"Like the moon we borrow our light.
I am nothing but a shadow in the night,
So if you let me I will catch fire
To let your glory and mercy shine
"

"Part II", Paramore


Capítulo 23: Salvando a Madge (Parte II)

Una de las cosas que Katniss jamás olvidaría era la primera vez que Haymitch las llevó a ella y a Prim a comprar helado, luego de la muerte de sus padres.

Era un día soleado. La heladería era un pequeño oasis en el caluroso desierto de asfalto. Katniss, con un vestido tan blanco como el papel y su oscuro cabello cayendo en dos infantiles trenzas a cada lado de su cara, estaba deslumbrada. La heladería estaba llena de niños que no dejaban de halar las mangas de sus padres, pidiendo todos los sabores posibles de helado, que correteaban de un lado para otro equilibrando precariamente la bola de helado sobre la barquilla y que lloraban junto helados estrellados contra el duro suelo.

—Muy bien, niñas, ¿de qué quieren sus helados? —preguntó Haymitch.

—¡Fresa! —gritó Prim enseguida. Desde que había aprendido que ese era el único helado de color rosa, era su sabor favorito.

—¿Y tú, Katniss? ¿Qué sabor te gusta más? —le preguntó.

Katniss se encogió de hombros.

Había muchísimos sabores. Era una decisión muy difícil para una niña de ocho años. Le gustaba el chocolate, y también la fresa, por supuesto. Pero había uno de chicle que le encantaba, y la vainilla con trocitos de galleta era delicioso. Tantos, tantos sabores, ¿y se supone que tenía que escoger solo uno?

—No lo sé —respondió. Haymitch arrugó el ceño un momento, y luego compuso un gesto extraño.

—¿Así que no lo sabes, eh? —dijo, apesadumbrado. Katniss negó con su cabeza. Entonces Haymitch se acuchilló hasta quedar a su altura, cerró los ojos y coloco una de sus manos en su sien—. ¡Aja, ahí está! —exclamó unos momentos despues, abriendo los ojos—. Vamos, preciosa. Está fácil, sé que puedes decírmelo.

—¿Lo leíste en mi mente? —preguntó Katniss asombrada.

—Por supuesto. Ahora solo tienes que decirlo en voz alta y yo te diré si eso es lo que encontré en tu cabecita. Dime, ¿de qué quieres tu helado?

Katniss no estaba muy segura de eso, pero confiaba en Haymitch, así que lo intentó.

—¿De menta? —dijo, no muy segura.

Haymitch sonrió ampliamente.

—Eres increíble, Katniss. Eso era justamente lo que encontré en tu cabeza. Ahora vamos, pidamos esos helados de una buena vez.

Katniss sonrió, contenta consigo misma por aquella sorprendente hazaña mental que acababa de llevar a cabo: había descifrado por si sola cuál era su sabor de helado favorito y era el único que pedía cada vez que visitaba la heladería, incluso aun despues de todos esos años. Claro que luego descubrió que todo había sido una tetra de Haymitch para obligarla a decir lo primero que se le viniera a la mente: si hubiera dicho chocolate, ese sería su sabor favorito ahora.

Pero el caso es que no lo había dicho. Y a Haymitch le había parecido bien eso. La había apoyado, incluso en algo tan tonto como escoger un sabor de helado. Había estado allí para ella, ayudándola a tomar su decisión, así como muchas otras veces despues de eso. Y la había hecho sentir capaz de hacer cosas que no sabía hacer.

Y ahora ya no estaba.

Katniss volvió de la burbuja de los recuerdos al oír un ruido en la puerta.

—¿Ya despertó? —una chica de cabello naranja entró por la puerta, agitada. Como Katniss era la única persona (despierta) en la habitación, la pregunta parecía estar dirigida a ella. Negó suavemente con la cabeza.

Annie Cresta, que era la chica que acababa de entrar, se dirigió sin demora junto a la cama donde Finnick yacía inconsciente. Tenía una gran serie de cables y maquinas conectados a su cuerpo, que casi en su totalidad estaba cubierto de vendas.

Los del hospital habían trasladado a Katniss a una habitación mientras todavía estaba dormida. Había despertado poco antes del amanecer, para encontrarse a Finnick en la cama a su lado. Como Finnick estaba inconsciente, y no se veían rastros de Gale o Peeta por ningún lado, había comenzado a divagar en sus recuerdos hasta el momento en que la llegada de Annie la interrumpió.

Un reloj en la pared del cuarto marcaba las siete y treinta.

—Oh, Dios mío —murmuró Annie, pasando la mano con suavidad sobre el rostro de Finnick. Estaba muy desfigurado por todos los moretones que tenía, pero a Annie parecía no importarle, porque se inclinó hasta depositar un beso cerca de la comisura de sus labios. Luego de eso se volteó a ver a Katniss, sin soltar el agarre que tenía sobre la mano de Finnick—. ¿Tu cómo te encuentras, Katniss?

Katniss levantó ambas manos en el aire.

—Me han separado de las intravenosas así que supongo que debo estar bien.

Annie le dirigió una mirada indulgente, excusando en los recientes eventos la respuesta tan fría que acababa de darle.

Peeta y Gale entraron en ese momento en la habitación. Llevaban algunas bolsas de papel marrón en las manos. Y Katniss notó que ninguno de ellos llevaba puesto su traje de héroe y tenían un aspecto fresco, propio de haberse duchado.

—Trajimos algo de comida —repuso Peeta. Y levantando otra bolsa, un poco más grande que las demás, agregó—: Y Wiress envió ropa limpia para ti, Katniss. El doctor te ha dado de alta hace unas horas, pero no queríamos despertarte.

—Gracias —dijo, Katniss incorporándose en la cama. Luego se puso en pie y tomó la bolsa que Peeta le tendía, se dirigió al pequeño cuarto de baño que había en la habitación y se dispuso a cambiarse y a lavarse un poco.

Se tomó su tiempo para lavarse bien, aunque la ducha del hospital no era precisamente lujosa. La bolsa que Peeta le había entregado contenía una muda de ropa interior limpia, una camisa sencilla negra y un jean, además de unas zapatillas. Además había un cepillo de dientes y un peine. Wiress se había asegurado de no pasar nada por alto, y mentalmente le agradeció por ello.

Cuando salió del baño, Annie, Peeta y Gale se encontraban todos alrededor de la cama de Finnick.

—Ha despertado —le informó Peeta, y la convidó a acercarse.

—Katniss —saludo Finnick, con voz pastosa, al verla. La hinchazón en el rostro apenas le permitía abrir bien los ojos pero no había duda que había identificado la menuda figura de Katniss.

—Finn, me alegro que estés bien —fue lo único que pudo decir. Porque cualquier otra cosa que dijera sobre el estado de Finnick la haría volver a pensar en Haymitch, y ya había tenido suficientes recuerdos para una mañana.

—El doctor lo examinó mientras estabas en el baño —explicó Peeta—. Dice que la operación salió bien, pero tal vez dure algunos meses en volver a caminar por si solo otra vez. Le han fracturado ambas piernas.

—Pero no hay duda de que todo saldrá bien —dijo Annie, apretando la mano de Finnick entre la suya.

—Creo que es mejor si los dejamos solos un rato —dijo Gale, indicándoles discretamente a Katniss y Peeta que salieran de la habitación.

El pasillo era un espacio bastante ajetreado. Enfermeras, doctores y pacientes caminaban de un lado a otro. Gale los guio hasta una esquina, bastante alejada del ajetreo del lugar.

—Peeta y yo hemos estado hablando sobre lo de Madge Undersee —dijo en voz baja mientras Katniss se recostaba contra la pared, con indiferencia—. Y creo que tenemos un plan para rescatarla.

—Soy toda oídos —repuso Katniss. Ni siquiera le importaba que no la hubieran incluido en la elaboración de su plan. En esos momentos, no le importaba nada.

Gale intercambió una rápida mirada con Peeta. ¿Debían continuar a pesar de la actitud que estaba tomando Katniss? Era lo mejor. Si Katniss había decidido actuar como si nada hubiera pasado, quizá ellos deberían hacer lo mismo. Aunque solo fuera hasta terminar la misión y devolver a Madge Undersee con su padre.

—Seneca Crane nos indicó dos posibles locaciones en las que puede estar secuestrada —continuó Gale, luego de la pausa—. Beetee se encuentra en estos momentos revisándolas, en busca de algo que pueda indicarnos que Madge se encuentra en una de ellas. Cuando sepamos en cual está, solo nos quedaría ir, entrar, sacarla de allí y acabar con todos los que se interpongan en nuestro camino.

—Me parece bien. Cuenten conmigo —aceptó Katniss. Al ver que las miradas de preocupación de los dos chicos no desaparecían, se irguió mejor y los encaró, súbitamente desafiante—. Miren, estoy bien, ¿sí? No me voy a romper, así que no necesitan estar todo el día vigilándome. Y no crean que no he notado las miraditas que intercambian a cada rato, tratando de descifrar si estoy a punto de desmoronarme en el piso. No lo haré. —Una vez dicho todo eso, se encaminó de vuelta hacia a la habitación—. Iré a recoger mis cosas para irnos, ¿ok?

Peeta y Gale asintieron y la dejaron marchar.

Eran cerca de las once cuando entraron en la casa.

Todo lucia exactamente igual que siempre, pero se sentía completamente diferente, como si faltara algo. Alguien.

Prim estaba en la escuela. Wiress les había dicho que tal vez fuera mejor esperar para contarle lo que había pasado. Esperar a que las cosas se calmasen un poco. Que fueran más asimilables. Era la palabra que Wiress usaba para decir menos dolorosas. Porque no importaba que tanto tiempo pasara, nunca dejaría de doler. Por lo menos así era como Katniss lo sentía.

La sala se sentía como una dimensión desconocida. Sin saber muy bien cómo, Katniss había terminado sentada en el sofá. A su lado estaba Peeta. Probablemente había sido él quien la había guiado hasta allí. Gale apareció de repente con un rollo de papel enrollado en una mano y una gran bolsa de lona en la otra. El papel lo desplegó sobre la mesita baja de la sala y de la bolsa de lona comenzó a sacar armas. Más específicamente, las armas que cargaban al cinto cuando llegaron en la madrugada al hospital. Meticulosamente y en silencio, comenzó a repartir los revólveres, los cuchillos, los ganchos, las granadas y todos los demás utensilios entre Peeta, Katniss y él mismo.

Lo último que sacó fue el arco de Katniss, junto con el carcaj lleno de flechas. Cuando se los pasó a Katniss, ella extendió las manos monótonamente hasta cogerlos. Sintió el familiar peso del arco y las flechas y deslizó sus dedos sobre su lisa superficie. Y al hacerlo, sintió, por un momento, que todo seguía igual. La consistencia de las armas entre sus manos seguía siendo la misma de siempre. Nada había cambiado.

La sensación no duró mucho.

El papel que Gale había desplegado sobre la mesa era un mapa de Los Ángeles, con dos círculos muy bien marcados en rojo. Cayendo una vez más en la realidad, Katniss se enfrentó a una duda.

—¿Qué ha pasado con Beetee? ¿No debería estar ya de vuelta?

La voz le salió más aguda de lo que quería, y había algo de angustia oculta tras las palabras. Sin embargo, no había sido su intención. Sus nervios estaban más sensibles que nunca, y la simple curiosidad podía transformarse en una desquiciada preocupación sin quererlo. Tal vez Peeta y Gale tuvieran razón; tal vez necesitara que la vigilaran constantemente, en caso de que perdiera la cordura de un momento a otro. Deberían haberla dejado en el ala psiquiátrica del hospital, no sacarla de allí.

—No pasa nada, Katniss —le dijo Gale con extrema calma, como si fuera un domador de leones rodeado por una manada de bestias hambrientas—. Beetee me ha estado enviando reportes de lo que ha visto cada media hora. Y hasta ahora no ha conseguido nada, así que sigue vigilando las casas.

—Gale —intervino Peeta—, ¿no te parece que si Beetee no ha conseguido nada hasta ahora, es tiempo de comenzar a planear una estrategia sin esa información? Quiero decir, es poco probable que consiga nada más, y el tiempo se nos agota.

Gale apoyó los codos en sus rodillas y se pasó la mano por la cara. Estaba agotado. No había podido pegar un ojo en toda la noche. Lo que había pasado con Haymitch lo había dejado más que trastornado. Y el porvenir del equipo de ahora en adelante era demasiado incierto para tranquilizarlo. No le había tomado mucho tiempo darse cuenta que sin Haymitch, él era el más adecuado para tomar las riendas en la misión de rescatar a Madge Undersee. Finnick estaba fuera de juego, Katniss apenas podía razonar unas tres frases a la vez, y Peeta tenía buenas ideas, pero no sabía nada de estrategia.

El único que podía terminar lo que Haymitch había empezado era él. Y sin embargo, en esos instantes desearía haber podido pasar esa antorcha a otro.

Peeta había dado en el clavo. Si para esos momentos Beetee no había conseguido nada, solo podía significar dos cosas: o Snow había sido suficientemente cauteloso en no dejar ninguna pista que pudiera hacerles saber en qué casa se encontraba Madge, o la chica no se encontraba en ninguna de las dos casas que Crane les había indicado, en cuyo caso ya podrían darse por vencidos.

Ninguna de las dos alternativas era muy halagüeña, pero al menos la primera les dejaba algo de esperanza a la que aferrarse. Y en esos momentos, más que nunca, necesitaban algo a lo que aferrarse.

—¿Gale? —lo volvió a llamar Peeta.

—Sí, tienes razón —respondió Gale, volviendo a levantar la mirada—. Si Beetee no ha podido descubrir nada hasta ahora, es poco probable que lo haga.

—¿Entonces qué haremos?

Era Peeta quien preguntaba, pero al responder Gale vio a Katniss. Porque ambos sabían muy bien qué era lo que tenían que hacer.

—Lo que haremos —respondió, deslizando las palabras a través de sus labios con lentitud—, es escoger una de las dos casas y esperar que Madge esté allí.

Katniss asintió aprobatoriamente. Peeta pareció algo desconcertado al principio, pero a los pocos segundos comprendió que de entre sus escasas y poco favorables opciones, aquella era la mejor. Entonces también asintió.

—Bien —dijo Gale, en una exhalación. Sentir el apoyo de los otros le daba un poco de fuerza—. ¿En cuál de las dos casas es más probable que se encuentre Madge Undersee? —en vez de esperar una respuesta, continuó hablando—. Tenemos esta, en Montecito Heights, al este del río, suficientemente cerca del centro de Los Ángeles para regresar a Madge con su padre si se cumplen los términos del acuerdo. Es un vecindario tranquilo, y la mayoría de los propietarios no habitan las casas, así que muchas casas parecen deshabitadas.

—Podrían haber llevado a Madge allí y luego cerrar todas las puertas y ventanas sin llamar la atención de nadie —precisó Peeta.

—Por otro lado —continuó Gale, como si Peeta no hubiera sido más que un zumbido en sus oídos—, está esta otra casa, en la zona más solitaria de Encino. Crane dijo que esta se trataba de una casa mucho más lujosa que la de Montecino Heights, así que tiene sentido que alojen allí a la hija del alcalde. Queda bastante lejos del centro, y está casi completamente rodeada de vegetación. Es un sitio perfecto para ocultar un cadáver.

Gale decía todo con calculadora frialdad. Peeta y Katniss trataban de seguir el ritmo de sus conjeturas, pero la mente de Gale parecía estar mucho más adelantada que las de ellos, porque cuando les preguntó en qué casa pensaban que se encontraba Madge Undersee, solo pudieron balbucear que no tenían idea de nada.

—Vamos, analicen la situación —les pidió Gale, como si la decisión que estaban a punto de tomar fuese elegir entre rojo o amarillo como color del verano—. Si ustedes fuesen Snow, ¿a cuál casa la hubiesen enviado? Piensen, ¿qué es lo que esperan obtener con este secuestro? ¿De verdad creen que el alcalde se rendiría ante esta amenaza? ¿O creen que para hacerlo trabajar a voluntad deben entregarle el cadáver de su hija primero? —lanzaba pregunta tras pregunta, sin detenerse ni un segundo—. ¿Son esos los únicos posibles desenlaces del secuestro de Madge Undersee? ¿O Snow está tramando algo más allá y esto solo es una treta para despistarnos?

—No. —Súbitamente, Katniss se levantó—. El secuestro de Madge es el plan principal. Lo que pasó con Finnick y… Haymitch, era la treta para despistarnos. Creo… creo que Snow de verdad piensa que el alcalde Undersee va a ceder. Y planeaba acelerar el proceso destruyendo la imagen de los héroes. Por eso quería llevarme a mí. Quería mostrarle al alcalde lo inútil que era apoyar la causa de los héroes contra él, ¿y qué mejor manera que mostrándole el cadáver de Fire Girl?

Katniss se calló, y volvió a su sitio en el sofá. Acababa de comprender algo en lo que hubiera preferido no pensar nunca. Snow la quería muerta. A ella. Probablemente también a Peeta. Pero muy seguramente no a Finnick ni a Haymitch. ¿Eso quería decir que Haymitch había muerto en su lugar? ¿Acaso hacia eso que las cosas fueran menos dolorosas? Un nudo en su garganta amenazaba con romperse en llanto, pero Katniss se controló como pudo y se enfocó en la discusión a su alrededor.

—Lo que quieres decir —decía Gale, lentamente—, es que nunca estuvo en los planes de Snow matar a Madge Undersee.

—Aunque probablemente eso esté a punto de cambiar. Si es que no ha cambiado ya —dijo Peeta.

Gale se quedó pensativo unos segundos, con la vista fija en el mapa. En su mente pasaban a toda velocidad las ventajas que tenía la casa de Montecino Heights comparadas con la de la casa de Encino.

—Montecino Heights —dijo, finalmente, luego de un rato—. Pienso que Madge Undersee tiene que estar allí. ¿Qué piensan ustedes?

Hubo una pausa prolongada, en la que Peeta y Katniss se quedaron observando el mapa, como si las respuestas estuvieran ocultas allí.

—Estoy de acuerdo —dijo Peeta—. Además, ¿recuerdan lo rápido que se dio el secuestro? No pudieron haberla llevado muy lejos sin que la policía se diera cuenta.

Katniss también asintió, aunque su mirada era más bien sombría.

—Como yo lo veo —dijo—, ir a esa casa solo tiene dos posibles soluciones: la primera, Madge Undersee está allí, la rescatamos, la devolvemos a su padre y Snow recibe su buena patada en el culo. La otra posible solución es que Madge Undersee no se encuentre allí, Snow se dé cuenta de nuestros planes, y decida matarla incluso antes de que podamos decir "casa equivocada".

Gale miró el suelo. ¿Y si estaban tomando la decisión equivocada? Estaban metidos en un juego de azar, y no había manera de saber cómo terminaría todo.

—Yo digo que nos arriesguemos de todas formas —fue Peeta quien habló—. Es nuestra mejor oportunidad de rescatarla. Nuestra única oportunidad en realidad. No tenemos los números para dividirnos e ir a ambas casas al mismo tiempo. Lo único que nos queda es escoger una y rezar por lo mejor.

Katniss volvió a pensar en Haymitch. En lo que diría si todavía estuviera allí. Pero, ¿es qué acaso no lo sabía ya? Le diría que confiara en ella misma. Que siguiera las estrategias de Gale. Y que se dejara contagiar por el positivismo de Peeta. No tenía por qué seguir dudando. Ya no tenía sentido preguntarse qué haría Haymitch si estuviera allí. No estaba allí, y nunca volvería a estarlo. Solo debía concentrarse en seguir adelante; continuar con el único objetivo que siempre había estado en su vida: acabar con Snow.

—Entonces está decidido —declaró—. Iremos a Montecito Heights, ¿ya tienes un plan? —le preguntó a Gale.

Él asintió.

—Mamá, los muchachos ya están afuera —dijo Peeta, comenzando a perder los estribos. Había sido idea de Wiress que pasara por su casa para ver a sus padres antes de ir a la misión. Había dicho que lo mejor era seguir aparentando que todo seguía transcurriendo con normalidad, y una rápida visita a casa antes de ir a "hacer un trabajo en casa de Tresh" era lo más normal.

Y Wiress no lo había puesto en palabras, pero también estaba alentando a Peeta a despedirse de sus padres. Solo por si acaso.

—Espero que termines con ese trabajo hoy, Peeta Mellark. Como vuelvas a pasar otra noche fuera de casa… —dijo su madre, con ese tono particular que usan las madres para amenazar sin tener que amenazar realmente.

—Sí, mamá. Mañana estaré aquí despues de la escuela —prometió Peeta, mientras cambiaba el bolso en donde se suponía que tenía su muda de ropa de un hombro a otro. Esperaba ser capaz de cumplir su promesa. O por lo menos seguir viviendo para cumplirla.

—Vale —aceptó su madre, no muy convencida, pero incapaz de interponerse en el camino de su hijo y su educación—. Tu padre ha dicho que este fin de semana podrían salir juntos. Ir hasta Santa Mónica o el valle.

—Me parece una buena idea. Hablaré con él cuando lo vea —aceptó Peeta. Su cabeza en realidad no estaba en el modo "conversación trivial", así que decidió que ya era momento de cortar—. Um, mamá, los muchachos en serio me están esperando afuera.

—De acuerdo, de acuerdo. Aprovecha la noche, hijo. Te quiero.

—Vale, mamá —se detuvo un segundo, con las palabras truncadas en sus labios. "Yo también te quiero". Podía decirlo ahora. Al fin y al cabo, podía ser la última oportunidad que tenía de hacerlo. Pero las palabras simplemente no le salieron. En cambio dijo—: Nos vemos mañana. —Y salió de la casa, cerrando la puerta tras de sí.

Una vez dentro del auto, en el asiento a su lado, Katniss lo vio con una ceja enarcada.

—¿Cómo fue todo?

—Como la seda —respondió Peeta, esquivamente.

Si Katniss tenía algo que decir, se lo guardó para sí misma. Volteó a ver el paisaje en movimiento de la ventana y Peeta hizo lo mismo, cada uno sumido en sus propios pensamientos.

La tarde estaba comenzando a caer cuando el Mercedes negro apareció por entre las calles de Montecito Heights, como una pantera, grácil, discreto, y fuera de lugar, entre niños que paseaban sus bicicletas y adultos que trotaban por la acera, con total despreocupación.

Beetee iba al volante. Luego de completar sus exploraciones y volver a casa con las manos vacías, había aprobado rápidamente el plan que Gale y los demás habían organizado. Al fin y al cabo, no tenían ninguna otra opción. Gale, en el asiento de copiloto, tamborileaba sus dedos con nerviosismo sobre el tablero. Peeta se acomodó en el medio de los dos asientos y le puso una mano sobre el hombro.

—Gale, tranquilo. Todo saldrá bien.

Gale asintió, absorbiendo las palabras en su mente para tratar de creérselas. Si algo salía mal, Madge moría. Si algo salía mal, sería su culpa. Y no estaba preparado para eso.

—Ya casi estamos allí —anunció Beetee, cruzando a la izquierda en una calle un tanto más estrecha que el resto, por donde no pasaba nadie y donde la mayoría de las casas tenían anuncios de "En venta" en el jardín, y las que no, simplemente parecían estar cerradas, esperando que los propietarios decidieran qué hacer con ellas.

Nada en esa apacible calle parecía indicar que allí se estaba llevando a cabo algo importante.

—Tal vez deberíamos haber ido a Encino —dijo Gale, preocupado.

—A mí me parece que es un lugar tan bueno como cualquier otro para ocultar a alguien sin que nadie lo note —señaló Katniss.

—Tienes razón.

—Y ya estamos aquí, así que más vale acabar con todo de una buena vez.

Gale volvió a asentir, en el momento en que Beetee detuvo el auto.

—Según Seneca Crane, esa es la casa —dijo, señalando una casa a unos cien metros, cuyas dimensiones poco tenían de casa, y más de mansión. Al igual que la mayor parte de sus vecinas, todas las puertas y ventanas estaban cerradas, incluida la puerta que daba al garaje, por lo que no se podía dilucidar nada de lo que había adentro, y —con suerte— lo mismo aplicaba en sentido contrario.

—Nosotros nos bajamos aquí —dijo Gale a Beetee—. Vigila la calle, y avísanos si sucede algo.

Peeta, Katniss y Gale se apearon del auto y con suavidad cerraron las puertas, tratando de hacer el menor ruido posible. Beetee arrancó, dejándolos totalmente solos. Sabían lo que tenían que hacer, así que sin decir nada, caminaron por la solitaria calle, pasando de largo casas que podrían albergar varias familias adentro, pero que sin embargo estaban deshabitadas.

Al llegar a la casa indicada, se detuvieron.

—¿Están listos? —preguntó Gale en un susurro. Peeta y Katniss asintieron—. Entonces vamos.

Peeta y Gale se separaron de Katniss y con un trote ligero y silencioso se alejaron hacia el otro extremo de la casa. El plan era el siguiente: si Madge Undersee se encontraba en esa casa, lo más seguro es que la mantuvieran en una pequeña habitación del primer piso, cuya única ventana siempre se encontraba bien tapiada, o eso era lo que les había dicho Crane. Allí es donde irían Peeta y Gale. Mientras tanto, Katniss se encargaría de armar una buena distracción, dirigiendo a todos los hombres que la resguardaban al otro extremo de Madge.

Cuando se hubo quedado sola, Katniss esperó un minuto completo antes de lanzar la primera flecha. La flecha atravesó el aire con un silbido, y solo se detuvo al impactar sobre el cristal de una ventana, acompañada del típico sonido del cristal rompiéndose en miles de esquirlas.

Por otro largo minuto, nada pasó. Pero entonces, de repente, desde una de las ventanas del piso de arriba un hombre comenzó a disparar un rifle hacia donde estaba Katniss, apenas dándole tiempo de tirarse al suelo y ocultarse tras un árbol.

Contra toda lógica, Katniss sonrió. Despues del día que había pasado, volver a sentirse útil y en acción era revitalizante. Con agilidad colocó otra flecha en posición y disparó, casi sin ver su objetivo. Al impactar, la flecha produjo una explosión, y los disparos del rifle pararon. Bien, aquello significaba que a pesar de las apariencias, esa casa no estaba vacía. Pero eso no quería decir necesariamente que Madge Undersee se encontraba allí. ¿Y si no estaba, y con lo que habían hecho solo habían conseguido alertar a Snow de sus intenciones? Katniss trató de calmarse. Ya habían previsto esa posibilidad. Pero imaginársela, y verla materializarse antes sus ojos eran dos cosas muy distintas; y la realidad era mil veces más devastadora.

Gracias a Dios no tuvo mucho más tiempo de pensar en ello. Otra tanda de disparos comenzó, y ya no supo muy bien qué hacer, pues los disparos parecían provenir de varios lugares a la vez. Volvió a disparar una de las flechas explosivas, aprovechando la explosión para cambiar su posición y acercarse un poco más a la casa. Entre todo el humo y la confusión, pudo distinguir a dos hombres que seguían disparando desde dos ventanas distintas, aunque esta vez lo hacían a ciegas, sin saber dónde disparar. En quince segundos ambos hombres habían caído como muñecos de paja al suelo, con una flecha atravesando su corazón.

Katniss volvió a acercarse más a la casa, hasta llegar a la ventana que había roto en primer lugar. Sin pensarlo mucho más, se lanzó adentro. Y allí empezó la verdadera lucha.

Gale escuchó el sonido de un cristal rompiéndose y sintió a Peeta exaltarse a su lado. Con un gesto le indicó que se tranquilizara, y continuaron su recorrido alrededor de la casa, muy pegados al suelo, tratando de averiguar cuál de todas las ventanas por las que pasaban podía ser la de la habitación de Madge. Cuando los disparos empezaron, Peeta se detuvo.

—Katniss —dijo.

—Ella estará bien —lo tranquilizó Gale—. Nosotros tenemos nuestra propia misión. Vamos.

Continuaron caminando agachados hasta que los disparos se detuvieron luego de la primera explosión. Gale también se detuvo y señaló la ventana a su lado.

—Es esta —indicó. La ventana en cuestión, se encontraba totalmente tapiada con gruesas vigas de madera desde adentro, lo que no dejaba ver nada del interior.

—¿Estás seguro que Madge Undersee está ahí? —preguntó Peeta.

—No —respondió Gale. Luego, con un solo movimiento rompió el vidrio de la ventana con la culata de su rifle—. Pero solo hay una manera de averiguarlo. —Se volteó hacia las vigas de madera y comenzó a gritar—. ¡Madge, venimos de parte de tu padre! Voy a disparar a las vigas de madera, así que si estas allí mantente lejos de la ventana.

Casi al mismo tiempo que la segunda tanda de disparos comenzara a disparar a Katniss, Gale cargó su rifle y sin parar descargó todo un cartucho contra la madera. Peeta se acercó a la ventana y con su escudo empujó las debilitadas vigas, que cayeron estruendosamente al otro lado. Gale se aventuró entonces a entrar y se encontró con una habitación totalmente vacía.

—¿No… no está aquí? —Las palabras de Gale apenas fueron más que un susurro. Peeta estaba entrando por la ventana en ese momento.

—¿Cómo dices?

Pero Gale ya estaba saliendo por la puerta.

—¡Debemos inspeccionar el resto de la casa! ¡Con el ataque deben haberla movido a algún otro cuarto!

Peeta no lo pensó dos veces. Salió del cuarto y mientras Gale se dirigía escaleras arriba para revisar la parte alta, él comenzó a recorrer los pasillos del primer piso, abriendo puertas y llamando el nombre de Madge mientras corría a toda velocidad y sentía el corazón latiéndole en los oídos.

Entró entonces a una amplia habitación que tal vez hubiera servido como una acogedora sala-comedor, pero que en esos momentos parecía un campo de batalla. Y allí se detuvo en seco, cuando vio a Katniss acorralada por media docena de hombres.

Peeta no lo pensó. Solo sabía dos cosas. Ellos eran seis, y ella solo era una. Y eso fue todo lo que le bastó para abalanzarse en contra de ellos. Con el escudo golpeó a uno en la cabeza, que se llevó con él al suelo a otro. Katniss aprovechó el momento para comenzar con otros dos, mientras Peeta se encargaba de un tercero. Aunque encargarse era una palabra muy grande para lo que Peeta estaba haciendo, que consistía básicamente en esquivar las balas que le disparaban con su escudo. Sin saber muy bien cómo, llegó junto a Katniss ofreciéndole la protección de su escudo a ella también.

—Cúbreme —le dijo Katniss, mientras colocaba una flecha en el arco y la dejaba ir casi al mismo tiempo. Mientras colocaba otra flecha en el arco, Peeta vio como uno de los hombres que habían caído gracias a Peeta llegaba hasta ellos arrastrándose por el suelo. Peeta le propinó una buena patada justo en la nariz antes de que pudiera coger el tobillo de Katniss—. Gracias —dijo ella a la vez que lanzaba otra flecha.

Peeta sintió entonces como alguien trataba de quitarle el escudo, y vio un par de manos asiéndolo por los bordes. Pero un segundo más tarde ya no estaban. Katniss había sacado el cuchillo de su cinto y lo había clavado sin compasión en la mano que se asomaba a través del escudo.

Peeta hizo todo lo que pudo para ignorar los gritos del hombre que acababa de puñaleado.

Katniss volvió a tensar una flecha sobre su arco y los gritos se callaron. Y toda la habitación estuvo en silencio. Lentamente, atento a cualquier nuevo ataque, Peeta bajó el escudo y él y Katniss pudieron ver el caos que habían causado.

—Uno, dos, tres, cuatro, cinco… —contó Katniss rápidamente—. ¿Dónde está el sexto?

—Seguro ha ido a avisarle a los demás —razonó Peeta—. Debemos salir de aquí cuanto antes.

—¿Dónde está Gale? —preguntó Katniss—. ¿Han encontrado a Madge?

Peeta negó débilmente con la cabeza. En realidad no tenía ni idea de la respuesta a ninguna de esas preguntas. En ese momento el walkie talkie de Katniss comenzó a sonar, y la voz de Beetee se escuchó a través de él, sobreexcitada.

—Acabo de ver a un hombre salir de la casa corriendo. ¿Lo sigo?

—No —respondió Katniss rápidamente—. Ven y sácanos de aquí. —Luego, dirigiéndose a Peeta dijo—: Busquemos a Gale y larguémonos.

En su tono y su rostro había una clara expresión de derrota.

Gale subió las escaleras a toda velocidad. No estaba dispuesto a darse por vencido. Por lo menos no todavía. Y eso era lo que lo hacía moverse a través de pasillos y cuartos llamando el nombre de una chica que bien podía estar muerta a esas alturas.

Además, había algo… no sabía cómo llamarlo, pero era una sensación visceral que le aseguraba que Madge Undersee estaba allí, en alguna parte.

Siguió buscando, mientras escuchaba, como si estuviera sucediendo en otra galaxia, la pelea que se sucedía escaleras abajo. En cambio, arriba, todo estaba silencioso. Instintivamente y sin saber muy bien por qué, comenzó a caminar más cautelosamente. Por alguna extraña razón, se sentía observado, aunque no lograba ver a nadie. Trató de hacer incluso más silencio aun, y fue así como la oyó.

Al principio solo fue un quejido sofocado, seguido de un forcejeo y un chitón. Y todo parecía provenir de la habitación a su derecha. No lo pensó dos veces. Cargó su rifle una vez más y con el peso de su cuerpo empujó la puerta hasta abrirla de par en par.

Lo que vio dentro de la habitación lo detuvo en seco. Madge Undersee, o quien él supuso era Madge Undersee, se encontraba atada de manos y con una bolsa de lona negra sobre la cabeza, ocultándole el rostro. Pero algunos mechones de rizos rubios se escapaban por debajo de la cubierta, lo que no dejaba lugar a dudas.

Gale estaba tan excitado por haber conseguido llegar hasta Madge Undersee, que por un momento no se dio cuenta del hombre que la tenía fuertemente sujeta del brazo y apuntaba una pistola directamente sobre su cabeza.

—Ni un paso más —dijo el hombre, lo que hizo que Gale reparara en él. Tenía el cabello negro y grasiento, y una contextura más bien nervuda, que dejaba traslucir un ligero temblor en la mano que sostenía el arma—. Ni un paso más o la mato. Le vuelo los sesos, pum. Y adiós.

El ligero temblor, las palabras que se superponían unas con otras hasta casi ser ininteligibles, agregados a los ojos vidriosos y desenfocados le dieron a Gale suficientes razones para pensar que el hombre se encontraba bajo el efecto de algún narcótico, lo que lo hacía mucho más impredecible y peligroso.

—Tira el arma. ¡Tira el arma!

—Vale, hombre —dijo Gale lentamente, mientras hacia lo que le pedía y luego ponía las manos sobre su cabeza—. Ya está, ¿ves? Ahora, ¿por qué no haces tú lo mismo?

Como si fuera muy gracioso, el hombre comenzó a reír histéricamente, mientras presionaba más la punta del revolver sobre la cabeza de Madge. Esto provocó que la chica profiriera un quejido.

—¿Acaso no te dije que hicieras silencio? ¡Cállate! ¡Cállate!

El dedo del hombre estaba peligrosamente cerca del gatillo como para que Gale intentara nada. Un solo movimiento en falso y Madge Undersee estaba muerta. Lo que le hacía pensar que tal vez nunca había estado en los planes de Snow mantenerla con vida, o de ninguna otra forma la hubiera dejado al cuidado de un drogadicto.

Gale sentía que tenía una espada colgando sobre su cabeza. No podía acercarse, ni moverse, pero tampoco podía dejar que aquel hombre matara a Madge frente a sus ojos. La pregunta era, ¿cómo hacerlo?

Como si hubiera estado pidiendo una iluminación divina, esta se apareció ante sí, aunque en la forma de un tic nervioso. El hombre, notó, se frotaba las pantorrillas con los pies casi con desesperación, como si tuviera algo subiéndole a través de la pierna. Pero no tenía nada, o por lo menos nada que Gale pudiera ver.

—Oye, ¿no sería mejor que te rascaras con las manos? Parece que tienes algo en la pierna —propuso, tanteando el terreno.

—No es nada —respondió el hombre, obligándose a sí mismo a parar de rascarse con el pie, pero volviéndolo a hacer inevitablemente a los pocos segundos.

—Parece que es algo grave, eso ahí. Vamos, amigo. Ráscate como se debe. Solo serán dos segundos. Y yo no me moveré de aquí. Te lo prometo.

Gale vio la determinación inicial del hombre flaquear. Las ganas de rascarse de verdad debían ser monumentales.

—¿Lo prometes? —preguntó.

—Te lo prometo —le aseguró Gale, tratando de sonar lo más calmado posible—. Es más, voy a darme la vuelta mientras lo haces, ¿de acuerdo?

Eso pareció terminar de convencer al hombre.

—Muy bien. Date la vuelta.

Gale lo hizo, y disimuladamente sacó uno de sus cuchillos del cinto. Escuchó un suspiro de alivio proveniente del hombre al comenzar a rascarse, seguido del típico sonido de uñas frotando ropa enérgicamente. Respiró una última vez, y antes de que pudiera pensarlo mejor, se dio la vuelta y lanzó el cuchillo.

—Madge, ¡corre! —le gritó, mientras todo a su alrededor parecía pasar muy lento y muy rápido al mismo tiempo.

El cuchillo dio vueltas en el aire hasta clavarse en el brazo del hombre que había estado sosteniendo el arma, haciéndolo disparar antes de soltarla, todo mientras Madge seguía las únicas instrucciones que parecían vitales y corría a acuclillarse en el rincón más alejado del cuarto.

El hombre profirió un grito de dolor. Gale se agachó, tomó su rifle y le disparó, directo al pecho. El hombre cayó al suelo desplomado.

Luego siguió el silencio. El corazón de Gale corría desbocado, como nunca antes, y gotas de sudor bajaban por su sien. Lentamente, en silencio, se acercó el hombre y cogió su cuchillo. Lo limpió y se lo volvió a guardar en el cinto antes de voltear para buscar a Madge.

La chica estaba tirada en el suelo, temblando de pies a cabeza. Incluso con la cara oculta tras la bolsa, Gale pudo notar que estaba echa un manojo de nervios. Se acuclilló junto a ella y con cuidado le quitó la bolsa y cortó las ataduras.

—Madge. Oye, Madge. —le dijo, en el tono más conciliador que pudo—. Ya todo ha pasado. Estas a salvo.

Madge ni siquiera podía abrir los ojos, y las lágrimas corrían a través de sus mejillas como torrentes.

—Abre los ojos. Mira. Yo estoy aquí para llevarte de vuelta con tu padre.

Madge abrió los ojos, lo suficiente para ver a Gale y luego comenzar a negar fervientemente con la cabeza, una y otra vez, mientras se arrimaba más hacia la pared, rehuyendo la cercanía con el chico. En ese momento el walkie talkie de Gale se activó.

—Acabo de ver a un hombre salir de la casa corriendo. ¿Lo sigo? —preguntó Beetee.

—No —le respondió Katniss—. Ven y sácanos de aquí.

—Vale, Madge. Debemos irnos —la urgió Gale—. Ese hombre que escapó no tardará en pedir refuerzos.

Pero Madge parecía no escucharlo. Santo cielo. Ya habían comprobado más de una vez que cambiar la opinión de las personas era el don de Peeta, no el suyo. Prefería volver a enfrentarse al drogadicto que hacer esto.

—Madge, mírame, por favor. Solo mírame un momento. —Madge lo hizo, pero había algo en su mirada que la hacía parecer un cervatillo aterrorizado, como si estuviera esperando el momento en que Gale se le abalanzara encima y le arrancara el corazón. Gale comprendió que su aspecto tampoco debía ser el más tranquilizante del mundo: iba armado hasta los dientes, y llevaba el rostro cubierto por una máscara. Eso sumado al hecho de que acababa de asesinar a un hombre a sangre fría no lo favorecía específicamente—. No te hare daño, ¿vale? Solo estoy aquí para protegerte. —Ante la falta de reacción de la chica, decidió probar algo. Con una mano se quitó la máscara y la puso sobre el regazo de la chica, descubriendo por completo su rostro—. ¿Ves esta mascara? Es lo único que me hace diferente de ti. Sin ella solo soy un chico más. Mi nombre es Gale y he venido aquí porque tu padre nos pidió a mí y a mis amigos que te rescatáramos antes de que fuera muy tarde. Tal vez hayas visto a mis amigos en televisión o las noticias. ¿Protector y Fire Girl? Pues ellos también son solo Peeta y Katniss cuando no llevan sus máscaras y están allá abajo, esperando por nosotros. Y entiendo que tengas miedo, pero es justo este momento en el que necesitas dejar de ser solo una chica, ponerte una máscara y ser todo lo valiente que puedes ser. ¿Puedo contar en que lo harás?

Aquellas eran tal vez las palabras más sinceras que Gale había pronunciado en años, y esperaba que un poco de sinceridad lograra ganarse la confianza de Madge. Pasaron unos segundos, pero finalmente Madge Undersee asintió brevemente con la cabeza.

—Muy bien. Ahora, límpiate esas lágrimas y vámonos de aquí —dijo Gale, ayudándola a levantarse y guiándola hacia la salida.

Madge lo siguió lo más rápido que pudo, presionando la máscara fuertemente contra su pecho.

Katniss y Peeta se encontraron frente a frente con Gale en el medio de las escaleras.

—¿Dónde te habías metido? Debemos irnos ahora mismo —lo reprendió Katniss apenas lo vio.

Gale no hizo caso de la regañina y en cambio se hizo a un lado, para dejar que Katniss y Peeta vieran quien se encontraba tras él.

Los ojos de ambos se abrieron de par en par al reconocer a Madge Undersee parada frente a ellos, aferrada a la mano de Gale y con su máscara pegada al pecho.

—Lo… ¿lo logramos? —Peeta estaba atónito.

—Así parece. Luego habrá tiempo de sorprendernos. Hay que salir de aquí —dijo Gale, y todos juntos salieron corriendo hacia el exterior, donde Beetee los esperaba con el Mercedes negro encendido.

—¡Esperen! —gritó Katniss en último momento, antes de montarse en el auto—. Aún queda algo que hacer.

Con agilidad sacó una de las flechas de su carcaj y la colocó diestramente en su arco. La flecha salió volando y al impactar contra la casa, comenzó un gran incendio. Katniss no se quedó a ver como la casa se caía a pedazos por el fuego. Se montó en el Mercedes y Beetee los alejó de allí a toda velocidad.


Espero de todo corazón que les haya gustado este capítulo, y ya ven como he cumplido en traérselos esta misma semana :)

Despues de la tensión que se había estado acumulando en los últimos capítulos, es bueno sentir que algo sale bien. Y aunque ha sido un capitulo cargado de mucha acción, en los que vienen veremos realmente cómo será la vida del equipo post-Haymitch.

Otra cosa que muchas habían pedido, era algo de MadgexGale. Hice lo mejor que pude dada la situación, aunque tal vez podamos ver un poco más de estos dos en un futuro ;)

Ahora, sin más qué decir, a contestar reviews!:

gpe77: ¡Hola! Sí, bueno, lo de Haymitch tenía que ocurrir, como tú misma has dicho, alguien tenía que morir. Claro que es triste, pero así es la vida, un poco injusta a veces. Katniss se repondrá, tal vez no hoy ni mañana, pero lo hará, y para eso también necesita espacio. Muchas gracias por tu comentario :D me alegra que en general te haya gustado el capi ;) un beso

X: jajajaja, hola! Por favor no me mates! Sí, lo sé :( es muy triste lo de Haymitch, incluso para mi escribirlo fue fuerte, pero era algo necesario para la historia :( lo sientooo. Bueno, aquí esta el primer capi post-Haymitch, aunque aun falta mucho para superar esa muerte. Espero que te guste y muchas gracias por tu review! Besitos.

Sai: Me alegra que te haya gustado el cap :) y es normal que lo de Haymitch no, fue algo bastante triste y muy duro para todos, pero en el lado positivo, todos los demás siguen bien (incluido Finnick). Gracias por tu comment, espero que te guste este cap. Besos!

dazulu: ¡Hola! ¡Y bienvenido! Me alegra mucho que te hayas animado a seguir esta historia y que te guste. Es un placer para mi compartirla con ustedes :) bueno, aquí esta el capi. Espero que lo disfrutes! Besos!

Elizabeth Corvinus: Hola! Pues sí, fue un capi triste pero me alegra que a pesar de todo te haya gustado. Gracias por tu review! Besos!

Mariauxi.