Era una mañana espléndida en Snowville, un pequeño pueblo al norte de Equestria. El sol brillaba con fuerza, lanzando destellos sobre los tejados nevados, mientras las aves trinaban entre las ramas heladas. A pesar del clima gélido que descendía desde la imponente montaña plateada, el pueblo rebosaba vida: ponys paseaban por el centro, vendedores ofrecían dulces de manzana caliente, y los más jóvenes correteaban entre los puestos de lana.
Pero nuestra historia no empieza en el bullicioso corazón de Snowville, sino en una casa modesta a las afueras del pueblo. Allí, envuelta en el suave silencio del amanecer, una madre se acercaba al cuarto de su hija mayor.
—Aqua, despierta, mi pequeña cumpleañera —susurró con dulzura—. Es hora de que vayas al colegio.
—Mmm… cinco minutos más, mami… —murmuró la joven yegua, arropándose otra vez bajo sus sábanas.
—Aqua, si no te levantas, llegarás tarde —insistió con paciencia.
—Pero tengo sueño todavía… No seas mala, déjame dormir un poquito más…
—¿Qué cinco minutos ni qué ocho cuartos? ¡Arriba! —replicó la madre mientras, con una sonrisa traviesa, le retiraba las cobijas de golpe.
—¡Auch! ¡Mamá! ¿Por qué hiciste eso? —se quejó Aqua, cayendo de la cama.
—Por nada, hija. Solo para asegurarme de que empieces tu día como una yegua responsable —le guiñó un ojo.
Tras el accidentado despertar, ambas bajaron a la cocina. El aroma a avena caliente y pan de mora cactus llenaba el aire. En la mesa las esperaba Cloudburst Midgar, el padre de Aqua, quien las recibió con una sonrisa.
—Y bien, amor… ¿cómo se porta mi pequeña bebé? —preguntó con voz cálida, mirando a Sapphire con complicidad.
—Bastante bien, diría yo —respondió Sapphire, sirviendo el desayuno—. Aunque a veces es un poquito floja, jejeje… pero sigue siendo una buena potrilla.
—¡Mamá, no digas eso! ¡Ya no soy una potrilla! —protestó Aqua, sonrojada.
—Para mí siempre serás mi bebita —rió Sapphire, acariciándole la crin.
—Los quiero mucho, mamá, papá.
—Y nosotros a ti, mi cielo… Todavía recuerdo cuando eras una bolita envuelta en pañales.
—Mamma… hvorfor ikke fortelle meg til å rødme —dijo Aqua, con una mezcla de ternura y vergüenza.
—Veo que tu abuela Agnes te enseñó bien nuestro idioma natal —rió su madre.
—Amor, ¿despertaste a Izalith? —interrumpió Cloudburst, mirando en dirección al pasillo.
—No, jejeje. Primero fui a despertar a Aqua.
—Sapphire, sabes que Izalith es más dormilona que una osa en invierno…
—Lo sé, pero hoy es especial… ¡Es el cumpleaños de nuestra Aqua!
—Sí, amor, pero no podemos olvidarnos de nuestra pequeña dormilona.
—Mamá, papá, si quieren, yo puedo despertarla —dijo Aqua con una sonrisa de oreja a oreja.
—Adelante, hija. Yo iré preparando su lonche —asintió Sapphire, volviendo a la cocina.
Aqua subió alegremente las escaleras y se dirigió al cuarto de su hermanita.
—¡Izalith, despierta! Vamos, que llegaremos tarde al cole —susurró, sacudiéndola con ternura.
—Mmm… es muy temprano, Aqua… déjame dormir un poquito más —murmuró Izalith, frotándose uno de sus ojos con la pata.
—Vamos, pequeña dormilona. Mamá y papá ya están abajo esperándonos —dijo Aqua, acariciándole la crin.
—No me llames así… ya no soy una potrilla —gruñó con suavidad.
—Lo sé, pero siempre serás mi hermanita. Anda, vamos.
Momentos después, ambas bajaron a desayunar.
—Y bien, Izalith… ¿cómo dormiste? —preguntó Cloudburst, con voz suave.
—Muy bien, padre. Creo que el resfriado ya se está yendo —respondió con una sonrisa.
—Me alegra, mi niña. Me tenías muy preocupada —dijo Sapphire, dándole un beso en la frente.
—Mamá… ¿no has oído eso de que yerba mala nunca muere? —bromeó Aqua, despeinando a su hermana.
—No hija, pero sí conozco una que dice: si llegas tarde al colegio, te quedas sin panecillos de mora cactus por un mes.
Con ese amable caos matutino resuelto, Aqua e Izalith tomaron sus mochilas y partieron al colegio. En el camino, se encontraron con sus mejores amigas: Magnolia, una yegua un poco mayor que Aqua, y su hermana pequeña, Night Melody, compañera de Izalith.
—Y bien, Aqua… ¿ya sabes con quién irás al Baile del Solsticio de Invierno? —preguntó Magnolia, con tono pícaro.
—No sé si vaya, Mag. Eso de los bailes no me llama mucho… —respondió con una sonrisa.
—¿Y tú? ¿Ya tienes a alguien?
—¡Q-qué! Yo… bueno… pensaba invitar a Heart Storm —musitó Magnolia, sonrojada.
—¿En serio te gusta ese potro? ¡Jejeje!
—¡Aqua! —protestó su amiga, aún más roja.
—¿Y tú, Night Melody? —preguntó Izalith con curiosidad.
—B-bueno… yo iré con Lost Horizon —susurró Melody, mirando al suelo.
—Me alegro por ti, amiga —dijo Izalith con dulzura.
Pero entonces una voz chillona interrumpió su alegría.
—Vaya, vaya… si no son el cuarteto de las ñoñas —dijo Mindy, con una sonrisa burlona. A su lado, su inseparable Sunset Star asintió.
—¿Qué quieres, Mindy? —gruñó Aqua, sin detenerse.
—Solo saludar a mi perdedora favorita. ¿Cierto, Sunset?
—¡Cierto! O como solemos llamarlas… el club de las tontas —añadió Sunset.
—¿Dijo algo? —preguntó Aqua a Magnolia.
—Nada, no hablo idioma tonto —respondió Magnolia con una sonrisa burlona.
—¡Pues que sepan que iré al baile con Wing Fire! El potro más guapo de la escuela.
—No me interesa con quién vayas, Mindy. Y me encantaría seguir oyendo tus insultos de preescolar, pero tengo clases… y no pienso llegar tarde por tu culpa —respondió Aqua antes de marcharse con dignidad.
—¡Aqua! Espera, toma esto —dijo Magnolia, alcanzándola y entregándole una bufanda roja.
—Gracias… no sé qué decir.
—No digas nada. ¡Feliz cumpleaños, amiga! Es solo una cosita, pero es tu día.
—Gracias… eres la mejor —sonrió Aqua antes de irse a clase, observando cómo Izalith y Melody se marchaban juntas, riendo.
Mientras tanto, en un vagón de tren en movimiento, tres ponys discutían algo importante.
—¿Estás seguro de que está ahí? —preguntó una yegua con tono serio.
—No lo sé… pero ellas no nos enviaron hasta aquí por capricho. ¿No crees, Kuro? —respondió un potro más joven.
—¿Podrían callarse? Estoy intentando tocar mi violín —interrumpió un tercer pony, ejecutando con maestría "Chaconne" de la Partita No. 2 en re menor.
—Usted, tan amargo como siempre, comandante… —murmuró Kuro, observando el paisaje helado por la ventana.
— ¡Sí, sí, como sea! Solo déjame en paz —gruñó el potro, sin dejar de tocar su violín.
—Solo espero que esta vez esté en el lugar correcto… —bufó Kuro, cansada—. Estoy harta de recorrer el mundo buscando ese maldito objeto y no encontrar nada.
—O te callas o te meto el arco de mi violín por donde no te da el sol —murmuró el comandante, fastidiado, tratando de concentrarse en su melodía.
—¡Jajajajaja! Vaya humor se gasta hoy nuestro comandante en jefe Howl —rió el potro más joven, el capitán del equipo.
—¿Y usted qué opina del tema, capitán Mud? —preguntó el general Zolt, mirando el paisaje pasar por la ventana.
—No lo sé, general… pero espero que sí esté en este lugar —respondió el capitán con un suspiro—. En verdad extraño mi hogar.
El ambiente se tornó más pesado cuando Zolt, con la mirada baja, murmuró:
—Yo solo quiero encontrar a ese maldito… el que asesinó a mi querida Sundown… y a mi pequeña Fate Night…
Un par de lágrimas resbalaron por su rostro.
—Zolt… te aseguro que ese traidor pagará por lo que hizo —le dijo Howl con gravedad en su voz—. No podemos permitir que el desgraciado de D…
El potro no pudo terminar su frase: una voz metálica lo interrumpió desde los altavoces del tren.
—Próxima parada: Snowville.