The Potter Twins
~Lumos~
Juro solemnemente, que mis intenciones no son buenas
Y en verdad se me adelantó. Estaba aparcado en el sitio de Charlie cuando llegué a la puerta de la casa. Esto era un mal indicio. En tal caso, no pensaba quedarse mucho rato. Sacudí la cabeza e inspiré hondo mientras intentaba hacer acopio de algo de valor.
Salió de su coche a la vez que yo del mío, se acercó y me recogió la mochila. Hasta aquí todo era normal. Pero la puso otra vez en el asiento, y eso se salía de lo habitual.
—Vamos a dar un paseo —propuso con una voz indiferente al tiempo que me tomaba de la mano.
No contesté. No se me ocurrió la forma de protestar, aunque rápidamente supe que quería hacerlo. Esto no me gusta, va mal, pero que muy mal,repetía de continuo una voz dentro de mi mente.
Él no esperó una respuesta. Me condujo hacia el lado este del patio, donde lindaba con el bosque. Le seguí a regañadientes mientras intentaba superar el pavor y pensar algo, pero entonces me obligué a recordar que aquello era lo que pretendía: una oportunidad para aclarar las cosas. En ese caso, ¿por qué me inundaba el pánico?
Sólo habíamos caminado unos cuantos pasos por el espeso bosque cuando se detuvo. Apenas habíamos llegado al sendero, ya que todavía podía ver la casa. Era un simple paseo.
Edward se recostó en un árbol y me miró con expresión impasible.
—Está bien, hablemos —dije y sonó más valiente de lo que yo me sentía.
Inspiró profundamente.
—Bella, nos vamos.
Yo también inspiré profundamente. Era una opción aceptable, y pensé que ya estaba preparada, pero debía preguntarlo:
—¿Por qué ahora? Otro año...
—Bella, ha llegado el momento. De todos modos, ¿cuánto tiempo más podemos quedarnos en Forks? Carlisle apenas puede pasar por un treintañero y actualmente dice que tiene treinta y tres. Por mucho que queramos, pronto tendremos que empezar en otro lugar.
Su respuesta me confundió. Había pensado que el asunto de la marcha tenía que ver con dejar a su familia vivir en paz. ¿Por qué debíamos irnos nosotros si ellos se marchaban también? Le miré en un intento de entender lo que me quería decir.
Me devolvió la mirada con frialdad.
Con un acceso de náuseas, comprendí que le había malinterpretado.
—Cuando dices nosotros... —susurré.
—Me refiero a mí y a mi familia.
Cada palabra sonó separada y clara.
Sacudí la cabeza de un lado a otro mecánicamente, intentando aclararme. Esperó sin mostrar ningún signo de impaciencia. Me llevó unos minutos volver a estar en condiciones de hablar.
—Bien —dije—. Voy contigo.
—No puedes, Bella. El lugar adonde vamos... no es apropiado para ti.
—El sitio apropiado para mí es aquel en el que tú estés.
—No te convengo, Bella.
—No seas ridículo —quise sonar enfadada, pero sólo conseguí parecer suplicante—. Eres lo mejor que me ha pasado en la vida.
—Mi mundo no es para ti —repuso con tristeza.
—¡Lo que ha ocurrido con Jasper no ha sido nada, Edward, nada!
—Tienes razón —concedió él—. Era exactamente lo que se podía esperar.
—¡Lo prometiste! Me prometiste en Phoenix que siempre permanecerías...
—Siempre que fuera bueno para ti —me interrumpió para rectificarme.
—¡No! ¿Esto tiene que ver con mi alma, no? —grité, furiosa, mientras las palabras explotaban dentro de mí, aunque a pesar de todo seguían sonando como una súplica—. Carlisle me habló de eso y a mí no me importa, Edward. ¡No me importa! Puedes llevarte mi alma, porque no la quiero sin ti, ¡ya es tuya!
Respiró hondo una vez más y clavó la mirada ausente en el suelo durante un buen rato. Torció levemente los labios. Cuando levantó los ojos, me parecieron diferentes, mucho más duros, como si el oro líquido se hubiese congelado y vuelto sólido.
—Bella, no quiero que me acompañes —pronunció las palabras de forma concisa y precisa sin apartar los ojos fríos de mi rostro, observándome mientras yo comprendía lo que me decía en realidad.
Hubo una pausa durante la cual repetí esas palabras en mi fuero interno varias veces, tamizándolas para encontrar la verdad oculta detrás de ellas.
—¿Tú... no... me quieres? —intenté expulsar las palabras, confundida por el modo como sonaban, colocadas en ese orden.
—No.
Le miré, sin comprenderle aún. Me devolvió la mirada sin remordimiento. Sus ojos brillaban como topacios, duros, claros y muy profundos. Me sentí como si cayera dentro de ellos y no pude encontrar nada, en sus honduras sin fondo, que contrarrestara la palabra que había pronunciado.
—Bien, eso cambia las cosas —me sorprendió lo tranquila y razonable que sonaba mi voz. Quizás se debía al aturdimiento. En realidad, no entendía lo que me había dicho. Seguía sin tener sentido.
Miró a lo lejos, entre los árboles, cuando volvió a hablar.
—En cierto modo, te he querido, por supuesto, pero lo que pasó la otra noche me hizo darme cuenta de que necesito un cambio. Porque me he cansado de intentar ser lo que no soy. No soy humano —me miró de nuevo; ahora, sin duda, las facciones heladas de su rostro no eran humanas—. He permitido que esto llegara demasiado lejos y lo lamento mucho.
—No —contesté con un hilo de voz; empezaba a tomar conciencia de lo que ocurría y la comprensión fluía como ácido por mis venas—. No lo hagas.
Se limitó a observarme durante un instante, pero pude ver en sus ojos que mis palabras habían ido demasiado lejos. Sin embargo, él también lo había hecho.
—No me convienes, Bella.
Invirtió el sentido de sus primeras palabras, y no tenía réplica para eso. Bien sabía yo que no estaba a su altura, que no le convenía.
Abrí la boca para decir algo, pero volví a cerrarla. Aguardó con paciencia. Su rostro estaba desprovisto de cualquier tipo de emoción. Lo intenté de nuevo.
—Si... es eso lo que quieres.
Se limitó a asentir una sola vez.
Se me entumeció todo el cuerpo. No notaba nada por debajo del cuello.
—Me gustaría pedirte un favor, a pesar de todo, si no es demasiado —dijo.
Me pregunté qué vería en mi rostro para que el suyo se descompusiera al mirarme, pero logró controlar las facciones y recuperar la máscara de serenidad antes de que yo fuera capaz de descubrirlo.
—Lo que quieras —prometí, con la voz ligeramente más fuerte.
Sus ojos helados se derritieron mientras le miraba y el oro se convirtió una vez más en líquido fundido que se derramaba en los míos y me quemaba con una intensidad sobrecogedora.
—No hagas nada desesperado o estúpido —me ordenó, ahora sin mostrarse distante—. ¿Entiendes lo que te digo?
Asentí sin fuerzas.
Sus ojos se enfriaron y volvió a mostrarse distante.
—Me refiero a Charlie, por supuesto, te necesita y has de cuidarte por él.
Asentí de nuevo.
—Lo haré —murmuré.
Él pareció relajarse, pero sólo un poco.
—Te haré una promesa a cambio —dijo—. Te garantizo que no volverás a verme. No regresaré ni volveré a hacerte pasar por todo esto. Podrás retomar tu vida sin que yo interfiera para nada. Será como si nunca hubiese existido.
Las rodillas debieron de empezar a temblarme en ese momento porque de repente los árboles comenzaron a bambolearse. Oí el golpeteo de mi sangre más rápido de lo habitual detrás de las orejas. Su voz sonaba cada vez más lejana.
Sonrió con amabilidad.
—No te preocupes. Eres humana y tu memoria es un auténtico colador. A vosotros, el tiempo os cura todas las heridas.
—¿Y tus recuerdos? —le pregunté. Mi voz sonó como si me hubiera atragantado, como si me estuviera asfixiando.
—Bueno —apenas dudó un segundo—. Yo no olvidaré, pero los de mi clase... nos distraemos con suma facilidad.
Sonrió una vez más, pero a pesar del aplomo exhibido, la alegría de los labios no le llegó a los ojos. Se alejó de mí un paso.
—Supongo que eso es todo. No te molestaremos más.
El plural captó mi atención, lo cual me sorprendió incluso a mí, ya que a juzgar por mi estado cualquiera hubiera creído que no me daba cuenta de nada.
Alice no va a volver,comprendí. No sé cómo me oyó, porque no llegué a pronunciar las palabras, pero pareció interpretarlas y negó lentamente con la cabeza sin perder de vista mi rostro.
—No. Los demás se han ido. Yo me he quedado para decirte adiós.
—¿Alice se ha ido? —mi voz mostraba incredulidad.
—Ella quería despedirse, pero la convencí de que una ruptura limpia sería mejor para ti.
Me sentía mareada y me costaba concentrarme. Sus palabras daban vueltas y más vueltas en mi cabeza. Pude oír la voz del médico del hospital de Phoenix, la pasada primavera, que decía mientras me enseñaba las placas de rayos X: Es una fractura limpia, como bien puedes ver.Recorrió la imagen de mi hueso roto con el dedo. Eso es bueno, así sanará antes y con más facilidad.
Procuré acompasar la respiración. Necesitaba concentrarme y hallar la forma de salir de aquella pesadilla.
—Adiós, Bella —dijo entonces con la misma voz suave, llena de calma.
—¡Espera! —espeté mientras intentaba alcanzarle, deseando que mis piernas adormecidas me permitieran avanzar.
Durante un momento creí que él también se acercaba, pero sus manos heladas se cerraron alrededor de mis muñecas y las inmovilizaron a mis costados. Se inclinó para acariciar ligeramente mi frente con los labios durante un segundo apenas perceptible. Se me cerraron los ojos.
—Cuídate mucho —sentí su frío hálito sobre la piel.
Abrí los ojos de golpe cuando se levantó una ligera brisa artificial. Las hojas de una pequeña enredadera de arce temblaron con la tenue agitación del aire que produjo su partida.
Se había ido.
Le seguí, adentrándome en el corazón del bosque, con las piernas temblorosas, ignorando el hecho de que era un sinsentido. El rastro de su paso había desaparecido ipso facto. No había huellas y las hojas estaban en calma otra vez, pero seguí caminando sin pensar en nada. No podía hacer otra cosa. Debía mantenerme en movimiento, porque si dejaba de buscarle, todo habría acabado.
El amor, la vida, su sentido... todo se habría terminado.
Caminé y caminé. Perdí la noción del tiempo mientras me abría paso lentamente por la espesa maleza. Debieron de transcurrir horas, pero para mí apenas eran segundos. Era como si el tiempo se hubiera detenido, porque el bosque me parecía el mismo sin importar cuan lejos fuera. Empecé a temer que estuviera andando en círculos —después de todo, sería uno muy pequeño—, pero continué caminando. Tropezaba a menudo y también me caí varias veces conforme oscurecía cada vez más.
Al final, tropecé con algo, pero no supe dónde se me había trabado el pie al ser noche cerrada. Me caí y me quedé allí tendida. Rodé sobre un costado de forma que pudiera respirar y me acurruqué sobre los helechos húmedos.
Allí tumbada, tuve la sensación de que el tiempo transcurría más deprisa de lo que podía percibir. No recordaba cuántas horas habían pasado desde el anochecer. ¿Siempre reinaba semejante oscuridad de noche? Lo más normal sería que algún débil rayo de luna cruzara el manto de nubes y se filtrara entre las rendijas que dejaba el dosel de árboles hasta alcanzar el suelo...
Pero no esa noche. Esa noche el cielo estaba oscuro como boca de lobo. Es posible que fuera una noche sin luna al haber un eclipse, por ser luna nueva.
Luna nueva. Temblé, aunque no tenía frío.
Reinó la oscuridad durante mucho tiempo, hasta que oí que me llamaban.
Alguien gritaba mi nombre. Sonaba sordo, sofocado por la maleza mojada que me envolvía, pero no había duda de que era mi nombre. No identifiqué la voz. Pensé en responder, pero estaba aturdida y tardé mucho rato en llegar a la conclusión de que debía contestar. Para entonces, habían cesado las llamadas.
La lluvia me despertó poco después. No creía que hubiera llegado a dormirme de verdad. Simplemente, me había sumido en un sopor que me impedía pensar, y me aferraba a ese aturdimiento con todas mis fuerzas; gracias a él era incapaz de ser consciente de aquello que prefería ignorar.
La llovizna me molestaba un poco. Estaba helada. Dejé de abrazarme las piernas para cubrirme el rostro con los brazos.
Fue entonces cuando oí de nuevo la llamada. Esta vez sonaba más lejos y algunas veces parecía como si fueran muchas las voces que gritaban. Intenté respirar profundamente. Recordé que tenía que contestar, aunque dudaba que pudieran oírme. ¿Sería capaz de gritar lo bastante alto?
De pronto, percibí otro sonido, sorprendentemente cercano. Era una especie de olisqueo, un sonido animal, como de un animal grande. Me pregunté si debía sentir miedo. Claro que no, sólo aturdimiento. Nada importaba. Y el olisqueo desapareció.
No dejaba de llover y senda cómo el agua se deslizaba por mi mejilla. Intentaba reunir fuerzas para volver la cabeza cuando vi la luz.
Al principio sólo fue un tenue resplandor reflejado a lo lejos en los arbustos, pero se volvió más y más brillante hasta abarcar un espacio amplio, mucho más que el haz de luz de una linterna. La luminosidad impactó sobre el arbusto más cercano y me permitió atisbar que era un farol de propano, pero no vi nada más, porque el destello fue tan intenso que me deslumbró por un momento.
—Bella.
La voz grave denotaba que me había reconocido a pesar de que yo no la identificaba. No había pronunciado mi nombre con la incertidumbre de la búsqueda, sino con la certeza del hallazgo.
Alcé los ojos hacia el rostro sombrío que se hallaba sobre mí a una altura que se me antojó imposible. Era vagamente consciente de que el extraño me parecía tan alto porque mi cabeza aún estaba en el suelo.
—¿Te han herido?
Supe que las palabras tenían un significado, pero sólo podía mirar fijamente, desconcertada. Una vez que había llegado a ese punto, ¿qué importancia tenían los significados?
—Bella, me llamo Sam Uley.
El nombre no me resultaba nada familiar.
—Charlie me ha enviado a buscarte.
¿Charlie? Esto tocó una fibra en mi interior e intenté prestar atención a sus palabras. Charlie importaba, aunque nada más tuviera valor.
El hombre alto me tendió una mano. La miré, sin estar segura de qué se suponía que debía hacer.
Aquellos ojos negros me examinaron durante un momento y después se encogió de hombros. Me alzó del suelo y me tomó en brazos con un movimiento rápido y ágil.
Pendía de sus brazos desmadejada, sin vida, mientras él trotaba velozmente a través del bosque húmedo. En mi fuero interno sabía que debía estar asustada por el hecho de que un extraño me llevara a algún sitio, pero no quedaba en mi interior partícula alguna capaz de sentir miedo.
No me pareció que pasara mucho tiempo antes de que surgieran las luces y el profundo murmullo de muchas voces masculinas. Sam Uley frenó la marcha conforme nos acercábamos al jaleo.
—¡La tengo! —gritó con voz resonante.
El murmullo cesó y después volvió a elevarse con más intensidad. Un confuso remolino de rostros empezó a moverse a mi alrededor. La voz de Sam era la única que tenía algún sentido para mí entre todo ese caos, quizás porque mantenía el oído pegado contra su pecho.
—No, no creo que esté herida —le estaba diciendo a alguien—, pero no cesa de repetir: «Se ha ido».
¿De veras decía eso en voz alta? Me mordí el labio.
—Bella, cariño, ¿estás bien?
Esa era la única voz que reconocería en cualquier sitio, incluso distorsionada por la preocupación, como sonaba ahora.
—¿Charlie? —me oí extraña y débil.
—Estoy aquí, pequeña.
Sentí algo que cambiaba debajo de mí, seguido del olor a cuero de la chaqueta de comisario de mi padre. Charlie se tambaleó bajo mi peso.
—Quizás debería seguir sosteniéndola —sugirió Sam Uley.
—Ya la tengo —replicó Charlie, un poco sin aliento.
Caminó despacio y con dificultad. Deseaba decirle que me pusiera en el suelo y me dejara andar, pero no tenía aliento para hablar.
La gente que nos rodeaba llevaba luces por todas partes. Parecía como una procesión. O como un funeral. Cerré los ojos.
—Ya casi estamos en casa, cielo —murmuraba Charlie una y otra vez.
Abrí los ojos otra vez cuando sentí que se abría la puerta. Nos hallábamos en el porche de nuestra casa. El tal Sam, un hombre moreno y alto, sostenía la puerta abierta para que Charlie pudiera pasar al tiempo que mantenía un brazo extendido hacia nosotros, en previsión de que a Charlie le fallaran las fuerzas. Pero consiguió entrar en la casa y llevarme hasta el sofá del salón.
—Papá, estoy mojada de la cabeza a los pies —protesté sin energía.
—Eso no importa —su voz sonaba ronca y entonces empezó a hablar con alguien más—. Las mantas están en el armario que hay al final de las escaleras.
—¿Bella? —me llamó otra voz diferente. Miré al hombre de pelo café claro— ¿o era rubio?, la verdad no me importaba tan simplemente quería ver un cabello cobrizo y suave al tacto— que se inclinaba sobre mí y no lo reconocí.
—¿Quién es usted? —murmuré.
El hombre miro a Charlie, y este solo asintió.
—Bella, Tenemos algo que decirte — miro a Sam, quien no me había dado cuenta que seguía aquí, y este salió de la casa
—Bella, no soy tu padre, tu padre era mi primo su nombre era James Potter, y tu madre se llamaba Lily Evans—
No comprendía, el mundo en el que he vivido, mi identidad ¿no eran verdaderas?
¿Por qué me lo habían ocultado por tanto tiempo?
¡18 años!, viviendo una mentira
Luego el hombre continuo la historia.
—Y tampoco perteneces a este mundo, tu nombre verdadero es Kathlynn (Kathlain suena como Caroline) Lilian Evans Potter, yo soy tu padrino Remus Lupin—dijo y Pa…Charlie me entrego unos papeles
Que en efecto, era mi certificado de nacimiento
Nombre:Kathlynn Lilian Evans Potter
Fecha de nacimiento:31 de Julio 1991(recuerden que Twilight salió en 2005)
Descripción: Cabello rojo y ojos café claro
Padres: James Potter y Lily Evans
No leí lo demás porque ya imaginaba mi reacción si leía lo demás.
—Tengo 13 años, pero como no me veo como una niña— Es curioso el enterarte de que eres una niña en vez de una adulta
—Así es, preciosa —contestó— Es por lo siguiente, tu no perteneces al mundo humano perteneces al mundo de los hechiceros.
— ¿Por qué…?— no me dejaron terminar
—Por que te ocultamos 13 años de tu vida, y decidimos a parecer ahora, ¿es eso? — dijo el tal Remus
—Bueno la respuesta es que el mundo mágico, ni para ti ni para tu gemelo era seguro— dijo Charlie
—¿Gemelo, tengo un gemelo? — pregunte
Que sorpresa, tener un gemelo, y a penas enterarte, creo que si debí de haber leído lo demás.
—Sí, su nombre es Harry James Potter Evans— dijo el castaño
Después saco un envase, y me lo dio.
—¿Qué es esto? —dije admirando la botella Revocatas potionatus.
—Bébela, te mostrara como eres en verdad— dijo Charlie
—Sabe asquerosa— dije cuando la bebí entera
Después de unos 15 minutos me dieron un espejo…. Supongo que la poción o lo que sea que era esa cosa hizo su efecto
Mi cabello ya no era caoba, era rojo oscuro, largo y espeso.
Mi frente estaba marcada por una cicatriz en forma de rayo.
Esta cicatriz me hizo recordar la mordedura que James me dio en Phoenix, observe mi muñeca y no estaba...
Mis ojos café claro con un poco de oscuro en los bordes, muy bonitos, bueno eso es una de las únicas cosas que tenía en común con mi antiguo yo.
—Vaya, soy muy bonita— dije después de verme ¿también cambie mi forma de ser?
—Eres igual que tu madre, pero con los ojos de tu padre— dijo Remus
—Gracias, es un honor ser nombrada como una mujer como ella— dije con acento ¿británico?
¿Dónde está mi sonrojo? si me hubieran hecho un cumplido estaría totalmente roja, y ahora ya no soy tímida…
-Charlie, es hora de irnos, y tu también debes de tomar la pócima- dijo Remus entregándole otra pócima
La tomo, y cambio tenía el pelo negro, ojos azules, y creció unos centímetros…
Me sentía confusa, ya que esto se supone que no existe…
"En ese caso Edward que es un vampiro tampoco existe, tonta"
—¿Como te llamamos ahora, Kath o Lyli? ¿O quisieras seguir utilizando el apodo de "Bella"?— dijo Charlie
—Lyli— dije parándome del sillón
"Hechiceros" no podía dejar de imaginarme esas túnicas que en las películas utilizaban, sentí que algo cambiaba en mi…
Mire hacia abajo y…
Qué extraño juraría que traía unos vaqueros y una blusa, y ahora traigo una túnica negra, y un uniforme como si ya estuviera en un colegio y me dejaran utilizar una túnica.
—Qué extraño— dije
—No, no es extraño tan simplemente cambiaste tu ropa con magia— dijo Remus
—Y ¿él lo sabe? — pregunte
—¿Quién?... Harry, no, no lo sabe era mas seguro si ninguno sabia de la existencia del otro—dijo Charlie
—Oh—fue mi brillante respuesta
—No iremos al final de este mes— dijo Charlie
Yo asentí, todavía un poco aturdida por todo lo que había pasado hoy.
Subí las escaleras y me recosté en mi cama, estaba tan agotada y confundida, así que decidí dejarme caer en los brazos de Morfeo.
~Travesura realizada~