Os quiero dar las gracias por haberme dejado vuestras opiniones. Me han ayudado a decidirme qué es lo que voy a hacer. Valorando eso, que a partir de ahora tendré menos tiempo y que se me acaban las ideas, al final me he decidido a terminar la historia ya que pienso que se está volviendo muy pesada y no quiero que se vuelva más pesada todavía, prefiero terminarla aquí. Así que voy a hacer dos capítulos finales (este y el siguiente) cerrando así la historia. Lo que no significa que en un futuro no pueda coger a Jaime y a Johanna para algún otro fic que se me ocurra xD, todo se verá.
El otro día me hubiese gustado comentar algo y se me olvidó hacerlo: algunas personas me habíais pedido que Castle y Beckett tuviesen otro bebé, pero tres me parece demasiado para la historia, creo que con Jaime y Johanna es suficiente.
En fin, espero que os guste el capítulo, como he dicho es el penúltimo. Gracias por leer y espero reviews como siempre :P
Eran las tres de la mañana cuando Beckett llegó a casa. Todo estaba en un absoluto silencio. Se apresuró a subir las escaleras que llevaban al piso superior y entró en su dormitorio. Se dirigió al armario y cogió un bolso de equipaje de la parte de arriba del armario, lo tiró sobre la cama y comenzó a llamar a Castle mientras ella se apresuraba a meter ropa de los dos en el bolso.
Al quinto grito de ella, el escritor despertó. Le llevó unos segundos despertarse completamente y, al hacerlo, se incorporó bruscamente.
-¿Beckett que estás haciendo, qué pasa y porqué estás haciendo el equipaje? – preguntó angustiado.
-No hay tiempo para explicaciones Castle. Tenemos que irnos. Vístete y prepara el equipaje de los niños – dijo ella mientras cogía algo de ropa, sin ni siquiera mirar a Castle.
Él se levantó de la cama y se acercó hasta ella, parándola. Le cogió la cara entre sus manos, obligándole así a mirarlo. Su rostro estaba mojado, estaba llorando. Había pánico reflejado en su mirada.
-Kate, ¿qué está pasando?
-Bracken – dijo ella, su voz temblaba.
-¿Bracken? ¿Qué..?
-Ha ocurrido algo y, lo hemos detenido, lo tenemos Castle. Se acabó.
-¿Se acabó? ¿Entonces por qué estás haciendo el equipaje?
-Bracken está detenido, pero no sabemos si ha podido enviar a alguno de sus hombres a por mí, a por ti o incluso por los niños. Necesitamos salir de aquí, buscar un lugar seguro hasta que todo esté aclarado.
Castle captó el mensaje y rodeó a Kate en sus brazos. Estaba tensa, rígida y temblando. Él la apretó fuertemente contra su pecho, tranquilizándola.
-Todo va a salir bien.
Ella se abrazó a él, mientras las lágrimas brotaban de sus ojos.
Cuando terminaron de hacer su equipaje y el de los niños con las cosas que les parecieron más imprescindibles fueron a por sus hijos. Castle cogió a Jaime, mientras Beckett cogía a Johanna, todavía dormidos y ajenos a lo que estaba ocurriendo. Los montaron a ambos en sus respectivas sillitas del coche y los taparon con una manta, intentando evitar que se despertasen.
-¿A dónde vamos? – preguntó Castle una vez montados en el coche.
-No sé – dijo ella, intentando pensar.
-¿Los Hampton?
-No, ahí nos buscarían.
-¿Entonces, dónde vamos? No podemos ir a cualquier lado con dos niños.
Una hora más tarde Castle aparcaba el coche en el parking de un pequeño motel a las afueras de la ciudad. Los niños, en el asiento trasero del coche, cada uno sentado en sus respectivas sillitas y tapados con sus mantas, seguían durmiendo, ajenos a lo que estaba ocurriendo.
Kate, en el asiento delantero y con la cabeza apoyada en el cristal, había conseguido quedarse dormida hacía poco.
Castle le dio unos toquecitos en el brazo para despertarla.
-Cariño, ya hemos llegado.
Kate abrió los ojos y echó un vistazo hacia fuera, inspeccionando el lugar.
-¿Dónde estamos? – preguntó, después de aclararse la voz.
-En un sitio demasiado cutre como para que nos encuentren – dijo el escritor, sonriendo y provocando que los labios de Beckett se curvasen también en una sonrisa.
Kate agarró la mano de Castle.
-Todo va a salir bien – dijo este.
Ella se inclinó y, arrimándose al escritor, posó un suave beso sobre sus labios.
-Deberíamos pedir una habitación con solamente una o dos camas. No buscarán a cuatro personas en una habitación de dos, o al menos eso reduciría las posibilidades en caso de que nos estén buscando – dijo Castle, exponiendo lo que había estado pensando durante el camino.
-Vale – dijo ella, asintiendo y asumiendo que era la mejor opción.
Minutos más tarde, Castle entraba en la habitación con Jaime en brazos, seguida de Kate, que llevaba en brazos a Johanna. Ambos se miraron, al ver lo pequeño que era aquello.
Tenían una especie de salón pequeño, que contaba con un pequeño refrigerador para bebidas y un televisor. Tras una puerta había una habitación con una sola cama de matrimonio y en el dormitorio, un pequeño baño. La habitación estaba decorada con papel de flores que le daba un aspecto sucio y cutre.
Castle y Beckett tumbaron a sus hijos en la cama y los arroparon para que siguieran durmiendo.
-Duerme tú también Kate, necesitas descansar – dijo Castle, acercándose a ella por la espalda y masajeándole los hombros, al mismo tiempo que depositaba un beso en su cuello.
-Lo siento Castle – dijo ella, volviéndose hacia él – Siento haber provocado esto, ni tú ni los niños os lo merecéis.
-Kate – dijo él, alzándole la barbilla para poder mirarle fijamente a los ojos – esto no es culpa tuya. Y, esto que estamos haciendo, es para protegernos, para proteger a nuestra familia. Y no me importa estar aquí, lo importante es que estamos juntos.
Castle limpió una lágrima que había empezado a resbalar por la mejilla de Kate y después se acercó lentamente a ella, besanola.
Una hora más tarde el escritor se despertó. Se había quedado dormido en aquel incómodo sofá, dejándoles la cama a sus hijos y a Kate para que pudiesen descansar mejor. Sin embargo ahora la luz que entraba por la única ventana que había allí, le despertó.
Cuando entró al dormitorio para dirigirse al baño vio que Jaime estaba comenzando a despertarse, así que se dirigió al lado de la cama en el que él estaba.
-¿Dónde estamos? – preguntó el niño una vez se hubo acostumbrado a la luz y se hubo despertado del todo.
Castle cogió a su hijo en brazos y lo llevó al salón, cerrando tras él la puerta del dormitorio para que Johanna y Kate descansasen un poco más. Sentó a Jaime en el sofá y se sentó él a su lado.
-¿Por qué no estamos en casa? – volvió a preguntar Jaime.
-Verás – comenzó el escritor – mamá y yo queríamos daros una pequeña sorpresa y nos hemos tomado unas pequeñas vacaciones, no sé cuánto tiempo vamos a estar aquí, puede que sea un día o una semana, pero vamos a estar los cuatro juntos.
-¿Aquí? – dijo Jaime, echando un vistazo a aquel lugar.
-Sí – dijo Castle, pasándose una mano por el pelo, intentando pensar algo más – Además, mira, tenemos piscina – dijo, señalando por la ventana a la pequeña piscina que había abajo.
-Pero hace frío para bañarnos – contestó Jaime.
-Bueno, pero podemos hacer muchas otras cosas, ya verás qué bien nos lo vamos a pasar.
-Tengo hambre papá – dijo Jaime, tras unos segundos de silencio.
-Tengo una idea, ¿por qué no despertamos a mamá y a tu hermana y después voy a comprar algo para comer?
Una sonrisa iluminó el rostro de Jaime, que miró a su padre con una mirada de complicidad. Ambos se dirigieron al dormitorio en puntillas, haciendo el menor ruido posible. Cuando estuvieron lo suficientemente cerca de la cama, se miraron, haciendo la cuenta atrás con sus dedos, para después abalanzarse sobre la cama. Jaime comenzó a hacerle cosquillas a su madre, mientras Castle se las hacía a Johanna. Ambas comenzaron a moverse, riéndose e intentando librarse de las cosquillas, hasta que finalmente Jaime y Castle desistieron y decidieron darles una tregua.
Kate sonrió a Castle, agradeciéndole que estuviese haciendo aquello más ameno para los niños, decidida a hacer ella también el esfuerzo. Se inclinó sobre Johanna y le susurró algo al oído, ésta miró a su madre con los ojos iluminados.
-Ya – gritó la niña, tan solo dos segundos después. Ambas cogieron las almohadas de la cama y comenzaron a golpear a Castle y a Jaime, que intentaban taparse con las manos para librarse de aquel ataque.
Castle se escabulló y corrió hacia el armario, rescatando dos almohadas más que había guardadas en la parte de arriba y le ofreció una a Jaime. Ambos comenzaron a golpear también a Kate y a Johanna, librando así una gran guerra de almohadas. La habitación no tardó en llenarse de plumas mientras Jaime y Johanna saltaban en la cama, estallando en risas. Minutos más tarde los cuatro estaban tumbados sobre la cama, todavía riendo, observando cómo algunas plumas llovían sobre ellos.
Castle salió a comprar, aunque no fue muy productivo ya que lo único que encontró fue una máquina expendedora en la que lo único para comer que pudo comprar fueron galletas y barritas energéticas.
Kate puso una manta sobre aquel mugriento sillón antes de que ninguno de los dos niños se sentase, pues no sabía qué ni quién se había sentado aquí antes, y pasaron el resto del día viendo la televisión y jugando a juegos de palabras.
Al final de la tarde Castle y Jaime bañaron a sus hijos, lo cual no les llevó mucho tiempo ya que fue más bien una ducha rápida con tal de evitar pasar más tiempo en aquella bañera.
-¿Haces tú la cena o la hago yo? – preguntó Castle a Kate, haciendo alago de su sentido del humor.
-Ja, ja, muy gracioso – le dijo ella, sonriendo.
-¿Qué hay para cenar? – preguntó Johanna, sin comprender la broma.
-Barritas – dijo contestó Castle, intentando hacer que sonase divertido.
El escritor repartió una barrita a Johanna y otra a Kate y después se dirigió a Jaime, que estaba sentado en el sofá, cruzado de brazos.
-¿Tú Jaime, quieres una?
El niño negó con la cabeza, sin ni siquiera mirar lo qué le estaba ofreciendo su padre. Llevaba un rato serio y sin hablar apenas, estaba enfadado.
-Será mejor que comas, te dolerá el estómago si no lo haces – le dijo Castle, acercándole la barrita energética.
Jaime se dio la vuelta en el sillón, evitando mirar a su padre y evitando la barrita.
Castle y Kate se miraron entre ellos. Jaime tenía siete años y sabía que algo estaba pasando. Tenían que hablar con él.
-Yo me ocupo – dijo ella.
Se agachó frente al sillón, al lado de su hijo y le pasó la mano por el pelo, acariciándolo.
-¿Cariño, quieres hablar? – le preguntó ella dulcemente. Jaime no le contestó. – Ven, vamos al dormitorio y hablamos allí.
Agarrando la mano que su madre le ofrecía, Jaime siguió a Kate hasta el dormitorio, donde ambos se sentaron en el borde de la cama. Estuvieron unos segundos en silencio hasta que Jaime habló.
-Quiero volver a casa.
-Cariño, no podemos volver a casa todavía.
-¿Por qué no? No me gusta este sitio, esto no son vacaciones, tú y papá nos estáis mintiendo – dijo esto último con lágrimas agolpándose en sus ojos.
Kate cerró los ojos, tratando de pensar qué contarle exactamente a su hijo. Jaime se iba haciendo mayor y se enteraba de las cosas más de lo que ellos creían y necesitaba entender qué estaba ocurriendo.
-¿Recuerdas lo que te conté de la muerte de la abuela?
-Que alguien la mató – contestó Jaime, al mismo tiempo que asentía con la cabeza.
-Sí. Y ¿recuerdas que te conté que la persona que mandó matar a la abuela no estaba en la cárcel?
Jaime asintió, recordando la conversación que una noche había tenido con su madre, meses antes, cuando él había preguntado por su abuela.
-Pues… ahora mamá ha cogido a ese hombre y lo ha metido en la cárcel.
-¿Ya está en la cárcel? – preguntó Jaime, mirando a su madre a los ojos.
-Sí. Pero… - Kate se paró un momento a buscar las palabras adecuadas – ese hombre se ha enfadado mucho porque lo haya detenido, así que no sabemos si ha podido mandar a alguien a buscarnos para hacernos daño y necesitamos escondernos hasta que lo sepamos. Por eso estamos aquí.
-¿Nos quieren hacer daño?
-Sí – dijo Kate, siendo sincera con su hijo – pero no nos va a pasar nada, aquí estamos a salvo.
-¿Y cuando sepamos que ya no nos quieren hacer daño, podremos volver a casa?
-Sí.
Kate rodeó a Jaime, acercándolo a ella y lo abrazó con fuerza, mientras el pequeño le devolvía el abrazo.
-Cariño, no le puedes contar esto a Johanna, ¿de acuerdo? Ella es pequeña y si le contamos la verdad se asustará.
-Puede ser nuestro secreto – dijo Jaime, sonriendo.
-Sí, será nuestro secreto.
Castle organizó una noche de cuentos. Era algo que hacían de vez en cuando. Cada uno se inventaba una frase, mientras los otros la continuaban, formando un cuento entre todos.
Finalmente los niños se quedaron dormidos. Kate y Castle se quedaron un rato en el sofá, ella apoyada en el hombro de él y él rodeándola con los brazos.
-Echo de menos nuestra copa de vino – dijo Kate, sonriendo, mientras agarraba la mano del escritor.
-Sí, yo también. Especialmente el rojo – dijo él, riendo e inclinándose sobre Kate para darle un beso.
En ese momento, el móvil de Beckett comenzó a sonar. Ambos se levantaron del sillón y se miraron, conteniendo la respiración.
-Es Esposito – dijo ella. Habían estado todo el día esperando una llamada que les dijesen si estaban a salvo o no.
Cogió aire antes de contestar, Castle se puso a su lado.
-Beckett – contestó. Escuchó lo que su compañero le decía al otro lado de la línea y asintió – Vale, gracias Espo.
-¿Qué ha dicho? – preguntó Castle.
Kate se abrazó a Castle, colgándose de su cuello.
-Podemos volver a casa – dijo ella, respirando aliviada sobre el hombro del escritor.
Castle cerró los ojos, dejando escapar un suspiro de alivio también.
-Por fin – dijo – Por fin nos hemos librado de Bracken para siempre.
-Por fin se ha hecho justicia – dijo ella. Las lágrimas habían comenzado a agolparse en sus hijos.
-Por fin has hecho justicia – dijo él, secándole las lágrimas y besándola.
Gracias por leer, os espero en el último capítulo ;)