Capítulo 1

Miró a su hijo correr por el verde jardín. Los rayos del sol hacían que su piel, ya de por sí morena, se oscurecía más. Sonrió, en eso se parecía a su padre.

Le saludó cuando de nuevo pasó por delante de ella. Eran días como ese, cuando salía de trabajar y lo recogía del colegio e iban al parque a la espera de su marido, cuando más plena se sentía.

Lo miraba siempre de la misma forma, y quien pasara por allí diría que se le caía la baba. Pero es que no podía evitarlo, era tanto lo que había pasado, tanto tiempo el esperado, que simplemente no podía evitarlo, aunque su propio hijo, ya a sus cinco años, le pedía, le suplicaba que no le mirara de aquella manera.

Desvió su vista, pero no su atención del muchacho, cuando a lo lejos vislumbró la figura de Espósito.

Y entonces sonrió aún más si podía.

- ¡Hey! - Le saludó y la besó cuando estuvo cerca.

- Creía que llegarías un poco más tarde.- dijo Lanie.

- Y eso pensaba, pero la jefa me ha dejado salir antes.

- Vaya, que considerado por su parte.

Él asintió. Escuchó a lo lejos un "¡Papi!" muy conocido y se fijó en que su hijo se acercaba a él corriendo y, al vuelo, lo cogió en brazos.

- Hola pequeñajo, ¿qué tal os ha ido el día?- Preguntó mirando a su mujer y a su hijo.

- Yo tuve un día tranquilo y este pequeñín…- cogió a su hijo y empezó a hacerle cosquillas, las risas del niño empezó a sonar por todo el parque- ha vuelto a sacar un diez.

- ¡Vaya!- dijo maravillado el padre- ¡qué orgulloso estoy!- le dijo entusiasmado, y agarrando a su hijo por las axilas, lo puso sentado en sus hombros.

- ¿Qué te parece si papá os invita a ti y a tu madre a tu restaurante favorito para celebrarlo?

Por más respuestas el niño asintió enérgicamente, sonriendo. Eso provocó que brotara de la garganta de ambos padres una gran carcajada que asustó a un par de transeúntes de los alrededores.

Y aquel sonido fue música para los oídos del detective, el escuchar reír a Lanie, porque sabía qué día era, y sabía cómo se sentía ella. En realidad todos se sentían así.

Asegurándose de que su hijo no se caía de sus hombros, agarró la mano de su esposa y la guió hacia el restaurante, que no estaba lejos de donde estaban.


Cuando comprobó que su hijo se había comido ya la hamburguesa de queso, aprovechó para pedir que les dejaran solos a los mayores.

Aunque al principio no le convencía la idea, ya que quería pasar el tiempo libre que le quedaba a su padre para pasarlo lo suficiente con él, la idea del columpio le hizo cambiar de opinión.

Y una vez más Javier sonrió por la ingenuidad de su hijo.

Miró luego a Lanie y la vio distraída. Eso hizo que la sonrisa que permaneció en su rostro cuando se giró para mirarla se esfumara como el viento.

Le cogió la mano encima de la mesa y se la acarició haciendo pequeños círculos en su dorso, después cogió su barbilla, alzándola, y, poniéndole un mechón negro detrás de la oreja, la obligó a mirarle a los ojos.

- Sé que cada año te lo repito, pero sólo es un día más. Una simple reunión y todo volverá a la normalidad. No me gusta verte así- terminó por decir.

- Sé que es sólo hoy, pero no puedo evitar sentirme así, nunca podré. No sé cómo puedes estar así de tranquilo.

- Estoy así de tranquilo, porque alguien de los dos tiene que ser el fuerte.

Yo también siento lo mismo. A veces te echo de menos, no eres la misma.

- El dolor cambia a las personas.

Agachó la mirada. Se prometió antes de reunirse en el parque con ellos, que no dejaría ver su melancolía y su tristeza delante de su mujer, por el simple hecho de que ella ya tenía lo suyo y ésta vez, quería ser él el fuerte de los dos, el que consuele al otro. Pero sabía que no funcionaría.

Demasiado dolor acumulado como para dejarlo enterrado.

La volvió a mirar. Estaba ida, en otro mundo. Le dio un beso para traerla de vuelta y le dijo:

- Hazlo sólo por Richard, no le gusta ver a su madre tan triste.

Le sonrió dulcemente y ella hizo el esfuerzo de imitarle, en vano.

- A mi tampoco me gusta sentirme así- le confesó.

Entonces ella lo miró y comprendió. Tenía que seguir con sus,vidas, lo de aquella noche era solo un tipo de tradición que habían formado parte de ellos hace ya cinco años, y aunque le doliese tenía que afrontar la realidad.

Con esos pensamiento, fue cuando alzó por fin la mirada y encaró a su marido, mostrándole una sonrisa de oreja a oreja.

- Así me gusta más- se acercó y la besó suavemente.

- ¡Puagg!- el pequeño Richard hizo acto de presencia en aquel momento.
Ambos adultos rieron.

Las preocupaciones quedaron para más adelante.


Más tarde Espósito se tuvo que ir para seguir trabajando y se quedó sola con su hijo.

A la tarde, decidió llamar a Lana, la canguro, para que se quedara con Richard. Debía ir a un sitio con urgencia.


Los grandes edificios empezaron a formarse a su alrededor, reflejados en las ventanillas del taxi.

Le extendió el billete al taxista y bajó rumbo hacia el alto edificio que tenía enfrente.

Suspiró.

Decidida abrió la puerta y entró, subiendo luego por el ascensor.

- ¿ Y qué le trae por aquí, señora Parish, Lanie?- le preguntó el hombre que tenía enfrente suya.

Le sonrió, un poco con desgana y se sentó en un sillón de cuero negro.

Esperó que le contestara a la pregunta, pero no llegó y supo que aquella sesión duraría más de lo que había pensado.

- Has venido aquí para pedirme ayuda, cualquier cosa, ¿Qué es?- le dijo intentando sacarle algo, aunque fuera pregunta a pregunta.

Pero sólo asintió.

Se acomodó en el sofá, cruzando las piernas, dejando ver unos calcetines verdes pardo pasados de moda cuando el pantalón se hizo más corto por la parte del tobillo.

Abrió el cuaderno de color marrón, simple, y lo posó en su regazo. Se quitó sus gafas y se masajeó el puente de la nariz. Un poco cansado.
Juntó sus manos, entrelazando los dedos entre sí y los puso encima de la libreta, y esperó.

Lanie suspiró.

- Quiero...quiero aprender a vivir con...con el dolor, a recordar u no sentir un vacío y a la vez una presión en el pecho que me ahoga- se retiró una de las lágrimas que empezaron a deslizarse por sus mejillas.

El doctor Burke asintió.

- La conozco- le dijo.

Lanie le miró a los ojos, preguntándole con la mirada.

- Gracias a Kate- sonrió cálidamente y le entregó un pañuelo mientras esperaba su reacción.

- Pues entonces sabrá por qué motivo estoy aquí- su mirada se clavó en la de el, intensamente.

Asintió.

- Así es- dijo.

Sí lo sabía, claro que lo sabía. Tenía información directa sobre aquel asunto. Ambos sabían de qué hablaban.

Y las mentes de ambos volaron a aquel año.

A aquella época que cambió la vida de Lanie y los suyos para siempre.


Richard Castle escribía frenético en su despacho, aquella mañana, la inspiración vino sin previo aviso.

En otra sala, concretamente en el baño, se encontraba una nerviosa Kate Beckett dando vueltas sin parar. A cada paso que daba, las uñas de sus dedos descendía a una velocidad considerable.

Dos minutos. Ese fue el tiempo que necesitó para que se le parara el corazón. Y dos segundos, para que su respiración se cortara.

Positivo.

Se miró al espejo, vio reflejada a una mujer asustada y nerviosa. Y por un momento sintió pena de sí misma.

Suspiró. Volvió a mirar hacia el espejo. Respiró hondo. Se refrescó la cara. Volvió a respirar profundo.

Dispuesta a decírselo, salió del baño, predicto en mano, y con una sonrisa en el rostro, forzada.

Cuando el escritor estuvo delante de ella, de espaldas, sus fuerzas flaquearon, y su corazón volvió a pararse para luego aumentar, peligrosamente, su ritmo.

Pareció estar en un rascacielos, cayendo a una velocidad brutal. El vértigo se apoderó de ella, recibiendo una paliza que la dejó sin respiración en segundos.

A punto de darle un infarto en medio del salón, agradeció a dios internamente que el móvil sonara en aquel preciso momento. Suspiró, soltando todo el aire acumulado, y antes de que el escritor se diera la vuelta, ella ya había desaparecido de allí.

- Dime Espósito- fue lo que dijo nada más llegar al cuarto y descolgar.

Su voz sonó nerviosa, y se obligó a tranquilizarse y sonar serene y firme. Sin dejar que los miedos la invadieran.

Apuntó la dirección aún con las manos temblando y, respirando profundo de nuevo, sintió náuseas, e intentó despedirse de su compañero sonando lo más normal posible.

- Vamos para allá- y colgó sin más, saliendo sin que nadie se diera cuenta hacia el baño, depositando todo lo que había comido la noche anterior en la taza del váter.


Fue un caso un tanto peculiar.

Aquel caso al principio, para Richard Castle, significaba uno más, uno de los muchos que ya habían resuelto.

Algunos emotivos y trágicos, otros divertidos y tronchantes, siempre con respeto hacia la familia y las víctimas, excluyendo algún que otro caso. Pero siempre intentando, junto con Beckett, honrar a los muertos y dar paz a aquellos familiares.

Y para él aquel caso no iba a ser menos, pero a medida que avanzaba la investigación, maldecía una y mil veces el haberse topado con él, con aquella figura que no hacía más que intentar quitarle a su chica. Y para colmo del escritor, ella estuvo a punto de besarle.

Y eso casi lo enloqueció, dejando una mella y una confusión que no menguaba.

Le surgieron dudas, ideas, teorías. Su cabeza empezó a funcionar como nunca antes lo había hecho. Y llegó a tal punto que por alguna extraña razón, su mente se saturó. Se bloqueó.

Eric Vaughn se fue por el ascensor, aceptando su derrota. Pero para el escritor eso no fue suficiente, aquella sonrisa que se reflejaba en el rostro del otro ocultaba algo, había más detrás de aquellos blancos y perfectos dientes.

Giró sobre sus talones y la vio. Algo había cambiado en ella. Y empezó a pensar que aquello no le iba a gustar.

La vio acercarse y decidió guardarse aquellos pensamientos para la noche.


Lo malo fue que aquella noche no pudo conciliar el sueño, no paraba de observarla. No podía dejar de pensar que algún día despertaría y ella no estaría allí, dejándolo solo. Y eso dejó un vacío en él, una preocupación enloquecedora. Se dio la vuelta y se tumbó de espaldas, mirando al techo.

La presión en su pecho se hizo más y más fuerte, a la vez que su cabeza parecía querer estallar en cualquier momento, obligándolo a respirar con dificultad.

Cerró los ojos fuertemente para concentrarse, respirando y espirando profundo, despacio.

En poco tiempo que no supo cuánto, aquella presión desapareció, el dolor se extinguió.

Sus ojos se hicieron más pesados y se durmió sin oponer resistencia.

Todo se volvió negro y eso lo asustó.

Durmió profundo sin percatarse de ello.


Espero que os haya gustado este primer capítulo/prólogo. Ya tengo montada la historia, y no creo que la alargue mucho la verdad. Espero que a lo largo de la historia os pueda explicar de qué va esto exactamente.

Si os ha gustado, por favor hacérmelo saber. Escribirme reviews. =)