White Collar y sus personajes pertenecen a USA y yo solo los tomo prestados para jugar un rato... bla bla bla.

NA: Este es mi primer fanfic no solo de White Collar, sino que el primero que he escrito jamás y no ha sido revisado por Beta, así que espero que cualquier error no impida que disfruten la historia, aún así agradecería todo tipo de feedback para saber si la historia merece ser continuada o debería dedicarme a otro pasatiempo, como el tejido a crochet.

También la traduje al inglés con el título "The Hands", pero esta vendría a ser la versión original.

Al principio todo lo que pudo sentir fue dolor, y con el dolor vino el miedo, primitivo, animal, atávico. Quiso moverse, escapar del dolor y escapar del miedo, moverse dolía, pero peor fue sentir cómo algo lo mantenía en su lugar sujetándolo con fuerza. Entonces el miedo dio lugar al pánico y luchó con toda sus fuerzas para liberarse de lo que fuera que lo mantuviera atrapado en ese mundo de dolor, sin embargo aquello que fuera que lo retenía era simplemente más fuerte que él y pronto hubo agotado toda su energía, solo quedándole la mínima suficiente para temblar incontrolablemente allí donde estaba tendido. Agotado, rendido, aterrado, luchando por hacer entrar cada bocanada de aire en dolorosas inspiraciones. Sobrevivir.

Entonces aquello que hacía solo segundos lo había atrapado con fuerza, como los tentáculos de un pulpo que quisieran mantenerlo bajo el agua, ahora frotaba su espalda arriba y abajo, arriba y abajo, arriba y abajo. Neal se dio cuenta de que podía seguir ese ritmo, inhalar y espirar, inhalar y espirar y que ello aliviaba la quemante sensación de asfixia. Aún dolía respirar, pero el dolor era mucho más tolerable ahora que su pecho solo necesitaba expandirse lo suficiente para dejar entrar la cantidad de aire justa para llenar sus pulmones del oxigeno necesario. El violento temblor de su cuerpo fue lentamente disminuyendo, desde aquellas violentas convulsiones que segundos antes lo habían sacudido completamente hasta un ligero tremor, una vibración constante que aún se expandía por sus miembros. Y aquello que frotaba su espalda fue también perdiendo parte de su fuerza, convirtiéndose en una especie de caricia. Mantener el ritmo.

Pasado el primer momento de pánico el ex-convicto trató de ordenar un poco su cabeza, sin embargo sus pensamientos parecían nadar en una sopa demasiado espesa, sin lograr ponerlos en orden por sobre la marea de miedo, dolor y absoluta confusión que aún lo mantenía aferrado en sus garras. Neal odiaba esa sensación, no podía existir peor pesadilla en su mente que esta total falta de control, no saber donde estaba, que había ocurrido, el porqué de todo ese dolor que envolvía su cuerpo. Neal amaba el control, amaba el orden, el saber donde estaba todo, donde estaban todos, amaba calcular sus pasos, los pasos de quienes lo rodeaban y saber de antemano donde estaban las salidas. Había sido un proceso de entrenamiento al que había dedicado toda su vida hasta que se había convertido en un agudo instinto que le había permitido sobrevivir. Pero ahora no estaba en control.

Fue entonces cuando se dio cuenta de algo, la oscuridad y el silencio. Era aquello y no el dolor lo que en realidad lo estaba aterrando tan profundamente y ahora que breves espacios de lo más parecido a la lucidez a lo que podía aspirar alcanzaban por momentos romper la superficie del desconcierto en su cerebro Neal podía darse cuenta de que estaba atrapado de algún modo que no podía explicarse. Y estar atrapado, prisionero, era en sí mismo otra de sus pesadillas. Y sin embargo no era oscuridad, no era la negrura de despertarse en medio de la noche, sino muy por el contrario, era una luz enceguecedora, una luz blanca y roja y amarilla que no le permitía ver y que dañaba sus ojos con un dolor sordo que le penetraba hasta el cerebro. Neal quería desesperadamente escapar de esa luz y cuando parpadear con fuerza no hiso más que agudizar el dolor trató de escudarse, de esconderse de aquella luz ocultándose tras sus antebrazos, pero la fuerza que antes lo había mantenido inmóvil impidió de nuevo el gesto, sujetándole con firmeza y llevando sus manos a sus costados. El joven por un momento sintió el pánico subir desde su pecho hasta su garganta pero con un gran esfuerzo de aquella parte de sus mente que aún no se rendía al miedo animal, logró controlarse a sí mismo y abandonarse ante la gentil fuerza que lo retenía, más asustado de la ardiente sensación de asfixia que lo había envuelto previamente que de sentirse atrapado. No pudo evitar sin embargo que los temblores volvieran a dominar su cuerpo, no tan violentos como antes, pero lo suficiente para ir consumiendo lentamente la adrenalina que su primera reacción había provocado. Y sin embargo tampoco era silencio, era una mezcla entre un rumor profundo, como el sonido de un tren aproximándose y un zumbido agudo, penetrante, doloroso a sus oídos como la luz a sus ojos.

Respirar no debería ser tan difícil. A medida que la conciencia se abría paso los distintos dolores que embargaban todo su cuerpo se hacían más y más notorios. Sus ojos, su rostro, sus manos, su cabeza, su espalda… pero sobre todo su pecho. ¡Cómo hubiera querido poder dejar su pecho quieto! Que por un momento, aunque fuera por un solo momento no tuviera que verse forzado a extenderlo y contraerlo con cada respiración, porque cada vez que lo hacía eran como agudas dagas de dolor que lo desgarraban por dentro con cada movimiento de sus costillas. Pero sabía, de eso sí estaba lo suficientemente consciente, que respirar era importante, muy importante, que debía seguir haciéndolo más allá del dolor y que detenerse era enfrentar toda derrota, que, literalmente, en seguir respirando se le iba la vida. Las manos parecían haberse percatado de su lucha, porque habían dejado de afirmar sus antebrazos, le habían abierto la camisa de un solo rápido movimiento, sin molestarse con los botones y ahora podía sentir su tacto en su pecho. Por una milésima de segundo el frío contacto de las manos heladas habían sido una bendición, un alivio, pero solo por lo que duraba el aleteo de un colibrí, porque luego habían presionado suavemente en varias partes, aún así llevando sus niveles de dolor a puntos que hasta ahora no había creído posibles. Un aullido debía de haber escapado de su garganta, no estaba seguro, no había podido oírlo entremedio del rugido incesante en sus oídos pero estaba casi seguro de que había sido así, porque una sensación áspera le quedaba al fondo de ella, obligándole a tragar saliva para aliviarla y porque las manos ahora ya no estaban tan quietas, ya no inspiraban esa confianza firme que había sentido al principio y ahora se habían movido rápidas y nerviosas, una de ellas acunando su mejilla y la otra acariciando suavemente su frente, despejándola de los húmedos mechones de su cabello mientras su respiración trataba de volver a la normalidad, o a lo que quedaba de ella.

Entonces Neal se percató de que tenía los ojos firmemente cerrados, con tanta fuerza que llegaban a doler y lentamente relajó su ceño e intentó abrirlos. Había tenido la secreta esperanza de que al hacerlo alguna forma aparecería ante él, algo, cualquier cosa que le ayudara a entender dónde estaba y qué había sucedido, pero solo seguía allí la luz, intensa, cegándole, doliendo intensamente. Sin embargo más que el dolor en sus ojos sintió una opresora sombra de desesperación oprimiéndole por entero. Esto tenía que ser una pesadilla, no podía ser más que una pesadilla y ya debería haber despertado para entonces. La mano que aún acunaba su rostro secó con su pulgar la lágrima rebelde que escapó de sus ojos inútiles.

La energía se le escapaba, podía sentirla abandonándole con más rapidez a cada segundo y la idea de sucumbir a la inconsciencia era más y más tentadora con cada latido. Dormir estaría bien, porque si se dormía podría despertar en otro lado, en donde efectivamente esta pesadilla hubiera acabado del todo y en donde solo respirar no fuera una lucha agonizante. Pero su cuerpo tenía otras ideas y no incluían dejarlo descansar. Como un puñetazo imprevisto en el estómago que le dejara sin aire sus músculos abdominales y su diafragma se contrajeron al unísono, comprimiendo su estómago como a un globo y dejándole la boca llena de un sabor a la vez ácido y amargo que bajó inundándole hasta la nariz. Las manos fueron veloces y en un solo movimiento enérgico y eficiente doblaron todo su cuerpo y lo dejaron recostado de lado, un poco inclinado hacia adelante, permitiendo que el agrio contenido de su estómago, que seguía saliendo expulsado en oleadas con cada arcada, cayera al suelo y no dentro de sus ya suficientemente maltratados pulmones. Las arcadas continuaron por un buen rato, aún mucho después de que todo contenido gástrico hubiera sido expulsado, en dolorosas contracciones que desgarraban su pecho y hacían sentir que su cabeza iba a explotar a cada momento.

Las manos seguían allí, afirmando sus hombros y su cabeza para no quedar con el rostro sumergido en su propio vómito, pero Neal ya no le temía a la fuerza con que le sujetaban, sino que mansamente dejó que todo su peso descansara en ellas cuando volvieron a voltearle suavemente, esta vez no completamente sobre su espalda, sino sobre algo más suave y que le mantenía ligeramente más erguido, lo que descubrió aliviaba enormemente su respiración. Neal quería tocarlas, sentirlas, reconocerlas porque en este momento eran el único delgado hilo que lo retenía de caer nuevamente en el pánico ardiente y sus propias manos las buscaron. Las manos lo supieron y alcanzaron las suyas para afirmarlas gentilmente, pero sus dedos estaban extrañamente hinchados y doloridos como para que Neal pudiera distinguir nada con ellos. Hubiera querido poder levantar las manos, tocar el rostro al que seguramente estaban unidas por brazos y cuerpo, pero aunque lo intentó no pudo encontrar las fuerzas para levantarlas tan arriba, menos ahora que las arcadas habían acabado con sus últimas reservas y sus pensamientos se volvían cada vez mas confusos y nublados. Neal podía sentir como su cuerpo se apagaba, como hasta los temblores disminuían su intensidad y sabía que perder la conciencia era inevitable, pero en medio de la oscuridad y el silencia sabía también que al menos no estaba solo. Con su última reserva de energía guió la mano que sostenía la suya y aspiro todo lo profundamente que pudo. Podía sentir el olor del miedo, del sudor y de la sangre, pero también había otro aroma que conocía bien, una mezcla de madera, de cuero y pomelo.

"Peter…"

Admito que no suelo leer historias hasta que no estén completas, así que tampoco suelo comentar capítulos, pero ya que es mi primera historia agradecería de t todo corazón que se tomen un tiempito especial para darme cualquier crítica que me ayude a mejorar.