Prólogo
No hay miedo más grande que sentir que pierdes lo que más quieres en la vida
El amanecer de un nuevo día daba comienzo en la ciudad de Nueva York, donde los altos rascacielos y el enredo de los diferentes edificios arropaban todas y cada una de las calles en las que centenares de transeúntes daban vida a éstas yendo de un lado para otro, andando en coche o transporte público.
Como cada día al despertar observaba la foto de mis padres, colocaba el reloj de mi padre en mi muñeca y el anillo de mi madre posado en un colgante de plata sobre mi cuello. Me hacían sentir más cerca de ellos, que aunque vivían a tan solo unas horas de vuelo de Nueva York podía acercarlos un poco más a mis solitarios días.
Aunque no era plato de buen gusto para ellos que forme parte de la Policía de Nueva York, algo que siempre he admirado y respetado de ellos es el gran reconocimiento y apoyo que me han demostrado en mis decisiones, no sin antes sus previos consejos y opiniones.
Ya hacía siete años que había ido subiendo por diferentes departamentos y creándome una reputación entre los diferentes detectives. Recuerdo mis años de academia como los más duros de mi profesión, aunque al llegar al departamento al que siempre quise pertenecer vi y sentí en mi propio interior que ni la novela policíaca más reconocida podría describir el dolor y el grado de desesperación que siente una persona, una familia… ante la pérdida de un ser querido, joven o mayor.
A la tierna edad de cinco años los príncipes azules y las princesas en apuros eran la fantasía que conquistaba mis sueños; con ocho años rescatar a todos los animales abandonados mi pelea constante con mis padres; a los once comencé a plantearme ser policía queriendo salvar a todos de las personas malas; a los dieciocho mi vida cambió tras el asesinato de mi mejor amiga por un asunto de bandas que un año después fue resuelto y ahí se afianzó mi decisión.
Una banda de la mafia rusa se había dedicado a raptar chicas de entre quince y dieciocho años para la prostitución en las calles y el tráfico de drogas. Las que tenían suerte las mataban no sin antes ser violadas, las que no corrían la misma suerte entraban a ser parte de ellos con vidas mediocres y siendo utilizadas como objetos sexuales sin el más mínimo respeto hacia su persona y drogadas el noventa por ciento de las veces.
Sé que puede sonar un tanto fuerte decir que tener suerte es que te maten pero sabiendo el tipo de vida que tenían creedme cuando os digo que preferirían estar muertas.
Tenía cuatro años cuando nos mudamos a BrentWood por el trabajo de mis padres y allí conocí a Dorothy y Xavier. Nos convertimos en grandes amigos de batallas entre princesas en apuros donde la casa del árbol que había en mi jardín hacía de torre y donde la gran rama que parecía abrazar la casa simulaba un gran dragón que no dejaba escaparnos y Xavier siempre luchaba por salvarnos.
Xavier se mudó con sus padres a Santa Mónica para el comienzo del instituto y, aunque ya no era lo mismo, nos veíamos un fin de semana al mes donde notábamos los cambios de ideas y nos encantaba charlar sobre nuevos proyectos.
Dorothy era una chica bastante extrovertida, le encantaba el deporte como a mí, de un gusto peculiar en lo musicalmente hablando pero que hacía ademán de una calidad impresionante con cualquier instrumento para dibujar. Tenía el don de plasmar en papel todo aquello que se le pasaba por la cabeza en ese momento, estuviera o no prestando atención a lo que dibujaba. Su lado más romántico podía asemejarse a un rascador de gatos, es decir, áspera como ella sola; en este aspecto éramos muy diferentes, porque a pesar de que yo no era una chica de dejarme llevar por los sentimientos y cegarme perdidamente como podrían hacerlo como norma general las chicas de nuestra edad, sí tenía un lado un poco más… cómo decirlo… ¡cálido! Sí, esa es la palabra.
A los diecisiete años Dorothy y yo fuimos al "Ohio State University" que estaba muy cerca de allí. En Los Ángeles se podían elegir muchas universidades pero decidimos no alejarnos mucho de nuestro ambiente familiar, ambas estábamos bastante unidas a ese vínculo pero éramos lo bastante independientes como para vivir sin nuestros respectivos padres.
Allí todo cambió.
Dorothy se decantó por la carrera de ilustración y creatividad, como no. Mi idea por ser policía seguía en mente y comencé en los estudios más básicos para poder entrar a la academia cuando cumpliera los veinte años, que es la edad mínima para poder acceder a la academia.
Ambas éramos muy conscientes de la importancia de nuestras diferentes carreras así que las tardes de biblioteca no eran algo escasas en nuestros horarios aunque no nos quitáramos de los placeres de la juventud en algunas fiestas que organizaban en la universidad. Ambas teníamos un lado muy gamberro y enloquecedor para algunas personas pero a la hora de la verdad la seriedad y estar centradas era algo que se hacía notar.
Aún recuerdo cuando con dieciséis años me saqué la licencia de moto para conducir y estuve trabajando un verano entero para comprarme una. A mi padre casi le dio un infarto pero a cabezona no me ganaba nadie.
Habíamos cometido muchas gamberradas en el instituto, imagino, típicas de la edad y el ambiente por el cuál osamos permanecer. El primer beso, el primer chico, las peleas de amigas donde las discusiones y enfados duraban un día para al día siguiente mirarnos a los ojos, desafiarnos por unos minutos y echarnos a reír por lo insulso que era estar así por un chico o derivado.
En navidad yo regresé a BrentWood con mi familia pero ella se quedó en la facultad, sus padres no estaban y por más que había insistido en que pasara las navidades con nosotros se negó en rotundo alegando tener mucho que estudiar. Conociéndola como la conocía sabía que era capaz de tirarse el mes entero de vacaciones estudiando para los exámenes pero en realidad me había confesado días después que John, su novio universitario como le había apodado, le tenía preparada una sorpresa.
En mi casa las navidades no eran algo de gran alboroto ni gran sentido festivo, era más bien una ocasión para unir aún más a la familia, hablar y sobre todo disfrutar de la cercanía de poder reunirnos todos. Mis primos de California y mi tía paterna de Canadá pasaron las navidades con nosotros. Mis abuelos fallecieron cuando yo era muy pequeña así que apenas recuerdo algo de ellos pero la ausencia se plasmaba algunas ocasiones cuando relataban historias.
En mitad de la cena de acción de gracias recibí una llamada desde el teléfono de Dorothy.
Soy Katherine Beckett, detective de Homicidios y aquí comienza mi historia.
Espero que os guste y que os animéis a darme vuestra opinión.