La vibración de su teléfono móvil sobre la mesilla de noche interrumpió el ligero sueño de Katherine Beckett. El sol todavía no se filtraba a través de las persianas, por lo que debía ser muy pronto, y sólo había una razón por la que la talentosa inspectora de policía recibiera llamadas a esas horas de la madrugada. Con cuidado de no hacer movimientos bruscos, se estiró lo máximo que le permitía el cuerpo para coger el móvil sin llegar a despertar a Castle, cuyo brazo rodeaba su cintura con instinto protector.
- Beckett – dijo en un susurro tras deslizar el dedo sobre la tecla verde de la pantalla.
- Buenos días inspectora – los ruidos de sirenas y el traqueteo que llegaban a oídos de Beckett a través del auricular del teléfono la indicaron que Espósito ya se encontraba en la escena del crimen – Espero no haberte despertado.
- Para nada – susurró Beckett, continuando con la broma –. Ya sabes que me paso las noches en vela esperando tu llamada.
- No esperaba menos – respondió él imitando su tono - ¿Por qué estamos susurrando?
- Porque Castle no es tan considerado como yo.
Tras colgar el teléfono, Kate se liberó del abrazo de Castle para dirigirse a su despacho y apuntar en una hoja de papel la dirección que Espósito acababa de facilitarle. De vuelta a la habitación se sorprendió a sí misma sonriendo mientras observaba a Castle tendido sobre el colchón, ocupando todo el ancho de la cama como lo haría un niño pequeño. Por un momento se planteó la posibilidad de dejarlo durmiendo, pero sabía que si lo hacía más tarde tendría que lidiar con su berrinche y no podía permitírselo. No con un caso entre manos.
Aún así, decidió ducharse y preparar café antes, regalándole a Castle unos últimos minutos de sueño. Cuando estuvo vestida el horizonte empezaba a clarear por el este, a pesar de que todavía faltaban unos minutos para el amanecer. Llegó a la cocina sin necesidad de encender ninguna luz, pues estaba completamente familiarizada con la situación de los muebles de aquel apartamento, en el que últimamente pasaba más noches que en su propia casa. Beckett suspiró, sin ser capaz de sentenciar si aquello era bueno o malo.
El olor a café recién hecho despejó su mente y se dirigió de vuelta al dormitorio con una taza humeante en cada mano. Dejando una de las tazas en la mesita de noche, se sentó al borde la de cama con la intención de despertar a Castle de forma suave.
- Castle… Castle… - decía, mientras dejaba que los dedos de su mano libre se entrelazaran con el pelo de él. Sin embargo, con dicho gesto el escritor a penas se revolvió en la cama - ¡Castle!
- ¡Zombis! – exclamó éste entre sobresaltado y adormilado, golpeando a Beckett en el brazo sin querer y derramando parte del café caliente sobre su camisa.
- Perfecto Castle. – dijo Kate desabrochándose la camisa y quitándosela con rapidez para evitar tener quemaduras de tercer grado a causa del café recién hecho.
- Wow, buenos días – dijo con una sonrisa pícara, haciendo ademán de atraerla hacia él, pero Beckett lo detuvo poniendo la mano sobre su pecho y empujándolo de nuevo hacia la cama.
- Quieto ahí, han encontrado un cuerpo en Greenwich Village y ahora, gracias a t, tengo que pasar por casa a por una camisa.
- ¿Por qué? Así vas perfecta – respondió admirando las vistas
- Por mucho que aprecie tus consejos de moda – decía mientras buscaba una camiseta en la cómoda – prefiero ir vestida. Nos vemos allí. – dijo antes de darle un rápido beso y salir de la habitación.
- Está bien… ¡Espera un momento! ¿Allí, dónde?
El frío de la mañana temprana hacía que el vapor emergente de las cloacas fuera completamente visible para el ojo humano. El otoño había llegado a la ciudad de Nueva York y se había traído con él rachas de viento que acrecentaban la sensación de frío. Dicho factor hacía que la tarea de los oficiales de policía encargados de acordonar la esquina de Bedford con Grove fuera más incómoda de lo habitual. Pero ni frío ni tempestad podían competir con las miradas indiscretas de los transeúntes que, llevados por un morbo macabro, empezaban a amontonarse tras la característica cinta amarilla.
Cuando la inspectora Beckett aparcó su coche al principio de la calle se encontró con que Castle distraídamente apoyado en la pared, con un posavasos doble ocupado con dos cafés en una mano, mientras fingía que estaba fumando con la otra. Cuando se percató de su presencia el escritor disimuló bajando la mano y dejando una expiración a medias.
- No es lo que parece – dijo, tendiéndole uno de los cafés
- Parece como si te estuvieras preparando para protagonizar una peli de gangsters de los años treinta.
- Entonces es exactamente lo que parece.
Cuando estuvieron cerca de la entrada del edificio, uno de los oficiales de uniforme levantó la cinta para que pudieran pasar cómodamente por debajo sin tener que detenerse. Estaban a punto de cruzar la puerta de entrada cuando Castle se detuvo de repente, alzando la mirada para repasar la fachada del edificio.
- ¿Qué pasa?
- ¿Te das cuenta de dónde estamos? – preguntó excitado, en ese tono tan característico que indicó a la detective que estaba a punto de escuchar una anécdota sobre algún tema que nada tenía que ver con el caso que tenía entre manos. – Estamos a punto de entrar en el edificio en el que Mónica celebró 10 Acciones de Gracias – al ver la mirada de incomprensión de Beckett continuó – Dónde Joey y Chandler criaron un pollo y un pato, ¡dónde Rachel y Ross se reconciliaron más veces de las que puedo contar!
- Al grano Castle
- ¡Es el edificio de Friends! ¡Es la calle de Friends! Mira, ahí estaría en Central Perk… - dijo señalando un punto inconcreto de la vía.
- No sabía que te gustara Friends.
- A todo el mundo le gusta Friends – Beckett alzó una ceja – Dime al menos que has visto algún capítulo…
Con una sonrisa enigmática, la detective giró sobre sus pies y entró en el edificio. Por supuesto que había visto Friends, pero le encantaba exasperar a Castle con esa clase de cosas. El agente de la puerta les indicó que debían subir hasta el tercer piso y así lo hicieron. Al llegar al rellano de la planta indicada, ambos con las manos enguantadas, se encontraron con que Ryan estaba entrevistado a una señora mayor ataviada con una bata y pantuflas, que gesticulaba de forma exagerada, frente a la puerta del piso de la víctima.
El detective les dedicó un saludo con la cabeza cuando pasaron por su lado al cruzar el umbral de la puerta antes de volver a centrarse en la anciana, que estaba encantada de repetir cuantas veces hiciera falta (y alguna más de regalo) todos los detalles de cómo había encontrado el cadáver. Esquivando a los agentes del CSU, Beckett llegó hasta el dormitorio del pequeño apartamento, dónde Perlmutter se encontraba de pie junto al cadáver de la víctima apuntando una serie de notas en su cuaderno.
- ¿Qué tenemos?