INTERCAMBIO

Capítulo 51

Cita en el Manantial


Extrañamente, descubrieron que, al regresar, a los que mejor les fue en la clase fue a los Hufflepuff, que fueron enseñados por la cabaña de Ares y la de Harmonía. Los hijos de Ares no eran conocidos por tener paciencia, pero probablemente Harmonía ayudó en algo.

Solo al mediodía Percy se preguntó cómo demonios habían llegado hechiceros de Hufflepuff y Ravenclaw a Hogwarts para ayudar a entrenar a los semidioses, cuando se suponía que debían estar en el campamento.

Cuando preguntó a Cho, ella respondio, confundida—: ¿De qué hablas?

Luego continuó su camino.

Lo que a Percy le pareció extraño.

Exactamente a las doce, todo Gryffindor, Slytherin y el resto de las cabañas habían subido a los perros del infierno y, en segundos, estaban de regreso en Ogygia.

Y la vista que encontró Percy, aunque digna de una mueca, no era sorprendente.

Carter, el prefecto de Ravenclaw, aterrizó violentamente en el piso, después de haber sido girado por la novia de Percy, Annabeth.

—…Annabeth —llamó Percy, mirando sobre su hombro a todos quienes estaban encima de los perros. La mayoría de los campistas y hechiceros estaban nerviosos, solo Harry y Nico no. Pero si uno de ellos no había estado nervioso por estar encima de un monstruo, ahora lo estaba después de ver a Annabeth atacar. La verdad era que la chica era un poco terrorífica.

Annabeth giró la para mirar a Percy, y apoyó su peso en una pierna, con una mano en su cadera, alzando la ceja.

—¿Hmm?

—No creo que deberías hacer eso —opinó Percy, susurrando al oído de Annabeth.

Ella frunció el ceño.

—Ellos deberían poder defenderse —insistió Annabeth.

—¿Contra ti? ¿En el primer día de entrenamiento?

Annabeth bufó y se cruzó de brazos, balanceando su peso a la otra pierna.

—¿Qué te hizo? —inquirió Percy, las comisuras de su boca torciéndose hacia arriba, pero contuvo la sonrisa.

—Él no cree que la cabaña de Atenea sea tan competente o inteligente como Ravenclaw —resopló Annabeth. Percy rio entre dientes y Annabeth lo fulminó con la mirada—. No te rías de mí, Jackson.

Percy sonrió, mostrando sus dientes y luego le dio un beso rápido a Annabeth en la mejilla, ignorando su mirada asesina.

—No importa —aseguró Percy—. Yo sé que tú eres más inteligente que todos aquí. Además —continuó Percy, dándole un ligero empujón a su novia con su hombro—, tu tiempo ya terminó. Es hora de comer.

Annabeth asintió y se giró para enviar a todos al Pabellón del Comedor, y le dirigió una mirada fulminante a Carter antes de que él escabullirse del bosque.

Annabeth regresó con Percy, y pasó su brazo por la cintura del chico, permitiendo que Percy hiciera lo mismo con sus hombros. Annabeth enterró su cara en el pecho de Percy.

—No te voy a soltar —murmuró amortiguadamente contra la camisa de Percy.

Percy rio entre dientes de nuevo.

—¿No? —preguntó con una sonrisa.

—Nuh uh —respondió Annabeth, negando con la cabeza.

—Entonces yo tampoco lo haré —decidió Percy, ajustando su agarre sobre los hombros de Percy.

Annabeth sonrió.

Tan pronto como entraron al Pabellón del Comedor, Percy sintió una inesperada fuerza que lo empujaba.

—¿Qué…? —comenzó, pero al levantar la vista encontró a Grover, abrazándolo. Percy rio y devolvió el abrazo.

—Estaba preocupado por ti —dijo Grover, apretando más el abrazo, sacando un poco del aire de Percy se sus pulmones.

Percy soltó una risa estrangulada.

—No me fui por gusto —aseguró— y, ¿Grover? Me sacas el aire.

Grover lo soltó instantáneamente.

—Lo siento.

Percy sonrió y volvió a abrazarlo.

—Está bien. También te extrañé.

Grover soltó un suspiro de alivio.

—¿Me recuerdas?

Percy rodó los ojos.

—Bueno, recuerdo tu nombre, ¿no?

Grover rodó los ojos.

—Hazte a un lado, chico cabra —ordenó una voz a un lado de los amigos—. Yo también quiero saludar a Percy.

En el momento en el que Grover estaba fuera del camino, Thalia se lanzó hacia su primo, envolviendo sus brazos alrededor de su cuello con fuerza y haciéndolo caer en el proceso. Por su parte, Percy puso sus manos en la cintura de la chica en un intento de estabilizarla, pero sus intentos probaron ser vanos unos segundos después.

Percy gruñó al caer al piso.

—Thalía —él gruñó, con una sonrisa.

Thalía se separó de él rápidamente y se levantó del piso, cruzándose de brazos y mirando hacia el lado contrario. Brevemente, ella pateó a Percy en el costado, pero un segundo después volvió a girar su vista lejos de él.

—Me asustaste, Cabeza de Kelp —dijo.

Percy levantó una de las comisuras de su boca.

—¿A mí? ¿A un chico? —preguntó, fingiendo sorpresa—. ¡Qué honor!

—¡Eres mi primo! —ladró Thalía, girando en su dirección para que su voz se escuchara mejor—. ¡Y sí, es un honor!

Percy rio.

—Yo también te extrañé —murmuro sonriente.

—Percy —llamó Rachel, que acababa de llegar a la escena.

Percy giró a ella y, de nuevo, sonrió.

—Hola, Rachel.

Rachel sonrió y abrazó a Percy.

—Sabía que estabas bien —admitió cuando se separaron—, pero luego había esta pequeña parte de mí que se preguntaba si yo estaba en lo correcto. Así que me alegro de que estés bien.

—Em, ¿Percy? —llamó alguien.

Todos giraron para encontrar a Seamus y Parvati, mirándolos.

—Oh, chicos, ellos me ayudaron con mi misión en la escuela de magia. Chicos, estos son Seamus Finnigan y Parvati Patil. Parvati, Seamus, estos son Rachel, Thalía, Grover, y Annabeth —dijo Percy, señalando a cada persona al decir su nombre.

Parvati amplió sus ojos al oír el nombre de Annabeth, se inclinó hacia Percy ligeramente, y susurró suavemente—: ¿Ella es Annabeth?

Percy sonrió discretamente y asintió, para después girar al resto de sus amigos.

—Si no les importa, Annabeth y yo tenemos un picnic al que ir —anunció, entrelazando sus dedos con los de Annabeth y jalándola para recoger una bolsa de una ninfa de los bosques.

—¿Un picnic? —preguntó Annabeth, alzando una ceja.

Percy asintió y siguió subiendo la colina. Era un claro en el bosque, a solo unos metros del lago y había visto que los animales aparecían seguido por aquí. Lo había encontrado la última vez que estuvo aquí, pero no pensaba mencionarlo a Annabeth.

Percy envolvió la cintura de Annabeth, evitando que cayera cuando ella tropezó con una piedra mohosa. Ella chocó contra su pecho, sus manos en los hombros y Percy, y las manos de Percy envueltas en la cintura de la chica.

La chica no era usualmente tan dependiente de las personas a su alrededor y, de no haber sido Percy, probablemente habría sido ella quien hubiera detenido a alguien de caer. Pero este era Percy y una de las pocas personas con la que Annabeth se permitía bajar la guardia.

Annabeth jadeó y se puso de puntas cuando sintió que resbalaba en la piedra, y Percy apretó su agarre y medio la cargó hasta que llegaron al claro, donde, aunque dejó se soportar gran parte de su peso, aun la sostuvo contra él.

Le sonrió y la guió hasta el pasto, suave y seco y se dejó caer.

—¿Vienes? —preguntó, sonriendo, tirado en su espalda en el pasto y con sus brazos doblados detrás de su cabeza.

Pero Annabeth estaba demasiado ocupada admirando la cueva.

Tenía forma de cúpula, notó ella, pero había un hoyo amplio en el techo. Las paredes eran de piedra, de aspecto resbaladizo. Habían parches de moho aquí y allá. Habían entrado por un hoyo en la pared, que había estado escondido entre unos helechos, y en los primeros metros de todo el lugar, los más pegados a la pared y, por tanto, más cercanos a la vegetación del exterior de la cueva, estaba cubiertos de pasto, pero, a medida que se acercaban más al manantial que crecía y ocupaba justo el centro de la cueva, el pasto se convertía en moho, que dejaba lugar para piedra gris, lisa y húmeda. El sol no daba directamente, pero había unos pocos rayos que habían logrado por el hoyo en el techo de la cueva, transformando el azul luminoso del manantial, en un verde turquesa que se asemejaba —casi terroríficamente— a los ojos de Percy.

—¿Qué es esto? —susurró. Su voz hizo eco en la cueva, de modo que no fue difícil para Percy escucharla.

—Es una cueva —contestó, constatando lo obvio.

Annabeth intentó dirigirle una mirada sucia, pero solo logró una sonrisa emocionada. Sin embargo, alzó una sonrisa sarcástica.

—Aparte de lo obvio —añadió.

—El manantial crece aquí —explicó Percy, señalando el fondo del pequeño lago, un orificio casi invisible del cual entraba luz—. El agua sale por ahí.

—De aquí se ramifican todos los lagos de la isla —comprendió Annabeth.

Percy asintió.

Annabeth giró para encontrar que Percy abría la bolsa que le había entregado la ninfa, y resultó que la bolsa era una manta doblada. La acomodó en el piso, sobre el pasto y sacó los paquetes de comida, uno por uno y los ordenó —desordenadamente, en el opinión de Annabeth. No es que le importara— sobre la manta.

Pronto estaba de vuelta en su posición inicial, tirado en el piso con sus manos detrás de su cabeza.

Annabeth sonrió y se dejó caer en la manta, acurrucándose contra el costado de Percy, mientras Percy, en una reacción —en parte automática— envolvió su brazo alrededor de la cintura de Annabeth en respuesta.

—¿Lo hiciste tú? —preguntó Annabeth, levantando su barbilla para sonreír a Percy.

—Bueno, no fui solo yo. Unas ninfas me ayudaron —admitió.

Annabeth rio.

—¿Cómo volvieron el chocolate azul? —preguntó Annabeth abruptamente, mientras veía a Percy mordisqueando un chocolate azul—. Quiero decir, tiene sentido que hubiera sido con colorante, pero tuvieron que haber hecho el chocolate y meter el colorante mientras estaba derretido. ¿Y de dónde sacaron el colorante?

—¿De qué hablas? —inquirió Percy, divertido, y se movió para apoyarse en su codo y estar mirando a la cara a Annabeth.

—Del chocolate —respondió Annabeth, señalando el dulce en la mano de Percy— y la ninfa que te dio el picnic.

—Oh. No lo sé —admitió Percy, tirándose de regreso a la manta.

Annabeth rodó los ojos y volvió a acurrucarse contra su costado.

—Gracias, Percy. Eso lo responde todo.

Antes de que Percy pudiera replicar, un chorro de agua salió en vertical desde el manantial.

—¿Qué fue eso? —preguntó Annabeth.

—Creo que fue una de las náyades —respondió Percy, levantándose de su lugar en la manta y acercándose a la orilla del manantial. Ahí, en el fondo del lago, estaba una chica, de la edad de Percy tal vez. Agitaba su brazo hacia su dirección, intentando llamar su atención. De su boca salían burbujas, como si intentara hablar. Percy frunció las el ceño, confundido. Y luego, después de un segundo, metió su cabeza en el agua.

Vagamente escuchó la exclamación de sorpresa de Annabeth a sus espaldas.

—¿Si? —preguntó Percy, y al escuchar su voz, de nuevo sacudió la cabeza. Era tan extraño hablar bajo el agua, en lugar de sonidos, Percy escuchaba vibraciones. Por suerte, aun lo entendía.

—Tus súbditos esperan, mi señor —dijo la ninfa, mirándolo gravemente—. No debería hacerlos esperar.

—¿Súbditos?

—Están con Lady Calypso, si los busca. En el centro de comidas —aseguró la ninfa.

—Oh. Okey —dijo Percy, sin saber que más decir.

La ninfa asintió y luego comenzó a irse. Como ella desapareció por el orificio, Percy no tenía ni idea, pero no lo pensó mucho. Él sacó la cabeza de la superficie y miró a Annabeth con una sonrisa avergonzada.

—Era una náyade —anunció Percy—, dice que nos están esperando en el comedor.

Annabeth asintió y juntos se dirigieron a la salida de la cueva.

—Me tienes que volver a traer aquí —murmuró Annabeth suavemente, antes de dar una última mirada a la cueva y permitir que los helechos taparan la entrada.

Percy sonrió suavemente.

—¿Es hermoso, no lo crees? De por sí es extraño estar en una isla, aun si todo el campamento y tres años de Hogwarts están aquí. Es todavía más solitario estar solos en la cueva —respondió.

—¿Volveremos, verdad? ¿Antes de irnos? —insistió Annabeth.

—Podemos nadar en el manantial —sugirió Percy.

Annabeth sonrió.

—Sí, podemos.

Ellos continuaron el camino.

—¿Así que sabes magia? —preguntó Annabeth a Percy.

Percy se encogió de hombros.

—Dicen que soy bueno, pero creo que eso es solo por que aprendí rápido los hechizos de primer año. No creo que sea gran cosa, sería patético si no pudiera.

Annabeth rio.

—Entonces me alegro de que mi novio no sea patético —bromeó.

Quedaron en silencio. Era tenso. De haber sido en otra situación, hubiera sido confortante. Ellos sabía que no tenían necesidad de hablar todo el tiempo, y usualmente no sentían la necesidad de llenar el silencio, pero con su reencuentro, tenían preguntas. Confesiones. Y sabían que el otro las tenía también y se sentían en el ambiente.

—Te… yo te recordaba cuando perdí la memoria —confesó Percy—. Estaba confundido y había aparecido de repente en una estación de trenes y Londres y no recordaba más que a ti, tu nombre y tu sonrisa —contó—. Eras lo único que me animaba a no olvidar mi posible vida anterior y comenzar una nueva en Hogwarts. —Percy acercó a Annabeth y le dio un beso en la sien—. Y me alegro de que lo hicieras.

Annabeth bajó la mirada y dejó que su cabello cubriera su expresión, pero, un momento después, levantó su cabeza y miró a Percy seriamente.

—¿No me mientes, verdad? —preguntó, esperanzada, pero había una chispa de miedo escondida en sus ojos.

Percy la miró, consternado. ¿Annabeth creí a que él le hubiera mentido de algo tan importante? ¿De algo tan… tan delicado? Porque él jamás se atrevería a hacerlo.

—Jamás —prometió Percy solemnemente.

Annabeth se paró de puntas —hace un año que no tenían la misma altura— y envolvió sus brazos en su cuello. Percy serpenteó sus brazos alrededor de la cintura de Annabeth y la sostuvo contra sí, y encontró la boca de Annabeth a medio camino.

No parecía que iban a separarse pronto.

—¡TODO ESTO ES TU CULPA, IAIN!

—¡TU ERES QUIEN DECIDIÓ QUE SERÍA UNA BUENA IDEA MASTICAR EL PASTO AZUL!

—¡TU ME SEGUISTE LA CORRIENTE!

—¡NO TOLERARÉ ESTO, POTTER! ¡NO IMPORTA LO QUE HAYA SUCEDIDO EL AÑO PASADO, UNA SANGRE SUCIA NO ME ENSEÑARÁ NADA!

—¡¿SANGRE SUCIA, ESTÚPIDO?! ¡SOY MITAD DIOSA, TÚ NO PUEDES SER MEJOR QUE ESO!

—Hermione, no sé qué haré cuando deban enseñarme espada. Sabes que no soy la persona más coordinada del mundo…

—Parvati, ¿por qué no has hablado conmigo? ¿Es porque quieres a Percy para ti? Si es así estás muy mal, porque él es mío.

—¡Hey!

—Tranquilo, Seamus. Te quiero a ti.

—¿QUIÉN TE CREES, MORTAL? ¡TARDE CUATRO AÑOS EN QUE ESTUVIERAN JUNTOS! ¡ENEBRO Y YO PASAMOS AL MENOS DOS AÑOS ARREGLANDOLO TODO!

—¡Y tres años de tensión sexual es demasiado! ¡INCLUSO LADY ARTEMISA ME PERMITIRÍA LANZARTE UNA DE SUS FLECHAS!

—¡Tenían trece años! ¡No hay tensión sexual a esa edad!

—¡Tu no los viste, Aurora!

—¡Es una verdad universal!

—¡No te metas en esto, Maddie!

Luego, en un unísono —casi como si hubieran practicado—, todos giraron sus cabezas hacia el chico con el cabello negro desordenado y ladraron—: ¡POTTER!

Harry hizo una mueca.

—Deberíamos esperar a que regrese Annabeth —sugirió Harry. Por lo que había visto en las últimas semanas, se suponía que ellos saldrían corriendo cuando la vieran.

—¡Pero, Harry! —se quejó Miranda—. ¡Iain me está echando la culpa de que nuestra piel se volviera azul!

Harry, confundido, giró su cabeza para mirarla y se atragantó intentando mantener su risa dentro de él cuando lo hizo. Era verdad. La piel de Miranda no había solo adquirido un tenue tono celeste, más bien era azul rey, y era una combinación extraña con sus ojos verdes y cabello rubio.

—Harry —gruñó Miranda, haciendo que Harry callara, conformándose con solo una sonrisa.

—¡Es su culpa! —acusó Iain—. ¡Vio el pasto verde cerca del lago, lo cogió del piso y lo metió en su boca!

—¿Y por qué lo hiciste tú? —preguntó Hermione, a un lado de Harry.

Miranda esbozó una sonrisa de suficiencia.

—Yo lo convencí.

—¡Entonces admites la culpa!

—¡Yo no hice tal cosa!

Harry suspiró.

A veces juraría que esos tenían cinco años.

—¿Will, te importaría llevarlos la enfermería? —pidió, mirando al hijo de Apolo en la mesa de la cabaña, comiendo mientras observaba la escena con diversión.

—Vamos a ver qué es lo que tienen —dijo Will, con una de las comisuras de su boca elevada con condescendencia.

Iain bufó ante el tono de voz de Will y luego iba a espetar algo en su dirección, pero encontró que su lengua de había pegado a su paladar.

—¿Eh? ¿Qué me /pada/, /Midanda/? —preguntó, pronunciando mal sus palabras—. ¡/Midanda/, no te /días/!

Will rio entre dientes.

—Los llevaré a la enfermería —prometió, sonriente, y comenzó a jalar a un enfadado Iain y una risueña Miranda a la cabaña.

Harry sacudió la cabeza y volvió a ver al resto de las personas que vinieron a quejarse.

—No es importante —dijo—. /Esto/ es importante y hay cosas que no se pueden cambiar. Cualquier discriminación por sangre exigirá castigo. Ya acabó la hora de la comida. Ahora las cabañas que fueron a Hogwarts enseñaran a Gryffindor y Slytherin esgrima y Ravenclaw y Hufflepuff enseñaran a la cabaña de Atenea, Hécate, Ares, Hermes, Harmonía hechizos.

—Tengo una lista sobre hechizos útiles y deberán aprender cinco o seis —intervino Hermione, alargando listas a diestra y siniestra.

—Sí, eso —accedió Harry, rodando los ojos—. No tenemos mucho tiempo —añadió cuando nadie se movió.

Rápidamente, las personas comenzaron a movilizarse.

—¿Dónde estaban? —preguntó Hermione en dirección a los árboles, donde estaban Percy y Annabeth, atravesando la maleza.

—Eh…

—Tuvimos un contratiempo —comunicó Annabeth.

—Sí, seguro —resopló Ron, notando como el resto el cabello desordenado de Annabeth y (más de lo usual) de Percy y sus mejillas levemente sonrojadas.

—¿Eh, Hermione? —llamó Percy—. Quería preguntarte si podías entrenar a Annabeth tu misma.

Hermione parpadeó, confundida.

—¿Por qué yo?

—¿Por qué ella? —inquirió Annabeth, con una mirada desafiante a Percy.

—Creo que es más probable que te vayas a entender con ella que con alguien de Ravenclaw o Hufflepuff —explicó.

Annabeth asintió, aceptando su respuesta.

—Muy bien.

—¿Aceptas?

—Uh, seguro —accedió Hermione con una sonrisa—. Pero tengo clase de esgrima y…

—Yo te ayudaré —se ofreció Percy.

Hermione asintió, aceptando, pero la mirada confundida se mantuvo en sus ojos.

Hermione y Annabeth se fueron a un claro en el bosque y Ron se fue corriendo a su clase de espada, dejando a Percy y Harry solos.

Percy miró a Harry calculadoramente y lo encontró haciendo lo mismo con él.

—Escuché que salvaste el mundo —comentó Percy.

—¿Ah, sí? Yo escuché que tú también.