Disclaimer: Los personajes de la serie de Inuyasha solo le pertenecen a la honorable Rumiko Takahashi, a quien agradezco por haber creado tan magnífico anime. La historia por el contrario me pertenece a mí.
Propuesta de Matrimonio.
Capítulo 1: "¿Aceptas?"
Corrió cada vez más fuerte; la brisa le agitó el cabello húmedo por las lágrimas, el largo y esponjoso vestido ya se encontraba rasgado por todo el borde gracias a las piedras que la atacaban por llevar un paso tan desesperado, aquél elegante y bonito peinado que había lucido tan sólo unas horas atrás, se convirtió en una melena enmarañada y debido a la carrera perdió uno de sus carísimos tacones. Ella, una novia que momentos antes pudo ser la envidia de muchas mujeres ahora era todo un desastre.
Cayó de bruces sobre el duro suelo y sintió estremecer todo su cuerpo por el golpe, las lágrimas impedían su visión y la falta de fuerzas en sus articulaciones inutilizaban el movimiento. Desesperada volvió a ponerse de pie y renegó con las pocas fuerzas que aún le quedaban. Las cosas casi nunca salían bien, su vida era manipulada por su tutora y cuando creía que al fin podría hacer algo sin la intervención de aquella mujer, acababa mal; pero en esta ocasión se había rendido. Conocer a aquel hombre había sido una luz en su lúgubre existencia, imaginó que al menos uno de sus sueños se haría realidad.
Pero, después de todo, qué hombre estaría dispuesto a casarse con una mujer que solo había visto un par de veces, ni siquiera mantenían una relación normal. Y, sin embargo, estar comprometidos había sido suficiente para la ingenua muchacha que era.
Musitó su nombre con rencor y enojada reinició su trayecto. Sus ojos vislumbraron un acantilado a unos pocos metros y una sonrisa irónica se formó en sus labios, parecía que todo estaba a favor de que desapareciera y sin si quiera dudarlo un poco, corrió; en su mente acarició la imagen de aquél a quien había amado, del hombre que la traicionó, del ser que la cambio por una simple estudiante, de su sueño hecho cenizas.
Y se impulsó para caer.
El brusco agarre la hizo despertar del trance, un par de brazos presionaron alrededor de su cintura y la hicieron chocar contra la dura superficie de un cuerpo. Ella no fue consciente de nada hasta que los sorprendentes ojos dorados inspeccionaban con insistencia su perturbado rostro.
— ¡Maldita seas Mujer! ¡¿Acaso estás loca?!— el grito la desestabilizó. Las manos ásperas de un joven mantenían apresadas sus mejillas —Lanzarte de esa manera.
Ella se impresionó más por el tono que empleaba que por la situación, él le hablaba como si reprendiera a una niña pequeña. Nadie a excepción de su tutora, usaba un tono así en su contra, la mayoría de las personas temían que ella pudiera tomar represalias.
— ¿Qué es lo que dices?— preguntó confundida, la consciencia volviendo poco a poco —Espera, antes que eso, ¿me has llamado loca?— recuperando la compostura, se alejó del tacto cálido y alzó su mentón de forma altanera —No tienes el derecho a llamarme así y mucho menos tú, un simple hombre de clase baja, ¿acaso no sabes quién soy?— sus ojos recorrieron con desdén la apariencia del sujeto, un desagradable olor a pescado lo envolvía. Él era un simple pescador. —Mi nombre es Kagome, Kagome Higurashi— aclaró colocando una mano sobre su pecho —Así que cuida tu vocabulario tan vulgar.
Él le devolvió el ceño fruncido, aún más enojado que antes, la mujer desagradecida rompió cualquier tolerancia que podría haber sentido. Corrió todo el trayecto de la playa hasta ese lugar cuando su mejor amigo señaló con la boca abierta la figura de ella a unos metros del acantilado. Todos sus camaradas, incluyéndolo, se quedaron mudos de la sorpresa, pero nadie se atrevió a ser el héroe. Arriesgarse a caer por una desquiciada chica no estaba incluido en los planes de ninguno. Desafortunadamente, Inuyasha era tan estúpido como para intentarlo.
Su respiración comenzó a reducirse hasta un nivel normal, dando paso al enojo y la irritación; por un instante se arrepintió de salvar a alguien que no valía la pena. Quizá, si la mujer aún estuviera dispuesta a caer, con gusto le daría un empujón.
—No me interesa tu nombre y la importancia que se supone tiene, pero deberías dar las gracias cuando alguien te salva la vida— murmuró con los dientes apretados.
—Pero yo no te pedí que me salvaras, ha sido decisión tuya el hacerlo.
—Bien, tienes razón— con la postura rígida se acercó hasta a ella y la levantó en vilo, ella gritó cuando se percató que la llevaba hacia la orilla —Podemos arreglar este asunto, después de todo no quiero ser un obstáculo para que lleves acabo tu suicidio— esbozó una sonrisa maliciosa, los delgados dedos se cerraron sobre su ropa.
— ¡Para! ¡¿Qué estás haciendo?!— Kagome se aferró a la camisa de él y enterró su rostro en el pecho masculino.
— ¿Qué sucede? No querías lanzarte y morir como la trágica novia dejada en el altar— se burló —Si ese no es el caso, entonces eres una especie de amante a los deportes extremos— se impulsó con un pie y dio un salto haciendo chillar a la joven, dio algunas vueltas mientras recibía palabras desesperadas.
— ¡Basta por favor!— sollozó presa del pánico, y entonces todo se calmó, el sonido de las olas chocando contra las piedras fue lo único que escuchaba en conjunto con la pesada respiración de quien la sostenía firmemente. Kagome se mantuvo temblorosa, esperando lo peor, su salvador era demasiado fuerte como para cargarla con tanta facilidad y no dudaba de que la soltaría con la misma agilidad con la que la sostenía en brazos. Alzó su mirada asustada para indagar en el rostro masculino, con miedo a que en cualquier momento fuera lanzada hacia el mar.
-El mar- Susurró su mente.
Otro grito salió de su garganta cuando él la soltó y golpeó contra el suelo. Un poco confundida miró a su alrededor y se topó con el hombre que la había salvado.
—Es una lástima que no sea una buena persona para ayudarte a morir— suspiró con pesar —además, aquí la vida es un tesoro, no importa si es muy dura para vivirla.
Las palabras de él se hicieron camino hasta su consciencia. Desvió su atención del hombre y se quedó muda por la imagen. Un extenso y precioso azul brillaba con la luz del día, cubriendo desde el final de la costa hasta perderse en la lejanía, como si continuara para unirse con el color más claro del cielo. Todo lo demás, las partes que formaban la península presumían del verde más espectacular que ella haya visto, la naturaleza luciendo en su máximo esplendor.
—La vida es un hermoso tesoro— repitió, la brisa fresca alborotó su cabello.
—No me malinterpretes— interrumpió, mostrando una expresión de aburrimiento —verás, si caes al mar y te ahogas, contaminarás las aguas. Entonces la pesca se volvería escasa, el trabajo se acabaría y nosotros moriríamos de hambre.
Kagome le dirigió una mirada llena de indignación.
—¿Cómo te atreves? Quizá un sacrificio como el mío haría todo lo contrario.
—Lo dudo, una novia dejada en el altar lleva tristeza en su corazón— se burló observando su vestido.
—No soy una novia abandonada— exclamó ofendida.
— ¿Entonces?— se hincó frente a la mujer —¿Eres la actriz de un drama romántico y desesperaste al último momento?— acarició el encaje roto de su vestido —¿O tomaste tan en serio el papel que ahora quieres morir como la trágica novia?— arqueó una ceja al finalizar.
—No es nada de eso— explicó con dolor —Fui yo la que lo dejó en el altar— sus labios temblaron, todos los sucesos pasados rasgando la poca fuerza que aún le quedaba, el primer sollozo se hizo presente, desencadenando muchos más hasta un llanto doloroso — ¡Ojalá todo esto solo fuera un maldito drama romántico!
Inuyasha se quedó paralizado. Podía tratar con cualquier cosa incluyendo una tormenta, pero menos con una mujer llorando; descendía de una familia de hombres que eran unos completos idiotas cuando se trataba de las lágrimas femeninas.
—Oye, tranquila— trató de consolar —solo estaba bromeando— su mente ideando con desesperación. La rodeó con los brazos esperando que se calmara, pero la mujer lo empujó y luego comenzó a golpearlo con los puños.
—Tú tienes la culpa de todo— sollozó —Prometiste qué harías todo lo que yo pidiera, cualquier cosa. Tú me ofreciste palabras de amor y yo te creí— otro lamentó surgió de sus labios —Se suponía que yo era el amor de tu vida y no aquella escuálida mocosa.
— ¡Cálmate!— le aferró las manos —Haré lo que pidas, pero tienes que dejar de llorar, regresa a ser la insoportable mujer de hace un momento.
Kagome gimoteó, el dolor incrementó en su pecho casi ahogándola; unos minutos después fue consciente de lo que sucedía. Este hombre no era culpable, él solo le había salvado la vida en un momento de locura; él quien debería recibir un agradecimiento o una recompensa, estaba soportando sus delirios. Sintiéndose completamente ridícula, se mantuvo quieta.
— ¿Harás cualquier cosa?— preguntó desconsolada y recibiendo una afirmación inmediata. Sonrió a pesar del dolor, toda la situación siendo un circo —Entonces cásate conmigo— pidió, sacando un anillo de entre sus ropas y poniéndolo frente a la mirada dorada.
Inuyasha se puso de pie algo perturbado por las palabras de la chica.
— ¿Casarme contigo?— en su mente la idea de que aquella joven estaba totalmente loca cobró fuerza.
— ¿No quieres?— murmuró, sus ojos brillando con nuevas lágrimas.
— ¡Claro que sí!— profirió tenso. Preocupado de que iniciara con su llanto —Casémonos— sus labios le ofrecieron una enorme y falsa sonrisa. Más tarde hallaría la forma de hacerla reaccionar.
La joven sonrió un poco feliz. De entre todas las personas, al menos este sujeto estaba dispuesto a aceptar semejante disparate. Un poco más animada se irguió y tomó la fuerte mano del joven, deslizó el anillo metálico por su dedo anular; sorprendida de lo bien que encajaba el aro en el dedo masculino. Kagome traía puesto el suyo desde su huida, por lo que no había necesidad de que su salvador hiciera lo mismo. Se secó las lágrimas, en su interior se burlaba de ella misma. A esto había llegado por despecho, a fingir una boda en el mar e imaginar que este hombre la amaba.
— ¿Cuál es tu nombre?— preguntó acariciando la palma de su mano y sin percatarse de la expresión que mostraba el desafortunado hombre.
—Inuyasha— murmuró él —Solo Inuyasha— concluyó observando las delicadas facciones de la muchacha. En otro momento y otras circunstancias, tal vez se hubiera visto atraído por esa belleza que descolocaba los sentidos; sin embargo, en una situación como esta, solo se preguntaba la razón por la que no ignoró a la suicida cuando pudo.
—Entonces Inuyasha, ¿aceptas a Higurashi Kagome como tu esposa, para amarla y respetarla en los momentos difíciles y en la fortuna?
Inuyasha arqueó una ceja. -¿Con esto se refería a casarse?- pensó antes de pronunciar un simple "si, acepto". No es como si tuviera validez el casarse sin un juez y sin testigos, mucho menos si se trataba de una persona con problemas mentales; por lo que seguirle la corriente no le haría ningún daño.
—Y tú, Higurashi Kagome— continuó para ella misma — ¿aceptas a Inuyasha como tu esposo, para amarlo y respetarlo en los momentos difíciles y en la fortuna?— se mantuvo un leve instante en silencio, pensando que si solo fuera una simple y ordinaria chica, todo hubiera sido más fácil que ser una rica heredera de una poderosa familia. Ella musitó un débil "Si, acepto" antes de enfocar sus enormes ojos cafés en la mística mirada dorada. —Puedes besar a la novia— le dijo a Inuyasha sin ninguna expresión que revelara alegría.
Inuyasha no se movió, creyó que si esta era una broma por parte de sus amigos más tarde se encargaría de usar su arpón en ellos.
Los pensamientos de venganza fueron interrumpidos cuando los delgados brazos de la chica se enredaron tras su cuello y lo jalaron hacia ella, sus labios se vieron atrapados por los femeninos en un suave y delicado beso que lo sorprendió. Ella intensificó el beso y enredó sus dedos en su cabello, un estremecimiento corrió por su espalda, el impulso de apretarla contra su cuerpo fue inevitable. Luego el beso se terminó, su mente tratando de aclararse.
—Felicidades— musitó Kagome —Ahora eres Higurashi Inuyasha, bienvenido a mi familia querido esposo— sonrió, dio un par de pasos y luego con una reverencia agradeció al hombre. —Estoy en deuda contigo por cumplir mi sueño.
Se giró con la intención de irse.
— ¡Espera!— la alcanzó, aferrando el delgado brazo — ¿Qué se supone que fue aquello?
Kagome hizo una leve inclinación en señal de disculpa por todo lo ocurrido hace unos minutos.
—Gracias por salvarme— agregó —conserva el anillo como recompensa— luego volvió a darle la espalda.
Inuyasha desvió su atención de la mujer que se alejaba, sus ojos ahora sobre el anillo que envolvía su dedo. La gruesa argolla le estorbaba, deslizándolo con cuidado, lo sacó y comenzó a detallarlo con más calma; dentro del aro, grabado en fina caligrafía, se alcanzaba a apreciar el nombre de la suicida.
–Kagome— leyó en voz baja. Un nombre para nada común. —Me pregunto ¿cuánto me darán por esto si lo ofrezco en el muelle? Espero que lo suficiente para comprar la cena de esta noche.
Alzándose de hombros, guardó la joya dentro de uno de sus bolsillos y caminó de vuelta hacia la playa.
Aquella enloquecida joven había salido de su vida tan rápido y sin más problemas, pero, aunque agradecía el no volver a verla nunca más, en su corazón había dejado un gran desastre.
…
Kagome caminó tambaleándose por el odioso suelo lleno de piedras, un pie le ardía a causa del zapato y el otro a falta de este; tenía heridas en las piernas y parte de los brazos, sus codos manchados con sangre seca. Además, estaba totalmente perdida, no sabía la dirección por donde vino o cuál camino era el correcto para regresar.
Maldijo a todos con los dientes apretados.
¿Cómo se le había ocurrido realizar una boda en ese lugar? Oh si, ahora lo recordaba.
Su tutora, aquella malvada bruja sugirió que una boda en medio de la naturaleza, con un altar al estilo 'cuento de hadas' sería perfecto. Convencer a Kagome de que las bodas lujosas ya no estaban de moda fue demasiado fácil, ella solo se limitó a firmar los permisos para cada detalle de su 'día especial', incluyendo el vestido que llevaba. Todo fue pagado por el dinero de su familia, pero organizado por la cruel de Urasue Higurashi.
La ambiciosa mujer que procuró casarse con alguien de estatus social alto y gran estabilidad económica; fijando su atención en un miembro de la familia Higurashi. Cuando su tío falleció, dejó toda su herencia a su esposa, en ese entonces Urasue parecía una mujer amable, no fue un obstáculo para ella ganarse la confianza de toda la familia; pero al morir los padres de Kagome y quedar bajo la custodia de un extraño, tanto ella como su hermana mayor conocieron al verdadero demonio que se ocultaba debajo de ese disfraz.
Luego su hermana se casó. Todos esos sueños del 'verdadero amor' murieron aquel día, cuando un hombre de aspecto misterioso colocó un anillo en el dedo de la Higurashi mayor. Urasue consiguió el arreglo matrimonial perfecto, algo que beneficiara a ambas familias y potenciara los negocios. Dos años después, Kagome vio como el brillo en los hermosos ojos de su hermana desaparecía poco a poco, toda alegría extinguiéndose. Así que tomó la determinación de jamás permitir que su tía le hiciera lo mismo a ella.
A Kagome no le importó el dinero o cualquier otra ventaja que pudiera obtener de un matrimonio; ella era una chica rebelde y orgullosa, claro, hasta que él apareció. Sesshomaru cambió su perspectiva, porque el amor inundó su cabeza y la hizo actuar como una tonta, cada palabra y orden de su tía era obedecida con el único fin de agradar a su amado.
Se detuvo mirando la tierra bajo sus pies y sintiéndose peor. Tanto tiempo espero por el día especial, se comportó como una mujer digna de ser la esposa de Sesshomaru y trató de impresionarlo, todo para que al final se presentara antes de la ceremonia cogido de la mano con esa muchacha.
—Mentiroso— musitó dejando caer sus lágrimas, era consciente de las veces que había llorado en ese momento. Su nariz de seguro estaba roja al igual que sus ojos, sumado a su aspecto desaliñado, dejaba mucho que pensar. Todos debieron sorprenderse cuando ella huyó sin detenerse a mirar atrás, quizá creyendo que buscaría refugio en la pequeña posada que alquilaron para los invitados, o que regresaría a Tokio de alguna manera. Como si Kagome fuera tan astuta. En medio de su dolor y autocompasión, corrió sin pensar en nada más que escapar.
Por si fuera poco, Kagome no conocía el lugar al cual vino para celebrar su boda, no tenía efectivo o su móvil para pedir ayuda, mucho menos sentido de la orientación. Lejos de lo que ella consideraba la civilización, estaba totalmente perdida.
El ruido inconfundible de personas y sonidos entremezclados, la hicieron alzar el rostro.
El camino de tierra donde estaba parada descendía en una ligera pendiente hasta un pequeño pueblo, la primera impresión pasó a segundo plano a pesar de la frágil estructura de las casas y se concentró en los habitantes; su paso descuidado y ladeado solo atrajo cada mirada sobre sí misma. Aunque, tampoco esperaba que una mujer usando un desgarrado vestido de novia pasara desapercibida. Kagome suspiró incómoda, avanzando entre el espacio que le abría la gente, la cabeza gacha y los hombros caídos. El aroma inconfundible de la comida hizo gruñir su estómago, recordándole la falta de alimento desde la mañana. Con esa decisión en mente, cambió su rumbo en dirección a una pequeña casa de té; abrió la cortina que separaba el exterior del interior y dio un par de vacilantes pasos. Dentro del local, solo había una pareja de ancianos, su mirada extrañada por su aspecto no se hizo esperar; sin embargo, Kagome los ignoró como alguien que presume de un linaje puro.
—Disculpe— llamó al dueño. De espaldas a ella, una anciana en cuclillas le respondió mientras se encargaba de encender el fuego.
—Un momento— pidió la mujer, sin desviar su mirada de lo que hacía. Las arrugadas manos continuaban abanicando con fuerza. Exclamó un grito de entusiasmo cuando logró prender la brasa. —¿Qué desea?— preguntó antes de levantar la vista y sorprenderse por el estado de la muchacha — ¿Pero que le ha pasado?
Kagome esbozó una sonrisa débil para restarle importancia a su aspecto. —No es nada por lo que deba preocuparse, solo me preguntaba…— se interrumpió pensando sus palabras. Necesitaba llamar a su familia, pero ¿para qué? ¿No había sido su propia tía quien la había ofrecido a un hombre rico con el fin de obtener más dinero? Y aunque deseara poder comunicarse con su hermana, esta se encontraba bajo el control de Urasue y cualquier pista de su paradero llegaría a la vieja bruja. Kagome no deseaba regresar a casa solo para tener que salir con el nuevo pretendiente escogido por su tía, no permitiría que se volviera a entrometer en su vida.
— ¿Qué deseas querida?— indagó la anciana sin comprender el silencio de la chica.
—Solo me gustaría algo de comida— murmuró más tranquila —También, si pudiera decirme de algún establecimiento donde pueda alojarme, le estaría agradecida.
La dueña arrugó la frente, sus ojos atentos evaluaron a la joven; una chica de cabello negro y tez clara; había un sentimiento de dolor que no se alejaba de aquella mirada caoba.
— Hay suficiente comida, pero ¿tienes cómo pagarla?
Kagome se sonrojó y retorció sus manos con nerviosismo.
—Lo siento— bajó la cabeza —Me temo que no tengo dinero.
— ¿Qué clase de chica pretende fugarse sin plata? — la regordeta y anciana mujer se cruzó de brazos —supongo que darte algo de comida no me hará daño, pero aquí nadie querrá hospedarte sin dinero— su mirada aguda en el desgastado vestido.
Kagome asintió. Hasta ese instante, no se había percatado de lo dependiente que era del fideicomiso que sus padres dejaron.
—Muchas gracias— suspiró cansada.
—No te preocupes, por qué no tomas asiento mientras te preparo algo.
La joven aceptó agradeciendo una vez más.
Cinco minutos después, la mujer regresó con diferentes platos de comida, todos cuidadosamente colocados sobre la mesa frente a Kagome.
—¿Cuál es tu nombre?
—Kagome Higurashi— contestó después de un bocado, en ningún momento consideró que daba demasiada información.
—Mucho gusto Kagome. Yo soy Kaede— sonrió sin sorprenderse por el apellido de la chica.
Ella regresó el gesto.
—Has pasado por mucho— Kaede le dio una mirada comprensiva —Tal vez pueda ayudarte con tu hospedaje.
Kagome dejó de masticar la comida y puso toda su atención en su salvadora.
—¿Usted lo haría?
Los ojos llenos de experiencia de Kaede se posaron en su cuello, ahí donde un collar de finos detalles descansaba. Entonces Kagome creyó comprender la situación. Sus dedos se elevaron hasta su nuca y desabrochó la valiosa joya, un collar de oro blanco con incrustaciones de diamantes, una pieza sencilla pero elegante. Luego la extendió en dirección a la mujer. —Espero que sea suficiente por el alojamiento.
Los ojos sorprendidos de la anciana se arrugaron en un gesto de diversión, negando cerró el puño de Kagome alrededor de la joya y lo devolvió.
—Eres hija de una gran familia, ¿no es así?— sus expresivos gestos confundieron a la chica —ya encontrarás la forma de pagarme, termina tu comida y luego te llevaré al lugar donde podrás quedarte— miró de nueva cuenta el horrible vestido -antes una belleza- y exhaló un suspiro —también te conseguiré algo de ropa, tú solo relájate— guiñándole un ojo le dio la espalda.
— ¿Kaede?— llamó y esbozó una sonrisa —En verdad se lo agradezco.
—No te preocupes querida, ahora estás a salvo— sonrió otra vez —Bienvenida a Okunoto, Kagome.
…
Inuyasha lanzó al viento el anillo y lo capturó de nuevo antes de que este cayera a la arena para perderse, unas cuantas veces antes había estado repitiendo el proceso debido a su absurda situación. Sentado en la arena, mientras observaba como las olas crecían y el viento comenzaba a cambiar, desestimó las pocas opciones que ya no funcionarían. En menos de dos semanas, el cielo se oscurecería y las olas arrasarían con cualquier barco pesquero que se atreviera a permanecer lejos de los muelles. Si la pesca ya comenzaba a ser escasa, los siguientes días todos estarían peleando por cumplir la cuota de venta si uno deseaba pasar en calma esos días tempestuosos.
El sonido de pasos a su espalda interrumpió cualquier lúgubre pensamiento, giró su rostro y se encontró con Miroku, la única persona al cual podía llamar amigo.
—El clima está empeorando, pronto será casi imposible salir a pescar— comentó como si leyera su mente, la mirada azul perdida en el reflejo del agua — ¿Tienes idea de lo qué harás?— sacudió su pie de la arena que había quedado impregnada en su piel.
Inuyasha negó.
—Apenas logré atrapar algo en la mañana, suficiente para la cena— un suspiro se escapó de entre sus labios —necesitaré esforzarme antes de la tormenta si quiero alcanzar a cubrir una cuota, de lo contrario, tendré que hacer trabajos en el campo para obtener dinero. No pensé que la tormenta nos alcanzaría tan pronto. Además, Kaede estará presionando para que pague el alquiler de este mes.
Miroku le dirigió una mirada comprensiva. —Supongo que es ahora cuando debo sentirme agradecido por vivir con Mushin, es un anciano ebrio y maloliente, pero al menos tengo un lugar al cual llamar hogar.
Inuyasha se encogió de hombros.
—Ese sacerdote solo te enseñó sus mañas.
Su amigo sonrió.
—Solo se vive una vez— el cabello negro se agitó por el viento —quizá si te presento a esa bonita joven que me atendió hace dos noches en la taberna del pueblo.
—No estoy interesado— interrumpió el ojidorado. Se irguió y sacudió sus ropas, el sonido del metal fue amortiguado por la arena, pero a pesar de ello, el brillo dorado atrajo la mirada aguda de su amigo.
Miroku no ocultó su sorpresa cuando levantó el pequeño aro dorado, sus profundos ojos azules inspeccionaron los bordes del elegante anillo, dado el material y acabado de la joya, él dedujo que su costo estaba más allá de cualquier cantidad de dinero que pudiese imaginar. Por un instante, vio lo feliz que sería Mushin con todo el licor que obtendría al vender la argolla, solo que sus planes fueron interrumpidos cuando Inuyasha le arrebató el preciado tesoro.
—No lo toques, da mala suerte.
El ojiazul arqueó una ceja.
—¿Estás bromeando? Esa joya podría salvarte de muchos problemas, ni siquiera necesitarías cumplir con la cuota de pesca. ¿Cómo obtuviste una cosa así?
Inuyasha suspiró, no deseando dar más explicaciones.
—No es importante, olvídalo.
—¿Perteneció a tu madre?— indagó, la curiosidad sacando lo peor de él. Su amigo negó incómodo. —No creeré la historia de que la has encontrado en el mar, nadie por esta zona podría comprar algo así y ser tan descuidado como para perderlo.
—Dije que lo olvides.
— ¿Es algo referido a la extraña chica de esta mañana?— la espalda de Inuyasha se tensó.
—Es solo una baratija— contestó —Ya te dije que no es importante.
Miroku asintió con una sonrisa ante la mirada llena de molestia, luego lo observó irse con tranquilidad. Los pensamientos de Inuyasha eran un desastre, quizá el encuentro con aquella joven había refrescado su pasado, un pasado que nadie en esa región olvidaría con facilidad.
…
Kagome se impresionó por la casita que se alzaba con elegancia frente a ella, una delicada y preciosa estructura, con detalles tradicionales e históricos de acuerdo a la zona donde había sido construida, no era lujosa y tampoco se podría considerar enorme, era más bien reconfortante; un espacio que fue diseñado para que fuera habitado por una pequeña familia.
—Es muy hermosa.
—Claro que lo es— dijo a cambio Kaede —Su diseño fue obtenido de las Residencias Tokikkuni, mi padre estaba obsesionado con la arquitectura tradicional, había disfrutado aquellas bellezas durante su juventud, pero al desaparecer decidió crear esta casa para mi madre. Viví un tiempo aquí hasta que nos fue imposible mantenerla en condiciones, por lo que nos mudamos más cerca del puerto, junto con los demás y terminamos abandonando nuestro hogar.
—Debió ser muy duro— argumentó siguiendo a Kaede por el pequeño sendero que encaminaba a la entrada.
—Lo fue. Cuando mis padres murieron, me pareció indicado regresar con mi esposo y mis futuros hijos, pero mi marido sufrió un accidente en la costa y falleció poco después; nunca logramos tener hijos y yo no pude casarme de nuevo; con el tiempo lo único que he podido hacer por esta casa es tratar de venderla o alquilarla. Hace años una joven con su hijo trató de pagármela, pero desafortunadamente murió años después.
— ¿Y desde entonces nadie la ha habitado?— inquirió llena de curiosidad y miedo.
—Ha habido alguien más— se limitó a contestar.
— ¿Alguien más?— los latidos de su corazón se calmaron, su postura indicó que esperaba una respuesta pero no recibió ninguna.
Kagome siguió a la mujer dentro de la casa, sorprendida por el perfecto cuidado de la que ahora parecía una pequeña mansión. —Es como si el tiempo no hubiera transcurrido en este lugar— sus dedos delinearon la suave superficie de las puertas de arroz y tocaron la textura en las paredes de madera.
—Supongo que alguien ha hecho bien su trabajo durante este tiempo— murmuró riéndose —Pero me temó que no ha sido suficiente.
— ¿Bromea?— preguntó —Me impresiona después de tantos años de estar en pie y con este tipo de clima tan frío, la madera no luce deteriorada por la humedad.
—Eso es porque la casa ha sido renovada constantemente. Después de todo, es lo único que tengo.
La joven asintió sin dejar de maravillarse con su refugio temporal. Ella había pasado toda su infancia en una enorme mansión, elegante y fría; era su hogar, pero después de la muerte de sus padres, todo se sentía tan ajeno.
—Bien, la dejo a tu cuidado— le sonrió por última vez —No es mucho, si necesitas algo más, solo baja a buscarme. ¿Entendido?
Kagome asintió agradecida.
Kaede se convirtió en un consuelo para ella. Kagome recibió comida y ropa, un bonito kimono que sustituyó el andrajoso vestido, el cual arrinconó en un espacio de la casa, también un par de zapatos sintéticos y una bolsa de arroz con la que podría sobrevivir si aprendía a cocinarlo.
Suspiró estudiando el interior de la casa, había en total tres habitaciones, una cocina y un baño, todo adaptado para la comodidad moderna. Uno de los cuartos estaba repleto de herramientas de pesca y telas. Kagome supuso que podría usar las dos restantes habitaciones como comedor y recamara. Se mordió el labio inferior antes de adentrarse en el oscuro cuarto, el desorden fue rápido de limpiar y luego consiguió un futón del closet, sin percatarse de nada más. Desató con calma el obi de su kimono; cansada y solo con ropa interior se metió dentro de las mantas. Todo el estrés y el cansancio arrasaron con ella en cuanto cerró los ojos, su cabeza dejo de palpitar y luego consiguió su ansiado sueño.
…
Un golpe la despertó, ella parpadeó sin estar sorprendida y decidió ignorar lo que podría ser un sonido normal, se envolvió entre las mantas con la intención de continuar durmiendo, pero un nuevo ruido la hizo despertarse por completo. Esperó a escuchar otro indicio de algo sospechoso mientras se consolaba a sí misma. Todo ese alboroto debía de venir de afuera, quizá un animal en busca de comida. Sin embargo, su mente comenzó a formular otras ideas. Ella, una mujer sola, semidesnuda en algún lugar alejado de cualquier ayuda, desató el pánico en su interior y acabó con su poca cordura.
Sus ojos buscaron en la oscuridad, molesta por no haber buscado algún interruptor de luz cuando aún era temprano. No recordaba si había colocado el seguro a la entrada principal y eso solo la hizo sentir preocupada. En su condición, no sabía si sería capaz de correr al pueblo en caso de ser atacada.
—Calma Kagome— susurró —Este día no puede empeorar más, ¿cierto?
El chasquido de la luz al encender la puso en alerta, ella se irguió cuando la silueta de una persona se reflejó en el papel de las puertas de madera. Quien quiera que fuera, solo continuo por el pasillo en dirección a la cocina. Si se trataba de un ladrón, Kagome no tenía nada que dar a cambio de su propia seguridad, salvo el collar que recibió de su ex prometido y del cual comenzaba a dudar de su valor después de que Kaede lo rechazara. Ella liberó el aire que hasta entonces estaba reteniendo, tomó la decisión de dar pelea antes de negociar por su vida y con esa determinación, buscó sus ropas en silencio. El kimono que horas atrás ató con delicadeza apenas lograba cubrir su lencería de encaje; sin embargo, aquello no la preocupó ni un poco. Siempre podría usar su semi desnudez como una distracción para atacar. Contando los segundos se acercó hasta la puerta, tomó una larga respiración antes de abrirla con un sonido fluido, lo suficiente para que se mezclara con los ruidos que hacía el presunto intruso. Luego se arrastró hasta el cuarto de herramientas, repitió la misma acción de hace un momento y se apresuró a buscar algo para usar como arma.
Sus ojos cafés lucharon por adaptarse a la oscuridad, haciendo todo lo posible por no chocar contra algo y atraer la atención del intruso. Orgullosa de sí misma se halló frente a una extraña arma, una barra larga que se envolvía alrededor de una punta acompañada de ganchos invertidos; Kagome la estudió por unos minutos, ubicó el gatillo y supuso que haría el mismo daño que un revólver. Era un utensilio muy extraño, algo que no encajaba con la imagen de la anciana Kaede.
Saliendo de la habitación, avanzó despacio y con pasos ligeros; el peso del arma era un enorme contraste entre sus brazos.
Con la mano temblorosa alzó la pequeña cortina que dividía las dos habitaciones. Kagome se preparó para la peor situación posible y en su lugar solo halló a un hombre cocinando.
Parpadeó sorprendida.
Él parecía no percatarse de su presencia, tomó algo de la encimera y luego una suave nube de humo envolvió el techo; el olor a pescado frito causó que sus estomago gruñera, recordándole que no había comido nada después de llegar a esta casa. Tampoco es como si ella supiera preparar el arroz que la anciana le obsequió, la única vez que ella se aventuró a una cocina fue para buscar al chef y ordenarle que preparara su comida.
Su estómago rugió de nuevo. Totalmente avergonzada, cubrió su abdomen con las palmas de sus manos, soltando su arma; ésta resonó contra la madera y se activó con el golpe, la flecha cromada salió disparada en un último silbido de alerta antes de impactarse contra la pared, justo a unos centímetros de la cabeza del intruso.
…
Los ojos dorados parpadearon con asombro, miraron a la mujer frente a él, luego el pescado sobre el suelo con todas las especias alrededor y, por último, la larga flecha del arpón que solía guardar en la bodega. La idea de su cabeza atravesada por su propia arma no desapareció tan fácil como habría querido, por un instante, sino se hubiera movido unos centímetros, estaría saludando a su madre en el otro mundo.
¿Qué acababa de pasar?
La mujer susurró una disculpa que apenas escuchó. Los ojos oscuros lo observaban con arrepentimiento y temor, la imagen del cabello negro suelto y a medio peinar en conjunto con aquellas facciones desataron su ira.
—¿Qué haces aquí?
Ella continuó balbuceando. Se veía más pálida que en la mañana, todo su cuerpo temblando.
—Yo no sabía, yo solo quería que te fueras… esta es una propiedad privada, no era mi intención lastimarte, lo juro.
Inuyasha casi la sacudió. ¿Por qué de entre todas las personas, a él se le ocurría salvar a esta loca?
—Lo siento— volvió a decir.
Él se apretó las sienes, trató de no mirarla.
—¿Cómo llegaste hasta aquí? Pensé que no volvería a verte— sus palabras manteniendo un tono amenazante.
—Es mi casa.
— ¿Tu casa?— Inuyasha gruñó ante el dolor de cabeza —¿Cómo es que mi casa se volvió 'tu casa'?
La joven se irguió con sorpresa, luego una expresión de duda se alojó en su rostro antes de que finalmente ganara una postura decisiva.
—Está tarde Kaede me ha ofrecido su casa para vivir, ella me permitió quedarme en este lugar. No sé quién eres, pero te advierto, es mejor que salgas de aquí ahora mismo.
—¡Maldita sea mujer! Nadie va a venir a amenazarme en mi hogar. No importa quien carajos te dijo que podías entrar y ponerte cómoda. Solo me has causado problemas desde que te conocí. Debí dejar que cayeras por el acantilado.
Kagome jadeó.
—¡Pero si eres tú! Ahora entiendo porque ese desagradable cabello se me hacía conocido.
— ¿Desagradable?— la boca de Inuyasha se abrió considerablemente —Oh mujer, por lo que acabas de decir pienso echarte ahora mismo.
Ella se alejó, ampliando la distancia entre ambos.
—No te atrevas a tocarme— masculló —Gritaré tan fuerte si lo haces.
Inuyasha rodó los ojos. Como si las suaves palabras de aquella loca le hicieran replantearse la idea.
Hoy su humor no era el mejor. Su día empezó de la peor forma, un par de peces había sido su cuota de pesca a causa de su red en mal estado; Inuyasha tuvo que regresar hasta la montaña por una nueva red, pero ni el clima ni el destino estaban a su favor. Luego la mujer suicida hizo su aparición triunfal, tratando de arrojarse al mar. Como si las cosas apenas comenzaran a ponerse peor, el drama de una boda y su colecta de cero peces lo tenían al borde, casi imitó la acción de caer el mismo por el acantilado. Al final de la tarde, considero que la mala racha solo fue porque se levantó de mala gana, tenía que preparar su pago de alquiler por una casa que ya casi le pertenecía, solo un par de monedas y tendría la cantidad exacta, pero Kaede lo traicionó.
—Esa anciana— farfulló cerrando sus puños. ¿Cómo fue capaz de entregar su casa como asilo a esta mujer?
Él regresó su mirada hacia Kagome, estudiándola con más calma. El vestido de novia fue sustituido por un kimono en color azul, la tela apenas se sujetaba por la mitad con un obi mal atado, dejando al descubierto un par de esbeltas piernas. Inuyasha habría continuado con su escrutinio si no fuera por el encaje de su ropa interior que revelaba más piel en lugar de cubrirla.
Suspirando, trato de hablar con ella en un tono conciliatorio.
—Mira, no entiendo por qué Kaede te dijo que podrías permanecer en esta casa; sin embargo, es mía y preferiría no involucrarme contigo. Así que mejor vete.
—Ya te dije que no me iré.
—Deja de ser tan necia, si te permito quedarte entonces generaría rumores en el pueblo y no estoy dispuesto a ello.
—No me importa.
Inuyasha gruñó.
—¡Bien! Supongo que entonces tendré que sacarte.
Él la sorprendió alzándola sobre un hombro, Kagome pataleó y arañó su espalda, pero ni aquello evitó que la llevara hasta la entrada.
—¡Bájame!— Gritó encolerizada —No puedes tratar así a una dama.
—Yo no veo a ninguna dama— comentó con naturalidad. Abrió la puerta y la arrojó como si ella no pesara nada. Sin embargo, Kagome se aferró a la camisa del hombre, llevándolo con ella al suelo.
El dolor pasó a segundo plano, ella lo empujó a un lado después de levantarse.
— ¡Eres un idiota!— gritó irritada. El dolor en su trasero se disparó a lo largo de su espalda. La poca simpatía recibida terminó con su educación inculcada.
—¡Y tú una maldita loca!
Kagome boqueó como un pez fuera del agua, completamente ofendida.
—¿Por qué te cuesta tanto asimilar la situación?— su dedo señalándolo —Ahora esa es mi casa, por lo que debes ir a buscar otro lugar donde quedarte, no pienso permitir que entres ahí de nuevo.
Inuyasha se sacudió sus prendas, enojado atrapó el dedo acusador de la pequeña loca. —Pues a menos que quieras compensar todo lo que hice por ti esta mañana, puedes quedarte todas las noches que quieras.
Ella se asombró por la insinuación, hecha una furia se liberó de su agarre. —¿Cómo te atreves? Eres un pervertido.
—¡Claro! No soy yo el que esta semidesnudo —. Los ojos dorados inspeccionándola con sorna.
Ella siguió su mirada, su elegante Kimono mostraba gran parte de la lencería que tanto trabajo le había costado escoger para su noche de bodas. Sonrojada, tomó cada extremo de la prenda en un vano intento de salvar su dignidad. Inuyasha aprovechó ese pequeño lapso y corrió hasta la entrada, justo antes de llegar, su pie fue envuelto por un par de delgadas manos que lo hicieron caer de cara al suelo.
—No lo voy a permitir—. Con la ventaja obtenida, Kagome pasó por encima del cuerpo masculino y se internó dentro del cálido hogar. —No voy a irme, puedes intentar sacarme de muchas maneras, pero me aferraré a esta casa. Si tienes alguna queja, busca otro lugar.
Ella cerró la puerta con un duro golpe.
— ¡Maldita mujer!— le gritó. Se tocó la nariz en busca de sangre y se relajó cuando se percató que solo había sido un leve golpe. —Debí dejar que cayera por el acantilado.
En definitiva, nada salía bien.
…
A la mañana siguiente Kaede se levantó con el típico dolor en su espalda, se vistió con cautela y amarró su canoso cabello con un listón blanco, levantó el futón donde dormía y lo acomodó en el pequeño closet que estaba en su habitación. Cuando pareció que ya todo estaba ordenado, se dirigió a la parte delantera de su casa, justo donde se encontraba su negocio.
Años atrás había vivido de sus ganancias en Senmaida, los campos de arroz que rodeaban a lo largo del mar; el tiempo sin su esposo parecía eterno mientras ella se esforzaba por salir adelante y fue cuando la luz de la vida regresó a ella. La casa de té había sido una fantástica idea cuando el esfuerzo de caminar hasta los campos le fue inaguantable, gracias a ello conoció a Inuyasha y su madre.
El recuerdo de Inuyasha le atrajo una sonrisa, se preguntó cómo se había tomado la sorpresa de encontrar una dulce y guapa jovencita en su casa.
Kaede se sintió de pronto como cuando era solo una niña haciendo travesuras, y aunque el papel de casamentera no era de su agrado, ese muchacho llevaba tanto tiempo viviendo del recuerdo de su madre que estaba echando a perder su propia vida. Nunca salía a citas y continuaba pescando para pagar aquella casita. Internamente, ella ansiaba poder ver establecido al joven, rodeado de niños a los cuales Kaede pudiera malcriar.
Pero, ¿habría sido buena idea meter a Kagome en la misma casa que él?
Inuyasha era muy temperamental, pero esperaba que pudiera llevarse bien con la joven, después de todo compartían algo en común.
La puerta de su local se abrió, interrumpiendo todo pensamiento.
—Tú— la señaló — ¿Cómo pudiste?
Inuyasha la miraba conteniendo su furia.
Dos segundos después, Inuyasha fue empujado por una pelinegra desaliñada, apenas moviendo al joven de su sitio.
— ¡Kaede!— gritó la chica. —Ayúdeme por favor— se arrodilló frente a ella, los ojos cafés mirándola con esperanza.
Kaede no comprendía la situación. Apenas siguiendo el hilo de la historia, vio como Inuyasha tiraba de las prendas de Kagome y la llevaba hacia él.
—Dile a esta mujer que se vaya de mi casa.
La pelinegra gruñó por el mal trato, liberándose de él.
—Tú y tus pésimos modales. ¿Acaso nadie te enseñó a no tratar así a una mujer?
—A quién le importan los modales cuando esa mujer eres tú.
—Agh, eres insoportable. No sé cómo tu madre pudo tener un hijo así.
Los ojos de Inuyasha resplandecieron con dolor e ira. Entonces Kaede decidió intervenir.
—¡Suficiente! —regañó —¿Qué es lo que les pasa que no pueden comportarse como personas civilizadas?
Kagome miró a Inuyasha con suficiencia.
—Kaede, este desagradable hombre no quiere irse de la casa que me has ofrecido.
— ¡Porque es mi casa!— debatió el ojidorado.
— ¡Basta a los dos!— cortó de nuevo la anciana. —Inuyasha, Kagome es una invitada.
—Si es tu invitada, tráela aquí para que duerma contigo.
—Cielos — musitó Kagome.
Kaede suspiró tratando de controlar la situación.
—No hay suficiente espacio aquí para que ella se quede, así que le he ofrecido un espacio en la casa de la montaña. ¿Puedes solo tener consideración al respecto?
—Pero, ¿por qué tiene que ser mi casa? Si es por el pago que debo, puedes tomar esto como un anticipo— ofreció, la argolla hecha de oro resplandeció con la luz.
—¿Qué se supone que estás haciendo? — jadeó la joven, tratando de alcanzar la valiosa joya.
—Es mío ahora— su mano cerrada alrededor del anillo, lejos de Kagome —fue mi pago por salvarte de morir.
— ¿Qué dices Inuyasha? — la anciana los miró con preocupación —¿Acaso estuviste en problemas, Kagome?
—Oh no Kaede, no te preocupes— trató de explicar la chica —es solo que este hombre estuvo en el lugar y momento equivocado.
—Debí dejar que cayeras.
Kagome se giró hacia él y comenzó a insultarlo de nuevo. Los fuertes gritos se mezclaron entre sí.
Kaede se encontró en medio de una confrontación inusual. En la aldea, pocas personas tenían las agallas para enfrentarse al carácter de Inuyasha, la mayoría prefería evitarlo cuando se dejaba llevar por su temperamento, aunque apreciaban sus habilidades, preferían mantenerse lejos del conflicto. Pero esta muchacha, no solo se enfrentaba a él sin temor, incluso dejaba sin palabras al pobre Inuyasha y Kaede, se sintió satisfecha por haber llevado a Kagome hasta él.
La suave risa de la anciana atrajo la atención de ambos jóvenes.
— ¿Se puede saber de qué te ríes?— la mano masculina apresaba la muñeca de la Kagome, sus rostros a solo unos centímetros de distancia, debido al intento fallido de Kagome por golpearle.
—No es nada— anunció a pesar de la clara evidencia de que no le creían —Inuyasha, Kagome no tiene donde vivir por el momento y ella no piensa quedarse en Okunoto por siempre. ¿Por qué no tratas de brindarle ese apoyo? ¿No te recuerda esta situación a Izayoi?
Kagome se sorprendió por la suavidad en la que su mano fue liberada y la dura expresión de Inuyasha cambió en cuanto escuchó aquél nombre. Ella dudo por la expresión del ojidorado, mostrándose vulnerable por un instante.
—La casa no es tan pequeña para que ambos puedan compartirla— continuó la anciana —Inuyasha trabaja todos los días en la costa, por lo que no será un problema el verse a cada instante. ¿No lo crees así, Kagome?
Kagome inclinó la cabeza en un gesto conciliador.
Pero Inuyasha alzó el rostro y la miró con recelo. —La aceptaré en mi casa, pero debe conseguir ella misma su comida— finalizó saliendo del lugar.
La anciana Kaede suspiró ante la mirada irritada de Kagome.
—No es un mal muchacho, es solo que no está acostumbrado a los cambios tan repentinos y no suele convivir con otras personas tan fácilmente. Espero puedas entenderlo.
La pelinegra asintió, el resentimiento duró muy poco. Después de todo ella era la intrusa, cómo podía exigirle a Inuyasha que la aceptara sin quejas.
—Lo intentaré— suspiró a cambio, y una vez que Kaede estuvo conforme con su respuesta se dispuso a iniciar con sus actividades en su negocio. Kagome la observó colocarse un pequeño delantal sobre su vestido y luego alzar una enorme olla del suelo, alarmada se apresuró a ayudarla. La vergüenza de molestar a la pobre mujer con sus problemas desapareció a causa de la preocupación.
—No debería levantar algo tan pesado, podría lastimarse.
Kaede solo lo desestimó con un movimiento de la mano.
—A mi edad no es tan importante, no te alarmes pequeña. Aún hay más cosas por hacer.
La pelinegra inspeccionó de nuevo el local, era un lugar muy cómodo, aunque pequeño, pero daba aquél aire hogareño que el espacio era la última preocupación en la que pensabas.
—Kagome, toma asiento, te convertirás en piedra ahí parada — Kaede le sonrió mientras colocaba el desayuno sobre una mesita pequeña —Acompáñame, hay suficiente comida para ambas.
Ella le sonrió en agradecimiento, un poco incómoda, ocupó el lugar frente a su salvadora.
—¿No estoy siendo una molestia?
—Para nada, me haría bien tu presencia, algo fresca y joven. Hace mucho que no tengo con quien compartir una agradable charla.
El aroma de la comida la sedujo al instante.
—Muchas gracias Kaede, tú eres mi salvación.
La mujer le ofreció una enorme sonrisa a Kagome, definitivamente esa muchacha traería algo bueno a sus vidas.
…
Inuyasha pasó todo el día y la noche fuera, tratando de recuperar la cordura y dándose ánimos de que todo estaría bien. No podría ser tan malo vivir con esa mujer por unos días.
Suspiró y enojado pateó su bote de pesca, este se balanceó suavemente en el agua y se detuvo segundos después. Aquella mujer no podía quedarse en su casa, pero no había podido negarse cuando la anciana nombró a su madre y ahora tenía que aceptar la responsabilidad de no haber dicho una simple palabra que pudo haberlo salvado de una situación complicada.
Observó el cielo, nublado levemente por la oscuridad de la noche, pronto amanecería. Agotado y nuevamente sin nada que llevar para comer comenzó a caminar, el estrecho sendero hacia su casa apenas era notable entre la oscuridad de los árboles y aunque la luz del día luchaba por filtrarse entre las ramas, era muy poca la visibilidad; sin embargo, él conocía a la perfección el camino, por lo que alcanzar su casa le resultó fácil.
Llegó hasta la entrada y la abrió exhalando un suspiro, dentro no encontró más que silencio y se sorprendió por ello. Tal vez la mujer estaba dormida.
Sin pensar en otra cosa más, caminó hacia su recámara; el suave ronquido pasó a través de las puertas, debilitando su decisión de entrar. Asimiló la idea de irrumpir, después de todo tenía derecho a exigir su habitación. Sin permitirse dudar más, tiro de la puerta, la imagen de ella acurrucada sobre las sábanas no fue para nada como se lo imaginó.
La mujer estaba completamente desnuda, con solo sus bragas cubriendo su decencia, la piel blanca mostrándose sin reserva mientras una manta se mantenía envuelta alrededor de un delicado muslo, ella continuó roncando; ajena a su presencia en la habitación y a la forma en la que le mostraba un espectáculo de su cuerpo. Inuyasha carraspeó, tratando de hacerse notar, pero no fue suficiente para despertarla, ni siquiera causó un movimiento en ella. Parecía estar tan profundamente pérdida en su sueño. Él deseo golpearse, Kaede al fin había encontrado una manera de torturarlo por todo lo que le había dicho con los años. Se agachó a la altura de la joven, vaciló solo un segundo antes de tirar de la manta para cubrirla, evitando a toda costa el tocarla. Ella giró entre sueños, sus dedos topándose con un pezón endurecido; Inuyasha aspiró aire, tratando de no respirar se quedó quieto mientras escuchaba el murmullo de la mujer, gimoteó y luego volvió a quedarse quieta. Toda la tensión lo abandonó.
¿En qué estaba pensando cuando aceptó la loca idea de Kaede?
Se pasó una mano por el rostro, totalmente exhausto, la observó dormir con sinceros celos de su imperturbable sueño. Era una mujer hermosa, pero también tenía la habilidad de alterar todo a su paso. Suspirando de nuevo, consideró la idea de conseguir otro futón y dormir en la cocina, estaba a punto de poner en marcha su plan cuando el golpe en la puerta se produjo. Él solo tuvo tiempo de girar el rostro, a su lado Kagome se irguió en alerta. Los ojos cafés aún opacados por el sueño miraron la entrada como si el causante del estruendo pudiera aparecer por el pasillo en cualquier momento.
Otro golpe acompañó al primero, esta vez más insistente.
—Inuyasha— murmuró ella.
Él volteó al sonido de su voz, la desnudez de su cuerpo ni siquiera pareció molestarle. —¿Qué está sucediendo? — Inuyasha negó en silencio, también sorprendido; no muchas personas subían hasta su casa para visitarlo, además no es como si tuviera muchos amigos, salvo Miroku.
—¡¿Hola?!— La voz femenina se escuchó después de un tercer golpe, a un costado la pelinegra jadeó asustada; Inuyasha frunció el ceño intrigado. De pie, se preparó para atender a quien sea que estuviera del otro lado, sin embargo, fue detenido por un par de brazos.
—No lo hagas— le susurró con pánico. Su cuerpo presionando contra el suyo. Inuyasha era demasiado consciente para su propio disgusto, de la desnudez y el calor de ella.
—¿Kagome? — insistió la voz femenina —Sé que estás ahí adentro, abre la puerta.
—No, no, no, esto no está pasando.
— ¡Kagome!— insistió la voz al otro lado — ¡Esto es serio, no puedes seguir ocultándote, todos están preocupados por ti!
— ¿Por qué no debería abrir? — indagó el ojidorado.
—Simplemente no lo hagas— la desesperación se dejó escuchar en su voz y perpetuó por todo el lugar.
—Así que realmente estás ahí adentro— anunció la voz de la otra mujer —Tiraré la puerta si no me dejas otra opción.
—Inuyasha— Kagome lo abrazó con mayor fuerza. Ella no quería volver, aún no. Si esa puerta se abría sería llevada de nuevo a su prisión y volvería a sonreír frente a las cámaras como una muñeca, tratar de aclarar que lo de Sesshomaru no le afectó a pesar del show que montó. Dispuesta a casarse con el próximo hombre en la lista de su tía. Ella no quería eso, no lo deseaba y no lo haría.
No caminaría por otro altar para cubrir las apariencias, donde la otra persona que la esperaba no la amaría.
Si tan solo pudiera librarse de una boda, sino fuera un prospecto esperando, sino fuera una mujer libre, si tan solo…
Ella miró a Inuyasha, parado a su lado, estoico y con una expresión calculadora. Él era perfecto para su plan.
—Cásate conmigo— soltó sus palabras, aturdiendo a Inuyasha. Sus ojos dorados se abrieron por la sorpresa.
—¿Qué acabas de decir?
—Solo di que sí, cásate conmigo, te lo imploro
Hubo otro golpe, mucho más fuerte que los anteriores, dejando en claro que la otra persona estaba dispuesta a cumplir su promesa y tirar la puerta.
—No digas estupideces— regañó librándose de su agarre.
—No es una estupidez— el estruendo de la puerta cediendo la apresuró.
—Para mí lo es— declaró arqueando una ceja.
Su expresión cambió.
—Entonces finge ser mi esposo— la mirada decidida de ella lo desestabilizó.
—Deja de bromear— pidió, mirándola como si no fuera consciente de lo que decía.
—No es una broma, esto es serio— se colgó del brazo de Inuyasha, él perdió el equilibrio y cayó sobre el suelo. Caerse últimamente ya no era una novedad para él.
Kagome escaló sobre su abdomen y se sentó encima, acorralándolo. Aunque Inuyasha nunca dudó de la locura de la mujer, la idea se asentó con mayor fuerza y la posición en la que se encontraban, terminaría por afectarlo a él también.
—Solo tienes que fingir ante esa persona que estamos casados.
—Nadie creería que me casé contigo.
—Que importa, decimos que fue en un arrebato, incluso podríamos decir que nos conocimos en un bar y bebimos tanto que no nos enteramos de nada hasta el amanecer, cuando un anillo reposaba en el dedo de cada uno.
—Ves muchas películas, mujer, eso no pasa en este pueblo. No hay bares donde te casas por accidente— regañó evitando el moverse.
Ella se inclinó sobre él, su largo cabello acariciando su cuello y rostro. La necesidad de quitársela de encima incrementó cuando su aroma lo envolvió.
—Por favor— rogó —No quiero regresar a Tokio; si lo hago, todos prepararan otra boda con un nuevo hombre elegido por mi tutora, tendré que pasar por lo mismo hasta que la alianza conveniente concluya y no quiero ser parte de un plan tan retorcido— sus ojos cafés imploraron.
Inuyasha suspiró lleno de frustración.
—¿No puedes solo negarte? — Ella negó en silencio. La mirada dorada se rindió, el color ocultándose debajo de sus parpados.
Kagome lo observó en silencio, notando por primera vez lo apuesto que era Inuyasha. Poseía un color precioso de ojos, decorados con espesas pestañas y una nariz afilada, su cabello platinado caía a lo largo de su espalda, y aquella boca, oh si, sus labios incitaban a mordisquearlos hasta que él cediera a sus deseos.
—Lo haré— murmuró, mirándola de nuevo. —Pero tienes que quitarte de encima y vestirte.
Ella se emocionó, envolvió sus brazos alrededor de su cuello.
—Gracias, te lo compensaré con cualquier cosa— prometió sin vacilar. Él solo gimió molesto.
—Solo vístete— pidió. Kagome asintió mientras se levantaba, ni un poco incómoda por mostrarse desnuda ante él. Después de todo, si fuera una mala persona se hubiese aprovechado de ella desde un comienzo. Inuyasha era un hombre honorable, un verdadero caballero con falta de modales, pero amable.
—Te ayudaré con la maldita broma, pero después tienes que irte de aquí tan pronto como esa mujer que te buscan se vaya, ¿entendido?
Ella borró su anterior pensamiento. Él definitivamente no era amable, pero ya hallaría la forma de hacerlo cambiar de opinión.
La puerta volvió a agitarse, el sonido de la madera fragmentándose indicó que estaban a punto de entrar. Inuyasha gruñó molesto y antes de que ella tan solo pudiera considerarlo, lo observo curvar su sensual boca en una mueca, se acercó hasta él, envolvió sus brazos en su cuello y lo atrajo en busca de sus labios.
Recordaba el primer beso que compartieron, el sabor mentolado combinado con algo en particular, el aroma masculino la envolvió y se encontró disfrutando del contacto. Ella gimió, la puerta se abrió en una explosión de madera y solo escuchó la voz particular de alguien a quien conocía muy bien.
—¡Kagome! Pero… que… ¿Qué carajo estás haciendo?
Ella sonrió internamente, había logrado sorprender al enemigo. Su beso sellando el acuerdo con Inuyasha, un trato al que estaba dispuesta a aferrarse.
N/A: Hola, esta es mi tercera historia y aunque realmente me siento feliz por publicar una nueva, también estoy preocupada; no he acabado con las primeras dos. Siento no tener un nuevo capítulo de "Consecuencias" o "Nuestro cruel destino", llevo si acaso la mitad de cada uno, espero y puedan comprenderme.
Bien, como aclaraciones, Okunoto en una región que se encuentra en la parte norte de la Península de Noto en Japón, decidí este lugar debido a que es poco conocido y por lo que leí ha quedado un poquito aislado debido a que se suspendieron las líneas de tren, solo es posible llegar en autobús o automóvil. Creí que se adaptaría perfecto al fic y estoy complacida, aunque prácticamente estuve leyendo guías de Japón para encontrarlo y decidirme por el entre otros cinco.
Senmaida significa "mil arrozales" y es una colina con terrazas de arroz, los campos se encuentran a lo largo del Mar de Japón. Hay más de 2,000 campos de arroz que deben ser trabajados a mano.
Eso es todo por ahora, realmente espero y este nuevo fic les agrade.
Besos:
Layla Ryu.