Capítulo 14: Todos lo hemos pensado alguna vez
La culpabilidad podía leerse en los ojos de Sarah Milles como si de un libro abierto se tratara. Incapaz de contener sus nervios, se frotaba las manos de forma frenética mientras esperaba en la sala de interrogatorios. Dio un respingo sobre la silla cuando Beckett abrió la puerta de golpe y entró en la habitación como una ráfaga de viento huracanado.
- ¿Qué hago aquí?
- Me va a contar todo lo que sabe de Martin Prince. Y esta vez – dijo Beckett tomando asiento y clavando su mirada esmeralda en la interrogada – va a contarme la verdad.
La señora Milles tragó saliva, intimidada por la ferocidad felina de la detective mientras Castle, arrastrando el pie derecho, tomaba asiento al lado de Beckett ayudado por su bastón customizado.
- Esta es su última oportunidad de contarme lo que pasó. Si confiesa ahora, me aseguraré de que el fiscal que coja su caso esté de buen humor. – la confusión se abrió paso en el rostro de la señora Milles, por lo que Beckett fue directa al grano – ¿Por qué mató a Martin Prince?
La cara de Sarah Milles dio un salto de la confusión a un horror muy mal disimulado. Tanto fue así que necesitó unos segundos para serenarse antes de mascullar una respuesta.
- ¿Creen…? ¿Creen que yo lo maté? – parecía que el simple hecho de pronunciar aquellas palabras le produjera repulsión
- ¿No es así? – preguntó Castle
- ¡No!
- ¿Y por qué debería creerla? – preguntó la detective, que no se dejó convencer tan fácilmente – Primero me dijo que no conocía al señor Prince, luego me confesó que tenían una aventura. ¡Y ahora descubro que habían estado casados!
Los certificados del juzgado cayeron sobre la mesa frente a los ojos de Sarah Milles como una losa de piedra. En aquel instante, la mujer era el vivo reflejo de Scrooge asaltado por el fantasma de las navidades pasadas. Uno a uno, los recuerdos de su vida anterior fueron ocupando el sitio que les correspondía dentro de la cabeza y el corazón de Sarah. Y así, el pasado que había tratado de ocultar a los ojos de todos, sobre todo de ella misma, se hizo más presente que nunca.
- ¿Y bien? ¿Qué tiene que decirme?
La señora Milles suspiró con resignación. No tenía sentido seguir ocultando un pasado que ya había salido a la luz.
- Estuvimos casados. Pero tienen que creerme. Yo no le maté – para aquel entonces los ojos de Sarah eran un mar de lágrimas –. Yo… Estaba enamorada de él.
Tanto Castle como Beckett alzaron las cejas, sorprendidos, no tanto por la repuesta en sí, sino por la veracidad con la que hablaban los empapados ojos de la mujer. Captando por el rabillo del ojo la mirada que le enviada Rick, la detective decidió relajarse un poco y darle un voto de confianza a la señora Milles.
- Está bien. Cuéntenoslo todo. Desde el principio.
- Will era el amor de mi vida. Nos conocimos en la Universidad, él estudiaba Economía y yo Bellas Artes. Por aquel entonces, no teníamos dinero para una gran boda, así que nos fuimos al juzgado. Sin embargo, él no paraba de repetirme que algún día me regalaría la boda de mis sueños… - una sonrisa nostálgica escapó de los labios de la señora Milles –. No pasó mucho tiempo antes de que eso fuera posible. Will era una persona muy inteligente, ¿saben? Encontró trabajo como asistente en una empresa de la bola y en menos de un año ya lo habían ascendido a bróker. En cuestión de meses teníamos más dinero del que podíamos gastar
- ¿Y nunca sospechó de lo que estaba pasando en realidad? – preguntó Castle
- Era una mujer enamorada, señor Castle. Enamorada y feliz. Además Will nunca actuó de forma extraña, no había nada en su comportamiento que pudiera indicarme que algo malo estaba pasando.
- Hasta que lo detuvieron.
- Fue el peor día de mi vida. Cuando los policías entraron en nuestro apartamento Will no para de decirme que todo iba a salir bien, pero yo podía ver en sus ojos que estaba muy asustado.
- Pero, si le quería tanto, ¿por qué se casó con otro cuando estaba en la cárcel?
- Nunca dejaré de sentirme mal por ello. Pero por aquel entonces yo no tenía dinero, ni un lugar al que ir. Tras la detención de Will nos embargaron el piso y congelaron nuestras cuentas. No tenía nada – se excusó una señora Milles cada vez más nerviosa –. Entonces apareció Paul. Era un buen hombre y, aunque no le quería como había amado a Will, me trataba bien. Me ofreció una vida y yo la acepté.
No era difícil descubrir el dolor que le provocaban sus propias palabras. La angustia que podía leerse en su rostro cuando sentía que había traicionado al amor de su vida hizo que un impulso de abrazar a Kate se apoderara de Castle. Pero por el bien de la profesionalidad, se contuvo.
- Cuando William salió de la cárcel y me encontró yo estaba preparada para que me lo echara todo en cara, pero no fue así. Dijo que lo entendía y me perdonaba. Sólo me pidió que pasáramos una última noche juntos antes de desaparecer de mi vida para siempre.
- ¿Eso cuando fue? – preguntó Castle, mientras empezaba a hacer cálculos
- Hace diez años.
- ¿Y tiene alguna idea de por qué incumplió su promesa? – inquirió Beckett.
- Porque descubrió Tyler era hijo suyo – dijo Castle, adelantándose a la interrogada –. ¿No es así?
- Un sábado, tras uno de los partidos de Tyler nos lo encontramos por la calle. Ni siquiera nos detuvimos a hablar con él pero ya era tarde. DE algún modo sabía que Tyler era hijo suyo. Al cabo de dos semanas nos lo encontramos de nuevo, pero esta vez en el campo. Se había hecho árbitro para poder estar más cerca de su hijo y yo… No me veía con fuerzas de negarle aquella posibilidad.
- ¿Y qué pasó entonces?
- Una noche me llamó. Disculpándose por incumplir su promesa, pero diciendo que no la habría hecho si hubiera sabido que tenía un hijo. Que todavía me quería y que tenía un plan para nosotros, para los tres.
- ¿Ese plan no incluiría, por casualidad, adoptar nuevas identidades? – inquirió la detective, a lo que Sarah asintió.
- No le costó demasiado convencerme. Al fin y al cabo yo seguía enamorada de él. Empezamos a hablar cada noche, ultimando los detalles de nuestra desaparición, planeado nuestra vida juntos. Pero entonces… - su nostálgica sonrisa se congeló en su rostro.
- ¿Entonces qué?
- Creo que mi marido empezó a sospechar algo. Se comportaba de forma extraña, quería saber a dónde iba en todo momento. Una noche, la semana pasada creo, le sorprendí escuchándome a escondidas mientras hablaba con Wil y perdió los papeles. Pero entonces se calmó y me dijo que me perdonaba, si le prometía no volver a ver a "ese hombre". Yo se lo prometí, por miedo a lo que pudiera hacer…
Castle y Beckett compartieron una mirada significativa antes de que la detective le hiciera a Sarah una última pregunta.
- Señora Mil-Sarah, su marido, ¿es zurdo?
Dos agentes de uniforme escoltaron a Paul Milles hasta los calabozos ante la atenta mirada de Beckett y su equipo. Tal y como les había explicado Esposito minutos antes, al registrar la furgoneta de Milles habían encontrado el bate de aluminio rojo con rastros de sangre y varios de los productos de limpieza que había utilizado para limpiar el apartamento de Martin Prince, o William Clearwater, y dejarlo libre de toda huella.
- Menudo psicópata – escupió Esposito.
- ¿Tú crees? – inquirió Castle – ¿Cómo reaccionarías si te enteraras de que tu mujer, con la que llevaras casado más de diez años, no te ha querido nunca y que el hijo que has criado con todo tu amor no es tuyo?
- No me calientes la cabeza con tu palabrería. Ni siquiera he pensado en tener hijos, y no creo que vaya a tenerlos. Nunca. No me malinterpretes hermano – dijo dirigiéndose a Ryan -. Adoro a tu hijo, pero para un ratito.
- Vamos Espo, todos hemos pensado como serían nuestros hijos alguna vez – dijo Beckett mientras se colocaba el abrigo y se disponía a marcharse.
- Cierto. Recuerdo cuando Meredith estaba embaraza, apostábamos de qué color serían los ojos del bebé y… ¡Espera un momento! ¿Qué?
FIN