa— dijo ella tendiéndome la mano apenada.

—si — y cogiéndole la mano me incorporé para mirarla.

se hizo un pequeño silencio mientras nuestras miradas intentaban eludir la pena que sentíamos.

—Elizabeth— dije en un tono nervioso— ¿me permites darte un beso de despedida?

—Por supuesto— dijo ella convencida

Solté su mano para cogerla de los hombros, fui acercándome poco a poco a su mejilla hasta que le di un beso, cuando iba a darle el otro en la otra mejilla, un impulso irrefrenable interrumpió mi recorrido y girando la cara se lo di en los labios. Nos quedamos unos momentos paralizados, yo sentía un gran placer en lo que estaba haciendo, pero al abrir mis ojos, vi el desconcierto en los de ella. Eché a correr alejándome del lugar como si hubiese fuego, mientras la oía gritar mi nombre.