Capítulo 13: Bigfoot y nuevas pistas

Vestida con una vieja camiseta de béisbol y unos shorts de deporte, Beckett abrió una botella de vino y sirvió dos copas mientras Castle terminaba de ducharse. Ella misma lo había hecho minutos antes, muy a pesar del escritor, que había insistido en el problema del calentamiento global, la polución y la necesidad de ahorrar agua.

- ¿Y cómo propones que ahorremos agua?

- Duchándonos juntos, por supuesto – respondió el escritor, ganándose un cojinazo por parte de Beckett - ¡Oye! Que no lo hago por mí, sino por el bien de nuestro querido planeta…

Aquella tarde los chicos de la mudanza se habían encargado de transportar todas las cosas empaquetadas del apartamento de Beckett al loft de Castle. Tanto era así que el salón del escritor parecía una pista americana.

Cuando el escritor salió del baño, vestido con un pantalón de pijama y una camiseta de manga corta, se encontró con que Kate ya lo estaba esperando en el sofá con una copa de vino tinto en cada mano. Tuvo que esquivar varios montones de cajas y, cuando parecía que iba a logra llegar junto a Beckett sano y salvo, el dedo meñique de su pie derecho tuvo un encuentro con una de las cajas en las que ponía "Libros".

- ¡Hijo de…! ¡Auch!

- ¿Estás bien? – preguntó Beckett, tratando de disimular la sonrisa que luchaba por aflorar de sus labios.

- Estoy bien, estoy bien – respondió Castle mientras luchaba contra las lágrimas de dolor que querían salir de sus ojos –, no es para tanto.

- ¿Seguro? Creo que se está hinchando, quizás sería mejor que fuéramos al médico y que le eche un vistazo – dijo la inspectora haciendo ademán de levantarse del sofá.

- ¡Ni hablar! – Rick la agarró de la muñeca, obligándola a ocupar asiento de nuevo – Estoy perfectamente.

- ¿De verdad? – inquirió Beckett, acercando so rostro al del escritor

- De verdad de la buena. – dijo Castle, preparándose para recibir sus labios

- ¿Estás en plena forma? – ya escasos centímetros de él

- Estoy como un roble

- ¡Perfecto! – exclamó Beckett, levantándose de un salto – Así podremos empezar a desempaquetar algunas cosas.

- A esto se le llama jugar sucio

- Vamos Castle, piensa que cuando antes empecemos, antes podremos celebrar que hemos acabado.

Las expectativas creadas por esa respuesta fueron impulso suficiente para que el escritor se levantara, dispuesto a ponerse manos a la obra. Sin embargo, en cuanto posó parte de su peso sobre el pie derecho, un calambre de dolor le subió por la pierna, obligándole a sentarse de nuevo.


Las recomendaciones por parte de Beckett para que se quedara en casa descansando de poco o nada sirvieron. Castle se había empeñado en acompañarla a la doce ya que podía "sentir que el final del caso está próximo" y no quería perdérselo. Cansada de discutir con un niño pequeño, la detective finalmente accedió. Sin embargo, cuanto más cerca estaban de la comisaría, más convencida estaba de que aquello era una mala idea. En el momento en que las puertas del ascensor se abrieron, la detective salió a paso presuroso, para llegar a la pizarra unos metros antes que Castle.

- Sed amables – les advirtió a Ryan y Esposito, que ya les esperaban con las últimas noticias sobre el caso.

En aquel instante, Castle hizo acto de presencia. Apoyándose parcialmente en una réplica del bastón de Enigma, el villano de Batman, el escritor se acercó cojeando hasta la pizarra. Caminaba muy lentamente, no tanto por el dolor como por el peso. El médico de urgencias del hospital, al que habían acudido la noche anterior, había decidido que no valía la pena correr riesgos y le escayoló el pie desde la punta del dedo gordo hasta el tobillo.

- ¡Hey Castle! ¿Por fin has encontrado a Bigfoot y has decidido llevarte un recuerdo? – bromeó Esposito

- Te respondería mi querido amigo – dijo el interpelado mientras tomaba asiento –, pero la vida es demasiado bonita como para irritarme gracias a los calmantes

- ¿Qué sabemos de la historia que nos contó Anderson? – cortó Beckett.

- Hemos indagado un poco más en la vida de nuestra víctima y en los últimos diez años no hay nada raro. Llamadas, cuentas, todo correcto, nada ha saltado – expuso Ryan.

- ¿Y antes?

- Nada.

- ¡Venga ya!

- Como lo oyes. No hay ningún rastro que pruebe la existencia de Martin Prince en el periodo anterior a estos último diez años.

- Así que el Topo nos contó la verdad… - dijo Castle paseando la mirada de forma distraída por la oficina, como si hubiera algo que sólo él pudiera ver.

- Entonces, no sabemos quién era nuestra víctima en realidad

- Estamos dos pasos por delante de ti – intervino Esposito sonriendo –. Hemos cotejado la lista de los presos que estuvieron en la misma cárcel que Anderson y…

Ryan sacó una foto de la víctima y la colgó en la pizarra, junto a la de su cadáver. Se le veía bastante más joven, pero sin duda se trataba de la misma persona.

- Su nombre, el de verdad, era William Clearwater…

- ¿En serio? – le cortó Castle, con una sonrisa tontuna – Oh vamos, ¿nadie ve la ironía?

- Era un bróker de Wall Street – prosiguió Ryan, ignorando el comentario del escritor -. Le encerraron cinco años por tráfico de información confidencial y adivina…

- Era compañero de celda de Anderson – dijo Castle

- Pues sí, ¿cómo lo sabías? – inquirió Ryan sorprendido, a lo que Castle respondió señalándose la cabeza con el dedo índice.

- Bien chicos, habéis hecho un gran trabajo.

- Oh, pero aún hay más – dijo Esposito, ganándose una sorprendida mirada por parte de la detective – ¿Recuerdas cuando dijiste que la señora Milles sabía más de lo que os había confesado? Felicidades, tu instinto sigue intacto.

- Indagamos un poco en la vida pasada y resulta que ya estuvo casada antes. ¿Y sabes con quién?

- Michael Clearwater – dijo Beckett, casi sin poder creérselo.

- ¡Es perfecto! – dijo Castle, levantándose con la ayuda de su bastón – Pensadlo. Sarah, una chica con no pocas aspiraciones en la vida conoce a un joven y triunfador bróker de Wall Street, cuya sonrisa es casi tan deslumbrante como el dinero que gana. Así que se casa con él.

- Entonces se descubre que Michael Clearwater está traficando con información confidencial y va a la cárcel – continuó Beckett, tomando el relevo –. Sus cuentas quedan congeladas y Sarah se queda sin nada.

- Pero entonces conoce a Paul Milles, un empresario que puede cubrir sus necesidades, así que se casa con él y deja atrás el oscuro recuerdo de su pasado con Michael. Cuál fue su sorpresa entonces cuando, diez años más tarde, su exmarido reaparece en su vida reconvertido en árbitro de béisbol.

Ryan y Esposito contemplaban la escena con la paciencia que deriva de la experiencia, mientras Castle y Beckett hablaban cada vez más rápido.

- Michael sigue enamorado de ella, incluso prepara una fuga para los tres comprando falsas identidades a la misma persona que le facilitó la suya años atrás.

- Pero Sarah no está dispuesta a abandonar su vida acomodada y le rechaza.

- Michael sigue insistiendo, hasta el punto de convertirse una amenaza y a Sara solo le queda una salida.

- Matarle – dijeron al unísono, separados tan sólo por unos escasos centímetros

- ¿Habéis terminado? – inquirió Esposito, rompiendo la magia del momento.

- Traedme a la señora Milles.