Aunque a veces me presten a Sesshomaru, ni él ni Inuyasha & CO. Me pertenecen, si no a Rumiko Takahashi.
Capitulo IV
—Voy a volver por ti. — Prometió su hermano con determinación. A la distancia un grito de dolor rompió el silencio y él se irguió de nuevo, alerta. — ¡Vete Rin, rápido!
Echó a correr con espada en mano. La niña lo vio alejarse.
—Shirōu. — susurró con voz apagada.
Algo doloroso en su interior le decía que las cosas no serían nunca más como antes.
Rin miró atrás, donde se alzaba por sobre su cabeza el pozo del tiempo. Luego regresó la vista al frente, donde había desaparecido su hermano y luego más allá, en las penumbras humeantes, rojas e indistinguibles de lo que había sido la aldea. Ahí donde había visto por última vez a su madre, lastimada, cansada y a punto de dormirse para siempre.
Ella no entendía muchas cosas. No conocía de motivos ni sabía de razones para justificar todo el dolor, sangre y lágrimas que había visto aquella noche, pero en más de una ocasión escuchó su nombre como objetivo de todo.
Su padre, madre y hermano, habían peleado y sido heridos. Quizás no volvería a verles más. Y ella estaba ahí intacta y a punto de escapar de todo.
Frunció el ceño y apretó los nudillos, incomoda y triste con la idea de no poder hacer algo por ellos también.
"No puedo irme. Padre no huye de nada. Mamá es valiente siempre. Shirōu nunca tiene miedo. No puedo dejarlos solos."
Aunque estaba más asustada que nunca en su vida, inhaló profundamente y emprendió su camino de regreso.
La imagen de Kagome sobre el piso, hiperventilando, de pronto llenó su mente. A ella debía encontrarla primero y llevarla consigo. Su padre y Shirōu eran bestias fuertes, pero la sacerdotisa, a pesar de su poder, era humana meramente.
"¡Aguanta un poco, mamá, ya voy!"
Corrió tan rápido como sus pequeños pies descalzos le permitieron hasta que llegó a donde las chozas destrozadas comenzaban.
Las danzarinas llamas que bañaban todo en intensa luz roja le recibieron con una oleada de calor y humo que lastimo sus vista y pulmones.
"Purifiquen a las bestias con fuego!" habían gritado los aldeanos despavoridos cuando los muertos regresaron al mundo, destrozando a todo aquel que interviniera en su objetivo. Con lanzas y flechas trataron de defenderse y cientos cayeron. La luz de la esperanza se extinguió y en su desespero incendiaron todo en llamas.
A sus oídos infantiles llegaban gemidos adoloridos, llantos desconsolados y gritos desgarradores que flotaban alrededor, cerca y lejos de ella.
Apretó los ojos para tratar de mitigar sus emociones. No se detuvo.
"¡No debo tener miedo, no debo tener miedo!" Se repetía a si misma sin dejar de correr.
De pronto tropezó con algo húmedo y duro. Cayó al suelo, suprimiendo un gritito de sorpresa. Cuando abrió los ojos, deseó no haberlo hecho.
Una expresión de pánico se atoró en su garganta. Frente a ella había un hombre y un caballo, mezclados en un océano de vísceras y sangre que pareciese haber sido ocasionado cuando el hombre montaba y fueron partidos juntos por la mitad.
Sus ropajes se empaparon de toda clase de fluidos negruzcos y su esencia se tiñó de pudredumbre.
Uso sus manos para arrastrarse sobre si misma hacía atrás y alejarse del pestilente revoltijo de muerte.
Rin no gritó, pero alguien más, cerca de ahí si lo hizo y la niña supo de inmediato que se trataba de alguien conocido.
—¡Duele, S-Shirōumaru por favor haz que se detenga! — Cuando la voz estalló a su lado, por impulso Rin giró el rostro.
A escasos metros, un tumulto pequeño de gente se agrupaba en círculo. La luz del fuego proyectaba sus retorcidas sombras sobre la pared rocosa de la montaña que cubría los límites de la villa.
De pie, dos irreconocibles personas de larga cabellera platinada y un hanyō de rizos obscuros que aprisionaba, entre tentáculos monstruosos que le salían de la espalda, a una joven aprendiz de exterminadora por ambos brazos y ambas piernas.
Luego, en el suelo, con una enorme roca pesada aplastándole el brazo en un ángulo antinatural, estaba su hermano mayor.
"Shirōumaru, Kaname-chan…" Escandalizada Rin reconoció, congelada en su sanguinolento escondite.
—¡Suficiente, déjenla ir! — exclamó él pelinegro, desesperado y sin poderse mover. — ¡Ella no tiene nada que ver en esto!
—¿Dónde está la niña? — Una voz gutural, ronroneó desde las penumbras.
—No lo sé. — respondió firme.
"¿La niña? ¿Habla de mí?"
—Naraku. — habló de nuevo una vieja, gastada voz femenina con tono escabroso.
El aludido asintió con una sonrisa perversa y obedientemente tiró de las extremidades de la muchacha hacia lados contrarios. Un chasquido hueco se escuchó y la hija de Sango que había decidido seguir los pasos de su madre, gritó desgarradoramente de dolor.
—¡Kaname! — exclamó su hermano, perdiendo su parsimonia habitual, debatiéndose en el suelo para quitarse la roca de encima.
Rin vio horrorizada como el que respondía al nombre de Naraku le rompía las extremidades a una de las gemelas, separándole los huesos al unísono.
"¡No! ¿Qué puedo hacer? Shirōu está atrapado. Debo encontrar a Kaere"
En medio del pánico, recordó que donde estaba Kaname, estaba su gemela Kaere, quien tomando de ejemplo a Miroku, su padre, comenzó a entrenarse para ser sacerdotisa. Ella podría purificar a aquél ser demoniaco.
Se apresuró a buscarla con la vista vidriosa de lágrimas contenidas y casi de inmediato la encontró en el suelo, a los pies de su hermana, sin vida y con el cuello torcido.
Se tapó la boca con ambas manos para detener su grito.
Su hermano trató de liberarse de la roca sin éxito. Le escuchó gruñir impotente.
—Si algo detesto es repetirme, hibrido. ¿Dónde está la niña? No volveré a preguntar.
—Cobarde, ¿Quién eres tú? ¡Muéstrate!
—Shirōumaru, no puedo más. Por favor, basta. — gimoteó la cazadora con un hilillo de voz.
Entonces, desde entre la interminable obscuridad del bosque profundo surgió una lánguida silueta con la piel transparente pegada a los huesos y una cortina reseca de cabello gris cubriéndole medio rostro. En su horrible cara de cera, ataviada en venosidades moradas y azules, resplandecía una hilera de largos dientes puntiagudos y un orbe dorada que nadaba en el mar de un ojo carmín.
Se plantó frente al pelinegro, dándole la espalda a Rin.
Le sujetó el rosto entre dos largos dedos huesudos y lo obligó a mirarle.
—Desde el principio he sacrificado tanto por este linaje y, de cualquier forma, generación tras generación cae un heredero del Oeste por culpa de una humana. Mancillan nuestra casa. Nuestro nombre y nuestra sangre. — Le examinó la cara al confundido hijo de Sesshōmaru, deslizando las resquebrajadas garras amarillezcas por su cuello y cabellera. — Ah, me repugnan tanto las aberraciones que han traído al mundo.
Él se quedó quieto, tensó y tratando de conectar lo que decía esa extraña mujer con los hechos de aquella noche.
Está lo soltó, lanzándole la cabeza hacía atrás con fuerza suficiente para hacerlo impactar contra el muro rocoso.
—Estuve observando. Me intriga ver que la vida de esta humana no vale lo suficiente para ti. — Se llevó una mano a la boca, meditando con gesto decepcionado— Mi estrategia falló.
—¡Quién diablos eres tú! — Exclamó desesperado, sin entender quién era aquella siniestra anciana, ¿Qué era? ¿Por qué quería a Rin?
—Termina con esto, la encontraremos por cuenta propia. — Le dio un asentimiento a Naraku.
—Como desees.
—¿Ah? !No!
La muchacha se desgarró los pulmones con el grito de dolor que soltó cuando Naraku le desprendió las extremidades de un sólo movimiento. El crudo sonido de la carne rasgandose hizó eco por todo el bosque y luego, silencio absoluto.
Rin miró el suelo. Se llevó ambas manos a los oídos para cubrirlos y trató de cantar en su mente alguno de los dulces ritmos que su mamá siempre tarareaba para ella en un vano intento de minimizar los escandalosos chillidos que dio la hija de Sango cuando destrozaron su cuerpo en pedazos. Fue inútil, y la niña pensó que jamás dejaría de escuchar en su mente el crujido que tiene el cuerpo humano cuando se rompe.
El príncipe heredero tenía las facciones desdibujadas por el horror absoluto. La cabeza le daba vueltas, sentía su sangre hervir furiosa bajo su piel y la sensación de que el vacío estomacal que sentía se expandiría en cualquier momento y le consumiría desde dentro.
—Kaname...— Murmuró entre dientes, con lentitud, cada letra de su nombre dejándole el sabor más amargo que jamás sintió.
Aunque la pequeña princesa escuchó a su hermano hablar no se atrevió a mirarle, no despegó la vista del punto imaginario que dibujó en el pasto. Era como si su cuerpo no respondiera ni pudiera concebir mirar a ningún otro sitio o siquiera moverse.
—Querido; rastrea a la cría. No debe estar lejos. — La voz cavernosa dijo. Rin entonces miró a hurtadillas, por mero instinto de supervivencia.
Inu no Taisho asintió, con la vista ausente. Después se encogió en una esfera de luz blanca, se convirtió en la colosal bestia blanca que Rin vio luchar contra su padre y echó a correr al bosque.
—¡No! ¿Qué pueden querer de Rin? ¡Es sólo una niña! — Demandó Shirōu, furioso y lleno de angustia apenas disimulada.
La desconocida mujer, inalterable por los gritos del muchacho, lo miró impasible con el mismo semblante plano.
—Suya es la tierra de los espíritus y los demonios. El tiempo y el poder. La sangre pura de ambos padres. Una vez que limpié el mundo y lo regresé a como siempre debió ser, alguien deberá heredar mi legado. Sólo ella es digna.
Gradualmente, mientras asimilaba las palabras, lo consumía el pánico.
—No voy a permitir que le pongas un dedo encima.
—Tú, en cambio, no me sirves para nada. — Cortó ella. Materializó en su mano un ponzoñoso brillo verde y lanzó dos fugaces estocadas con las garras, una a la garganta del muchacho y otra a la pared rocosa, donde se desprendió grava, arena y piedras que sepultaron a Shirōu entre una gruesa nube de polvo.
"¡Hermano!" Las lágrimas comenzaron a caer imparables por su carita sucia. Con el corazón roto y las esperanzas destrozadas, se puso de pie velozmente, tratando de ser tan silenciosa como fuese posible y echó a correr por donde había llegado.
"Por eso me pidió que huyera, me están buscando a mí. ¡Es culpa mía, que Shirōu, Kaname y Kaede murieran, es mi culpa!"
Sollozó sin detenerse. Debía llegar al pozo.
Una niña de cinco años no tendría las palabras para explicarlo, pero lo que Rin sentía, además de una inmensa culpa, era un deber intenso para con su familia. No podría permitir que su muerte fuese en vano. Debía ponerse a salvo como Shirōu y sus padres quisieron. Debía vivir, y con esa vida honrar la memoria de su familia a cada día que pasara.
Recordaría a su madre con cada amanecer; cuando los rayos cálidos del sol le bañaran el rostro y al inicio de cada verano. A su padre con la primera nevada del invierno y la luna creciente de todo mes. Y a su hermano, cuando las tormentas bañaran la tierra y los relámpagos iluminaran la noche.
Porque les debía toda la alegría que le habían brindado desde el día que llego al mundo y también, la segunda oportunidad que le otorgaron.
Con el corazón saltándole en el pecho y la respiración agitada, Rin dio un último esfuerzo para llegar al pozo.
Utilizó un montoncito de arena y tierra que se acumulada al lado de este para llegar al borde y comenzar su escalada. Cuando hubo llegado a la orilla y sólo le hizo falta pasar al lado contrario para descender algo captó su atención.
A pocos metros de ella, recargados contra un montículo de madera y tierra, estaban sus padres, o al menos la carcasa vacía de sus cuerpos.
Se detuvo. El aire de pronto pesaba como hierro en sus pulmones.
De su madre sólo podía ver el lado izquierdo de su rostro. Apreciar su opaca piel ceniza y muerta. Su labio reventado. El hilillo de sangre que provenía desde muy adentro corriendo por su boca seca. Sobre el pómulo, extendiéndose hacia su ojo, un hematoma negruzco. Sus cuencas vacías mirando a la nada.
"¿Mamá…?"
A su lado, Sesshōmaru se veía estoico incluso en la muerte. Tenía los ojos abiertos, mirando sin ver. El rostro ausente. La armadura destrozada con un hueco en medio del pecho cubierto de sangre coagulada. Seco e inmóvil como una figura rota de porcelana. Cubriendo una mano de la sacerdotisa con la suya.
"¿Padre…?"
El mundo de la niña se detuvo para siempre, se congeló con aquella mórbida imagen y todas las cosas horrorosas que vivió esa noche. En su mente, el olor oxidado de la sangre seca reemplazó el dulce aroma de Kagome. Los gritos agonizantes de gente inocente sustituyeron la voz parsimoniosa de Sesshōmaru. Los rostros inexpresivos y muertos cubrieron de negro y enigma el semblante protector de Shirōu.
En sus ojos, el agua se secó. En sus labios, murieron todas las palabras. Ella estaba consciente de que podría derramar miles de lágrimas y su familia no volvería. Lo sabía porque lo había hecho. Podría rogarle al Dios más poderoso con las más hermosas oraciones y eso no regresaría el tiempo atrás. Lo sabía porque las había dicho.
"Rin" A lo lejos, dijo un hombre albino de forma apaciguada.
Ella levantó la vista, más allá de los cadáveres y distinguió dos siluetas borrosas con el semblante parcialmente sombreado con una obscuridad que les tapaba los ojos y gran parte de la nariz.
"Ya es hora de irnos, Rin-chan" Secundó una mujer pelinegra, sonriéndole cálidamente, extendiendo su delicada mano hacía ella.
Pero la niña no se movió. Se quedó estática en su lugar.
"Rin, ¿Qué te ocurre? Apresúrate, si no nos damos prisa no llegaremos antes del amanecer"un muchacho joven de cabellera azabache se unió a la pareja.
"Mamá. Padre. Hermano"
Sus labios emitieron un pequeño sonido ahogado que no era más que palabras contenidas que ya nunca más podría pronunciar.
Estiró una mano hacia su familia y luego inclinó su cuerpo también, tratando de alcanzarles, de tocarlos, de abrazarles por última vez o quizá de marcharse con ellos.
El montículo de tierra donde estaba parada se tambaleo con su movimiento. Un par de piedras pequeñas rodaron al suelo y luego les siguieron varias más. La huérfana, aún en estado de shock e incapaz de sostenerse, perdió el equilibrio y cayó irremediablemente al negro infinito del pozo.
Sintió el peso de su cuerpo vencerse hacia abajo y caer en picada a través del vacío, pero Rin no gritó.
X
El adolescente hibrido sintió su cuerpo alertarse cuando escuchó unos pequeños pasos acercarse a él.
Abrió los ojos.
—Señor Shirōumaru, ¡no me diga que estuvo aquí afuera todo el tiempo! —Rin estaba de pie frente a él, mirándolo con curiosidad.
No pudo evitar notar los ojos aún cristalinos de la niña y la inflamada piel rojiza de sus parpados.
—Has llorado Rin, ¿Fuiste lastimada acaso? — Cuestionó más duramente de lo que le hubiese gustado, mientras se levantaba y miraba tenso a su alrededor, buscando detectar cualquier tipo de amenaza potencial.
—No, descuide. Tuve un sueño muy triste, pero no puedo recordar de que se trataba, así que está bien. — Sonrió despreocupada.
Él asintió receloso. Él también sabía de pesadillas.
Rin seguía mirando a su alrededor también. Parecía pensativa y un tanto ansiosa.
—Qué raro, la abuela Kaede no regresó ayer. Hmm, debería ir a conseguir cosas para el almuerzo mientras ella vuelve y la señorita Kagome despierta. — Comentó por fin.
—Vayamos, entonces.
Rin lo miró extrañada. "Quizás así se siente el señor Sesshomaru cuando el señor Jaken y yo lo seguimos a todos lados"
—¡De acuerdo! — Exclamó animadamente luego de decidir que no le molestaba en lo absoluto, y a ambos empezaron a caminar.
X
Sesshōmaru se acercó con extenuante parsimonia a la joven mujer. Cuando la tuvo tan cerca que pareciese que ambos podrían volverse uno solo, se deleitó con su brillante esencia de sol y amanecer. Ella le rodeó con los brazos. Él acarició con los labios la fina piel de su oído.
Cerró los ojos, complacido cuando el calor en la piel de la sacerdotisa se incrementó en respuesta a su toque.
La sintió temblar en sus brazos, estremecerse y quedarse sin aliento cuando la besó. Se fundieron entre respiraciones agitadas; Sus elegantes dedos largos enredaron el cabello azabache y aferraron su cintura con afán. Ella rodeó su cuello con los brazos y ciñó tanto su cuerpo a él que podría sentirle el corazón palpitando contra su propio pecho; acelerado, vivo.
El yokai rompió el beso y deslizó la boca por toda la suave mandíbula de Kagome. Después por el cuello, donde podía sentir su pulso frenético en los labios y el contacto ardiente de su piel. Ella gimió ligeramente. Él gruño con suavidad desde la curva del cuello de su mujer.
—No. — Consiguió separarse para mirarle, sonrojada y con los labios rojos y brillantes. Su pecho subiendo y bajando con la respiración errática — Estos cuerpos, esta vida, no nos pertenecen más.
Él la miró impasible. Ella continuó:
—Las cosas son distintas aquí.
—Es precisamente lo que hemos de cambiar.
Ella negó con la cabeza y trató de alejarse mientras él la atraía a sus brazos de nuevo.
—No hay nada que podamos hacer. — musitó derrocada dejándose envolver nuevamente en su calor, mirando el suelo; recostó su cabeza en el pecho del Daiyokai.
—Eso no es verdad. — Él dijo, con la vista fija en un punto lejano del horizonte.
Kagome jadeó sorprendida y lo observó casi con pánico.
—Ella nunca podría ser feliz de esa forma. Su corazón le pertenece a…otra persona aquí.
—Es meramente una desafortunada consecuencia de nuestras acciones del pasado. Algo que no debió suceder.
—Pero…
—De no actuar cuanto antes, este mundo y el futuro en que naciste serán exterminados tal como los conocemos. — Estrechó la mirada entorno a ella, frio, decidido a no perder nuevamente la batalla contra los cobardes que le asesinaron a traición. — Kagome. Lo sabes.
La sacerdotisa se mordió el labio ligeramente y su ceño fruncido se profundizó, pero no aparto los ojos de su esposo y señor.
Sus manos a cada costado suyo, ahora cerradas en puños, temblaban por las emociones que contenía.
Lo sabía, claro que ella lo sabía.
Había pasado años encerrada en el limbo entre la muerte y la paz, sin conseguir el descanso. Observando cómo el pasado cambiaba de rumbo y la alejaban de la persona que más amaba, del futuro y sus preciosos hijos sin que ella pudiese hacer nada.
—Ya lo sé. Y también estoy consciente de que seguimos a tiempo para corregir nuestros caminos aquí. Pero dime Sesshōmaru, ¿Eso debería ser suficiente para hacerme creer que lo que vamos a hacer es lo correcto?
Sus ojos brillaban con una oscura mezcla de sentimientos: Culpa, pasión, tristeza, anheló, decepción.
"Esta vida, este cuerpo y esta historia no me pertenecen más. No debo…"
La mirada intensa del demonio albino se ensombreció con deseo.
—Creer que haces lo correcto es absolutamente inútil. —La tomó de la barbilla con dedos elegantes. Se acercó a sus labios peligrosamente sin dejar de mirarla con autoritarios ojos de oro y volvió a hablar. — Porque ya sabes lo que necesitamos para vencer.
Kagome no supo decir si ella rompió los centímetros que la alejaban de Sesshōmaru. Pero apenas terminó su frase se encontró de nuevo besado sus labios casi con furia. Las manos hábiles del albino recorrían los rincones más íntimos de su cuerpo y los ropajes pesados de ambos caían uno a uno al suelo húmedo del bosque.
Se lanzó a un último esfuerzo por componer el presente y arreglar el futuro. O eso se decía Kagome quizás para disfrazar el hecho de que había cedido a sí misma y a sus deseos egoístas de poseer y ser poseída una vez más por el hombre que más amó.
Sesshōmaru genuinamente se permitió disfrutar de aquél placer banal. Sus planes iban mucho más allá que cualquier sentimentalismo que su compañera pudiera tener. Eso de cualquier forma no era un impedimento real para dejarse sentir de nuevo lo que tantas veces sintió con ella en vida.
X
La sacerdotisa y prometida de Inuyasha se removió incomoda en su futón. Apretó el ceño y los dientes aún dormida y se giró boca abajo.
En su sueño vio a una pelinegra y a un albino demonio hablarse, discutir, amarse, unir sus labios y sus cuerpos. Ella a veces dudaba y le miraba con culpa. Él afirmaba que de no actuar pronto, todo cambiaria. Luego ambos se entregaban de manera desmedida en medio de la obscuridad del bosque, alumbrados por la luna.
Sonrojada, Kagome vio ropajes de sacerdotisa y elegantes telas blancas caer al suelo del bosque. Los vio unirse en uno sólo y entregarse a la pasión desenfrenada de un amor roto por la maldad. Escuchó a ambos acariciar con la voz temblorosa de placer el nombre del otro.
"Sesshōmaru" Gimió ella.
"Kagome" Gruñó él.
Y entonces, la sacerdotisa despertó dando un grito ahogado.
Temblaba. No sabría decir si por frio o por pánico.
Se sentó en la cama y se llevó los brazos al pecho para envolverse a sí misma en un intento de tranquilizarse. Sus manos encontraron la tela fría y húmeda del vestido que utilizaba para dormir.
—Pero ¿qué? — Estaba empapada. Y mallugada como si le hubiesen dado una paliza la noche anterior. Le dolía, literalmente todo. Sentía sus extremidades palpitar inflamadas, la espalda ardiente como si tuviese rasgada la piel y la entrepierna y los muslos adoloridos. — Agh, pareciera que tengo todo el cuerpo cortado, es probable que me vaya a enfermar.
Se llevó una mano a la cabeza y se estrujó un mechón de cabello negro, húmedo también. La piel de su frente se sentía mucho más caliente de lo normal.
—Vaya, se trató solamente de un sueño.
Escaneó la vivienda con la vista y se encontró sola. El futón de Rin estaba acomodado en una esquina y Kaede pareciese ni siquiera haber regresado a dormir.
Con más esfuerzo del que le hubiera tomado cualquier otro día, Kagome se levantó. Su cuerpo se contrajo dolorosamente de todas partes y la miko casi sintió ganas de llorar.
"Duele" pensó, conteniendo un quejido.
—Ah, sí que tuve una mala noche. No sólo dormí en una muy mala posición, sino que además tuve el sueño más inapropiado de todos. Ugh. No puedo continuar así. Tengo que hablar con Shirōumaru. Cuando me diga el nombre de su mamá y me quite de encima esa tonta idea podré enfocarme en lo que de verdad importa.
"O no, podría ser todo lo contrario si yo fuera su..."
—Agh, ¡ya basta! Voy a afrontar esto de una vez por todas. — se detuvo a escasos pasos del exterior, recordando su aspecto: Un corto vestido desaliñado y húmedo de tela blanca, el cabello revuelto en mil nudos y el rostro perlado de sudor frio.
Acordó consigo misma que lo mejor probablemente sería tomar un baño.
Regresó, tomó sus cosas para alistarse y salió finalmente.
Mientras caminaba hacía el arroyo de aguas tibias que el sol naturalmente calentaba todas las mañanas, pequeños flashes de imágenes bombardeaban su mente de manera espontánea.
Ella en brazos de Sesshōmaru. Por debajo de su peso y también sobre él. Los ruidos nocturnos del bosque amenorando los sonidos apasionados de ambos. La luna y las estrellas bañando en luz de plata al Daiyoukai. Sus intensos ojos de oro fundido mirándola con emociones que Kagome no creía saber nombrar.
Apretó los labios, se sonrojó y agachó la cabeza, avergonzada consigo misma por su extravagante imaginación.
Recordó la primera vez que vio al Daiyoukai, en la tumba del padre de Inuyasha, cuando ella tenía apenas quince años. Aquél día, por un brevísimo instante Kagome se quedó sin respiración: Frente a ella estaba la misma imagen que creía que tenían los ángeles. El hermano mayor parecía esculpido en mármol y bañado en plata. La elegancia con la que se movía parecía ser coreografiada y el ronroneo seductor de su voz amenazante le acaricio el oído. Pocos segundos después, Sesshōmaru estaba tratando de matarlos y el encanto desapareció para siempre.
Ese hecho como fuese, no le impidió a su yo adolescente fantasear inconscientemente con él mortífero Sesshōmaru mientras dormía.
De pronto dos voces conocidas la sacaron de sus vergonzosas memorias. Al acercarse ahí donde la corriente del rio se volvía más sonora, estaban Rin y Shirōu sentados a la orilla de este con los pies metidos en el agua.
"Bien, este es el momento"
—¡Shirōu-kun! — Saludó animada.
Los hermanos voltearon. Rin sonrió y le hizo un ademan con la mano. Él mayor, en cambio, primero la analizó con cierto recelo y luego quedó en parcial estado de shock.
Él abrió los ojos como platos y apretó los labios.
En un instante el pelinegro estuvo frente a ella y cortó su paso.
—¿Huh? — inquirió ella, levantando el rostro para mirarle, confundida. — ¿Qué sucede?
El muchacho la sujetó por los hombros, inclinando su peso hacia atrás para analizarla a detalle.
—¿Dónde estabas, exactamente? — él soltó con tono extraño.
—¿Eh, durmiendo…?
—¿Cómo sucedió esto? — murmuró para sí mismo.
—¿De qué hablas? Estás comportándote muy raro.
—¡Señorita Kagome, buenos días! No quise despertarla así que…eh, ¿Qué le pasó en el cuello?
Rin inquirió acercándose, levantando una ceja, ladeando la cabeza con curiosidad frente a las numerosas marcas rojizas y parcialmente moradas que le decoraban desde la mandíbula hasta el pecho.
Por instinto la sacerdotisa se llevó una mano a la garganta, arrepintiéndose al instante que sus dedos tocaron la sensible piel y un ardor le recorrió casi hasta la tráquea.
—Yo- no lo sé.— Susurró para sí misma, casi inaudiblemente.
Pero el muchacho del futuro sí que sabía y por ello no podía dejar de sentirse confundido.
"No entiendo lo que sucede, ayer me dio la impresión de que mi madre e Inuyasha están juntos. A ella incluso la idea de que mi padre tuviera una pareja humana le resultaba imposible y ahora esto"
La había visto varias veces antes en el mismo estado. Procuraba no pensar en ello muy seguido, porque era traumático y asqueroso, pero cuando ella y su padre discutían casi siempre la escandalosa reconciliación se evidenciaba a través de la delicada piel de la sacerdotisa. Bueno, eso y el hecho de que toda la esencia del platinado cubría por completo el cuerpo de ella, justo como en ese momento.
Nunca la lastimaba realmente, más allá de los hematomas y rasguños superficiales al menos, pero Sesshōmaru era un Daiyokai y Kagome humana, naturalmente en ocasiones el Lord del Oeste no controlaba su fuerza cuando...intimaban; y su madre despertaba a la mañana siguiente con marcas pasionales por todo el cuerpo.
Frunció ligeramente la nariz y los labios. Miró el semblante pensativo y ligeramente asustado de su madre. Lo que sea que hubiese pasado, ella no parecía saberlo tampoco.
El príncipe carraspeo para aclararse la garganta.
—Los entes que persigo se alimentan de la energía de las personas. Cuanto más débil el ser, mayor será el daño que le ocasionen. A veces enferman gravemente y se deterioran en cuestión de horas, otras, las victimas comienzan a ser lastimados de poco en poco entre sueños. Mucho me temo que anoche te eligieron a ti.
No era del todo mentira, pero estaba consciente de que escuchar eso alteraría menos a Kagome que preguntarle si había recibido una visita nocturna de Sesshōmaru.
—Entonces es cierto, ayer la anciana Kaede me dijo que debía marchaste para atender a varios niños enfermos.— Rin comentó preocupada.— Señorita Kagome, ¿Le duele mucho? ¿Quiere que le ayude a buscar hierbas para un té medicinal?
—Shirōumaru, ¿Qué más sabes sobre esos entes? ¿Qué tanto peligro corremos?
—No te preocupes, la bestia nunca podría lastimar realmente a la sacerdotisa.
Ambas mujeres lo miraron inquisitorias. Cuando él se dispuso a decir más, Sango apareció apresurada.
Primero miró a Kagome, se sonrojó, frunció el gesto con molestia. Luego se percató del desconocido ¿Yokai? de cabellos azabache, desvió la vista. Kagome y la niña parecían cómodas con su presencia, irrelevante su identidad entonces. Finalmente se centró en Rin, era a ella a quien buscaba.
—Sango— saludó Kagome con cautela, sintiendo al instante el humor de su amiga.
La aludida le ignoró.
—Rin, ¿En dónde está Kaede?
—Tuvo que marcharse ayer al sur de la aldea para atender a varios niños enfermos, señorita Sango.
—Entonces debe de tratarse de una epidemia. —Reflexionó la exterminadora.
—Sango, ¿Qué sucede? — Probó la sacerdotisa nuevamente, preocupada por el gesto agobiado de la otra mujer.
Esta vez ella respondió, recelosa.
—Se trata de mi hija, Kaname. Ayer cuando volví de mi guardia la encontré ardiendo en fiebre y no ha hecho más que empeorar. Debemos hacer algo cuanto antes o no sé qué podría suceder.
De nuevo madre e hija reaccionaron a la par, jadeando con preocupación genuina por el estado de una de las gemelas.
—Iré contigo, la ayudaremos. Descuida Sango, estará bien. — Decidió la pelinegra, se acercó y le dio un confortante apretón a la mano de Sango. Luego de esta le diera un asentimiento con la cabeza, ambas se apresuraron a la casa de la castaña, seguidas de Rin y más atrás, del pensativo hibrido.
Shirōu apretó la mandíbula cuando escuchó el nombre.
"Kaname"
Recordó con amargura a la aprendiz de cazadora con sonrisa pícara, que desde que ambos fueron niños, nunca perdió oportunidad de hacerle sonrojar.
"—En la aldea, Atsuki va a casarse con Taro. —Comentó la adolescente con tono sugestivo. — Sus padres siempre han sido muy buenos amigos, así que decidieron que un matrimonio entre los hijos sería adecuado.
Él levantó apenas una ceja y la miró por el rabillo del ojo. La muchacha lo observaba con brillantes ojos castaños y una sonrisa coqueta.
—Huh ¿Y qué con ello? — Le espetó.
—Ah, Shirōu-kun. Es obvio que un día nuestros padres harán lo mismo y bueno, seré la madre de tus hijos. — Respondió divertida, guiñándole un ojo. —Me preguntó si tendrán orejas como Inuyasha, quiero decir, yo no soy sacerdotisa como tu mamá o Kaname así que probablemente así sea…
Él se tensó.
—Kaname, yo ya tengo una prometida.
La sonrisa de ella desapareció en un segundo. Lo miró dolorosamente como si le hubiese apuñalado.
—¿Qué?
Era mentira. Su padre había rechazado la oferta de matrimonio de una influyente familia Yokai del sur, por considerar a la hija indigna de unirse al reino del viento. Sin embargo, si Shirōu jugaba bien sus cartas podría tomar el asunto en sus manos y casarse con ella, que era un demonio completo. Cuando tuvieran un hijo, sería de sangre limpia de nuevo y Sesshōmaru podría dejar en el pasado la deshonra de tener seres de partes humanas en su descendencia.
No podía dejar pasar esa oportunidad. La mayoría de las grandes familias de Inu-Yokais le despreciaban a él y a su madre. Y si no lo decían por temor y el respeto que aún le guardaban a su padre, seguro que si lo daban a entender mediante asuntos políticos.
—¿La quieres?
Inquirió firmemente ella con voz quebrada.
Él se giró por completo a su interlocutora. A su "futura esposa" ni siquiera la había visto todavía. A Kaname, la conocía desde que era un niño. Habían crecido juntos. Entrenado juntos. Vivido mil y una experiencias nuevas juntos desde que ambos caminaban. Y a ella sí que la quería. Adoraba el sonido de su risa y sus comentarios inapropiados. Disfrutaba su picante aroma de cerezas y tierra húmeda.
Pero era humana. Y él no debía caer en los errores de su padre, o el padre de este antes que él. Debía ser inteligente.
—No nos veremos más. Kaname, está es la última vez que visito la aldea.
Observó cómo sus ojos de avellana se inundaban de lágrimas.
"El camino de la conquista no se recorre con absurdos sentimentalismos. No olvides eso, si quieres ser digno de la sangre que llevas" Dijo su padre un día, y Shirōu jamás falló en recordarlo.
El pelinegro se puso de pie, inmutable, dio media vuelta y se marchó.
—Shirōumaru…—Llamó la aprendiz de cazadora con voz quebrada. Pero él no se detuvo ni miro atrás de nuevo.
Aquella misma noche, Kaname fue asesinada.
—Shirōumaru-Kun! — Kagome clamó de nuevo, sacándolo de sus memorias.
—Eh ¿Si?
—Vaya que distraído estás hoy! Estaba diciendo que la casa de Sango está a pocos metros, por favor esperen cerca de aquí, quizás necesitemos de su ayuda. Pero a Sango le pone un poco nerviosa tener a un yokai desconocido cerca.
—Claro, si necesitan que vaya a buscar algo estaremos aquí. — Propuso la niña.
—De acuerdo, Rin, muchas gracias.
Él asintió distraídamente. Rin hizo lo propio de manera más energética.
X
Cuando Kagome entró a la casa de Sango lo primero que sintió fue un escalofrió por toda la medula, exactamente igual al que tuvo cuando Shirōu llego a la aldea por primera vez.
"No es una fiebre común. Esto está lleno de energía demoniaca" atinó a pensar.
El segundo estremecimiento llegó cuando vio a la pequeña hija de Sango alucinando en su futón y a su gemela, Kaere, hincada a su lado mirándola con una preocupación que ninguna niña de su edad debía tener.
Acarició delicadamente su frente y mejillas. Su piel en verdad ardía. Al instante de tocarla, las mano de Kagome temblaron y parecieron engarrotarse, atrancadas con un aura maligna que le hacía sentir nauseas.
La miko emitió un ahogado sonido.
—¿Qué sucede Kagome?
—Sango, ¿Podrías esperar afuera con los niños? Necesito expulsar esta energía de Kaname, pero si permanecen aquí, podría tratar de infiltrarse en otro cuerpo.
La noticia le cayó como un balde de agua helada. Su pequeña era víctima de la ponzoña de un demonio. Podría morir. Peor. Podría convertirse en parte de un ente perverso.
—Confío en ti, Kagome-chan.
Consternada por la niña, pero obediente, Sango tomó a la otra gemela y a su hijo menor en brazos y salió.
Cuando Kagome estuvo a solas con Kaname, recordó las palabras de Shirōu. Buscó con delicadas manos hábiles entre el cuello de la niña marcas moradas como las que ella tenía.
Encontró algo mucho peor.
Sobre su pecho, que se movía incesantemente con errática respiración, estaba una mancha morada y negra que parecía un hematoma gigante relleno de sangre molida y venas hinchadas.
La sacerdotisa soltó un jadeo.
"Debo purificarlo."
Colocó a prisa sus manos sobre el hematoma y cerrando los ojos, conectando su propio espíritu con la luz de su interior y aquella que venía de más arriba, concentro su energía.
Un destello brillante se encendió brevemente ahí y después de interminables minutos en los que la sacerdotisa pudo sentir el vaporoso peso toxico del miasma acumulado en la niña, una pequeña voz se escuchó.
—¿M-mamá?
—¡Kaname-chan! ¿Cómo te sientes?
—Kagome-sama…tengo hambre. — musitó con voz adormilada mientras se tallaba un ojo con pereza y se sentaba en el futón.
La sacerdotisa suspiró aliviada y sonrió.
—Ya estás bien, Kaname-chan. Descuida, prepararé un poco de sopa. Recuéstate, ¿De acuerdo? Necesitas descansar. Tu familia estará aquí en un momento.
Acarició con cariño los cabellos de la niña y salió.
—¡Kagome! — la recibió Sango con ansiedad.
—Kaname ya se encuentra bien. He purificado la energía maligna que la estaba enfermando.
—One-chan! —Exclamó la gemela y salió corriendo a la casa.
Ambas mujeres se quedaron solas.
Kagome quería más detalles de cómo había enfermado. Necesitaba saber cómo prevenir más casos. Cuáles eran los primeros síntomas para identificarlos y actuar cuanto antes.
Antes de que pudiera decir cualquier cosa, Sango habló primero.
—Kagome, hay algo que quiero preguntarte.
—¿Huh? Claro Sango, dime de que se trata.
—Escucha, lo descubrí por casualidad, pero estoy segura de lo que vi. Y aunque sé que no es de mi incumbencia me gustaría que fueras sincera conmigo, por nuestra amistad y también porque aprecio a Inuyasha. — Su voz sonaba profunda y seria.
Por el tono de su voz, y la actitud recelosa con la que había estado actuando no sólo con Shirou, con quien sería entendible porque aun para la miko, era un yokai desconocido, si o también con ella, la imaginación de Kagome y sus propias dudas empezaron a ponerla nerviosa.
"Sango es una mujer muy intuitiva, además de ser en extremo inteligente. ¿Será acaso que sospecha que Rin, Shirōu y yo podríamos estar relacionados? En verdad nos parecemos bastante… ¿Acaso Sango…? No puede ser. Ahora recuerdo que ella me comentó en una ocasión lo parecidas que Rin y yo somos"
Su semblante palideció, aquello parecía una prueba más de que en efecto, era o podría ser la madre de ambos chicos. Y alguien más lo sabía además de ella y Shirōu.
—Tú… ¿Cómo lo sabes?
Atinó a decir, por impulso, en medio de su sorpresa y temor.
—Kagome, es más que obvio, yo los vi con mis propios ojos. En el bosque.
"Debió ser cuando Shirōu y yo hablamos, quizás Sango incluso escuchó toda nuestra conversación y por eso esta tan segura"
—¿Tú nos escuchaste? — Su voz era un hilillo apenas.
—¿Qué? ¡Claro que no! Eso hubiera sido muy desagradable, Kagome.
—¿Entonces cómo es que estas tan segura de algo que yo…todavía…
—Hay cosas innegables. Y es claro que hay algo entre ustedes, Acaso ¿Se trata de algo real?
Exhaló con cansancio. Ni siquiera valía el esfuerzo negarlo, porque todavía no podía terminar de negárselo a sí misma. Shirōu jamás menciono la identidad de su madre, pero claro que dijo que era sacerdotisa y muy humana. Curiosamente, tampoco mencionó la forma en que Kagome murió, solo que había sucedido.
—No lo sé aún. Pero todo apunta a que así es. Ni siquiera puedo entender como algo así sucedió.
—Créeme no eres la única. Sólo dime, Kagome, ¿De verdad serías feliz así?
"¿Feliz? La idea de ser madre siempre me ha gustado, pero, ¿Con Sesshōmaru? No sólo es una persona absolutamente diferente a mí, también es el hermano de Inuyasha. Sin embargo, a pesar de eso, pensar en esos niños como hijos míos…"
—No sé qué hacer, Sango. No tengo la certeza de nada, excepto de que quiero que los niños sean felices y tengan el hogar que todos merecemos. Debo ayudarlos, y justo ahora corremos grave peligro.
Sango sintió que se quedaba sin aire y sin palabras.
"¿Los niños? ¿Se refiere a que esta…?"
—¿Sesshōmaru es el padre, no es así? —Demandó.
Kagome sentía que había fallado miserablemente en proteger el secreto del adolescente pelinegro, y de Rin.
—Si. —musitó derrocada.
—Kagome…
Sango jamás creyó a Kagome capaz de traicionar a Inuayasha, y no era que dado los malos momentos que le causó en el pasado a la sacerdotisa no lo hubiese provocado el mismo, pero no así. Y ciertamente no con el hermano que el hanyō tanto odiaba. Sentía de pronto que estaba frente a una desconocida y no con su dulce, leal amiga.
¿Habría empezado aquel romance por puro rencor, motivada por el amor que Inuyasha jamás dejó de sentir por Kikyo? ¿Surgió de un sentimiento real? ¿Ambos? La exterminadora no sabía que pensar.
—Por favor no digas nada. Es un secreto que prometí proteger.
—¿Qué pasará con Inuyasha?
—E-
La sacerdotisa se detuvo en seco. Una grotesca sensación correteó por el suelo, le escaló por las piernas desnudas y se enterró en su abdomen y garganta con un abrumador golpe interno de calor y pudredumbre que se extendió por todas las venas de su organismo hasta llegarle a las manos.
Una arcada repentina doblo a Kagome por la mitad. La sacerdotisa se llevó las manos a la boca, tratando de detener sus náuseas y la oprimidora energía demoniaca que la había invadido de pronto. Se miró los dedos. Sus extremidades comenzaban a tornarse del mismo desagradable tono negro y morado que Kaname había tenido en el cuerpo, como si algo hubiese reventado sus venas.
Pero Sango no tuvo tiempo de notar esto último y se quedó con la escena de una embarazada con los primeros síntomas que ella bien conocía.
"¿Qué, que está pasando? La enfermedad, esta energía…no fue purificada. Es como si sólo hubiese sido cambiada de recipiente"
Sobresaltada por el poder de aquello, sólo atinó a encontrar al único que conocía del tema: El joven hijo de Sesshōmaru.
—Me tengo que ir. Disculpa Sango. — Ocultó sus manos abrazando su cuerpo y echó a correr antes de que la cazadora dijera una palabra.
Kagome caminaba apresurada, mirándose las manos negras y engarrotadas que parecían ya no responderle, cuando una explosión lejana la obligó a levantar la cabeza. Una batalla se estaba librando más al este, la concentración de poder y energía era abrumadora.
Notó que ni Rin ni Shirōu se encontraban en el lugar donde los había hecho esperar.
Las delgadas ramas bajas de varios árboles se sacudieron brevemente y Sesshōmaru se abrió paso entre ellas. Se le veía concentrado, con letal mirada cazadora enfocada en entender lo que sucedía en el mismo sitio donde había escuchado la detonación.
Sus ojos se encontraron. Ambos se detuvieron. Él advirtió que su aroma estaba contaminado por algo obscuro que predominaba por encima de cualquier otra esencia en Kagome. Sus manos amoratadas y su cuerpo lleno de marcas extrañas tampoco pasaron por alto. Ella notó que Sesshōmaru estaba en efecto cazando algo.
—Sesshōmaru ¿Tú también puedes sentirlo?
—Puedo detectar el aroma de mi propia sangre y la presencia de Rin. Es probable que no se trate más que de un patético intento de emboscada en contra mía.
"Su sangre. La sangre de su hijo. Rin corre peligro. Shirōumaru fue herido"
—No. No se trata de una trampa, ¡Debemos darnos prisa!
El daiyōkai observó a la mujer correr a través del bosque, su aroma de pronto era pura y acida preocupación.
Estrechó la vista entorno al sendero. El olor de Rin también era diferente, extraño. Algo que pareciese haber sido creado de manera artificial para imitar pobremente la esencia de la niña y atraerlo hacía el.
Dados los eventos de los últimos días, Sesshōmaru tenía motivos de sobra para sospechar y simplemente desistir de ir al lugar donde también comenzaba a acumularse un desagradable tumulto de energía ponzoñosa.
Sin embargo, una voz casi inaudible en su subconsciente habló, y el Lord del oeste siguió el rastro y a la sacerdotisa.
Sango, desde lejos, vio a los amantes desaparecer juntos en el bosque nuevamente.
N/A: ¡Disculpenme! Ya sé que los abandone por un par de meses por la escuela y el trabajo pero les tengo un capítulo más en camino. Muchas gracias por su paciencia y por todo su apoyo expresado en Reviews, favoritos y follows. Son mi motivación más grande para esta historia que cada vez va a tomar más sentido, ya verán, confíen en mi imaginación torcida.
Por cierto, déjenme todas sus observaciones y/o quejas , me encanta leer sus opiniones y que me ayuden a mejorar con los detalles pequeños, o no tanto, que a veces se me llegan a pasar.
Un beso, nos leemos en el próximo capítulo.