Primer capítulo. Los primeros van a ser un tanto aburridos, pero juro que los siguientes se ponen más interesantes!
Disclaimer: Bleach y sus personajes son propiedad de Tite Kubo.
Cuatro vidas más
Capítulo I — Los conejitos de indias no hacen preguntas, Kurosaki-san
Karakura, nueve meses después de la derrota de Aizen
Cada mañana al verlo en el colegio, Inoue Orihime se convencía que Kurosaki-kun era el chico perfecto. A decir verdad, nunca lo dudó un instante. Es que… ¿Cómo no enamorarse de él? Era atento, simpático, bondadoso, ni hablar de atractivo; siempre de buen humor, con una sonrisa en los labios, siempre con algo amable que decirle a la gente, con su rostro relajado y siempre victorioso, sobre todo, después de alguna pelea. Y era que a Kurosaki-kun le encantaba pelear… o tenía un imán para las peleas. Pero por suerte no había que preocuparse, porque él era fuerte y salía siempre ganando. Más aún si tenía algo que proteger cerca suyo. "¿Ven a lo que me refiero ahora?" se dijo Orihime como finalización del discurso de apertura del Congreso "Todas amamos a Kurosaki Ichigo" que se realizaba todos los días en su imaginación.
Sintió que Tatsuki la miraba, incitándola a que preste atención a la profesora. Como respuesta a su mejor amiga le dirigió una gran sonrisa. Pero a los segundos no se resistió y observó de reojo a su querida frutilla de pelo anaranjado. Él seguía como hace treinta segundos atrás, sin despegar la vista de la ventana, en cualquier lugar menos el salón de clase. Parecía ido, hacía tiempo que Orihime lo notaba distinto de lo que solía ser y se preocupaba, claro que sí. Pero se trataba de Kurosaki-kun: jamás contaría nada si le pasara algo malo, por más que Hime deseara que lo hiciera.
Un banco a la izquierda que el de Inoue, se encontraba un chico de gafas que sabía perfectamente lo que pasaba. Uryuu suspiró al ver a Inoue-san embobada solo con ver de soslayo a Ichigo. Pero es que a él no le quedaba más que suspirar y resignarse: quería a Inoue-san y al igual que Kurosaki también se preocupaba por ella, pero Orihime no veía la verdadera intención de Ishida. Siempre había mantenido la esperanza de una oportunidad con ella, pero después del incidente en Las Noches, durante la batalla contra Ulquiorra, supo que eran nulas. Hasta parecía más preocupada por el Cuarto Espada que por él, herido de muerte en ese entonces. Sin embargo, igual sabía también que era incapaz de no querer a tan encantadora princesa.
Cuando la jornada escolar del día ya había terminado. Ichigo se despidió de sus amigos en la puerta del Instituto de Karakura y marchó solo, con el bolso sobre la espalda, hacia la tienda Urahara. Afortunadamente para él, este era el último día en que tenía que ir, Kisuke ya se lo había confirmado.
Sonrió con melancolía, era de esos pocos momentos en los cuales reconocía que extrañaba ser un shinigami sustituto. La mayor parte del tiempo se negaba a pensar en eso, sentía impotencia. Y era un sentimiento horrible el ya no tener poderes. ¿Y si algo le pasara a su familia o sus amigos y no podía hacer nada para salvarlos? Una pesadilla, no quería ni imaginárselo, por eso se sacaba todo pensamiento referido a shinigamis de su cabeza lo más posible. Pero ir hasta la tienda Urahara era recordar lo que él había sido, y en los "líos" en los cuales se había metido. ¡Si justamente las personas que iba a ver eran shinigamis, como no recordar lo grandioso de ser uno! El entrenamiento con Urahara-san, la pelea con Ikkaku, con Kenpachi, Renji y Byakuya, su zanpakuto Zangetsu, los Vizard, su entrada furtiva a Hueco Mundo, la batalla contra Grimmjow, Ulquiorra y finalmente contra Aizen. Recordaba todas esas cosas, aventuras que jamás volvería a vivir, y mucho menos ahora, que era sólo un humano.
Así y todo se había prometido a sí mismo no anhelar ser un shinigami nunca más, no mirar al pasado. Disfrutar de la paz de una vida normal. Y Kurosaki Ichigo era hombre de palabra.
—¡Oh, Kurosaki-san! Llegas justo a tiempo —con su voz cantarina y aspecto despreocupado el ex capitán del Gotei 13 lo invitó a entrar a su humilde tienda.
Pasaron a un área distinta pero igual de extraña que la de entrenamiento subterráneo. La melancolía entró en Ichigo de nuevo al recordar aquel entrenamiento y como gracias a eso se había convertido en un Vizard sin saberlo. Ichigo aún no entendía como carajo había accedido a todo eso, siempre supo que Urahara no era de fiar.
—¿Estás listo, Ichigo-dono? —preguntó Tessai mientras le hacía masajes en el cuello.
—Arranquemos de una vez—respondió este, incómodo de tener a ese gigante tan cerca suyo—. Estoy harto de venir para que me hagan estas cosas.
Todos ignoraron sus quejas y cuando Ichigo puso sus manos sobre el artefacto, con una sonrisa tonta y burlona, el rubio del sombrero puso en funcionamiento su máquina. Ichigo gritó de dolor, está vez se había prolongado más que las últimas dos veces. Sintió como si el alma estuviese dejando su cuerpo y uniéndose a aquellos rayos verdes que de pronto lo rodeaban. Unas frases de kido más tarde, el pequeño tormento se fue e Ichigo pudo respirar con calma. El experimento de aquel loco shinigami había terminado. Se sentó en el suelo exhausto y sudoroso e instantáneamente recibió una toalla por parte de Tessai.
—Muchísimas gracias por tu colaboración, Kurosaki-san —comenzó a decir Urahara— como muestra de agradecimiento a tu disposición de tomar el papel de conejito de indias, toma: una paleta dulce.
—De nada, supongo…
—Probala por favor —pidió Ururu con su habitual deje de lástima—, es de frutilla. Kisuke-san dijo que te gustaría.
—Muy gracioso —contestó un irónico Ichigo —. Oe, Urahara-san, ¿para que el experimento?
Urahara Kisuke abrió su abanico y se tapó la cara: —Eres un conejito de indias, los conejitos de indias no hacen preguntas, Kurosaki-san.
Orihime llegó hasta su edificio. Esta vez Tatsuki no la había podido acompañar porque debía ayudar en el dojo en el que trabajaba. Al principio se sintió un poco desilusionada, pero no era algo que una buena cena o unas ricas golosinas no pudiesen curar. Antes de subir las escaleras, sacó de su bolso las llaves y luego de sacarlas vio a aquel hombre a cortos metros de distancia. Era alto, cabello rubio y vestía tradicionalmente al igual que Urahara Kisuke (Orihime no pudo evitar compararlo con él) la única diferencia era el azul eléctrico y el rojo en ese haori y que, además, llevaba puestas zapatillas deportivas. Parecía tener unos treinta años. Su mirada penetrante parecía mortal. Eran como dos lanzas que se clavaban en los ojos de Orihime y que se incrustaban en su interior para examinarla, pero ella no podía romper el contacto; no podía dejar de mirarlo un segundo. Sintió un escalofrío, la sensación de haber sido tirada al vacío mientras no dejaba de contemplarlos. Sus facciones eran delicadas, tenía un rostro serio y sombrío, mentón largo y una barba incipiente. Un pequeño flequillo rubio cubría parte de su frente y resaltaban sus prominentes ojeras además de sus ojos, que eran increíblemente dorados, tan resplandecientes como el oro. Orihime se tensó y pudo pestañear. No lo había podido hacerlo los anteriores veinte segundos, era como si aquella persona no se lo hubiese permitido durante ese lapso. Ella no se sentía intimidada por ese extraño más no le inspiraba mucha confianza. La mirada amarilla del hombre se suavizó y luego le sonrió a la adolescente con total amabilidad, dejando perpleja a Orihime mientras se preguntaba por qué él no parecía haber sentido lo mismo que ella en los instantes que se miraron (horas después se convencería que había sido solo su imaginación).
El rubio dio un par de pasos en su dirección y con duda en su voz le preguntó si ella era Inoue Orihime. Tras la afirmativa, se acercó aún más y acarició su cabeza.
—¡Como has crecido! Me alegro mucho de verte.
—Dis… disculpe, ¿de dónde me conoce, señor?
—¿No me recuerdas Orihime? —preguntó sorprendido— Bueno, supongo que es normal siendo tan chica la última vez que te vi.
Orihime lo miró a los ojos de nuevo, por no sintió absolutamente nada. Dio un paso atrás para que sacara la mano de su cabeza, rogando para que su muestra de desconfianza no sea entendida como una grosería.
El extraño se le acercó de nuevo: sonriente y con una mirada piadosa.
—Orihime, soy tu tío. ¿Cómo estás?