Summary. [U.A] Te dejan plantada en San Valentín. Ni siquiera es tu cita, sino tu mejor amiga. Además, un guapo —y muy sexi— desconocido te confunde con su ex. No hay forma de que salga algo bueno de esto, ¿o sí?
Disclaimer. InuYasha y demás personajes no me pertenece, son de Rumiko Takahashi. Oh, la historia es completamente mía. Mía de mí.
Dedicado a las personas de Fanfiction que sin importar qué tanto hemos crecido seguimos teniendo ese amor por crear, leer y vivir una y otra vez a nuestros personaje favoritos. Y a Cath Meow, amé leer tus comentarios en cada capítulo. Muchas gracias.
Anteriormente….
Dio un paso más anulando la distancia entre los dos, se puso de puntillas, colocó ambas manos en su rostro y lo besó.
Lo estaba besando.
Por un momento él no realizó ningún movimiento, solo abrió grande los ojos pero rápidamente puso una mano en su espalda y la acercó más a él profundizando el beso.
«¡Sesshōmaru y Rin!»
Retrocedí en silencio. ¡Tenía que salir de ahí!
Iba a voltear cuando una mano rodeó mi cintura y otra tapó mi boca evitando que soltara un grito. Mis ojos se encontraron con los suyos.
—Pequeña margay, es de mala educación escuchar conversaciones ajenas —susurró, sentí su respiración en mi oreja y el calor de su cuerpo junto al mío.
Capítulo ocho: El gran demonio perro y el lobo
Mi corazón bombeaba al punto de retumbar en mis oídos. Me tomó unos cuantos segundos serenarme lo suficiente para llevar mi mano a la mano de Rafael sobre mi boca, él entendió que ya era seguro soltarme y así lo hizo lentamente.
—Me asustaste —susurré dando un vistazo rápido a la pareja a unos metros de distancia.
Rin ahora se encontraba apoyada contra uno de los pinos con los brazos rodeando el cuello de Sesshōmaru. Desde donde estábamos veía como sus dedos jugaban con los cabellos de su nuca. Me sonrojé. Incluso desde donde estaba podía sentir que había tanta necesidad del uno del otro en ese beso.
—No pensé que eras del tipo que les gustaba mirar —la voz baja de Rafael hizo que me volteara de nuevo hacia él. Tenía la ceja alzada y me miraba con los ojos brillantes. Antes de que pudiera responderle dio un paso hacia mí —¿Conoces la frase «Monkey see, monkey do»?
Su mirada se volvió aún más intensa.
—No te asustes, Margay, no te comeré —sonrió de pronto, parecía que me estaba tomando el pelo— A menos que así lo quieras.
Su voz sonó grave y cargaba una seriedad absoluta. Luego volvió a sonreír divertido.
—Ellos... ¿no son como hermanos? —pregunté sabiendo que él sabía a quienes me refería.
—Ellos nunca han sido hermanos y claramente —añadió con obviedad— nunca podrán serlo. Rin no tenía ni 9 años cuando llegó a la familia de los Taisho, y él, si los cálculos no me fallan, con 19 años terminaba el instituto, al poco tiempo se fue al extranjero a estudiar su primera carrera: Derechos internacionales. Tengo entendido que volvía cada cierto tiempo hasta que terminó y se quedó a estudiar su segunda carrera aquí en Japón. Conozco a los Taisho desde hace 4 años y no sabría describir muy bien la relación entre ellos dos pero ella es más como su protegida que su hermana.
Volví a fijar la mirada en la pareja mientras asimilaba toda la información que acaba de recibir. Ya no se besaban pero ella lo abrazaba.
—¿Tenemos que volver? —la voz de Rin sonaba a tortura contra el pecho de Sesshōmaru.
—Rin.
—Lo sé, ni modo. ¿Cómo me veo? —le sonrió mientras lo soltaba, retrocedía dos pasos y se acomodaba el cabello.
—Ese no fue el vestido que escogí.
—Me gustaba más este.
—Demasiado corto.
—Oh, vamos, sé que te gustó. Ya no soy una niña, en menos diez meses tendré 18 y tal vez... —su voz se fue apagando. Sacudió la cabeza— Lo mejor será volver.
Cogió el brazo de Sesshōmaru y se dirigieron hacia la puerta por donde yo había entrado momentos antes sin pensar que iba a ser testigo de esa escena.
Boté el aire que había estado reteniendo inconscientemente. Voltee hacia Rafael que se encontraba sereno, algo me decía que algo sabía o sospechaba de la situación que acabamos de presenciar pero no quise hacer más preguntas. No parecía algo de mi incumbencia para ser sincera, solo esperaba que Rin no saliera lastimada.
—Volvamos, Rafael, yo aún necesito ir al baño.
.oOo.
Volvimos al gran salón luego de mi rápida parada en el baño y ubiqué a Sango a lado de una gran ventana con una copa de champagne y visiblemente incómoda a lado de Miroku quien charlaba con dos señoritas que reían encantadas con cada palabra que él decía, ambas parecían de nuestra edad y eran muy bonitas, aunque nunca las había visto antes. La cara de Sango se suavizó al ver que nos acercábamos.
—Kagome, ¿a donde fuiste? No te encontrábamos por ningún lado.
—Me perdí —admití avergonzada.
—Te hubiera acompañado, perdóname, pero... —lanzó una mirado ladina— fuimos varias veces interceptados.
—¿Quienes son ellas? —susurré más bajo
—No me preguntes —suspiró—. Pero creo que es algo de su compañía, ni modo.
Como si nos hubiera escuchado, en ese momento Miroku finalizó su charla y volteó un poco apenado.
—Hermosa Sango, perdona mis modales, de aquí en adelante toda mi atención será para ti.
Pude ver cómo después de un largo tiempo se quedó sin palabras y solo atinó a asentir con la cabeza visiblemente ruborizada. Me dio ternura, Sango tendía a siempre estar con la guardia alto, era bueno verla relajándose y disfrutando de vez en cuando.
—Bueno, Margay, debido a tu desaparición me queda unos 40 minutos contigo, luego tendré que escoltarte con uno de tus dos galanes que supongo que deben seguir buscándote por alguna parte de este salón o el otro.
Cogió dos copas de la bandeja de un garzón que pasaba casualmente por nuestro lado y lo extendió hacia mí.
—Yo tomaré esto, gracias. Kagome no es muy buena con el alcohol —Sango tomó la copa de un solo sorbo.
—Tú tampoco —bufé.
Bailé tres canciones con Rafael mientras Sango y Miroku hacían lo propio a pocos metros de nosotros. Era gracioso ver los intentos de Miroku en ir más al sur de lo que debería, fracasando inútilmente cada vez que lo intentaba y recibiendo un pisotón de respuesta.
Le di un vistazo a toda la sala, la iluminación tenue de las grandes telarañas suspendidas a varios metros sobre nosotros daban la sensación de calidez e intimidad. A nuestro alrededor, la gente bailaba y conversaba con copas en sus manos, riendo ampliamente, estrechando manos y posiblemente cerrando negocios en alguna de las múltiples mesas que rodeaban todo el salón donde podían obtener mayor privacidad. No había vuelto a ver a ninguno de los Taisho o a Rin pero no era de extrañarse con el salón tan lleno de invitados.
De pronto, los músicos cesaron y el sonido agudo de una copa de cristal llenó el salón, la gente tomó asiento en las mesas para enfocar su atención en la familia Taishō, Sango me hizo señas a lado de Miroku para que hiciera lo mismo pero prefería permanecer a lado de una de las columnas de mármol. Inu No Taishō, Izayoi, InuYasha, Sesshōmaru y Rin se encontraban imponentes en la unión de las escaleras dobles centrales de mármol blanco del gran salón, donde una hora antes se había llevado acabo la subasta. Con una copa en la mano y la otra en la cintura de su esposa, Inu No Taishō habló fuerte sin necesidad de un micrófono.
—No es mi intención quitarles mucho tiempo, solo quería agradecerles a cada uno de ustedes de parte de toda mi familia por esta buena causa, es un placer tenerlos cada año en nuestro hogar. Un brindis por ustedes.
Los aplausos sonaron fuerte y una fila de garzon se abrieron paso desde ambos lados del salón con grandes bandejas de plata con varios tipos de aperitivos mientras la orquesta renudaba su labor. Rin descendió del brazo de Sesshōmaru con total naturalidad sonriéndole a todos los presentes, el hombre estoico a su lado llevaba el paso lento sin mirar a nadie en particular.
—Lo que vimos —la voz de Rafael a mi lado nunca había sonado más serio— no creo que debamos contárselo a nadie.
Asentí de acuerdo. Tomé una copa de champagne y le di un primer sorbo. No estaba mal. La gente se volvía distribuir por todo el salón.
—Kagome.
Kōga apareció detrás de mí con una copa en cada mano y una sonrisa en el rostro. Detrás suyo una pequeña pelirroja en un vestido de seda verde jade y una estola de pelo blanco sobre sus hombros se acercaba a nuestra dirección visiblemente molesta llamándolo. Antes de que pudiera responder el saludo, ella habló.
—Kōga, estás siendo increíblemente grosero. Mostrarle tus respetos al abuelo no es suficiente, tienen varias cosas que discutir. Sabes que hace un mes cumplí 18 y-
—Basta, Ayame. Esa es una conversación que yo tengo pendiente con el hombre y no creo que sea apropiada tenerla aquí.
—¿Eso es todo? Entonces, ¿ya no bailarás conmigo? —retrocedió con la cara visiblemente afectada.
—Es lo que he hecho la última media hora, Ayame. Vuelve con el abuelo, por favor —paró un segundo para serenarse—, debe preguntarse en donde te has metido.
Ella se quedó parada un segundo en silencio sin saber muy bien qué decir, finalmente se dio media vuelta desapareciendo entre la multitud.
¿Qué había sido eso?
—Perdón por eso, Kagome.
—¿Está todo bien?
—Sí, es mi prima, bueno, en realidad mi tía. Es la nieta favorita del padre de mi abuelo —explicó—. Quería saber si querías conversar o bailar, tal vez.
Giré hacia Rafael.
—No me mires a mí, Margay —levantó las manos fingiendo inocencia— técnicamente es su turno. ¡Qué puntualidad la tuya, Kōga, te felicito! —Rafael le dio unas cuantas palmadas en la espalda del recién llegado.
Kōga le lanzó una mirada.
—Me retiro, me retiro, diviértanse.
Kōga volvió a acercar la copa hacía mí.
—No bebas tan deprisa —me advirtió Kōga. Sonreí ante su preocupación —el champán que dan los Taishō en los bailes es fuerte. Yo creo que es apropósito para que donemos más.
—Pensé que la subasta ya había acabado —respondí confundida.
—Esa es la actividad principal, ¿ves esa puerta? —señaló con la mirada una gran puerta abierta al otro lado del salón. Yo asentí —ahí hay más actividades para donar. Si te gustan las apuestas, ese es el lugar.
Me sorprendí y me pregunté qué tan grande podía ser la mansión de los Taishō para tener más de un salón y poder albergar a la gran cantidad de personas reunidas en esta noche. Nos acercamos a la mesa donde se encontraban Sango y Miroku hasta unos minutos pero ya no había señales de ellos. Supuse que habían vuelto a la pista de baile.
Kōga retiró mi silla para que me sentara y agradecí el gesto un poco asombrada de su caballerosidad. Di otro sorbo al champán y me di con la sorpresa que me lo había acabado. Kōga hizo una señal para que uno de los garzon nos trajera más.
—Supongo que no es tu primera vez en alguna gala —comenté.
—En la de los Taishō, es la tercera. Es la gala más importante del año, en realidad.
—¿Así es como conociste a InuYasha y a los demás?
—No, yo también estudio Economía y ya lo conocía incluso desde antes.
En ese momento llegaron nuestras copas. Yo que había bebido esporádicamente en algunas reuniones sociales, se me hizo agradable y refrescante el sabor del champán y la sensación burbujeante que me hacía cosquillas por las fosas nasales.
Kōga tenía 21 años, era el único nieto varón del cuarto y último hijo del gran patriarca, un hombre de 86 años muy respetado. Me explicó que su familia era una de las más antiguas de Japón y que era muy tradicional. Estudiaba Economía al igual que InuYasha, pero se conocieron cuando tenían 16 años en el instituto.
—¿Te puedo hacer una pregunta? —a pesar de que asintió, dude— ¿De dónde viene lo de "lobo" y "perro"? Me refiero a que-, bueno, no tienes que contestar —me apresuré a agregar al ver su cara de sorpresa.
Me ruboricé cuando echó su cabeza hacia atrás y soltó una carcajada. Yo me hundí en mi asiento mientras cogía otra copa de una bandeja itinerante y tomaba un sorbo.
—Kagome, no me molesta, solo que en realidad la razón es algo vergonzosa.
Ahora mi curiosidad se había multiplicado por cien.
—¿Ves esa pintura detrás de ti? —voltee automáticamente— ¿Qué es lo que te llama la atención?
Era una pintura antigua de casi un metro y medio en el que se podía ver un gigantesco perro demonio blanco de ojos rojos imponente sobre una colina en un cielo nocturno sin estrellas. Al pie un guerrero en una antigua armadura japonesa con grandes puas y un traje blanco. El hombre tenía una cabellera plateada amarrada en una cola alta y dos marcas moradas surcaban su rostro impasible. Tenía un gran parecido con el padre de InuYasha.
—No es el padre de InuYasha —pareció adivinar mi pensamiento— pero el parecido resulta sorprendente, ¿no? De todos ellos en realidad. Es su antepasado de hace más de más de 500 años. Todo se debe a una antigua leyenda japonesa.
«En la era feudal, los monstruos y espíritus decidieron que ya no debían ocultarse de los humanos vagando libres por toda la Tierra. Había 4 bestias sagradas, guardianes de los 4 puntos cardinales. El Ave de fuego del Norte, el Fénix; el Zorro blanco del Sur, el Zorro de la nieve; el Dragón del Este, y por último, El Perro sagrado del Oeste, perro guardián del viento. En esta crisis, los guardianes se vieron obligados a pelear contra los monstruos, después de una larga batalla, la mayoría de guardianes y monstruos murieron, antes de que murieran, el gran Perro guardián del Oeste le pidió a una joven humana, el favor de continuar con su descendencia»
—Se dice que toda la familia Taishō desciende de ese gran perro demonio.
No pude ocultar mi asombro ante aquel relato, me parecía tener un recuerdo vago de esa leyenda pero no lo recordaba con precisión.
—¿Y el "lobo"?
—Es la insignia de mi familia: el lobo, incluso está en el escudo familiar. Hace años lo llamé "perro", él me llamó "lobo" y se nos ha hecho costumbre, al parecer.
—En verdad me parece muy interesante que haya tanta historia detrás del apodo que se tienen, hasta es elegante, ¿no lo crees?
Kōga volvio a reír. —Dudo que nuestras familias piensen lo mismo si nos escucharan.
Le conté un poco de mí y así sin darnos cuenta pasaron cuarenta minutos solo conversando entre risas y champán. Kōga me había resultado más caballeroso y atento de lo que me imaginaba, al parecer sus encuentros con InuYasha lograban hacer que se comportara de manera más inmadura. A ambos, en realidad. Cuando me invitó a bailar, me levanté decidida a estirar las piernas pero me sorprendió sentir que me tambaleaba ligeramente. Me apoyé en Kōga para recuperar el equilibrio. Fruncí el ceño.
¿Estaba borracha?
Era posible, no recordaba cuánta champán había tomado mientras conversaba, tal vez no había sentido el efecto porque no me había movido mucho en la última hora. Volví a sentarme.
—¿Te encuentras bien? —Kōga parecía genuinamente preocupado— ¿Necesitas algo? ¿Agua?
—Creo que un vaso me caería bien, gracias —agradecí su caballerosidad. Le hizo señas a un garzón que pasaba, él entendió la orden y desapareció rápidamente.
A los dos minutos, el joven apareció no solo con un vaso sino con una jarra también. Me preocupó pensar el por qué había decidido traer toda un jarra.
¿Tan mal me veo?
Me serví un segundo vaso mientras Kōga me seguía mirando con preocupación. Le sonreí al terminarlo, de verdad parecía que le importaba.
—Creo que iré al baño a refrescarme —me levanté de la mesa y cogí mi clutch.
—Te acompaño.
—No, no te preocupes —me apresuré—, puedo ir sola. En serio, le enviaré un mensaje a Sango para que me encuentra ahí. Yo regreso en un momento.
Él no se veía del todo convencido pero aceptó. Me dirigí al mismo baño al que Rafael me había acompañado horas atrás. Me sorprendí al encontrar a InuYasha apoyado en la pared fuera del baño de mujeres con los brazos cruzados.
—¿InuYasha?
—¿Kagome? ¿Qué haces aquí?
—Uhm... ¿voy al baño de damas? —él parecía de pronto nervioso— ¿Pasa algo?
—No, nada. No pasa nada.
Pasaba algo. Lo miré extraña a la vez que entraba al baño. El sonido de alguien arrojando se escuchaba y dos señoritas se encuentraban en una esquina cuchicheando mirando el cubículo desde donde provenía el sonido de las arcadas, al verme se quedaron calladas y salieron de prisa.
Me miré al espejo, aun me sentía mareada y me costaba un poco enfocar mi reflejo. Mi cabello se había desarreglado un poco y me veía un poco pálida pero en términos generales esperaba algo peor. Cogí el clutch, saqué mi celular, eran las 00:51 p.m. Escribí un mensaje a Sango.
«Estoy en el baño de mujeres, creo que es el más lejano.
Está pegado al jardín. Ven rápido.»
Entré a uno de los cubículos y después de orinar, me acerqué al lavabo a lavarme las manos. Saqué el labial nude del clutch perlado y me estaba retocando para un poco los labios cuando se abrió un cubículo. Kikyo en un vestido de seda gris que se ajustaba como una segunda piel con una gran abertura de pierna salió y se acercó al lavadero sin siquiera mirarme. Tomó un poco de agua usando una de sus manos, sacó un papel toalla y secó sus labios sin importarle que el labial rojo de sus labios se borrara. Su labial siguió intacto. En ese momento lo entendí, InuYasha estaba afuera esperando por Kikyo.
—Kikyo.
Ella parecía ignorar que estaba ahí.
—Kikyo... —mi voz aún se arrastraba un poco. Ella no volteó, solo acomodaba su largo cabello en el espejo— ¿estás bien?
—No estoy ebria.
—Okay —no parecía ebria—, creo que InuYasha está afuera esperando por ti. Creo que está preocu-
—No necesito su ayuda, me puedo cuidar sola.
Me miró a través de mi reflejo, parecía inspeccionarme de pies a cabeza. Pude por primera vez el parecido del que todos hablaban, pero yo parecía una versión aniñada de ella. Me volví a sentir pequeña.
—Creo que eres tú quien necesita ayuda —me sonrojé por la dureza de sus palabras. Fruncí el ceño pero antes de poder contestarle se dio media vuelta y salió como si no hubiera pasado nada.
Me quedé mirando mi reflejo.
—¡Kagome, aquí estás! !Dios! Trata de ser más específica, hay como dos baños cerca al jar... —su voz se apagó— ¿Ha pasado algo?
La miré. Me inspeccionaba.
—Nada, Sango —negué.
—Ha pasado algo —tomó aire y pareció medir sus palabras — ¿es por Kikyo?
Al ver la pregunta en mi rostro añadió:
—La acabo de ver en el pasadizo y a InuYasha corriendo detrás de ella.
¿Corrió detrás de ella? Claro que corrió detrás de ella.
—Creo que algo ha pasado.
Necesitaba ayuda
—Mmm... —Sango me miraba— ¿tú necesitas ayuda?
De pronto recordé que Sango estaba ahí porque yo le había pedido que viniera y debía estar preocupada. La culpabilidad me embargó.
—Sango, perdón, sí. Parece que se me subió un poco el champán, qué tonta.
La verdad con ese encuentro con Kikyo sentía que todo el alcohol se había esfumado.
—Ven —dijo abriendo la puerta del baño con una sonrisa—, hay langostino a la plancha. Sé que te gustará.
.oOo.
Kōga y Miroku nos esperaban en la mesa donde al poco rato llegaron cuatro platos gourmet. Comimos mientras Sango nos relataba como Miroku había perdido dinero apostando en el Craps una y otra vez en la última hora. Sango y yo reímos fuerte.
—No se burlen, por favor —alzó su mano con dramatismo—, es esta mano maldita.
Volví a reír antes de darle el último mordisco a mi diminuto langostino a la plancha.
Miré a Kōga de reojo y lo vi observando alrededor como buscando algo a alguien. Recordé que Miroku no era su amigo y no conocía a Sango. Todo le podría resultar un poco incómodo.
—Hey —lo llamé.
Me sonrió. Dio una nueva mirada a la pista de baile.
—¿Te gustaría bailar? —me extendió su mano. Asentí, su mano estaba tibia.
Me tomó de la mano y me guió hacia la pista de baile. La música había cambiado un poco a lo largo de la noche, la melodía que sonaba ahora era más exótica. No podía identificar bien su origen ¿Turquía, tal vez? Era electrizante y mucho más rápida que las anteriores canciones.
Logré ver en la pista de baile a Rin, bailando con un joven que en un rápido movimiento la levantó mientras giraban un poco al compás de la música. Su corto vestido se alzó discretamente con el movimiento. No muy lejos de ella, a penas a cuatro metros se encontraba Sesshōmaru charlando con un hombre robusto que le doblaba la edad. Al momento en el que el joven hizo la pirueta, él fijó su mirada en la pareja sin importarle que el hombre frente a él siguiera hablando.
—Hey, lobo, ¿a dónde crees que vas?
La voz de InuYasha nos hizo girar justo antes de llegar a la pista. Cogió la mano que tenía libre, la otra la seguía sosteniendo Kōga.
—Al parecer nunca aprendiste a leer la hora.
—InuYasha —advertí mientras me soltaba de su agarre—. No tienes porqué ser tan grosero.
InuYasha me miró incrédulo. Kōga, a mi lado, sonrió al escucharme.
—Voy a bailar con él. Sango y Miroku se encuentran a unos metros detrás de ti, si gustas me puedes esperar ahí. Termina esta canción y volveré a la mesa.
No esperé a que contestara, di media vuelta y me posicioné casi en el medio de la pista de baile. Rin me sonrió al verme llegar. Kōga puso una mano en mi cintura y con la otra sostuvo la mía. Poco me importó que realmente no supiera bailar ese tipo de melodía, todo lo que ocupaba en mi cabeza en esos instantes era si de cierta manera había reaccionado así por lo que había pasado en el baño con Kikyo.
¿Estaba celosa?
Volver a escribir después de años ha sido el verdadero ejercicio mental, pero se logró.
Necesito más dosis de Sesshōmaru y Rin, lo juro, con todo esto de que han sido padres de gemelas me tiene emocionada (sé que aún no está 100% confirmado pero para mí no hay de otra). ¿Habrá más? POR SUPUESTO.
Dependiendo de la respuesta a este capítulo que aparece de la nada después de años tengo las ganas de hacer un mini cap desde el punto de vista de Rin sobre ese primer beso con Sesshōmaru. Me interesa saber qué pensaba la niña ante tal honor.
Como está en el comentario final de mi anterior capítulo, hice una revisión de los caps e hice algunos cambios y correcciones. La mayoría son de redacción, peeeero las invito a leer nuevamente el fic, así lo tienen todo más fresquito.
¡Se siente bien estar de vuelta!
¿Alguien captó la escena de la usurpadora?
La inspo para el vestido de Kikyo vino del vestido que utilizó Anastasia de Fifty Shades of Grey en el masquerade ball.
La leyenda de la que habló Kōga existe, hace tiempo lo leí en un grupo de InuYasha y la utilizó Rumiko como inspiración para la historia de InuYasha, si deseen en el siguiente cap lo pongo al final :)
Me gustaría escuchar hipótesis de porqué creen que Kikyo estaba en el baño, quiero ver si alguna acierta jeje
Si hay alguna duda o comentario, no duden en escribirme.
En serio muchas gracias por llegar hasta aquí.
Atte. Ro