Epílogo

El murmullo de voces hablando en susurros fue en aumento a medida que los invitados iban llenando la nave central de la Catedral de San Patricio, situada frente al Rockefeller Center y sede la Arquidiócesis de Nueva York. Desde su asiento en la segunda fila Castle sonrió con conocimiento de causa. A bien sabía que Meredith podía hacer las cosas bien o mal, pero siempre las hacía a lo grande.

A pesar de lo molesta que le había parecido su presencia en el loft, el escritor se vio obligado a reconocer que la organizadora del evento había hecho un gran trabajo. Los arreglos florales que decoraban tanto las columnas laterales como el altar eran de un gusto exquisito, en el que el blanco de las rosas se mezclaba con el amarillo de las genistas. Castle alzó la vista hacia el techo, dejándose maravillar por la magnificencia de las bóvedas y el colorido de las cristaleras.

En pocos minutos, todas banquetas estaban llenas por lo que la ceremonia dio comienzo. Unos metros por delante de él, el futuro marido de Meredith, al que había conocido unos minutos antes, se balanceaba sobre sus zapatos como muestra evidente de nerviosismo. Hecho que Castle no podía echarle en cara, sobre todo teniendo en cuenta el espécimen con el que estaba a punto de unirse en sagrado matrimonio.

Tras un gesto por parte del padre que iba a oficiar la boda, las suaves notas del canon de Pachelbel empezaron a sonar a través de los más de cinco mil tubos que componían el órgano de la Gran Galería. Las puertas traseras de la nave se abrieron y por el pasillo central empezaron a desfilar las damas de honor, del brazo de los respectivos padrinos.

Como si él mismo hubiera sido envenenado con cloruro de potasio, el corazón de Castle se olvidó por un momento de latir cuando vio a Kate enfundada en su vestido. El color pastel de la tela quedaba eclipsado a los ojos de Castle por las dos estrellas esmeralda que brillaban en el rostro de Kate, retocado con la cantidad justa de maquillaje para resaltar su belleza natural. Cuando pasó por su lado, la detective le dedicó una sonrisa que le eclipsó los sentidos y le recordó por qué se había enamorado de ella.

Cuando Castle contaba la historia de aquella boda, aseguraba que Beckett se había movido a cámara lenta, de manera que se la gracia de sus movimientos se apreciaba de forma mucho más clara bajo la atenta mirada del escritor.

Una sensación que no volvió a repetir hasta el día en que fue su turno de esperar a que Kate cruzara la habitación acompañada de su padre para reunirse con él junto al altar.