Prólogo
Caminaba por la calle, algo despeinada por el viento, con mis vaqueros negros, mi camisa blanca y mi chaleco. Había un ambiente entre cálido y gélido, viento con terral y a la vez un frío invernal.
Iba mirando de allí para allá sin mirar nada fijamente, buscaba "el blanco perfecto" para fotografiarlo con mi cámara. Cualquier cosa podía serlo. ¡Oh! ¡Ese hermoso jilguero posado sobre esa ramita a punto de sol es perfecto! - me dije interiormente mientras cogía la cámara y la ponía a punto de disparo.
Muchas veces fotografiaba a niños jugando al fútbol en el parque, o montándose en los columpios; a personas mayores sentadas en sus bancos o en las terrazas de los bares jugando a las cartas; pequeños gestos que para la gran multitud pasan desapercibidas y en un instante pueden quedar grabadas de por vida. Esos gestos naturales que en tan solo milésimas de segundos pueden transmitir desde el más puro gesto de ternura al más doloroso de los sentimientos.
Nada mejor para evadirme de un duro día de trabajo que coger la bici o pasear por el pueblo mientras voy plasmando todo lo que me hace sentir bien, lo que me llama la atención, lo que en ese momento quiero transmitir a través de otras personas.
Pasadas unas cuantas horas de paseos y fotografías por el parque, la playa y centro urbano, ya dirigiéndome hacia casa, guardé la cámara y me puse el abrigo negro y largo. Estaba anocheciendo y no quería llegar muy tarde dado que mañana me esperaba un día largo de papeleo en la oficina y me apetecía darme un baño después de esta tarde de fotos.
La calle estaba en silencio como si la humanidad entera se hubiera escondido bajo tierra, el calor había desaparecido y la luna parecía que estuviera acechando al cielo quedándose sola ante un inmenso cielo. Iba pensando en mis cosas y de pronto... un hombre salió de aquel bar. Alto, moreno, pelo corto, perilla bien retocada -casi inapreciable-, de apariencia agradable... en un instante casi inapreciable nuestras miradas se cruzaron y compartieron un segundo en común.
Inevitablemente miré hacia atrás mientras apaciguaba mi paso, pero tan solo sonreí y seguí hacia delante.
Llegando a casa sonreí hacia mí misma recordando la mirada de aquel apuesto hombre, aquellos ojos azules... casi no había podido observar quién era de lo oscuro que estaba y sin embargo... esos ojos cautivaron toda mi atención; también recordé otros buenos momentos que desembocaron en una tarde llena de melancolía. Sacando las llaves para abrir la puerta oí que ya estaba allí la pantera de la casa, Yuna, una gata negra y con mucho carácter, pidiendo sus dosis diarias de mimos y jugueteo.
Solté las llaves en la repisa, dejé encima de la mesa la bolsa de la cámara y me quité los zapatos. Yuna no paraba de ronronear mientras jugaba con ella, le puse su comida y como de costumbre desapareció en su cama. ¡Que vida la tuya! - le dije mirándola con envidia.
Estaba bastante relajada así que puse el tocadiscos con algo de música de fondo, empecé a llenar la bañera, puse algunas velas perfumadas y apagué las luces.
- Buenos días Lanie, ¿qué tenemos? - le pregunté como hacía en todos los casos.
- Meredith, mujer de unos 40 años, con dos balas directas al corazón. Estimo la hora de la muerte entre las 8 y las 10 de la pasada noche. - Dijo Lanie
- El portero la encontró. Estaba haciendo la ronda de revisión de la zona y fue el que avisó a la Policía. - Dijo Espósito.
- Tú y Ryan id a preguntar a los vecinos a ver si alguien vio u oyó algo. Yo iré a hablar con el portero a ver qué más puede contarme. ¿Habéis avisado a su familia? ¿Marido? ¿Hijos? – Pregunté.
- He avisado al ex marido, según el portero la víctima solo estaba de paso por la ciudad. – Dijo Ryan.
- De acuerdo, ... - hizo una pequeña pausa - ¿tienes algo que contarme? - me preguntó sin venir a cuento con cara de pura curiosidad.
- ¿Cómo? ¿Qué pasa Lanie? - le pregunté con cara de no saber nada.
- Kate, Kate, Kate... que nos conocemos. Tú tienes hoy algo especial en la mirada... ¿pasó algo ayer?