DISCLAIMER: Todos los personajes pertenecen a Stephenie Meyer
RANCHO MASEN
NUESTRO MILAGRO
—Mmm, buenos días —susurré acostado a espaldas de mi mujer acariciando su vientre plano cuando la sentí despertar.
—Mmm —murmuró ella restregándose contra mí.
—¿Cómo estás, preciosa? —pregunté recostándola sobre la cama para volcarme sobre ella y besar sus exquisitos labios.
Bella separó sus labios para unirlos a los míos, pero nada más penetrar su boca con mi lengua ansiosa, me empujó por los hombros alejándome de ella.
Saltó de la cama y corrió desnuda al baño sorprendiéndome y preocupándome.
Salí de la cama tras ella después de calzarme mis vaqueros que habían amanecido en el suelo junto a la cama, después de que la noche anterior me los quitara con prisas.
Bella estaba frente al lavabo lavándose los dientes.
Me paré detrás de ella para mirarla a través del espejo, acariciando sus brazos.
—¿Otra vez, Bella? —inquirí preocupado.
Llevábamos casi una semana viviendo la misma situación cada mañana.
Nada más levantarse, Bella corría al lavabo y devolvía la cena de la noche anterior, sin importar lo que hubiera cenado.
El resto del día solía no tener molestias, por lo que su trastorno estomacal, resultaba bastante extraño, pero ella, odiando los médicos y hospitales de la forma en que lo hacía, se negaba a ver un profesional.
—Ya se me pasará —aseguró enjuagándose la boca.
—¿Ya se te pasará? ¿Qué diablos significa eso, Bella? Llevamos una semana así. No lo soporto —le regañé.
—Lo siento —se disculpó apenada.
—No, no me digas lo siento. Simplemente acepta que vayamos a ver un médico —supliqué una vez más —Me sentiría mucho más tranquilo.
—No creo que sea nada...
—Al menos hablemos con Rachel. Ella puede aconsejarnos.
—Edward, estoy segura que es el estrés. Cuando pase todo lo de la feria y no tenga tanto estrés se me pasará, ya verás.
Ese fin de semana se llevaba a cabo la tercera edición de una importante feria ganadera en Spearman, y teníamos grandes planes para nuestros animales.
Aunque desde luego, el trabajo en el rancho los últimos días, se había vuelto agotador.
—De acuerdo. Esperaré a volver de la feria, y si sigues igual iremos al médico. Pero solo porque quedan cuatro días.
—¿Cuatro días? —dijo Bella mirándome extrañada —¿Qué quieres decir?
—¿Qué quiero decir sobre qué? Quedan cuatro días para la feria.
—¿Cuatro días? ¿Este fin de semana es la feria?
—Sí.
—Creía que era el día quince.
—Exacto —confirmé —Este sábado es día quince.
—¿Este sábado es día quince? —inquirió Bella antes de abandonar el lavabo para sentarse en la cama y sacar una agenda del cajón de su mesa de noche —No puede ser —murmuró.
—¿Qué sucede, Bella? —pregunté extrañado sentándome a su lado.
Bella levantó la vista de la agenda y me miró con sus ojos chocolates cargados de sentimientos que no supe identificar.
—Bella, nena ¿qué sucede?
—Tengo un retraso —musitó.
—¿Un retraso en qué? ¿De qué hablas? —cuestioné confuso.
—Un retraso en mi período —explicó en voz muy baja —Mi período. Debió haberme llegado hace diez días...
—¿Tu período? ¿Te refieres a la regla? ¿Tu menstruación?
—Sí.
—Dios —gemí sin saber cómo sentirme —¿Quieres decir que tal vez...? ¿Que quizás...? —agregué sin atreverme a poner mis ideas en palabras —¿Todos esos síntomas...?
—No es seguro, ya sabes. Supongo que ni siquiera es probable —balbuceó Bella nerviosa, mientras me ponía en pie para acercarme al vestidor y coger una camisa.
—Venga, vístete —le ordené.
—Edward... —intentó discutir, pero realmente yo no me sentía preparado para eso.
—Vístete, Bella —repetí —Ahora mismo iremos al hospital.
—¿Podemos tomárnoslo con calma, por favor?
—¿Con calma? —pregunté volteándome a verle frustrado —¿Cómo quieres que me lo tome con calma, Bella? Podrías estar embarazada, y de ser así, sabes que podría ser un embarazo riesgoso. No voy a arriesgarme a que pueda sucederte nada. Tú y yo nos vamos ahora mismo a ver un médico, que nos confirme si realmente estás embarazada o no, y de ser así, que nos explique los cuidados que debemos tomar.
—Edward...
—Sin discusión, Bella —le corté —Al menos por mi salud mental, ¿quieres?
—De acuerdo —aceptó vistiéndose por fin.
Sentados frente al médico esperamos los resultados de la analítica de Bella.
—Pues, señora Cullen —dijo el hombre por fin —, realmente está usted embarazada —confirmó.
Bella apretó su mano sobre la mía.
—¿Lo estoy? —gimió.
—Sí, parece que es usted ese caso entre un millón. Si le parece bien, me gustaría realizarle su primer ultrasonido, para descartar un embarazo ectópico, especialmente, así como calcular el tiempo de embarazo.
La ecografía que le hizo a Bella mostraba el saco gestacional, pero aún era muy pronto para ver algo más.
El médico aseguró que tendría unas cinco semanas de embarazo y que lo mejor sería realizar un nuevo ultrasonido en dos semanas.
Mientras Bella se vestía, yo esperaba en el consultorio adjunto sentado frente al médico.
Mi alegría se veía opacada por el preocupante nerviosismo y temor que me invadía.
—¿Hay algo que quisiera preguntarme? —me cuestionó el médico notando mi estado.
—¿Qué posibilidades hay de que el embarazo llegue a término? —pregunté receloso.
—Es muy pronto para saberlo, señor Cullen, pero haremos todo lo necesario para que todo siga su curso normal y sin complicaciones ni para el bebé ni para la madre.
—¿Qué tan riesgoso puede ser para Bella continuar con el embarazo?
—¿Está pensando en poner fin al embarazo? —inquirió mirándome con sorpresa, y en parte lo entendía.
Era un milagro que Bella hubiera quedado en estado, y sin dudas era un milagro con el que cualquier pareja estaría más que feliz y encantada. Y en parte yo también lo estaba, pero era demasiado egoísta y no estaba dispuesto a arriesgar la vida de mi mujer.
Si todo salía bien, yo sería el padre más feliz del mundo, y estaba seguro que ver el vientre de Bella llevando a nuestro hijo, me llenaría de un regocijo inimaginable, pero si la salud de mi mujer estuviese en juego, no estaba seguro de querer arriesgarme.
Teníamos cuatro niños esperándonos en casa, y yo no podía siquiera imaginar que pudiesen perder a su madre.
Y debía reconocerlo, yo no podía pensar en perder a mi mujer.
—No es algo que hayamos discutido con mi esposa —reconocí —Pero necesito saber qué riesgos puede correr ella, para decidir si estamos dispuestos a correrlos.
—Entiendo. En primer lugar, creo que es evidente que su mujer corre los mismos riesgos que podría correr cualquier mujer que quedara embarazada.
—Eso ya lo sé.
—Fuera de ellos, su condición no tiene por qué suponerle riesgos mayores, siempre y cuando lleve un adecuado control del embarazo. En este sentido, un riesgo habitual en las mujeres que están en una situación como la de su esposa, podría ser la pérdida definitiva del útero o la posibilidad de tener un parto prematuro, lo que podría significar un niño con bajo peso. Pero nada indica que este embarazo sea incompatible con la vida, tanto de la madre como de la criatura.
Bella se nos unió entonces, y el médico procedió a darle las indicaciones que debía seguir a partir de entonces.
Tendría controles quincenales o semanales los primeros dos meses, y mientras tanto era recomendable que hiciera un reposo relativo. Es decir, que se tomara todo lo demás con mucha calma.
Y, desde luego, debía acudir al hospital ante el menor indicio de un sangrado.
Cuando detuve el coche frente a la casa, ambos seguíamos sumidos en nuestros silenciosos pensamientos.
—¿Estás enfadado porque me haya quedado embarazada? —me preguntó Bella en voz baja, sin levantar la vista de su regazo.
—¿Qué dices? —pregunté mirándola anonadado por su pregunta.
—Escuché tu conversación con el médico —reconoció —Escuché que has pensado que interrumpamos el embarazo.
—Dios mío, nena —gemí soltando nuestros cinturones para atraerla a mis brazos —No es así, cielo. No me planteo interrumpir el embarazo pero no quiero que estés en peligro, cielo. No puedo siquiera imaginarlo, Bella. Soy tan feliz con nuestra vida y nuestra familia que no puedo siquiera pensar en perder nada de lo que tengo. Tú y los niños sois mi felicidad, Bella. Sois mi vida, y pensar en que este embarazo pudiera poner en riesgo tu vida me provoca pánico.
—Oh, Edward, yo tampoco puedo pensar en perder lo que tenemos —concordó —Pero sólo imaginar que tendré a nuestro bebé en mi vientre, que estaremos allí en el parto, que escucharemos su primer llanto, presenciaremos su primer contacto con el mundo... —musitó con los ojos completamente anegados —No puedo imaginar felicidad mayor...
—Dios mío, cielo. Yo tampoco puedo dejar de pensar en ello pero... Dios, Bella, tengo tanto miedo...
—No quiero que temas —dijo intentando sosegarme —El médico dijo que no tiene por qué suceder nada malo...
—Lo sé. Lo sé, pero necesito que me prometas algo. Por mí.
—Lo que sea, mi amor.
—Necesito que me prometas que vas a dejar que cuide de ti. Que vas a escucharme, aunque algunas veces pueda sonarte exagerado, quiero que me prometas que vas a escucharme cuando te pida que te quedes en casa, que no te sobre exijas.
Me miró con una sonrisa indulgente mientras su mano pequeña y suave acariciaba mi rostro.
—Vas a mantenerme nueve meses entre algodones, ¿verdad?
—Completamente. Y dentro de una caja de cristal si puedo.
Los siete meses que siguieron fueron los más increíbles y los más temerosos de mi vida.
Bella hizo reposo las primeras semanas, pero para su segundo mes el médico le autorizó a hacer vida normal, aunque sus controles seguían siendo constantes.
Los primeros dos meses sus malestares matinales fueron constantes, pero nos acostumbramos a tener algunas galletas saladas sobre la mesita de noche, y pudimos reducir los vómitos y náuseas hasta casi hacerlos desaparecer.
Cuando Bella alcanzó el tercer mes de embarazo, ya me sentía bastante más relajado.
Los síntomas casi desaparecieron y el médico aseguró que todo estaba resultando perfectamente normal.
Todos en el rancho estaban felices con la noticia del embarazo y todos cuidaban de Bella tanto como yo mismo.
Nessie, siendo la mayor de nuestros hijos, pasaba mucho tiempo junto a su madre y se encargaba de que los trillizos no le agotaran, o le requirieran mucho trabajo.
Siempre estaba junto a Bella, ayudándola incluso con sus trabajos con los caballos.
Al principio intenté convencerla de que dejara el trabajo, al menos durante el embarazo, pero mi terca mujercita sólo accedió a tomárselo con más calma y, para cuando el médico aseguró que su embarazo se desarrollaba de forma normal, mis argumentos perdieron valor.
Cada noche, en nuestra cama, la atraía a mis brazos para dormirme con mi mano apoyada sobre su vientre, que lentamente crecía día tras día.
Cada noche, la observaba y acariciaba, absorbiendo cada mínimo cambio en su cuerpo.
Fue así como noté cuando sus pechos crecieron y se volvieron más sensibles. Sus pezones oscurecieron su color rosado. Su vientre poco a poco fue aumentando de tamaño, llenando a mi mujer de las curvas más hermosas que cualquier mujer podía llegar a experimentar.
Fue una noche, en nuestra cama, cuando sentí por primera vez los movimientos de mi hijo.
Mi cabeza estaba apoyada sobre el vientre de Bella, escuchando los sonidos que nuestro bebé producía cuando, incómodo por el peso de mi cabeza, me propinó lo que supuse era un puntapié.
Me asusté bastante hasta que vi la divertida sonrisa de mi mujer y supe que todo estaba bien.
Cada nuevo día y cada noche, traía nuevas experiencias a nuestras vidas.
Nunca olvidaré la cara de nuestros niños cuando Bella llevaba sus pequeñas manitas a su vientre para que sintieran los movimientos de su hermanito.
Nunca olvidaré tampoco la cara de desagrado de Nessie cuando vio a su madre acompañando su helado de vainilla con pequeños ajíes en vinagre.
Nunca olvidaré la mirada radiante que me dedicó mi mujer cuando, en el cuarto mes de embarazo nos aseguraron que nuestro bebé era un niño.
Nunca olvidaré el asustado rostro de Sam, cuando me encontró junto a Harry, reparando una valla del cercado más alejado del rancho.
—¡Edward! —gritó sin molestarse siquiera en desmontar.
Me volteé a verle y su mirada nerviosa me preocupó.
—¿Qué sucede, Sam? —pregunté irguiéndome ante él.
—Es Bella —dijo y el suelo tembló bajo mis pies —Se ha puesto de parto.
—¿Qué? —gruñí saltando sobre mi montura y espoleándole impaciente.
Bella acababa de entrar en su octavo mes de embarazo y, aunque siempre habíamos sabido que el bebé podría adelantarse, en ese momento sentí que no estaba en absoluto preparado para ello.
Llegué a la casa en un tiempo récord, y fue la primera vez en mi vida que bajé de mi caballo sin preocuparme de que alguien, si no yo mismo, se ocupara de él.
—¡Bella! —grité entrando por la cocina y corriendo por las escaleras hasta nuestra habitación.
Bella estaba allí, de pie junto a la cómoda. Sue a su lado masajeaba su espalda.
—Bella, cielo, ¿cómo estás?
—Bien —aseguró sonriéndome tranquilizadora —Pero las contracciones se han vuelto más frecuentes y creo que deberíamos irnos al hospital.
—¿Más frecuentes? —gruñí —¿Qué coño quieres decir con más frecuentes? ¿Desde cuándo estás con contracciones?
—Desde hoy a la mañana —explicó —Pero hasta ahora venían siendo bastante espaciadas.
—Maldita sea, mujer —rugí furioso cogiendo del armario la bolsa que Bella tenía preparada para llevar al hospital —Recuérdame que te de unos cuantos azotes cuando Charlie ya esté en su cuna.
—Edward, —me regañó Sue —la chica no está para escuchar tus reclamos —me reprendió la mujer cuando Bella silenciosa se doblegó presa de una nueva contracción.
—Y tú, Sue, debiste mandarme llamar —regañé acercándome a mi mujer —Agradece que no te despida.
—Te he hecho llamar, burro cabezota. Pero hasta ahora no eras necesario más que para impacientar a esta pobre chica.
—Voy a darte pobre chica —me quejé tomando el rostro de mi mujer entre mis manos —¿Cómo estás, cielo? ¿Cuánto tiempo entre contracciones?
—Unos tres o cuatro minutos —explicó jadeando.
—¿Crees que puedes caminar? Puedo cargarte hasta el coche.
—Sí, me hará bien caminar —aseguró inspirando profundamente.
Salimos de la casa y la ayudé a entrar en la camioneta.
El parto fue bastante corto, según la opinión de los médicos, aunque para mí fueran las peores y más largas seis horas de mi vida.
El sufrimiento que veía en el rostro de Bella, me resultaba aún más duro, cuando ella sonreía acariciando mis mejillas y diciéndome que todo iba bien.
Pero cuando el pequeño cuerpecito desnudo de Charlie fue puesto sobre el pecho de Bella, y nuestras manos se entrelazaron sobre él, nuestras lágrimas no pudieron expresar la enorme felicidad que nos embargó.
Allí, cubierto por nuestras manos estaba la última gota que puso a rebosar la copa de nuestra felicidad.
Nuestro pequeño bebé. Nuestro pequeño hijo.
El que llegó cuando ya no le esperábamos.
Nuestro pequeño milagro.
Un último pedacito de esta historia que tanto ha gustado. (A mí la que más)
Espero que lo disfrutaran.