El secreto en el cobertizo

Un sonido agudo resonaba entre la oscuridad. Con ansiedad extendía su mano buscando su providencia y dejó caer la mano sobre la superficie dura y tibia. Abrió los ojos y el despertador marcaban las siete y media. Rápidamente arrojó la sábana que la cubría hacia el suelo y sacó del clóset lo primero que se encontró. Bajó las escaleras sacando su largo cabello negro que se había quedado debajo del suéter negro con dibujos de gatos y al llegar a la base de la escalera casi se tropieza por las cintas desabrochadas de sus tenis. Salió de la casa dejando la puerta abierta por donde se asomaba su madre agitando una bolsa con comida pero la joven no regresó y sólo gritó desde la lejanía que regresaría pronto. Llegó hasta la estación del metro con dificultad, caminando entre las multitudes y por fin logró llegar al vagón justo a tiempo apretándose entre las personas y sosteniéndose con dificultad en el barrote. Al bajarse corrió varias cuadras y pensaba en lo agradecida que estaba de llevar zapatos cómodos ya que no lo había planeado. Llegó apenas a la escuela justo cuando el reloj comenzó a sonar y al instante adoptó un rostro sereno y sonriente comenzó a recibir a los últimos niños que llegaban bajo las miradas reprobatorios de algunos de los padres quienes habían visto a la joven correr desde lejos.

Se sentó detrás del escritorio y dejó caer su cabeza. Escuchaba los pasos de sus alumnos entrando al aula y los sonidos de las sillas arrastrarse. De pronto sintió una pequeña mano sobre su cabeza y levantó ligeramente la vista. Una de sus alumnas se encontraba a su lado y puso sobre el escritorio un pequeño libro de cuentos. La joven sonrió y lo tomó. La niña regresó a su asiento y como los demás niños, se quedó sentada en silencio esperando a que su maestra comenzara la clase.

-Lo siento niños, necesito recuperar el aliento, tuve que correr hasta aquí- dijo mientras se levantaba y abría el libro de cuentos. –Supongo que quieren que leamos un poco de esta historia antes de comenzar la clase, por eso están tan calladitos, ¿verdad?- Los niños rieron al ver que su maestra había descubierto sus intenciones. – ¡Lo sabía!- exclamó la joven mientras reía.

-Maestra Higurashi- dijo uno de los poniéndose de pie. –Es que queremos saber qué va a pasar en el cuento, ¿usted ya leyó el libro?-

-No, no lo he leído; sé lo mismo que ustedes, pero siéntate por favor Michiru-

La joven abrió el libro y se encontraba dispuesta a leer pero vio que el director de la escuela rondaba por los pasillos. Sabía que la estaban vigilando ya que no era la primera vez que llegaba tarde y además ya la habían descubierto leyéndoles historias a los niños que no formaban parte de la clase por lo que cerró el libro y lo acomodó en el librero del salón. –Lo siento niños, hoy no será posible que leamos pero les prometo que mañana les leeré lo que sigue-

Dejando mostrar su descontento los niños se quejaron pero obedecieron y sacaron su cuaderno de actividades. La clase comenzó y el día continuó como de costumbre en la vida de la Kagome. Terminaron las clases. Como siempre, se quedó unas horas más revisando tareas y preparando la clase del día siguiente hasta que atardeció. Miró el reloj que llevaba en la muñeca. Los brazos del conejo rosa le indicaron que ya eran las seis de la tarde y al ver esto se levantó rápidamente ya que no se había dado cuenta que era ligeramente más tarde de lo normal. Tomó el metro y pronto se encontraba subiendo las escaleras que daban hasta su casa. Su madre la esperaba en la cocina acompañada de su hermano y su abuelo, que como todos los días la esperaban para cenar.

-¿Cómo te fue en la escuela?- preguntó su madre mientras le servía un cucharón de arroz.

-Meh- dijo la joven tomando los palillos y metiéndose una gran bola de arroz a la boca. Saboreaba con los ojos cerrados como si fuera su primer comida en días y después de tragar con dificultad prosiguió. –Estoy segura que el director está a nadita de correrme y te lo juro mamá, que de no ser porque adoro a esos niños renunciaba. Ese hombre no les deja tener ninguna distracción- decía mientras comía que más bien parecía que atacaba sus alimentos con los palillos de madera. El abuelo y su hermano sólo observaban callados, comiendo lentamente.

-Ay Kagome… te he dicho que puedes venir a trabajar conmigo en cualquier momento…-

-Yo sé, pero ya te dije que quiero estar con esos niños. Pásame los vegetales, ¿quieres Souta?- interrumpió extendiendo su mano. –Gracias. Sí sé qué me lo has dicho y te lo agradezco pero en realidad, a cualquier escuela a la que vaya habrá un problema diferente-

-Al menos en esa escuela te dejan vestirte como payaso- dijo Souta riendo acompañado de su abuelo quienes se cubrieron la boca como dos niños siendo cómplices de una travesura.

Kagome sólo giró los ojos. –Al menos a mis alumnos les gusta mi ropa. No me ofendes Souta- dijo la joven. Sin embargo su expresión daba a entender que se había ofendido e incluso su madre encontró algo gracioso el momento. –Y al menos a él también le gustaba…- dijo de pronto cambiando su semblante. Sus ojos se entristecieron y todos borraron la sonrisa de sus rostros. Se miraron entre sí mientras que Kagome sólo agachaba la cabeza.

-Hija, son cosas que pasan- dijo su madre por fin colocando su mano sobre el hombro de su hija. –No era para ti… Hojo, sabes… los dos tenían ambiciones distintas. Sé que encontrarás a alguien-

-Claro mamá, como caído del cielo me va a llegar- dijo sarcásticamente. -Ugh, con permiso- dijo levantándose de la mesa y saliendo de la cocina.

Caminó hacia las escaleras pero se detuvo al ver a través de la ventana. El cobertizo que visitaba cuando era niña se encontraba iluminado de una manera especial. La luna iluminaba con mayor fuerza ese lugar y sintió curiosidad. Tomó una chaqueta y salió al patio. Caminó hasta el viejo cuarto de madera y abrió la puerta que rechinó al abrirse y soltó polvo que caía de los marcos. Tosió al entrar el polvo por su nariz y agitó sus brazos intentando alejar las telarañas que se encontraban en el paso. La luz entraba fragmentada debido a los patrones cuadrados cortados en la madera lo cual iluminó su camino por las frágiles escaleras que daban hacia un viejo pozo.

-Tenía tanto tiempo de no venir- dijo mientras se llevaba las manos a los bolsillos de su chaqueta ya que de hacía bastante frío.

Se asomó para ver si había algo abajo pero no podía ver nada. Sonrió por un momento, al recordar que antes, cuando era más pequeña, jamás se acercaba al cobertizo porque por alguna razón siempre había sentido que era un lugar donde no debía estar y le resultaba curioso que de pronto hubiese sentido tanta curiosidad. No se imaginaba que un pozo se encontrara allí dentro ya que nunca había preguntado ni jamás se había asomado. No tenía idea de por qué se encontraba allí ni tampoco porque no lo habían derrumbado ya. Su casa era un templo y muchas áreas del terreno su abuelo las mostraba cuando llegaban visitantes a rezar o a comprar amuletos pero este pozo jamás había sido visitado y la gente nunca preguntaba por él. Sacó las manos de las bolsas de la chaqueta y se apoyó sobre el borde para ver si alcanzaba a ver más pero la madera crujió y rápidamente se quebró provocando que varios pedazos cayeran en el interior del pozo, debido a esto la joven se desequilibró y rápidamente cayó hacia el fondo. Mientras caía pensaba que se golpearía en la cabeza y moriría. Cerró los ojos esperando a recibir un impacto pero al ver que no caía y al darse cuenta de que su cuerpo flotaba abrió los ojos. Todo se encontraba oscuro, no sentía frío pero tampoco sentía calor. Quería gritar pero la voz no le salía, se encontraba demasiado impactada.

-Seguramente estoy muerta- dijo en voz alta pero pronto su suposición desapareció de su mente cuando una luz dorada invadió su visión rodeando todo. A los pocos minutos de haber desaparecido la luz sintió una superficie, identificó con sus manos y sintió tierra entre sus dedos. Miró hacia arriba y en lugar de ver la oscuridad del techo del cobertizo veía un cielo de noche claro y lleno de estrellas. De pronto una silueta apareció en el marco de pozo. Le resultaba difícil identificar ya que su rostro se encontraba en las sombras al encontrarse a contra luz.

-¡¿Qui- quién eres?!- gritó con todas sus fuerzas preguntándose si aquella figura que se veía lejana la escucharía.

La persona seguía asomándose en el interior del pozo pero no respondía. La joven empezó a sentirse más angustiada, sus ojos empezaron a sentirse cálidos debido a las lágrimas que comenzaron a desbordarse sobre sus mejillas. Cerró los ojos para intentar calmarse y trato de controlar su voz que sentía no saldría por el temor de que esa persona no la podía escuchar.

-¡¿Me oyes?!- gritó de nuevo con la voz temblorosa. Miraba hacia arriba tratando de enfocarse en la figura que parecía no moverse y se preguntaba si de verdad se trataba de alguien o si sólo se trataba de la sombra de los árboles. –Carajo…- dijo en voz baja apretando los puños apunto de sollozar.

-Identifíquese- escuchó por fin y sintió adrenalina.

-¡Sí me oyes!- gritó emocionada y se puso de pie. -¡Por favor sácame de aquí!- gritaba. No estaba segura de cómo era posible que una persona se encontrara allí y menos cómo es que de pronto el techo del cobertizo había desaparecido pero no quería estar en el fondo del pozo ni un segundo más. Ni siquiera se detuvo a pensar si estaba soñando ya que todo se sentía tan real. Podía sentir la humedad de la tierra, oler el musgo y escuchar el eco en las paredes de baldosa.

-¡Identifíquese primero en nombre del Rey!- dijo la voz.

-¿En nombre del rey? Seguramente estoy soñando- dijo en voz alta.

-Entenderé su resistencia para identificarse como una amenaza al reino por lo que la ejecutaré en este lugar en este instante…-

La joven sintió un hoyo en el estómago y de nuevo comenzó a sentir temblor en su voz. Sus piernas también temblaron pero su deseo de salir con vida era tan grande que las palabras salieron de su boca sin precipitación y gritó como nunca había gritado en su vida.

-¡MI NOMBRE ES KAGOME HIGURASHI, SOY MAESTRA DE PRIMARIA EN LA ESCUELA NÚMERO VEINTIOCHO EN TOKIO, VIVO CON MI MADRE, MI ABUELO, MI HERMANO Y MI GATO BOUYO, POR FAVOR, NO ME MATES!-