DISCLAIMER: Los personajes no me pertenecen son de S. Meyer y la historia tampoco ya que es una adaptación de la autora Simona Sparaco.


*´*´*´*Isabella*´*´*´*

Esta mañana, mi madre y mi tía me han dejado sola en la tienda para asistir al examen de selectividad de Rosalie y Angela. De completar un día de por sí tan intenso se encarga la inauguración de la librería con el encuentro de lectura previsto para las seis de la tarde.

Huelga subrayar el hecho de que ahora la tienda ha adquirido un aire claramente más intelectual. El viejo sofá de mi abuelo, en lugar de esos estantes llenos de polvo donde guardábamos los cuadernos, le da una nota de calidez que no queda nada mal. Y entonces, ¿por qué estoy aterrada temiendo que esta noche no aparezca nadie? Para alejar todas las paranoias, he puesto a todo volumen y en repetición constante Samba de mon coeur qui bat de Coralie Clément. Me parece que es mucho más adecuada para esta nueva fase de mi vida y además consigue relajarme.

Felix tenía razón, no me iba a quedar durante mucho tiempo en el piso de la plaza Mancini. Se podría decir que ahora vivo en casa de Edward. A ver, me quedo a dormir en su casa casi todas las noches y ya he llevado allí buena parte de mis cosas, Matita incluida. Esta noche llegará un poco más tarde porque ha tenido que ir a la Toscana, junto con su padre, para visitar el Château Relais que están construyendo. Las obras están a punto de terminar y la inauguración del hotel está prevista para el próximo mes. ¡Qué maravilla!

La señora Marcella es la primera dienta de la nueva librería. Entra y mira a su alrededor, con el recelo de costumbre. Naturalmente está buscando todos los artículos que ya no vendemos.

—¿Y esos preciosos bolígrafos que teníais?

—Señora, ya se lo he dicho, hemos dejado de ser una papelería.

Ella sigue refunfuñando, pero mientras tanto coge un libro tras otro.

—¿Y esto qué es? ¿Una guía de jardinería? ¿Dirá también cómo cuidar las plantas de mi balcón?

—No lo sé, señora, pero creo que sí.

Se acerca a la caja con una decena de libros.

—Pero digo yo que al menos podíais quedaros con los cuadernos de flores.

¿Dónde voy a apuntar ahora la lista de la compra? Además no me gusta ese sofá allí, no tiene nada que ver con el resto.

Se quejará mucho, pero en los veinte años que hace que la conozco nunca se había gastado ochenta y cuatro euros, uno detrás de otro. Qué va a hacer con un libro sobre apicultura se me antoja un misterio.

—Venga a vernos esta noche, por favor —le digo al despedirme—. Habrá también refrescos.

—Con tal de que bajéis un poco la música... —me contesta molesta—. Si no me dará un tremendo dolor de cabeza.

La señora Marceña se aleja de la tienda y un instante después entra Felix.

—¡Menos mal que has venido! Estoy super nerviosa. ¿Y si no viene nadie?

—Pero ¿qué dices, mi amor? —me tranquiliza él—. ¡En Facebook sólo se habla de esto! ¡Ya han hecho una página de fans! Y esta vez no tengo nada que ver, ¡ha sido una iniciativa del grupo de la escuela!

Por lo visto, Edward y Emmett no han escatimado esfuerzos. Felix me asegura que ha pasado la invitación también a todos sus contactos, pero no hay que relajarse: las caras que he visto en su grupo de amigos de Facebook no me merecían mucha confianza. A no ser que vengan también Madonna, Britney Spears y Kylie Minogue en persona.

Mientras tanto llegan mi madre, mi tía y los chicos. Así seguimos con los pies en el suelo.

Rosalie salta excitada, porque en el examen ha logrado un sesenta, el mínimo indispensable para aprobar la selectividad. ¡Qué suerte! Angela, en cambio, entra en la tienda hecha un mar de lágrimas. Está también Ben, su novio, que le da la mano.

—¿Qué ha sucedido?

—No le han dado la matrícula de honor y se le ha caído el mundo encima —me explica mi tía, levantando los ojos hacia el cielo.

—Es una empollona —comenta Rosalie—. Siempre le he dicho que se equivocaba al estudiar con esa pobre desgraciada de Macchioni.

Mi madre la defiende.

—Lo ha hecho muy bien, sólo estaba un poco estresada.

—Voy a hablar con Angela.

—Oye, Ang, no puedes reaccionar de esta forma. No vale la pena.

—Toma ejemplo de mí —añade Rosalie—. Estoy contenta incluso con un sesenta.

Mi hermana la fulmina con los ojos todavía rojos por el llanto.

—Ya, claro, ¡merecías que te suspendieran!

—¡Qué cabrona eres!

—¡Ya está bien, chicas! —intervengo. Apoyo las manos en los hombros de mi hermana y la miro directamente a los ojos—. Esta reacción por no conseguir una matrícula de honor me parece un tanto excesiva —le digo—. Es un trozo de papel, Ang. En la vida esto sólo te sirve hasta cierto punto. Es la determinación lo que te saca adelante; confía en mí. Con la matrícula de honor no harías nada. Te dicen que eres buena, ¿y después? Después ya está, te lo digo yo. Todo el mundo olvidaría esa matrícula, incluso tú.

Félix y Rosalie me miran asombrados.

—Eres buena hablando, mi amor.

—Coño, y tanto que eres buena.

Si esta noche, cuando tenga que coger el micrófono delante de todo el mundo, pudiera ser igual de convincente sería fantástico. Siempre que acuda alguien.

Mientras ponemos los canapés en la mesa, cuidando de que Matita no se los coma todos, llegan los primeros invitados. Por sus caras se diría que vienen directamente del Facebook de Félix. Hasta hay un tipo que lleva una peluca verde.

—No me mires así, mi amor —se defiende—. Bienvenida al mundo de los intelectuales outsider.

—¿Aut... qué?

—Déjalo correr, no tienes remedio.

Vale que el amigo de Félix lleva una peluca verde, pero se ha comprado todos los libros de McEwan. No está mal.

Felix me ayuda a darles la bienvenida, se atreve incluso a hablar sobre libros que no ha leído.

—¡Mira, mira quién ha llegado! —me dice señalando a su segunda mejor amiga, es decir, la abogada Miranda. Ha traído a su Steve, parece que la historia marcha viento en popa. En este tiempo ha descubierto que se llama Paolo y que es dentista; lo considero un buen paso adelante.

Ha llegado también Emmett y enseguida ha encontrado consuelo en los besos de mi prima, que en lugar de irse a vivir un año a Jamaica, como tenía planeado desde hacía tiempo, ha decidido irse con él de vacaciones en agosto, como toda la gente normal. Pero que nadie se atreva a decir que son novios, los dos subrayan que follan de miedo pero que de amor ni hablar.

Aunque después se miran a los ojos que ni Angelina Jolie y Brad Pitt en los tiempos gloriosos de El señor y la señora Smith, y toman aliento tan sólo durante unos segundos entre un beso y otro. Sólo falta que empiecen a adoptar críos de todos los continentes.

En cierto momento, entra en la tienda Sara Carelli. Nos abrazamos emocionadas, por fin nos vemos en persona. Viene junto con su compañero y su hermano minusválido, él también antiguo estudiante y recién elegido asesor municipal.

—Soy un ferviente partidario de esta librería —me dice desde la silla de ruedas, como si estuviera en medio de un mitin—. Y si necesitas que te echen un cable para los encuentros de lectura, no dudes en preguntarme. Conozco a muchísimos escritores.

Poco a poco la librería se va llenando. En la caja hay un movimiento impresionante, mi madre y mi tía están muy ajetreadas. Entre los recibos de compra y las frases de cortesía que es necesario soltar, llega también el profesor Bonelli, preparado para leernos un texto inédito. Nuestros encuentros se inauguran con él: el escritor más importante para mí. Alumnos antiguos y nuevos le dan la bienvenida con un aplauso incluso antes de que suba a la pequeña tarima que hemos montado. Por suerte le toca a él coger primero el micrófono.

Nos lee un cuento surrealista sobre un chico que se ve transportado al papel de una servilleta y logra hacernos reír a carcajadas. Luego nos dedicamos a comentarlo. Bonelli dice que con esta historia ha querido representar la voracidad de los tiempos modernos y la incomodidad de los jóvenes de hoy en día. Después decide llamarme a escena para que intervenga a su lado.

—Hablando de tiempos modernos —dice—, he aquí una chica que conserva los valores de otra época, una persona verdaderamente especial.

Me abro paso en medio de la gente para alcanzar la tarima y enseguida me recibe un gran aplauso, antes incluso de abrir la boca. No está mal.

Ahora que tengo una visión más completa del público, por fin lo veo: Edward. Debe de haber llegado hace un instante, porque se ha quedado al final, al lado de la caja. Sólo con encontrar su mirada me olvido de todas y cada una de las palabras del discurso que había preparado. De hecho me quedo algunos segundos en silencio, dedicándole una sonrisa cohibida. Él levanta su copa de vino prosecco para animarme. Todo lo que digo a partir de ese momento lo hago mirándolo fijamente a los ojos.

Creo que he acabado articulando un discurso sobre mis altibajos en relación con la tienda, sobre los esfuerzos de mi familia y sobre el olor del papel, que me recuerda la infancia. He citado a la abuela, explicando que no se puede renunciar a los lugares y a las personas que hemos querido a lo largo de nuestra vida. Después no recuerdo qué más he dicho.

Del primer encuentro de lectura de la nueva librería y de mi intervención, sólo recordaré el aplauso ensordecedor que he recibido al final, las lágrimas de felicidad de mi madre y de mi tía, los ojos de Edward, que no me han abandonado ni un instante, y el pensamiento limpio y preciso que ha cruzado mi mente cuando he bajado de la tarima para ir hacia él.

La "pequeña yo" tenía las ideas muy claras; con su mochila de Helio Kitty en los hombros y el pelo recogido en dos trenzas con pompones rojos, encontró a un chico a la salida de la escuela y, con una confianza tan grande como para mover montañas, pensó: "Es el hombre de mi vida. No importa lo que tarde en conquistarlo, es el hombre de mi vida". Ahora sé que tenía razón.

*¨*¨*FIN¨*¨*¨*


Bueno he aqui el final de esta historia gracias a todas las que

dejaron un comentario para opinar sobre esta historia, gracias

a los favoritos, a las alertas y demas y sin mas que decir me

despido...

ADIOS ^-^