Disclaimer: los personajes de InuYasha no me pertenecen, son obra y creación de Rumiko Takahashi.

Advertencias: Ooc, AU y hem… posible aburrimiento x3

Hem… ¿hola? Este fic se lo dedico a Alma-chan, mi querida come polvo.

Kagome miró por la ventana de la limusina, las gotas de lluvia siempre hacían todo más brilloso y mágico. Suspiró nostálgica y una sonrisa se formó en sus carnosos labios. Sus ojos achocolatados se dirigieron al frente, donde su madre hablaba animadamente por celular. Su sonrisa se ensanchó aún más al ver el buen humor de su progenitora. A su izquierda estaba su hermano menor Sota, que estaba mandando mensajes de texto por su nuevo celular, gastando el plan que su madre le había contratado.

—Madre —dijo después de que Naomi terminara de hablar— no me has dicho a donde vamos —una sonrisa traviesa se adueñó de los labios de la mayor.

— ¿Recuerdas a Izayoi? —Las finas cejas de Kagome se fruncieron provocándole gracia a Naomi— es la madre de Inuyasha —parecía que la joven Higurashi no lograba recordar nada—. En fin, iremos a cenar a su casa, hace mucho que no nos vemos y quiero rememorar viejos tiempos —los ojos cafés de su progenitora brillaron melancólicos. Desde que su amado esposo había muerto, su vida social había sido reducida a nada, porque nunca se encontraba de humor para salir, pero ahora que su vieja amiga había regresado de viaje, las cosas cambiarían.

Y ahí estaba de nuevo, marcando el número de la morena con frenesí, el buzón de voz le respondió y colgó enfurecido. Aventó al celular a su cama y jalo sus plateados cabellos con frustración. ¡Maldita Kikyo! ¿Cómo se atrevía a ignorar al grandioso Inuyasha Taisho? Esa perra.

—Inuyasha, hijo —la cantarina voz de Izayoi se escuchó a través de la puerta.

—Dígame, madre —respondió el nombrado, intentando respirar con normalidad mientras sus puños se encrespaban aún más.

—Recuerda estar listo para la cena, viene la familia Higurashi a cenar, así que quiero que estés guapo.

—Madre por favor —yo nací guapo. Una sonrisa prepotente deformo su expresión, mostrando unos filosos colmillos blancos.

Por fin la limusina aparco en el gran jardín de la enorme mansión de la prestigiada familia Taisho. Kagome bajo elegante del vehículo, procurando que su corto vestido negro no se alzara con los fríos vientos de enero. Su cabello azabache danzo con la brisa nocturna y sus ojos chocolate veían fascinados la fachada de la mansión. Muy al estilo victoriano. Su corazón palpito anticipada, esa noche cambiaría su vida de alguna manera, lo presentía. Con nerviosismo mordisqueó su labio inferior, un pequeño tic que adquirió de su amiga Eri.

—Vamos Kagome, hace frio —la voz de su madre la sacó de sus pensamientos. Algo dubitativa se dirigió a la entrada, siendo consciente de que sus piernas temblaban.

—Hermana estás actuando rara —le susurró el pequeño Sota, que no se había despegado de su celular en todo momento. Ella por toda respuesta le sacó la lengua, un gesto infantil para alguien de 17 años, que gracias a Dios su hermano no había visto por estar al pendiente de los chismes entre su círculo de amigos.

Su madre toco una sola vez el elegante timbre y a los pocos segundos un mayordomo de estatura baja les abrió. Kagome se sorprendió que, a pesar de medir un metro y poco, el porte del hombre fuera elegante e imponía respeto. Le hubiera gustado mirarlo más tiempo, pero su familia avanzó confiada por el recibidor. El mayordomo los guio por un pasillo largo, decorado con infinidad de cuadros donde se mostraban los ancestros de los Taisho, hasta llegar a una gran puerta de caoba con rosas formadas a mano como moldura. El hombre la abrió delicadamente, dio un paso, murmuró unas palabras y se hizo a un lado, permitiéndoles el paso.

Siguió a su madre que parecía estar acostumbrada a esa clase de ambiente, sus manos se entrelazaron delante de su vestido, para mantenerlas ocupadas.

—Querida Naomi —una chispeante voz los recibió, los ojos de Kagome se agrandaron al encontrarse con una hermosa mujer de cabello ébano y ojos pardos enmarcados en inmensas y tupidas pestañas negras. Altura promedia y figura delicada, piel de porcelana. Sin duda era la mujer más hermosa que había visto en su corta vida, su presencia quitaba el aliento y daban ganas de tocarla.

—Izayoi —respondió su madre, que camino elegante al encuentro de aquella mujer— no has cambiado nada, sigues igual de encantadora que siempre —las mujeres se abrazaron con sentimiento, intentando recuperar el tiempo perdido. Kagome se contagió de la felicidad de ambas y permitió que sus labios se curvearan hacia arriba.

—Naomi, ha pasado tanto tiempo, pero mira nomas. ¡Tus hijos están enormes! —Izayoi se acercó Sota, que por vez primera había abandonado el celular. El pequeño hizo una reverencia respetuosa y permitió que la señora Taisho le pellizcara las mejillas y peinara su cabello—. Eres un jovencito muy guapo, casi igual que tu padre —la mención de su difunto padre entristeció a Sota, que todavía sufría secuelas por la perdida.

—Sota —susurró Kagome, sintiendo como su corazón se estrujaba. Izayoi centró su atención en ella y le sonrió cándidamente. Se acercó y la examino detenidamente, sus finas manos tocaron con suavidad sus mejillas, su cuello, los rizos que se formaban en las puntas de su cabello. Parecía que la examinaba y al final, tuvo la aprobación de la señora, que la abrazo. Kagome no pudo corresponder inmediatamente al gesto, pero sus brazos terminaron por rodear la fina figura de aquella mujer.

—Querida —una voz profunda y varonil interrumpió la escena, Kagome se estremeció aun en el abrazo, causándole ternura a la señora Taisho— ¿qué tanto haces que no vienen? —apareció un hombre de edad media, alto y fuerte, cabello plateado hasta la espalda sujetado en una coleta alta. De ojos dorados, fríos y calculadores, llenos de experiencias y no todas agradables. Cuando sus orbes encontraron a su esposa, la expresión en su rostro se relajó y una diminuta sonrisa se mostró. La mujer camino hasta el hombre y lo beso en los labios, suave y cortó. Se acomodó a su lado y permitió que el brazo de su esposo descansara en sus delgados hombros—. Es un placer verte de nuevo, Naomi —saludo a la señora Higurashi con un movimiento de cabeza y su madre le respondió con una sonrisa—. Veo que has traído a tus hijos —los ojos dorados se encontraron con los chocolate de Kagome, que cohibida, bajo la mirada— te has convertido en una señorita muy hermosa, Kagome —dijo con voz segura, sonriendo de lado al percibir el sonrojo en las mejillas de la muchacha— y tú, Sota, todo un hombrecito —su hermano hizo otra reverencia—. Pero por favor, pasen al comedor, la cena está servida.

Los Higurashi siguieron a la pareja, ya un poco más relajados.

Al entrar al comedor, Kagome se percató de la presencia de un tercero que no conocía, pero era casi idéntico a su padre, cabello plateado que le llegaba unos centímetros más arriba de la cintura, ojos dorados y expresión enfurruñada.

— ¡Oh, Inuyasha! —Exclamó su madre— ¡has crecido mucho! Yo te recuerdo como un pequeño niño —su mamá corrió al encuentro del joven, sin discreciones lo abrazo fuertemente, y a pesar de que Inuyasha estaba extrañado, decidió corresponder el abrazo, aunque algo descolocado—. Oh, discúlpame, pero hace años que no te veo —se excusó Naomi, cubriéndose los labios para ocultar su vergüenza— es normal que no me reconozcas, pero solías cortar flores conmigo cuando tus padres salían a viajar. Jugabas con Kagome, mi hija, ¿recuerdas? —pero parecía que el de cabello plateado estaba reacio a recordar. Sus cejas negras se fruncieron notablemente, sacándole una carcajada estridente al señor Taisho.

—Por favor, tomen asiento —invito Izayoi, sentándose al lado derecho de su esposo. Su hijo al izquierdo. Naomi tomo lugar junto con su amiga y el pequeño Sota al lado de Inuyasha. Kagome se sentó junto a su madre.

Ya habían cenado y todos se encontraban charlando amenamente, bueno, no todos. Tanto Inuyasha como Kagome permanecían callados.

—Bueno, basta de mentiras Naomi —comenzó Izayoi, sonriendo sutilmente. Todos se sorprendieron en la mesa por aquel comentario, todos menos Naomi que sonreía más abiertamente que su vieja amiga— creo que es hora de decir el verdadero motivo de esta cena.

—Es verdad —contribuyo la señora Higurashi— verán, hemos estado hablando esto por mucho tiempo, los Taisho y los Higurashi siempre han sido muy unidos, pero nunca ha existido un verdadero lazo entre ambas familias —demonios. Pensó Kagome, que presentía por donde iban las cosas— y queremos reforzar ese lazo con un evento —hizo una pausa, evaluando la expresión de su hija y de Inuyasha— les hemos comprometido —sentencio feliz, juntando ambas manos frente a su pecho.

¡Puta madre! Rugió Inuyasha en su mente mitras fruncía el ceño a más no poder. Kagome simplemente cerró los ojos con pesadez y se dejó caer al respaldo de la silla.

Bien, espero que les haya gustado, es mi segundo fic de este fandom… así que… sean amables (?)

Si les gusto comenten y si no… pues no x3