Sabía que no debía estar allí.

Sabía que de seguro su ama se molestaría con él pero ¿Acaso le importaba? Cualquiera que pasase dos minutos con él sabría que no.

Además, una bala en la cara (la cual no le haría sentir ningún dolor) era un pequeño precio a pagar por volver a aquellas tierras.

Rumania. Más específicamente un edificio en particular. Un castillo. Su castillo.

Sintió una satisfacción capaz de hacer languidecer a sus miles de victorias a través de los siglos mientras traspasaba las puertas, saboreando tanto en el aire como en sus recuerdos la gloria que había compartido con sus hombres y su familia al regresar victorioso de cada una aquellas pequeñas Cruzadas (para eran justamente eso, Cruzadas) sabiendo que el cristianismo seguiría siendo celebrado por un día más en Rumania. Pero si había algo que lo pudiese alegrar más que aquel placer mundano que había disfrutado cuando aún era un débil humano era el miedo. Millones de tropas que alguna vez blandieron su espada contra él pasaron por aquellos pasillos, ya sea alguna vez en sensación de amistad o en una enemistad perpetua, incluso cuando la lanza que la mano del conde portaba era enterrada profundamente en sus entrañas.

"Los días de glorias" pensó el vampiro vestido de rojo.

Por un momento se preguntó qué pensarían sus conocidos al saber que detrás de aquel simple nombre "Alucard" se escondía el de un rey, el de un luchador legendario. No el de un perro que hace el trabajo sucio de los cazadores de vampiros.

Aunque de seguro Integra lo sabía. Debía de ser un secreto transmitido a cada heredero de los Hellsing.

Seras de seguro no se alteraría. Puede que no pareciese lógico pero la podía acostumbrarse a Alucard. Pero de seguro se sorprendería al saber que su maestro, quien se recluía en una mazmorra putrefacta a la que llamaba habitación y usaba la misma ropa todos los días cuando podía cambiar de forma era alguien de la realeza.

Podría haberle dicho eso a Walter cuando era un soldado de 14 años, pero no ahora. No quería enfrentarse a la ironía de que el Ángel de la Muerte muriese de algo tan mundano como un ataque al corazón por el shock producido.

Y Anderson… ¿Anderson? ¿En serio? "Bueno, tal vez valga la pena incluir a Alexander" pensó el rey de todo lo que caminase en la No-Vida. De seguro el "Cruzado moderno" oraría por las almas de todos aquellos que murieron con la noble intención de destruirlo antes y después de que se convirtiese en el monstruo que ahora era y le pediría a su Dios que tomase en cuenta aquellas faltas cuando él enterrase su hoja santa en su corazón.

"Pero primero debemos ver si puedes, católico" pensó Alucard riéndose un poco. Anderson eran alguien persistente, pero siempre fallaba. De todas maneras ¿Qué otro resultado se esperaba si estaba tratando de matar a quien no puede morir?

-Bueno, tal vez deba volver.-dijo en voz alta.

Unos segundos después no hubo evidencia de la presencia de nadie en aquel castillo, más que el movimiento perezoso del polvo por la repentina ausencia de la presencia del Nosferatu.