Jueves, 13 de junio de 2013
Esta noche he tenido una epifanía. Y me ha venido de la nada, como toda buena revelación revolucionaria debería.
Ha ocurrido hacia las cuatro y media de la madrugada, poco menos de una hora antes del amanecer. La mayoría de las Columpiers se habían ido a la cama, con la excepción de unas pocas centinelas a las que la mala suerte les había regalado el turno de noche. Y hasta ellas daban alguna que otra cabezadita. Mamá pájaro y yo habíamos llegado a un pacto, según el cual podía montar el nido sobre mi cabeza, siempre que sus polluelos no hicieran sus necesidades sobre mi perfecto cuero cabelludo. Una lástima que ellos no fueran tan razonables. Nunca hagas con un ser vivo cuyos huesos están vacío por dentro, empezando por los de la cabeza.
Así que me encontraba yo en mi habitual posición de pedida matrimonial, con el anillo fundido sobre la piel de mis dedos índice y pulgar, y la compañía de mamá pájaro y sus polluelos sobre mi cabeza, cuando pasó. Fue como si la extraña – y alienígena – luz de Phenomenon me hubiera golpeado de lleno. Una batalla de preguntas apareció en mi cabeza de repente. ¿Por qué estoy aquí? ¿Por qué llevo un mes arrodillado junto a un columpio a la espera que la mujer a la que amo vuelva para aceptar mi proposición de matrimonio? ¿Y por qué no ha vuelto Beckett? ¿Por qué hace tanto tiempo que no escribo? ¿Por qué he renunciado a mis timbas de póker? ¡¿Por qué?!
Entonces, la respuesta fue tan clara que me pareció absurdo no haber pensado en ello antes.
En una palabra: Matrix.
Matrix es real. Existe. La trilogía cinematográfica no fue más que una estrategia por parte de las máquinas para distraer nuestra atención. El plan era proponer una posibilidad tan absurda, tan descabellada, que la humanidad al completo sacudiera la cabeza de forma escéptica. Pero yo, tras un mes arrodillado junto al columpio – creo que la hierba está empezando a raizar por encima de mi rodilla –, he comprendido la verdad.
Las máquinas nos controlan. Controlan nuestros pensamientos, controlan nuestros actos, CONTROLAN NUESTRAS VIDAS. Ellas son el enemigo. Ellas me han obligado a hacer esto. Porque ahora lo veo claro. Toda esta situación es absurda. Y Beckett… Beckett me ha dejado aquí. Pero lo acepto, porque ha sido por una causa de fuerza mayor. Ella es la elegida. Escogió la pastilla roja y asumió su papel. ¡Esa es mi chica! ¿Oferta de trabajo en DC? ¡Chorradas! Beckett está luchando ahora mismo contra las máquinas por la liberación de la raza humana.
De eso estoy seguro.
Por eso esta será mi última entrada, querido diario. Has sido una buena compañía a lo largo de este mes. Pero ahora debo levantarme e ir en busca de Beckett para decirle que entiendo por lo que está pasando, que yo también he visto la verdad y que quiero ser su Trinity.
Pero antes quiero dedicar unas palabras a las Columpiers, que con tanta dedicación han cuidado de mí durante estos treinta días. Por si algún día leéis esto: Muchas gracias. Esta experiencia habría sido mucho más difícil de sobrellevar sin vuestra inestimable ayuda. A pesar de los trolleos y de que me drogarais en más de una ocasión, aprecio mucho lo que habéis hecho por mí.
Richard Castle.